miércoles, 22 de octubre de 2008

¡Todavía hay clases!

Me lo contaba no hace mucho una afiliada a UPyD que está colaborando em el desarrollo del área internacional del partido. Con ocasión de la fiesta nacional de un país miembro de la Unión Europea, su embajada en Madrid organizaba la consabida fiesta a la que invitaría a un amplio y heterogéneo grupo de personas. Es cierto que corren tiempos democráticos en los países de Europa -en unos más que en otros, claro- por lo que resultaría poco creíble lo que les refiero a continuación de no ser por la certeza que tengo en la veracidad de lo que me dice mi interlocutora.
Al embajador de ese democrático país se le ocurrió organizar 2 festejos a la vez en tan señalada fecha: uno para el común de la gente y otro para la aristocracia de su país avecindada en España. En el primero ofrecían cerveza y coca-cola, en el otro whisky y vino espumoso; el primero al aire libre, en uno de los elegantes salones de la embajada el segundo. Y como quiera que los aristócratas se aburrían de saludarse entre sí -la endogamia también tiene sus límites- y se entretenían en salir al soleado jardín, pusieronron en evidencia, copa en ristre, la diferencia de la invitación. Por parte del grupo de los "comunes" hubo quien trataría de internarse en el lugar de donde salían los más selectos concurrentes a la fiesta. "Esta puerta es sólo de salida", les informaría un trajeado funcionatio. "¿Y la entrada?", le preguntarían. "La de la embajada", sería la respuesta. Y si ese invitado de segunda insistía en ingerirr productos de mayor calidad resultaba reenviado con carácter inmediato al jardín, convertido así en una especie de residencia buñueliana, algo parecido a la surrealista casa de "El ángel exterminador".

viernes, 10 de octubre de 2008

Un año después

Era llegada la hora de la celebración, quienes habíamos estado en los prolegómonos del invento -hotel Costa Vasca, mayo de 2.007- nos mirábamos a la cara con un gesto de estupor. ¿Cómo había sido posible? Porque, más allá de las frías estadísticas que dicen tantas cosas y al final no saben decir apenas nada, está la conexión con la sensibilidad de la gente. Y es que uno puede llegar hasta la atrofia del sentido si milita en un partido de los tradicionales -para este comentario me da igual el nombre-, porque a fuerza de endogamia se puede no acabar de ver más allá de las asambleas de tu partido, que es exactamente lo mismo que no ver más allá de tus narices. Los partidos tradicionales son "organizaciones-pesebre" y lo que diga el líder de turno va siempre a misa. Y además, ocurre que las relaciones humanas son cortas y se circunscriben al grupo político como una extensión de la familia propia, como un anillo de Júpiter que rodeara nuestra vida de amigos y que a la vez son compañeros de partido: una endogamia de retroalimentación permanente. Y así, a nadie se le ocurre pensar de otra manera, porque el devenir gregario es cómodo y el pensar por uno mismo es peligroso. De los que "forman parte del rebaño" -que dirían Paco Ibáñez y Georges Brassens- es el reino de la tierra, de los que vamos por libre es nada más que "el llanto, el sudor y las lágrimas". Y si creen que exagero les invito a que beban del cáliz que contiene 3l agrio líquido del disenso.
Por eso, un año después, consuela saber que no te has equivocado; que más de 300.000 personas en España piensan como tú y que hay otro tanto que dicen haber votado como los primeros -¡qué frágil es el recuerdo humano!
Decía el "slogan" del día que tenemos "todo por delante". Y no son palabras retóricas. Uno advierte que los vientos del cambio que soplan este otoño con fuerza de vendaval están barriendo buena parte de los planteamientos en que se habían instalado con comodidad los bienpensantes. Ya no existen certezas en los paradigmas anteriores -menos Estado, privatizaciones, desregulaciones, dinero fácil y barato, consumo a destajo...- Hoy se vuelve a los principios de siempre, los que crearon la riqueza sólida que otros pretendieron sustituir por el cuento de la lechera y que funcionaría hasta que estos días alguien hizo añicos el cántaro. Era -y lo seguirá siendo seguramente a partir de ahora- la receta de otros tiempos: el trabajo bien hecho, la austeridad, el ahorro y la seriedad en los negocios. ¿El regreso a un calvinismo que se creía extinguido por los nuevos tiempos? No lo sé, pero tengo la sensación de que ese mundo que recompensaba a la hormiga laboriosa y denostaba a la perezosa cigarra lo cambiaron algunos que decidieron poner más ruedas y un motor turbo a la bicicleta: la torta, cuando llega, se padece peor a 200 km. que a 40.
Y hoy el cambio no se circunscribe a un ciclo sino a una época. Quienes protagonizaron la vieja están saltando por los aires, hechos trizas; y los nuevos, gozan al menos del beneficio de la duda. Esta es una crisis de confianza, en las políticas y en los que las protagonizan. Y es una crisis muy profunda.
¿Intuíamos todo esto hace un año, hace 15 meses? Sería demasiado presuntuoso asegurarlo. Sabíamos que las cosas no iban bien y que los instrumentos políticos en juego habían periclitado ya. Un año después -todo por delante- de ese reducido grupo que nos sentábamos en una sala del hotel Costa Vasca de San Sebastián ha surgido una alternativa nueva, limpia y regeneradora; quizás la única. Y no importa que aún hoy seamos una fuerza pequeña -que no discreta, porque no paramos de cantar las verdades del barquero- para ser alternativa. Los tiempos nuevos encuentran a las personas y las organizaciones que necesitan. Y Unión, Progreso y Democracia ha nacido también para aceptar un reto inmenso como el que está anunciando este formidable vendaval.

lunes, 6 de octubre de 2008

Para "Fígaro"

Eramos apenas 5 personas las que nos sentábamos en el bus de la línea 51, en la primera parada, la de la plaza del Perú, en Madrid. Había todo el espacio del mundo y, sin embargo, ella ocupaba el asiento contiguo al mío.
Siempre me ha resultado molesto que alguna gente opte por sentarse junto a mí cuando el local en cuestión está prácticamente vacío. Eso me produce una sensación de incómodo acoso. Pero debo confesar que hay excepciones a la regla y esta era una de ellas. La chica era joven y no mal parecida y vestía unos pantalones de color "beige" de canutillo, muy ajustados, una blusa floreada sobre fondo azul cielo y un chaleco de color Burdeos. Tenía el pelo castaño, levemente rizado y los ojos -saltones- marrones.
Lancé una furtiva mirada sobre ella. Me recordaba a alguien, pero por más que me devanaba los sesos no podía recordar a quién. El chaleco era la clave. ¿Qué chica con chaleco había tenido algo que ver conmigo en los óltimos tiempos? Porque -estaba seguro de ello- por más que el recuerdo se alojaba en las profundidades de mi mente, parecía claro que era reciente. El autobús se puso en marcha y giró de modo brusco hacia la izquierda. El cuerpo de la chica se proyectaría sobre el mío y este sobre el duro revestimiento metálico del vehículo. Cuando nos despegamos ella me pidió perdón. Aún no definitivamente repuesto de la doble presión -la estructura del autobús y el organismo de la chica- pude atinar a decir:
- No te preocupes. Creo que el conductor es más responsable que tú.
- Gracias -dijo ella esbozando una sonrisa tímida, la boca cerrada.
Pero la brusquedad del conductor tenía el efecto de provocar una cierta comunicación entre los 2 ocupantes de asientos contiguos. El primer semáforo en rojo de la calle Príncipe de Vergara supuso un frenazo del autobús que nos hizo sentir abruptamente en el pecho las barras metálicas del asiento delantero.
- ¡Qué bárbaro! -exclamé, apenas repuesto de mi segunda sorpresa.
- Este se cree que está dentro de un auto de choque -dijo la chica en voz baja, casi para su cuello.
- Verdaderamente -repuse yo, a la vez que un cierto calor se me elevaba a las sienes.
Era la siguiente parada y el autobús se detuvo en ella, casi derrapando.
- No sé si bajarme. Me encuentro un poco mareada -dijo una bajísima voz desde el asiento situadp a mi derecha..
Miré hacia allí en cuanto la nueva presión sobre la barra delantera y la estructura del vehículo me permitió una somera inspección. La cara de la chica tenía el color de un papel aún no contaminado por tinta alguna.
- Si quieres te acompaño -me ofrecí de manera cortés.
- No se preocupe -musitó ella, a punto del desvanecimiento.
Era cosa de la edad. Ella joven, yo... menos. Yo la tuteaba, ella me trataba de usted: la barrera infranqueable de los años.
Me levanté. La cogí del brazo y me dirigí hacia la salida.
- N-no me encuentro demasiado bien -declaró ella cuando nos acogió por fin la seguridad de la tierra firme.
- Te invito a un café -le dije. Y no esperé a que contestara. Junto a la parada del autobús observé que había un bar. Hasta allí conduje a la chica.
Se trataba de un establecimiento ruidoso. El camarero disponía con estrépito los platos y las tazas de café en el interior del mostrador en tanto que conversaba a voz en grito con los parroquianos. Era claramente un modesto "bareto", pero no existía otra posibilidad alternativa al definido mareo de aquella chica.
Se sentó en una mesa de madera, junto a la pared, en una esquina del local.
Le ofrecí un café. Lo lceptó. Le pregunté si quería tomar algo más.
Ella levantaba sus ojos de una mesa, en la que se apilaban los restos de alguna comida previamente ingerida, antes de contestar.
- ¿Podía tomar un bollo? Todavía no he desayunado.
Torcí el gesto. Aún en España hay demasiada gente que sale de casa por las mañanas sin haberse llevado nada a la boca. Encargué el pedido y añadí un cortado para mí. En tanto que el camarero preparaba los cafés acerqué un bollo suizo a la mesa. La chica se lo comió en un santiamén.
- Tampoco cené ayer -me informó, la boca aún llena de comida.
- ¿Quieres un pincho de tortilla? -le pregunté. En mi primera expedición a la barra había observado la presencia de una tortilla de patatas que tenía un aspecto bastante aceptable.
- Me encantaría -aseguró.
Así que le dejé el pincho y su café con leche en la mesa. Para cuando regresaba con mi consumición buena parte de la tortilla había desaparecido del plato.
- ¿Quieres algo más? -pregunté algo asombrado.
- Gracias. Por ahora no -contestó, tocando con la palma de la mano la superficie de la mesa, en indicación a que me sentara.
Así lo hice. Y a la vez que endulzaba mi café le pregunté.
- ¿Te encuentras mejor?
Su sonrisa era ya abierta y me mostraba una perfecta hilera de dientes blancos y frescos.
- Sí. Muchas gracias. La verdad es que estaba desfallecida -dijo.
Pero yo no supe qué debía contestar, así que opté por permanecer en silencio y beber un sorbo de café. Sabía a rayos y quemaba en la lengua, además.
- Supongo que te estarás haciendo muchas preguntas sobre mí -dijo ella entonces, dejando a un lado su sonrisa y dirigiendo una en apariencia triste mirada sobre los restos de su desayuno.
- No necesariamente -mentí.
- Me gustaría contarte lo que me está pasando, en todo caso -aseguró con una cierta mirada de tristeza.
Un sexto sentido encendía una alarma en mi cabeza. ¿Me estaría metiendo en un lío? No lo sabía a ciencia cierta. Pero tampoco lo llegaría a conocer si no la escuchaba, de modo que opté por atender a sus palabras.
- Acabo de separarme -empezaría ella dirigiendo su mirada hacia aquella mesa poblada de cadáveres alimenticios-. Y mi marido... Perdón, mi "ex", ha bloqueado las cuentas corrientes y se ha quedado con las tarjetas de crédito. Hace 3 días que ya no tengo dinero. Tampoco trabajo,ni padres ni hermanos y mi situación es bastante desesperada.....
Yo empezaba a percibir que su desesperación me estaba afectando en alguna medida, de modo que produje de forma inadvertida para mí mismo el gesto de taparme la boca con mi mano derecha como señal de preocupación.
- ... Pero no estoy pidiendo ayuda, si es eso lo que piensas. Ahora mismo me dirigía al despacho de un abogado, amigo mío, que espero que me lleve el caso y me preste algún dinero.
- Sí -opté yo por decir finalmente-. Supongo que tu marido no te puede dejar en la estacada así como así.
- Eso me ha dicho Pedro, mi abogado -afirmó ella-. Y creo que resuelve bastante bien.
- Espero que tengas suerte -le dije, dibujando una tímida sonrisa.
- Gracias -dijo ella, abriendo su boca poblada con una hilera de blancos dientes-. Si tienes tiempo ahora aceptaría el tercer café y el segundo pincho de tortilla.
Disponía de tiempo, al menos de media hora. Y además me había tranquilizado bastante. No, no era una de esas mujeres que pretendan sacarte la pasta con cualquier falso pretexto.
Así que volví a la barra a por otros 2 cafés y otros 2 pinchos. Yo también repetiría desayuno.