domingo, 30 de noviembre de 2014

Elías Zúñiga (14)


Pero Elías Zúñiga no conoció a Chavez, lo mismo que tampoco tuvo el gusto de estrechar la mano de Fidel. Aunque sus investigaciones histórico-políticas le conducían al socialismo bolivariano.

Y no fue ahora el patrimonio de Torres Altas quien le pagaba viaje y estancia en la capital venezolana, sino la munificencia desbordante del régimen socialista que regaba con petrobolívares todo lo que se le aproximaba.

Dispuesto, por lo tanto, a realizar su segundo estudio en profundidad de los avances del socialismo moderno, Elías se fue a Caracas.

Allí encontraría el joven donostiarra los abiertos brazos de otra joven revolucionaria, de nombre Graciela. Una joven morena, sensual y ardiente que se avendría a explicarle las excelencias del proyecto del militar golpista devenido en nuevo libertador y que estaría dispuesta además a abrirle otros secretos más comunes de la vida aunque más personales.

Y mientras que ellos retozaban en un camastro de hotel, la población de aquel país comenzaría a experimentar la verdadera faz del socialismo: las colas. Colas para comprar pollo, colas para comprar papel higiénico, colas para el pan y la leche y la sal y el azúcar... Colas para todo.

Pero claro, esa no era la cara del socialismo bolivariano que se aprendía en los brazos de Graciela. Y tampoco se correspondía con las tesis de Anguiano, el futuro líder de de Mandaremos.

Pues que Daniel Anguiano, su coleta y su expresión formal en ristre, andaba por Caracas también. Buscaba fondos para una fundación con la que pretendía exportar el modelo bolivariano a España,

Y entre brazos y abrazos, Elías Zúñiga conoció a Anguiano.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Elias Zuñiga (13)


En ese piso en el que se concentraban al menos tres familias, Arielita, su dulce recuerdo cubano de espléndida mulata, compañera/camarada de ideas... la chica de la que se había enamorado locamente,

¡Vivía con otro hombre!

Era en efecto otra de las familias que cubrían de forma desordenada el piso aquel que más parecía una colmena.

Fue una conversación ridícula. Que Elías Zúñiga no pudo llevar sino con una profunda desazón y una incomodidad manifiesta. No con tristeza, porque el dolor y la desazón  vendrían más tarde, cuando la marea se retiraba de su playa y el muchacho podía hacer el recuento de las Vivencias acontecidas en aquella visita.

A cualquier otro, ese encuentro le habría provocado la decisión de dejar a un lado la revolución, que tan traidora le había sido, y regresar a la tradición histórica de la nobleza familiar, los Torres Altas, por supuesto. Los contactos que tenía esa estirpe le valdrían un pasar razonable para su futuro. Encontraría a otra chica -quizás menos interesante que Arielita, pero al menos más aprensible que la despegada cubana.

 Pero Elías era chico berroqueño y más duro que las piedras. De modo que persistió en la idea de la revolución... Aunque lo de la cubana se disipaba como el humo después del incendio.

Y cuando Dios cierra una puerta parece que abre una ventana. Ahí estaba el nuevo comandante, en este caso, un militar de pura cepa, venezolano, socialista de los nuevos tiempos...

Ahí estaba Chávez.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Elías Zúñiga (12)


De manera que Elías regresaba a Madrid, el recuerdo permanente de Arielita prendido en su corazón. Ordenaría sus papeles y comenzaría a escribir el ditirambo de la juventud de Fidel. En cada elogio buscaba la aceptación de la mulata, en cada párrafo había un llamado a las excelencias que la "revolución" supondría al futuro cubano y del que la joven militante del PC era para él el máximo exponente.

Además escribía largos y ardorosos correos que apenas nadie contestaría. Quizás un acuse corto de recibo con un "mi amor" que Elías creería tenía el mismo sentido que en España.

Presentó su tesis, que en la Complutense tendría buena acogida. No en vano, Cuba, Fidel, el "Che" y la "revolución" constituían siempre elementos punteros de referencia de la casa.

Animado por su éxito universitario y amoscado por la falta de noticias en Cuba, Elías Zúñiga resolvía acercarse a la embajada de ese país armado de sus cuatrocientos veintisiete folios laudatorios del joven Fidel para pedirles que le facilitaran visado para volver a la isla. Previamente había tomado contacto con algunas autoridades del PC cubano y se había asegurado una digna presentación oficial de su trabajo en la sede central de la Asamblea del Pueblo. Tamaño honor, sin embargo, no se vio correspondido por noticia alguna de Arielita, pese a que su acoso en términos de correos electrónicos y llamadas a su supuesto número de móvil el mismo Elías reputaba de agobiantes,

Llegado a Cuba, aunque agotado del viaje, Zúñiga resolvía dirigirse a la casa en que vivía Arielita, que era vivienda para toda su familia, dado el estatus político asumido por la chica. Un piso que no alcanzaría los estándares mínimos de comodidad pedidos por los vecinos de Vallecas, por ejemplo, pero que en la derruida Habana Vieja era todo un lujo.

Llegó, vio y no pudo creer lo que vio.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Elías Zúñiga (11)


Asomarse a la vida de Fidel Castro es asunto interesante. Pero el caso de la juventud del dictador cubano es aún más asombroso. Especialmente en el supuesto de Elías Zúñiga, que descubría en el arrogante líder cubano algunas características que le parecieron familiares, cuando no próximas. La historia de una persona que trataba de forma tesonera de  hacerse un hueco en la política, cualquiera que fuera esta y el rechazo que entre sus propios compañeros de estudios provocaba el que luego fuera el principal adalid de la "revolución" no deja indiferente a nadie que se aproxime a ella.

Pero en el caso de Zúñiga, la juventud de Fidel sería para él, quizás no trasunto de la suya, porque él se veía a sí mismo bastante lejos de la vocación de líder que asumía el cubano, pero en todo caso sí como una especie de hermano mayor en quien pusiera el joven donostiarra todas sus confianzas.

Le llevaría sus buenos dos años el profundizar en la historia de Fidel. También le llevaría a viajar a Cuba, donde el joven Zúñiga no quiso ver el deterioro físico de las ciudades -las desportilladas casas de La Habana cayéndose a pedazos-, pero también el de sus ciudadanos, moralmente vencidos, dispuestos muchos de ellos a venderse al mejor postor. Porque, puesto a mirar hacia otro lado, rechazaría comprender la degradación de las "jineteras" poblando las calles de la vieja ciudad, el acoso -amable, pero pesado- de sus ciudadanos por venderte cualquier tipo de producto -como el tabaco, previamente robado al Estado.

Por supuesto que Elías fue acompañado en aquella grata estancia caribeña por una guapa mulata, miembro del Partido, por supuesto.  De nombre Arielita Cienfuegos. Arielita, haciendo honor a su devastador apellido, entró en la vida del joven donostiarra con una fuerza que todavía le recorre por su tembloroso organismo.

La chica estaba haciendo su carrera política en el partido en la forma usual que se acostumbra en los sistemas antidemocráticos y en los que lo son, también con alguna frecuencia. Cumplía órdenes, eso era todo. Y la joven quizás considerara que entre esas órdenes se incluía la satisfacción integral del muchacho.

Lo malo es que Elías Zúñiga se enamoraría de manera más que bobalicona de Arielita Cienfuegos.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Elías Zúñiga (10)


Y para cualquier revolucionario que se preciara de tal, la cosa consistía en pasar a la acción. Pero en el joven Zúñiga, la reflexión y el estudio antecedía siempre a las fútiles cuestiones de la a menudo ingrata actividad política.

Eso mismo le recomendaba su profesor más caracterizado, Juan (Juanito, para los amigos) Escohotado:

- Ahora que puedes, estudia. Que no sabes si tendrás tiempo para eso el día de mañana...

Y el chico se puso a estudiar de manera tal como el personaje de la película de Zemeckis, Forrest Gump cuando se ponía a correr: que no paraba ni para comer.

Devoraría el joven Zúñiga, en alborotado condumio, los textos de todos los escritores pretéritos, actuales y seguramente futuros del marxismo decadente. Le interesaría asimismo el análisis de las actuaciones pretendidamente revolucionarias de los Castro en Cuba y se asomaría con alguna dedicación -no exenta de morbosidad- a las experiencias justicialistas de Perón y sus seguidores. "América Latina es la esperanza", pensaría el muchacho, después de su particular diagnóstico respecto de las frustrados experiencias europeas de la socialdemocracia y de los frentes populares de entreguerras.

Y siguiendo el consejo de Escohotado, una vez concluidos sus estudios, tomaría plaza de profesor auxiliar y se dedicaría al estudio del "joven Castro y sus referencias prerrevolucionarias", una historia que constituía el paradigma de todos sus anhelos en la cuestión.