domingo, 26 de noviembre de 2023

Las nanas -lullabies- de Cohen

Cuesta quizás algún trabajo pensar en que Leonard Cohen compusiera canciones de cuna. Sin embargo, existen en su haber dos nanas, aunque de contenido muy diferente.


La primera, "La nana del cazador" (Hunter's lullaby) contenido en su disco “Various positions”, de 1984, es la historia de la canción que se dirige a un niño, el hijo de un cazador que se adentra el “bosque salvaje”, “a través de la plata y el cristal” -quizás los charcos, las lagunas, los ríos…-. Se trata de un terreno difícil, salpicado de “arenas movedizas o arcillosas”.


El espacio por el que se interna el cazador resulta solamente apto para la avaricia, no para el espíritu, que exige una determinada altura, una singular generosidad. Y se trata de un territorio al que no podrá acompañarle la madre del niño al que se canta la nana, aunque conozca el camino. Ella cuidará de su hijo.


Va, por lo tanto, el cazador hacia su presa, una bestia que jamás logrará encadenar, que no se deja dominar. Dejará atrás a un niño durmiente y a las bendiciones que le dedicaba antes de emprender su ruta.


Se trata de una expedición arriesgada, porque el cazador ha perdido su amuleto de la suerte, pero también el corazón guardián (una suerte de ángel de la guarda) que le protege de todo daño. De modo que, a través del narrador, se despide de su hijo y exige que no detengan su marcha.


La canción deja un rastro de amargura en la boca. En un primer plano, Cohen nos refiere esa historia habitual de la vida tradicional: el hombre sale de su casa en busca de sustento, dejando en ella a su mujer y a su hijo. La caza se hará en un territorio hostil, una jungla en realidad, pero al cabo eso mismo es la vida.


Pero nos quedaríamos cortos si detuviéramos aquí la más plausible de las explicaciones. Renunciando a comprender las últimas estrofas del poema caeríamos en una interpretación apenas banal del mismo. Porque, en realidad, el cazador se dirige hacia su propia destrucción. Existe algo en estos versos que se expresa con frecuencia en el universo poético de Cohen: el hombre que va hacia la muerte, como si la vida no consistiera sólo en una lucha cotidiana por la supervivencia, porque, al cabo, es tan breve, a veces tan triste y tan desprovista de significado que más vale acabar. Dignamente, por supuesto, peleando en ese territorio comanche con el que nos encontramos a diario.


No es ésta canción de Cohen similar a su otro tema "Avalanche" -al que dedicaré un comentario en otra ocasión-, respectó del cual alguien dijo que contenía una cuchilla de afeitar -algo así como una invitación al suicidio-, pero esta "nana del cazador" parece más bien la "nana de la zozobra”.


Muy diferente a ésta es la canción de cuna que se contiene en su álbum "Old Ideas" publicado en el año 2012, justo  en el momento de la reaparición pública del poeta canadiense después de su desastre financiero.


Se trata de una nana de factura clásica, intimista y tranquilizadora. En ella, Cohen pretende relajar a un niño, quizás a su nieta Viva, a la que la hija de Cohen, Lorca -por Federico García Lorca- tuvo como madre soltera, ayudada para ello por el también cantante canadiense Rufus Wainwright -que tiene en su repertorio diversas canciones de Cohen-, y por la pareja de Lorca, el administrador de arte, Jōrn Weisbrodt.


La nana pide al bebé que se duerma. Los días se escapan más velozmente de lo que el niño sería capaz de advertir. Y el viento ulula en los arboles como si hablara en diferentes idiomas.


El estribillo regresa sin embargo a una sensación cara al poeta; la melancolía. Si tu corazón está triste -le dice-, no sé muy bien porqué; si la noche resulta muchas veces larga... te canto esta nana.


Y Cohen le narra un cuento. Es un ratón que se comió una migaja de pan, en tanto que el gato hizo lo mismo con la corteza. El ratón y el gato, animales complementarios, se han enamorado y ahora hablan en lenguas que se entienden, a pesar de que son distintos, como las que susurran las ramas de los árboles. Olvida niño eso de que los gatos se comen a los ratones…


Una armoniosa melodía sirve de acompañamiento equilibrado de los versos. Y las voces del coro femenino constituyen el contrapunto perfecto de los murmullos de Cohen.


viernes, 17 de noviembre de 2023

Agustín Ibarrola

Se hace difícil decir adiós. Y a medida que pasa el tiempo pronunciamos muchas veces -quizás demasiadas- esta palabra.  Hay despedidas que apenas sí se hacen desde la lejanía, algo así como si nos diéramos cuenta de que el que se ha ido representaba en nuestra vida un papel secundario, un pariente lejano, sólo un conocido. Se trata de gentes que no han dejado rastro y muy poca memoria en nuestras existencias. Con Agustín Ibarrola no ha ocurrido eso, Agustín -para los que hemos sido sus amigos- fue algo más que una persona especial,  fue una experiencia de tal importancia que uno da gracias a la vida -como en la canción- porque ésta te ha ofrecido la oportunidad del trato, la frecuentación de un cariño tan especial como el que prodigaba Ibarrola.


Agustín se ha ido en el silencio de un final como ya viene siendo habitual en estos tiempos que vivimos, en los que la ciencia alarga la vida física pero no ha conseguido que la mental camine de la mano. Y en la desmemoria del que se ha visto afectado por esa situación emergen tus recuerdos. Y ves venir a Agustín, con ese abrazo de afecto, intenso, que casi nadie ofrece ya en estos que son tiempos de desconfianza,  en los que el recelo ha sustituido a la entrega. Porque en su amistad no existía sobreactuación ninguna, todo en él era disposición y generosidad. 


Esa primera sensación en el conocimiento, en el trato, era preludio para el descubrimiento de una persona singular. Y la singularidad de Agustín se construía de trabajo, de investigación,  de colaboración con otros artistas o de creación propia. Ahí está París y su equipo 57, pero también Oma, o las traviesas, o Garoza y sus piedras.


Y también está allí la cárcel y su obra que salía clandestinamente y de la que un medio de la prensa británico dijo que era como un Goya de los tiempos contemporáneos. Una cárcel que sería preludio de otra, y éstas de una tercera, que fabricó de amargura la vida de un artista que fue antifranquista en ese tiempo y que sería antiterrorista y antinacionalista en éste.


Y esos dos "antis" situaron los perímetros de su exilio personal.  Franco no permitiría su éxito y el nacionalismo no le acogería entre los represaliados que habían conquistado la democracia.  La proyección artística de Ibarrola no podría escaparse de este fatídico sino, y cuando Alfredo Melgar le ofreció Ávila y Muñogalindo como alternativa, no hubo instituciones privadas que quisieran apostar por su fundación. 


Pero Agustín continuaba poniendo obra en su camino, con independencia de su posteridad o de su olvido. Ahí está Llanes, Allariz o Garoza. Allí está -o estaba- Oma, sobre todo. Porque Ibarrola, como un pulgarcito de los tiempos modernos, iba poniendo migas de pan que le permitieran regresar de su viaje hacia el arte concebido como la primera expresión del hombre que traduce en signos su relación con la vida. Altamira o Santimamiñe, el arte primitivo, la identidad ancestral que por eso es universal. 


Y Agustín se ha ido dejando detrás de él un obra que le pervivirá -buena parte de ella en manos privadas-, y al recuerdo de un hombre que por serlo ha dejado en nuestro recuerdo ese sabor agridulce, el magnífico de su persona, al que se une al ácido del maltrato que sufrió por las instituciones que quisieron apartarle en un recodo de su camino. Porque esa mala política a la que estamos tan acostumbrados sólo sabe de utilizar a los hombres en su propio provecho, en especial cuando los hombres de una pieza -como lo era Agustín- no se someten a sus intereses.


Pero yo, figuradamente, porque no la uso, me quito la boina ante el paso de su cortejo fúnebre, y proclamo: ahí yace un gran artista que fue -si cabe- el mejor de los ciudadanos. 


viernes, 10 de noviembre de 2023

Alejo

Escribo estas letras desde la conmoción que siento después de conocer el atentado que ha sufrido Alejo Vidal-Quadras. Es lo único que sé hacer. Otros podrán protestar, gritar, incluso llorar. Todas las respuestas son posibles, todas son además imprescindibles a condición de que respeten la libre expresión pacífica de las ideas. “El pensamiento no delinque”, decía don Antonio Maura; el delito está en los que actúan en contra del Derecho. Y la única arma que está en mi mano es la palabra, y a ella me acojo.


Un gesto instintivo, un movimiento de cabeza, le ha salvado la vida. Y lo primero que quiero expresar son mis deseos por una pronta y total recuperación de Alejo. Su testimonio existencial, su lucidez, su sabiduría irónica nos son más necesarias ahora que nunca. No hay, por desgracia, mucha gente como Alejo en esta España que se interna en territorios de peligro, en unas arenas movedizas que amenazan con tragarnos a todos mientras que algunos aseguran que los españoles sólo nos preocupamos por la inflación, los servicios sociales o la educación de nuestros hijos. Pero no es así tampoco, hay ya mucha España que está clamando por revertir este estado de cosas.


Porque lo que está quebrando entre nosotros no es la Seguridad Social, la eficacia de la Administración pública, la utilización del agua en momentos de sequía… que también, con ser estos y otros problemas de importancia, en España está en grave peligro la convivencia, lo está el estado de derecho que la garantiza, lo está la separación de poderes, la democracia de la que ésta es expresión, y la libertad que es el manto que acoge todos los principios, valores e instituciones que separan la civilización de la tribu.


Por lo que parece, Alejo ha declarado que los autores del atentado podrían encontrarse conectados con el régimen de los ayatolás iraníes. No sería la primera víctima de la persecución intolerante de ese sistema teocrático. Sin necesidad de ir más lejos, recuerdo que en el verano de 2018, en la asamblea anual que la resistencia iraní organiza en las afueras de Paris, unos sicarios pusieron una bomba de gran potencia que no llegó a explosionar. Yo estaba allí entonces; pero había otros representantes públicos españoles también, y franceses y senadores de los Estados Unidos…


El atentado contra Alejo me acerca además al recuerdo de los tiempos más duros que viví en aquel País Vasco en el que la disidencia política la ventilaban los asesinos a tiros y bombas adosadas en los bajos de los coches; donde la polarización social se manifestaba en los bandos de quienes luchábamos por ser libres y por defender la libertad de todos y los que miraban hacia otro lado, “recogiendo las nueces”, intentando imponer su modelo insolidario en medio de los muertos, los heridos y los chantajeados por el terrorismo. 


Me recuerda Alejo a Gregorio Ordóñez. Hago memoria de los dos por su valentía, por la claridad de sus ideas, por su dignidad ciudadana. Hombres situados en la encrucijada que escucharon las sabias palabras de Dante, cuando declaraba que el lugar más horrible del infierno quedaba reservado a los que en tiempos de grave crisis moral mantienen la neutralidad.


Existe una delgada frontera entre la convivencia y su cancelación, y se encuentra en la voluntad de los responsables políticos, de las élites sociales y económicas, del común de las gentes, cuando unos u otros deciden que las normas que rigen nuestro normal modo de vida no les son aplicables, cuando la ley de la selva subvierte el estado de derecho.


Me gustaría que todos los que -propios y extraños- nos están conduciendo a lomos de caballos encabritados y enloquecidos decidan parar y reflexionar, que se tiendan puentes hacia la comprensión del contrario, despejando de la ecuación de este juego el de la suma cero en el que lo que pierde uno lo gana el otro, que es la mejor manera de que perdamos todos. Me gustaría, pero no veo que exista mucha voluntad de sujetar las riendas y frenar la deriva hacia el desastre.


Y me gustaría para terminar -lo último, pero no lo menos importante en absoluto- que los autores de este bárbaro atentado sean descubiertos y puestos a disposición de la justicia y que sus motivaciones y los objetivos de su crimen puedan ser conocidos más pronto que tarde, que quienes pudieran encontrarse detrás de esa actuación cobarde sean también identificados y afronten sus responsabilidades penales. Que esa sábana de silencio que ha tapado tantos hechos gravísimos a lo largo de nuestra historia no se cierna también sobre este hecho.


Por mi parte sólo me queda decir que seguiré luchando desde la palabra por la libertad de todos nosotros, como lo he hecho siempre a lo largo de mi vida, como lo ha hecho Alejo, y estoy seguro de que lo continuará haciendo.


Desde esta tribuna… ¡mucho ánimo, amigo!






domingo, 5 de noviembre de 2023

20 años sin Mario

Septiembre de 2003. Muy pocas semanas antes le dejaba, junto a Esozi -su mujer- y su hijo, en la isla de Lanzarote, que era el lugar apacible y situado a una más que razonable distancia del País Vasco en el que ellos pasaban sus vacaciones y yo tenía un apartamento. Yo había enviudado unos pocos meses antes y el encuentro con el matrimonio Onaindía constituía una oportunidad para la compañía y para mantener una inteligente conversación con ellos, en unos soliloquios que Mario convertía en verdaderas construcciones de sentido común y de profundidad intelectual irrepetibles e impagables, en tanto que su hijo correteaba con mi perro, al que había puesto por nombre el del cantante francés, Bécaud.


Calzaba de manera invariable Mario por aquellos tiempos unas sandalias y tenía los pies cubiertos por unos calcetines. "Parezco un guiri", se reía él de sí mismo, como si no hubiéramos advertido que era su enfermedad la que transformaba sus extremidades en verdaderos témpanos de hielo, incluso en pleno mes de agosto.


Porque la ironía, la mordacidad, eran características de Mario, que parecía a veces tan distanciado de su sombra que ésta, como la de Peter Pan, pudiera volar más allá de su propietario y tuviera que ser recosida en ocasiones para no perder su condición de tal. En este sentido recuerdo una de sus soflamas -siempre mesuradas, siempre cargadas de buen sentido, nunca exentas de dureza- contra el entonces presidente Zapatero, y que concluía con una amplia sonrisa, a la vez que nos aclaraba:


“Creo que soy presidente del partido que dirige este hombre… en Álava” -declaraba entonces como colofón a sus palabras.


Había detrás de él un largo derrotero político y personal. El proceso de Burgos, las dos penas de muerte y la condena a 51 años de prisión... pero además un largo proceso de reflexión que le llevó, primero, al abandono de la violencia, y después, a rechazar abiertamente esa vía. De la revolución pasaría a la reforma; y desde luego que, siendo una buena, inmejorable, persona, no caería en ese "buenismo" que caracterizaría a algunos políticos de su época.


Conocía Mario demasiado bien el mundo de ETA como para verse engañado por su palabrería, su chulería y sus mentiras. Sabía que lo poco o mucho de romanticismo bandolerista que había tenido en sus inicios, hacía tiempo que había desaparecido. Que aquellos primeros militantes que arriesgaban su pellejo en los atentados habían quedado sustituidos por los que accionaban una bomba a distancia, adosada a una bicicleta, con un móvil, como la que asesinó a Manolo Zamarreño algunos años más tarde.


No milité en su partido, al menos en los tiempos en los que su Euskadiko Ezkerra -o la parte de ella que ingresó en el PSOE-, pero sí le recuerdo presidiendo una asamblea de ¡Basta Ya! Algunos bienintencionados miembros de esa plataforma en Vizcaya pedimos -yo mismo, en concreto- que se convirtiera en una asociación, con unos estatutos, una directiva, una asamblea y una transparencia en su dación de cuentas -recibía al fin y al cabo recursos públicos-. Recuerdo que Mario me observó con una de sus largas miradas, dando después la palabra a otro componente del grupo. No hubo debate.


Y era que los fundadores de aquel grupo -y que algún tiempo más tarde crearían UPyD- creyeron que, en la medida en que ¡Basta Ya! careciera de estructura jurídica, podía ser activada y desactivada según la voluntad de sus dirigentes. Ese mismo sentido de patrimonialización del proyecto lo pretendieron llevar a UPyD, pero esta es otra historia.


20 años sin Mario. Dos o tres españas distintas, tres o cuatro países vascos que se dirían irreconocibles unos respecto de los otros, si no entendiéramos las claves de su deterioro, la deriva a la que están condenadas las sociedades que crean, destruyen y son incapaces de reconstruir a sus élites, a sus mejores. A la ocupación y "okupación" de los puestos de responsabilidad por los más mediocres y a una ciudadanía que -de tan acostumbrada como está a obedecer- carece de resortes para reaccionar por sí misma.


La nostalgia del recuerdo de Mario, de Esozi y de su hijo correteando con un alegre fox terrier al que no quisimos cortar la cola... por eso de que estética y libertad no es necesario que vayan siempre cogidas de la mano.