viernes, 29 de enero de 2010

Algunas incidencias en la presidencia de la Unión

El presidente español ha llegado a su cita de la máxima representatividad a que puede llegar un jefe de gobierno en ejercicio de un país europeo –la presidencia de la unión- en un mal momento. Acostumbrado a resistir sin poner en práctica ninguna política que merezca ser denominada como tal, ahora tiene que marcar sus posiciones en un terreno que nadie conoce muy bien, que es el de la puesta en práctica del Tratado de Lisboa. Lo que pasa es que han empezado a marcarle otros las suyas. Una de las características de Lisboa es que ahora tenemos Presidente del Consejo, puesto al que ha ascendido un político pragmático, oscuro y –en el peor sentido de la palabra- maquiavélico: el belga Herman Van Rumpuy, de quien se dice filtraría una carta para eliminar –se entiende que políticamente, esto no es Florencia, ni el flamante presidente europeo Catalina de Médicis- a un adversario.
De modo que cuando nuestro simpático presidente español ha pedido hacer una cumbre de presidentes en Madrid, el presidente de los presidentes ha decidido que en Bélgica. “Este territorio es mío”, parece decirle Van Rumpuy a Zapatero, lo mismo que un teckel a un bulldog que le doble de tamaño, aunque no en fiereza.
Tampoco le ha dejado que su inseparable Moratinos le asesore en las cumbres. Y Zapatero que va por la vida ligero de equipaje, en otro sentido del que decía el poeta, no tiene más remedio que improvisar. Perspeciva que no me hace especialmente feliz.
Eso sí, los señores de la City están un tanto nerviosos. A este hombre le hemos quitado la presidencia y los asuntos exteriores –propiedad ahora de una baronesa británica de izquierdas, Catherine Ashton- ¿pero qué puede hacer con el sistema financiero europeo? Creen ellos que, peligro –privado- español como es Zapatero, puede convertirse en peligro –público- europeo si se pone a reformar el sistema. Pienso que a los habitualmente bien informados británicos les falta perspectiva en este caso: Zapatero huye de las reformas como el gato escaldado del agua fría. Y si no al tiempo. Claro que, después de escritas estas letras –pero antes de su publicación- tengo noticia de que, en el Consejo de Ministros de hoy mismo, el Gobierno tiene previsto iniciar el trámite para retrasar la edad de jubilación. Ya se ve que cuando se le ven las orejas y las fauces al lobo…
Ya se sabe que Zapatero no habla tampoco alemán, pero tiene una oportunidad para encaminar las relaciones españolas hacia el puerto más confortable de Berlín que el de París. Una política europea basada en un núcleo duro de países que la lideren es la única solución de contraste a la arquitectura mundial que se está construyendo y que establecerá su casa una vez que se vaya superando la crisis. De momento, los habitantes del edificio son los G-2 –Estados Unidos y China- más los países emergentes. Ahí no está todavía Europa, con lo que España ni siquiera existe. Urge articular ese núcleo duro y urge que España se acerque a Alemania.
Claro que nuestro presidente ha tenido la habilidad de pisarle el zapato a los germanos con esa feliz ocurrencia de sugerir sanciones a quienes derrochen el dinero público. Es un profesor perdido para la docencia, desde luego.

jueves, 28 de enero de 2010

Aminatou Haidar

Una llamada hacia las nueve cuarenta y cinco de la mañana de este mismo lunes. Es Rosa Díez. Me anuncia que Aminatou Haidar nos va a visitar en la sede. Rosa está viajando, de modo que la conversación resulta un tanto desconcertante.
Tengo una reunión –que levanto con alguna precipitación- y me dirijo hacia Cedaceros. Rosa ha llegado ya.
Muy poco después me indica que vaya a su despacho: Mayka Paniagua, Carlos Rey y Jesús Patiño están en la puerta de la sede esperándo a Aminatou.
Llega puntual. Viste una túnica en la que se advierten los colores amarillos y rojos, de un tono quizás apagado; se toca la cabeza con un pañuelo y un largo abrigo negro la protege de este inclemente frío de Madrid. La acompaña Bucharayu, que es el delegado del Polisario en España, quien durante su viaje a la Meca se ha dejado crecer la barba.
Rosa invita a Aminatou a que se siente junto a ella en el sofá dos plazas rojo -¿magenta?- que hay en su despacho. Lo primero que adviertes es que existe una buena relación entre las dos mujeres.
A petición de la portavoz de UPyD, Aminatou cuenta su historia reciente: que su casa se encuentra vigilada –podría haber dicho que “sitiada”- por la policía marroquí, que su salida hacia el aeropuerto fue “escoltada” por 4 coches policiales y 2 motoristas y que la filmaban durante el trayecto, y que la cuestión del papeleo se repitió otra vez en el aeropuerto, aunque en esta ocasión en forma más de opereta que de otra cosa. Y es que Aminatou volvía a declarar su condición de saharaui en el impreso oficial. Entonces volvieron a sonar los teléfonos en búsqueda de consignas que indicaran a los guardias de fronteras lo que debían hacer –los regímenes que carecen de leyes siempre se encuentran al albur de las instrucciones políticas-. Pero Aminatou, desde su falsa apariencia de debilidad física y con su voz suave, se plantaba ante la funcionaria:
- Yo no me voy a quedar aquí, esperando, de pie. Me voy a sentar allí y cuando hayan resuelto ustedes sus problemas me llaman.
Pero no transcurrieron muchos segundos antes de que la tranquilizaran:
- No hay ningún problema. Puede usted viajar.
Nadie diría que esta es la mujer que le ha plantado cara al régimen de Mohamed VI, ese hombre que acumula un poder que supera a los que tenían los reyes medievales, y a un gobierno español, que pretendía gestionar su entrada en España como un servicio más a esa corona del Magreb a cuyas órdenes tantas veces se rinde nuestra diplomacia.
Y Rosa lo explica con palabras sencillas y certeras: “No creían que ibas en serio”. Y cuenta la patética conversación con la Vicepresidenta De la Vega, cuando esta pretendía que convenciera a Haidar para que se dejara alimentar o ingresar en un centro sanitario. Bucharayu afirma también que las autoridades españolas presionaron al Polisario para que que desistiera. “Pero Aminatou es ella, no es el Polisario”, afirma.
Hablamos de los hijos de Aminatou. Cuando supo que su madre volvería a viajar a España el pequeño no quería que se fuera, la angustia de la actitud de Aminatou ha sido muy fuerte para él. Hablamos de su salud física, de los órganos que se han visto dañados por el descomunal esfuerzo emprendido por ella. Pero Aminatou se expresa con palabras tranquilas y nos asegura que todo va de acuerdo con lo que puede resultar habitual -¡habitual!- en estos casos.
Aunque Aminatou deja buena parte de las cuestiones políticas a la opinión de Bucharayu, ambos coinciden en la importancia de la mediación norteamericana –y la francesa-. Y el representante polisario agrega: “Estados Unidos no quiere que haya un conflicto allí”. Y pronostica que Marruecos enviará a un embajador “más duro” a España.
Ha pasado una hora. Aminatou parte de viaje hacia Sevilla, donde será atendida por otros médicos. Le ha agradecido a Rosa su gestión. Y Rosa repite: “Siempre he entendido que yo no tenía nada que recomendarte. Sólo que estaba a tu disposición. Algunos han dicho que era una oportunista. Pero, ¿por qué no lo han hecho ellos mismos?”.
Y esa mujer se dirige hacia la calle, en su grandiosa levedad, demostrando de qué cosas se es verdaderamente capaz cuando se actúa desde la dignidad y la convicción.
“¡Y es una mujer lista!”, nos dice Rosa cuando entramos en la sede para perdernos cada uno en nuestras tareas cotidianas.

lunes, 25 de enero de 2010

Intercambio de solsticios (56)

BRIDGE OVER TROUBLED WATERS

Muchas veces me dicen:/Eres un héroe,
Y yo les vengo a contar siempre la misma historia.
No. Yo no soy el de la canción de Simon & Garfunkel,
Aquel que se ponía en la mitad del puente,
Observando el torbellino del río al correr,
Y que se decía a sí mismo:
Es preciso/lo voy a hacer/me voy a tirar.
Porque yo no soy un suicida,
Aún le tengo un cierto apego a esta mierda
Que algunos le siguen llamando vida,
Quizás como un mero formalismo,
Por nombrar a esa cosa de algún modo.
Pero no/Cuando yo me tiré al agua,
No lo hice desde el puente,
No tuve que describir un largo salto,
Para despeñarme con la piedras que había abajo,
O para dejarme llevar por las aguas turbulentas,
En ese destino al que otros se refieren como la muerte,
Pero yo ya voy diciendo que se llama descanso/simplemente.
Resulta que fue de otra manera a como cuenta la canción.
Pepe y yo volvíamos de nuestras vacaciones,
Un barco atravesaba el Mediterráneo,
Las islas de Ibiza y Mallorca/pero aburridos de tanto mar,
En Madrid resolvimos tomar un avión para Bilbao.
Y allí estaba Lorenzo/Lorenzo siempre vendía algo,
Por aquel entonces/(quizás hoy ya no venda nada,
Solamente se dedique a comprar "gin tonics" en los bares,
En la sempiterna compañía de su hermano)
Pero entonces Lorenzo era un chico que prometía,
Y vendía muy bien todas las cosas.
Incluso un Partido Liberal de tres al cuarto,
Que integrara con una sigla más la célebre "sopa de letras":
AP, PDP, PDL y UCD/Me propuso entrar en el asunto,
Y a mí es verdad es que me iba la marcha.
Alíí estábamos los cuatro y el tambor/como correspondía,
En una oficina de la calle Henao, de Bilbao,
Discutiendo si era antes el huevo o la gallina
(si antes había que hacer partido,
o presentarse a las elecciones,
y aprovecharlas para hacer partido)
lorenzo decía que lo segundo y yo estaba de acuerdo,
La política significa esencialmente estar,
Porque si no estás es cuando no tienes nada que decir.
Pero Gonzalo era más teórico que todo eso,
Quizás por eso está ahora en Madrid,
Dirigiendo una revista de información general,
Y leyendo los periódicos en un programa de radio,
Mientras que a otros nos han sorprendido las aguas/
Estas sí, turbulentas/Pero no hablemos m�s de lorenzo
O de Gonzalo o de aquella campñ�a electoral.
Es verdad que entonces sonaban las balas,
Y caían soldados, guardias civiles, policías nacionales,
Pero otros nadábamos en un lago/en medio del río,
Y creíamos que los coches-bomba no iban con nosotros.
Recuerdo que mataron a un guardia civil/creo
En esa campaña del 82/en la provincia de Guipúzcoa,
Por la que yo me presentaba como candidato a senador.
Ni siquiera asistí al funeral/ Era así como despedíamos
A los cadáveres.
Pero llegó esa tarde en que le mataron a Gregorio,
Y la mañana en la que me pusieron escolta,
Y vinieron otros días, otras tardes,
Especialmente la del asesinato de Miguel Angel.
Y ya nadie de entre nosotros podía dudar,
Que el lago aquel se había transformado, todo él,
En el río de las aguas turbulentas...
Y entonces, sí, nos cabía la duda de su merecía la pena/
De si era mejor dejarlo y vivir una vida en paz.
Pero eso es lo que pretenden esos tipos:
Los nacionalistas violentos,
Los nacionalistas soberanistas y excluyentes.
Los primeros quieren que salgas de su Euskadi/con los pies
Por delante/Los segundos también quieren que te vayas,
Aunque estos (son pacíficos) no desean que te maten.
Y eso es precisamente lo que debo hacer/quedarme
Y poder contemplar mi imagen todos los días/
En el espejo/pudiendo decir que estoy haciendo/
Lo que debo, simplemente.
No. Yo no me he tirado a este río en el que ahora me encuentro.
No. Yo no soy un valiente como me dicen cuando les cuento/ Lo que hago/Sólo pretendo no ser un cobarde
Y reconocer mi cara todas las mañanas,
Cuando me paso el cepillo de dientes por la boca,
Y peino los escasos pelos que me quedan,
Antes de salir de casa/para seguir haciendo/
Todas las cosas que tengo programadas/Muchas/demasiadas cosas
Quizás para olvidarme/tan sólo/
Que nado en las aguas turbulentas,
Que quizás algún día esas aguas me arrojen al fondo,
Y me impidan respirar más veces,
Que quizás otro día me lleven contra las rocas,
Y allí estalle mi cabeza en mil pedazos.
Y entonces pienso en la gloria de la muerte,
Que solamente es la paz,
Y que la vida es apenas una mierda,
Del que contempla el puente sobre las aguas turbulentas,
Pensando en tirarse algún día.

Lanzarote, 15 de agosto de 2002

jueves, 21 de enero de 2010

Intercambio de solsticios (55)

El interior de la estación de Chamartín surgió ante él en la forma de un extraño recuerdo. Porque las cosas que vuelves a ver después de pasado un largo período de tiempo se redescubren en los perfiles que conservaban en tu memoria, mitigados por los cambios que la naturaleza y la mano del hombre han practicado sobre ellos. Pero a veces el contraste es tan importante que se diría que el objeto ha sufrido tal variación que lo ha transformado de forma total. Es entonces cuando el dicho popular afirma eso de “este no es mi Pepe –o mi Bilbao-, que me lo han cambiado”.
Y es que había por lo menos dos estaciones de Chamartín en la vida de Jorge Brassens. Aquella de los viajes nocturnos de los viernes para acudir a las reuniones de la ejecutiva de Juventudes Socialistas, en aquellas literas de tres personas que sólo su juventud le concedía la rara posibilidad de conciliar el sueño. La estación madrileña que se abría ante sus ojos cansados de esas mañanas, cuando decenas de raíles convergían hasta uno de los andenes era para él el gris que pintaba sobre España entera el franquismo moribundo o la democracia primeriza, en esa transición que no había desmontado aún los viejos iconos, tal vez por miedo a que los viejos sublevados del ´36 resurgieran de sus cenizas y volvieran a enterrar la incipiente libertad con paladas de represión y de terror.
Pasaba el tiempo y Jorge Brassens redescubría Chamartín en los útimos años de la década de los 2.000. Sus viajes eran ahora de regreso, no de ida. Él había culminado ya uno de los sueños de su vida: vivir en Madrid. Instalado en el barrio norte de la ciudad, y obligado por tantos motivos a visitar Bilbao o Vitoria, la estación volvia a resultar un recurrente punto de contacto para él. Y Chamartín había adquirido un color del que anteriormente carecía. Era la luminosidad de los anuncios, la claridad de las luces, los productos que exhibían sus tiendas… Chamartín moderno y hasta postmoderno con los trenes de alta velocidad que te dejaban en Valladolid en un santiamén y que dejaban Bilbao a un paso… si no fuera porque la crisis…
Porque la crisis llegaba y con ella vestía de un nuevo color la supeficie de las cosas. Y este color era el amarillo desvaido de la arena de las piedras que se rompían bañando de polvo las viejas superficies. Era el “beige” de la arena de los parapetos de defensa contra los intrusos, el color crudo de la crueldad del hombre que no había sido capaz de reencontrarse desde que la revolución francesa supo ubicar su camino después de tanta sangre derramada. El color de Chamartín era el del eslabón perdido, el del salto atrás, el de la bestia dispuesta a a retomar su venganza después de haber quedado superada por la imprenta y las nuevas tecnologías. Era el color de la no-cultura o de aquella cultura que aquellos aprendices de bárbaros escribían con “k”.

martes, 19 de enero de 2010

Intercambio de solsticios (54)

Historia de Adelfa (6)

"Una mañana fuimos yo y mi madre a Bata a vender cosas y (…) había un policía y dice que nos conocía a mí (…) y a mí. Dice mi madre: “(…) es que ella no me quiere ver a mí también, porque ella no es nadie. A (…) 11 años, ni un comisario (…) la golpearon y la pusieron en venta (…) al aeropuerto. Y al llegar al aeropuerto, pues, subí en una especie de avioneta, algo que yo no había visto, al menos en la vida real.
Bueno. Llego a Libreville. Era como 2 horas (…) vestido normal, un poco mailta, porque yo no había estado vestida tan bien. Yo ya tenía la angustia, yo ya era más familiar del bosque que de otra cosa (…) y a ver a mucha gente, pero a mí ya no me era familiar eso. Entonces, cuando yo llegué ahí encontré a mucha gente, había mucha gente viajando, vi a muchos aviones buenos. (…) era que el señor había ido a Guinea. Negoció con el ministro de (…) Le dijo: “Le ofrezco un tren en Plancien (…) que es un barrio, que podéis construir vuestra embajada (…) impuesto En el aeropuerto vino a buscarme, él personalmente con un chófer. Era la primera vez que yo lo había visto en mi vida. Como él habla “pan” (?), como yo también, entonces me dijo en mi idioma: “Ahora sí que te voy a matar por dar tanto dolor de cabeza. ¿Tú no sabes que en este país no manda la mujer? ¿Y tú quién eres para mandar a la gente?” Bueno, yo no discutí porque ni siquiera lo conocía. Me ató él mismo dentro del coche, y llegamos a su casa. Me dice: “Esta es tu casa también. Pero, antes de ser tu casa, te voy a dar un ejemplo para que no vuelvas a hacer lo que estás haciendo con tu hermana. De hecho, tu hermana está en la cárcel y a tu cuñado le he sacado del trabajo, hasta que tú volvieras”. Me quedé atada. Salió. Le fue a dejar al chófer. Él vino solo. Ya había ido ya la gente que estaba. Empezó a golpear (…) una paliza de miedo, vamos (…) Me es muy doloroso contarlo, porque no es muy agradable. Me quedé sin consciencia (…) Total, no me acordaba qué tal me quedé. Pero si que sangré en la nariz (…) Todo, muy mal. Me dejó en una zona muy pequeña, donde él guardaba la (…) Y él cerró la puerta (…) Por la mañana, cuando se fue a trabajar, dijo que nadie abriera la puerta, porque yo estaba allí, y pasé todo el día dentro y toda la otra noche, y por la mañana siguiente me sacó como si de un toro se tratase. “Ven. Te vas a duchar ahora mismo porque te lo ordeno (…) me tengo que duchar?” “Porque lo digo yo”. Voy al baño y vi que no podía moverme nada. Yo tenía hinchados todos los ojos. Y él personalmente llenó la bañera de espuma y de no sé qué otras historias. Y me dejó y me dijo que yo me asomara a la bañera, porque era la primera vez que yo me asomaba a una bañera tan grande. Me dijo: “Tú te pones aquí. Dentro. Y no te mueves”. Tenía un agua calentísima. Pero yo no sentía el calor del agua, porque yo tenía el cuerpo hecho polvo. Entonces vino con un señor. Me sacó de la bañera. Me dijo: “¡Levántate y vente aquí!” Vino él. Me dio un trozo de tela. Me destapé un poco. Me sacó en (…) brazos, y (…) aquel señor era un médico, y era familiar suyo, y dijo: “Esa chica no puedes seguir guardándola aquí dentro. La gente de Guinea, su familia que vive aquí, tampoco sabe dónde está. Tenemos que hacer algo, pero la tienes que llevar a una clínica, porque está muy mal. Tiene muchas contusiones en la cabeza. Además tiene una hemorragia, pero muy pequeña. De todas formas hay que llevarla a un sitio”.
Me llevaron por la noche a una clínica. Y me lavaron la nariz, me lavaron los ojos, me lavaron las heridas (…) Me dieron mucha medicación. Sobre todo a mí me dieron (…) Me quedé toda la noche con (…) Porque, según los médicos, me deshidraté. Más de 24 horas sin tomar nada. Y me quedé sin (…) nada, lo que es agua en el cuerpo.
Bueno. Al día siguiente era materia reservada. Nadie sabía que yo estaba ahí, en el hospital. Nadie sabía nada. Me llevó a su hogar, con la enfermera (…) Y ya tenía yo un poco de tetas, un cuerpo bastante formado, como ya de ser mujer. Y él, caliente (…) No sabía qué decirle, si bien o mal. Porque si yo decía “bien”, yo mentía; y si decía “mal”, no sabía qué decirle. De todas formas, yo estaba muy preparada, porque mi madre me había hablado (…) de los hombres.
Sube. Viene el tío. Ahí (…) la policía. Bastante. Me preguntaba: “Tú. ¿Ya no estuviste la primera vez?” Yo, calladita. Y dijo: “Si tú ya estás callada, es porque quieres decir sí”. Y dijo: “Bueno, y (…) actividades sexuales”. “¿Yo? Ni idea”. Yo no decía nada, porque yo no sabía de qué estaba hablando él (…) Pues empezó aquella tarde a meterme manos, tocarme (…)"

El papel terminaba diciendo: "Fin de la primera cinta".

lunes, 18 de enero de 2010

Intercambio de solsticios (53)

POEMA FINAL

Si alg�n d�a, ETA, se obsesionara con mi persona
Y me diera el tiro "de gracia",
O me aconteciera un accidente mortal,
O me cogiera una enfermedad terminal,
Estar�a tranquilo/sé que tengo cubierta,
Razonablemente bien/mi hoja de servicios
Que mi mujer podría/¡al fin!/poner
Kilómetros de por medio,
De esa tierra hosca, hostil, agresiva,
En que han convertido el País Vasco.
Que mi hija se atrevería/tal vez
A volver a seguir los informativos/
Por televisión/una vez que su padre
Ya ha salido/debajo de una sábana blanca,
Con el inevitable reguero de sangre,
Discurriendo hasta la alcantarilla más próxima.
Que mi madre mantendrá tranquila
Su renta del apartamento de Madrid,
Que me ofrece cada poco,
Por no verme sufrir/por no sentir mi agobio.
Que mis amigos tendrían la oportunidad
De brindar por mi memoria/por favor
Absténgase de alzar la copa
Con agua o coca-cola
Que mis enemigos sentirán/quizás
Un poquito de alivio
Al ver que otro españolista
Abandona Euskadi/la patria de los vascos,
(vascos nacionalistas, soberanistas, excluyentes,
se entiende),
Con los pies por delante.
Sé que mis reducidos lectores descansarán
Al no verse precisados a leer/un nuevo libro
Todos los años o cada dos,
Aunque declaro, para su espanto,
Que es muy posible que deje,
Algún que otro original sin publicar,
Quizás haya quien se encargue de hacerlo.
Supongo que los votantes que me conocen
Serán acogidos por el consuelo
De otro representante,
Y que los que no me votan,
Pero también me conocen,
Sentir�n otro alivio/si bien distinto,
Especialmente los consejeros del Gobierno,
A quienes persigo con
Interpelaciones
Preguntas para su respuesta en Pleno
Preguntas para su respuesta en comisión
Preguntas para su respuesta por escrito
Solicitudes de comparecencia,
Solicitudes de información documentada
Artículos de prensa
O meras declaraciones para los medios
Porque así podrán dedicar su tiempo libre
En el ocio/en cosechar nuevos votos
Para sus partidos.
Brassens escribió su testamento musical,
"Súplica para ser enterrado en la playa de Sète",
Alegrándose de pasar su "muerte de vacaciones".
Pero es que todas las muertes se pasan de vacaciones,
Porque suponen el descanso/la paz/el final
De una vida que no es sino un paréntesis,
A cuyos lados izquierdo y derecho no hay nada,
Según dijo el insigne Jorge Luis Borges.
Pero yo intuyo que previamente al fundido en negro,
Me ocurra como a las velas,
Que justo cuando está a punto de consumirse la cera,
Un instante delantero a que se apaguen,
Tienen un fuerte chisporroteo,
Y que, como un estallido de luz,
Cuando el resto de mi organismo yace ya en paz
Mi cerebro todavía tiene riego,
Y desprendido de los dolores que le provocan
Músculos,
Huesos,
Y demás órganos internos
Siente un profundo bienestar final,
Y se ve transportado
A la playa de Matagorda, en Lanzarote,
O al paseo del Camino de Santiago, en Roncesvalles,
Sólo al principio/Para después
Sentir la presencia de la gente que te quiso,
De mi abuela Pilar, por ejemplo,
Que me cogería de la mano,
Y me llevara de paseo,
Entre las olas, a la orilla del mar,
O entre los hayedos que tintan de ocre el oto�o,
Justo antes del momento final,
Cuando ya la vela se extingue definitivamente
Y entre, yo mismo, en ese competido camino,
Que se llama olvido/ese material del que están
Hechos todos los hombres y mujeres,
Que nos precedieron,
Nosotros mismos,
Y los que vengan a sustituirnos.
De modo que, para descansar totalmente en paz,
Es preciso no haber dejado recuerdos imperecederos,
Que te pudieran acosar durante ese benéfico sue�o,
Y puedas decir, previamente
A dejarte llevar finalmente,
Y categóricamente
"De mí ya no se acuerdan.
Yo llegué antes que otros al olvido".

Lanzarote, 15 de agosto de 2002

jueves, 14 de enero de 2010

Intercambio de solsticios (52)

Era insólito el revoltijo de vehículos que se abigarraban en el que un día fuera el espacio previsto para la recogida de viajerps y equipajes de la antigua estación de Chamartín. Eran los mismos servicios de orden los que provocaban buena parte del barullo con sus más variados coches o motos que usaban un distintivo azul consistente en una banda con fondo de ese color a la que se le pintaban de cualquier manera las letras SOCh –algo así como “El Servicio de Orden de Chamartín”.
Haraganeaban junto a sus todo-terrenos, requisados por algún expeditivo procedimiento; se ufanaban en comprobar el estado de sus motocicletas, que guardaban con cuidadoso celo de los visitantes indiscretos. Era la ley del más fuerte, y a través de ese procedimiento los habían procurado; algún otro, haciendo uso de su mayor fuerza se los podría arrebatar.
Así que en los rostros de los vigilantes se dibujaban expresiones de matonismo grandilocuente que escondían sin embargo todos los grados del recelo y la desconfianza. Nadie estaba seguro en el Distrito de Chamartín en aquel año de 2.013, y mucho menos lo estaban los encargados del orden.
Jorge Brassens pudo observar cómo, a un lado de aquella zona de entrada, se acumulaban vehículos y personas en una algarabía de bocinas, protestas y aplausos. Se trataba de una gasolinera y era la ùnica que funcionaba en todo el distrito –la ùnica que lo hacía de forma legal, al menos-. La obtención de esa importantísima fuente de energía se producía a través de extraordinarias medidas de seguridad. Nadie que no pudiera justificar de modo perentorio la urgencia de un viaje la podía conseguir. Si lo hacía, recibía el combustible imprescindible para el trayecto y su precio alcanzaba proporciones exorbitantes. Claro que el mercado negro resultaba bastante más caro y el rendimiento energético de cualquiera que fuera el líquido que te vendían era más que dudoso.
Salían por tanto los afortunados compradores de gasolina del edificio que fuera Terminal de la estación y hacían una cola de horas hasta que, comprobados todos los papeles y pagada la correspondiente factura, se veían servidos. Algunos debían volver uno y otro día hasta que, agotadas las reservas de gasolina –o antes de que fuera demasiado tarde- se hacían con bidones que transportaban a mano o con ayuda de carretas arrastradas por caballerías, siguiendo paradójicamente el viejo uso medieval.
Y es que Chamartín era un •collage” de todos los tiempos y en su estación podías encontrar, desde el último señorial Mercedes, que servía de vehículo oficial al Presidente del Distrito, hasta aquellas “goitiberas” de su infancia subidos a las cuales los mozalbetes de Bilbao se arrojaban por las empinadas cuestas de la ciudad, con grave riesgo para aquellos y para los comunes viandantes. Surgían todos estos instrumentos de los viejos desvanes de las antiguas casas y nada de lo que antaño se arrojaba al fuego o a la basura se tiraba ahora. Las cosas habían cambiado mucho.

martes, 12 de enero de 2010

Intercambio de solsticios (51)

Historia de Adela (5)

Bueno. Terminó ese año. Y ya cumplí los 10 años. Y este señor ya, terminaba una casa que estaba construyendo (…) Entonces, mi hermana, tan indefensa, buscó un truco. Saber cómo sacarme de ahí (…) Sacarme 210.000 (…) que me saque de ahí. En una palabra, que no la va a reconocer nadie, ninguna barrera, ni nada. Entonces, mi hermana le paga su dinero (…) Y cuando llego al pueblo ¿qué pasa? Me llevo otra buena sorpresa, porque como en Guinea (…) mucho en la política guineana. Pues mira, ¿qué paso? Mi (padre) me llevó a (…) Estaban en la misma casa (…) mis hermanos (…) Entonces, al llegar ahí, pues yo empecé a irme a clase otra vez. Pero es que yo no podía ir con la nota que yo tenía, puesto que yo había escapado, y nadie podía darme las notas exactas. Y allá me hicieron una especie de examen, de varios cursos, para ver más o menos qué nivel tenía yo (…) Ingresé ahí, en el instituto Carlos (…), en el tercero de bachillerato (…) Estaba estudiando. Conocí a un chico (…) Era mi mejor amigo. Lo quería mucho, me aconsejaba mucho, como un hermano más (…) muchísimo, porque me daba lo que yo quería: seguridad y confianza. También tenía 19 años. Con mis hermanos yo no tenía nada que hablar, puesto que yo no hablaba francés. Yo solamente hablaba “lofet”, francés y un poco de “saun”; pero que, español, nada. Nada de nada. Con ese chico solía hablar francés y español (…). Nos hicimos amigos. Entonces ¿qué pasa? En las vacaciones de Pascuas vamos al pueblo, y mis hermanos, me encuentro que mi padre dice: “Yo tengo que ir con el bosque porque estamos amenazados todos los días, que tu marido suele venir ahí, en el otro lado de la orilla, a denunciar la desaparición tuya” “(…) no soy su mujer, en todo caso”. Dice: “Tú ya sabes. Yo ya estoy muy viejo. Y ya no entro en la política de ese país” (…) se fue con mi hermano una mañana que tenemos muy lejos, un poco lejos, muy lejos de casa. Empezaron a cavar la montaña. Al cavar muy profundamente una montaña, pues sale agua, porque son (…) húmedas, y tienen mucha agua. Y ellos pusieron así troncos de una especie de colchón, algo parecido al colchón, pero que eran sacos, una acumulación de sacos, con 2 mantas. Utilizaron una especie de otro tronco que estaba hueco en el medio. Era como caña de azúcar, pero hueco y más grande. Pues esa es lo que me hacía respirar ahí (…) pues me llegaba el aire perfectamente. Allí permanecí así como 3 meses. Y, cuando mi padre creía que el asunto estaba olvidado, pues me sacó. (…) había perdido ya el curso. Y vine y (…) me dijo: “Tienes que volver al (…) donde (…) Vale. Pero, déjate que como están de vacaciones ya ahí, iremos otra vez”.

lunes, 11 de enero de 2010

Intercambio de solsticios (50)

"I HAVE TRIED, IN MY WAY, TO BE FREE"

Verano del 2002:

Las preguntas de los periodistas
Repican. como campanas de Iglesia,
Sobre mi cabeza:
"¿Por qué sigue usted en eso?"
Mientas tanto, una niña,
Que tenía sólo siete a�os,
Es alcanzada por el impacto
De un coche-bomba,
Mientras jugaba a bailar
.
Esa niña de Santa Pola,
Que tuvo por culpa, ¡inmensa culpa!
La de ser hija de un Guardia Civil,
Y de bailar en su piso de la casa-cuartel,
A los sones de un compact disc,
Que alguien, tal vez su padre,
Le había regalado.
Y yo ensayo mi respuesta,
Muchas veces contestada ya:
"No. No podemos desistir.
Porque hay dos tipos de nacionalismos,
Siempre que sean excluyentes.
Los hay de los que quieren que nos vayamos,
Con los pies por delante.
Otros simplemente desean que abandonemos,
Y que traslademos nuestra vivienda,
Y, por supuesto, el empadronamiento,
Por aquello del censo electoral.
Los dos nacionalismos excluyentes,
Quieren quedarse solos,
Para hacer la Euskadi,
Que a ellos les gustaría,
Sólo para ellos.
Todos los demás sobramos.
Por eso no podemos desistir.
Por eso, y porque algún día,
Conseguiremos la victoria".
Pero, ¡ay!, ETA puso el coche-bomba,
Que estalló sin avisar,
Porque sólo quer�a v�ctimas,
Para aumentar su horrible
Lista de "Hazañas bélicas"
Y mis palabras de esperanza,
En un futuro mejor, de libertad,
Se estrellan junto a la imagen
De un hombre, que espera
Junto a la parada del autobús,
Jubilado, 57 años,
Cuya vida se va junto
A la niña que jugaba a bailar.
Y ya no sé si existe margen
Para la esperanza.
Ya no sé, si de tanto
Repetirlas, mis palabras
Suenas a falsas, huecas
Prefiguraciones de un futuro imposible.
Pero entonces escucho las
Palabras premonitorias
De Leonard Cohen:
"I have tried, in my way, to be free".
Y pienso que a veces
La libertad se vive mejor
Cuando no existe.
Simplemente eres libre,
Porque luchas por ella,
Porque no te resignas
A no tenerla, aunque
Esos bárbaros de las pistolas,
O esos bárbaros sin pistolas,
Te la niegan, te niegan
Tu derecho a ser libre.
Y esa es la forma, mi forma
De ser libre: decir solamente,
Que yo voy a seguir,
Porque sí, porque me da la gana,
Aunque ni mañana, ni pasado,
El verano próximo, el año que viene,
O quizás dentro de una década,
Todav�a sigan cayendo bombas
Que se lleven la vida de una niña
Que estaba jugando a bailar,
O de un hombre de 57 años,
Que estaba empezando a descansar.
Aunque esa bomba me la pongan a mí,
Mis últimas palabras dirían
Lo mismo que ahora dicen:
De la forma que pude fui libre,
Y eso no me lo han arrebatado,
Sencillamente, porque no pueden.

7.8.02

jueves, 7 de enero de 2010

De los espacios a compartir

Ocurría en aquella década prodigiosa de los años `60, que culminaría con una explosión, sin precedentes en los países capitalistas, de una juventud airada que pedía soluciones imposibles a unos poderes públicos que ya por aquel entonces empezaban a resultar aburridos. Un filósofo de origen alemán y de situación americana, Herbert Marcuse, que dio en convertirse en unos de los referentes priivilegiados de esas revueltas estudiantiles, escribiría un ensayo cuyo título era más que revelador: “El hombre unidimensional”.
Que el ser humano disponga de una sola dimensión, según el autor citado, constituía una de las más significativas perversiones del sistema capitalista, que reducía a la persona a la sola condición de lo que esta pudiera representar en esa sociedad limitada y restrictiva.
Nada tengo que decir respecto de las consecuencias de semejante tesis: la abolición del sistema que basaba sus postulados en la economía de mercado y su sustitución por el socialismo, perfeccionado, eso sí, respecto del entonces vigente en los países del Este de Europa. Mucho más cuando hace ya 20 años que se hundía el muro que separaba uno del otro sistema. Pero sí me interesa apoyarme en esta tesis para evocar otra de signo muy diferente.
Y la empiezo a desarrollar, aunque sin ánimo de agotar el asunto.
Más allá de lo que decía Marcuse, lo cierto es que la sociedad que vivimos nos conduce de forma más o menos inevitable a situaciones que bien pudiéramos definir como endogámicas. Y resulta curioso que en un mundo tan intercomunicado como es este, en que la red es el sistema, seamos muchas veces incapaces de establecer relaciones que excedan de esos pequeños espacios en los que nos encontramos.
Así, la empresa se desarrolla en el mundo que le es propio, lo mismo que la política o la cultura, en actitudes que parecen más bien pugnar con su carácter más ontológico. Será su obligción, pero no sólo ella: el político sabe que su existencia deriva de la capacidad de obtención de un número suficiente de votos que le permitan ejercer una función representativa, previa a cualquier tarea de gobierno; pero debería ser consciente de un elemento adicional y de no poca importancia: como diría don Miguel de Unamuno a los Millán Astray y comapañías más o menos gráciles que le increpaban al grito. que era todo un oximorón, y que decía “¡Viva la muerte!”, con el certero “Venceréis, pero no convenceréis”. Poruqe se trata más de convencer que de vencer, más de ofrecer soluciones que de seguir las encuestas. Y la victoria política siempre llega después de las estrategias ambiciosas que consisten en resolver los problemas de fondo. Claro que no es este el tiempo de estos políticos, sin embargo.
Algo parecido cabría advertir respecto del mundo de la empresa. Bien entendido que estos son tiempos más que difíciles para este mundo, y son muchos los que -como decía la canción “los que están vivos son los sobrevivientes”-. En cualquier caso, sin embargo, habría que decir que el objetivo de la empresa no consiste sólo en ganar dinero. Y no me refiero únicamente a crear puestos de trabajo o a la función social que tiene–y sobre la que se está insistiendo de forma muy adecuada en muchos casos-, que también. Como diría el filósofo y novelista bilbaino se trata más bien de convencer. Y ahí el mundo de la política no es un asunto baladí.
Ya se sabe que existen verdaderos especialistas en la obtención de favores. No me refiero sólo a los que se producen a través de la simple y estricta prevaricación. Están los que protagonizan los “lobbies” y los más diversos gabinetes de influencias –aunque en nuestros pagos resulten menos transparentes y reciban nombres diferentes-. Me refiero a la tarea que consiste en implicar a la empresa en los proyectos de futuro que tarde o temprano la política deberá desarrollar. No en el regate corto, en la subvención, que son escenarios convenientes y necesarios cuando se producen, sino en esquemas de estrategia a medio o largo plazo.
A veces siento una cierta nostalgia por los capitanes de empresa de principios del siglo pasado, para quienes la política no era sino una expresión más de su propia condición de ciudadanos. Un Martínez Rivas, un Sota, por referirme a grandes empresarios vascos –que es el terreno que mejor conozco- situaban la política como un medio más en el que debían situar su influencia y muchas veces lo hacían con toda naturalidad presentándose a las elecciones. Y Bergé –por poner otro ejemplo- no era sólo amigo de Maura y empresario, sino jefe también del maurismo en Vizcaya.
Nostalgias aparte, se trata de un tiempo que está pasado y que no volverá, aunque algunos coletazos pueda dar aún y que están en la mente de todos los adictos a las memorias antes de que el memoriado haya de verdad concluido su trayectoria vital. No creo que el empresario común quiera hacer de la política su actividad futura. Pero sí que el “zoon politikon” aristotélico es cierto, que constituye un deber y que la empresa no tiene solamente la dimensión que le es propia, sino que debe implicarse en la vida de su país y de su órbita de influencia.

martes, 5 de enero de 2010

Los retos de Zapatero

Europa y la Unión que vincula a los 27 países que la componen en la actualidad ha vuelto a salir a escena. Viene a ser este un año europeo para España y lo será quizás más el próximo, porque a las recientes elecciones que acabamos de celebrar al Parlamento de la Unión se une ahora la Presidencia española en el primer semestre de 2010, lo que no resulta poca cosa si se piensa en lo lejanas que resultan las políticas que proceden del resto del continente para el ciudadano español de a pie y para los medios de comunicación que se encargan de difundir las noticias que a ese espacio se refieren.
Zapatero afronta este reto desde una posición de improbable éxito. El refrán evangélico, que ha devenido en certísimo, incluídos los no creyentes en la extensión de su veracidad, dice que "por sus hechos los conoceréis". Pues bien, las realizaciones del presidente español avalan una trayectoria ayuna en reformas pero repleta de eso que la nueva parla política celtibérica viene calificando de "buenismo".
Habrá que suponer que Zapatero le tiene pavor a las reformas, ya que huye de ellas como gato escaldado. Siempre que se trate de las reformas que la economía y la política precisan y que los ciudadanos demandan, claro. Porque el presidente español se ha demostrado un avezado impulsor de las reformas imprudentes que a medio y largo plazo –si no a corto- amenazan con poner en serio riesgo nuestra convivencia. Entre estas últimas, los Estatutos de “tercera generación”, que ya empiezan a recurrir a generosas dosis de bilateralidad, la cual es más bien patrimonio de los sistemas confederales: la misma financiación de las autonomías, que paga gasto corriente con deuda pública, lo que no deja de suponer un contrasentido respecto de la administración más correcta de la Hacienda Pública; la extensión del PER al conjunto de la ciudadanía desempleada en España y sin insistir en la necesaria formación de los parados y la economía de las tecnologías –el tiempo dirá si la nueva ley de “economía sostenible” será algo más que otro de los brindis al sol a que nos viene acostumbrando el presidente.
“En que se ve tan famoso y en tan buena estimación…”, decía el poeta, Zapatero recibe la presidencia semestral de la Unión. Y lo hace además en un momento clave: el del inicio de la aplicación del Tratado de Lisboa, que tras un tortuoso camino de reservas, reformas y menudencias de todo signo entra en vigor este 1 de diciembre.
Ya se sabe que las leyes tienen su importancia, pero la tienen más los reglamentos –como recordaba con su habitual perspicacia ese gobernante español de la Restauración que era el conde de Romanones-. Y la tienen también las interpretaciones que se hacen de unas y otros. En ese sentido, el impulso que proporcione la presidencia española a ese Tratado resultará clave en el devenir de nuestra Europa. Quizás porque, “el que da primero, da 2 veces”.
Y se produce además esa presidencia en un tiempo de profunda crisis, en la que las reformas son, más que necesarias, imprescindibles, pese a que no sea ese el criterio del presidente español. Reformas que tocan al sistema financiero y económico, la configuración del nuevo cuerpo diplomático europeo con la dotación presupuestaria de 50.000 millones € -o sea, unos 5 puntos de PIB español-, la reforma de la PAC –que viene a ser la extinción de ese presupuesto que ha venido drenando los recursos del presupuesto comunitario y que tanto afecta a nuestro país… ´´Unase a todo esto, la nueva política de inmigración, las relaciones trasatlánticas, el G-20, las Unión Mediterránea o las relaciones con América Latina –tan cercana en el corazón y tan ausente en las políticas-. Y seguro que muchos de mis atrevidos lectores podrían añadir asuntos a la serie que vengo de proponer.
¿Podrá el presidente Zapatero poner en marcha tal elenco de reformas cuando su balance resulta tan magro a escala nacional? Me temo mucho que no, y eso que me encantaría equivocarme. España ha dado un ejemplo que me recuerdan los embajadores de los países del Este de la UE con quienes me vengo entrevistando en lo que concierne a la utilización de los Fondos Estructurales para su desarrollo económico, fue el país que supo “hacer los deberes” para entrar en el euro y ha defendido una línea europeista que otros países de la Unión con más años de experiencia en el club no demuestran salvo en las declaraciones oficiales –y eso en el caso de que lo hagan.
Pero quien no es capaz de emprender las reformas en casa, ¿por qué motivo las va a realizar a escala europea? Esa viene a ser la pregunta del millón. A la que la respuesta más probable se conjugará probablemente también con frase de refrán: “Consejos vendo, para mí no tengo”.

lunes, 4 de enero de 2010

Intercambio de solsticios (49)

Alexis de Tocqueville, ese aristócrata francés procedente del Ancien Régime y que se había reconvertido -"déguisée"?- en demócrata, escribía acerca de su conocimiento en primera persona de los usos y las instituciones americanas: "Las naciones pequeñas han sido en todas las épocas la cuna de la libertad política. Sucede que la mayor parte de ellas perdió la libertad al agrandarse, lo que demuestra a las claras que se debía a la pequeñez del pueblo y no al pueblo mismo".
¿Nos hacía falta volver al origen para recuperar la civilización que habíamos perdido? ¿Para volver al individuo dejando atrás la tribu? ¿O, como escribió Updike, volver a coser la manzana al árbol?
Todo era posible. Pero los teóricos hablaban de otros tiempos, de otras épocas. Estas eran diferentes. Los hombres habían abandonado su condición de gente y apenas si podían reconocerse en la gregaria esencia del rebaño o de la manada. Porque se trataba más bien de los lobos del Leviathan de Hobbes que de un conjunto de ovejas pastoreadas por un perro, eso que se podía observar en las abandonadas calles y plazas de lo que un día fue Madrid.
Era ahora la lucha por el principio de las cosas, la recuperación de los valores, de los básicos: del derecho a la vida, por ejemplo. Jorge Brassens había vivido algo de eso en sus anteriores tiempos en el País Vasco, cuando la mitad de la población y sus dirigentes preferían mirar hacia otro lado cuando un reducido grupo de asesinos -disfrazados, eso sí, con ropajes de políticos liberadores- extorsioban y mataban. Reproducían de esa manera el mundo del "Pogrom" y del "Gulag". La humanidad no siempre progresaba de un modo invariable y constante. Hacía falta para ello la voluntad y el coraje. Un proyecto de civilidad asumido y a desarrollar en la vida de cada uno. Nada está dado. Sólo el punto de partida. El de llegada dependía de otros factores, entre ellos y muy principalmente de nosotros mismos, de nuestro compromiso con la dignidad.
¿Democracia? ¿Separación de poderes? ¿Imperio de la ley? ¿Estado de Derecho? Eran términos políticos que apenas si en un tiempo significaban algo. Todo aquello empezaba a degenerar cuando -como diría Polibio- la democracia derivaba en demagogia, que fue cuando los partidos se enseñorearon de la democracia española: nombraron a sus diputados, unciéndoles a sus siglas, como los bueyes a sus arados: eligieron a los jueces por un procedimiento similar y unas consecuencias equivalentes; silenciaron a la prensa y a los partidos "outsiders" que criticaban y proponían alternativas a este sistema.
Fue cuando Jorge Brassens se instalaba en Madrid, poco antes de que todo eso ocurriera, en esa pesadilla que estaba siendo el 2.013...
Frente a ellos se alzaba ya el edificio de la antigua estación de Chamartín.