jueves, 23 de febrero de 2012

Intercambio de solsticios (327)

Bilbao, 16 de diciembre de 2005

Querida Lorsen:

Como te contaba en alguna de mis cartas anteriores hace pocas fechas que se murió Antonio Redondela. Yo le visitaba en su casa, después de que sufriera su ataque de hemiplejia, y su situación era ya un cuadro: había perdido buena parte de su consciencia, no podía andar, no veía y la comida que le daban no podía contener azúcar a causa de su diabetes –sabes que esa es una de las malas herencias de don Antonio.
Con motivo de la Navidad le ponía una carta a Mica, su viuda, a quien no conociste. Te la transcribo a continuación:

Bilbao, 12 de Diciembre de 2005.

Querida Mica:

Te pongo estas letras que te llegarán muy cerca de las fechas navideñas, unas navidades que estarán llenas de recuerdos de Antonio. Las navidades, para quienes hemos perdido a un –a unos- seres queridos se transforman –al menos ese es mi caso- en fechas dolorosas que te gustará pasaran cuanto antes: la sonrisa que no te apetece dibujar en tu boca, las felicidades que deseas a los demás sólo por la convención... todo eso resulta muy duro cuando te falta la persona con que pretendías compartir el resto de tu vida y que se ha ido de tu lado, a veces en la sola compañía de tus recuerdos.

Pero hay cosas que al mismo tiempo reconoces. En el caso de Antonio –también en el de Lorsen, a pesar de su juventud- estábamos en presencia de un ciclo de vida que estaba ya agotado y que su desarrollo sólo suponía un sufrimiento permanente para él. El descanso, y bien merecido, por cierto en su caso –en los dos casos, insisto- viene después de una tensa pelea por defender con entereza y con dignidad su lugar en este mundo que ya les estaba echando de él.

El recuerdo no siempre es grato, pero a veces lo es de un modo enorme. El hecho de que hayamos podido tener el privilegio de conocer a personas como Antonio –o como Lorsen- debe constituir para nosotros una parte muy importante del significado de nuestra existencia. Vivimos para compartir, para llorar con los otros... pero también para disfrutar con su compañía, para reír con ellos. Y ahí van quedando esos recuerdos que, si al principio duelen más, luego van transformándose en una especie de ser propio, nuestro. Nos apoderamos del alma de nuestros seres queridos que se han ido, hacemos nuestros sus gestos, sus expresiones, sus ideas... porque somos sus herederos espirituales y no queremos dejar de serlo nunca. De esa forma ellos nunca mueren, porque el recuerdo de sus personas aflora en todo momento, al contacto de cualquier cosa, en nosotros. “La muerte es el olvido”, decía Borges. Y a esa situación nunca podremos llegar nosotros.

Comprendo que te encontrarás fatal. Yo mismo siento una especie de orfandad con la marcha de Antonio. Yo me encontré con él hace ya algún tiempo y se me hizo enormemente simpático. Pero cuando perdí a Lorsen me encontré con alguien que había pasado muchas cosas a las que yo ahora tenía que enfrentarme –la viudedad, entre otras...- y Antonio siempre fue una lección de saber plantear batalla y no ceder nunca al desaliento. Su ejemplo es para mí, y lo será siempre, un estímulo, un camino a seguir.

Y aunque cada vez más la vida nos lleve a más seres queridos allá arriba la esperanza en el reencuentro con ellos se hace más clara, quizás porque sea más necesaria cada día que pasa. Allí están cuidando que no tropiecen nuestros pasos, allí están preparando el momento feliz en que nos podamos abrazar de nuevo.

Y hasta entonces, todos tus hijos; Pilar, mi hija, protegidos por nosotros y por ellos, nos piden, nos gritan que no abandonemos. Porque no tenemos derecho a hacerlo. Ellos, los que se han ido, tampoco lo hubieran hecho.

Estas son, más o menos, Mica las cosas que te quería decir en estas fechas.

Un beso

Y otro para ti, guapa.

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