lunes, 28 de julio de 2014

Mis vacaciones con Aski (9)


Cuando llegaba la noche, una vez que el perro había perdido todos sus recelos respecto de los moradores de nuestra casa y abrigado el cariño correspondiente, ya no hacia caso de las llamadas de los hijos de su dueña, requiriendo que volviera a su casa. Y como sabían estos de sobra que se encontraba con nosotros, se venían hacia nuestro jardín para recogerlo.

Hubo una noche en la que yo salía de la casa. -yAski detrás de mí, como era natural-  atendiendo las voces de mis vecinos. Había un coche aparcado junto a la entrada, y el perro -sabiendo sin duda que había llegado el momento de abandonarme y sin ninguna ilusión de hacerlo- se escondía debajo del vehículo. Tuve qué sacarlo, cogerlo en mis brazos y entregarlo a su dueño, en tanto que recibía una triste mirada por su parte y, por la mía. Me asaltaba también la desazón por su marcha.

De modo que la noche siguiente serían sus propias dueñas -madre e hija- quienes se acercarían para llevarlo a su casa. Y esa fue una buena oportunidad para los comentarios y el reporte de cariños mutuos y del comportamiento del teckel. Ahora no recuerdo muy bien si esa misma noche recibió Aski permiso para quedarse en casa. Fuera o no en aquel momento, el final de ese mes de agosto, el perro ya no volvió a la que había sido su residencia en los tres años de vida que habían transcurrido por él.

Adquirió pronto la costumbre de acompañarnos al principio de nuestras cenas, obteniendo así la ración de comida que le proporcionábamos: jamón, queso, alguna galleta para perros que él disfrutaba sin reparo alguno. Pero, cuando sonaban las campanadas de las 10 en el reloj de la iglesia, Aski subía las escaleras y se encaminaba hacia nuestra habitación para acostarse en la butaca donde yo acostumbro a echar la siesta: su hora ya había llegado... o, casi.

Porque, no contento con nuestra actitud, y necesitado de compañía, en ocasiones ladraba desde el distribuidor del primer piso, por ver si nos decidíamos, como él, a dar por concluida nuestra jornada.y, ya que no era el caso, finalmente el perro bajaba al salón y se acomodaba en un sofá hasta que, terminada nuestra cena, bajábamos a ver algún programa de televisión. Entonces, el teckel escogía otra butaca o el suelo, hasta que decidíamos que había llegado el momento de recogernos.

miércoles, 23 de julio de 2014

Mis vacaciones con Aski (8)


Y las visitas de Aski se hacían cada vez más frecuentes. Se atrevía con el salón, subía a los sofás y comía jamón York como un descosido. Y pasaba ya, prácticamente , todo el día con nosotros, además del paseo de la mañana.

Mis siestas eran sus siestas. Y, cuando me disponía a abrir mis libros o a trabajar en mi ordenador durante la larde, el perrito acompañaba mi trabajo durante un rato. Pero, a poco de dar las 6 en el reloj de la iglesia, el teckel se ponía a ladrar y a gruñir. A buen entendedor..., ya se sabe:el perrito estaba reclamando su paseo de la tarde.

Se trataba siempre de un paseo más liviano que el matutino. Pero Aski obedecía mis instrucciones y estaba siempre pendiente de mis evoluciones. O casi siempre. Hay un momento en el que le controlas, que es el segundo en el que el teckel duda de sí arremeter o no contra el rebaños de ovejas que pastan en el prado. Sí en ese  segundo le ordenas que no ataque al ganado, te obedecerá. Pero como dejes pasar ese segundo, ya no hay remedio: el instinto se habrá apoderado de él y sólo cuando se sienta íntimamente satisfecho -quince o veinte minutos después- el perro volverá hacia ti y tu obediencia.

Cuando llegaba la noche, una vez que el perro había perdido todos sus recelos respecto de los moradores de nuestra casa y abrigado el cariño correspondiente, ya no hacia caso de las llamadas de los hijos de su dueña, requiriendo que volviera a su casa. Y como sabían estos de sobra que se encontraba con nosotros, se venían hacia nuestro jardín para recogerlo.

Hubo una noche en la que yo salía de la casa. -yAski detrás de mí, como era natural-  atendiendo las voces de mis vecinos. Había un coche aparcado junto a la entrada, y el perro -sabiendo sin duda que había llegado el momento de abandonarme y sin ninguna ilusión de hacerlo- se escondía debajo del vehículo. Tuve qué sacarlo, cogerlo en mis brazos y entregarlo a su dueño, en tanto que recibía una triste mirada. Por su parte y, por la mía. Me asaltaba también la desazón por su marcha.

domingo, 20 de julio de 2014

Mis vacaciones con Aski (7)


Le insistíamos en que se internara en la casa todo lo que quisiera. Pero Aski es un teckel, que es un perro con su propia personalidad. Y las decisiones las toma siempre él mismo, de acuerdo con su conveniencia y su criterio.

Aski acabó entrando en casa. Primero fue un pedacito de jamón York -que él aceptaba como por no despreciar nuestro regalo-. Luego se fue atreviendo con el resto.

Un día llegaría hasta el salón. Tres altos escalones lo separan de la superficie de la entrada. Y el teckel tiene -ya lo hemos advertido- la pata corta y el cuerpo alargado con lo que de manera invariable su tripa debía rozar los peldaños, con el consiguiente disgusto en el perrito. Pero su curiosidad podía sobre la dificultad y Aski se hacía propietario del salón.

Pero no le había de faltar su inconveniente a la gestión. Un reposapiés balanceante -recuerdo de un viaje a Alemania-, situado junto a una de las butacas en las que acostumbro a echar la siesta fue objeto de la atención del perrito. Con la mala fortuna de que el movimiento del artilugio, impulsado por él mismo, le devolvía al duro suelo.

Esa circunstancia le hizo abrigar reparos con respecto al salón, hasta donde no se atrevió a internarse. Otra cosa era el piso de arriba y los misterios que ocultaba. De modo que, con harta y fatigosa escalada, el teckel ascendía esa escalera hasta situarse en esa planta. Por descontado que husmearía en todas las habitaciones. Pero llegaría el momento en el que Aski consideraba oportuno bajar. El inconveniente era que la escalera está bastante abierta y las sensanción del perrito debía ser que en cualquier momento se podía colar entre los barrotes protectores y darse el gran tortazo.

De modo que se puso a gemir. Y los gemidos de Aski son como los lloriqueos de una mujer y las airadas protestas de legiones de niños: enternecen a la vez que preocupan. Así qué lo tuve que coger en mis brazos y así bajarle la escalera hasta que el perrito se encontraba en lugar seguro. Con la autonomía suficiente como para ganar el jardín y llegarse a su casa.

jueves, 17 de julio de 2014

Mis vacaciones con Aski (6)


La mañana siguiente disponía yo de un nuevo instrumento para nuestros paseos: Vic había estado en Pamplona la tarde anterior y allí había comprado una correa de tela. Lo suficientemente cómoda, por lo flexible, para llevarla en el bolsillo del pantalón. Así que cuando llegaba a la casa de mis vecinos, Aski moviendo el rabo y girando en trono a sí mismo en señal de excitación por el apasionante momento que estaba a punto de vivir (los paseos son para él una experiencia inolvidable), el mayor de los hermanos me preguntaba:

- ¿Quieres que te busque una cuerda?

- Gracias -le dije extrayendo el instrumento-. Tengo esta correa.

Y se la puse. Al principio, Aski, apenas si sabia cómo comportarse con este procedimiento de recorrer,la calle. Lo primero que hacia era quedarse quieto, por lo que no tenia más remedio que llevarle con un poco de energía. El perro, entonces, me observaba con atención para conocer mi superior criterio al respecto. Pero no se enfrentaba a ese nuevo obstáculo, ni tiraba hacia delante. Como la correa no era en exceso larga, el teckel caminaba a mi paso durante los escasos 100 metros que nos separaban del lugar en el que le debería soltar.

Pronto Aski se acostumbraba al rito de la correa con una enorme facilidad. Tampoco a la vuelta ponía excesivo inconveniente en que le volviera a sujetar. Y, siempre quedaba el perro en su casa y con sus amos.
 
Pero un día, cuando llegaba yo a mi jardín, me encontraba con el perrito correteando por el jardín. No parecía que el paseo dado le había resultado suficiente, así que pretendía Aski que jugara con él al escondite. Yo me iba hacia él, que me esperaba en apariencia tranquilo, recostado sobre la hierba, y en el momento en que estaba a punto de cogerle, se levantaba y escapaba a gran velocidad, haciendo grandes giros circulares. Y si yo intentaba sorprenderle en alguno de esas enloquecidas carreras, hacia él un quiebro a mi aparente ataque y continuaba su galope tendido.

Los ruidos en el jardín atraían entonces la atención de los moradores de la casa, a quienes divertía la visión del juego. Vic ofrecía entonces a mi nuevo amigo un pedacito de jamón York, que curiosamente el teckel apenas si valoraba. (Debo decir que jamás, hasta entonces, había yo fracasado con este tipo de alimento para cautivar a un perro).

Pero llegaba el día en que el teckel aceptaba la recompensa alimentaria e, incluso, se aventuraba a atravesar la puerta de la casa. Pero solo lo hacia en un principio penetrando un par de metros.

lunes, 14 de julio de 2014

Mis vacaciones com Aski (5)


Bueno, sirvan las primeras pinceladas de esta historia para que les presente ahora el cuadro de agosto de 2013.

Debido a la presencia de algún invitado en la casa, los paseos matutinos  los daba generalmente solo. Quizás la compañía de la música de Leonard Cohen -el poeta místico de los tiempos modernos, la voz grave y los suaves coros femeninos-, en alguna ocasión, servia de entretenimiento a mis salidas por las montañas y los campos de Arrechea, plagados de bosques de hayas.

Y como invariable trayecto, pasaba siempre por delante de la casa donde vive Aski. Precisamente este verano los hijos de su dueña habían empezado a construir un muro de piedra separador respecto de la carretera, sustituyendo un seto que ya ha crecido de forma tanto desproporcionada como desordenada. Interesado en la operativa de esos trabajos, el perrito correteaba por entre sus amos dispuesto a enredar todo lo posible sus agotadoras gestiones. A veces también me dedicaba sus ladridos, que, en el caso de este teckel, nunca son amenazadores sino habitual fórmula de saludo.

Pero un día, Vic y yo nos tropezábamos con su dueña y tras de una de las conversaciones triviales que abundan entre el publico local, en las que se abordan las diferentes cuestiones de salud, familia y asuntos de parecida índole, le pedimos su opinión respecto de la posibilidad de pasear a su perro. Ella, amablemente, no puso ninguna dificultad.

Así que, la mañana siguiente a esa conversación, pasaba yo por delante de la casa donde Aski jugueteaba con el mango de un martillo, tarea que abandonaba para dedicarme su buena ración diaria de ladridos. A los que contesté:

- ¡Hola Aski! ¿Te vienes de paseo?

Evidentemente, el perrito me observó con detenimiento y una aparente desconfianza. Pero no se movió del lugar que ocupaba -un teckel jamás retrocede-, de modo que lo cogí de sus axilas delanteras y me lo llevé en brazos para atravesar la carretera sin peligro para él.

Cuando pensé que nos encontrábamos en un lugar seguro lo solté.

El perro no hizo ademan d volver sobre sus pasos, hacia su casa. En lugar de eso, se puso a correr velozmente hasta ganar el final del pueblo y entrar en uno de los caminos forestales, momento en el que su carrera se hizo aún más intensa y acompañada de unos ladridos que, en un primer momento, consideré que eran expresión de incomodidad, pero que nada más que pude ver cómo se comportaba, me daba cuenta que eran expresión de satisfacción.

Atravesado el puente sobre el río se abren dos caminos -en realidad tres, pero el tercero corresponde a una reparcelación y no importa a los efectos de los que paseamos-, uno a la izquierda y otro a la derecha. Aski derivaba hacia el siniestro, pero yo pretendía avanzar hacia el contrario. Toda vez que el perrito fue consciente de que yo me dirigía hacia allí, desandaba sus pasos y avanzaba por delante de mí, husmeando los terrenos en busca de pistas, marcando los arboles y observando -cada pocos metros- si yo le seguía.

No sé si alguno de mis lectores ha paseado con un perro por el campo. Si lo han hecho espero que me dará.la razón: se trata del mejor complemento para una caminata. Cuando dejas de verlo, te preocupas por su paradero, aunque seas consciente de que en algún momento aparecerá o recuperará tu rastro, no importa lo lejos que se haya ido. Y cuando lo tienes al alcance de tu vista, te distrae su búsqueda se los rastros, la pata alzada se buen cazador, sus galopadas y trotes e, incluso, cuando se reboza en las proximidades de las cacas de algún ganado o se refresca en algún charco de agua marronácea de la que, incluso, bebe... Que todo esto hace Aski.  

A nuestro regreso del paseo, volvía yo a coger a Aski en mis brazos para que así atravesara la carretera con toda la seguridad. Junto a su casa le soltaba, y el perro se ponía a corretear entre sus amos o a buscar algún topo en su jardín o en los jardines vecinos.

miércoles, 9 de julio de 2014

Mis vacaciones con Aski (4)


No debía pasar mucho tiempo hasta que volvíamos a conocer de alguna otra proeza de Aski. La misma tarde, después de volar el helicóptero, nos afanábamos los habitantes de mi casa en obtener una llave que pudiera abrir no sé qué instrumento. Por eso habíamos dejado la puerta del garaje abierta y nos desplazamos hasta un municipio vecino para investigar si en la ferretería del mismo encontrábamos el utensilio.

La búsqueda resultó infructuosa. Así que regresamos a casa. Y lo que vimos nos pareció más que curioso: Aski había abierto la puerta de un armario que contenía utensilios de garaje, había esparcido diversos de los objetos que pudo extraer del mismo por el suelo y se plantaba ante nosotros, con un orgullo desbordante ante su hazaña ante nosotros.

Reconozco que el hecho me hizo bastante gracia, pero Vic simplemente se enamoró de él. La sola expresión encantadora del perrito, feliz por la protección que asumía de nuestros enseres (unos guantes de jardín, una bayeta, algunas tuercas...), le pareció el no va más de la personalidad del teckel.

No fue extraño que, a partir de entonces, cada vez que llegábamos a Arrechea, Vic dirigiera su atenta mirada hacia la casa vecina e, incluso, que lanzara alguna que otra voz pronunciando el nombre del perro.

Pero, las más de las veces, Aski no contestaba. Sintiéndose menospreciada, Vic murmuraba casi para sus adentros:

- Es un perro displicente.

En una ocasión pasamos por la casa de Aski donde nos encontramos con su dueña. Después de entrar en conversación con ella sobre los asuntos humanos, la plática derivaría hacia su perro. En algún momento se nos ocurrió preguntar si le molestaría que lo sacáramos de paseo. Y ella nos dijo que no había problema.

Y la ocasión se produjo. Una mañana, con el coche parado en la rampa de acceso hacia la carretera, el teckel se aproximó a nosotros, nos saludó y, ante la sola mención de la posibilidad de su compañía para dar un paseo, pegó un salto y se metió en el vehículo.

El perro disfrutó del recorrido. Levantaba su pata delantera derecha cuando ponía su atención en algún objeto, seguía los rastros por el campo de una manera más que intensa, pero sin perdernos de vista. Es más, cuando nos encontramos por el camino con una chica que paseaba a otro perro sentí la preocupación de que hubiera algún enfrentamiento entre los dos o que se empeñara Aski en perseguirlo, toda vez que la chica reanudara su paseo con su mascota. Pero nada de eso ocurrió: el teckel se saludó con su amigo -los dos se conocían- y regresó sin problemas a su paseo con nosotros.


domingo, 6 de julio de 2014

Mis vacaciones con Aski (3)


 Nuestras visitas a Arrechea concluían en ese diciembre, por causa del frío, la nieve y la dificultad del accedo por carretera. Pero llegaba la Semana Santa. Y con ella la presencia de un cuñado que quería probar el helicóptero de juguete y con motor que le habían regalado. Habían pasado solamente cuatro meses desde nuestra ultima visita.

Una mañana de aquella primavera, mi cuñado se dispuso a volar el aparato aquel, que hacia un estruendo proporcionado al que los modelos reales realizan. Aun así, aé trataba de un ruido bastante considerable. Lo suficiente como para que el fino oído del vecino perro advirtiera de nuestra presencia y de nuestras gestiones.

Su alegre ladrido nos sobresaltó un poco al principio. Pero el simpático perrito no dedicaba mucho tiempo al saludo: había descubierto que un objeto extraño sobrevolaba por los jardines de su propiedad, Y Aski no estaba dispuesto a admitirlo. De modo que, cuando el aparato se encontraba a una altura relativamente alcanzable para él -poco más de un metro- el perro saltaba con furia para atraparlo. Saltaba bien y bastante alto para su estatura, pero no podía alcanzarlo.

Fue el momento en que el helicóptero -seguramente desestabilizado como consecuencia de una corriente de viento o la impericia del neófito jugador- picó contra el perro y le golpeó en el hocico.

Desconcertado y rabioso, el teckel se escapaba en dirección a su casa.