jueves, 30 de diciembre de 2010

Intercanbio de solsticios (110)

El paseo vespertino transcurría bajo un agradable sol de otoño. Llegaron hasta el “Ponte Vecchio” después de pasar por el Duomo y el Campanile y la “Piazza Della Signoria”. A Jorge Brassens le pasaba con Florencia como a Proust con las personas: que siempre las redescubría en cada momento en que las volvía a ver. Era la callejuela desde donde se atisba el empinado pico del “palazzo Della Signoria” o esa visión que nunca antes había descubierto en la desembocadura de la calle que lleva al “Palazzo Pitti” o el sol de la mañana fulgurante o la luz eléctrica cuando se hace de noche y hasta el arte de Florencia se diría que se bate en retirada.
Volvieron al hotel y se arreglaron. Tomaron un taxi en la estación de autobuses y llegaron a a Biblioteca Nacional, donde les esperaba un recorrido entre antiquísimos libros conservados en sus estantes y amenizado por actores que representaban piezas teatrales,ataviados con ropajes de época medieval, esos bellos trajes de la Italia de ese tiempo magnífico.
Desembocarían en el atrio de la Santa Croce, donde se les serviría una copa. El frío de la temporada les sorprendería relativamente: habían tenido la precaución de cubrirse con ropa de abrigo.
Luego fue la entrega de los premios “Galileo 2.000”, correspondientes a este año de 2.009. Los homenajeados fueron pasando al estrado en que se había convertido el altar de la iglesia franciscana, que por primera vez se abría al público para la celebración de un acto laico. Pero todo estaba previsto, y ese incombustible organizador que es Alfonso de Virgils había agregado a la lista de los premiados a un cardenal que recogía su estatuilla ataviado con un discreto “clergyman”.
Resultaría simpática –aunque hasta rozar el histrionismo- la intervención del director Roberto Benigni, el autor de “La vida es bella”.
Finalizado el acto un danzante español y una cantante italiana ejecutaron el”Ave María” en las escaleras de la iglesia.
Luego fue la difícil tarea de encontrar un taxi para acercarse a la casa de Alfonso de Virgilio que los había convidado a cenar.
Esa casa en Luncarno, de decoración minimalista otrora, se convertía para la cena en una profusión de mesas redondas atendidas por camareros con pajaritas y chaquetas blancas. Allí Brassens se reencntraría con un matrimonio de amistad antigua y de procedencia gaditana.
Vic Suarez tomaba un taxi –que seguramente sería de otro comensal: en Florencia los taxis se piden por teléfono, no se encuentran con facilidad por la calle.
A su regresoal hotel, Jorge Brassens volvía su móvil, desterrado de sus bolsillos durante la recepción.
Había un nuevo mensaje de Paolo Zanotto.

“La única posibilidad es verse por la mañana aquí en Siena de las 16’00 a las 19’00”.

Esa mañana de domingo, Jorge Brassens escribía un SMS a Zanotto en el que le pedía que se acercaran a Florencia a comer con ellos. Aludía como justificación al cansancio del viaje y a la inminencia del regreso.
No esperó a la respuesta y salieron de paseo. Recorrrierom las calles de Florencia hasta el Pitti y por el Oltrarno hasta el Harry´s Bar, que estaba cerrado.
Brassens leyó la respuesta de Zanotto desde la terraza en la que tomaban una Coca-cola. Zanotto le decía que no les resultaba posible. Así que encontrarían un restaurante en el que, ya caída la noche –había cambiado la hora- tomaban unos “spaghetti”, antes de regresar a su hotel, desfallecidos pero encantados.
La mañana siguiente era el regreso a Madrid. El vuelo de Florencia a Roma apenas duraba 30 minutos en el aire. La conexión con la salida a Madrid era sencilla y rápida en el aeropuerto. Pero el avión demoraba unos 45 minutos .
Ya en pleno vuelo, el comandante pedía el concurso de algún médico. Dos filas por delante de la pareja una señora sufría un fuerte desvanecimiento. El oído –preciso- de Vic Suárez radiaba a Jorge Brassens las menores circunstancias del suceso: venìa ella de Bali, padecía de alguna dolencia cardíaca, le aplicaban oxígeno, pero no se recuperaba plenamente a pesar de los 3 ó 4 especialistas que la rodeaban –algún sarcástico habría sugerido que, quizás a causa de esa proximidad empalagosa, la buena señora no volvía plenamente en sí.
Un equipo sanitario de urgencia entraba en el avión antes del desembarco del resto del pasaje. Se llevaban a la señora en una silla de ruedas.
Esa vez la maleta aparecía sin trastorno alguno y un taxi les conducía a casa.
Fin de viaje. Florencia bien vale todas esas incidencias.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Intercambio de solsticios (109)

Lanzarote. 11 de enero de 2003.

Querida Lorsen:

Esta es la última carta que te escribo desde esta isla. Una isla que se parece a la antigua Fuerteventura a la que enviaban a los españoles políticamente más díscolos. Mi estancia, sin ti, ha sido una especie de exilio. MI regreso a Bilbao sé que estará repleto de acontecimientos. Una agenda bastante cargada que me permitirá una cierta evasión.
Por lo menos hoy ha hecho una buena mañana, y cuando concluya esta carta me volveré a lanzar a la calle para que mi paseo vespertino coincida con la luz y el sol. Mañana, después de hacer las maletas, todavía podré darme una vuelta por el paseo marítimo de Matagorda, como hacíamos en los regresos de nuestras cotidianas caminatas.
Por lo visto Pilar va a necesitar una nueva silla ortopédica, según medio me advirtieron en mi llamada diaria a Cruces. Me lo dirá Tere Hermana la semana que viene. He pensado visitar a nuestra hija el mismo lunes, con mi regalo de Reyes en la mano. Ya te contaré.
Ayer fue la cena con Cristina y Agustín. No asistieron Manolo ni Ana. Esta última cenaba con unas amigas y Manolo se encargaba –teóricamente- de su hija de cinco años. Resultó un encuentro grato. Luego apareció Manolo, como anunciando con un redoble de tambores su llegada. Lió un porro de marihuana y me lo dio. Yo le dí dos –quizás tres- caladas y lo encontré agradable y suave. Luego contó unos chistes muy buenos –que no repetiré, porque no los entenderías- , y antes de que terminara mi copa ya estaba requiriéndonos para que fuéramos a un establecimiento que está en la parte vieja del Puerto del Carmen. Una especie de disco-bar al aire libre, donde se podía hablar con una cierta tranquilidad. Allí estaba Ana Aldecoa, que al principio estuvo muy simpática. Pero se la veía un tanto desbordada por la situación de su marido. Me dijo que había sido muy duro para ella no poder pasar las Navidades en casa de sus padres. ¡Figúrate, con las Navidades que he pasado yo! Pero es que Manolo está mas que despendolado. Bailaba con todas las chicas con las que se encontraba, y bebía como nunca. Cuando nos fuimos –las tres de la mañana, canarias- el tío seguía con su marcha. Parece como si hubiera decidido practicar una especie de suicidio a medio o corto plazo y que se desliza sobre esa pista a una velocidad vertiginosa.
Luego apareció un Smith de Bilbao, que no es pariente tuyo, y que estaba pasado de raya. Para él, todo su afán era encontrar un puesto en la política vasca en que se ganaran al menos 400.000 pta., para ponerle a caldo al lehendakari.
- ¿Cuántos escoltas tienes? –me preguntaba.
Y cuando le dije que dos, él me lanzó que le harían falta cuatro, pero que les iba a dar candela.
Cristina estuvo entrañable: “Pase lo que pase tú siempre serás mi tío”, dijo. Escuchó todas mis cuitas sobre ti, sobre las circunstancias en que te habías ido. En fin, respecto de todas esas cosas que llevo dentro y apenas puedo contar a nadie, como no sea a través de este procedimiento, siempre incompleto. Escribirte se parece a golpear el frontón con una pelota. Tú no estás, por más que me atormente pensando que hay unaElisaneth Von Lorensen, que me quiso más allá de lo que resulta habitual, y que se encuentra en algún lugar. Que me sigues apoyando, que colocas tu mano sobre mi hombro. Que continúas ahí, de cualquier forma. Pero no es verdad. Mi vida será lo que sea a partir de ahora, pero tendrá que construirse sin ti, como tantas otras veces, cuando tu depresión te confinaba a la cama y al alcohol. Pero entonces existía una sombra de esperanza. Hoy sólo me queda el vacío de tu ausencia y el recuerdo de lo que fuiste y de lo que me quisiste.
Las mañanas que siguen a las noches de farra resultan tristes. Como era previsible se ha cancelado la comida de los lorenzos, a pesar de que su suegra parece estar pasando por un razonablemente bueno posoperatorio. Pero es que el grupo no existe sin Antonio. De modo que he comido en “Las Vegas” una especie de atún, bastante rico.
Me anima algo la idea de salir de aquí, aunque estoy bastante decidido a volver, a pesar de que la experiencia no haya resultado en absoluto satisfactoria, en esta ocasión. Lanzarote se ha convertido en un nuevo reto para mí, y no estoy dispuesto a perder ninguna de las batallas que tenga que plantearme.

No sé si mañana. Pero es seguro que volveré a escribirte. No tengo ganas de trabajar en otras actividades literarias, por ahora.

Como siempre, guapísima, el mayor de mis besos.

martes, 28 de diciembre de 2010

Intercambio de solsticios (108)

- ¿Vic Suarez?
El telefonillo del portero automático subrayaba la ya metálica voz de Huang. La aludida no sabía siquiera si debía contestar. Si lo hacía podían intentar forzar la puerta para ir a por ella, cualquiera que fuera su propósito; si no lo hacía, pensarían que no había nadie en casa y se aprestarían a robar o a tomar la casa en calidad de “okupas”. Su carácter era siempre resuelto, así que decidió dar la cara.
- Soy yo. ¿ Con quiién hablo?
- Soy Juanito, el compañero de tu marido en la Junta. Tengo que hablar contigo.
Le bastó on su acento inequívoco, su tono de voz gutural y el alto volumen. Pulsó la tecla y se abrió la puerta.
- Es importante que hablemos –declaró Juanito desde el umbral de la entrada.
Vic le animó a que entrara. Antes de ofrecerle alguna bebida le pidió que le contara el motivo de su visita.
Entonces no hubo lugar a ofrecimiento alguno. Vic debía acudir con urgencia a Chamartín. Ella conduciría su coche, Juanito lo haría en moto.
“Cardidal le ha pegado”. Las palabras del responsable de comercio de la Junta resonaban sobre sus oídos. Seguro que ha sido otra de las barbaridades de ese sheriff arrogante y sietemachos que dirigía la “inseguridad” generalizada en el barrio, Jorge no era un tipo violento. El Volkswagen Golf de Vic Suarez volaba sobre la calzada irregular de esas calles del norte de Madrid y sus pensamientos trataban de coordinar una historia que tuviera relación con esas cortas palabras.
Aparcó en la estación ante la mirada atenta de algún policía, que con su expresión decía que tenía una versión de los hechos, no importaba cuál.
Jacobo Martos la recibió en la puerta del edificip interior.
- ¡Victoria! ¿Qué tal? -dijo con la expresión algo afectada que acostumbrada.
- Vengo a ver a mi marido –dijo con firmeza Vic.
- No está mal. Sólo en observación... –empezó el presidente de la Junta.
Pero Vic Suarez ya estaba cogiendo el pomo de la puerta que daba acceso al dormitorio en el que se encontraba Jorge Brassens.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Intercambio de solsticios (107)

Llegaban al hotel Hilton Garden Inn hambrientos y agotados. El sonriente recepcionista les indicaba que tenían derecho a un pre-congelado y a una bebida fría –no alcohólica-. Dentro ya, Vic Suarez se había internado en la sala adjunta al mostrador y observaba las posibilidades alimenticias. Se decidieron por unos “spaghetti carbonara” que habría que calentar en un horno microondas que los previsores gerentes del establecimiento habían dispuesto en la misma planta baja, en atención a los viajeros de horarios no clasificables.
Primero sería la maleta, después el microondas. Jorge Brassens prefirió media botella de Chianti que anudara su fatiga con el sueño. Y de cualquier manera comieron aquel bocado que les pareció servido por el mismísimo Hotel des Pyrenées en St. Jean-Pièd-du-Port.
Antes de concluir la jornada, Jorge Brassens volvía a su bandeja de mensajes como el poeta místico “de su corazón a sus asuntos”. Zanotto se había puesto de nuevo en contacto:

“De acuerdo. Le llamaré mañana”, pudo leer.

Cuando apagaban la luz su reloj le dijo que eran ya las 2.

La mañana les despertaba sobre las 9. Se arreglaron y desayunaron el acostumbrado y bien provisto “buffet” del hotel.
No pudieron tomar el autobús-lanzadera que les conduciría de nuevo al aeropuerto, de modo que esperarían hasta las 12.
La estación del tren se encontraba bastante cerca de la terminal del aeropuerto. Compraron billetes para Roma-Términi. El viaje resultó agradable y rápido.
Llegados a la estación central, el previsto viaje a Florencia no aparecía por ninguna parte. ¡Y eso que el tren tenía que salir en 13 minutos! Descansado por su anterior noche, Jorge Brassens intuyó que se trataba del tren a Milán que hacía escala en Florencia. En realidad no había demasiado misterio: ya le había ocurrido en alguna otra ocasión. Lo cierto era que sólo se anunciaban las estaciones del destino final, y así Florencia o Peruggia no resultaban noticiables.
Se instalaron en sus asientos, pero el maletón impedía a una señora mayor acceder al lavabo, con lo cual esta protestaría. Una viajera solidaria le dijo que podía reclamar que Suarez y Brassens movieran el equipaje en caso de necesidad: Lo cierto era que no había sitio material para alojar esa maleta que la azafata de Alitalia en Madrid había rebautizado con la pegatina de “heavy weight”.
Llegaron a Florencia. Quiso la fortuna –no la “virtú”- que el hotel Macquiaveli, en el que se hospedarían- se encontrara a sólo 5 miutos de la estación y que la tarde fuera espléndida.
Era un establecimiento un tanto vetusto, pero agradable y sobre todo

bien ubicado. Deshicieron el equipaje y decidieron dar un paseo por la bellísima ciudad antes de vestirse para la recepción en la Biblioteca Nacional y la Santa Crocce. Pero antes, Brassens consultó los SMSs recibidos.
Efectivamente había uno de Zanotto:

“”Estimado Sr. Brassens. Lo siento mucho pero mis compañeros no pueden mañana… Sería posible para Ustedes verse hoy por la tarde? Podéis almorzar aquí a las 14 o 14´30 u, si o, a las 15’30 en Siena o también en Florencia”.

Ya eran las 4. Brassens contestaría:

“Acabamos de llegar Florencia. A las 17 hrs- debemos estar arreglados para una reunión cultural seguida de una cena. Se le ocurre alguna alternativa?”

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Intercambio de solsticios (106)

Lanzarote, 10 de enero de 2003

Querida Lorsen:

Como ves mi recuerdo sigue prendido a ti como si lo hubieran pegado con “super glue” –lo sé porque es la marca que me recomendaron para fijar el pastillero que te cambié por el que tenía yo, y que debía ser de tu padre o de tu madre-. Esa fijación me hace tomar otra vez el ordenador para contarte los recuerdos del día.
Cecilia canta, con Miguel Bosé, “Mi querida España”. Esa España que quisiste tanto hasta abandonar por ella –y para votarme en las elecciones, todo hay que decirlo- tu pasaporte alemán, ante el gesto incrédulo del funcionario del consulado.
Terminé, como siempre, triste, mi carta de ayer, Engañado por el horario –no sé por qué a la hora de adelanto canario le sumé otra- y por la necesidad de salir de casa –que a veces se transforma para mí en una especie de prisión- dí mi paseo de rigor. Como veía que aún era bastante pronto me adentré en las peluquería de los vecinos, donde me cortaron el pelo y me arreglaron la barba. La gestión me sentó bien: el paseo cansa y el lavado de pelo relaja.
Vi las noticias de Tele cinco. Hablé con mi madre –habían pasado varios días sin noticias y en casa de los Brassens puede ocurrir el episodio más grave sin que te enteres en absoluto. Su voz sonaba a ese catarro que no la ha abandonado en todo el invierno, pero según me aseguraba había salido de casa, y hacía mucho frío. Pilar está bien, mi hermana Teresa ha pasado la tarde con ella.
Puse luego un DVD. Primero uno de Bergman, que intuía un tanto deprimente: el caso es que no funcionaba. Después “El tercer hombre”, un clásico en que actúan Orson Welles y Joseph Cotten. Me gustó y me entretuvo. Cansado, me fui a la cama después de tomar mi consabido “dormodor”, y de intentar sin éxito hablar con Antonio Lorenzo: su teléfono estaba comunicando.
Esta mañana me he despertado a las ocho y media –peninsulares-. Después de desayunar y de leer “El Correo” por Internet he hecho algunas llamadas. Entre una cosa y otra, la agenda de la semana que viene la tengo poco menos que repleta, lo cual me permitirá una cierta distracción, una huida cierta aunque a plazos de tu recuerdo.
He modificado mi paseo. Hoy he ido por el Puerto hacia el pueblo, hasta el Registro de la Propiedad, donde me esperaba Antonio Lorenzo. Su suegra se encuentra relativamente bien, aunque todo está por ver. Quizás mañana no nos veamos, por lo que el rato que hemos pasado juntos ha compensado: Una estancia en Lanzarote sin verse con Antonio sería como una bella ocasión perdida. Era evidente que tú estarías presente en la conversación, pero Antonio no pierde esa medio sonrisa pegada permanentemente a la cara. “La próxima visita irá mejor”, le he dicho. Yo confío en que el tiempo mejore mi estado de ánimo, en medio de tu perpetuo sueño.
Ha sido la última comida –por esta temporada- en Lanni’s. Esta noche cenaré con Cristina y Agustín y –previsiblemente con Manolo y Ana-, aunque les he asegurado que no estoy para muchas copas. Con esta gente hay que tener un cierto cuidado, ya sabes cómo son.
Mi penúltima postal para Pilar está escrita e introducida en su sobre. Y casi me encuentro más en Bilbao que en Lanzarote. Confieso que no me da pereza. Esta isla se ha convertido en un enorme espacio de soledad, tristeza y llanto.
Pero volveré. Lanzarote se ha convertido en un reto más. No quiero que me venza nada de lo que ha formado parte de nuestra vida en común. Dejaría espacios en negro, y esos espacios –como enormes cráteres lunares- serían pequeñas tumbas puestas a lo largo de mi existencia, pequeñas-grandes muertes. Y creo que con una basta. No me puedo permitir plantar cruces a diestro y siniestro. Como mi abuela Pilar que, cuando supo que nos estábamos haciendo una casa en Burguete, me dijo: “Tendría que haber vuelto”. Porque el regreso es siempre un triste recuerdo de la ausencia. Pero el regreso permite otro, y otro, y otro... Y que los recuerdos, aunque no cambien, se vayan conformando con otros. Y que la vida siga.
Prefiero observar tu foto con Bècaud con esa expresión de alegría, de encontrarte bien, y que me llama a que yo también pase lo mejor que pueda el resto de mi vida. Quiero recordarte, no como un ancla que me lleva hasta el fondo del mar, como testimonio que amarre tu recuerdo, sino como el deseo de que sea feliz, en una vida ordenada, grata, quizás sin excesivos sobresaltos.
Nada ni nadie te podrá sustituir. La magia de tu persona no se parecerá a ninguna otra mujer. Pero yo tengo que pasar –y cuanto antes- esta dolorosa página de mi vida. No puedo seguir culpándome por tu muerte, no debo seguir rodando por esa noria injusta que es el condicional “si...” persiguiéndome a lo largo de toda la vida, no es posible que me arruine o que me deje llevar.
No. No cabe la derrota. No es posible que arroje la bandera blanca y que me enrolle en ella a la manera de un sudario.
Además que sabes que no creo en nuestro reencuentro. Si tú lo has experimentado con tus seres queridos, ahora tienes la tarea de rezar por mí. Confieso que me gustaría: Poder verte, en una forma brillante, azulada o rosácea, como los destellos del amanecer o del crepúsculo, al otro lado del puente o de la otra orilla, conducido por ese barquero que lleva por nombre el de Caronte. Y que tú me tendieras la mano para que ganara la nueva y prometida tierra. Y que allí se encuentre mi abuela Pilar, también. Y que entonces me funda en un abrazo para siempre, para todos los años y todos los siglos, con todos vosotros. Pero creo que eso sería más bien una imagen de mi cerebro moribundo: los últimos destellos de inmortalidad que provocarían sus células mortecinas, aún imbuidas por el vano sueño de lo infinito, de Dios, del cielo. Me gustaría verte otra vez con vida, sentir una mano caliente –tan diferente ¡ay! de la que tomé por última vez-, un beso amable y cálido, unos ojos vivaces y no vidriosos, una risa espontánea y alegre... Quisiera creer en todo eso, porque me gusta la idea del retorno. Me gustaría tanto que incluso me dejaría deslizar por el tobogán. A pesar de todo lo que deje por aquí, a pesar dePilar, de mis compromisos, a pesar de las casas que hemos ido creando juntos y que nos han fijado -ahora a mí- a lugares distintos.
Pero no puedo ni debo pensar en ello. Mi idea debe ser la de la lucha. Yo aún no he pasado el testigo a nadie. Todavía no he cumplido con mi obligación. Tampoco tú, perdona por esto, tampoco tú pudiste pasar el testigo: te venció la tristeza, se te paró el corazón, sin apenas pedirte permiso. Quizás tú le dijiste que no merecía la pena luchar más. Pero en eso tú no deberías ser un ejemplo para mí. ¿Qué sería de todos nosotros si nos marcháramos inmediatamente detrás de nuestros seres queridos?
Dejemos tiempo al tiempo. Y si en la otra orilla, cuando me toque –quizás antes que más tarde- tú me tendieras tu mano, siempre amable, sería solamente porque tu ángel me ha salvado de la muerte. Pero para eso tienes que haberte salvado tú antes. Y me parece que no eres mucho más que las cenizas que compartimos tu hermana y yo. O las fotos que te recuerdan. O los paisajes que recorrimos juntos. O las palabras que tú decías... ¡Qué más nos queda de los muertos sino el recuerdo de lo que fuisteis!

Quizás mañana vuelva sobre mis recuerdos, mis sensaciones. Pero esa pesada noria está pudiendo conmigo. Es más un ancla que me inmoviliza en un radio de acción tan pequeño que apenas si existe. Me gustaría que esta Lanzarote-cárcel –que era para ti Lanzarote-liberación- se fuera por una temporada de mí, para volver –pasados unos meses- convertida en lo que fue, en lo que fuimos. Cuando tu recuerdo tenga una mayor liviandad, cuando no me pese tanto el haberte conocido y vivido. Cuando Jorge tenga por fin una entidad propia y pueda mirar hacia las olas de Matagorda pensando en el futuro y en sus retos y en sus luchas, más que en lo que ha dejado atrás.
Cuarenta y siete años son muchos. Los suficientes para dejar de luchar –tú lo hiciste con cuarenta y cuatro-. Pero yo no puedo permitírmelo. Y te pido que desde esa presunta orilla en que te encuentras me des fuerza y ánimo y valor.
Debo confesar que, en esta ocasión, en esta isla, no lo he conseguido.

No sé hasta cuando. Pero mi beso está en ti permanentemente, guapa.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Los disidentes de Hugo Chavez

Konrad Adenauer –que fuera un longevo canciller de la República Federal alemana- decía con razón que existen tres clases de enemigos: los enemigos, los enemigos políticos y los compañeros de partido. Algo así debe pensar, desde sus antípodas ideológicas, ese nuevo dictador de los tiempos actuales que es Hugo Chavez.

Urgido a lo que parece por la inminente llegada de una oposición más contundente al parlamento venezolano, el presidente de ese país pretende aprobar toda una batería de propuestas que dejen desde ahora bien establecida la deriva de su régimen para las próximas décadas. Ya ha conseguido que el actual y domesticado órgano supremo de la soberanía nacional le permita gobernar por decreto durante el escandaloso plazo de 18 meses. Pero quizás haya pasado más desapercibida otra de las normas que actualmente se debaten en ese país: la ley contra la “salta-talanquera”, como se denomina a los disidentes, se supone que del partido del presidente.

No se sabe muy bien la causa de semejante despropósito. Quizás pudiera esta buscarse en que, llamándose el partido de Chavez Partido Socialista Unido de Venezuela, resulte de una gravedad poco menos que insólita cualquier abandono o amenaza de escisión en su seno.

El dictador de Venezuela pretende consolidar un sistema cesarista en el peor de los momentos. Su economía lleva ya algún tiempo en recesión, según informa el Fondo Monetario, y seguirá en mala racha. No aprovecharon el momento de las vacas gordas, cuando el petróleo alcanzaba sus precios más altos, para hacer ahorros, y ahora su economía se estanca y cae.

Pero la política tampoco ayuda. Los partidos de la oposición venezolanos, en otros momentos divididos en sus querellas particulares, presentaron este año una alternativa unida que consiguió vencer en términos de voto popular al dictador, aunque no en lo relativo a la representación parlamentaria, debido al particular diseño chavista de los distritos electorales. Muy pronto, Chavez no podrá aprobar las leyes estratégicas debido a la minoría de bloqueo de que dispondrá la oposición.

Y además se le rebelan los suyos. Los “salta-talanquera” abandonan el barco viendo quizas que los tiempos venezolanos, como los que cantaba Bob Dylan, también están cambiando. Y a esos díscolos les pretende aplicar Chavez una ley del embudo y de las sanciones para que ni siquiera sueñen con la posibilidad de dejarlo, de abandonarlo “como los muelles en el alba”, que dijera el gran poeta sudamericano –chileno, en este caso- Pablo Neruda, en su canción desesperada.

Chavez empieza a estar solo, tal vez porque empieza a sentirse solo. El eje bolivariano que intentó un día crear estaba urdido y engrasado por el petróleo de alto precio. Hoy las cosas empiezan a mostrarse de otro modo y las otrora cantilenas de ese militarote golpista son hoy sólo humo y niebla que pretenden ocultar la realidad.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Intercambio de solsticios (105)

Jorge Brassens tardaría e despertarse. En la cabecera de su cama se encontraban Adelfa y Matritense, que nada más verle consciente dio comienzo a toda una serie de prácticas médicas consistentes en determinar por las evidencias externas si el sacudido consejero sufría alguna lesión interna.
Pero a Brassens eso no le interesaba demasiado. Sabía que se encontraba bien –mentalmente hablando-, pero su situación física había vivido mejores momentos. La cara tumefacta, había sangradoi con abundancia por la boca y con el golpe se le habían ido dos muelas del lado derecho, de las pocas originales que le quedaban. Su rostro parecía un homenaje al arco iris, plagado como estaba de tonalidades que navegaban del rosáceo primitivo al violáceo que se insinuaba como el color que con carácter inmediato prevalecería en su hemisferio izquierdo.
El sabor de la sangre derramada y apenas coagulada era espantoso. Podía tener sed, pero si pedía un vaso de agua es seguro que tragaría una buena ración de esa mezcolanza salival-sanguinolenta, un cóctel que no tenía seguramente demasiados adeptos.
Quería volver a casa. Pero Matritense prefería que permaneciera ahí un par de horas más, en observación.
Entonces pidió que alguie avisara a su mujer. Juanito tenía una moto, de modo que se llegaría a su casa en un santiamén. Mientras tanto Adelfa le aplicaba toallitas húmedas para relajar su cara.

En el interior de la sala de reuniones la violencia de la escena pasada iba dejando terreno a una tensión dramática. La expresión demudada, Cardidal se había sentado por fin en su silla. Los murmullos continuaban y los consejeros entraban y salían del recinto sin solución de continuidad.
A una indicación del presidente, Jiménez pidió que todos los que no estuvieran dedicados a gestiones referidas al agredido ocuparan sus lugares. Lo hicieron de mala gana, sin embargo.
- En estas condiciones no podemos continuar la reunión –dijo Martos, toda vez que se había hecho una relativa calma-. La continuaremos pasado mañana, a la misma hora.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Intercambio de solsticios (104)

El avión despegaba finalmente a las 8 de la tarde y aterrizaba en el aeropuerto de Roma a las 10 y media. Previsora como siempre, Vic Suarez había preordenado sus respectivos emplazamientos por Internet. La casualidad había querido que volaran juntos a Roma, pero en ubicaciones diferentes desde la “ciudad eterna” hasta Florencia. Jorge Brassens pensaba que sería muy difícil que tal circunstancia se produjera realmente. El vuelo hacia la bella cuna de Nicolás Maquiavello habría salido mucho tiempo antes.
Brassens recordaba el mensaje de Zanotto, el dirigente del partido de progreso italiano:

“Estimado señorBras, bienvenido a Italia si ya ha llegado…”

Y le facilitaba su móvil. Brassens contestaría:

“Llegaré esta noche y tengo previsto tomar el bus de las 9’10 a Siena….”, pero eso había sido por la mañana. Ahora tenía la sensación de que todo quedaba trastocado, de modo que le escribía otro SMS:

“Estoy en Barajas. Vuelo retrasado por huelga de transportes en Italia. Llegada a Roma hacia las 22 hrs. No sé a qué hora estaremos en Florencia. Llamaré”.

A lo que Zanotto contestaría:

“Vale! Me haga saber y no se preocupes. Si hay algún problema cambiaremos el programa de mañana”…”

Brassens le ponía otro SMS:

“Gracias. Aún sigo en el aeropuerto de Madrid”

Como ya se hadicho, eran ya las 10 y media de la noche cuando Vic Suárez y Jorge Brassens llegaban a Roma. El aeropuerto de Fiu Micino era un monumento al caos. En el distribuidor de pasajeros para conexiones y salidas de recogida de los equipajes había un mostrador en ángulo que alojaba a tres azafatas cuyas expresiones evidenciaban la cercanía del colapso. Desués de un momento de confusión pudieron observar en el panel de salidas que su vuelo a Florencia había despegado ya. Seguramente que a su hora prevista de las 9 de la noche.
Vic se fue hacia las maletas, en tanto que Brassens hacía la cola –su italiano era algo más aceptable que el de ella-. Para hacer algo más corta la espera conectó el móvil. Zanotto le esperaba durante todo el viaje con un mensaje:

“Estimado Sr. Brassens, creo que sea (sic) mejor quedar un poquito más tarde así que puedan descansar. Hay otro autobús que sale a las 10.10 y llega a Siena a las 11,25. les esperamos en Vía Tosí a las 11,25”.

A lo que el receptor del mensaje contestaba:

“Me temo que no será posible. Creo que pasaré la noche en Roma. El avión a Florencia ha salido sin nosotros”.

Vic Suarez volvía del “hall” de recogida de equipajes sin la voluminosa maleta que habían preparado en Madrid. No había salido por ninguna de las cintas.
Fue una larga espera en la cola ante el mostrador angular, no exenta de una inevitable señora que intentaba sobrepasar a la pareja.
Pudieron transcurrir sus buenos quince minutos cuando se encontraron frente a la azafata, que después de consultar su ordenador y de realizar una llamada anotaba con su bolígrafo el nombre de un hotel en la tarjeta de embarque que Brassens le exhibía. En cuanto a su conexión con Florencia, la de las 9 y media de la mañana era poco menos que imposible: sólo les quedaba la opción de tomar el vuelo de las 5 y media de la tarde. Pero esa era la hora en la que debían presentarse en la Biblioteca Nacionasl de Florencia. Brassens rumiaba ya la posibilidad de coger un tren.
Salieron hacia el salón de recogida de equipajes. En efecto, no había rastro de su maleta. Así que se fueron hacia la oficina de reclamación. Una azafata de aspecto meridional declamaba –como si se encontrara sobre un escenario- la versión oficial:

“Ha habido una huelga. Pronto saldrán sus maletas”.

Así que volvían hacia las cintas. Nada, ni rastro.
Regresaron a la oficina de reclamación. Allí había un azafato con posibilidades de un mayor remango. Brassens le dijo que necesitaban de la maleta para dormir en Roma. Como suponían estaba facturada hasta Florencia. El empleado de Alitalia hizo una llamada para que la sacaran.
Zanotto, inasequible al desaliento, le decía:

“Entonces como prefiere hacer, que nos vemos más tarde o el domingo?”

A lo que Brassens contestaba desde una banqueta situada junto a la cinta de equipajes que les habían indicado:

“Seguimos aún en el aeropuerto de Roma. La maleta no aparece. Supongo que será mejor el domingo”.

Debieron transcurrir otros diez minutos para que apareciera finalmente la maleta.
Con ella se fueron hacia otra Terminal para reclamar un reembolso de gastos. La azafata de Alitalia que les atendía se daba cuenta de que el hotel que les habían asignado estaba repleto y que debía alojarlos en otro, que sólo podía situarlos en el vuelo de las 5´30 para Florencia y que si querían tomar un tren deberían reclamarlo por otra vía.
Amablemente les acompañaba la azafata a la salida del aeropuerto donde unos minutos más tarde aparecería una pequeña furgoneta del hotel.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Wikileaks y el Sáhara

“Nada hay nuevo bajo el sol”, decía el adagio latino. Y nada nuevo, tampoco, nos ha revelado Wikileaks. No por ese medio podíamos enterarnos de que el Ministro de Fomento no es persona respecto de la que mantener excesivas confianzas de lealtad y respeto a la palabra dada ni que nuestro Presidente sea hombre de convicciones escasas y siempre presto a la improvisación según sea la dirección en que sople el viento.

Wikileaks no nos ha dicho nada nuevo de lo que acontece en el Sahara. Ya conocíamos la posición de Argelia respecto del Polisario y la posible guerra de este –de ambos- contra Marruecos. Teníamos noticia de la importancia de Argelia en la geoestrategia de la zona y de las malas relaciones que tiene con España –de lo que nos cuesta en más el gas que importamos de allí esa mala relación-. Sabíamos que Marruecos no trabaja con determinación por impulsar las reformas democráticas que afirma y teníamos cumplida noticia de la cerrada defensa por España de la autonomía –no de la autodeterminación, que contemplaría otras posibilidades, como es la independencia de la antigua provincia española-.

Todo eso ya estaba en nuestro conocimiento, producto de alguna que otra lectura, pero sobre todo del conocimiento directo de la realidad en el territorio, del trato e intercambio de opiniones con gentes muy diversas.

Pero estas eran piezas de un puzzle” apenas intuído, respecto del cual podíamos haber realizado el diseño conjunto afin de obtener el cuadro completo. Hoy, gracias a las opiniones del servicio diplomático americano, ya no hace falta ese ejercicio, salvo quizás para cohonestar lo que los diplomáticos estadounidenses se han venido diciendo. Hoy las cosas están claras porque proceden de una fuente que se presume objetiva.

Notario de lo que ocurre en el tablero político internacional, se dice que Wikileaks ha perjudicado al gobierno del que surgen sus 250.000 documentos. Nada más lejos de la verdad: a quien perjudica de verdad es a los gobiernos y personajes que son retratados por el eficiente servicio exterior americano. No le habrá gustado a Berlusconi ese retrato que de él se hace -¿o sí?-. no estarán muy felices los cardenales en el Vaticano por la forma drástica en que los califica de cuestión de otros tiempos. No pensará Putin que su machismo le ayude demasiado -¿o no?...

Pero interesa notablemente anotar –siquiera a título provisional, los papeles se siguen publicando- lo que dice Wikileaks sobre la política española, de Marruecos y Argelia sobre el Sahara.

De ella creo que se pueden extraer las siguientes conclusiones, si bien –insisto- provisionales:

1ª Marruecos y Argelia no van a clausurar su mala relación de hierro, justificada también en motivaciones personales.
2ª Sin embargo, Argelia no desea la guerra con este país. Tampoco de manera indirecta, a través del Polisario. Que la indignación de los saharauis haya avanzado muchos enteros después de los recientes acontecimientos de represión marroquí en El Aaiun significa un nivel de mayor presión sobre la zona, pero no una guerra en toda regla.
3ª España ha apoyado de manera resuelta la posición de la autonomía de Marruecos sobre el Sahara, pero está claro que esta acción desproporcionada y salvaje de Marruecos sobre ciudadanos en territorios ilegalmente ocupados se ha cargado –lisa y llanamente- toda garantía de respeto a una fórmula de ese tipo.
4ª Marruecos viene siendo un hábil vendedor de su papel de gendarme en la zona respecto del terrorismo islámico –también del narcotráfico y de la inmigración ilegal, por supuesto-, pero en realidad quien actúa con firmeza desde este punto de vista es Argelia.
5ª Francia, a quien se ha unido con ardor más propio de los neófitos, España, es una firme defensora de los intereses marroquíes.

De todas estas piezas del “puzzle” cabe colegir la siguiente conclusión respecto del gran hacedor internacional que es Estados Unidos: saben que la zona es un polvorín cuyo potencial destructivo no está en absoluto desactivado y que urge la solución a ese conflicto.

Y respecto del Polisario, conocedores sus militantes –los más proclives al retorno a la actividad bélica- de las reticencias argelinas en cuanto a la misma, ya no les puede bastar con el “wait and see” después de 35 años de vida en precario. Sus dirigentes deben saber canalizar esta situación a través de métodos de presión que sepan coincidir con las actitudes de otros a favor de cerrar un concflicto que dura ya demasiado tiempo.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Intercambio de solsticios (103)

Lanzarote, 9 de enero de 2003.

Querida Lorsen:

Ayer vino el cerrajero para cambiar las llaves de casa (las del portal y las dos del interior). Después colgué los carteles enmarcados en la pared del salón. Como ves, dedico una buena parte de mi tiempo a hacer las cosas que tú tenías confiadas. Me di el acostumbrado paseo después de las noticias de Tele.5, tome un yogur y llamé a Cruces, para saber cómo había pasado el dia nuestra hija -nadie me telefonea para informarme, lo cual muchas veces no quiere decir nada-: Estaba bien. Ella misma le decía que sí con la cabeza a la enfermera.
No sé por qué, pero hay cosas que me producen más dolor que otras. Colgar un cuadro, por ejemplo. Me resulta tan difícil coger el metro que habías dejado en un estante de la cocina y medir con él las distancias a las que irán los carteles. La repetición de esos hechos me recuerda de tal manera a ti que me invade la pena.
De modo que la noche pasó en una sensación de soledad hiriente, punzante, lacerante. En suma, depresiva, Como si la pendiente se abriera ante mí de tal manera que resultara imposible evitarla. Quizás como te ocurría a ti con tanta frecuencia. Un tobogán muy largo y que te dirige hacia lo más profundo.
Pero, de repente, esta mañana he despertado con una rara sensación de serenidad. Como si mi sufrimiento, el mío –el tuyo se ha acabado ya- no tuviera sentido. ¿De qué me sirve ahora preguntarme si podía haber hecho más por ti? Por ti, que te fuiste porque pensabas que no eras capaz de salir de tu marasmo, que te atenazó un profundo dolor por esa chorrada de la orden de San Fernando. ¿De qué me sirve ahora pensar si hubiera sido mejor asistir a ese acto solo o haberte obligado a ir a casa de tu padre, cuando te negabas claramente a esa segunda solución? ¿Cuál de mis divagaciones te va a devolver a la vida,? A una vida con calidad, se entiende. No a ese permanente vagar entre el sueño y la botella; con unas pequeñas ráfagas de luz en medio, que me permitían –nos permitían- la paz; el encanto de tu conversación inteligente; tus lúcidos análisis sobre la gente, sobre las cosas.
Ahora sólo queda mi figura enlutada, en duelo. Y la de nuestra hija, que se oculta detrás de sus barreras defensivas particulares. Como si cualquier día, el timbre del pasillo anunciara tu llegada. Lo mismo que a veces yo miro el móvil esperando alguna noticia tuya. Pero Pilar se encuentra mejor pertrechada que yo. Y resulta una paradoja: son más duros esos niños que los adultos. Quizás porque les ha faltado la convivencia diaria, y por lo tanto el sentimiento de la ausencia.
Y esa figura solitaria que se recortaba hoy sobre una playa casi vacía –hacía mal tiempo y la temporada de navidades se ha ido-, con mis pantalones cortos y mi camiseta de Van Gogh –herencia tuya-, es lo que queda en mi horizonte futuro sobre la playa de Matagorda, los paseos de Burguete, las calles de Bilbao...
Una figura a la que tengo que llenar de vida, no de tristeza. Estoy seguro de que estás de acuerdo con eso, ¿no? El recuerdo es lo que ahora me queda, pero hay un resto de vida que me corresponde vivir. Sin precipitaciones, con la calma que le suelo poner a las cosas. Pero no tengo más remedio que vivir. Eso... o lanzarme sin dudas al tobogán de la depresión y de la tristeza sin límites.
Esta mañana pensaba, a lo largo de mi paseo, que tú hiciste de mí una persona. Me encontraba muy mal. Había tenido la horrible experiencia de un amor no correspondido. Llegaste tú y me colocaste en un pedestal. Seguramente varios peldaños por encima de donde me correspondía. Y te apresuraste a seguir mi paso. Hoy ya sé que no será como antes de conocerte. Me querré más o menos a mí mismo, pero sé que no soy ni un cero a la izquierda ni un dechado de todas las virtudes. Tampoco me puedo hacer ilusiones. Pensar, por ejemplo, que pueda encontrar alguien que me quiera por lo menos lo mismo que tú me has querido. Quizás sólo deba aspirar a ese término medio que se llama estabilidad, tan lejano de la genialidad como de la mediocridad o la ramplonería.
La vida a mi encuentro: Lo que me queda de vida –si la salud no se me quiebra demasiado rápido-, lo que me queda de encuentro.
Eso sí, te recordaré siempre. Y te recordaré cada vez más en tus mejores momentos. En tus alegrías y no en tus dolores.
No sé por qué, pero la serenidad con que empezaba esta carta ha vuelto a hacerse añicos, y de nuevo me invade una extraña –ya familiar- tristeza. Voy dando eternas vueltas a una noria que no puede acabar, salvo conmigo mismo.
Al cabo, sólo espero que Bilbao y la actividad que me espera, supongan un cierto bálsamo de alivio. Dejo Lanzarote sin reconciliarme plenamente conmigo, con mi existencia futura. Me voy de esta isla más centrado en el pasado que en lo que haya de ser de mí. Y tu presencia, en la imagen de esa foto en la que estás con Bècaud, en la otra que te encuentras con Pilar, me devuelve a los momentos perdidos, y como el poeta afirmo: “Je me souviens des jours anciens, et je pleure”.
Y como no sé muy bien si este ejercicio resulta demasiado duro para mí, quizás sea esta la última carta que te escribo –por un tiempo, claro-. Hasta que una definitiva serenidad se haya apoderado de mí y el control de mi persona y mis sentimientos me pertenezca de algún modo.

Aunque quizás vuelva a escribirte, otra vez, mañana mismo. Todavía no soy yo quien toma las decisiones, sino esas pulsiones que aun mueven mi corazón y que lo hacen latir dentro del tuyo, ahora que no sirve para nada esa aportación, ahora que te has ido. Para siempre.

Pero, mientras tanto, estarás en mi recuerdo permanente. Y te mando el mayor de mis besos, guapa.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Intercambio de solsticios (102)

Entonces se hizo un silencio de sepulcros. Martos tenía la expresión demudada, la boca abierta, incapaz de proferir palabra alguna.
Adelfa miró en dirección al presidente, como si esperara de este alguna protección. No la recibiría, sin embargo.
Cardidal no era persona que no cumpliera con sus amenazas. Con su “walkie-talkie” se comunicaba con alguien en voz inaudible.
Ocurrió muy rápidamente. Adelfa se levantó de su asiento. Dio dos pasos hasta encontrarse a la altura del Consejero de Interior, acercó su cara a la de este, cobró impulso y le lanzó un gran escupitajo que mojó el extremo de su cara y una parte del aparato transmisor.
Cardidal dejó el “walkie…” sobre la mesa. De un salto se puso en pie.
- ¡Esto lo vas a recordar lo poco que te quede de vida! –gritó.
Sacó uno de los revólvers que guardaba en sus cananas y puso el cañón sobre el pecho de la gabonesa.
Jorge Brasses se levantó.
- Esto no es admisible… -empezaría a decir el responsable de exteriores de la Junta.
Entonces Cardidal, ahora con su mano izquierda, sacó su otra pistola con la que recorrió al conjunto de los asistentes.
- Si alguien se mueve, tengo que advertirle que disparo igual de bien con la derecha que con la izquierda.
Pero Brassens ya se encontraba a la altura del jefe de la policía.
- No voy a permitir esto –dijo.
Cardidal retiró por un momento su revólver del pecho de Adelfa y propinó con su mano derecha armada un fuerte puñetazo al responsable del exterior. Este caería con estrépito entre una de las paredes del recinto y la fila de sillas.
Adelfa aprovecharía la corta liberación de la amenaza para dirigir un fuerte rodillazo sobre el aparato genital de su agresor. Este hacía un gesto de inaudito dolor, dejaba caer inmediatamente sus pistolas en el suelo y se agarraba con las manos sus partes como si aquel gesto sirviera para aliviar sus molestias.
Alguien aprovechó la oportunidad para recoger las armas, ponerlas sobre la mesa y empujarlas hacia el extremo izquierdo de la misma. Otro consejero las recogía de ese lado y las ocultaba silenciosamente bajo la carpeta.
Santiago Matritense se dirigió hacia Jorge Brassens que yacía desmayado. Sangraba profusamente por la boca.
Cardidal se incorporó de nuevo e intentó avanzar hacia la Consejera de Asuntos Sociales. Pero ya eran tres o cuatro las personas que los separaban.
Matritense y y “Juanito” –el chino- se llevaron a Brassens fuera de la sala de reuniones. En algún lugar de la casamata interior del “Palacio de la Estación” había un cuarto con una cama.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Intercambio de solsticios (101)

Hay un proverbio ruso que viene a decir: antes de empezar un viaje resulta conveniente sentarse unos minutos, preferiblemente sobre tu equipaje. Jorge Brassens no lo hizo así. Volvía de Bilbao y de Vitoria donde intervenía en un debate sobre un antepasado suyo –político, por más señas- y llegaba cansado a Madrid. Había participado en una cena-coloquio y extrañado la cama. Sin embargo, el habitual sentido práctico que anidaba en su novia le mantenía tranquilo.
Llegaron a la Terminal 2 del aeropuerto de Barajas, lo cual constituía un segundo motivo de ánimo. La 4 venía a ser ua especie de monumento a la dificultad, con sus largas distancias, trenes interiores y desconcertantes cambios de puerta.
Así que Vic Suarez se apresurba a dirigirse al mostrador de Alitalia donde no tardaba en recibir un pequeño jarro de agua fría: a consecuencia de una huelga de transportes, los servicios se reanudaban a las 4 de la tarde, pero los retrasos se acumulaban y su vuelo a Roma –previsto para las 6- no saldría hasta las 8.
Jorge Brassens tenía concertado desde hacía meses aquel viaje. Su amigo, el abogado Alfonso de Virgilis, le había invitado como todos los años- a la entrega de los premios “Galileo 2.000” y esta era la tercera oportunidad en que asistiría. Por otra parte, el partido progresista, cuya responsabilidad de relaciones internacionales ostentaba, había recibido una comunicación de un partido homónimo italiano, radicado en Siena, con cuyos dirigentes tenía previsto entrevistarse justamente el día siguiente.
Vic Suarez y Jorge Brassens facturaban su equipaje para Roma, confiando en que una especie de milagro laico les permitiera llegar a tiempo a su lugar de destino. Pero Vic Suarez no se quedaba tranquila. Se dirigía ahora al mostrador de atención al cliente de Alitalia, donde una azafatake ofrecía la alternativa de un viaje a Roma para la mañana siguiente. Pero había una dificultad: el avión despegaría a lass 6 para poder conectar con el vuelo a Florencia de las 9´30. Vic se lo anunciaba a su pareja con la seguridad de una incomodidad compartida.
- Demasiado pronto. ¿No te parece? –dijo ella.
- Nos tendríamos que levantar no más tarde de las 4 –afirmaba Brassens.
Así que se fueron a comprar un periódico, que leería Jorge Brassens mientras tomaban un café. La corrupción devastaba titulares y contenidos de las noticias. “Todo igual que siempre en esta España que pierde en todos los campos”, pensaría.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Intercambio de solsticios (100)

Lanzarote, 8 de enero de 2003.

Querida Lorsen:

Ayer me fui rápidamente a Arrecife. Allí compré unos sellos –aún sigo contestando telegramas de pésame cuyas direcciones tu hermano Willy no ha podido encontrar y tengo tres postales, al menos, para Pilar retenidas por falta de franqueo-. Luego busqué la librería “El Puente”, donde ejerce Norberto, el de la presentación que organizaste tan bien este pasado verano. Me costó la localización: estaba justo en la otra parte de la calle. Al final llegué, y había una cola de gente comprando libros para el curso escolar que ahora continúa, para cambiar libros regalados en Navidad... Él ya sabía que te habías ido, y me hacía gestos de condolencia. Pero apenas si me dio tiempo para hablar con él. Tú estabas demasiado presente y había también demasiado cliente.
Coloqué uno de los cuadros. Me quedó demasiado a la izquierda y un poco curvado, pero he preferido dejarlo así. Hoy seguiré con lo que queda. Después me llamó Íñigo Barandiarán: se ha muerto el padre de Alberto Catalá –no me ha sorprendido tanto, incluso no sabía si aún vivía.
Esta mañana he decidido heredar tu camiseta de Van Gogh, con su cuadro de “Los Girasoles”, la que te hiciste en Nimes, en nuestro viaje hacia Florencia. Me quedaba bien.
He ido a la peluquería de los vecinos. Les he anunciado que quizás esta tarde nos cambien las llaves. Me insisten en lo del alquiler del apartamento –ayer, me lo propuso otro de los marroquíes-. Les digo que no está para eso: aún sigue lleno de recuerdos nuestros, de nostalgias de tu ausencia.
Me he dado un paseo. Al principio hacía un sol espléndido, luego han caído algunas gotas. Pero, según Felipe Gangoiti, en la península no sólo está haciendo mal tiempo, sino que mañana está previsto que caiga una gran nevada.

Hasta mañana, guapa.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Intercambio de solsticios (99)

- Un poco de calma, por favor –pidieron al unísono Martos y Jiménez.
Pero Adelfa seguía impertérrita en sus trece.
- Esto va camino en convertirse en un Estado policial. Y si no… ¿cómo se le puede llamar a lo que pasó ayer por la noche?
- ¿Qué pasó? –preguntó Jiménez, a quien siempre le picaba la curiosidad.
- Supongo que querrá contar alguna atrocidad. Y sin datos para ello –avanzaba Leoncio Cardidal-. Es mejor que no le deis la palabra.
Pero Adelfa no pedía hablar. Hablaba sin que le dieran derecho a ello.
- Anoche , algunos miembros del servicio de seguridad del Distrito entraron en un asilo, mataron o hirieron a los ancianos y les robaron todo lo que pudieron…
- ¡Seguramente que se trata de una infamia! –respondía el Consejero de Interior sobresaltado-. ¿Dónde están las pruebas?
- Los vieron –contestó Adelfa tranquila-. Llevaban brazaletes verdes.
- Suponiendo que eso sea cierto, a lo mejor eran delincuentes comunes que se habían puesto ese distintivo para despistar –sugirió Cardidal.
- Lo más seguro es que fueran de esos delincuentes que hay en las fuerzas del orden –siguió Adelfa.
Cardidal observó severamente a la gabonesa antes de dirigir su mirada al Jacobo Martos.
- Presidente. Exijo una satisfacción por parte del resto de la Junta y que esa satisfacción se exprese por tu boca.
- - Calma, calma –pedía nuevamente Martos.
- Y yo exijo una investigación imparcial de los hechos –dijo Adelfa.
- - Tú también calma –rogó Martos a la responsable de Servicios Sociales-. Se hará lo que se tenga que hacer…
- Haremos la investigación –aseguró Cardidal con indiferencia-. Cuando tengamos tiempo.
- No se trata de eso. Quiero una investigación independiente –repitió Adelfa.
- ¡Es un ultraje! –exclamó Cardidal-. ¡Esto no se puede tolerar!
- Creo verdaderamente que debes reconsiderar tu petición… o plantearla en otro momento, Adelfa –pidió en tono paternalista Jacobo Martos-. Ahora no es el momento de estudiarnos a nosotros mismos.
- Por el contrario yo creo que sí –terciaría Brassens-. Se dice que la mujer del César debe, además de ser honrada, parecerlo.
- ¡Es esa mujer o yo! –tronó Cardidal.
- ¿Será la mujer del César o seré yo? –se preguntaba divertida Adelfa-. ¿Qué pasa? ¡Sólo estoy pidiendo una investigación independiente y te pones así!
- Está bien. Tendré que llamar a mis guardias para que se lleven a esta furcia –anunció el jefe de la policía recuperando la calma.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Intercambio de solsticios (98)

10’30 a.m.

- ¿Me puedes decir dnde están los cubiertos?
- Mira en el primer cajón. A la izquierda de la cocina.
- No los encuentro.
- ¡Cómo sois los hombres!
Chelo emergía de un cuarto de baño, envuelta en un vaho que la convertía en una especie de objeto extraterrestre, sensación que se veía acentuada por su “toilette” de blanca toalla grande que la envolvía toda entera y de una toallita de mano que ocultaba su cabello. A pesar de sus más de 50 y las arrugas que ya comenzaban a visitar su cara, se podía decir que era guapa.
En un santiamén Chelo abrió el cajón, recogió como al azar un conjunto de cubiertos y lo volvió a cerrar. Depositó la artillería metálica en la mano de Elías que la miraba con gesto aturdido.
- Creo que están todos –dijo antes de ser tragada de nuevo por las brumas del cuarto de baño.
Elías vestía de una camiseta de Tintín y de un calzoncillo y se calzaba con unas zapatillas robadas por alguien en de un hotel de los caros, de cuando la gente normal se había creído gente con posibles y no dudaba de solicitar créditos para realizar las vacaciones que había soñado toda su vida.
El café ya hacía los ruidos correspondientes a su preparación y Elías pegó el oído hacia el cuarto de baño, por notar si Chelo estaba ya lista. ¡No se trataba de crear tensiones en la primera noche que dormían juntos! Además que no había estado del todo mal. Sólo pudo advertir el rumor constante del motor de la secadora. Podía tomar un café.
Se oyó un ruido que surgía del otro lado del apartamento. Luego el chirrido de una puerta. Para acabar con la figura de una mujer vestida con una camiseta de Tintín que le venía bastante justa. Le quedaban al descubierto unas oiernas grades y algo gordas. En resumen, se trataba de una de esas señoras situadas entre los ’40 y los ’50, de un cierto buen ver, pero que ya iban perdiendo sus formas de forma apreciable.
La mujer bostezaba y se estiraba de modo ostensible. Un momento después advertía de la existencia de Elías.
- ¡Ah! ¡Eras tú! He escuchado el ruido y me he desvelado.
Elías balbuceó una escusa que no sabía muy bien siquiera si debía ofrecer.
- No. No te preocupes –dijo la mujer-. Hola. Soy Alicia –se acercó, inclinó la cabeza y puso su boca alternativamente sobre sus dos mejillas para saludarlo.
Elías trataría de incorporarse sorprendido. Pero el gesto le quedaría un tanto ridículo.
Le dijo su nombre y le ofreció un café.
- Huele de maravilla –aceptó Alicia poniendo un mohín gracioso.
- Es que no existe mejor cosa que el café para empezar la mañana –dijo Elías por no saber qué decir.
Por toda respuesta, Alicia bebió un sorbo de la taza que Elías le acababa de servir.
- Perdona que no diga nada, pero es que estos domingos por la mañana tengo mucho sueño atrasado y me cuesta despertarme. Bueno… -añadió filosófica-, tampoco es que el resto de los días ande demasiado bien de reflejos, tampoco.
La puerta del dormitorio por el que había surgido Alicia volvía a abrirse. De ahí surgía la figura de un hombre bajito, enclenque y calvo. La mirada perdida en un incierto horizonte y una camiseta “beige” de Leonard Cohen.
- Buenos días –dijo con naturalidad-. ¡Qué bien! ¡Si hay café y todo!
- Lo que no hay es una taza –se disculpaba Elías-. Ahora te la traigo.
- No te preocupes. ¡Si ya sé dónde están! –Y antes de desaparecer en la cocina dijo el tal sujeto:
- ¡Ah! Me llamo Jorge.
A Elías no le dio tiempo de repetir su nombre. Pero enseguida estab ya Jorge con una taza de café. Entonces se pudo identificar.
- ¿Y Chelo? –preguntaría Jorge después de darle un buen sorbo a su primera taza de café.
- En el cuarto de baño anunció Elías.
- Ya se la oye –dijo aquel.
- ¿Tardará mucho? –preguntó Alicia, que se movía nerviosa en la silla del comedor.
- No –dijo resuetamente Jorge-. Es una chica rápida.
Parecía como si le obedeciera. Chelo aparecía en el dintel de la puerta del salón.
- El cuarto de baño está libre –anunció.
Como un resorte se levantaba Alicia y desaparecía en el vaho que inundaba aquel espacio.
-¿Ya os conocéis? –preguntó Chelo a los dos hombres-. Y como sin esperar a su respuesta añadía:
- Elías. Este es Jorge, mi “ex”.
- Ya nos hemos presentado –dijo este.
- Pues eso –dijo Chelo-. ¿Puedo tomar un café?
- Voy a por otra taza –anunció solícito Elías.
- Te lo agradezco, guapo –dijo Chelo a la vez que encendía un pitillo-. ¿Qué tal anoche?
- Bien –contestó Jorge-. Ya ves que no he dormido solo.
- ¡Ah, sí! ¿Y cómo se llama el polvo? ¡Porque lo que es ni siquiera se ha presentado la tía! –dijo Chelo sin cortarse.
- Se llama Alicia. Y por favor, Chelo. Tengamos la fiesta en paz.
- Vale, vale. Es que se ha largado sin decir ni pío.
Apareció Elías con la taza en ristre. Se oyó la cisterna del retrete y momentos después volvía Alicia.
- Perdona. Es que tenía un pis que me escocía. Me llamo Alicia.
Chelo presentaba sus dos mejillas para ser besada.
- yo soy Chelo, la “ex” de tu…
Jorge la observaba con prevención. Y como no acabara la frase, decidía cambiar de conversación.
- ¿A alguien le apetecen unos “croissants” a la plancha? Sobraron de ayer, pero seguro que se dejan comer.
A todos les parecía muy bien la idea. Estaban hambrientos.
Jorge desapareció del salón. Chelo se servía otra taza de café a la vez que decía.
-No si… esto de la crisis y de las hipotecas no sólo mantiene vivos a los matrimonios que ya se han muerto, sino que crea nuevas relaciones…
Alicia y Elías se echaron a reír.