martes, 31 de enero de 2012

Intercambio de solsticios (316)

- Ahora llegaba otra vez el turno de Raúl –anunciaba equis-. Escribía largo, como de costumbre.
- Vamos a ello.
- Empezaba diciendo que, en lo que hacía referencia a la venta de la casa respecto de la cual habia una negociación en marcha, él estaba de acuerdo, pero quería matizar algo.
- ¿Qué cosa, si todo el mundo estaba de acuerdo? –se interesaba Brassens.
- Decía primero que la gestión de los hermanos Alberto y Gonzalo le parecía impecable.
- Pero…
- Siempre hay un perdo, en efecto –dijo equis-. Pero, antes que eso, Raùl decía que también le parecía bien lo que se quería conseguir. El pero era que no le quedaba claro la posición del API.
- ¿La rebaja?
- Sí. Raúl se preguntaba de quién cobraba este su comisión del 3%.¿Del vendedor? Porque, salvo pacto en contrario, la cobraban del comprador. Y, por lo que contaba Gonzalo, daba la sensación de que quería favorecer al comprador, pero que cobraba del vendedor. ¿No será, se preguntaba Raúl, que quería cobrar la comisión dos veces? Y agregaba que había que andarse con ojo a este respecto.
- No le faltaba razón –dijo Brassens.
- Y decía que, si se descubría algo de esto, cabía exigirle que cobrara la comisión del comprador o que la rebajara de modo sustancial. Y terminaba diciendo que, una vez que se aclarara este extremo, habría que intentar sacar un neto de 400.000 euros a la operación.
- ¿Eso era todo?
- En cuanto al primer párrafo sí –aclaró equis-. Te decía que había escrito largo. Seguía diciendo Raúl que, en lo referente a los gastos, no estaba muy satisfecho con todas las reacciones. En concreto, decía observar algunos cambios de criterio entre los hermanos con los que había hablado en persona.
- ¿Lo había hecho?
- Sí. Se había desplazado a Valladolid y había hablado con alguno de ellos. Creo que ya lo habíamos comentado.
- Es verdad. Perdona –dijo Brassens.
- También decía observar que nadie hablaba nada en cuanto a la reducción de los tres sueldos que, para él, resultaba la medida más lógica, dado que la situación de gastos de su madre estaba por encima de sus posibilidades.
- No estaba mal.
- No –concedía equis-. Pero seguía Raúl diciendo que en lo que hacía referencia a la distribución de los gastos entre los hermanos veía posturas poco claras entre los hermanos que no conducirían a nada.
- Eso mismo me parecía a mí –observó Brassens.

lunes, 30 de enero de 2012

Intercambio de solsticios (315)

Bilbao, 12 de abril de 2005.

Querida Lorsen:

Me cambio de casa. Cualquiera que sea el resultado de estas elecciones –a las que me presentan como número 4, detrás de Juana Iturmendi: han inventado una especie de juguete diabólico que se llama “paridad” y que debe igualar a hombres y mujeres en las listas electorales, al menos, con independencia de su valía y trayectoria-. Si salgo –eso parece- me voy a un piso de la calle Alameda de Urquijo que me ha ofrecido mi amigo Ramón Umaran por un precio más que asequible. Se trata de un espacio soleado y bastante más amplio que este, que a la larga se ha tornado definitivamente depresivo para mí –en unión de todas las circunstancias que ya bien conoces por referidas a lo largo de toda esta correspondencia-. Si no saliera deberé recortar mis gastos y me iría a casa de mi madre, con una reorganización bastante amplia de mi vida.
No podía tener por mucho más tiempo tus restos junto a mí. Por eso los he liberado –creo que esa es una palabra bastante justa- en Arrechea ayer mismo.
El pueblo te recibía vestido de blanco en esta primavera apenas iniciada, que no deja de ser un invierno tardío. Fui con Jean-Pierre y aparcamos el coche junto al paso que vadea el río de lo que se llama ahora la “playa de Arrechea” –le han hecho una especie de presa-. Allí, donde discutías en ocasiones con Carmen Riera, donde tomabas el sol con los veraneantes –luego te buscarías otros rincones, al cabo, en el mismo río-. En ese lugar fueron a pasar tus cenizas, en esa forma que sólo se cumple con el rito de descansar, no en los cementerios, sino en el lugar que has querido, que ha formado parte de tu vida más grata. Eso que llamaba Georges Brassens “passer sa mort en vacances” –te lo traduzco, el francés nunca ha sido tu fuerte: pasar tu muerte de vacaciones-. A dos pasos de la Virgen de Roncesvalles –a la que visitamos más tarde para pedirle su protección, la tuya también.
Viajas ahora por ese río caudaloso y frío que lleva las aguas del deshielo de este largo y duro invierno. A unos mil metros de altura, algunas de ellas quedarán depositadas en las riberas que contienen el arroyo, algunas irán poco a poco hacia la mar, y desplegada en miles -¿millones?- de argumentos formarás parte de esa tierra que amaste, de ese paisaje que iluminaba tus ojos, cuando aún tus ojos resplandecían por la belleza de las cosas.
Y tu recuerdo queda ahí para los que te quisimos, para quienes esperamos -contra toda esperanza, tal vez- volver a compartir contigo tu alegría y tus ganas de vivir, que esa sí debe ser y será la imagen que perdure en todos nosotros, en mi desde luego, de tu persona.
Esta circunstancia no interrumpe desde luego nuestra correspondencia, si bien más aquietada y menos urgente que la de los primeros tiempos, permanece como tus fotografías , tus cuadros, las cosas que eran tuyas y a las que tú dotabas de un alma más que particular.

Un beso muy grande

viernes, 27 de enero de 2012

Intercambio de solsticios (314)

Leoncio Cardidal consultaba su reloj. Eran ya más de las 3 de la madrugada y ya se habían disipado los efectos del breve “gin tonic” que se había administrado apenas hacía un par de horas antes. En realidad él se había planteado la noche como una celebración en toda regla. Y en esa antigua sala “VIP” del que antaño fuera la estación del norte de Madrid habían preparado un simulacro de orgía que les podía llevar buena parte de la noche. Una “gau passa” (en vascuence: noche de juerga pasada en blanco).
Pero aquí se encontraba Cardidal con su viejo amigo y compañero de despacho; él observando, Sotomenor organizando, como resultaba habitual en esa extraña pareja cómplice que habían organizado los tiempos y las circunstancias.
Un sentimiento de orgullo, que se unía a un resentimiento cierto, le pasaba por la cabeza: no, Sotomenor no tenía derecho a hacer lo que estaba haciendo con él. Ya le había organizado ese inteligente golpe de estado contra Jacobo Martos. Sólo faltaba que le asestara a él mismo el siguiente. Implacable, como era Juan Carlos con sus objetivos.
¿Podía Cardidal recuperar el poder en aquel momento? A Leoncio le gustaba la buena vida, las mujeres y las copas y tenía por el dinero la pasión de los que saben bien que con él se compran todas las cosas que él quería. Pero también era consciente de que siempre le convenía unir su destino al del que le procuraba las oportunidades. Un día se había tratado del abogado bilbaino en cuyo bufete se conocían Leoncio y Juan Carlos, andando el tiempo fue el caso de Jorge Brassens que les habilitaría la pista de aterrizaje hacia la renovación del Partido Popular vasco, más tarde se encontraron –a través de Brassens, precisamente- con Jacobo Martos… hoy el tándem se desprendía del protector y se reducía a ellos el espacio mínimo de la colaboración.
Era capaz de intuir también que esas parejas de conveniencia duraban poco. En política se citaba el caso de González-Guerra: había un momento en el que uno de los dos hacía un corte de mangas al otro y ese era el moment de la destrucción del proyecto. Servía para actuar unidos, repartiéndose los papeles; era absolutamente inútil si cada uno de ellos remaba en el sentido contrario al del otro: empezarían por anularse recíprocamente, hasta que uno de los dos –el más fuerte- conseguía desplazar al otro.
Quizás por eso le convenía a Cardidal ceder el testigo del poder fáctico en su otrora amigo y siempre socio Sotomenor: el poder simbólico le seguiría correspondiendo a él, aunque tuviera que negociar todos y cada uno de sus pasos con su teórico subordinado. A cambio, esa cesión del testigo le deparaba una especie de retiro dorado.
¿Por cuánto tiempo ese retiro? Nadie lo sabía. Pero de momento aguantaría. Sotomenor no era persona proclive al desplazamiento brusco de los otros. En realidad se trataba de un cobarde: si se le hacía frente se arrugaba, hasta que encontraba una posición que le permitiera reanudar su imparable ascenso.
¿El poder simbólico? Lo tenía también Martos y ahí estaba, marginado en su despacho.
Algo así debió pensar Leoncio Cardidal cuando volvía sobre sus pasos en dirección de la siempre reconfortante sala VIP de la estación, donde le aguaradaría un buen “gin tonic” y una grata compañía femenina.

jueves, 26 de enero de 2012

Intercambio de solsticios (313)

- Y Gonzalo Jiménez continuaba en su correo de 26 de abril –proseguía equis- que, en el asunto de contribución a los gastos de la casa de Valladolid, así, en negrita –decía equis-, los que dseen pueden hacer una estimación de su aportación mensualmente para hacer los cálculos necesarios y estudiar las medidas que se puedan tomar. Y seguía diciendo que no era partidario de exigir cantidades importantes a Eugenia, su hermana, primero, porque creía que no podía hacerlo; y segundo, porque ella ya desarrollaba varias tareas en la casa.
- En resumen: que no le parecía justo –comentó Brassens.
- Eso mismo –concedió equis-. Pero Gonzalo no había concluido aún. Decía en su correo que él se mojaba el primero y que se veía capaz de de aportar 200 euros mensuales, que no podría ofrecer una cantidad adicional, habida cuenta de la irregularidad de los ingresos de su familia y de la entrada de una de sus hijas en la universidad.
- Eso por Gonzalo…
- Eso por Gonzalo Jiménez, en efecto –dijo equis-, el siguiente turno llegaba de la mano de Alfondo.
- ¿Y qué decía este?
- El correo se produjo el 27 de abril, o sea, un día después del anterior –informó equis-. A Alfonso le parecía bien la venta del piso de que habían estado escribiéndose hasta entonces. Decía que había estado durante el fin de semana anterior en Valladolid y que había tenido la oportunidad de conversar con Alberto y con Gonzalo al respecto. Creía que la gestión de venta podría tener un buen resultado ya que se encontraba en las mejores manos posibles.
- Un poco de jabón –comentó Brassens incidentalmente.
- Sí. En esa familia era lo habitual. En cuanto a la aportación de los hermanos, según Alfonso, creía que, sin ahogar a nadie, cada uno debería aportar lo que considerara buenamente oportuno para su economía, siempre que pudieran llegar a cubrir, al menos, uno de los sueldos que sangran la economía de Valladolid.
- ¿Qué sangran?
- Era el poeta de la familia –sancionó equis, gravemente.
- Y este no se mojaba, como su hermano.
- Ya ves: cada uno lo que pueda. Yo ya diré en cuanto sepa lo que dicen los demás. O algo por el estilo.
- Eso es lo que hay –dijo Brassens-. ¿Y el siguiente correo?
- Era de Carmen. Ella estaba de acuerdo con Gonzalo. La gestión de la venta delpsio de Gonzalo y de Alberto sería genial.
- ¿Genial?
- Se supone que en el caso de que se hiciera.
- Ya.
- Y en el tema de los pagos, continuaba Carmen, creía también que Eugenia colaboraba en Valaldolid acompañando a su madre. En cuanto a su contribución, decía Carmen, que había que escuchar su opinión, porque sólo ella conocía su situación.

miércoles, 25 de enero de 2012

Intercambio de solsticios (312)

Bilbao, 27 de Diciembre de 2004.

Querida Lorsen:

Esta es la tercera Navidad que paso sin ti. Es verdad que los recuerdos han suavizado su capacidad de daño, pero por otros motivos me encuentro mal. Steinbeck decía que el éxito y el fracaso son sólo estados de ánimo, creo que también la felicidad y la tristeza. El caso es que ahora me sitúo en ese segundo rango.
Pero no te escribo para contarte mis penurias. ¡Has tenido tú tantas que te podrías hasta morir de risa! –sé que nunca lo harías.
Es la Navidad de Pilar lo que te quería contar. El viernes anterior –17- me reunía con las “profes”, a petición suya. Me extrañaba que tardaran tanto en llamarme, porque yo les había pedido la entrevista ya desde el mes de septiembre, como acostumbro todos los trimestres. Lo cierto es que me cuentan que Pilar no se encuentra bien desde la crisis de finales de ese mes. Está más cansada, le cuesta poner atención en los temas y muchas veces tiene que ser Itziar la que haga las cosas que antes hacía ella o dedicarse a otras –leer cuentros, por ejemplo-. Y eso que a Pilar le gusta las clases y cuando veía que Itziar no se presentaba –por unas obras que han hecho en la escuela de Cruces- me pedía que les insistiera en que fueran a darle clase.
Y es verdad que se cansa bastante antes que en otras temporadas, tenga o no unas buenas constantes –como ahora las tiene-. La pendiente hacia el final, aunque de forma gradual, se sigue produciendo.
Pero su Navidad ha sido grata. Recibió los regalos de su padre con una enorme sonrisa y la excitación de todos los años. Pero antes de las nueve de la noche ya estaba yo saliendo del hospital. Ayer –Navidad- tuve un momento con ella de especial ternura y alegría, cuando le acariciaba con el dedo su ceja derecha y la parte inmediatamente inferior a su ojo. Ella puso su sonrisa más radiante y me enviaba besos muy suaves. Esa ha sido mi Navidad. Todo lo demás sólo valdría para olvidarlo, si pudiera.
A veces siento como si te hubieras aburrido de mí, de Pilar. Como si te hubieras instalado definitivamente en ese espacio de descanso que se te negó en vida. No quiero hacerte por eso ningún reproche, pero me gustaría que volvieras a ocuparte de nosotros. Te necesitamos, ahora más que nunca.

Te quiero.

martes, 24 de enero de 2012

Intercambio de solsticios (311)

- Díme Vic.
- Cristino –contestó la aludida en un tenue susurro-. Ya sabes que lo último que haría es ir en contra de Jorge. Y ya sé lo que él te dijo, yo estaba a su lado… pero esto no puede seguir así: estamos acorralados en un apartamento de las proximidades, pero en cualquier momento pueden dar con nosotros. De hecho, yo creo que nos hemos escapado de milagro.
Romerales no dijo una palabra. En realidad no sabía muy bien qué decir.
- Perdóname la franqueza, Cristino –seguía Vic después de su silencio sin respuesta-. Pero sois vosotros en realidad, o el pobre de Bachat, quienes nos habéis puesto en esta situación: no tengo coche, no sé adónde ir…
- Me gustaría ayudaros, Vic –contestó finalmente el Consejero de Interior de Chamberí-. Y, de hecho, te juro que estáis entre mis prioridades. Pero todavía no sé muy bien qué decirte. ¿No tenéis algún sitio seguro para pasar un par de horas?
- Un par de horas es algo así como una vida entera –respondía Vic Suarez un tanto filosóficamente-. No sé, no se me ocurre nada.
- Si pudieras darme dos horas; quizás hora y media… ahora estoy prácticamente solo –dijo Romerales, casi al borde de la angustia.
Francisco de Vicente, el doctor responsable de Sanidad en el Consejo de Chamberí, y Román Caldera, el esbirro-topo de Sotomenor, observaron incrédulos la afirmación de Cristino.
- Quería decir que prácticamente no tengo a nadie que me eche una mano… -afirmó Romerales en un tono explicativo que le resultó indiferente a su interlocutora. Al fin y al cabo, ¿qué le importaban a ella las circunstancias personales de Cristino si no era capaz de resolverle el problema que tenía enfrente de sus narices?

Después de que se había cancelado la conversación, Francisco de Vicente se interesó por lo que estaba ocurriendo al otro lado del “walkie”. Romerales le impuso de lo que había ocurrido hasta entonces.
- ¿Jorge Brassens? ¡Si ya sé quién es! –exclamó el doctor. Y dijo después con ánimo resuelto-: Si quieres los traigo para aquí…
- Te lo agradecería infinitamente –resolló Romerales como si el galeno le hubiera devuelto la fe en el género humano-. ¿Y qué hacemos con este? –preguntó señalando al cadáver de Mestres.
- Ese está bien frito –aseguró de Vicente-. Díme dónde están los Brassens.
- Espera un momento, que se lo pregunto.

- No hay tiempo que perder, cariño –dijo Vic a Jorge zarandeándole de manera contundente-. Nos vamos de aquí…
- ¿Otra vez? –protestó Brassens
Se veía incapaz de dar un paso más.

lunes, 23 de enero de 2012

Intercambio de solsticios (310)

- Bueno. Parecía que había un principio de acuerdo entre los hermanos –indicaría Brassens.
- Eso parecía, en efecto –dijo equis.
- ¿Y el siguiente capítulo?
- Fue un correo de Leonardo Jiménez –inidcó equis-. En él, suscribía la propuesta de su hermano Raúl. Si bien creía que había una posibilidad alternativa, como podía ser el trueque del “alquiler”, ponía entre comillas esta palabra, por la cuida nocturna de su madre, lo cual, siempre según Leonardo, ahorraría un nuevo sueldo. Y añadía que se trataba nada más que de una sugerencia.
- ¿Quién haría el trueque? –preguntó Brassens.
- Estaba claro: Eugenia.
- ¿Y qué dijo esta?
- Volveremos a ello –dijo equis-. Pero no adelantemos acontecimientos.
- Sigue entonces.
- Sigo. Según el correo de Leonardo,en función de la evolución de la situación económica de su madre cabría considerar otras opciones. La primera sería la de optar por la fórmula de una interna, que sería menos costosa que la cantidad que se le pagaba a la doncella. Y la segunda, que consistía en que cada hermano pagara una cantidad mensual –aparte del uso de la casa de Valladolid. Según él pensaba, con una canidad de 100 euros per capita se podía conseguir una cantidad adicional que mejorara sus ingresos.
- Ese era el correo de Leonardo. Parecía razonable la propuesta…
- Pero no todos estaban de acuerdo, como luego verás –aseguró equis-. Pero la siguiente noticia venía en un correo enviado por Gonzalo.
- ¿Y qué decía?
- Vamos a él. Estaba fechado el 26 de abril, o sea, cinco días después del correo de Leonardo. Decía que acababa de colgar el teléfono con el padre de la posible compradora. Que, en resumidas cuentas, había sido una conversación muy cordial en la que la nueva oferta es de 400.000 euros, escrito en negrita. Que había demostrado un claro interés en la adquisición, aunque también había jugado la scartas correspondientes para dar la sensación contraria.
- Bueno. Al fin tenían una buena noticia.
- Sí –asintió equis-. Gonzalo seguía diciendo que le indicaba el agente que su comisión era del 3%, que este había admitido que si la diferencia era pequeña, podría “acomodar” su comisión rebajándola un poquito.
- Bien, también.
- Y seguía. Que, en ese momento, el plan urdido por Alberto y por Gonzalo era llamar al comprador el miércoles siguiente, estaban a lunes, y citarles para el lunes próximo, con la idea de cerrar en esa cifra de 400.000 euros además de la comisión del agente y si se sacaba algo por encima, si se llegaba a 415.000 o 420.000, mejor.
- Ya.
- Y seguía diciendo que los dos hermanos no contemplaban rechazar esta venta por la dificultad de encontrar otra opción razonable.

viernes, 20 de enero de 2012

Intercambio de solsticios (309)

Bilbao, 4 de diciembre de 2004.

Querida Lorsen:

La mañana de tu segundo aniversario me sorprendía en una habitación de la Gran Peña, en Madrid. Desde tu ausencia, cuando aceptaba la investidura de la Hermandad de San Fernando, me pasa igual todos los años. En esta ocasión le hacíamos caballero a Carlos Urquijo que, después de salir tan rápido como había entrado de la Delegación del Gobierno, aspiraba a alguna compensación. Junto con él y con Vicky asistimos a una misa que dedicamos a tu memoria en la catedral de Burgos. Y digo que “a tu memoria”, porque no creo que seamos nosotros –no por lo menos yo- quienes podamos rezar por ti. En tu caso siempre será al revés.
Como te decía en mi anterior carta los recuerdos de tu ausencia han perdido gran parte de su agrasividad antigua, aunque lógicamente están ahí. Lo mismo que tu presencia, el sentimiento que tengo de tu protección permanente.
Dos años después creo que soy una persona distinta, me gustaría creer que mejor de lo que fui. El dolor no sólo hiere, también transforma. Lo cierto es que, sin ningún esfuerzo, valoro de forma diferente ciertas cosas que antes resultaban prioridades para mí. Sobre todo en lo que se refiere al aspecto del amor, de forma que si apareciese por mi vida esa chica que pueda contribuir a mi felicidad futura, creo que estaría dispuesto a trabajar más tiempo y más fuerte a favor de esa relación, a regar esas flores todos los días, a poner ese “minuto de razón” –del que hablaba Milanés- en los momentos difíciles.
Se diría que encaro esta etapa de mi vida –que presumo corta- con una cierta serenidad, consciente de todo lo mal que hice cuando estabas tú -incluso contigo-, dispuesto a rectificar, a valorar lo que significa tener un lugar en el corazón de alguien en la forma en que se expresa el amor. Ser alguien porque lo eres para alguien; ser compañero para compartir tantos momentos que pueden ser felices, que pueden ser tristes; escribir por fin una buena historia con tu propia vida.
Y a todo eso ha contribuido tu ausencia. Quizás de no ser por tu largo viaje todas estas cosas que te cuento no se habrían producido, aunque siempre pienso que si te hubieras puesto un poco mejor existiría una oportunidad para la felicidad entre nosotros. ¡Ay. Es muy difícil saber muy bien saber si ese “si” bastaría para cambiar la historia! Pero me consuelo pensando que todo podría haber cambiado.
No sirve de mucho dedicarse a estas reflexiones, aunque me asaltan con frecuencia. Tú estás ya lejos y yo tengo que saber qué es lo que tengo que hacer con mi vida. Una vida que tú te encargas ahora de hacer, si no más feliz, sí al menos más segura, gracias a tus desvelos.
Sigue ahí –me dirás: “¿adónde crees que voy a ir?”-, sigue pendiente de tus amores de aquí abajo, no te despreocupes de nosotros que hoy más que nunca te necesitamos.

Un beso.

jueves, 19 de enero de 2012

Intercambio de solsticios (308)

- No sé qué decirte –empezó Cardidal, observando directamente a su teórico subordinado.
Juan Carlos Sotomenor repasaba unas notas en las que parecía existir una relación de nombres. No contestó a su en apariencia jefe.
- Tampoco sé si me escuchas –siguió, en el tono amargo que caracterizaba su más reciente discurso, Leoncio Cardidal.
- No sé si te escucho –dijo el jefe de la policía de Chamartín embebido en sus reflexiones-, pero te oigo.
- Entonces a lo mejor te queda algo de lo que digo… Me pregunto qué hago yo en este asunto… -dijo Cardidal.
- ¿Qué haces tú en qué asunto? –preguntó distraidamente Sotomenor.
- En esto que te traes entre manos –dijo Cardidal, en quien el enfado iba progresivamente ganando a la amargura.
Sotomenor dejó en un lado de su mesa el papel para encararse con el Consejero.
- ¿Tú has visto lo de Jacobo Martos? –le preguntó.
- ¿Lo de Jacobo? –contestó asombrado Cardidal con otra cuestión.
- Sí, lo de Jacobo. ¿Has visto cómo está?
- Claro –observó el Consejero-. Le hemos apartado de la presidencia efectiva del Distrito.
- Dirás mejor que le “he” apartado de esa presidencia –matizó Sotomenor.
- Bueno –concedió Cardidal-. Está claro que sin ti no se podía haber realizado el golpe de estado, pero me admitirás que ha sido un trabajo en equipo.
- Si lo quieres ver así… -observó con displicencia cierta Sotomenor.
Cardidal pareció satisfecho con las medias palabras de su segundo. Así que continuó.
- Bueno. Creo que tendríamos que ir a por Brassens –afirmó.
- No sé qué manía te ha entrado con lo de Brassens –protestó Sotomenor-. Ya te he dicho que los que iban a por Brassens están volviendo a la base.
- Pues se les puede decir que vuelvan. Es decir… -empezó Cardidal.
- Sí, ahora les vamos a tener como una peonza –indicó Sotomenor-. No va a ser así, además…
- … Que creo que deben volver a la casa de Brassens y traerlo detenido hasta aquí –terminó Cardidal.
- … Que son necesarios para la operación que tengo prevista –concluía a su vez Sotomenor.
Los principales responsables de Chamartín se habían interrumpido entre sí. Apenas habían comprendido lo que uno y otro decían.
Se hizo un largo silencio que Cardidal rompió finalmente ante un Sotomenor que se había vuelto a concentrar en sus listados.
- Tengo que decirte que no autorizo esa operación –declaró finalmente.

miércoles, 18 de enero de 2012

Intercambio de solsticios (307)

- ¿Y qué seguía diciendo Raúl en su correo? –preguntaría Brassens.
- Bien. Decía que, en el capítulo de la reducción de otros gastos que afectaban al patrimonio materno, que la fiesta que iba a dar su madre por su 90 cumpleaños, la deberían pagar todos los hermanos y no ella. En ese sentido, sugería que fuera Eugenia, su hermana, les informara del coste de la misma, que este se dividiera entre 8 y que se pagara entre todos.
- ¿Ese era el capítulo segundo de su propuesta?
- En efecto –admitió equis-. El tercero era poner en marcha un sistema de contribución de los hermanos. El procedimiento que sugería Raúl, y que le parecía más justo, era que los hermanos que usaban de forma permanente la vivienda de su madre en Valladolid, contribuyeran mensualmente, en sustitución del alquiler que sin duda tendrían que pagar si vivieran fuera de esa casa. Los hermanos, mujeres e hijos, continuaba Raúl, que usamos la casa, creo que debiéramos pagar una cantidad diaria en sustitución del hotel al que si no tuviéramos casa tendríamos que ir.
- Pago por uso –resumió Brassens.
- Eso mismo: el que usa la casa, paga. Insistía Raúl en que era lo más justo. Y agragaba que, para facilitar las cosas a Gonzalo, este les tendría que dar a los hermanos el número de cuenta de su madre donde ingresar el dinero en cada caso. Y que, naturalmente, antes habría que fijar de común acuerdo entre todos las cantidades a pagar por los hermanos que usaban la vivenda vallisoletana con carácter permanente, habitación y comida, y los que lo hacían de modo más esporádico, entre ellos él msmo, pero sin duda frecuente, también habitación y comida y si iban sus mujeres e hijos, más cantidad.
- Eso era todo –dijo Brassens.
- Le faltaba la despedida. Decía Raúl para terminar que, con las medidas que proponía, se podía paliar la situación de crisis e, incluso, evitar la venta del apartamento madrileño. Y concluía diciendo que, una vez vendidas estas dos propiedades, la de la localidad contigua a Valladolid y la del barrio de Salamanca, sólo quedaba hipotecar la casa de Valladolid, de la que eran propietarios Carmen y su madre al 50%
- ¿Al 50%?
- Sí. Porque, de acuerdo con la herencia de su padre, Carmen había sido mejorada con el importe de la casa de Valladolid –contó equis.
- Bien. Aquí termina el correo de Raúl…
- Pero la historia sigue. El capítulo posterior es un correo de Alberto, el segundo de los hermanos. En él daba cuenta a los hermanos de la reunión que Gonzalo y él iban a celebrar con los posibles compradores del piso de la localidad contigua a Valladolid. Proponía reducir el precio de partida, de 450.000 euros a 425.000 para que la otra parte subiera su oferta por encima de los 390.000.
- ¿Y no había respuesta a lo que proponía Raúl?
- Sí. Consideraba que la propuesta era necesaria, en especial para los que vivían en la casa de Valladolid. Y que debían evaluarla en términos precisos, decía textualmente, y ponía plazo: la siguiente semana, para dejarlo todo resuelto antes de fin de ese mismo mes.

martes, 17 de enero de 2012

Intercambio de solsticios (306)

Bilbao, 20 de Octubre de 2004

Querida Lorsen:

Te pongo estas letras después de una temporada bastante mala para mí. Ya sé que según un libro que he leído hace poco las almas no quieren ser molestadas, tienen ese largo sueño de paz del que no desean salir. Pero tu caso es diferente conmigo, por eso me permitirás que te dedique mis reflexiones aunque sean tristes. Casi nunca lo son de otra forma.
Mi última carta tuvo como excusa el cumpleaños de Pilar. Desde entonces las cosas han cambiado poco, salvo que la última semana de septiembre me fui a Lanzarote, donde quedaban los últimos recuerdos gratos que conservo de ti –excepto, quizás, el fin de semana que pasábamos juntos en Arrechea, poco antes de tu marcha definitiva.
Lanzarote es definitivamente tu persona, pero el recuerdo se va aquientando como el mar que va adquiriendo la calma después de una tormenta, cuando hiere la imagen como la ola cuando estalla directamente sobre tus sentimientos. Allá he puesto tus últimos cuadros, en señal de tu gobierno sobre los espacios que un día fueron tuyos y que simbólicamente al menos te siguen perteneciendo. Los lugares que son los mismos ya no tienen ese aspecto amenazador y mis pasos se producen en la sensación de que recorro ya un camino más de final que de principio, pero no hay nada escrito al cabo en este particular sentido. Nuestros amigos de Lanzarote están bien todos. Cené con ellos y todos los procesos médicos están estables. Los infartados no han tenido episodios nuevos y Antonio Lorenzo se ha jubilado definitivamente.
Pero el día en que volvía a Bilbao me llamaba mi hermana dándome la noticia de que Pilar se encontraba mal. Excuso decirte lo mal que hice el viaje. Cuando llegué, de noche, a Cruces, Pilar hacía apenas un cuarto de hora que se había despertado, reclamando mi presencia. El resto de la semana siguiente lo pasó la pobre prácticamente en una situación muy cercana al coma. Dormida como consecuencia del dopaje y de la carencia de ventilación del CO2 que su organismo producía. Tú bien sabes que no ha habido noticias. De haber subido hacia ti, serían tus brazos abiertos lo primero que sentiría nuestra niña, una vez liberada de todas sus deficiencias físicas.
Pilar ha salido del problema, pero yo lo he pasado mal. Y no sólo por el proceso de su enfermedad. Mi hermana Eugenia ha entrado en el capítulo que una vez intentó Teresa, haciéndose la protagonista del momento, desplazando a todo el mundo –incluso a mí- y compitiendo con todos en cuanto al afecto de Pilar. Y la niña, sintiéndose mal, exigía todos los cuidados y se hacía egoísta como los enfermos que se agobian. La actitud de Eugenia me ha dolido más que cualquier otra cosa, tal vez porque carezco de una defensa en condiciones, una defensa que no haga daño, por supuesto, a Pilar.
Y Eugenia no ha entendido nada. No ha entendido que es muy diferente quedarse huérfano de hija, después de viudo, que tener que despedir a una sobrina, por mucho que la quieras. Mi vida hoy gira en torno a Pilar como si fuera un satélite alrededor del sol que le corresponde, que le quema, pero que al cabo le proporciona la poca vida que tiene. ¿Qué ocurrirá conmigo si Pilar se va? ¿Dónde estaré yo? ¿A quién dedicaré esos tiempos que ahora me ocupa mi hija? Ella tiene un marido en el que sublimar todo el afecto que siente. Yo no. Mi única familia, la que yo he creado está en esa cama de hospital, colgada de ese respirador. Eugenia ha invadido mi espacio de paternidad de una forma tal que incluso Pilar ha llegado a rechazar mi presencia o a preferir a mi hermana sobre mi persona, y eso ha resultado muy triste, tanto o más que la idea horrorosa de la ausencia de la niña.
He pensado de todo. Que a lo mejor era llegado el momento de decir también yo mismo adiós. No me queda nada, más allá que la repetición de las cosas que siempre he hecho durante los últimos años, llenar el tiempo con cuidados vanos y sin sentido, y una vez que ya nadie depende de ti, siquiera en esa débil dependencia que tiene Pilar respecto de mí, puede ser el día de mi marcha también.
Pero está la idea de otro viaje diferente. Salir de Bilbao, por ejemplo, iniciar –de forma ordenada, quizás- mi jubilación, para que a los 55 años empiece a convertir mis ahorros o mi capital en dinero para gastar. Nadie hay detrás, nadie a quien deba entregar nada, y quizás en un Lanzarote o en un Arrechea pueda yo encontrar esa paz y esa felicidad que no encuentro aquí. O la idea de seguir con las cosas que tengo por aquí, desarrollando los proyectos de siempre y otros nuevos. Pero esta última es la idea que menos me seduce últimamente. A lo mejor, ¿quién sabe?, una combinación de ambos.
Y es que me resulta muy difícil rehacer mi vida. Quizás en eso sea en lo único que no te doy la razón. ¿Te acuerdas? Me decías que me casaría, que soy “guapito”. No tengo tiempo para hacerlo y las chicas que voy conociendo –tampoco tantas- no me resultan precisamente fascinantes. A lo mejor es que me estoy auto-valorando demasiado, pero lo cierto es que considero que soy una persona poco convencional. No me imagino viviendo con una mujer que haga de la religión el centro de su vida, por ejemplo –y eso que me estoy volviendo algo más religioso últimamente-. Pero tampoco me encuentro demasiado cómodo con las chicas que tienen un nivel social más bajo –y eso que me aburren las marujas de Neguri, que sólo saben de golf , “paddle”y meriendas en Zuricalday-. Es posible que esa chica a la que yo pueda querer esté esperándome ya en alguna parte, o que se encuentre en el momento en que esta fase de mi vida –el adiós a toda mi familia, Pilar incuída- me permita abrir una nueva página, como las viejas fronteras entre los países, que separaban a sus gentes de una forma tan sensible, tan real. ¿Será preciso que me transforme en una nueva persona para encontrarme con esa otra? No sé. El caso es que sé no debo obsesionarme por ello, y creo que ya no lo hago. Estoy abierto a esa posibilidad, pero no hago cuestión de ella. Por lo menos ahora mi vida está ocupada, completa, aunque desde luego no llena.
Quiero decirte, para terminar, que te siento. Que sé que más allá de tu pesado sueño estás ahí para intentar corregir mis torpezas y mis pasos errados. Que tu carita se arruga cuando hago algo mál con mi vida y que estás ahí, al otro lado de esa ría tumultuosa que me conducirá un día –como a Pilar- hacia tus brazos, transportado por ese barquero inapelable cuyo viaje nunca se paga y que lleva por nombre el de Caronte. Y no le tengo miedo a eso, porque a veces sólo quiero, como querías tú, que mi sueño se resuelva en un sueño infinito.

Un beso.

lunes, 16 de enero de 2012

Intercambio de solsticios (305)

Sentada en el desvencijado sofá, al lado de su marido que dormía pesadamente, Vic Suárez aguzaba el oído. De un momento a otro llegarían los esbirros de Cardidal y se los llevarían… Ese no era un lugar seguro, tampoco lo era su piso de Francisco Goya. Huir, otra vez; huir, toda la noche y huir el día de mañana… Internarse en la noche de los barrios de Madrid donde las sombras se convertían en enemigos peligrosos, en una especie de muertos vivientes dispuestos a cobrarse su recompensa en forma de dinero, de sexo, de alguna ropa que les permitiera refugiarse del frío de ese Madrid que era en invierno igual de intenso que el de antes, pero con una diferencia, por supuesto: que ya no había gasóleo que quemar en las calderas y que sólo las hogueras que ardían en los rincones más protegidos de las calles permitían un pequeño cobijo a los vagabundos, los nuevos desheredados que ese año 2.013 se hacían multitud todos los días, que se escondían por las mañanas de la implacable acción de las fuerzas del orden y que se hacían visibles por las noches, cuando como las ratas merodeaban por las calles o se apoderaban de las casas abandonadas por sus antiguos ocupantes. ¿Cómo vivirían ellos durante el día? ¿dónde se encontrarían sus guaridas?
Era un mar de dudas. Pero esta de los malhechores de la noche sólo le preocupaba por una razón: si no entraban en esa casa los hombres de Cardidal lo podían hacer los marginales de la noche. Pero ella vendería cara su vida. En su bolso dos instrumentos, uno inservible: un walkie-talkie que apenas la comunicaba con nadie, un Cristino Romerales que estaba encargado de resolver la seguridad del distrito de Chamberí antes que la de su marido y la suya; el otro aún utilizable, aunque Vic Suarez sabía muy bien que se trataba de la última oportunidad: la Smith&Wesson que empuñaba ahora con la convicción de que su destino podía quedar ligado a ese cañón helado.
Y Jorge… más cercano a la derrota final que al inicio de la supervivencia. Como si su última conversación con Cristino Romerales fuera en realidad una especie de adiós a la vida; como si le dijera, con palabras que alguien había pronunciado en sus oídos algún día de su vida pasada: “Tú sadrás adelante, cariño. Yo ya he dado todo lo que podía de sí. Que seas feliz”.
¿Se lo podría llevar a otro lugar? Era más que improbable. Y además… ¿Cuál sería ese lugar? ¿Dónde podría encontrarse la paz y la seguridad en esa horrible noche del Chamartín decadente y condenado a muerte?
Miró su walkie. Pensó que habría alguien al otro lado de la comunicación que le brindaba. Y casi insensiblemente, como pensando en que en toda la tristeza que le embargaba podía quedar una palabra amable, pulsó la tecla que le pondría en contacto con la persona que, como ella, como tantos otros amigos o enemigos en esa noche desesperanzada, seguro que tampoco dormía.
No contestaba. Pero Vic no quiso pulsar otra vez la tecla. Suponía que Cristino haría lo que le habían ordenado. Siempre lo hacía.
Y cuando había casi perdido la fe en sus semejantes, la luz de su emisor-receptor parpadeaba. Vic contestó.
- ¡Hola!
- ¿Cristino! –exclamó ella con un susurro y tapando la boca con su mano.

viernes, 13 de enero de 2012

Intercambio de solsticios (304)

- Entonces, Raúl estaba comentando algo sobre la gestión que del patrimonio materno había hecho Gonzalo Jiménez –apuntó Brassens.
- Sí. Decía que Gonzalo había hecho mucho y que les había proporcionado una tranquilidad impagable al conjunto de los hermanos. Dicho esto –agregaba Raúl-, como la perfección no existe para nadie, sería bueno que en adelante no se espere hasta el último minuto para indicar a los hermanos, a todos los hermanos, precisaba Raúl…
- Está bien. Porque algunos sí que lo sabrían.
- Eso parece –dijo equis-. Pues bien, decía que convenía que se dieran todas las informaciones relevantes y que afecten a todos.
- Bien. Sigue, por favor.
- Pues seguía Raúl diciendo que, en cuanto a la situación económica de su madre, ese era un tema que le preocupaba mucho. Que lo había hablado con Alberto su hermano, con Carmen, con Alfonso, Leonardo, Gonzalo… y que quería haberlo hecho con Santiago pero no le fue posible.con Eugenia tampoco pudo, porque no la vio en la casa de su madre.
- El caso es que había hablado con casi todos…
- Sí. Y agregaba Raúl que había dos medidas que no había más remedio que adoptar…
- ¿Cuáles? –preguntó Brassens.
- La primera, absolutamente urgente, para evitar un problema de falta de tesorería a muy corto plazo. Y decía Raúl que Gonzalo le había manifestado que sólo había dinero para pagar los gastos hasta el mes de mayo, el correo estaba fechado el 20 de abril –explicó equis-, o sea 10 días más. Para esto se necesita realizar una propiedad. También estoy de acuerdo con vender el piso de la localidad más cercana a la casa de nuestra madre antes que la de Madrid, dado que esta última tiene más probabilidad de revalorizarse a medio y largo plazo.
- Esa era la primera.
- La segunda, siempre según Raúl, era que pensaba en que su madre pudiera vivir hasta los 100 años cuando menos…
- Como la película de Saura…
- Estarían hablando de 10 años más –continuaba equis después de producir un gesto afirmaivo-. Al nivel de gastos que Gonzalo ha informado, de 5.000 a 6.000 euros por mes, se cubrirían los gastos de mamá, si siguen en el mismo nivel, en unos 4 años, más o menos.
- Esa era su segunda preocupación –apostilló Brassens.
- Entonces abría Raúl el punto tercero de su correo. Creía que iba a ser necesario actuar de inmediato en dos órdenes de cosas. El primero, reducir en lo posible los gastos. En ese sentido pensaba que el gasto más superfluo era el de la cocinera. Raúl sugería hablar con la otra chica del servicio, ofrecerle un poco más y que se hiciera cargo de la cocina. Desde su punto de vista, los otros dos sueldos eran imprescindibles, el de la cuidadora nocturna y el de la doncella. El segundo orden de cosas era el de la reducción en el capítulo de otros gastos…

jueves, 12 de enero de 2012

Intercambio de solsticios (303)

Bilbao, 3 de septiembre de 2004.

Querida Lorsen:

La temporada empieza de nuevo y con ella las acostumbradas cuitas cotidianas. La lucha por sobrevivir en los diferentes contextos en los que me muevo alejan de mí cualquier sensación de aburrimiento. Pero no es para esto para lo que escribo estas letras, sino para contarte del cumpleaños de Pilar y la situación de nuestra hija.
El 26 de agosto, que me encontraba en Arrechea, acompañado de Carlos Urquijo, recibía una llamada de mi hermana Eugenia.
Pilar ha pasado una mala noche –me dijo.
Y yo resolví salir para Bilbao inmediatamente. La niña –siempre será una niña para nosotros, ¿verdad?- estaba bastante sedada, pero aún así su cara evidenciaba la preocupación por su estado. Ni siquiera la proximidad de su celebración, todos los globos puestos y algún regalo que precedía el verdadero y asustante convoy de obsequios que recibiría el 27 podían con su carita triste.
Desde que decidimos –tú y yo- que Pilar no debía sufrir ningún dolor, y más adelante, una vez que tú ya te habías ido, le empezaron a administrar calmantes de forma reiterada, yo sabía bien que el proceso de nuestra hija era una especie de “in crescendo” medical. Hoy le dan analgésicos cada seis horas, y Teresa Hermana me dijo -ese día- que estaban estudiando la posibilidad de ponerle un catéter que le permitiera alojar cualquier calmante directamente sobre la base de la médula. Por supuesto que le dije que tenía mi autorización.
El cumpleaños pasó sin embargo con toda la felicidad que tú los has conocido: fiesta, regalos, visitas... Y Pilar saboreó su día –que ella prolonga durante varias jornadas, antes y después de la correspondiente.
Queda esa chica en su cama -o en la silla- ahora más tranquila, pero a causa del dopaje que recibe. Sigue consciente en todo momento y está instalada en esa nueva situación que durará... ¿Quién sabe?
He pedido a nuestra Virgen de Roncesvalles que sea lo mejor para ella, siempre que no sufra. Una carita triste de Pilar –ni siquiera la mueca de dolor- es de lo más horrible que te puede ocurrir.
Sé que desde donde te encuentres intentarás todo lo que sea mejor para ella. Al fin y al cabo es lo único que me queda de ti en esta tierra, después de más veinte años desde que nos conocimos –este 8 de septiembre haríamos nuestro vigésimo aniversario.

Un beso.

miércoles, 11 de enero de 2012

Intercambio de solsticios (302)

Sentada en el desvencijado sofá, al lado de su marido que dormía pesadamente, Vic Suárez aguzaba el oído. De un momento a otro llegarían los esbirros de Cardidal y se los llevarían… Ese no era un lugar seguro, tampoco lo era su piso de Francisco Goya. Huir, otra vez; huir, toda la noche y huir el día de mañana… Internarse en la noche de los barrios de Madrid donde las sombras se convertían en enemigos peligrosos, en una especie de muertos vivientes dispuestos a cobrarse su recompensa en forma de dinero, de sexo, de alguna ropa que les permitiera refugiarse del frío de ese Madrid que era en invierno igual de intenso que el de antes, pero con una diferencia, por supuesto: que ya no había gasóleo que quemar en las calderas y que sólo las hogueras que ardían en los rincones más protegidos de las calles permitían un pequeño cobijo a los vagabundos, los nuevos desheredados que ese año 2.013 se hacían multitud todos los días, que se escondían por las mañanas de la implacable acción de las fuerzas del orden y que se hacían visibles por las noches, cuando como las ratas merodeaban por las calles o se apoderaban de las casas abandonadas por sus antiguos ocupantes. ¿Cómo vivirían ellos durante el día? ¿dónde se encontrarían sus guaridas?
Era un mar de dudas. Pero esta de los malhechores de la noche sólo le preocupaba por una razón: si no entraban en esa casa los hombres de Cardidal lo podían hacer los marginales de la noche. Pero ella vendería cara su vida. En su bolso dos instrumentos, uno inservible: un walkie-talkie que apenas la comunicaba con nadie, un Cristino Romerales que estaba encargado de resolver la seguridad del distrito de Chamberí antes que la de su marido y la suya; el otro aún utilizable, aunque Vic Suarez sabía muy bien que se trataba de la última oportunidad: la Smith&Wesson que empuñaba ahora con la convicción de que su destino podía quedar ligado a ese cañón helado.
Y Jorge… más cercano a la derrota final que al inicio de la supervivencia. Como si de su última conversación con Cristino Romerales fuera en realidad una especie de adiós a la vida; como si le dijera, con palabras que alguien había pronunciado en sus oídos algún día de su vida pasada: “Tú sadrás adelante, cariño. Yo ya he dado todo lo que podía de sí. Que seas feliz”.
¿Se lo podría llevar a otro lugar? Era más que improbable. Y además… ¿Cuál sería ese lugar? ¿Dónde podría encontrarse la paz y la seguridad en esa horrible noche del Chamartín decadente y condenado a muerte?
Miró su walkie. Pensó que habría alguien al otro lado de la comunicación que le brindaba. Y casi insensiblemente, como pensando en que en toda la tristeza que le embargaba podía quedar una palabra amable, pulsó la tecla que le pondría en contacto con la persona que, como ella, como tantos otros amigos o enemigos en esa noche desesperanzada, seguro que tampoco dormía.
No contestaba. Pero Vic no quiso pulsar otra vez la tecla. Suponía que Cristino haría lo que le habían ordenado. Siempre lo hacía.
Y cuando había casi perdido la fe en sus semejantes, la luz de su emisor-receptor parpadeaba. Vic contestó.
- ¡Hola!
- ¿Cristino! –exclamó ella con un susurro y tapando la boca con su mano.

martes, 10 de enero de 2012

Intercambio de solsticios (301)

- Y seguía Gonzalo –continuaba equis-: En caso de optar por la solución del otro piso, el que estaba en la localidad vecina a aquella en que vivía la madre de los Jiménez –explicó equis-, y en tanto no se encuentre comprador, habrá que pedir préstamos a nombre de los hermanos o cuentas de crédito –así, en negrita- para cubrir los gastos de mamá, cifras que serían inmediatamente reembolsadas a la venta del piso. Y concluía: OS RUEGO A TODOS CONSIDERÉIS ESTAS IDEAS Y PROPONGAIS CUALQUIER OTRA SOLUCION QUE PERMITA RESOLVER LOS PROBLEMAS.
- Es evidente que hubo contestación –dijo Brassens.
- El mismo Gonzalo Jiménez volvía a escribir a sus hermanos a las pocas horas –contestó equis-. Les decía: ACABA DE LLAMAR LA INMOBILIARIA QUE OFRECEN 390.000 EUROS. UNA PAREJA JOVEN QUE QUIERE HACER OBRA. LA REBAJA ES DE 60.000 EUROS.
- ¿Y?
- El día siguiente, Leonardo contestaba diciendo que le parecía muy buena noticia la oferta recibida por el piso. Creo –decía- que conviene soltarlo en el máximo precio que sea posible. En cuanto al apartamento del Barrio de Salamanca –decía Leonardo-, estimo que una vez vendido el otro piso convendría dejar la cuestión para más adelante, si fuera necesario. El mercado inmobiliario de Madrid está ahora muy bajo y el metro cuadrado que más se cotiza es precisamente el de ese distrito. Subirá –decía.
- No le faltaba razón –observó Brassens.
- Pero no había terminado ese correo –señaló equis-. Decía que, por otro lado quiero manifestarte mi preocupación por el elevado coste del servicio asumido por mamá. Mi impresión es que está viviendo por encima de sus posibilidades económicas y que además no cubre todas sus necesidades, una de las causas por las que no ha sido posible mantener la reunión que tú habías convocado ha sido que Alberto se tenía que quedar cuidando a mamá, ¡y encima paga 5.000 euros!, me parece desproporcionado y creo que convendría ir dándole una vuelta al asunto.
- Una buena contestación…
- A la que seguiría otra más larga de Raúl –dijo equis-. De la misma fecha.
- ¿Y qué decía el hermano mayor?
- empezaba diciendo que había seguido con gran interés las últimas comunicaciones sustitutivas de la reunión que se iba a celebrar este sábado. Desde luego –continuaba Raúl-, bajo mi punt de vista, cualquier sistema de comunicación es bueno, lo malo sería no hacerlo. Si bien pienso que hubiera sido más apropiado tener una reunión, dado que no todos podemos, ni siquiera sé si yo hubiera podido ir, nos podemos comunicar por e-mail, sms, skype o como sea.
- Una cierta larga cambiada.
- Bueno. Luego seguía diciendo que, como no podía ser de otro modo, agradecer a Gonzalo por todo lo que ha hecho por mamá, no sólo en este asunto de la venta, si sale, sino en todos los últimos 20 años…

lunes, 9 de enero de 2012

Intercambio de solsticios (300)

Arrechea, 12 de agosto de 2004

Querida Lorsen:

Te escribo desde nuestra casa, donde siempre estás tú en todos y cada uno de sus rincones. He venido aquí ayer, con Jean-Pierre y con Bècaud. Estar con un amigo y, a la vez, cocinero es un verdadero lujo, algo que tú ya pudiste experimentar una vez y que verdaderamente te gustó mucho.
Ayer pude ver a la hija de Bècaud, que se ha convertido en una perrita muy parecida a su padre. Más pequeña que este, rubia, pero con una oreja caída y la otra para arriba y con sus mismos ojos y carácter. He recordado lo mal que te lo pasaste cuando no pudiste con Mouski, y he revivido nuevamente toda esa horrible enfermedad tuya.
Pilar está bien, aunque me ha dado una gran preocupación estos días. Con unas necesidades altas de oxígeno, otra vez. Te he pedido que si tiene que irse que hagas lo que esté en tu mano para que no sufra.
Aquí he visto a todo el clan de los valencianos que estaba comiendo en el Gárate. Las cosas siguen igual entre ellos.
Esta mañana he ido a Roncesvalles donde he comprobado el horario de misas. El domingo, que es el día de la Virgen, tengo previsto asistir a la misa de los peregrinos.
A veces no sé si me hace mucho bien escribir estas cartas, pero no puedo hacer otra cosa.

Y es que, a pesar del tiempo que ha pasado, te sigo queriendo.

jueves, 5 de enero de 2012

Intercambio de solsticios (299)

- No entiendo muy bien lo que me estás diciendo –observó Cristino Romerales después de pasear su mirada por todos los puntos de su despacho, inmediatamente antes de dirigirla a los dos tipos que había capturado.
- Que somos unos topos de Sotomenor en tu departamento… -repitió Caldera.
“¡Otro de los errores de este desorganizado de Bachat!”, presumió Romerales para sus adentros.
- ¿Y cómo os habéis introducido en nuestra policía? –preguntó el responsable de interior.
No hubo contestación a esta pregunta.
- Quizás tengáis razón –dijo Romerales más para sí mismo que para sus interlocutores-. En realidad, ahora no me importa demasiado saber qué procedimiento habéis seguido para entrar aquí –prosiguió Cristino-. Ya lo diréis a su debido tiempo.
Del cuerpo tendido de Fulgencio Mestres se desprendía un charco de sangre que crecía por momentos. Romerales apenas sabía nada de medicina, pero todos los datos que se ponían de manifiesto le llevaban a considerar que el tipo aquel estaba agonizando: el torniquete que le había aplicado no había funcionado.
Romerales volvió a llamar a su compañero en la Junta de Distrito.
- ¡Francisco, creo que este tío se está muriendo!
- Ya estoy llegando –anunció el doctor de Vicente.
El jefe de interior de Chamberí colgó su receptor y se dirigió ahora a Román Caldera, que se había sentado tranquilamente en una de las sillas de su despacho, dispuesto a pasar el tiempo que fuera preciso de esa manera.
- Ahora se encargarán de tu compañero –le dijo Romerales-. Emtonces será el momento de preocuparme de ti.
- En realidad yo soy lo que se llama habitualmente un espía –declaró el aludido con la misma naturalidad de quien se come una manzana-. Y estoy dispuesto a jugar el papel de agente doble.
- Siempre que no tenga consecuencias negativas para tu persona –dijo sarcásticamente Romerales.
- Sí. De momento el precio es mi vida.
- De momento, luego pedirás más.
Caldera levantó los hombros emitiendo una señal de ambigua conformidad.
Entonces se abrió la puerta y por ella entraría Francisco de Vicente: un sujeto alto y robusto, moreno y relativamente grueso.
Sin apenas saludar, el médico, que llevaba un maletín de cuero, de los que en su día utilizaban los galenos en sus visitas domiciliarias, se precipitó sobre el cuerpo de Mestres. Le dio la vuelta. Los ojos abiertos miraban al vacío, el organismo estaba tensionado y la sangre le salía a borbotones.
Le tomó el pulso. Después observó a Romerales y a Caldera.
- Me temo que ya no se puede hacer nada por él –dijo de Vicente moviendo la cabeza-. Podría intentar reanimarle, pero no tengo con qué.
- Está bien. No te preocupes –dijo Romerales.
- ¿Era católico? –preguntó el doctor poniéndose en pie.
- ¿Católico? –preguntó co una sonrisa sardónica su compañero-. ¿Y dónde ha quedado todo eso?
- Yo tampoco lo sé, pero le rezaremos un responso –anunció Romerales, tomando ahora la iniciativa.

miércoles, 4 de enero de 2012

Intercambio de solsticios (298)

- ¿Y dijo por qué causa consideraba que no se podía celebrar la reunión? –preguntó Brassens.
- Bueno… salió con eso de que no se podían permitir que su madre se preocupara; que, por otra parte, se tenía que quedar con algún hermano… que, por supuesto, no podría acudir a la reunión…
- ¿Pero no acabamos de decir que pagaba del orden de 5.000 euros por el servicio? –preguntó Brassens, quien sospechaba que en las palabras de Carmen Jiménez se escondía una estratagema.
- Claro. Pero no disponía de él durante los fines de semana. Excepto de la señora que la atendía por la noche…
- Ya. Justo cuando estaba su hija.
- Bien –continuó equis-. Lo cierto era que no se podía hacer la reunión. Carmen sugirió entonces hacerlo por correo electrónico o por “skype”
- Ya. O sea, un desastre sin paliativos –comentó Brassens.
- Desde luego –afirmó equis-. Ahora viene el siguiente capítulo: las propuestas de los hermanos para corregir este problema.
- ¿Cuál fue?
- Bien –repuso equis-. Gonzalo escribió un correo indicando las opciones que se abrían a partir de entonces: la primera consistía en vender el piso que su madre tenía en una localidad vecina a la ciudad en que vivía. Por este pedían 450.000 euros, aunque explicaba que se podía reducir la cantidad a unos 430.000. Ya lo habían visitado entre 20 y 40 personas, pero nadie había hecho aún una oferta.
- Pero habría alguna otra opción, supongo –indicó Brassens.
- La había –asintió equis-. Como te decía, la señora de Jiménez también tenía la propiedad de un apartamento en el barrio de Salamanca, en Madrid. Este tenía un precio de tasación de 470.000 euros. Santiago Jiménez, el más pequeño de los hermanos, proponía comprarlo, pagando a razón de 100.000 euros anuales, entre mayo de 2.010 y mayo de 2.014. La última cuota que pagaría sería de 70.000.
- Pero el apartamento estaba libre…
- No. Creo que te dije que lo habían alquilado. Pero, por motivos que no conozco, la renta estaba pagada hasta enero de 2.012.
- ¿Y eso era todo? –preguntó Brassens.
- No. En ese mismo correo, Gonzalo explicaba que, según indicación de Raúl Jiménez, el hermano mayot, habría que conseguir incrementar los ingresos de su madre. Se trataría de un esfuerzo a realizar por parte de los hermanos. Según explicaba Gonzalo, si se conseguían reunir entre 1.000 y 2.000 euros al mes, se lograría con eso pagar buena parte de los sueldos del servicio
- ¡De eso a los 5.000!
- Bien. Eso decía Gonzalo –dijo equis-. El caso es que, si no conseguían vender el piso, o sea, la primera opción, sólo les quedaría un paso,

martes, 3 de enero de 2012

Intercambio de solsticios (297)

(Agosto de 2.004. Sin fecha)

Querida Lorsen:

A mi regreso de Pravia (Asturias), donde he pasado unos días en compañía de mi primo Antonio Redondela y de Mica, su mujer, te pongo estas letras. Esos días han sido muy importantes para mí. Me he acordado mucho de ti, he pensado que te lo habrías pasado muy bien allí, con esa gente, esos planes –no muy diferentes a los de Arrechea.
Sin estorbar, con esa elegancia que tenías, te has hecho presente en mis sueños, diciéndome cosas que creo haber comprendido y que espero me sirvan para reordenar mi vida.

Un beso.

lunes, 2 de enero de 2012

Intercambio de solsticios (296)

No hizo falta más que de un leve puntapié para que cediera la puerta: en realidad se trataba de una jamba fabricada de conglomerado de madera. “Era muy frecuente en esos tiempos” –se dijo Vic Suarez para sí misma-. Los buenos materiales de antaño servían para otras utilidades y se veían sustituidos por productos de ínfima calidad; la suficiente para que se recogiera una familia durante un par de noches, el tiempo preciso para emigrar de ese distrito en que la nueva mafia facinerosa de Cardidal-Sotomenor se había hecho con todo el poder. ¡Quizás esa debiera ser su próxima decisión! Con tal de que pudieran pasar esa fatídica noche, desde luego”.
Se trataba de un apartamento mínimo. El recibidor de un par de metros cuadrados franqueaba el paso al cuarto de baño, a su izquierda; al dormitorio principal, justo frente a la puerta y a un salón-cocina, que se comunicaban entre sí, con la única novedad estética de un arco que servía de frontera a los dos espacios.
Vic conocía el apartamento. Pertenecía en su día a una señora vinculada familiarmente con uno de los ministros de Hacienda más conocidos de Felipe González y eso que se decía “glamourosos” –dado su último matrimonio-. Lo había donado a uno de sus hijos para que lo alquilara o hiciera de él lo que quisiera.
Después de la cocina había un patiejo en el que, si se dieran mal las cosas, se podrían refugiar. Aunque, tenían pocas posibilidades de escapar de él. En realidad, se trataba más bien de un escondite-trampa.
Suavemente empujó a su marido hacia el interior. Agotado, Brassens, recorrió el espacio que mediaba entre la puerta y el salón para advertir que aún quedaba un horrible sofá de color rojo que emitía una especie de destello a pesar de la noche cerrada. En él se dejaría caer Jorge exhalando un suspiro que se encontraba más cerca de sus postrimerías que de un cansancio que se cura a base de una buena noche de reposo.
Entretanto, su mujer recorría nerviosa el local a la vez que ponía en orden sus ideas.

Sotomenor había encargado a su secretaria que buscara a sus dos hombres. Lo-mejor-que-tenía… pero, hasta el momento, el rastreo realizado por ella había resultado infructuoso.
- ¿Sabes lo que te digo? –preguntó Cardidal de forma un tanto retórica, pues estaba claro que a continuación se iba a contestar a sí mismo-. Que esto no me gusta nada… mandas a unos tíos a que le den un repaso a Romerales y los repasados son ellos mismos.
Su número dos se frotaba nerviosamente la barbilla sin contestar palabra alguna.
- Es muy desagradable que no te contesten –dijo entoces Cardidal, a medio camino entre el abatimiento y la exclamación.
- ¡Te quieres callar! –gritó, este sí, Sotomenor-. Estoy pensando…
- Hay que ir a por Brassens.
- Ya no es posible –contestó el jefe de policía de Chamartín-. Acabo de dar la orden de que regresen aquí.