jueves, 30 de abril de 2009

Italia y Bélgica

Esa mañana de abril, Madrid mostraba la mejor cara de su primavera. El sol se filtraba por los cristales que daban al jardín de la espléndida embajada de que dispone Italia en la capital de España.
- Es la mejor que tenemos -me asegura Giorgio Marrapodi, que es el Ministro Consejero-. La embajada francesa es igual de grande, pero tiene menos jardín -añade orgulloso.
Marrapodi y Federica Sereni -la primera secretaria- me acompañan mientras esperamos la llegada del embajador. Momentos antes, un militar vestido de uniforme de gala comprobaba mi identificación. En la puerta de entrada, un camarero me recoge el abrigo -innecesario para este día-, me pide que firme en el libro de honor y me dirige a través de un amplio hall flanqueado por grandes columnatas de mármol y tapizado de lujosas alfombras.
El Ministro Consejero me habla de Savater en tanto que la Primera Secretaria toma incesantes notas de mis palabras. Nos referimos después al sistema electoral para las europeas cuando en un saloncito previo al lugar en el que nos encontramos se recorta la figura del Embajador de Italia enfundado en un elegante traje gris.
Después de ofrecerme nuevamente café, el embajador se une a nuestra conversación. Me explica que Italia tiene listas abiertas para las europeas y cerradas para las generales. Después me pide un resumen de nuestro programa electoral -que le hago de modo telegráfico-. Yo le pregunto por la candidatura novedosa que se va a presentar en las europeas en Italia y me confirma que están en un 10% en los sondeos.
- El Partido Demócrata lo está criticando, porque tanto Berlusconi como el cabeza de lista de esta se presentan y son incompatibles -asegura el embajador.
Ha llegado el final de la entrevista. El embajador me desea lo mejor para estas elecciones -auguri, dice- y se ofrece a presentarnos a los europarlamentarios italianos electos que queramos.
Cuando salimos vuelvo a elogiar la embajada.
- Después de que los ingleses han vendido la suya, hay el rumor de que nosotros vamos a vender esta -me dice el embajador-. Pero no es verdad. No se venderá hasta que me jubile -dice.
- Entonces será por muchos años -contesto.
Y me alejo de Italia recordando mis años de juventud en esa misma misma embajada, donde Elena Valenciano -hoy portavoz socialista en materia exterior-, Kiko Mañero, Magdi Martínez Solimán y yo mismo intercambiábamos opiniones en aquellos años de la transición, donde aún todo estaba por delante.

El lunes, 27 me recibe en la embajada belga del Paseo de la Castellana François Dumont, que es el Ministro Consejero para Asuntos Políticos de su legación diplom.atica.
Se disculpa por llegar tarde y le endosa la responsabilidad al tráfico. Verdaderamente el centro de Madrid es un caos en el que confluyen todas las obras: Serrano, Plaza de Colõn...
Nos sentamos. Dumont es un consejero ávido de noticias sobre UPyD y yo me siento como si estuviera ante un periodista que me asa a preguntas; situación pol.itica, económica... le interesa todo y la hora de tiempo que había previsto yo para la entrevista parece saberle a poco.
Hay un momento al final en el que su habitual circunspección parece venirse abajo con tonos de sorpresa. La escena es, más o menos, como sigue:
- En qué ubicación del abanico parlamentario europeo se encontrarían ustedes -me pregunta Dumont.
- Es algo difícil de explicar -lecontesto-. Somos un partido transversal en el que caben desde liberales hasta socialdemócratas y que no acepta que una ideología pueda convertirse en una trinchera desde la que uno puede protegerse y atacar mejor al contrario. Por eso defendemos ideas -continúo-, para desde ellas construir consensos. ¿Es de izquierdas defender un sistema de listas abiertas en las elecciones? No es en realidad una cosa ni la otra -me contesto a mí mismo-, es una medida de profundización democrática; ¿es socialdemócrata o Liberal que se devuelvan las competencias de educación al Estado, cuando el informe PISA afirma que nuestro país obtiene una nota bajísima en este aspecto? Creo que no es nada de eso, sino una cuestión de racionalidad.
- ¿Y no cree que alguno de los 2 partidos grandes se puede quedar con su idea? -me pregunta.
- No nos importa -le respondo categóricamente-. Nosotros decimos que tenemos plazo de caducidad: en cuanto consigamos que se lleve a cabo nuestro programa nos volveremos a casa.
- ¿Y eso no les supone un tanto de... faiblaisse?
Nos ponemos de acuerdo en que el equivalente de ese término es debilidad y prosigo.
- Le insisto en que no nos importa. Para nosotros la política no es una ocupación de por vida, sino una preocupación. No queremos ser un partido centenario, nos gustaría que nuestros objetivos se cumplieran cuanto antes.
Dumont hace un gesto de sorpresa. Nos levantamos. La reunión ha concluido. El encargado de asuntos políticos de la embajada belga advierte que me he puesto una corbata de Tintín.
- El General De Gaulle decía que Tintín era su único adversario de habla francesa en el tablero político internacional -le digo antes de salir.

domingo, 26 de abril de 2009

Intercambio de solsticios (12)

El regreso de su excursión por el campo, los nervios contenidos en su expresión por miedo al propio miedo, les hizo arrepentirse de su decisión de la noche anterior. Era cierto que las habladurías decían cosas muy distintas respecto del mundo exterior. Los había quienes narraban las historias más horripilantes acerca de las carreteras que comunicaban los barrios-ciudades con el campo -allá donde el campo no había sido tomado por aquellas hordas compuestas por seres a los que algunos charlatanes definían como infrahumanos-. También estaban los seres confiados, para quienes se confundía la ilusión con lo iluso; para estos últimos, la ausencia de conocimiento derivaba en la creencia de que los problemas simplemente no existían.
Pero lo cierto era que las rudimentaria estadísticas de los lunes o los martes o los miércoles -ya para aquel entonces había desaparecido la frontera entre el trabajo y el descanso y ambas situaciones se confundían en permanente atropello- confirmaban una realidad bastante palmaria: que muchos de los que salían de los barrios-ciudades no volvían. ¿Ocurría que simplemente se decidían por cambiar de casa, y con ello de barrio-ciudad? ¿Habían preferido el campo y su vida tranquila y relajante a la sobresaltada de la urbe en la que sólo se podía aspirar a sobrevivir? ¿O simplemente habían sido asaltados y asesinados por apenas unos litros de gasolina o unas piezas de automóvil a manos de aquellos nuevos bagaudas criminales que infestaban las carreteras de lo que algún día denominaran con la palabra España?
Y ellos se aprestaban a emprender el camino de regreso.
En este caso, Vic guiaría y Jorge -a pesar de su escasa visión- empuñaría la pistola.
Vic Suarez puso en marcha con decisión el titubeante motor de su Volkswagen Golf -antaño uno de los coches más fiables del mercado, mero agregado hoy de emplastos procedentes de vehículos desguazados de los que no cabía desperdiciar ningún componente-. Bajo la toalla de baño Jorge Brassens empuñaba su Smith&Wesson a la vez que dibujaba en su cara la expresión de no haber roto un plato en toda su vida.
El coche avanzó por un camino de cabras levantando una considerable polvareda. Los baches de aquella vía se alojaban en sus organismos como lo habrían hecho si los produjeran embravecidos saltos de caballos salvajes.
El estrecho recorrido daba a una carretera secundaria en un paisaje despoblado. El coche de Vic se acomodaría algo mejor a este. Pronto, a su derecha observarían 2 ó 3 edificios que formaban una estructura de poblado. Parecían abandonados, las ventanas sin cristales y el interior sin luces explicaban que sus antiguos moradores no habían sido capaces de formar un grupo defensivo contra los salteadores de caminos que invadían los más diversos escenarios en aquel "Año-del-No-Señor de 2.013".
Pese a todo convenía actuar con prudencia, así que Vic empujó a fondo el pedal del acelerador.
Cuando dejaban atrás el conjunto de casas escrutó ella lo que aparecía en su espejo retrovisor:
Un vehículo oscuro, grande y alto -¿un todo terreno?-, surgido del poblado marchaba por detrás.
- Nos siguen -anunció Vic.

jueves, 23 de abril de 2009

Alberto Dou

La sección de necrológicas del diario El País ha anunciado el fallecimiento de don Alberto Dou -el padre Dou- que vivía, con su escasa salud, retirado en su Cataluña natal después de cumplidos sus más que 90 fecundos años.
Conocí a Dou en los años de la transición, cuando la Compañía de Jesús -a la que él pertenecía- le puso al frente de la Universidad de Deusto, donde yo cursaba mis estudios.
Para los estudiantes implicados en la magnífica tarea de derrocar a Franco -lo que se comprobaría como una inútil tarea- el nombramiento de un rector era cosa harto interesante. Los profesores y los cargos de la Universidad navegaban entre un vergonzante franquismo y un democratismo fervoroso: Dou, por lo tanto, venía a Bilbao a aplicar su seny catalán a un paisaje político-académico aún indeterminado.
Y es que los jesuitas han brillado siempre con luz propia a la hora de orientar el velamen de sus navíos en la dirección por donde sopla el viento. Pero aquellos tiempos eran difíciles en cuanto a la precisión de tales características meteorológicas: ¿volvería el nacionalismo al máximo protagonismo en la política? ¿Habría Estatuto de Autonomía? ¿Sería socialista España -y con ella el País Vasco- como reacción a 40 años de dictadura? Nadie lo sabía muy bien.
Por eso Alberto Dou era la elección: prestigioso científico, catalán y liberal, el Padre Dou, presidía las asambleas de delegados de los estudiantes, el puro en la boca, dispuesto a escuchar los exabruptos de los más radicales. Y si alguno hacía referencia a la necesidad de reorganizar a los cuerpos policiales, Dou soltaba entre bocanadas de humo con su acento catalán:
- ¿Se refiere usted al desmantelamiento del aparato represivo?
Claro que a veces las críticas se dirigían a su persona y condición y la respuesta de Dou se producía fuera ya de sus casillas.
- ¡Yo he llegado a renunciar a la mujer por ser lo que soy! -gritaba rojo de ira.
Claro que las transiciones tienen sus límites. Y si Rodolfo Martín Villa clausuraba el Congreso de Juventudes Socialistas porque a algún ardoroso nostálgico le daba por ondear una bandera republicana, Alberto Dou me negaba autorización para que el primer acto público de Felipe González -entonces más conocido por compañero Isidoro- se celebrase en Bilbao.
Tiempo después visitaría a Alberto Dou en el Icai de Madrid. Me recibió con la atención en él habitual. Pero poco después de intercambiadas nuestras primeras palabras observaba yo que la transición política había quedado muy atrás y que el importante matemático había vuelto a sus derivadas.

domingo, 19 de abril de 2009

Intercambio de solsticios (11)

Era un martes de marzo, igual que otro martes de cualquier mes de marzo; Madrid amanecía resuelto en luz y el sol de la mañana proporcionaba una agradable sensación de tibiedad que confortaba los músculos y calentaba los huesos.
Jorge Brassens se dirigía a la oficina municipal de Fuencarral. Se iba a empadronar. El motivo de aquella decisión era más bien prosaico: una vez que había elegido Madrid como ciudad en la que vivir, quería disfrutar allí de los servicios de la sanidad pública; concluyendo así su interminable vagar por los centros médicos privados para solicitar en ellos los más diversos análisis o teniendo que costear personalmente los gastos farmacéuticos.
El motivo era prosaico. No sería por eso más español que antes ni sentiría esa satisfacción que dicen sienten los emigrantes que viven en los Estados Unidos cuando, alcanzados los requisitos legales, obtienen el preciado pasaporte americano. Ese empadronamiento no le cambiaba la vida, pero debía reconocer que le producía una íntima satisfacción.
Por su imaginación pasaban las imágenes de su ilustre bisabuelo, que partía de la isla de Mallorca para iniciar sus estudios de Derecho en la capital; la de su abuelo, nacido allí y que se desplazaba a Bilbao para cursar la misma carrera en la Universidad de Deusto y quedarse allí hasta su violenta muerte.
Jorge Brassens realizaba de esa manera una especie de regreso a Itaca de su estirpe familiar. Su bisabuelo hacía en Madrid carrera universitaria y política; 3 generaciones después -salvadas todas las distancias- su biznieto hacía en Bilbao sus estudios universitarios y sus 25 años de actividad política bajo el marcaje liberticida del terrorismo y la intransigencia.
Y Madrid siempre en el cruce de caminos de sus excursiones liberadoras de ese ambiente de sombras opresivas que todos los días se cernían sobre él: la de una vida reducida en la protección de los escoltas, la de otra vida triste que se miraba en los ojos vidriosos y la expresión vacilante de su mujer y la de su tercera y limitada vida acostada en una cama de hospital o recostada en una silla ortopédica.
Pero todas esas vidas concluían en el espacio de apenas 6 años: su mujer se iba, diciendo adiós a una existencia que hacía tiempo que había dejado de serlo, en el año 2.002. Su vida pública -o una parte de ella- concluía cuando dejaba su escaño en el Parlamento vasco para asociarse a un proyecto político diferente a finales de 2.007 y su hija exhalaba el último suspiro de unos pulmones que no podían respirar más en 2.008.
Y Jorge Brassens, con 53 años, sólo en la vida, capaz -como decía- de viajar a Dharamsala a ofrecerse al Dalai Lama en su lucha contra los chinos, se iba para Madrid a comenzar una nueva vida. Y la había encontrado en esa chica de melena morena y larga, movimientos precisos y rápidos y delgadez esbelta y atlética.
Así que en el calor reconfortante de aquella mañana de marzo, Jorge "Nuevohombre" Brassens recibía un bautismo especial que no sabía de religiones, pero que contenía los ritos iniciáticos de los espacios vitales que son presagio de las cosas que duran, porque están fabricadas del material con que están hechas las cosas verdaderas.

jueves, 16 de abril de 2009

Y sigue yendo de embajadas

Como quiera que las embajadas forman parte del territorio nacional del país, uno puede saltar de Alemania a Hungría, sin salir de la misma calle, en una hora y con tiempo para tomar un agua en la cafetería de enfrente. Quienes se hacen eco de lo rápido que van los transportes en la actualidad apenas se refieren a esta notable y vertiginosa posibilidad.
Y es que Alemania y Hungría poseen frontera común con la calle del pintor Fortuny. Y mi destino siguiente al de nuestra visita -la de Francisca Hernanz y la mía propia- a la embajada germana era la húngara.
Edit Bucsi me recibe en el piso que alberga la citada representación diplomática. La embajadora es una mujer menuda, delgada y nerviosa. Hablamos de lo que parece lugar común en esta época: política general, País Vasco... Con una singularidad, y es que en Hungría no lo están pasando bien. Su Primer Ministro acaba de dimitir y nadie sabe si quien le vaya a sustituir podrá aguantar hasta la próxima convocatoria electoral, prevista para el próximo año -más malévolo, el The Economist señala que en realidad el Presidente dimisionario controlará los hilos de la situación.
Y esa Europa que acaba de integrarse en la Unión nos mira de reojo, como si fueran sólo convidados en la segunda mesa, allí donde apenas llegan las sobras que los antiguos no deseamos.

Pasada la Semana Santa es el turno de Polonia. Su embajada se encuentra en un soberbio chalet a las afueras de Madrid. Lo construyó el hijo del dictador Trujillo -según me explica amablemente el embajador- y es una réplica de la sureña mansión en que se desarrollaba la película "Lo que el viento se llevó", la novela que leía incesante la mujer de Trujillo.
Ryszard Schnepf -el embajador- es un hombre muy correcto y afable, historiador -especializado en el siglo XIX-, experto en América latina -hablamos bastante de Chile y de las buenas relaciones que tiene esa nación con los países asiáticos- y con excelentes contactos en la política polaca -el Ministro de Finanzas es amigo suyo, ha acompañado al Presidente en algún viaje a Sudamérica...
Para el embajador de Polonia, de acuerdo con lo expresado en el portal de su casa de Varsovia por el Ministro encargado de la economía, esta es una crisis ante la que nos enfrentamos poco menos que a ciegas. Pero, a diferencia de otros países, la respuesta polaca viene dada por el ajuste presupuestario -en torno a un 20%- lo que ha supuesto un profundo recorte en los gastos de armamento. Le digo que, en la formulación alternativa clásica, la que obliga a definirse entre los cañones y la mantequilla, los polacos han optado por la primera.
Tiene interés -es general entre mis interlocutores diplomáticos- por saber en qué grupo se integrarían los electos de UPyD en el Parlamento Europeo. "Sabemos poco de eso todavía, le digo. Lo primero es entrar".
Hay unos 80.000 residentes polacos censados en España, me dice Schnepf. En realidad hay muchos más, agrega, pero los polacos están bastante hartos de controles burocráticos y tienden a montarse la vida por su cuenta. Son excelentes trabajadores en el sector de la construcción y se sitúan en el extrarradio de Madrid y Fuengirola. "Pueden conectar con sus asociaciones -indica-, pero tenga en cuenta que son muy católicos", de donde deduzco que nuestra formulación laica puede constituirse en handicap para esos contactos.
Salgo de Polonia bajando por una interminable escalinata de peldaños que el viento de esta primavera de Madrid ha dejado, por el momento, incólume.

lunes, 13 de abril de 2009

Intercambio de solsticios (10)

HABÍA DECIDIDO PASAR SOLO AQUÉLLA NOCHE DE FIN DE AÑO. SÍ, SE TRATABA DE una rara decisión, quizás, desde luego poco habitual en el común de la gente; quien más quien menos podía quejarse de la Navidad, de los trajines que comporta, de los gastos que exige, pero todos acababan organizando las cenas y las comidas y comprando regalos como si de verdad les hubiera tocado un buen pellizco del sorteo de la lotería; y eso de divertirse porque tocaba, vestirse de estricta gala, ponerse unos ridículos gorros de papel chillón, arrojar serpentinas a los amigos, soplar afanosamente los matasuegras y atiborrase de cava para así destrozar los estómagos a fuerza de gases a los que se les daba luego difícil salida; y reír, reír como si les hubiera alcanzado a todos el duende maligno de la locura y desearse a pleno pulmón “¡feliz año!”, como si no supieran que el nuevo año resultaría lo mismo de impresentable que el anterior, que muchos de los previos y de los que aún admitirían sus calendarios particulares; pero él no, no estaba dispuesto a realizar esa última concesión a la norma establecida, y eso que le ofrecían una velada –convencional y familiar- en casa de su madre y con algunos de los hermanos y sobrinos que caían de nochevieja en nochevieja y de tarde en tarde por el que fuera antaño el hogar familiar y del que, al cabo, sólo quedaba el vestigio de una señora de ochentaidós años, su madre, a quien también le daba una pereza infinita la Navidad y no le insistía en que fuera a su casa; así que declinaba la oferta, visitaba a su hija, ingresada desde su nacimiento en un hospital, hasta que ella decía mostrarse cansada –se cansaba muy pronto: el jaleo de los hospitales puede con cuidadores y pacientes- y encerrarse después; encerrarse, sí; que él tenía una profesión peligrosa, peligro que provocaban más bien los intransigentes, los intolerantes que aún existían en este rincón de Europa, en este principio de siglo: parlamentario vasco de un partido constitucionalista y los escoltas le dejaban en su pequeño apartamento hasta la hora de recogida del día siguiente; siempre así las cosas; no, no aceptaba cenar con su madre y sus hermanos, sus cuñadas, parloteando sin cesar estableciendo una especie de extraña competencia entre ellos, ¿quién había llegado más alto?, ¿quién había demostrado ser más?, y eso sí, para variar,, felicitándose el año como si... como si hubiera algo real de lo que felicitarse; no, él lo estaba pasando lo suficientemente mal como para compartir su tristeza; su mujer se moría de un infarto en los días anteriores a la pasada Navidad y desde entonces, el concurso de su situación profesional de político amenazado y de su condición de viudo-con-una-hija-que-vivía-en-un-hospital le hacía convertirse en una especie de solitario huraño, una suerte de eremita de los nuevos tiempos -¡ay, como tantos otros, que aún no se atreven a contar sus tristes historias-; una soledad que se convertía para él en una especie de segunda piel, grato envoltorio, al cabo, donde morar sus pesadumbres; porque cuando uno está de verdad triste no existe más consuelo que el que proporcionan tus propias lágrimas; no hay amigos, familiares, alcohol ni psiquiatras; las capas de soledad fabricadas de esa pena que se va precipitando en forma de agua mansa de tus ojos y, cuando eso acaba, queda el recurso de un buen libro o una buena película, cuando no la posibilidad –poco útil, por cuasi-definitiva- de un tubo de somníferos con los que iniciar un largo, larguísimo sueño hacia el olvido, que diría Borges; Elisabeth, su mujer, ¡pobre!, ¡pobre de él!, que ella ya estaba descansando en ese lugar en el que te invade un color negro de paz; Elisabeth, su mujer por casi veinte años, la chica de las ocurrencias, de las locuras, de los despistes, de los momentos felices, de la tragedia, también; Elisabeth, tan lejana, pero tan presente esa misma noche, noche de sentimientos encontrados, los recuerdos de tantas otras noches como esa, en las que celebraban el cabo del año porque, entonces sí, pensaban todavía que el año próximo acudía a escena cargado de posibilidades; para pasar esa velada abría una botella de rioja “gran reserva”, procedente de alguna cesta de Navidad que le regalaba algún empresario agradecido, una lata de ventresca de atún y otra de anchoas que prometían un magnífico pasar en su estómago; y, con eso, conectar su DVD e introducir allí una película de Kubrick, “2001: Una odisea del espacio”, de forma que a los sones de los violines de los Strauss pudiera dejar pasar esas viejas horas del viejo año; no, en su caso no tenían razón los de Meccano, que él no era de esos españolitos que “por una vez/hacen algo a la vez”, porque no sonaban para él las campanadas de la Puerta del Sol, sino los angustiosos estertores del ordenador de la nave espacial, cuando lo desconectaban; ya hacía tiempo que había concluido su particular cena fría, y recogía la botella de Chivas del año pasado, en realidad nunca bebía solo, en casa, y se servía generosos vasos de ese apetecible líquido, pero eso no le causaba excesivo efecto, ¿se habría perdido graduación alcohólica con el paso de los meses?, lo cierto es que él se encontraba bastante sereno; y hacía “zapping” por entre las distintas emisoras de televisión, canturreaba una canción de Julio Iglesias, hacía “karaoke” con el “velero llamado libertad” de Perales o se reía de un chiste viejo de “Chiquito de la Calzada” o de un imitador suyo... ¡vaya usted a saber!, y entre trago y trago, chiste y chiste, canción y canción, recibía mensajes de texto en su móvil, que contestaba puntualmente; “los amigos son como las estrellas –decía uno- no siempre hablas con ellas, aunque sabes que están allí”; muy bonito –pensaba- pero es “repe” de la nochevieja pasada; o aquél trasunto de novia catalana que se descomponía ante la realidad como algunos cohetes cuando se introducen en la atmósfera terrestre; o Pepe, el imprevisible bruselense de adopción, funcionario europeo, amigo de promoción, de cuando corrían delante de los grises –a-toda-leche- y organizaban huelgas estudiantiles; o de su primo Íñigo, de Madrid, que antaño compartía con él sus veranos en Las Arenas y en la piscina del Golf, y que le guardaba las revistas de “Tintín” ante uno de los desproporcionados y habituales castigos de su padre –los castigos de los padres resultan siempre desproporcionados-; el móvil era un buen invento, se decía, sigues viendo la “tele” y hablas con Juan, te ríes del chiste y contestas a Pedro, te tomas un trago y piensas en todo eso que eres o que no eres, esperando al próximo soniquete anunciador de un mensaje.
Al otro lado de la sala, en una repisa de la librería, ese monumento al teléfono que era su aparato fijo, o monumento a Internet, que sólo lo usaba para desconectar la clavija e introducir la del ordenador. Sonaba, con ese ruido estridente que te hacía batir el corazón hasta-el-borde-del-infarto-¡caramba! Bajó el sonido de la televisión. Mejor aún, la apagó. Y se llegó a ese teléfono, cuyo número ni siquiera conocía ya, de no proporcionarlo a nadie.
- ¿Si?
- Jorge, guapo. ¿Qué tal estás?
Sonaba muy lejana esa voz. Tanto que parecía surgir de las mismas entrañas de su propietaria. Pero aún conservaba, en su dicción, en sus matices, alguna de las características habituales de que disponía entonces.
Pero-no-podía-ser. Era absolutamente contrario a lo razonable.
- ¿Si? –repitió: “¡jodido whisky este, que me está haciendo perder el juicio!
- Jorge. Te llamaba para felicitarte el año...
- ¿E-Elisabeth?
- Sí. Soy yo. ¿Estás bien?
- B-bien, sí –“¡qué chorrada. Ahora no se le ocurría nada que decirle, y eso que se había pasado todo el año pensando en que si alguna vez se produjera esa oportunidad, le diría que... que las noches eran interminables sin ella, pero que las mañanas, antes del trabajo, no lo eran menos; que su hija estaba bien, después de todo; que si era verdad que había ese cielo en el que ella creía, él menos, desde luego, bastante menos.
- Me alegro mucho, Jorge. Te quiero.
- Y-yo t-también.
- Ahora tengo que colgar –e hizo el ruido que producía ella al besar por teléfono, “beso de aña”, decían. Antes de hacer “clic” su aparato.
- Elisabeth... ¡Elisabeth!!
Pero ya nadie contestaba. Y entonces, tal vez sentado otra vez en el sofá, notaba cómo se le hacía un nudo en el estómago, y que, con esa tranquilidad que acostumbraban, rodaban por sus mejillas unos gruesos lagrimones.

viernes, 10 de abril de 2009

Otra de embajadas

Llego con 10 minutos de antelación a la embajada de Austria, que está ubicada en un piso del paseo de la Castellana. Me recibe una chica joven con zapatillas deportivas rojas. Hay un largo pasillo hasta el despacho de la embajadora de donde esta emerge.
Ulrique Tilly viste traje de chaqueta sobrio con pantalón y se mueve nerviosa. Es una mujer menuda.
Tengo la vaga sensación de haber interrumpido alguna gestión con mi impuntualidad y que la embajadora quiere resolver la entrevista cuanto antes.
"Contra la prisa, tranquilidad", pienso para mi coleto. Así que detallo con parsimonia el objetivo que pretendo: dar a conocer UPyD a los diferentes países miembros de la UE.
Pero la señora Tilly no se relaja, de modo que invoco en mi ayuda el nombre de Paco Sosa.
- Nos vamos a presentar a las europeas -le digo- y nuestro candidato es un gran admirador de su país.
La sola mención de Sosa Wagner causa el efecto deseado. La embajadora cambia su expresión y se confiesa recíproca admiradora del profesor y de su conocimiento de la historia austro-húngara. "Uno puede haber visitado Viena, pero por razones de turismo. Lo que no es el caso", dice. "Exprésele mis mejores deseos, y que podemos almorzar cuando quiera", añade.
Entonces hablamos del País Vasco. Le explico que fui parlamentario desde 1.990 hasta 2.007 y la señora Tilly comprueba mi tarjeta un tanto confundida. Le digo que abandoné el PP -y mi escaño- para sumarme al proyecto de UPyD.
La embajadora me cuenta que pasó unos días en Euskadi. "En una ocasión, en la parte vieja de San Sebastián, busqué en vano una placa que recordara el lugar en el que fue asesinado Gregorio Ordóñez", refiere. "Pero me di cuenta de que ‘eso’ es distinto".
Me describe la escena que vivió en un bar de esa zona vieja donostiarra. "Entraron unos jóvenes con el pelo corto, tipo 'skin heads'", dice. "Empezaron a hablar en euskera y en tono muy alto. La gente se calló".
Y nos referimos al miedo que recorre los pueblos del País Vasco como una mancha de aceite. "Sólo si actuamos desde el Estado de Derecho y sin concesiones a la banda terrorista podremos ganar", le digo. "Si no hay alcaldes filoterroristas y la gente observa que puede manifestar sus opiniones sin temor a represalias las cosas cambiarán", añado. "Pero no se conseguirá de la noche a la mañana", concluyo.

Francisca Hernanz -del Grupo de Trabajo Internacional de UPyD- me acompaña a la visita a la embajada de Alemania. El embajador, Wolf Ruthart, nos recibirá en su residencia de la calle Zurbarán, contigua al edificio de la embajada de la calle Fortuny.
Se entra a un amplio jardín con suelo de piedrecillas que se hunden levemente a nuestro paso. En la entrada se encuentra la joven Daniela Vogl, que es la segunda secretaria política y protocolo, según reza su tarjeta. Es una chica de sonrisa tímida que dice encontrarse muy a gusto en Madrid.
Daniela nos dirige a un amplio salón en el que se sitúan 4 butacas. Dejamos libre la de mi derecha para el embajador. Un camarero nos sirve café.
El señor Ruthart es más bien ancho, pero alto, y viste con chaleco; un pañuelo blanco, en paralelo con el bolsillo exterior de su traje de chaqueta sobresale de este.
El embajador es una autoridad diplomática entre los representantes diplomáticos de la Unión Europea. Lo sabe y la ejerce. No se conforma con la lectura de los periódicos. Conoce a los protagonistas de los acontecimientos: a Rosa Díez -"estuve en su sede", nos cuenta-; a Patxi López -"nos explicó que la economía de Euskadi, como la nuestra, es más sana que la de España", asegura o a Antonio Basagoiti -"son más moderados que María San Gil"-, opina.
Después de nuestro intercambio de reflexiones sobre la situación política española, le pregunto a Ruthart respecto de los pronósticos que puede ofrecernos acerca de las próximas elecciones en su país:
- Hay 9 puntos de distancia entre los cristiano-demócratas y los socialistas. Después están los liberales, que han subido mucho, en torno a un 15%; luego los verdes y, por fin, el partido que surgió de una escisión del SPD y que se sitúa a su izquierda. Creo -dice el embajador- que si salen los números la coalición más probable es la burguesa de los demócrata-cristianos con los liberales, en momentos de crisis estos acuerdos gustan al electorado. Claro que siempre puede haber una gran coalición, lo que no cabe es una de izquierdas entre el SPD y su escisión porque aquellos se han comprometido a no hacerlo -explica Ruthart.
Hablamos acerca de la importancia de la previsibilidad en política y del cumplimiento de la palabra dada.
Con previsión germánica, el embajador nos invita a la fiesta de Alemania para el 1 de octubre. Se celebra el 20º aniversario de la caída del muro de Berlín. Y yo recuerdo, el verano siguiente, mi visita a aquella gran ciudad que recuperaba la libertad y la esperanza.
- Asistiremos a la fiesta. No faltaría más -le aseguramos.

lunes, 6 de abril de 2009

Una de embajadas

El Mercedes del embajador de la reina de Holanda en España entra en el garaje del chalet que acoge la representación de los Países Bajos en Madrid puntual a la hora de la cita: son las 10 de la mañana del último lunes de marzo. Momentos antes, una joven holandesa rubia, esbelta y de estatura corta -su secretaria- me ha pedido que espere unos minutos.
El señor Van Hollemburg ronda esa edad indefinida que tiene más que ver con los cuidados y/o atribulaciones vividas que con otra cosa; podría tener 50, quizás 60 años. Es un hombre afable y desenvuelto.
Le hablo de UPyD, y el embajador demuestra encontrarse al corriente de la política española. Sabe bien de la trayectoria de nuestro partido y de las actuaciones de Rosa en el Congreso.
- Cuando supieron que usted venía a verme -me confiesa Van Hollemburg- mucha gente local del personal de esta embajada me ha pedido que le diga que votaron por su partido en las últimas elecciones.
Hablamos de nuestras ideas, de las elecciones vascas, del futuro del gobierno en Euskadi y de las próximas europeas. El encuentro se prolonga durante una hora.
El embajador no encuentra en el paisaje político de su país un partido similar al nuestro con el que ponernos en contacto. Todavía la vieja política sigue incólume en algunos Estados de la Unión Europea, pienso para mis adentros.
Van Hollemburg relee mi tarjeta. Se lía con mi segundo apellido -Barandiarán- y le digo que el primero es más fácil de pronunciar.
- Es un apellido ilustre -observa el embajador-. ¿Tiene algo que ver con usted?
Le contesto que don Antonio Maura fue bisabuelo mío. Estamos ya de pie, a punto de concluir la reunión. Van Hollemburg deambula por su despacho, la mirada puesta en el techo. Me cuenta la historia del barón de Rippenda -un antecesor suyo en el cargo- que se hizo católico, fue nombrado duque -Grande de España, subraya-, traicionó a mi país y luego al suyo, se pasó al Islam, convirtiéndose al mahometismo.
- Menos mal que la vida es corta -observo-. A ese paso podía perfectamente haber acabado en el animismo, prácticas del rito vudú incluídas.

Sólo me encuentro con 3 personas, incluído el embajador, en la representación diplomática de Bulgaria en España.
Iván Christov lleva en nuestro país desde los tiempos de la transición. Así que me atraviesa la duda respecto de su trayectoria democrática, a la vista de la reciente historia de Bulgaria. Pero sus maneras y forma de plantear las situaciones son las de un profesional.
Hablamos de política, por supuesto. Y de las dificultades que supone poner en marcha un nuevo proyecto político en un panorama cerrado como el español.
"Hay 200.000 búlgaros en España y pueden votar en las europeas, si quieren", me dice. "Podrían entrar en contacto con sus asociaciones", observa.
Me habla de las dificultades por las que atraviesan los países del este. No podemos ser insolidarios con ellos en estos momentos, le digo. El embajador está de acuerdo.
Una hora después del comienzo de la reunión me pongo mi abrigo. "Hablo todos los días con mis hijos en Sofía -me dice Christov-. Allí hace bastante calor.
Pero en Madrid ha regresado el frío del otoño, pienso mientras que me dirijo a mi próxima cita.

jueves, 2 de abril de 2009

Una Europa fuerte para combatir la crisis

(Texto de la intervención en el Ateneo de Madrid, el 31 de marzo de 2.009)

En las próximas semanas el debate político volverá a ocuparse de las diferentes propuestas que las formaciones políticas tienen respecto de Europa. Una vez más, las elecciones al Parlamento Europeo justificarán este retorno quinquenal de la cuestión. Pero resulta preciso advertir que se tratará sólo de un debate formalmente europeo; la materia, lo sustancial, lo seguirá constituyendo la impostación del discurso, la sustitución de los argumentos por los ataques, la instrumentación ventajista que les es característica a los partidos tradicionales de los procesos electorales. Es la forma en que los españoles vivimos la democracia, en la degeneración que hace ya muchos siglos trazara Polibio, porque es verdad y sólo hace falta observar el comportamiento de la clase política española que aquí, la democracia ha degenerado en demagogia. Y si las recientes elecciones autonómicas gallegas y vascas se han vivido desde un intenso aparato de corruptelas recíprocas, animado por responsables de la judicatura que no es sino dependiente del poder político, nadie debe pensar que el próximo se vaya a convertir en un debate electoral dirigido a la razón de los ciudadanos sobre las diferentes propuestas para construir la Europa que necesitamos. Una vez más, el Parlamento Europeo será la excusa para ventilar las diferencias, en un combate que sólo servirá para delimitar las posiciones de cada uno.
¿Será eso debido a que el Parlamento Europeo tiene poco que repartir? ¿será que el "pesebre" europeo se didtribuye en otras latitudes políticas?

Seguramente que es así, que el Parlamento progresa -no sé si "adecuadamente" o no, pero progresa- en su doble cometido legislativo y de control de la Comisión Europea, pero es cierto que aún son los gobiernos los protagonistas de la decisión que concierne a ese espacio.
Sin embargo Europa se convierte día a día en un importante debate. Diría incluso que el más importante de los debates. Precedida de las posiciones teóricas, con la carga de abstracción que de ellas se deriva las más de las veces, la práctica de los acontecimientos presentes dicta la más férrea de sus leyes. Y si los Monnet, De Gasperi, Adenauer crearían y desarrollarían la idea de Europa para evitar la Tercera Guerra Mundial, hoy Europa debiera constituirse en el principal instrumento para evitar que la actual crisis desarrolle unos efectos tan devastadores que se aproximen a los de un conflicto bélico de grandes proporciones.
De manera que si Europa nació de la guerra, debería ser refundada para que lo que podríamos denominar como los perversos sumandos de la guerra -pobreza, escasez, hambruna...- no regresen a la vieja tierra del viejo continente.

Tampoco deja de ser cierto que Europa se construyó desde los principios de la paz y de la libertad, pero también desde los intereses de los agentes que la crearon y que no fueron otros que los Estados. De modo que pretender un europeísmo que prescinda del componente nacional y de sus propios y legítimos intereses no pasa de constituirse en una entelequia o una peligrosa ingenuidad para los ciudadanos que integran cada uno de los Estados miembros. Hoy por hoy -y quizás por mucho tiempo- somos europeos como proyección de nuestra condición de españoles, y del mismo modo en que lo son los franceses o los alemanes.

Trataré de desarrollar este propósito en los siguientes minutos. Tendrá esta intervención una doble estructura: en primer lugar, desarrollaré algunas de las propuestas que confluyen en esta idea básica: una Europa más fuerte para combatir la crisis. A la que seguirá una pregunta de inevitable formulación: ¿Estamos aún a tiempo?

Me adentro ya en la cuestión. Y lo hago intentando demostrar que una Europa más fuerte es mejor que una Europa dividida para afrontar la crisis.
Parece que esta debiera ser cuestión pacífica: que la existencia de masa crítica ayuda más que el tamaño reducido a resolver los más importantes de los desafíos. El "small is beautiful" tiene hoy en día más que ver con un concurso de diseño que con la solución de los gravísimos problemas que nos aquejan.
Tiene sentido plantear la cuestión, sin embargo. Y hacerlo en España, porque es aquí donde la práctica política lleva por lo menos 5 años desmontando la misma idea de España como espacio de convivencia, libertad e igualdad entre los ciudadanos que habitamos en este país. Hago esta afirmación consciente de su importancia pero igualmente convencido de su veracidad. Porque no se convive mejor entre riojanos y vascos cuando un determinado régimen especial, que hunde sus raíces en unos derechos pretendidamente históricos y singulares, utiliza tales facultades para la deslocalización de inversiones que sólo producen incremento en los ingresos fiscales en uno de los territorios y decremento en el otro. No se es más libre cuando no se permite que los padres eduquen a sus hijos en la lengua común de unos y otros y de cientos de millones de personas. Y no se tiene igualdad ante la ley cuando las prestaciones sanitarias básicas son diferentes según se resida en una u otra Comunidad Autónoma.
Por desgracia, España está cada vez más cerca de la "confederación de cacicatos" de la que hablaba don Antonio Maura.
Y ahora que la solidaridad entre los españoles ha quedado confinada al único espacio de la Seguridad Social ha llegado el momento paradójico en que debiéramos solicitar un ámbito más amplio de solidaridad: el de una Europa cada vez más unida. Una paradoja que no lo es tanto si contemplamos nuestra historia desde una perspectiva de siglos: España llegando de forma inevitablemente tardía a sus citas históricas, España -como nueva Penélope- deshaciendo en sus tortuosas noches lo que le ha costado arduos esfuerzos realizar en la claridad del día.
Porque hay otra Europa que hace otras cosas. Existe una Alemania que pretende reformular su sistema federal desde el punto de vista de sus competencias y aún del tamaño y el número de sus "Laender". Pero hay también la Europa que pretende cerrarse sobre sí misma hacia respuestas nacionalistas que bien pudieran derivar en la xenofobia, como la de algunos trabajadores británicos que sostienen que los puestos de trabajo que allí se creen sólo sean para ellos. O esa Europa occidental, más desarrollada, que cierra el grifo de las nuevas ayudas a la Europa oriental, recién obtenidas las libertades políticas y económicas de estos, después de décadas de opresión y burocracia. Habría que pensar, con José Saramago, que "cada nuevo paso adelante que da la sociedad debería ser acompañado por una mirada atrás, para ver quién se queda en el camino", y añadir que cuánto más habrá que mirar atrás cuando el paso adelante se ralentiza, se vuelve titubeante.
Una de las evidencias de la crisis es que no existe una línea clara de actuación. No la hay ni en el diagnóstico ni en la solución. Pero tengo para mí que la respuesta no puede proceder de la insolidaridad y el retraimiento, de la construcción de nuevas fronteras que troceen en la práctica un mercado nacional, cuando a escala europea se pretende que exista un solo mercado.

El proyecto para una Europa dotada de un mayor músculo para salir de la crisis debe partir a mi juicio de un diagnóstico adecuado respecto de la misma crisis. Porque, en el caso de que la pretendamos reducir a una simple contracción que se deriva de las leyes más o menos inexorables que regulan los ciclos económicos, seguramente nos equivocaremos de plano. "No se trata de un bache en la carretera -repite el profesor Eloy García-, es la carretera misma la que está cortada".
Por eso sorprende el lugar común que se expresa en términos como "cuando pase la crisis", como si esta crisis tuviera la furibunda consistencia de un huracán que viene y se va, y respecto del que más vale tener la suerte de que no nos afecte en su dinámica destructiva. La crisis tiene nombres y apellidos y se encarna en cada uno de nosotros. Y todos -quien más, quien menos- hemos tendido a modificar nuestro estilo de vida en la medida en que vivíamos cerca del confortable calor de la chimenea del crédito barato. Y si, parafraseando a Orwell, todos somos responsables, algunos lo son más que otros, pero ya es un estilo de vida, un "way of life" -para utilizar la expresión anglosajona- el que está periclitando.
Ha sido este un largo ciclo de abundancia, del que no salimos sin embargo preparados para afrontar el previsible largo ciclo de la escasez. Nos hemos comido ya las vacas gordas y sólo tenemos por delante la difícil perspectiva de las flacas.
No podría tener la osadía de proponer aquí la solución a este difícil problema, porque seguramente la tendremos que encontrar entre todos. Pero parece claro que tiene esta bastante que ver con los comportamientos psicológicos colectivos. Como botón de muestra de hacia dónde creo que van las cosas, diré que nuestra generación -que es la del "baby boom" de los años '50 a '60- fue educada en el omnipresente valor de la austeridad, donde el derroche material retrataba a quienes lo practicaban de "nuevos ricos" que gozaban con una ostentación que no pasaba de ser una horterada. Dudo mucho que la generación que nos sigue participe del mismo concepto educativo.

Hasta ahora -lo ha dicho Jean Baudrillard- "estamos en el nihilismo definitivo y nos preparamos para la repetición insensata de todas las formas de nuestra cultura a la espera de algún acontecimiento imprevisible", ¿quizás sea esta crisis el suceso reordenador del caos que llevaba la posmodernidad de la mano? ¿Un cierto retorno a los clásicos, por ejemplo?
Y es que esta crisis que, como recordaba José María Montoto hace algunas semanas en esta misma sala y en oportuna cita de Albert Einstein, debería ser contemplada también como una oportunidad para la unión. Pero no una idea romántica que sacralice este concepto de la unión, sino más bien una idea centrada en un pragmatismo que exige la negación de la guerra y pide un progresivo ejercicio de libertad, de solidaridad, de igualdad y, en definitiva, de bienestar para sus ciudadanos. Lo ha dicho también un miembro del equipo del Presidente Obama, Rham Emmanuel, "no hay que desaprovechar las crisis".

La idea de esa Europa refundada, y seguramente más pretendida por sus creadores que la que ahora observamos, se basa desde mi punto de vista en 3 vectores principales y un componente general que debiera integrar todos sus comportamientos.

Es preciso apostar por una Europa unida en su aspecto energético. Parafraseando al Libro del Génesis podríamos decir que en el principio de Europa estaba la energía, y cuando los padres del proyecto europeo pensaron en crear la primera de sus instituciones fundaron la CECA -Comunidad Europea del Carbón y del Acero- en abril de 1.951.
Casi 60 años más tarde, una vuelta de tuerca de un redivivo imperio ruso sobre sus antiguos Estados satélites o asimilados, ha condenado a sus ciudadanos al frío, demostrando de modo palmario e insólito la vulnerabilidad del viejo continente, que debe recurrir a la importación del 60% de sus necesidades de gas.
La energía es el desarrollo y la carencia de la misma significa poner en peligro la posibilidad del crecimiento económico, de los puestos de trabajo y del bienestar de sus ciudadanos.
En este sentido entiendo que Europa debe apostar de manera resuelta por las energías renovables, que contribuyen notablemente a reforzar la independencia en ese ámbito además de actuar de forma positiva en la reversión de los efectos del cambio climático y reducir las necesidades de adquisición en el exterior de gas y de petróleo.
Sin ánimo de agotar una cuestión que por otra parte daría para una larga serie de conferencias y para más de un tratado, debo añadir que una política energética común debería partir de una estrategia común de modelos compartidos. No debe caber, en este sentido, que un país adopte una política liberalizadora cuando el vecino siga optando por el monopolio y el control por el Estado de las compañías. Casos como la toma de posición de la italiana Enel por Endesa deberían limitarse por mor de una estrategia común en esta materia, dicho lo cual sin perjuicio de que considero profundamente desatinada la acción del Gobierno español en este asunto.
Para concluir con este punto de mi intervención diré que la Unión Europea debe tener una voz preponderante en la seguridad del abastecimiento energético y en el apoyo de la i+D que nos permita -por ejemplo- conocer si son posibles las soluciones a los residuos radiactivos producidos por las centrales nucleares.

Una política energética común debe contener 2 operaciones necesariamente derivadas de ella: una política común de seguridad y defensa y una política exterior común.

En cuanto a la política de defensa se debería generalizar el sistema EUROFORCE -sistema de defensa común europeo- para la promoción, a escala de la Unión Europea, de procedimientos de cooperación reforzada; la Unión Europea debería absorber la representación en organismos, acciones y operaciones en materia militar de los países miembros; se debería acometer la integración de la representación en la OTAN de los países europeos en una única estructura delegada; así como la participación en las misiones de paz de la ONU bajo bandera europea y estructura de mando unificado; debería también crearse una red de Unidades Militares de Acción Rápida en la Unión Europea bajo el mando de la Comisión, como única autoridad competente para decidir sobre su despliegue y puesta en operativo en el exterior de la Unión;.es precisa la creación de un Cuerpo Policial Europeo sujeto a mando de la Comisión y con despliegue efectivo y competencias en todo el territorio de la Unión Europea, encaminado a optimizar la lucha contra el terrorismo, la inmigración ilegal, el crimen organizado y el blanqueo de capitales.
Una política común de defensa tiraría además de la industria. Y como para muestra sirve con un botón, diré que el mayor de los portaaviones de un país europeo -Gran Bretaña o Francia- tiene la mitad de tamaño que un buque estadounidense "standard" de estas características.

Decía antes que una política de defensa común exige de una política común de la Unión en materia exterior. El barón Von Klausewicz decía que la guerra suponía la continuidad de la política, pero por otros medios; también la política sería en puridad extensión de la política.
En este sentido, debemos conseguir que Europa hable con una sola voz en las instituciones que contribuyen directa o indirectamente al Gobierno del mundo; la creación de un cuerpo consular unificado de la Unión Europea que integre las actuales redes consulares nacionales; la atribución a este cuerpo consular europeo de competencias exclusivas en materia de protección de nacionales de la Unión; la regulación de la inmigración -otorgamiento en origen de permisos de residencia y trabajo-; establecimiento de un catálogo de competencias exclusivas de la Unión Europea en materia de política exterior y fijación de la obligación de la abstención nacional en las mismas -acuerdos comerciales, movimientos de capitales, inmigración...

Claro que la Unión Europea no debería poder gestionar esta verdadera refundación si no es mediante una cobertura de su actual déficit democrático. Y más allá -bastante más, por cierto- de la suscripción del Tratado de Lisboa, si la Unión quiere acometer las urgentes tareas a las que se enfrenta es preciso que adopte con decisión su reforma institucional y la regeneración democrática en el espacio europeo. Decía Burke que, para que los derechos tuvieran algún sentido, habría que vincularlos a instituciones concretas; de ese modo, los derechos de los ingleses tendrán siempre más garantías en cuanto a su cumplimiento que los Derechos del Hombre contenidos en su declaración. Siguiendo con esta tesis, la creación de instituciones democráticas a escala europea es el único camino posible para conseguir una verdadera ciudadanía europea.
La Unión Europea debe convertirse en actor principal y líder global, pues es el único agente capaz de contribuir de forma significativa a encauzar adecuadamente el proceso de globalización en un marco de crisis como la que atravesamos; se debe reforzar al Parlamento Europeo como poder legislativo y representación de la soberanía de los ciudadanos de la Unión, mediante la asunción de las competencias que hoy pertenecen al Consejo de Jefes de Estado y de Gobierno y, consecuentemente, se debería producir la transformación de la Unión en una estructura parlamentaria clásica, articulada en un Parlamento ante el que responda una Comisión constituida como Gobierno de la Unión y que no sea esta una simple emanación de los Estados miembros -aspecto respecto de cuya evolución haré más tarde una referencia-; debe desaparecer el derecho de veto de los Estados de la Unión Europea en el proceso de la toma de decisione; es preciso acometer la elección directa por sufragio universal de los ciudadanos de la Unión Europea del Presidente de la Comisión Europea; es preciso también dotar de mayores medios al poder judicial europeo para favorecer su independencia; proveer al nombramiento de jueces sin la posibilidad de renombrarlos; debería en todo caso ratificarse el Tratado de Lisboa por todos los Estados miembros, pero si eso no ocurriera la Unión tendría que seguir profundizando en su integración con todas las fórmulas posibles; resulta necesario apostar por la dinamización de la política europea, el acercamiento de las instituciones a los ciudadanos, la creación de partidos paneuropeos...; hay que desarrollar en la práctica la iniciativa legislativa en la Unión Europea, que prevé la capacidad de los ciudadanos para proponer proyectos de ley...; habría que implantar el método de listas abiertas para la elección de los Miembros del Parlamento Europeo, modificando para ello el RD 421/1.991.

Es evidente que el listado de materias a desarrollar está incompleto. Podría referirme a la inmigración, al medio ambiente o a la Política Agrícola Común -la célebre PAC, que todos dicen querer reformar y ninguno se atreve.

Sí es preciso añadir a este elenco de materias que deberían componer la idea de una Europa refundada en la unión la necesaria coordinación de las políticas económicas y fiscales de sus Estados miembros, que se integren con un sistema común de control de las entidades financieras europeas que nos permita recuperar la confianza en esos mercados y que vuelva a posibilitar el cumplimiento de su misión por parte de la banca.

Pero no quiero abusar de su paciencia.

Me queda solamente recordar la pregunta que antes me hacía a mí mismo, y tratar de contestarla: ¿Es posible realizar este programa? ¿Estamos aún a tiempo?
Creo sinceramente que la lógica de la integración europea, la del Tratado de Lisboa aún con todas sus imperfecciones y con los parches y remiendos que se le están haciendo va hacia delante. El último remiendo, por cierto, el referido a que cada país miembro cuente con un Comisario en el Colegio de Comisarios, para así lograr la adhesión de Irlanda al Tratado, en mi opinión este acuerdo se sitúa en la mala vía: la de un sistema de gobierno confederal en el que los Comisarios son representantes de sus gobiernos nacionales y no forman un gobierno solidario y responsable ante el Parlamento Europeo.
Insisto, pese a los constantes titubeos y vacilaciones que produce Europa en su marcha hacia la integración, entiendo que la Unión se dirige, de forma más o menos explícita, hacia los objetivos propuestos: una política energética, de defensa y exterior comunes.
Tengo, sin embargo, serias dudas acerca de la voluntad de las viejas clases políticas de los Estados miembros en acometer las reformas -que bien pudieran calificarse de revolucionarias- tendentes a salvar el déficit democrático de la Unión. Celosas defensoras de sus potestades y prebendas, esas clases políticas tienden a perpetuarse en el poder aunque todas las cosas en su derredor se vayan al traste. Por eso es preciso poner en marcha un ambicioso proceso de democratización a nivel europeo. Por eso y porque la abstención preside la casi totalidad de los procesos electorales europeos y en casi todos los países, como fiel reflejo de la desidentificación por parte de los ciudadanos respecto del proceso de construcción europea. Ya decía Husserl que el máximo peligro de Europa era el hastío.
La prueba del 9 de la legitimación de Europa se encuentra en su democratización. Más aún en un momento histórico como este en que todos los instrumentos políticos e institucionales deben ponerse al servicio de los ciudadanos, proporcionándoles respuestas frente a la crisis. Y ya que no se hace con frecuencia, porque la realidad es que se va creando día a día una clase política cada vez más desconectada de los ciudadanos, debiera ahora ponerse en práctica.

Unas reformas y otras -las institucionales y democráticas y las que no lo son- necesitan en todo caso de liderazgo para su implantación. Y no existe un sólo país europeo en el que concurran las características propias de esa condición de líder -ni Europa es Estados Unidos, ni existe un Barack Obama entre nosotros-. Por eso, no tengo ninguna duda acerca de la necesaria existencia de un núcleo duro que conduzca ese proceso. En ese grupo de países debería encontrarse España, que en estos momentos ni está ni se la espera.

Quedan todavía en la memoria de algunas paredes de las calles del barrio latino de París aquélla pintada que hace 40 años decía: "Sed realistas, pedid lo imposible". El partido en el que desarrollo mi actividad política -Unión, Progreso y Democracia- no nació ni para el conformismo ni para el desánimo, y desde la exigua representación de una sola diputada en el Congreso -eso sí, que hace mucho ruido-, y a la que ha seguido este mismo mes la de un nuevo parlamentario en el País Vasco, exigimos reformas trascendentales a nivel nacional. Por lo mismo, este partido, desde la moderación en las formas, pretende también trabajar en un profundo cambio de la realidad europea.
¿Es posible? ¿Aún estamos a tiempo de emprenderlo? Diré solamente que esta refundación de Europa resulta necesaria y urgente y que el papel del viejo continente en el futuro, medido en los derechos políticos, sociales y económicos de sus ciudadanos tiene mucho que ver con la altura política de su actual clase dirigente.
No quiero pronosticar que caerán los mayores males sobre Europa si esta no se dota de una integración basada en las políticas comunes y engrasada por una referencia democrática que la recorra hasta sus tuétanos. Pero sí creo que seguirá siendo de lo contrario terreno de enfrentamiento entre las superpotencias, espacio de inacabables conflictos locales y escenario de pulsiones entre naciones y nacionalismos intraestatales; cuando no una pugna entre ricos y pobres -o entre menos ricos y más pobres- en todos los niveles nacionales o de la Unión, en el interior de los Estados Miembros y entre unos y otros. En definitiva, el paradigma de la división frente a la oportunidad de la integración.
El próximo 7 de junio, en la papeleta electoral de cada uno de nosotros reside la posibilidad y la ilusión por el cambio, también a escala europea.
El debate está abierto. Yo sólo he pretendido aportar un avance del diagnóstico del problema y un esbozo acerca de la vía por la que en mi opinión deberían transitar sus soluciones.