miércoles, 30 de octubre de 2013

La Garúa de Bracacielo (7)


Pero Federico Barrientos añadía un herrete más al collar de las actuales desgracias de Gowen Barrera. Ya en la cena a la que Carmen Escada  le había invitado -y en la que Barrera quería que esta nada supiera de los negocios que se traían entre ambos- Barrientos percibió un cierto interés de Carmen respecto de su persona; interés al que, por el momento este no haría ningún caso, pero que se vería notablemente acrecentado con la noticia que le proporcionaba Gowen.
De modo que no supo muy bien si mostrar o no sorpresa ante la inmediata llamada de Carmen. Debía parecerle muy natural, dadas las circunstancias. Y, por supuesto que Barrientos estaba más que preparado para aprovechar esa oportunidad.
La llamada de Carmen tuvo un punto de preocupación que muy pronto Federico descubría inconsistente.
Se citaron a comer. En el club de la Sociedad Bilbaina, como acostumbraba Barrientos. Él la esperaba sentado en una mesa del Bar Inglés, desde la que se dominaba el Paseo del Arenal. Carmen Escada pasaría ante sus narices sin verle, pero siendo vista por él -el cristal era opaco para los transeúntes-. Cuando Barrientos advirtió su todavía bella figura se dijo para si mismo:
"Estás de suerte, macho. Es algo más bajita que tú".
No mucho más, pero lo era en efecto. Barrientos había calculado bien.
Durante la comida ella desgranaría todos los argumentos de una mujer abandonada por un hombre que, además, se largaba con su dinero. Y es que Gowen Barrera pedía a su mujer cinco millones de pesetas para un negocio particular, cantidad que no le había sido devuelta.
El objeto del encuentro -según ella proclamaría- era que esa separación no le supusiera un coste adicional. Y Barrientos -que intuía ulteriores pretensiones por parte de la dama- estaba dispuesto a que sus declaraciones a lo largo de aquel almuerzo -como otras tantas mujeres, la Escada era una notable interrogadora- no perjudicaran la eventual prosecución de encuentros posteriores.
De modo que Federico Barrientos hizo lo que una mujer despechada espera de un futuro amigo, confidente y -¿por qué no?- amante: contar, repetir y hasta tripitir las escasas informaciones que su escurridizo marido le había proporcionado acerca de sus variadas actividades laborales. Llegarían incluso los dos comensales a introducirse en el siempre proceloso campo de las suposiciones.
Y Carmen daría comienzo con esta a una larguísima serie de confidencias respecto de las diferentes característica dd su marido -sin excluir de estas ni siquiera sus prestaciones como amante.
Para Barrientos, su comportamiento de aquella tarde no constituía sino la aplicación de la regla que decía: "En el amor como en la guerra, todo está permitido". Pero para Barrera, se trataba de una deslealtad.  Categoría esta que debía ser sometida a puntual revisión. Ya que constituiría caso de deslealtad consumada el que Barrientos proclamara a los cuatro puntos cardinales del universo las poco halagüeñas informaciones que respecto de aquel le proporcionaba su mujer, cosa que Federico nunca hizo.

lunes, 28 de octubre de 2013

La Garua de Bracacielo (6)


Habría, desde luego, un antes y un después de aquella conversación.
Antes de esta, sin llegar a ser verdaderos amigos, Barrientos y Barrera mantenían unas relaciones que bien podían ser calificadas de cordiales. Como se ha dicho, este llamaba con frecuencia a aquel, especialmente para pedirle favores en forma de gestiones particulares, que Barrientos acometía las más de las veces.
Pero había algo que les unió más que eso. Y Barrientos se acordaba perfectamente.
Fue allá por el año 2.000, cuando el PP de Aznar conseguía su primera mayoría absoluta. Estaban Ronnie y Barrientos tomando algo en el hall del hotel Ercilla de Bilbao -Ronnie quería colaborar como interventor en el día de las elecciones.-. En ese momento, Barrientos pedía a su amigo que le incorporase a su equipo para la realización de alguna gestión en el ámbito cultural, que San Bonifacio venia emprendiendo. La conversación se desarrollaría entonces y a lo largo del paseo que les llevaría al hotel en que se alojaba Ronnie. Y se prolongaría durante las semanas próximas.
Porque Ronnie San Bonifacio estaba a punto de ceder una parte de su finca, la Garúa de Bracacielo, a Andrés Ibarra una, con vistas a que el artista lo usara como una especie de lienzo de su creatividad. En ese espacio además se ubicaría la Fundación que llevaría su nombre.
El concurso de Federico Barrientos a esa causa consistiría en hacer uso de sus relaciones, en especial de las políticas -la finca de San Bonifacio estaba situada en el pepero territorio de Ávila.
Y, en tanto que Andrés Ibarra trabajaba las bellas piedras que el paso de los siglos habían curvado y reblandecido, Federico Barrientos movilizaba sus recursos. ¿El resto? Ronnie había cedido parte de su finca, un terreno que estaba en sus manos a lo largo de varias generaciones y pensaba que ya había culminado con eso la parte que le correspondía en el trato, y no le faltaba razón.
El caso de Gowen Barrera y de Miren Algorteberri era muy otro. Y muy pronto descubierto, con la incorporación de esta última a la órbita cultural de San Bonifacio y no transcurriría demasiado tiempo sin que el segundo se autopropusiera como candidato a gerente de la Fundacion. La respuesta de San Bonifacio fue del género antológico:
- Deberías ir a Londres, y prepararte en un master para directores de centros artísticos.
Para alumno de historial tan precario en cuanto a estudios se refería, dicha frase debió sentirla Barrera como una suerte de rejón de muerte.
Javier Ibarra. -otro de los componentes de la Fundacion que llevaría el nombre de su padre, mantendría una especial relación con el proyecto. A diferencia de su hermano -que era profesor universitario-, Javier había seguido el camino de su  padre y, a decir de San Bonifacio, no había realizado nada verdaderamente nuevo; de modo que sentía a la Fundacion como la forma más explícita de consolidar la imagen de su rival principal, que no era otro sino su padre.
De este -el artista- poco cabía decir, salvo que en lo referente a las cuestiones prácticas era un hombre imposible. Eso sí, se puso a trabajar sobre las piedras de la Garúa a riesgo de sus piernas, su columna vertebral y su corazón -hasta el punto del infarto-. Como a Ronnie, nada más le era exigible.
Pero Crucita, la mujer de Ibarra, era otro caso diferente. Una norma axiomática en el caso de los artistas expresa que deben contar con un cónyuge que compense sus carencias. Y Maricruz, a quien no faltaba buena voluntad, no la acompañaba esa facultad. Vivía ella el mundo pequeño del Basauri de su infancia y se conformaba con administrar el escaso peculio conyugal y con entregar una paga -o asignación semanal- a su marido.
Y como el mundo de Maricruz era estrecho, estrechas eran también sus obsesiones. Y cuando San Bonifacio elegía a un abogado para que organizara las cuestiones jurídicas de la Fundación, ella no dudaría en proponer el nombre de su abogado en Bilbao, de cuya inenarrable aparición hablaremos más tarde.
Y Federico Barrientos se dedicaría a mover sus contactos. Nada más y nada menos.
Con estos mimbres nacía el pre-patronato de la Fundación Ibarra, cuyo mera denominación no seria precisamente pacifica.

miércoles, 23 de octubre de 2013

La garúa de Bracacielo (5)


Gowen generalmente se presentaba bien. Era un tipo cordial y tenía algún que otro buen contacto. Entre los cuales, el del escultor y pintor vasco Andrés Ibarra; y de su época gubernativa no dejaba de tener amigos que contaban con cierta raigambre política, por lo general en su ámbito más propio, el socialista.
De modo que la etapa de gobierno del PP -que transcurría en los 8 años situados entre 1996 y 2004- le cogían literalmente descolocado.
Hombre de recursos donde los hubiera, Gowen se apuntaba al Patronato de la Fundación para la Libertad, que era un centro político-cultural ideado por Jaime Mayor Oreja para promover lugares de encuentro entre socialistas y "populares". En esa institución, además de verse agraciado con la Orden del Mérito Constitucional y el titulo de Excelentísimo Señor que llevaba la reseñada condecoración,  tuvo Barrera la oportunidad de conocer a Barrientos.
Y no es que Gowen se convirtiera en el "alter ego" de Federico, pero sus llamadas eran constantes y no pasaban quince días sin que se vieran -a iniciativa siempre de Goby, por supuesto-. Le ayudaría en su Fundacion Santillana, en su inversión de purines y hasta compartirían mesa y mantel los jueves por la noche en el hotel López de Haro -por supuesto, de Bilbao- con, estos si, egregios socialistas.
Pero Gowen era de los que aprovechan la educación para pedir sin entregar nada a cambio, hasta el punto de cruzar líneas manifiestamente rojas -como pedir una implicación del Ministerio de Industria del PP, toda vez que Rajoy había perdido las elecciones del '04- pero, no satisfecho ante las consideraciones de Barrientos, que por lógica precaución democrática se negaba a realizar tal gestión, Barrera le insistía una y otra vez.
En una de aquellas ocasiones, Carmen Escada le invitaba a sumarse a una cena con el pintor Ibarra y con su mujer. Primero tomarían una copa en la espectacular terraza de su casa y luego saldrían a cenar. Muy pocas horas antes, Barrientos recibía una llamada de Gowen en la que le advertía:
- No le digas nada a Carmen de lo de Santillana. No tiene ni idea.
Acostumbrado como estaba Barrientos a comentar todas las incidencias de su vida con su primera mujer, ese secretísimo le pareció incomprensible. En todo caso se había comprometido con Barrera y de su boca no salió la menor noticia al respecto.
No pasaría la semana siguiente sin que Gowen Barrera le citara para tomar un aperitivo. Fue, como casi siempre, en la Bilbaina. Y Goby le ilustraría con su complaciente versión de los hechos. En aquel encuentro, Barrera haría mención a una pretendida amistad entre ambos, pero hay que decir que Barrientos recibiría la noticia de una forma muy diferente.

lunes, 21 de octubre de 2013

La Garúa de Bracacielo (4)



Gowen Barrera era un tipo fornido, la estatura alta y la expresión simpática -y un punto dicharachera-. Su aprovechamiento intelectual había sido escaso, lo quequizás fuera debido a una excesiva tendencia a las francachelas nocturnas y a las expansiones en todo tiempo y lugar; por eso, aunque daba comienzo sus estudios en la otrora prestigiosa Universidad de Deusto, los concluía en la definitivamente carente de prestigio de la sedicente facultad de Derecho de La Laguna.
No obstante lo cual, Goby sacaba uso de su cualidad principal: su gancho con las damas, que se derivaba de un cierto cultivo de las buenas maneras y de un aspecto personal relativamente agradable.
Triunfador Barrera en el ámbito femenino, esa constituyó su mayor ventaja a lo largo de su vida, una ventaja que el anglo español sabría explotar no sin cierta habilidad. Es evidente que además, en país tan poco poliglota como el nuestro, su dominio del inglés le abriría no pocas puertas.
Centrándonos ahora en sus relaciones con el otro sexo, además de los habituales escarceos juveniles -que no fueron pocos en su caso-, a su regreso a Bilbao, terminados sus poco exigentes estudios, Goby se encontraba con una joven bilbaína, de rancia buena familia -también de "toda la vida", habría proclamado este sin duda- que era una de esas gallardas tiarronas que solo producen las tierras vascas.
Permítasenos un ligero apunte social. Barrera era una expresión, químicamente pura de eso que se llama "clase media". Ese origen era el de su padre, y su madre, por muy inglesa que fuera, pertenecía a esas huestes que asolan la isla británica, con sus chalets pareados, sus adefesios en el vestir y sus atentados gastronómicos. A pesar de ello, Gowen conseguía siempre emparentar por encima de sus posibilidades iniciales.
Y, era su primera mujer, de izquierdas. Una de esas no tanta "rara avis" de la burguesía liberal bilbaína, que a base de compartir ideas anti nacionalistas con los socialistas, se pasaban ardorosamente a sus filas.
Gowen compartía también esas creencias. Pero el suyo era un socialismo tamizado por un barniz de tipo "british". Muy tradeunionista y tenido de populismo laborista, lo que sin duda le ayudaría no poco en su trayectoria política posterior.
El panorama político vasco se iba aclarando. Después de algunos años de hegemonía nacionalista en el Parlamento de Vitoria, provocado por la ausencia en sus escaños de los batasunos, y de la escisión en el PNV, consecuencia a su vez de la bicefalia  Arzalluz-Garaicoechea, el partido socialista se convertiría para mucho tiempo en firme valedor del nacionalismo moderado de Ardanza. Y Barrera, que gracias a su bien relacionada esposa, había vegetado en algún oscuro despacho de la asesoría jurídica de la otrora Iberduero, pasaba a traductor de inglés industrial en el Departamento correspondiente del Gobierno vasco con rango, eso sí, de Director General.
Poco aguantaría su primera fémina la cortedad del político en ciernes. Y es que, si la cama es el espacio más habitual de ciertas desavenencias conyugales, es en el momento posterior a la consumación sexual cuando se comprende muy bien si lo acontecido era solo un polvo o algo más.
Y Gowen, para la lista bilbaína era solamente eso: un polvo. De modo que el afamado personaje político debía hacer por primera y única vez -hasta el momento- sus maletas. La segunda, ni siquiera las pudo recoger: un cerrajero cambiaba la llave de la casa de su mujer y el angloespañol tomaba las de Villadiego hacia Cortefiel.
Fue entonces cuando le empezaría a tratar Barrientos.

jueves, 17 de octubre de 2013

La garúa de Bracacielo (3)


Conocía Mireia a su novio, el anglo español Gowen (Goby) Barrera hacia ya algún tiempo. Era-según expresión de este ultimo- "una chica de toda la vida de Algorta", lo que venia a decir que la conocían hasta las más antiguas de las piedras que contenían las olas en el el Puerto Viejo de la localidad vizcaína. "Goby" aparecía sin embargo en la vida de la Algorteberri toda vez que su segunda mujer le dejaba literalmente con lo puesto en la puerta de la.casa, tanto que Gowen debería procurarse de un crédito y acudir a las rebajas de Cortefiel al  objeto de encargarse una buena colección de trajes azul marino, corbatas granates (por aquello de que el señor era socialista, pero este asunto queda solo apuntado en este momento). A su vez, Mireia dejaba poco menos que al borde de la extenuación y a pocos meses del final de sus días, a su primer y único marido y padre de sus hijos; con lo que se demuestra que no era, la señora, mujer de excesiva paciencia.
No la supuso, empero, esa decisión una pérdida de su no excesiva lozanía. Mantenía ella su legendaria prestancia. Tan legendaria esta que se cernía sobre unos labios finos y ambiciosos, un ceceo inconstante y una coquetería que no terminaba en la concupiscencia dado el escaso palmito de la vizcaína -si bien, no dejaban esos gestos de producir una cierta confusión entre sus interlocutores masculinos.

lunes, 14 de octubre de 2013

La garúa se Bracacielo (2)


En esa finca transcurriría buena parte de esta historia.
Pero, por empezar por el principio, Federico Barrientos no conoció a Ronnie San Bonifacio en su finca de Ávila, ni siquiera en Madrid -ciudad a la que el bilbaíno Barrientos acudía con relativa frecuencia-. Debía ocurrir esa circunstancia en Vitoria. Parlamentario vasco, la sede central de esa institución se encontraba en la capital alavesa- y un compañero de colegio, nacido como él en Bilbao le invitaba a compartir almuerzo con Ronnie y otros comensales.
- Es un tipo muy interesante -le dijo.
Pero apenas si pudieron cruzar una palabra. Quiso la distribución de la mesa que Barrientos ocupara una de las cabeceras y Ronnie la otra. El resto lo cubrían un grupo fraternal de masones -Ronnie lo era también- que emplearon el almuerzo en desarrollar cuestiones de interés común.

Por ese motivo, la oportunidad del conocimiento verdaderamente tal tuvo que esperar algunos meses. Los que mediaron entre esta primera comida vitoriana y la segunda, que tendría también lugar en la capital de la Comunidad Autónoma vasca.
Se produjo esta como señal de agradecimiento de un grupo -en el que también se encontraba San Bonifacio- ante  la gestión realizada por Barrientos con su compañero de partido y alcalde de la ciudad de Vitoria, por la cual Ronnie podría exponer una muestra itinerante de su propiedad en un edificio oficial.
- Te invitamos a comer -le dijo Mireia.
Mireia Algorteberri era una mujer que se situaba en sus relativamente aceptables 50s. Morena, la estatura corta y la expresión amable -aunque escondiera esta ultima cierta mala uva, que era característica de muchas mujeres de aquel país-. La "neska" había conseguido, por mediación de su novio, un contrato con San Bonifacio para que esta le asistiera en la promoción de sus actividades culturales, gestión para la cual Mireia carecía de especiales aptitudes, pero por la que recibía una remuneración, poco razonable, dadas sus personales circunstancias.

martes, 8 de octubre de 2013

La Garúa de Bracacielo (1)


Había transcurrido mucho tiempo -tanto como 4 años- desde que Ronnie y él se volvían a ver. Vestido informalmente, como acostumbraba -niqui de manga corta y desteñidos pantalones de dril azul- el marqués de San Bonifacio se acercaba al stand del parque del Retiro, en la feria del libro de Madrid, donde Federico Barrientos firmaba ejemplares de su última novela publicada.

Lo que en ese caso hacia Barrientos al citar a Ronnie era realizar una especie de convocatoria sin convicción. Le había aparecido su nombre en su directorio de correos y lo incorporaba a sus envíos, nada más. Era casi seguro que daría la callada por respuesta.

Pero allí estaba. Su sonrisa abierta de siempre y acompañado por su hijo, ese muchacho independiente que desaparecía de la casa central de la finca y se despedía de su padre para dar una vuelta por los campos que algún día serian suyos y de su numerosa estirpe de hermanos.

¡Qué recuerdos le traía a Barrientos la espléndida finca abulense de Ronnie! Situada en el municipio de Galende, lindante con otra de la larga prole del Conde de Romanones, Garúa de Bracacielo -como se llamaba aquel paraje- era un territorio espectacular de rocas redondeadas por los vientos de los siglos y encinas centenarias que hundían sus poderosas raíces en la tierra.

lunes, 7 de octubre de 2013

Despedida... pero no cierre

Queridos amigos seguidores de este blog,

Con la entrada publicada el pasado viernes, concluía la historia "NER. Mensqjes cruzados". Una narración desde la comunicación, vía SMS, de una historia de amor que -en este caso- no tuvo un final feliz... ¡O vaya usted a saber!, que nadie sabe dónde se encuentra la felicidad.

Esta semana me propongo dar inicio a una nueva historia. Su título: "La garúa d Bracacielo". Una lluvia fina, como el "sirimiri" de Bilbao, cayendo sobre una finca abulense.

Espero que os guste.

jueves, 3 de octubre de 2013

NER. Mensajes cruzados (y 56)


“Helenka y yo nos encontramos por casualidad un día en que los dos comprábamos entradas para un concierto. La reconocí porque era la amante de un hombre que conocía muy bien. Recientemente habían decidido casarse. Aquello fue una catástrofe para mí porque desde el primer momento que me la presentaron me enamoré de ella. la convencí para que tomara una copa conmigo. Era la primera vez que estábamos solos desde que nos conocíamos. Era adorable y yo hablaba mucho y muy deprisa porque estaba nervioso por mis sentimientos hacia ella que supuse dolorosamente evidentes.
Paseamos por Central Park y hablamos de montones de cosas. Yo le hablé de un libro que pensaba escribir y de mis planes de irme a vivir al oeste. Ella habló con entusiasmo de su próxima boda, pero a mí me pareció demasiado entusiasmada, como si tratara de convencerse a sí misma más que a mí.
De pronto empezó a llover. Nos refugiamos en un paseo subterráneo para evitar el chaparrón. Recuerdo que pensé en lo maravillosa que era y en lo bonita que estaba en aquel momento, y quise decirle muchas cosas porque mis sentimientos se enroscaban en mí cada vez más. Y creo que ella lo sabía todo y le daba miedo. Sin embargo algo instintivo me dijo que si la besaba ella me respondería (Se besas apasionadamente). Su beso estaba lleno de deseo y supe que no podía compartir aquella sensación con nadie más. Entonces se elevó un muro y de repente quedé excluido. Pero ya era tarde, porque sabía que era  capaz de una pasión intensa, si algún día quería permitirse sentir”.

(Woody Allen. Another woman –Otra mujer).