lunes, 30 de junio de 2014

Mis vacaciones con Aski (2)


Conocí a Aski en el final del otoño hace ya casi 4 años. Él era todavía un cachorro, por lo tanto, pero ya apuntaba maneras.

En Arrechea nieva de verdad. Un ventisquero natural. Situado en la falda de los Pirineos, uno tiene que tener cuidado cuando observa que unos cuantos copos empiezan a caer, desordenados y alegres, desde un cielo gris y plomizo. Es cierro: la nieve te parece simpática en ese momento, pero puedes llegar a maldecirla cuando ha caído con fuerza y te impide hacer solo lo que es normal en tu vida cotidiana.

Era a primeros de diciembre, en ese puente que ya los españoles hemos convertido en tradicional y que unos bautizan como de la Inmaculada y otros de la Constitución. Pensando que no iba a nevar, aconsejé a Vic que aparcara el coche en el garaje (es verdad también que Vic, que tiene una actitud de autentica veneración por su coche, sufre por el frío que este pueda pasar en las noches heladas y no concibe que su Golf, ¡pobre!, duerma en la calle o al raso) de modo que mi consejo seria aceptado de buen grado por mi mujer.

Pero el tiempo no nos daría tregua ese puente. La primera noche caería una fuerte nevada y la escarpada pendiente que comunica el garaje de la carretera amanecía tan inmaculadamente blanca como la superficie del jardín. Quedarían tres días de vacaciones, era cierto, y no resultaba necesario poner en marcha el coche para comprar el pan, por ejemplo. Por lo demás estábamos provistos de suficientes reservas de comestibles y líquidos como para afrontar com suficiente comodidad ese tiempo.

Pero Vic es mujer de recursos y de insistencia insobornable. Cuando una cosa se le pone entre ceja y ceja no hay quien la disuada de sus objetivos. Y lo consigue siempre... o casi siempre (aunque digo lo de casi por dejar alguna posibilidad a la estadística, porque yo nunca he llegado a conocer que esa excepción confirme la regla).      

Después de haberse abierto un cierto camino , aparentemente limpio, en la pendiente, Vic se disponía a poner en marcha el coche. Yo me situaba junto a la entrada a la casa, al borde de la carretera, dispuesto a observar las evoluciones de mi mujer. De pronto, pude observar la figura de un perrito que jugueteaba junto a la parte delantera del vehículo, corriendo grave peligro en el caso de que finalmente pudiera ascender.

Fue cuando grité:

- ¡Sal de ahí!

El perro dirigió una mirada de interés al lugar de donde procedían aquel,as voces y se dispuso a recorrer -no sin cierta dificultad, la capa de hielo era resbalosa- el camino de subida hacia donde yo me encontraba. Hecho lo cual, optaría por situarse justo detrás de mí. Era listo el perro. No quería perder noticia de aquel raro acontecimiento, en un pueblo escondido en sus casas a consecuencia del frío; pero tampoco quería correr riesgos inútiles.

Miré hacia atrás con una sonrisa. Y el perro la correspondió con su expresión de inteligencia: era un cachorro de raza teckell.

jueves, 26 de junio de 2014

Mis vacaciones con Aski (1)


En lo que algunos llaman el norte de Arrechea, Aski es un viejo conocido de todos. Y es que Arrechea es un pueblo largo, aunque pequeño, como todos los pueblos que están construidos a lo largo de una carretera. Y Aski corretea por los prados de esa parte septentrional de Arrechea como Pedro por su casa. Especialmente por la zona que comprende la casa de sus amos, la del chalet contiguo y la del nuestro. Producto de una misma finca, luego segregada, el terreno ha establecido límites con la carretera, pero no entre las respectivas parcelas, por lo que Aski considera que todo ese prado es suyo. Y lo recorre con sus patas cortas, pero agilísimas. Y lo defiende.

Pero también llega Aski hasta el hotel Erro, pasando por los apartamentos -un antiguo edificio, dividido en pequeñas viviendas donde habitan mayormente veraneantes o residentes ocasionales-. Claro que para pasar de su prado al hotel, Aski debe por necesidad sortear algunas vallas divisorias. Claro que no es posible ponerle puertas al campo y Aski siempre encuentra una vía para pasar de un lado a otro.

A Aski le interesa vivamente el hotel Erro, aunque diría más bien que le interesa todo. Pero de una manera especial el referido hotel. Pequeño, vivaz y simpático, Aski se ha hecho amigo del cocinero del establecimiento y este le ofrece todas las mañanas una suculenta ración de riquísimas sobras rescatadas de la cocina.

Quizás por eso, en los tres años de su vida, Aski ha recorrido con más frecuencia el espacio de terreno que media entre su casa y el edificio del Erro. Y es que, campos todos, los que te dan d comer son más importantes que los otros.

domingo, 22 de junio de 2014

Nuevo relato

Algunos piensan que son los amos los que escogen a sus perros, cosa que no dudo. Pero, en ocasiones, son los perros los que escogen a sus amos. Esta es la historia a la que daré comienzo esta semana.
Y les puedo asegurar que, pasado un verano desde que empezó, sigue comportándose igual.
Espero que les gusté.

domingo, 15 de junio de 2014

Conversación en Florencia (y 12)


Ahora es cuando surge la Angélica maternal.

- Cada quien gasta su dinero como le da la gana... Pero bueno, en cuanto a ti, yo te encuentro bien...

- La cuenta atrás empieza con los '70, según pienso -dice Alfonso, como si se refiriera a otra persona- . De modo que, a poco que aguantes, veras cómo desfilo yo primero.

Angélica está apesadumbrada. Quizás a punto de derramar alguna que otra lágrima. Pero se contiene.

- - A lo mejor es que tú y yo nos hemos hecho mucho daño y ahora me lo restriegas todo por la cara...

- Es una curiosa manía la que tienes de ponerlo todo en primera persona del plural... -observaría Alfonso-. No he sido yo el que te ponía verde por las calles de Milán, ni yo el que asaltaba a mi amiga de Madrid y me llevaba a Milán al chico que estaba a su servicio...

- Son historias viejas...

- Si hasta hubo quien me preguntó si el tal Miguel era tu gígoló, que se quería quedar con tu dinero... Me hizo mucha gracia esa ocurrencia...

- ¿Qué fue de él? -pregunta Angélica, como ara cambiar de tema de conversación.

- ¿De Miguel? ¿De verdad que te interesa saberlo?

- Pues sí, la verdad.

- Le volví a ver. Creo que aún no sabía muy bien qué es lo que había ocurrido. Estaba confuso.

- ¿Respecto de mí?

- No te inquietes, querida. Tu nombre ni siquiera salió a colación.

- Ya -acertaría a decir Angélica, como quien no sabe si creerse lo que está oyendo.

Es el momento en que Da Vircunglia retoma el control de la conversación.

- Todo eso lo habría pasado por alto... Pero no así lo que hiciste con mi hija...

- ¿Con tu hija? ¿Qué otra cosa hice sino cuidarla?

- Sabes muy bien lo que hiciste, porque yo también te lo hice ver: interferir en mi paternidad.

- ¿Cómo dices?

- Sí -afirmó con lentitud Da Vircunglia, como para proporcionarse serenidad a sí mismo-. Decidir cosas por mí, sustituirme como padre, hacer de madre de una niña que a no la tenía... Eso fue lo más duro para mí...

- Y, por lo que veo, de eso sí que no me vas a perdonar...

En ese momento fue Alfonso Da Vircunglia el que se abatió en un profundo silencio.

Angélica se levantó de la butaca y desapareció con el vaso de cristal tallado en la cocina. Un momento después Alfonso pudo oír el ruido del agua que caía sobre la pileta de la cocina. Luego no sintió nada más.

Un par de minutos después, volvía Angélica a hacer acto de presencia en el salón. Tenia los ojos enrojecidos.

- Me voy. Gracias por tu tiempo y por la cerveza -dijo ella con una voz nasal.

- No te disgustes más de lo necesario -observó Da Vircunglia con mucha tranquilidad-. Te vas como has venido. En realidad, no tenias ninguna oportunidad.

Angélica cerró la puerta y desapareció.

miércoles, 11 de junio de 2014

Conversación en Florencia (11)


El salón del apartamento florentino contenía en efecto la mesa de trabajo de Alfonso, junto a ella otra mesa y, en la pared, una librería. Todos esos muebles procedentes de la mencionada habitación.

- Seguro que los reconoces -continuó Da Vircunglia en medio de un silencio sepulcral-. Y dije también otra cosa. ¿Te acuerdas?

- No sé -acierta a contestar Angélica con extrañeza.

- Tienes una memoria selectiva para lo que no quieres recordar, desde luego -afirma Alfonso muy tranquilo-. Te dije, y os dije, que no no volvería a beneficiarme de los servicios de la casa y que, a partir de ese momento, siempre que fuera por Milán me alojaría en un hotel.

- ¡Ah, eso!

- Sí, eso. No te diste por enterada y te lo tuve que recordar, lo mismo que ahora...

Angélica está contrariada. Mueve la cabeza hacia el vaso de cerveza que ha quedado vacío.

- Vale. Está bien. ¿Y por qué no dejamos pasar este tema?

- Porque ya no se puede rectificar. Yo ya no pido nada, salvo que no me molestéis. Porque, además, cada nueva información que recibo me saca de mis casillas...

- ¿Por ejemplo?

- Por ejemplo, que a pesar de la fortuna que permitís que derroche, nuestra madre no está bien cuidada...

- ¿Cómo puedes decir eso? -ahora sí le ha salido una expresión indignada.

- Muy fácil. Un día la dejasteis buena parte de la mañana sin oxigeno, estuvo a punto de ahogarse...

- Yo no puedo estar en casa todo el día... -se defiende Angélica.

- No, tú no. Pero con esa millonada, bien podría tener gente a todas horas... Se trata de aplicar bien el dinero. Y sobraría, además, sin que hiciera falta poner a la venta todo lo que le queda de patrimonio.

Ángelica no puede más. Y tira la toalla:

- Está bien. Yo he venido a hacer las paces. Pero tú pareces incapaz de aceptarlo...

Da Vircunglia dirige su mirada hacia el techo. Y repite con gesto de aburrimiento:

- Si te refieres a tu dinero, sinceramente, no creo que lo puedas estirar tanto. Ya te puliste, creo, la herencia de nuestro padre, y no te ha quedado nada de eso... Además que yo soy diabético y no parece que vaya a llegar siquiera a octogenario.

domingo, 8 de junio de 2014

Conversación en Florencia (10)


Pero Alfonso no da su brazo a torcer.

- Tampoco eso se ajusta necesariamente a la realidad. ¿Es que ella administra su patrimonio?

Otra vez silencio. Da Vircunglia se toma unos segundos antes de recapitular.

- No habéis controlado los gastos, habéis vivido de los beneficios de una casa abierta y no os habéis preocupado porque se aporten más ingresos... ¿Es esa una buena gestión?

Finalmente Angélica musita unas palabras que titubean entre el desánimo y la indignación, sin saber encontrar uno u otro tono. Resultan patéticas, por lo tanto:

- ¿No querrás decir que nos hemos quedado con el dinero?

- Eso lo estas diciendo tú -contesta tranquilamente Alfonso-. No lo sé, a mí nadie me ha dado vela en este entierro...

- Será porque no has querido... -responde como una autómata, Angélica.

Da Vircunglia esboza una radiante y triunfal sonrisa.

- ¡Vale! Pues entonces entramos en la segunda...

- La segunda, ¿qué?

Alfonso esperaba la pregunta. La responde siguiendo el hilo de la frase, como si ni siquiera le hubiera interrumpido.

- ... La segunda petición de reunión, por mi parte. Veamos las cuentas y analicemos las posibilidades... Segunda petición, segunda negativa. No hay nada que hablar.. Hubo quien propuso que se pagara por la utilización de la casa, por las comidas, por vivir en ella... Por cierto que no fui yo el que lo dijo... Pero, cuando me referí a ello, ¿qué me contestaste, por correo?

Angélica da un nuevo sorbo a su bebida, que le debe parecer nuevamente repugnante. Es, por lo tanto, un pretexto para no contestar.

- Te lo un diré yo, que cuánto pagaba yo por la habitación que ocupaba en esa casa  antes de desplazarme a Florencia. ¿Sabes? Está todo por escrito. Es lo que pasa con las familias que no quieren reunirse y que prefieren hablar las cosas por correo electrónico, que todo queda registrado... Te dije que ese mismo verano me encargaba de desalojarla. Y eso hice. Aquí la tienes... -dice Da Vircunglia haciendo un gesto teatral con la mano.

miércoles, 4 de junio de 2014

Conversación en Florencia (9)


Angélica esboza una sonrisa que pretende engatusar a Da Vircunglia antes de decir:

- Vale.. Pues ahora piensa en que, después de pagar los impuestos, me han quedado limpios 250.000€. Y que yo no tengo marido, ni hijos...

- Lo siento. Ahora soy yo e que no entiende nada..-Alfonso la observa tan directamente a los ojos que parece como si quisiera escrutar sus intenciones más arcanas.

- Que pienso seguir trabajando y que ese dinero puede quedar para alguien...

- ¡Aquí se desvanece la llamada anterior al amor fraterno! -exclamó Da Vircunglia-. Empezamos entonces con el más simple y comprensible mundo del interés... ¿No?

- Es una oferta que te hago de buena fe.  -afirma Angélica, no sin cierta perplejidad. Viene a decir, ¿es que te sobrar, dinero?

Y Alfonso piensa "en realidad, esta no ha entendido nada". Y dice:

- Bueno. Vamos a ver lo de tu oferta -dice Alfonso como quien calcula las posibilidades de un negocio-. Según creo, tienes un año menos que yo... O sea, 59.... Los 250.000€, a poco que te gastes 1.000€ por semana... Y no es un cálculo exagerado, créeme...

- Bastante menos que eso es lo que gasto...

- Desde luego, desde luego. Contando con que vives de la sopa boba de nuestra madre... Cosa que, por lo visto, no tienes en cuenta...

- Es una afirmación muy poco generosa de tu parte... -dice Angélica disgustada.

- Es una realidad, más que otra cosa. Además, que no estamos aquí para hablar de generosidad...

- Te olvidas de que yo trabajo... -dice Angélica, en un intento desesperado por reivindicarse.

 - ¿En qué? ¿En organizar eventos que ya nadie quiere encargarte? Estamos en crisis, ya vamos para mayores y siempre habrá gente más dinámica que nosotros...

Angélica había caído en un profundo silencio. Da Vircunglia prosigue..

- 250 semanas... Eso te da para 4 años... Quizás 5... Te plantas en los 65, poco más o menos... Ya te has fundido la herencia... ¿Y después qué? ¿Tienes alguna jubilación?

Tampoco contestaría Angélica a esta pregunta. Tiene la mirada perdida, hacia algún lado del suelo del salón.

- No hay jubilación, ni hay dinero... Y el que te podría haber dejado nuestra madre ya os lo habéis gastado entre todos...

- Se lo está gastando ella, en sus necesidades... -apenas ha levantado la vista para responder.