jueves, 31 de mayo de 2012

Intercambio de solsticios (370)

Quieres una reunión con los hermanos en Valladolid, continuaba diciendo Santiago a Leonardo. Eso no va a ser fácil, decía. Primero, porque había, según él un problema de logística. No era fácil, por lo menos para Santiago, ir a Valladolid a una reunión. Segundo, y para él lo más importante, porque los demás no querían una reunión. No quieren, decía Santiago, que su madre se asuste y no creen que sea necesario… ¡Ya estaba otra vez con esa milonga! –exclamó Brassens. Bueno –contestó equis. Eso decía nuevamente. Y agregaba que eso era así y que Leonardo no debía tomárselo mal. ¿Y qué más? Que si Leonardo quería, él le invitaba a una casa de veraneo que él tenía, o que el mismo Leonardo le invitara a él. Y sugería fechas, en julio. Y concluía diciendo que le había hecho una propuesta a Leonardo y a todos los demás hermanos. Se trataba de que él comprara el apartamento del barrio de Salamanca al precio que le marcaran… ¿Eso decía? ¿Al precio que le marcaran? Sí decía eso –contestó equis-. Pero se supone que dentro de un orden. Y seguía con que la contestación de Leonardo era que él quería previamente una reunión que nadie más quería. Santiago entendía que su respuesta era que no. Que era su derecho, que lo respetaba y que no se enfadaba… - ¿No? - Bueno. Se supone que sí. Y terminaba diciendo que si el tema se planteaba en el futuro, simplemente se lo recordaría y le diría lo que en ese momento él podía hacer. - ¿Capítulo final? –preguntaría Brassens. - No te alarmes, que ya estamos llegando –dijo equis echando una mirada de reojo a su reloj-. Ahora viene la contestación de Leonardo. - Bien. Vamos a ella. - Leonardo decía que, a pesar de la difícil comunicación, él creía que la conversación había sido clara y que no se trataba de un asunto entre los dos hermanos sino que concernía a TODOS y a la situación de ingresos y gastos de su madre, a todas luces desproporcionada y digamos que, por aquello de no resultar agresivo, susceptible de una mejor gestión. - Ya. - Una reunión entre hermanos, cntinuaba Leonardo, nunca debería constituirse en un problema, sino en una oportunidad para analizar los problemas y resolverlos. Leonardo coincidía con su hermano en que no existía demasiado ambiente para ello, recuerdas bien, le decía, que en todas las ocasiones en que las habían pedido Raúl y el mismo Leonardo y a veces otros hermanos más, como ocurriría en el caso de tío Juan Carlos o de su madre, os habéis y se han negado en absoluto. - Le implicaba. - ¡Claro! ¡Si es que Santiago hacía como que la cosa no iba con él: eran los otros hermanos los que nunca querían. Leonardo quería dejar en evidencia que a él no le podía ir con eso… -afirmó equis-. Te insisto, agregaba, en que nada malo hay en que se reúnan los hermanos y que siempre se preguntaba por qué no había voluntad de hacerlo. - Buena pregunta. - Y acababa refiriéndose al inciso final del correo de su hermano.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Intercambio de solsticios (369)

Hoy le llevamos dos cosas: el catálogo de “Toy’s are us”, con los juguetes y regalos para las Navidades y un marco con la foto de su prima Nadia Gamazo. Nos sentamos junto a su silla anatómica y repasamos el folleto. Le gusta un perro que ladra, bebe agua y hace pipí, y algunas otras pocas cosas más. De repente entran en la sala los padres de Arcaitz, vecino de Pilar y único compañero en esos momentos de nuestra hija. Entonces Pilar tuerce el gesto y da comienzo a sus habituales ademanes de incomodidad. Sólo los detiene cuando la acuestan en la cama, le cambian los pañales, le quitan los mocos que se le producen por causa del movimiento y le doy de comer –porque quiere que sea yo quien lo haga-. Es la forma en que ella puede comunicar un cambio de situación, cualquier clase de atención sobre su persona. Después le pongo muy a la vista la foto de Nadia. Lorsen le dice que son muy parecidas las dos. Pilar asiente, satisfecha de conocer a su nueva prima. Le han puesto su vestido rosa, a juego con los uniformes de las auxiliares. Es un día de los clásicos del Bilbao de antaño: niebla, sirimiri y cielo gris. Pilar está regular. Aunque me recibe relativamente contenta, enseguida me hace que no con la cabeza y me suelta sus acostumbradas pedorretas. Mi visita discurre en un día de labor por la mañana, así que me encuentro con todo el equipo médico habitual. Julián Castillo, por ejemplo, que asegura que él sale en la foto de Julen Guerrero. Efectivamente el futbolista le ha visitado a Pilar, como en otras ocasiones, y en la instantánea se puede observar –si uno se fija mucho, claro- el extremo de una barriga que sobresale de una bata blanca, también una cadena de oro de la que cuelga una alianza, que es como la acostumbra a llevar el médico. Pasa también por la cama de Pilar, María Hermosa, que me dice que le ha gustado mucho mi libro “sin perder la dignidad...”. E iseko Begoña, la tía más tía de todas las enfermeras que tiene Pilar, le dice –Begoña le dice las cosas a mi hija con tanto cariño que ella le sonríe como si se la fuera a tragar de lo contenta que se pone- que la niña es una “sorgiñe”, y que ya no va a ser más “laguntzu” de ella. Divertida, mi hija me despide con tres sonoros y rotundos besos. Hoy la visita ha ido a mejor a medida que pasaba el tiempo.

martes, 29 de mayo de 2012

Intercambio de solsticios (368)

Alojado en su bolso, el "walkie" que Cristino Romerales había entregado a Vic Suárez como medio de comunicación, vibraba y producía destellos continuamente, pero su usuaria, pese a su oído especialmente desarrollado.no seria capaz de percibirlos. Ante los ocupantes del Porsche de Francisco de Vicente se cernía únicamente, como techo, la noche de Madrid, y como suelo, la ancha aunque deteriorada calzada del Paseo de la Castellana. - ¡De buena nos hemos librado! -exclamó Jorge Brassens soltando un resoplido de tranquilidad. - No te relajes, primo -le espetó Francisco de Vicente-. La noche todavía no ha terminado,,, - ¿Cuándo acabará todo esto? -se preguntaba Vic, más para su coleto que para sus dos acompañantes, aunque su voz resonaba nítida en el recuperado silencio de aquella noche. - ¡No tengo ni puta idea de lo que podemos hacer! -exclamó el conductor del Lada Niva, que era, al menos en apariencia, el responsable de la operación. En efecto, aterrorizados por la enfermedad -con seguridad, contagiosa- que parecía padecer el ocupante del asiento trasero y hostigados por el fuego enemigo, los hombres de Sotomenor, más acostumbrados a la rapiña que a las acciones que requerían de valentía militar o civil, dudaban. Otra ráfaga de ametralladora los sacaría de sus dudas. - ¡Retrocede, Paco! -exclamaría el agente que ocupaba el asiento contiguo al conductor-. ¡Nos van a freír por las dos partes -dijo, pronunciado su ultima frase después de echar una ojeada al habitáculo trasera de su vehículo. - Tienes razón. Vamos a intentar pasar por otra parte... - ¡Qué raro, no contestan! -exclamó Cristino Romerales desde el gobierno local de Chamberí. Damián Corted, a su lado, comentaría, casi para sus adentros, aunque su voz resultara perfectamente audible para el Consejero de Interior de Chamberí. - Seria bastante lamentable. Le tengo afecto a Brassens y no tengo nada en contra de su mujer o de Paco... pero habrá que pensar en que siempre hay que admitir que los daños colaterales son inevitables. La mirada de Romerales al coronel se perdía en la noche. Si la hubiera advertido Corted el militar se habría dado cuenta de la distancia que había entre ambos. Sidi Ben Bachat tardaría un buen tiempo en recuperar la consciencia. Había sido un duermevela plagado de imágenes horribles. Las figuras de sus torturadores aplicaban enormes hachas y sierras que troceaban su cuerpo en las mismas zonas donde los auténticos victimarios habían utilizado sus instrumentos más útiles para obtener información. "Resistir", se decía Bachat en medio de la tensión de un sueño que no le deparaba precisamente la tranquilidad. Y al despertar se frotaba Bachat su muñeca izquierda para advertir que no le habían dejado el reloj. Era una practica - recordaba el saharaui- habitual en los policías de, los países autoritarios. Es mejor que pierdas la noción del tiempo. Pero había otra idea en el código militante de Bachat: la primera obligación del prisionero de guerra consiste en escapar.

lunes, 28 de mayo de 2012

Intercambio de solsticios (367)

Somos una familia, agregaría Raúl, nos queremos todos, nos lo hemos demostrado no sólo con palabras sino con hechos, y sería contradictorio con lo anterior el que no haya reunión. Habrá que encontrar el día en que todos podamos y adelante. Eso era un “deesideratum”, nada más. Eso de la familia y todo eso… -comentó Brassens. Bien, pero era una forma de pedir la reunión –observaría equis-. Luego seguía Raúl con otro punto en el que decía que, con toda delicadeza, creía que había que informar a su madre de la realidad de su situación financiera. Que estas cosas, agregaba, pueden ser delicadas y crear inquietudes, pero no hay nada mejor que ser conscientes de la realidad en esta vida. En eso tenía toda la razón. Y continuaba asegurando que, una de las cosas que la vida le había enseñado era que es infinitamente mejor conocer la realidad y que se ganaba muy poco con ocultarla. Pues iba totalmente en contra del criterio de sus hermanos. Ya. Porque no hubo contestación a ese correo. Ni tampoco reunión, supongo. Tampoco. ¿Y el siguiente capítulo? –preguntó Brassens. Se produce en torno a los meses de abril y mayo de 2.011. Vamos a él, si te parece. A él vamos. Santiago Jiménez volvía a la carga con lo de la compra del apartamento del barrio de Salamanca. La gestión que hizo fue bilateral, esto es: habló con cada uno de los hermanos, quienes le fueron dando uno por uno su conformidad. ¿Y Leonardo? Ahí estaba la cosa. Como Santiago sabía que Raúl tenía una buena relación con Leonardo, le pidió que fuera él, Raúl, quien le pidiera su conformidad. ¿Tanto le temía? No lo sé. Raúl habló con Leonardo y este le dijo que si quería pedirle algo que hablara directamente con él. Era lógico. Así que Santiago le llamó. Leonardo volvió con su cuestión previa: no había acuerdo por su parte si no existía previamente una reunión… Ya. Santiago le contestó que él no iba a provocarla, ya que no todo le mundo estaba de acuerdo con ella. Pero luego hubo unas interferencias telefónicas y s cortó la conversación. Finalmente Santiago escribía un correo a su hermano. ¿Y qué le decía? Empezaba con que le escribía porque hablar con él no era fácil. Que, o estaba muy ocupado, lo cual entendía y compartía, o la cobertura de su móvil no funcionaba muy bien. ¿Y?

jueves, 24 de mayo de 2012

Intercambio de solsticios (366)

Hoy la visitamos su madre y yo. Está encantadora, aunque, en su afán obsesivo por el orden quiere que me lave las manos, que cierre la puerta de su armario que Lorsen ha dejado abierta. Y me entrego a una difícil, por lo injusta que resulta casi siempre, reflexión sobre la persona de la que Pilar ha heredado esa característica. Y como conclusión eventual creo que mi mujer es una mujer obsesiva donde las haya, pero en cuanto al orden se refiere, eso es algo acerca de lo que no podría negar mi paternidad. Salimos del hospital, a la busca de un ejemplar de “El País” del día, y nos encontramos con Celia, una de sus visitadoras habituales, que está casada con un ertzaintza que sufre de frecuentes procesos de depresión. Pero últimamente Celia ya no va a ver a Pilar. Y es que la niña la rechaza siempre. Y Lorsen arriesga una interpretación, seguramente adecuada: Pilar se aburre de las personas mayores, pero no se lo dice a Celia, por supuesto, que se amarga por no poder hacerle la vida feliz a nuestra hija; acaso porque Pilar le hace desgraciada a base de pedorretas y de rechazos. El universo de los niños es muy cruel en ocasiones; ellos viven un mundo tan suyo, tan propio, que las sensaciones de los demás les son indiferentes si no les resultan explícitas, si no se les llama de una forma directa a su sensibilidad, si no se les llama la atención sobre los efectos que su conducta producen en los otros. Pero las personas mayores no somos muy diferentes a los niños, pero nos vamos acostumbrando –lo queramos o no- a a que la convivencia está hecha de cesiones, que nada nos es dado definitivamente. La vida es un roce permanente, redondea las aristas, nos hace más comprensivos, aunque bastante menos espontáneos. Celia también evoca en nuestros oídos un asunto de enorme preocupación para nosotros; el posible traslado de Pilar al sanatorio de Górliz. Es fama que el nivel de desatención con que cuenta ese establecimiento es notorio, especialmente en comparación, desde luego, con la UCI. Los enfermos se encuentran bastante solos y muchos de ellos son ya ancianos. Nuestro temor es que Górliz sería el principio del fin para Pilar. Pero la niña ya va siendo una mujer y los cuidados médicos que se le apliquen no pueden por mucho tiempo más ser calificados de pediatría, así que en algún momento alguien tomará una decisión de parecido orden.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Intercambio de solsticios (365)

Las cabezas de los tres integrantes del vehículo que dirigía Francisco de Vicente se volvieron hacia atrás para saber si los sujetos que se encontraban en la barricada volvían por sus argumentos. - No sé si son de los nuestros... Pero más vale no saberlo -dijo el doctor mientras que el matrimonio Brassens asentía. Así que el 4x4 del Consejero de Sanidad de Chamberí desconectaría la llave de contacto y volvería a conectarla para deshacer el ahogo de su vehículo. Tuvieron suerte. El coche respondía y de Vicente ponía rumbo inmediato a la Castellana, inmediatamente antes de enfilar hacia la sede del gobierno local. Esa fortuna se unía a otra. El tableteo de las ametralladoras volvía a producirse, turbando nuevamente la relativa calma de esa noche repleta de dramatismo. Pero los ocupantes del Porsche todo-terreno ya no estaba al alcances de sus balas. Aunque no, los tipos de la barricada no disparaban ahora sobre los ocupantes del Porsche de Francisco de Vicente, sino contra los tres vehículos de la policía de Chamartín, situados en fila india, quizás por aquello de que el más viejo de los coches -el Lada Niva- absorbiera todos los disparos. - ¡Joder!, exclamaría el conductor del todo terreno ruso-soviético-. ¡Estamos aquí, jodidos por la artillería de estos cabrones... Y tú no haces otra cosa que tirar la raba,..! ¿qué cojones te pasa? Le respondía una voz como de ultratumba, que provenía de su infecto agujero, poblado del pestilente olor a vomitona. - No sé. Creo que tengo fiebre, mucha fiebre -declaró- . Hace pocas horas me han salido unos granos enormes en los sobacos... Se lo he dicho al jefe, pero me ha contestado que mejor así. Los enfermos son buena carne de cañón para hacer las operaciones suicidas, creo que ha dicho... -¿Unos granos? ¿Cuánto de enormes. -preguntaría el policía que ocupaba el asiento contiguo al del conductor. - Como pelotas de tenis -contestaba la apenas audible voz del afectado. - ¡Hostias! -gritaron sus compañeros. - No sé. Este silencio es como en las películas de vaqueros: el momento previo al ataque de los indios... -la voz de Cristino Romerales parecía apenas audible en aquella larga noche madrileña. - ¡Déjate de chorradas! -le espetó Damián Corted-. Lo único que tenemos que hacer es esperar a que lleguen y luego acabar con ellos como si fueran un muñeco de feria... - Supongo que tienes razón - expresó con ademán dubitativo el jefe de la policía de Chamberí, antes de añadir-: lo supongo y lo espero. - Tenlo por seguro -insistió el coronel-. No existe otra solución. - Bueno -aceptó Romerales-. Pero voy a hacer otra cosa mientras esperamos... - ¿Qué es ello? - Voy a ponerme en contacto con Paco o con Vic. No sé nada de ellos.

martes, 22 de mayo de 2012

Intercambio de solsticios (364)

Y Leonardo terminaba diciendo que él no quería participar de esa situación, que le parecía bastante generalizada, de dejar que los problemas llegaran hasta un punto de no retorno y entonces actuar tarde e insuficientemente. ¡Vaya! ¡Se quedarían a cuadros! Bueno. No hubo respuesta, apenas. ¿Apenas? –inquirió Brassens. El día siguiente al que escribía Leonardo, el 3 de marzo, enviaba Raúl un correo. Pues vamos a él. Se dirigía a Javier y al resto. Decía que había leído su informe, del que el mismo Alberto ya le había hablado. Le parecía magnífico y le constaba el trabajo que le había costado realizarlo. No tenía duda de que todos los hermanos le agradecían el tiempo el trabajo que se había tomado. Y que, a partir del informe, se podía hablar del tema con precisión, cosa que antes de él no se podía y que se podían tomar decisiones teniendo en cuenta los límites temporales indicados claramente. Bien. Empezaba con elegancia. Y decía que quería hacer unos pocos comentarios. Ya me dirás. El primero se refería a la labor de Eugenia. Raúl tampoco la había apreciado, porque para hacerlo había que verlo día a día. Y si Alberto decía que era crucial para su madre, sin duda lo era. Es una forma deverlo. Con ojos ajenos, sin duda. La segunda de sus reflexiones se refería a la medida tomada con la cocinera… Despedirla… Eso es. A Raúl le parecía muy acertada. Y daba la enhorabuena a los que la habían adoptado. Bien. está claro que estos no tenían remango para nada. La tercera era coincidente con la de Leonardo: los 60.000€ al año en gastos laborales le parecían desproporcionados. Y que habría que intentar su reducción. Y se preguntaba si no se podía sustituir también a la cuidadora nocturna y contratar a alguien con garantías a un coste mucho más bajo. Su cuarta reflexión era que sería mejor tratar del asunto en aquel momento y coincidía con Leonardo, aunque no pronunciaba su nombre… Es que Leonardo estaba proscrito en esa familia. Poco más o menos. Decía que Raúl coincidía en que debían reunirse en familia, comentar los temas con serenidad y respeto para todos y buscar soluciones constructivas, con independencia de quien las proponga… Seguía habiendo “bola negra”. En realidad no sé a quién se refería. Pero lo que estaba claro era que cualquier cosa que procedía de Leonardo acababa en el cesto de los papeles.

lunes, 21 de mayo de 2012

Intercambio de solsticios (363)

Hoy Pilar me recibe distante, poco cariñosa, como reprochando mi excesivamente espaciada visita. Traigo en mis manos el dibujo que le ha hecho, Gloria Pichiua, su ahijada peruana. Es una campana rodeada de lazos y cuajada de brillantina. Se trata de la felicitación de Navidad, un augurio anticipado en este frío mes de noviembre. Y Pilar es una niña que se aviene mal con las sorpresas. Su gesto hosco torna en un leve ánimo cuando yo empiezo a hablarle de esa pobre niña que vive en el altiplano, a miles de kilómetros de distancia y a quien ella misma facilita su existencia, en su hogar natal, con sus padres y hermanos; una niña que no sufrirá los traumas de la adopción, del cambio familiar, cultural, de referencias... -que gracias a ella no tendrá que llegar a pasar, ¿quizás?, el amargo trago de la muerte prematura, pienso para mí-. Y pronto se cansa de escuchar esa cantilena que esconde los rituales de siempre. “Lo nuestro no es una convivencia, Pilar –le podría decir-. Lo nuestro no es la relación de un padre con su hija. Lo nuestro es una separación forzada; un secuestro; una cárcel para ti, y un destierro para mí, Pilar”. En lugar de eso silencio mi voz que ya no sabe traer acentos quechuas e intento cogerle de la mano, pero Pilar no quiere. Pasan enfermeras y médicos en ese recorrido habitual que ellos tienen y que convierte las visitas a mi hija en una suerte de relación controlada, vigilada, un “régimen abierto” cerrado a la intimidad. Y esa gente que corretea enfundada en sus batas de aquí para allá, le afea su conducta en cuanto la advierte. Y yo no sé que hacer, porque no me gusta tampoco que digan nada a Pilar, por lo mismo que rechazaría que alguien me reprochara algunas cosas, mis ausencias, por ejemplo... Y es que resulta bastante triste, bastante duro no encontrarse ni siquiera con la protección elemental con la que cuentan hasta los humildes caracoles, una cáscara frágil, sí, pero que les protege del frío y de la lluvia. No hay siquiera una opaca campana de cristal entre tú y yo, Pilar, parecida a esa campana de Navidad que te ha dibujado Gloria, y que sería hoy un regalo precioso de Navidad, antes siquiera que haya empezado el adviento. ¡Jesús. Hoy en día hasta funcionan los servicios de correos! Ya ha pasado esa larga media hora que hemos previsto, Pilar y yo, como el espacio convenido de nuestros habituales desencuentros. Miro al reloj que está fijado en la pared de la salida y Pilar me mira a mí, en su silencio permanente porque sabe que me voy y quiere que me vaya. Hoy la despedida son dos besos suyos, y el adiós resulta entonces algo más aceptable que otras veces.

jueves, 17 de mayo de 2012

Intercambio de solsticios (362)

Como impulsado por una suerte de circense resorte, el todo-terreno de Francisco de Vicente describió una parábola sobre la barricada. Los asombrados ojos de quienes se escondían en ella trocaron muy pronto en gestos de terror. Las cabezas escondidas sobre sus manos y brazos, componían el gesto de avestruces que preferían ocultarse antes de comprender que algún desconocido peligro pudiera cernerse sobre ellos. El Porsche aterrizaba muy cerca de donde antaño una garita protegía a los policías que custodiaban la embajada de la potencia del Siglo XX, los Estados Unidos de América. ¿Lo seria todavía en aquel desconcertante 2.013? Desde luego que no en ese Madrid que hasta había dejado de ser Madrid para convertirse en una amalgama de barrios enfrentados entre sí. Pero no fue un aterrizaje precisamente suave. El vehículo apenas pudo apoyarse en sus ruedas delanteras y fue el parachoques quien se llevaba la mayor parte del impacto. A consecuencia de este dio el Porsche una vuelta de campana que percibieron sus ocupantes, empero bien protegidos por sus cinturones de seguridad, como su se encontraran en medio de Port Aventura, instalados en la atracción del Dragón. No se trataría de una divertida experiencia, sin embargo. Vic Suárez emitió aun aullido vecino al terror y los dos primos gimieron en un ahogado lamento, como si presintieran con este un daño de considerable envergadura. Realizada la proeza acrobática el vehículo se depositaba bruscamente sobre sus cuatro ruedas. - Retiro lo que te había dicho, Paco -proclamó Brassens-. Tú debes tener los genes de tu madre. - Vamos a dejarnos de ADNs y de monsergas -replicó con acritud el aludido-. Veamos si esto todavía puede cumplir alguna función. Las dudas de Francisco no eran infundadas, Efectivamente el motor del coche no respondía. - ¿Y qué hacemos ahora? -preguntaría el conductor del Lada Niva a sus compañeros. Una ahogada voz le contestó desde el asiento de atrás. - No sé. Me encuentro mal. Y como si el anuncio de su malestar debiera manifestarse en alguna conclusión, el agente de Sotomenor produjo sobre el asiento contiguo al suyo una espectacular vomitona. -¡Qué asco, -exclamaron al unísono los agentes que viajaban en la parte anterior del coche. -Este silencio me parece sospechoso -anunciaba Romerales al coronel en la reserva. -Ni sospechoso, ni hostias -musitaba Corted, recuperando así el tono habitual de sus años mozos, antes de que los servicios secretos y los respetuosos informes oficiales hubieran edulcorado su lenguaje-. Lo que pasa es que no pasa nada... todavía.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Intercambio de solsticios (361)

- Según Santiago Jiménez, los problemas se iban a plantear a partir de diciembre de 2.013. Y él veía dos posibilidades. Adelante –animó Brassens a su amigo. Esperar hasta diciembre de 2.013, que decía eran dos años largos. ¿O? O tratar el tema ahora. Y le proponía hablar por teléfono o por skype. ¿Sólo con Alberto? A lo que parece el menor de los hermanos parecía dispuesto a abandonar el diálogo multilateral por el bilateral. Luego veremos alguna otra indicación de esto. No está mal. ¿Y qué sigue a este correo? Uno de Leonardo. Pues vamos a él. Empezaba agradeciendo el trabajo y la información, pero sin ditirambos. Es que en esa familia se pasaban con los elogios –observó Brassens. Y seguía diciendo que, visto lo visto, a pesar de las acciones emprendidas con la cocinera, aún los costes por el servicio en Valladolid ascendían a 60.000€, cantidad, siempre según Leonardo, a todas luces desproporcionada y que seguía poniendo en evidencia que la madre de los Jiménez vivía por encima de sus posibilidades. Y n le faltaba razón. Desde luego. Era una barbaridad. Sigue, por favor. Sigo –aceptó equis-. Leonardo creía que convenía, y sin dilación, convocar una reunión entre todos los hermanos para un análisis común de la situación. Eso era lo que los hermanos no querían. Claro. Por eso seguía diciendo Leonardo que ya sabía que cuando se había pedido, ya fuera por este o por otro motivo, las mismas habían sido “abortadas”. ¿Usaba ese término? Sí. Pero decía que no había sido él el primero en utilizarlo. ¿Quién? Santiago. Ya. Decía también que una familia que no era capaz de reunirse para abordar sus problemas, no era familia ni nada que se le pareciera. Tampoco le faltaba razón en eso. Y seguía diciendo que aprovechaba la oportunidad que le había brindado Alberto para decir que, desde que fue afeado por Eugenia su hermana por ocupar una habitación en la casa de Valladolid como despacho, se comprometió a desocuparla. Cosa que hizo. Y que a partir de ese momento no se había vuelto a “beneficiar” de ninguno de los servicios de esa casa y que cuando viajaba a Valladolid y pasado allí la noche lo había hecho a sus expensas.

viernes, 11 de mayo de 2012

Intercambio de solsticios (360)

Es sábado. Hace muy mal tiempo. Ayer nevó y tardé algo más de dos horas y media en volver de Vitoria –el desatino de los rectores de la autopista, unido a la falta de actividad de la Ertzaintza mantuvo los peajes reducidos a la unidad. De modo que no bastaba a drenar la afluencia de coches-. Pilar me recibe simpática, pero en seguida su rostro se contrae. No quiere que hagamos nada –no sabe expresar lo que quiere o yo no puedo comprenderla-. No sabe si es mejor desconectar o no la cassette que suena en su aparato; no quiere que le ponga otra; que le peine; que le hable de su madre; de Bècaud –nuestro perro, el suyo al cabo-; de Villa-Pilar, su casita en Arrechea... Me lanza pedorretas hasta que se le caen las babas por la comisura de sus labios. Me dice: “¡Que te den...!” Y yo medito sobre la ineducación de Pilar, algo así como les ocurre a muchos niños de su generación, aunque peor que ellos seguramente. Y me pregunto si en esta paternidad que tengo, construida -¿destruida?- a base de encuentros meramente episódicos se encontrará la causa de este rechazo. Pero me consuelo pensando que a mi suegro –que la visita a diario- le ocurre lo mismo. Y pienso a veces sobre el sufrimiento. Como si fuera posible integrar en la normalidad el raro hecho de que tu hija se encuentre pegada a una cama de hospital, probablemente para toda su vida. Y recuerdo esos bellos versos de Luis Rosales, en “La casa encendida”: AHORA QUE ESTAMOS JUNTOS  y siento la saliva clavándome alfileres en la boca,  ahora que estamos juntos  quiero deciros algo,  quiero deciros que el dolor es un largo viaje,  es un largo viaje que nos acerca siempre vayas a donde vayas,  es un largo viaje, con estaciones de regreso,  con estaciones que no volverás nunca a visitar,  donde nos encontramos con personas, improvisadas y casuales, que no han sufrido todavía.  Las personas que no conocen el dolor son como iglesias sin bendecir,

jueves, 10 de mayo de 2012

Intercambio de solsticios (359)

La voz de Vic Suarez surgía de entre las profundidades del Porsche de Francisco de Vicente. - No sé cómo decírtelo, Paco. Pero creo que hemos hecho lo peor que podíamos hacer. - ¿A qué te refieres? –preguntó el aludido desde las mismas profundidades de su magnífico vehículo. - Tienes el mejor coche para estos casos, Paco. Capaz de pegar un salto y derribar cualquier obstáculo y la potencia para hacerlo. Y nos quedamos aquí, agazapados, como si fuéramos una especie de Panda. - ¡¿De Panda?! –preguntó de Vicente, con la expresión abatida del que ha sido objeto del más injusto de los insultos. - No te preocupes, Vic –repuso con tono lúgubre Jorge Brassens, quien empezaba a ser consciente de lo que estaba ocurriendo-. Mi familia, como las de todos, está formada por dos partes... o más: los Brassens y los de Vicente, los primeros somos más enérgicos, los segundos más blandos. Esta observación hizo sobre Francisco el mismo efecto que unas banderillas de fuego sobre un toro manso. - ¿Débiles dices? Ya verás de lo que es capaz un de Vicente –dijo el aludido instalando bruscamente la marcha atrás de su coche. El matrimonio Brassens-Suarez se observó durante un instante en una sonrisa de complicidad. Pero sólo un instante: otra ráfaga de ametralladora les anunciaba que no se encontraban precisamente en un torneo floral. La comitiva de Sotomenor, con el renqueante Lada Niva al frente se acercaba a la antigua embajada de Estados Unidos en la calle de Serrano. - ¡Hostias, tú! –exclamó el copiloto del vehículo ruso. Las luces de marcha atrás de un todo-terreno, unidas a las rojas de posición les indicaban la presencia de un peligro inminente. El número de la policía de Chamartín se apresuró a recoger del asiento trasero su arma, un viejo CETME del ejército español, proveniente de la década de los ’70 del pasado siglo. Pero no llegó a hacerlo: una ráfaga de ametralladora les dijo que había más peligro que el del vehículo que maniobraba por delante de ellos.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Intercambio de solsticios (358)

¿Y esa hoja de cálculo demostraba algo? –preguntó Brassens. Fue algo así como un sistema de control en el exceso de los gastos de la madre de los Jiménez. Se descubrió en el fondo lo que se sabía anteriormente: que la señora firmaba talones sin control alguno. ¿Y qué hicieron entonces? Le quitaron el talonario y desde entonces firmaban dos hermanos cada uno de los gastos –respondió equis. Bueno. Algo es algo… Algo es algo. Y también despidieron a la cocinera… ¡Ah! –exclamó equis. Sí, pero para contratar a otra… Ya. ¿Y qué más dijeron los hermanos? Acerca de la hoja de cálculo? Sí. A eso me refiero. Vamos por partes, como decía Jack el Destripador –dijo risueño equis-. Santiago Jiménez escribía a los hermanos justo un día después de recibir el informe de Alberto. ¿Y? Le daba su enhorabuena, porque su nota cumplía tres misiones. La primera. La primera, que reconocía y ponía sobre el papel (y sobre la pantalla), pequeña licencia literaria –explicaba equis- que existía un problema que potencialmente podría ser grave si no se tomaban medidas a tiempo. Un paso atrás en su criterio… Como bien dices, sí. Segunda. La segunda, que ofrecía los datos concretos del tamaño. Lo que se hace en una hoja de cálculo, tampoco era como para echar las campanas al vuelo –afirmó Brassens-. Está bien, la tercera. La tercera, que reconocía la labor de Eugenia, que hasta el momento él no había podido percibir en su totalidad. O sea que un poco más de jabón para la okupa. Es una forma de verlo. La cuarta, que demostraba que se habían tomado las medidas adecuadas en Valladolid para tratar el problema y que lo habían hecho los que están en esa ciudad. Lo que le parecía muy bien. ¿Y qué más? Luego volvía a su discurso habitual. Creía que era difícil reducir más los gastos; que lo que habían hecho estaba bien y que no era bueno hacer más cosas, al menos por el momento. ¿No era bueno o no se podía hacer más? Sí, no te niego que había una cierta ambigüedad en su proposición. Bien. Luego seguía diciendo que la situación estaba bajo control hasta Diciembre de 2.013… Querría decir que había dinero hasta entonces. ¿Y?

martes, 8 de mayo de 2012

Intercambio de solsticios (357)

Pocos días después, de la pantomima a la realidad se recorre un largo trecho. o no, Pilar no hace ni caso al tal Eugenio cuando aparece por la uci a recoger el libro. Una tarde, a mi regreso de una sesión parlamentaria, visito a mi hija. Le están dando la merienda, así que espero a que termine esa operación; luego le humedecen los labios con una solución líquida con la finalidad de desprenderle los pedazos de piel reseca que se le acumulan a Pilar en los labios y en la lengua -la violencia que ejerce sobre ella el aparato respirador, presiona, primero, sobre su garganta, y después sobre aquel órgano muscular, de modo que la niña tiene la costumbre de situar habitualmente su lengua fuera de la boca, ya que esa postura le resulta más grata: el clima reseco del hospital favorece después la formación de las escamas-. Sólo después acerco una silla hasta su cama e intento contarle alguna cosa. De repente, tuerce el gesto y da comienzo a sus habituales ademanes con los que anuncia que se encuentra incómoda, ¿conmigo, tal vez?; sí, con toda seguridad, colijo en seguida. Apenas consigo percibir, aunque la intuyo perfectamente, esa frase que Pilar dice en esas ocasiones y que encuentro espantosa: "¡Que te den...!", y la repite varias veces, además. Y se suscita un diálogo formado de insultos entre padre e hija. "¡Boba!", le contesto yo, en voz baja, porque no quiero que se enteren de nada las enfermeras. "¡Que te den...!", repite Pilar su interjección. "¡Estúpida!", le digo yo. "¿Te has creído que va a ser siempre como lo quieras tú? Me iré cuando me dé la gana" -mi escolta tiene la indicación del momento en que he previsto salir del hospital, la cual procuro cumplir con bastante rigor. Pero mi hija es una niña ordenada donde las haya. Seguramente que en exceso -esa bien pudiera resultar herencia de su padre, debo reconocerlo- y después de la merienda acostumbran a ponerla uno de sus vestidos y la trasladan a su asiento anatómico para que pase en él el resto de la tarde. Y mi presencia y mi actitud de poner una silla al borde de su cama ha impedido el habitual desarrollo del orden. La dificultad de comunicación que existe entre Pilar y el resto del mundo conduce la situación a un punto poco menos que irreversible: Ella ya no volverá a encontrarse, si no feliz, sí al menos tranquila conmigo. No, por lo menos durante el resto de esa tarde. De modo que consulto mi reloj, y cuando quedan sólo cinco minutos para mi cita con los escoltas salgo de la sala. Pilar no ha querido siquiera lanzarme un beso.

lunes, 7 de mayo de 2012

Intercambio de solsticios (356)

El brusco frenazo al que Francisco de Vicente sometió a su vehículo estuvo a punto de hacer saltar los mecanismos de emergencia para el caso de accidente, aunque el “air bag” no llegó a liberarse. Aún así, desperezado ya de su abatido sueño, Jorge Brassens, siquiera débilmente, musitó una confusa pregunta: - ¿Dónde estamos? No hizo falta que ninguno de los ocupantes del flamante Porsche le contestara. El sonido de una ametralladora rompía la relativa quietud de la noche. - ¿Son de los nuestros? –preguntó Vic, escondiendo su cabeza debajo de la guantera. - Me temo lo peor –dijo Francisco, que hundía a su vez la suya todo lo que podía en el habitáculo de su coche. La caravana de Sotomenor iba dirigida por el menos rápido de los tres vehículos: el Lada-Niva, cuya herrumbrosa carrocería presagiaba un mantenimiento del motor similar al exterior; daba estrincones por cada diez o veinte metros, lo que obligaba al Suzuki y al Porsche a circular a una velocidad no superior a los 30 kilómetros por hora. La ruta decidida por el conductor que guiaba el vehículo soviético era la que él había considerado principal: desde Chamartín por Agustín de Foxá, hasta Paseo de la Habana; después Alfonso XIII y, a continuación, Príncipe de Vergara hasta Serrano. A la altura de la antigua embajada de Estados Unidos tomarían López de Hoyos para atravesar la Castellana y entrar por Génova hasta la sede del gobierno de Chamberí. - No, no saben que sabemos que vienen a por nosotros… -repuso Romerales con un titubeo-. Al menos, eso creo. - Entonces, pienso que convendría que nos dispusiéramos a esperarles –declaró Corted-. Ya sabes, calcular por dónde van a llegar y recibirles a modo… - Pus vamos a ello. Cerramos el garaje y nos apostamos en la entrada –propuso el responsable de interior de Chamberí. - Vamos –dijo el coronel, que empezó a formular las oportunas órdenes a su ejército de Pancho Villa. - ¿Y qué se te ocurre que hagamos nosotros? –preguntó Cristino. - Aparte de rezar, si sabes: abandonar este despacho y ponernos a buen resguardo –propuso Corted-, nadie puede intuir lo que nos pueda llegar a ocurrir.

viernes, 4 de mayo de 2012

Intercambio de solsticios (355)

- ¿Y qué le decían. Que sabían que estaba dolido. Pero que eso no le haría olvidar que cuando las había necesitado, estaban “ahí”, a su lado, ayudándole. ¿Y era verdad? Bueno. Se parece un poco a tu caso con tu hija –respondió vagamente equis. Ya entiendo. Luego, las dos hermanas Jiménez se dirigían a Leonardo –explicaría equis. ¿Y qué le decían? –preguntó Brassens. Luego, como la que firmaba era Carmen, decía que le había encantado participar en su boda, que sé que os hicimos cambiar la organización y que fue maravillosa. ¿Qué había pasado? Primero, que Eugenia Jiménez no había querido asistir a la boda y no ofreció a su hermano ninguna explicación de su actitud… ¡Qué raro! Y no te creas que fue el único. Tampoco lo hizo otro de sus hermanos… ¿Y no dio tampoco explicación? –preguntaría Brassens. Tampoco. Lo segundo. Que primitivamente Leonardo quería casarse a la americana. Ya sabes: aquí te pillo, aquí te mato… tipo Las Vegas. El caso es que eso disgustó mucho a su madre, y al final acabaron casándose con madres y hermanos y algún amigo… No con todos los hermanos, según veo. Está claro. Ya. ¿Y qué más? Luego venía la despedida. Hablaban de cariño, que agradecían a la mujer de Leonardo sus sentidas líneas que ellas entendían perfectamente y terminaban diciendo que les querían mucho. ¿Y cómo se lo tomaron? –preguntaría Brassens. Bueno. Yo creo que el asunto estaba zanjado. Ella no esperaba contestación, pero la tuvo, y preguntó a su marido si quería que respondiera a ese correo. Él la recomendó que no lo hiciera. Y no lo hizo, supongo. Ahora podríamos pasar al siguiente capítulo… No, no lo hizo –admitió equis-. El siguiente capítulo se produjo el 27 de febrero de 2.011. había pasado mucho tiempo desde que se había comprometido a ello, pero finalmente Alberto Jiménez hacía llegar a sus hermanos la comprometida por él hoja de cálculo. Un poco tarde… Lo que pasa es que finalmente Alberto Jiménez había alquilado un apartamento y esa ocupación era la causante, según él, del tiempo de más pasado en la preparación de ese estudio… ¿Y qué decía este? Poca cosa. Como todos los documentos de este tipo señalaba los ingresos y gastos que afectaban a su madre de un modo concreto. Ya era un avance. ¿Nadie lo había hecho hasta entonces? –preguntó Brassens. Nadie.

jueves, 3 de mayo de 2012

Intercambio de solsticios (354)

Lorsen está obsesionada con la idea de la primera comunión de Pilar, así que decide pasar a una de las más difíciles de entre las ofensivas que tiene este asunto: la propia Pilar. Durante una visita que le hacemos ella y yo, su madre le habla de Eugenio, que es como se llama el cura. Según mi mujer es amigo mío. A pesar de que yo no le conozca. Lorsen quiere que nuestra hija no sienta un rechazo previo en relación con el sacerdote. Yo hago un gesto de extrañeza y Pilar lo nota perfectamente. En todo caso tengo muy claro que no le voy a seguir el juego. Pilar me mira fijamente y mueve repetidas veces la cabeza en señal de rechazo. Su negativa evidencia además la incomodidad que siente la niña en esos momentos, porque se agita violentamente y con furia -algunas veces yo mismo he puesto mi cabeza al lado de la suya durante estas agitadas expansiones, y puedo asegurar que el golpe resulta contundente-. Lorsen hace a su vez todo tipo de aspavientos para que acepte que Eugenio es mi amigo. Entre dos mujeres que reclaman de mí una decisión yo me mantengo en mis trece: No le conozco, de modo que no puede ser mi amigo. Intento en todo caso reconducir la situación. “¿Quieres que le regalemos un ejemplar de mi libro de tu parte?”, le pregunto. Pilar es una niña generosa –es verdad, aunque lo es siempre bastante más en relación con las cosas que son de los demás, suele ocurrir a menudo...- y me contesta que sí. Ahora no tiene escapatoria. “De acuerdo –reflexiono en voz alta-. Entonces ¿cómo vas a negarte a recibir a una persona a la que has regalado algo?" Vencida por la evidencia del argumento Pilar va perdiendo convicción en sus movimientos de rechazo y cesa en ellos. Finalmente su cabeza reposa tranquilamente sobre el extremo de su cama de hospital, ligeramente levantada de la horizontal.. Sin recurrir a la mentira he conseguido reconciliar a mis dos mujeres con sus criterios previos. Y es que estoy convencido de que a la niña no se la debe engañar. En cualquier momento ella se daría cuenta del ardid y eso le produciría una importante desazón de efectos imprevisibles. No hay que olvidar que está atravesando en la actualidad por la complicada fase de la adolescencia. Pilar se encuentra en un hospital; tiene una serie de funciones orgánicas limitadas, si se quiere atrofiadas por la ausencia de su uso. Pero no es tonta, ni retrasada. Nada de eso...