lunes, 13 de febrero de 2012

Intercambio de solsticios (323)

Francisco de Vicente había desaparecido con la pesadez de movimientos que afecta a los organismos corpulentos, quizás en exceso gruesos, y cansado por la interrupción de su sueño. Romerales quedaba una vez más junto al cadáver de su agresor y en la compañía del otro.
- Bien –dijo Romerales dirigiéndose a su interlocutor-. Ahora nos vamos a otro despacho.
- ¿Y qué hacemos con Fulgencio? –preguntaría Caldera señalando con el mentón a su compañero.
- A ese lo recogerán mañana… o lo haremos más tarde nosotros, no sé -repuso el Consejero de Interior.
- Si quieres lo hacemos ahora –propuso Caldera.
- No. Todavía no fío de ti.
El agresor movió los hombros en señal de ambigua conformidad.
- Como quieras –dijo.
- Estábamos en que tienes la disposición de actuar como agente doble… -empezó Romerales.
- Sí.
- ¿Y qué me sugieres para ello?
- Dispongo del código secreto del jefe de policía de Chamartín.
- ¿Qué instrucciones tenías –preguntó Romerales.
- Hacerles una llamada tan pronto hubiera alguna novedad.
- ¿Desde dónde?
- Desde aquí mismo. Se suponía que te matábamos o te apresábamos…
- ¿Utilizaríais el teléfono rojo de contacto?
- Sí. Ya sabíamos cómo funcionaba la cosa.
- Bien. Tú le llamas. ¿Y qué le dices?
- Lo que tú quieras que le diga –aseveró Caldera.
- ¿Y cómo sé que no le vas a dar una pista?
- Es muy fácil: tú me dices las palabras que debo pronunciar y yo las digo. Eso es todo.
Romerales permaneció en silencio durante unos segundos. Dudaba.
- Mira. Yo no le debo nada a nadie. A Sotomenor menos que a ninguno –dijo Caldera en un tono que parecía sincero-. Es un tipo que carece de toda moralidad.
- ¿Y tú? ¿cómo sé yo que tienes tú eso que llamas moralidad?
- No la tengo tampoco. Pero estoy en tus manos, de modo que estoy dispuesto a hacer lo que me pidas.
“¿Qué haría?, pensó Romerales, ¿llamar a Juan Andrés Sánchez para recabar su permiso? Lo cierto es que todavía no se fiaba de Caldera.
- Bien. Vas a hacer esa llamada –resolvió finalmente el Consejero de Chamberí.
- Espero instrucciones –aceptó Caldera.
- Quiero que sepas que te voy a poner la pistola en la cabeza –dijo Romerales-. En el caso de que digas algo que me parezca inconveniente ya sabes lo que te va a pasar. Y quiero que te des cuenta de que no me importa un rábano tu vida…

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