jueves, 30 de julio de 2009

Intercambio de solsticios (29)

Se veían cada vez menos. Pero la razón de la escasa frecuencia en sus contactos no se debía a que Jorge Brassens se había trasladado a Madrid, incluso cuando este vivía en Bilbao podían pasar los meses sin que charlaran por teléfono, tomaran una copa o compartieran una comida. Era verdad que Jorge Brassens no formaba parte de la cuadrilla que trasegaba vinos o gin-tonics antes de comer o de cenar -sin llegar a ser anti-social no se consideraba para nada gregario- ni siquiera cuando Jorge Brassens vivía en las Arenas, a sólo 2 pasos de Luciano Aldecoa.
Pero su amistad se consolidaba en el terreno de las confidencias y del apoyo mutuo. Había comenzado por la escritura, cuando Luciano redactaba el guión cinematográfico de la primera novela de Brassens, y la escritura se mantenía como privilegiado punto de encuentro entre ambos.
La última parte de su historia daba comienzo con las dificultades económicas de Luciano Aldecoa, la escritura no daba para demasiado: los guiones para cine se le resistían, los de televisión se estaban deslizando hacia las cimas de lo cutre en la misma proporción con que los pagos por este tipo de productos literarios decrecían y sus novelas no avanzaban al ritmo que su autor confiaba.
Empezó entonces Luciano Aldecoa por pedir prestado un dinero a sus amigos poniendo como garantía su piso y prometiendo un interés adicional: Jorge Brassens participaría en el asunto y Luciano pagaría a su debido tiempo.
No pasaría mucho tiempo para que Luciano Aldecoa volviera a recabar ayuda de su amigo. Jorge Brassens acababa de vender un apartamento en la costa y se encontraba bien de liquidez: de modo que volvía a prestarle dinero.
Pasaba el tiempo y la situación económica de Luciano Aldecoa no mejoraba. Y pasó algún tiempo para que la de Jorge Brassens empeorara. Una serie de documentos impagados aterrizaba en el despacho de este último una fría mañana de invierno. Jorge Brassens llamó a su amigo y le pidió el esfuerzo de una pronta devolución. Luciano Aldecoa hizo todo lo que pudo y redujo su deuda. Pero aún quedaba un pico y pasarían los meses siguientes sin noticias de Aldecoa.
Jorge Brassens retornaría a Bilbao por unos días y telefoneaba a su amigo para comer juntos. No estaba en su ánimo reclamar la deuda, sólo pretendía renovar la amistad –que sólo existe cuando se ejercita en el encuentro o la comunicación. Ya devolvería el dinero cuando pudiera.
En un principio Luciano Aldecoa aceptaba la cita. Pero el mismo día Jorge Brassens recibía un mensaje de este excusándose; "Te debo dinero y eso me agobia. Ya nos veremos cuando te pueda devolver algo".
Una vez más el vil metal amenazaba con llevarse por delante la amistad que les había unido durante años. Y Jorge Brassens se lo dijo en otro mensaje.
Luciano Aldecoa confirmaría sus dudas: "Por supuesto que la amistad es lo primero", decía.
Su amigo no le había contestado y su amistad quedaba en un margen del camino de sus vidas, secuestrada y pendiente de un rescate dinerario.

miércoles, 29 de julio de 2009

Intercambio de solsticios (28)

- Muy bien, pero tráigame otra carta, por favor.
- ¿La de vinos? Ahora viene el somelier, señor.
- No, la de vinos, no –repuso-. Otra carta para la señora.
- ¿La señora? ¿Está usted esperando a alguien?
- No. Está aquí, aunque usted no la vea. Yo tampoco –le explicó él en tono confidencial-, pero la siento igualmente... Da igual resolvió-. Usted haga el favor de traer otra carta.
El camarero de aquel principal restaurant de Villasanta estaba acostumbrado a no discutir las peticiones de los clientes. Especialmente las que no suponían dificultad alguna en ser atendidas.
- Como quiera el señor –dijo.
Él lo miró mientras se perdía por entre los bastidores del establecimiento.
- Mientras que trae la otra, te dejo esta –ofreció-. Creo que sigue en la carta el plato ese de las ostras crocantes que tanto te gustó en su día.
- ...
- ¿Sí? Me alegro mucho.
El camarero volvía con la segunda carta. No sabía qué hacer. Ante el gesto interrogativo de este, le dijo:
- Muy bien, muchas gracias. Mi carta la tiene la señora. Así que esta la veré yo.
El camarero hizo el ademán de alejarse.
- ¡Un momento! –pidió.
- ¿Si?
- Creo que tomaremos un aperitivo. Dos copas de champagne, por favor. Pero de champagne, no de cava.
- Muy bien. ¿Le traigo una y después la otra? –inquirió el camarero.
Vamos a ver –le dijo un tanto nervioso-. La señora tomará una copa y yo la otra. ¿Le parece?
El camarero dirigió de forma evidente su mirada hacia el lugar de la mesa que estaba vacío, con una enorme carta sobre el cubierto.
- ¿La señora? –preguntó.
- No sé cuántas veces se lo tendré que repetir –le dijo evidentemente amoscado-. Aunque usted no la vea, y yo tampoco, aquí está mi mujer. Hoy hace veinticinco años que nos casamos. Como es evidente, estamos celebrando nuestras bodas de plata. De modo que le rogaré que se remita usted a cumplir las instrucciones que le dé y no haga más preguntas fastidiosas. ¿Está claro?
Estaba claro.
- Dos copas de champagne –pronunció como pudo el camarero.
- Eso es. De champagne, no de cava.
- No de cava. Muy bien, señor.
Se alejó nuevamente.
- No han cambiado el tono este de verde pistacho con que pintaron las paredes, que casi hiere a la vista. Este restaurant sigue siendo un punto cursi.
- ...
- Estamos de acuerdo... También. Si prefieres unas ostras naturales, nos encontramos en el tiempo. Ya sabes, septiembre es un mes con erre.
- ...
- No. Yo tomaré las crocantes. No son como las del Pyrenées, pero están bastante bien.
- ...
- Puede ser. Lubina para los dos. ¿Quieres que sigamos la cena con champagne o elijo un vino?
- ...
El camarero llegaba con una botella de Dom Perignon en la mano derecha y dos copas flute que sonaban a cristal a cada paso que daba, en la otra.
- Creo que tenemos prácticamente decidido lo que vamos a tomar. Le dijo, una vez que el camarero se disponía a servir las copas.
- Ahora mismo le aviso al maitre, señor.
- Está bien. gracias.
Nuevamente se alejaba.
Alzó su copa para decir.
- Si hay algún momento en que es preciso brindar y decir algunas palabras, este lo es. De modo que, Lorsen, tú sabes que en estos años hemos tenido nuestros más y nuestros menos. Pero el balance particular que hago es muy positivo...
- ...
- Sí. Ya que me lo preguntas te lo diré. Me volvería a casar contigo...
- ...
- Gracias a ti, mi sol. Permíteme que brinde por los años que nos quedan...
- ...
- Sí. Seguramente toda una eternidad... Ya sabes que soy un poco terco en cuanto a las cosas espirituales.
Chocó su copa contra la que estaba depositada junto al otro cubierto y bebió un buen trago.
- Es cierto que los franceses siguen siendo unos maestros en este arte...
El maitre vestía un smoking negro, de entretiempo.
- ¿Ya han decidido?
Él sonrió. Por fin le habían entendido. Ella tomaría media docena de ostras. El otras seis, pero de las crocantes. Y después, lubina para los dos.
- Para el vino... ahora viene el somelier, señor.
No tardó en llegar. Vestía una chaqueta verde, con una corbata de cuero del mismo color –aunque más pronunciado- a dos tiras, como las que usan a veces los tejanos.
- ¿Quiere consultar la carta de vinos? ¿Alguna recomendación? ¿Rioja? ¿Importación? ¿Algún Burdeos, Borgoña, quizás?
- Quizá un Ribera de Duero. ¿No tendrán por casualidad el Vega Sicilia Reserva Especial que es un coupage de añadas?
- Sí, por cierto. ’81, ’85 y ’96. Aquí lo tiene.
Lo vio en la carta. Era una buena clavada, pero la ocasión lo merecía, desde luego.
- Muy bien. Vamos a ver cómo se porta –dijo.
- Excelente elección, señor.
Bebió otro sorbo de su copa antes de adelantar su mano hacia el centro de la mesa. ¿Si una noche de estas no se hacían manitas... cuándo podía ser el momento?
- Todo empezó cuando me operaron el ojo y me quedé sin vista. En el otro me daban láser y ya estaba en un 30, un 35% todo lo más de vista... Y siempre te decía que estaba hasta los cojones... Y me pusiste un papelito que decía:

“PARA EL PAPÁ MÁS GUAPO DEL MUNDO...”

- ... Y le hiciste firmar a nuestra hija y firmaste tú también. Todavía lo conservo. Terminaba:

“P.D. LOS TRES ESTAMOS HASTA LOS _______ -RELLENAR”.

- ...
- Claro que te acuerdas. Era cuando te pedía que no me dejaras. “Ahora no me dejes, Lorsen, te decía. Y tú negabas con la cabeza.
- ...
- Poco después te fuiste. Y yo no entendí nada. Al principio pensé que de esa forma tú creías que podría ser libre para rehacer mi vida... Por cierto, esa obsesión de rehacer mi vida como una especie de asignatura pendiente... eso me ha hecho bastante daño. El amor no se puede programar como la vida. Me hace falta una mujer. Aparece una tía y ¡zas! ¡Esa es la que me interesa, con esa me quedo!
- ...
- Es eso. De esa forma haces daño a esa persona y te haces daño a ti mismo... Pero bueno. te decía que era una manera de decirlo: lo primero que entendí era que te habías quitado de enmedio. Te considerabas una carga y una rémora para mi felicidad. Por eso te fuiste.
- ...
- Es verdad. No me enteraba de nada. Tiempo después lo descubrí. Fue duro, como casi todas las cosas que tienes dentro y que en un momento determinado afloran a tu consciencia.
- ...
- Te lo dije. Estaba en Lanzarote. En la playa por la que tú y yo paseábamos juntos. Y pensé... ¿y si Lorsen no se hubiera ido en realidad?
- ...
- ¡Claro! Hay un tiempo en el que cada ruido que procede de la puerta crees que puede ser el de la llave de tu mujer, la tuya, al entrar. Luego hay un momento en que te das cuenta de que ese ruido lo está haciendo cualquier otro, hasta la interina que le toca hacerte la casa esa tarde. Pero que Lorsen ya no va a volver. Entonces es cuando empiezas a darte cuenta de que estás solo y lloras todas las mañanas, hasta que la jornada te empieza a agobiar con sus llamadas y sus rollos...
- ...
- Sí. Casi tres años después. Fueron dos hechos prácticamente simultáneos. Había tenido un problema familiar fuerte, en relación con nuestra hija. Un problema que derivó en enfrentamiento, porque yo no podía tolerar ese comportamiento. Y, cuando todo parecía perdido, me llama Lucía, tu amiga. Como con ella y estamos de acuerdo. me sugiere una reunión para después del verano...
El camarero traía los dos tipos de ostras. Poco después el somellier se acercaba con la botella de Vega Sicilia y una decantadora.
- Yo seguiré con el champagne, gracias. De momento, le va bien a las ostras.
- ...
- También la señora.
- Esperamos un poco para que prueben el vino. Está bien. así le da tiempo a oxigenarse –dijo el somelier.
Siempre le parecía que esas ostras sabían demasiado a pan rallado frito. Pero le daba igual, más allá del precio que le cobraran por aquel plato, el pan rallado frito le gustaba. Como le decía su amigo Basabe, tenía gustos de pobre.
- ...
- Sí. Primero fue lo de Lucía. Luego fue la historia del apartamento de Lanzarote. Se casaba mi hermano y yo vi que era muy bien recibido en esa parte de mi familia... En realidad ya lo sabía, pero fue como una confirmación. No sé, tú y yo hemos sido algo despegados con nuestras propias familias, ya sabes. Hemos preferido vivir nuestra vida, para bien y para mal. Pero yo estaba ese verano un tanto desconcertado: las historias con las mujeres que había conocido después de ti no habían cuajado, simplemente. Quizás por aquello de que estaba agobiado con lo de rehacer mi vida, no sé. El caso es que iba de fracaso en fracaso. ¡Y no porque todas me dijeran que no!, ¡al contrario! Algunas me decían que adelante, y era yo el que no me atrevía. Que si esta cosa que si la otra... Y ahí las tenías, las dejaba compuestas y sin novio...
- ...
- Bueno, sí. Pero eso ya te lo he reconocido. Incluso, una de esas chicas, digamos que se llamaba –y se llama- Susana, me dijo una vez que los hombres –uno en particular, pero no importa el nombre...
- ...
- Sí. Claro que le conoces. Pero no se trata de eso... Bueno, si quieres te lo diré... En fin, con las mujeres siempre es igual: No soportáis el secreto...
Le suministró la información pedida.
- ...
- A eso iba. Pues esta Susana me dijo que este amigo mío no tenía derecho a tirarse a una tía y a dejarla cuando aparecía la que le gustaba de verdad. O sea que, sin darse cuenta muy bien, ella estaba presentando mi caso en otro supuesto. Y, claro, siempre es más fácil así. Se reciben mejor las lecciones cuando en realidad no te las están dando... Es como el refrán ese... Ahí me las den todas.
- ...
- Pues que dejé de acostarme con ella. Eso es lo que hice. Y he mantenido una relación de amistad más o menos aceptable, pero sin más historias.
- ...
- Lo que quieras, Lorsen. Pero lo cierto es que yo ya no me aprovecho de la situación...
- ...
- Estamos de acuerdo. El caso es que en la boda de mi hermano se me ocurrió la idea de comprar algo donde veranea él, en Sitges. Y me fui a Lanzarote con la cosa de alquilar el apartamento...
- ...
- No me había dado cuenta de eso. Creía que ya lo había superado. Pero cuando la chica inglesa aquella de la inmobiliaria. Por cierto, que para ser inglesa era simpática.
- ...
- No. Un tanto grandota. Quizás por eso fuera maja... Me dijo que ellos no alquilaban. Entonces le pregunté por el precio de venta... Aquella misma tarde me había decidido por esa segunda posibilidad. Los recuerdos eran muy pesados. Todas las noches me cepillaba cuatro o cinco whiskies. Y me levantaba fatal por la mañana. Ya sabes, a mí nunca me ha sentado bien el alcohol.
- ...
- Sí. Ya procuro cuidarme, pero es que entonces hasta se me habían acabado los porros...
- ...
- Un poco alucinado, pero si paras a tiempo ya no te perjudica por la mañana. Quizás un poco de tos , pero nada más...
El somelier volvía a su mesa.
- ¿Puedo retirar esta copa, señor?
- Desde luego –le dijo él.
Así lo hizo y cuidadosamente, hacia un lado de la mesa, y le daba a probar el vino. Él había comprendido que la cata tiene tres cualidades: la vista, el olor y el sabor. Y hacía las tres, aunque la primera de las funciones ya quedaba bastante lejos para él, en su memoria.
Elogió el vino. El somelier lo sirvió en las dos copas. Luego se fue.
- Sigo con lo del apartamento de Lanzarote. El caso es que estaba preparando la cena cuando alguien llamó a la puerta. Era raro. Los antiguos vecinos, los de la peluquería, ya no estaban. Abrí. Era un tipo bajito, de unos sesenta años. Me dijo que era el dueño del apartamento contiguo y que me sugería que pusiéromos una verja para proteger el acceso al rincón de la escalera. ¿Te acuerdas?
- ...
- Sí. Estaba siempre sucio. Se trataba de una mejora en la casa. ¿No te parece?
- ...
- No. Entonces no me dí cuenta. Tuve que esperar un tiempo. Paseando por la playa uní los dos hechos: Lucía, un vecino que no había aparecido en casi cuatro años y que me ofrece compartir unos gastos que me pernitirán vender mejor el apartamento....
- ...
- Sí. Entonces fue cuando pensé que tú estabas pendiente en todo momento. Y volví a la promesa que me hacías, que no me ibas a dejar y que, de hecho era cierto, no me habías dejado.
- ...
- Era algo así como si se hubiera marchado la parte de ti que me impedía ser feliz y se hubiera quedado la Lorsen que vigila mi paso para que no tropiece y, en el caso de que meta la pata –que la meto a menudo, como ves- me ayuda a resolver esos problemas.
- ...
- No. Al final resulta que no soy más feliz. No sé. En realidad estaba pasando una mala racha. Luego las he tenido mejores. ¿Ahora? Ahora creo que estoy algo más sereno... No sé, hago cosas, no paro, vivo... ¿qué más te puedo decir?
- ...
Dos camareros con sendos cubreplatos realizaron la presentación de las lubinas. Tenían una magnífica apariencia a frescas, jugosas.
- Era así. Y entonces yo me planteé una especie de solución racional al asunto. ¿Existirá Dios, a pesar de todo? –te diré que yo a la Virgen de Roncesvalles la sigo rezando, no sé si será por eso de poner una vela a dios y otra al diablo...- ¡Ojalá que exista, porque entonces la idea del rencuentro contigo, con mi abuela... no sería imposible...
- ...
- Ya sé que no me lo vas a decir. Es parte del sistema. Y lo respeto, aunque... ¡no sabes lo que me jode!
- ...
- Entonces, y dado que pienso que es muy difícil que exista, la respuesta provisional que le adjudico es que te has convertido en una especie de fantasma, que tiene la mala conciencia de haberse marchado en mal momento, dejando tirados a los que más querías, a mí, a nuestra hija... Y que vagas por ahí, en un punto intermedio entre la tierra y el cielo, hasta que nos llegue la ocasión de marcharnos también a nosotros.
- ...
- Sí. Como los fantasmas de los castillos. De esos de los que se dice que murieron violentamente y que aún no pueden descansar.
- ...
- Ya sé que se admiten apuestas. ¿Pero cómo, dónde y cuándo se cobran?
- ...
- No te he dicho, pero te veo guapísima esta noche. Se ve que ese espacio interestelar te sienta muy bien.
- ...
- Sí. Es un poco hortera, pero está todo muy rico. Por cierto, ¿te he dicho que te sigo queriendo?

martes, 28 de julio de 2009

Intercambio de solsticios (27)

La calle Francisco Goya, en el distrito de Chamartín, había sido en su día una zona recoleta y tranquila del norte de Madrid. Flanqueada por unas arterias muy transitadas como lo eran el Paseo de la Habana y la avenida de Alfonso XIII, parecía desgajada del bullicio capitalino y en "tiempos normales" -antes de la crisis y de sus funestas consecuencias- todavía te despertaban el gorjeo de los pájaros y te encontrabas al salir de tu casa con el abigarrado verdor del ramaje del arbolado que te rozaba la cabeza.
- Es como estar de vacaciones todo el año -repetía Vic Suarez con frecuencia.
Pero las cosas habían cambiado. Una gruesa estructura de madera y de acero, realizada de forma artesanal, apuntalaba a un edificio que sin su ayuda amenazaba con venirse abajo. Y la calle era el desorden de lo que generalmente aparece después de un grave terremoto: las grietas habían cuarteado el ahora intransitable suelo de la carretera y ya no había coches aparcados en el sentido izquierdo de la marcha, en su lugar, una curiosa mezcla de tractores y carricoches se alineaban, eso sí, en aparente orden; la vegetación se desplegaba en todo su arbitrario desarrollo selvático y la escasa gente que siempre había transitado por la calle lo hacía ahora presurosa y conteniendo su expresión de inquietud. Eso sí, la inmundicia se hacía con el control de esa vía pública –como la del resto de ese y de los restantes barrios-: aún no habían conseguido montar un eficaz servicio de recogida de basuras. Las ratas se hacían visibles por todas partes y en todas las ocasiones y no existían reservas de desratizadores por ninguna parte. Un nauseabundo olor se extendía por la atmósfera y la sombría perspectiva de la peste hacía recordar a Jorge Brassens el magnífico texto de Camus –excelente, para ser leído…
"Las ciudades se habían creado históricamente con 2 objetivos fundamentales: preservar el orden y ofrecer esos servicios que la concentración humana permiten, la educación o la sanidad". Por eso la prioridad había sido recuperar el orden y no todos los barrios-ciudades de lo que un día fuera Madrid. Podían presumir de haberlo conseguido. En Chamartín tenían un razonable éxito en esa materia.
Cuando el desempleo destrozó las estadísticas y los parados empezaron a organizarse en bandas para atracar a los viandantes y asaltar y robar establecimientos comerciales y viviendas se produjo una inútil desbandada de los otrora prósperos residentes del barrio a sus segundas residencias en el campo o en la sierra. Pero no les sirvió de nada. Para cuando llegaban a esas casas, las bandas de marginados se habían instalado en ellas y las convertían en verdaderos fortines desde los que protegerse y atacar a las bandas contrarias. Resultaban simplemente ridículas las pretensiones de los verdaderos propietarios a recuperar sus posesiones.
Madrid no era diferente. Las bandas se creaban en los grupos de jóvenes marginales y estaban compuestas de acuerdo con los diversos orígenes étnicos o se integraban de los diversos países de procedencia. Hasta ahí eso era bastante controlable: había policía y las bandas apenas salían de los barrios. Pero hubo un día en que la policía desertaba y esas bandas tomaban la calle y se asociaban a ellas todas las escorias sociales: desde los grupos de delincuentes organizados hasta quienes comerciaban con la droga y la trata de blancas, pasando por las gentes exasperadas porque una noche y otra regresaban a sus miserables tugurios sin nada en las manos que ofrecer a sus hijos.
Por eso regresaron a las ciudades y se unieron en asambleas. Alguien que había trabajado en publicidad apareció con unos carteles que proclamaban. "No hay libertad sin orden" y los instalaron en las fachadas de sus casas.

lunes, 27 de julio de 2009

Intercambio de solsticios (26)

Le dejaba un amargo sabor de boca. Casi ni se creía lo que estaba leyendo en la página "web" de la empresa aquel s.abado por la tarde. Y eso que no acostumbraba hacerlo en su casa de Arrechea -el ajuste de Internet funcionaba allí con una lentitud agobiante-. Pero ocurría que el "España" se había agotado en la panadería del pueblo y quiso leerlo en su edición digital. Quedaban, eso sí, algunos ejemplares de "El Planeta", pero ese periódico no le gustaba demasiado, de modo que dejaría los ejemplares en el estante.
Y era esa noticia de "El Planeta" precisamente lo que reproducía la página "web": la salida de Josu Palacio de la compañía de seguros psrs la que ambos colaboraban. Y no se lo podía creer. Tanto que pedía la ayuda de otros ojos allí donde los suyos parecían engañarse.
De modo que Vic subía hasta su despacho-dormitorio y ella le contaba la noticia en tanto que Jorge Brassens la releía al mismo tiempo. Y las 2 coincidían.
Había -eso lo sabía todo el mundo- un enfrentamiento en la organización de la empresa en Madrid. Ese miércoles la correspondiente dirección territorial habría sido más tormentosa de lo habitual -que ya es decir- y Josu Palacio era ya perfectamente consciente de su situación minoritaria.
Esa noche, llevado de un impulso no refrenado por la prudencia de la siempre oportuna consulta con la almohada, Palacio conectaba su correo electrónico y escribía al consejero delegado de su compañía. "No me digas qué le has dicho, dime más bien cómo se lo has dicho", era la expresión habitual de un poeta francés. Y Josu Palacio le escribió que dimitiría el lunes siguiente, porque quería darle un par de días a su jefe para que desenredara la madeja que el mismo Palacio había contribuido a enredar y poco menos que prestara público apoyo a su causa.
La respuesta del máximo responsable de la empresa aseguradora fue insatisfactoria para Josu Palacio. No encontró en ella el respaldo que pretendía y se enrocó entonces en su pataleta. Tiró por el camino de enmedio e hizo corresponsable de sus males al consejero delegado. Tuvo para ello que retorcer argumentos y que distorsionar la historia vivida. Transformó opiniones discutibles en diferencias irreconciliables; denostó la figura de un jefe considerado a nivel interno y exterior a la empresa y lo convirtió en un caudillo autoritario; pretendió que su fracaso personal se convirtiera en el hundimiento de un proyecto empresarial. Y abandonó la compañía de seguros.
Valía como explicación, pero tenía un sabor muy ácido. Y resultaba muy duro para una empresa joven y con ganas de hacer cosas diferentes en el mercado tropezar con obstáculos como este.
Pero debían hacer frente al problema. Y Jorge Brassens recordaba entonces los versos de Federico García Lorca:

"Me tiraste un limón, y tan amargo,
Que no menoscabó tu arquitectura.
Y probé su amargura, sin embargo".

viernes, 24 de julio de 2009

Intercambio de solsticios (25)

Tenía una prevención cierta –que no es lo mismo que una cierta prevención- con esa empresa. Pues la correduría de seguros con la que colaboraba desde que salía de la empresa familiar le pedía que organizara una reunión. Así lo hizo. Le acompañaba un tipo bastante pintoresco, un ingeniero un poco loco, con el aspecto de un otrora bien conocido escalador, la nariz curvada como el pico de un loro, la mirada inquiata y los gestos nerviosos.
Les recibió un tipo más bien escuálido, tímido y desarreglado, al que todas las cosas le caían anchas, desde el traje hasta el edificio donde se encontraba, pasando por el despacho que ocupaba.
Lo primero era presentar la correduría de seguros. En un momento dado, aquel tipo empezó a hablarles de “Euskadi Punto Kom”, de las acciones que había realizado hasta el momento. Pero el hombre no se sabía bien –ni mal, no se la sabía- la facturación, de la empresa, de modo que hizo lo que debe un hombre que trabaja en una compañía de telecomunicaciones cuando precisa de un dato del que carece en esos momentos –y cualquier otro- esto es, levantar el teléfono. Pero no se comunicaba con nadie, por mucho que el buen hombre insistía en tal extremo. Entonces dirigió su mirada hacia ellos, su cara era todo un poema.
- El sistema no funciona –declaró.
Luego dio una voz.
- ¡Itziar!
Pero la tal Itziar tampoco estaba en comunicación, con lo que el responsable de la empresa vasca de telefonía integral se tuvo que ir hacia la otra sala, quizás una especie de misterioso arcano, donde encontrar información tan complicada a la par que decisiva.
Ese fue el primero y paradójico encuentro de Jorge Brassens con Euskadi Punto Kom.

Por razones que no son del caso Brassens siguió a esa empresa con el paso del tiempo. Pero se trataba solamente de conocer su cuenta de resultados –casi siempre fuertemente deficitaria.
Un día recibió la invitación a asistir a una jornada de puertas abiertas organizada por Euskadi.kom.
Y allá se fue. Una vez tomado el acostumbrado café, les pasaron a una sala de reuniones, donde se iban presentando, uno a uno, todos los miembros de la dirección de la compañía.
- Este es el director de tal cosa –anunciaba el director general-. Es de Algorta. Y tarda en llegar aquí... ¿Cuánto?
- 35 minutos –aseguró el aludido.
- Y este –continuaba el director- es el responsable de aquello. Es de Ataun, y tarda... ¿Cuánto?
- 45 minutos –respondió el responsable de aquello.
- Ese otro es el jefe de lo de más allá. Es de Salvatierra. ¿Cuánto tardas en presentarte en la empresa –le preguntó.
- 50 minutos –contestó este.
- Bien –concluyó satisfecho el director de EPK-. Aquí hay personas de los tres territorios. Nuestra obsesión es integrar a toda la gente vasca y que, a pesar de que esta compañía deba tener una sede concreta todos puedan seguir viviendo en sus localidades de origen. Eso nos enriquece.
- Ahora vamos a ver un vídeo... Si no tenéis ninguna pregunta que hacernos, claro.
Y como nadie tenía pregunta que formular –quizás porque no había nada que preguntar, por el momento- el director pulsó la tecla correspondiente y empezó a proyectarse una película.
En pantalla aparecieron dos jóvenes muchachos vestidos a la usanza de los “mendigoizales” –montañeros vascos-: Camisas de franela a diferentes cuadros y pantalones vaqueros de distintos desgastados. Los dos se aplicaban a golpear con unos instrumentos de percusión en una mesa que devolvía esa agresión con un agudo sonido lastimero y molesto. Se trataba de la “txalaparta”.
Una voz en “off” aseguraba que “Joseba y Arkaitz” –que debían ser los nombres de esos dos mozalbetes- consiguen que su música llegue a todo el mundo gracias a Euskadi Punto Kom”.
De repente, el vídeo se paró, haciendo una foto fija. En un primer momento Jorge Brassens que se trataba de una pretensión del realizador. Pero no era eso, el vídeo estaba mal y el problema se repetiría en numerosas ocasiones a lo largo de su reproducción.
La imagen se desdobló en cuatro –esta vez el vídeo no engañaba: esa era la idea-. Arkaitz (?) hablaba por teléfono con una señorita. ¿En qué idioma? Lo ignoro, la misma voz en “off” seguía contando que con EPK se podía hablar con todo el mundo. Los otros dos cuadros de la pantalla ofrecían el mapa de un pueblo del Gohierri guipuzcoano –donde eventualmente residirían los artistas- y la capital de Irlanda al otro lado. Siempre según el locutor de la película, “han arreglado un contrato para una actuación de los ‘txalapartaris’”.
- Miles de vascos pueden, como Arkaitz y Joseba organizar su vida a través de Euskadi Punto Kom.
Y se veían imágenes –con frecuencia detenidas por la escasa calidad del vídeo- de personas caminando por una calle congestionada.
Las imágenes proseguían mostrando las excelentes prestaciones de EPK. Un mapa de las presuntas siete provincias vascas apareció surcado por una miríada de trazos de diferentes consistencias que recorrían todos los puntos posibles de contacto en el mencionado territorio.
Luego, la imagen volvía a los músicos y a su aguda y percutente ejecución.
- Euskadi Punto Kom –terminaba la voz en “off”- es la respuesta a los vascos que quieran comunicarse en vasco, en un sistema vasco, con otros vascos y con el resto del mundo.
Un ruido estridente –este no de la “txalaparta”, sino del vídeo- anunciaba la abrupta conclusión de la película.
El director de la compañía volvió a tomar la palabra:
- Como habréis podido ver, Euskadi Punto Kom no pretende haber inventado la rueda. Lo que quiere es que la mejor rueda que exista la podamos usar en Euskadi.
Acompañados de tan sabias palabras salieron de la sala de reuniones, se hacemos una fotografía y visitaron las instalaciones de Euskadi Punto Kom.

martes, 21 de julio de 2009

Intercambio de solsticios (24)

En el apartamento de Francisco Goya los días se sucedían a los otros sin solución de continuidad. Esa mañana de lo que podrían calificar de día después del descanso dominical de la jornada anterior -eso sí, con susto incluido- Vic Suarez y Jorge Brassens despertaban con los ruidos de los generadores correspondientes a su manzana de casas.
Tenían derecho a 2 ducha por semana, y cuanto más rápida mejor: el agua escaseaba y su calentamiento resultaba aún bastante caro. Algunos ingenieros colaboraban en el Comité de Distrito del barrio y proponían una integración con otros distritos limítrofes para así resolver mejor ese tipo de problemas: "economía de escala", lo llamaban. Pero aún existía mucha desconfianza respecto de la gente de otros barrios.
De modo que decidieron darse el placer de una ducha. Vic se lavó y secó su larga mata de pelo y Jorge se afeitó.
Aún quedaba pan humedecido que disponía de un par de días de antigüedad que pasaron por una sartén restregada de sobras de aceite y mantequilla. Y para beber aún les quedaba té, procedente de una lata de Lipton comprada, años hacía, en un hipermercado de la baja Navarra francesa y que traían ellos de su casa pirenaica de Arrechea.
- Si queremos comer algo, hoy habrá que hacer la cola. Y supongo que sé a quién le toca -declaró Vic Suarez.
- Esta mañana me pasaré por el Comité. Tengo que informar de mis contactos con los otros barrios –dijo Jorge Brassens, eludiendo la cuestión..
- Ya. Yo haré la cola del aprovisionamiento. Luego pasaré por la casa de Anabel.
- ¿Qué tal va? -preguntó Jorge Brassens interesado.
- Mejor. Tiende a creer que volverá a ver a sus hijos, la pobre. Como comprenderás yo no la disuado de esa posibilidad.
Había sido el desastre para la familia de Anabel, como para tantas otras. Su padre moría de un infarto, carente de atención médica; muy poco después se iba su madre, de pena. Pero lo peor era lo de sus hijos: desaparecieron una tarde del parque Berlín cuando estaban jugando. Se lo reprocharía siempre: "¿Por qué no estuve con ellos?" Al principio pensó que se trataba de un secuestro, pero nadie se puso en contacto con Anabel. Y habían pasado 5 meses desde entonces.
Se dieron un beso de despedida en la puerta.
"Cuídate", se dijeron. Nos vemos luego, a la hora de comer.

lunes, 20 de julio de 2009

Intercambio de solsticios (23)

Miguel -a secas- había sido su escolta desde hacía varios años. Era como su sombra protectora y jamás se alejaba de él. Había tomado a Jorge Brassens bajo su protección, aunque muchas veces era este en realidad quien protegía a su escolta de las constantes tentativas de cambio en su "status" que Miguel recibía por parte de su empresa.
Se llevaban bien. Tenían una especie de pacto no escrito ni hablado: Miguel sólo disfrutaba de vacaciones cuando Jorge Brassens abandonaba el País Vasco y, a cambio, hacía la vista gorda con los paseos solitarios da perro o las citas sin control de seguridad con alguna chica refractaria a ese mundo de protectores y protegidos que se había generalizado en el País Vasco.
Miguel le llamaba para preguntar por su situación. "Ahora vivo en Madrid", le había explicado Jorge Brassens. Y le pedía a su vez información sobre su persona.
- Ahí estamos -contestaba Miguel-, peleando con la empresa. A propósito. ¿Se acuerda usted de Juan Carlos? Pues se ha intentado suicidar...
Eran todos aquellos recuerdos que el tiempo había convertido en historia. Y es que a veces no hace falta que transcurran demasiados años, basta con que pasen algunos meses para que determinados acontecimientos parezcan recubiertos por la pátina del pasado, y lo vivido entonces corresponda simplemente a otra vida.
ñn efecto, habían pasado sólo 2 anos cuando Jorge Brassens soltaba amarras con el partido conservador y se enrolaba al nuevo Partido del Progreso. Incluido ahora en la ejecutiva nacional de este último partido, sus viajes a Madrid se hacían más frecuentes. Para ello utilizaba los servicios de los escoltas: su nombre, asociado ahora a la disidencia política, salía con frecuencia en los periódicos.
En uno de esos viajes, habían detenido el coche en algún punto intermedio entre Bilbao y Madrid. Jorge Brassens también salía a estirar las piernas. A lo lejos, los 2 escoltas parecían discutir de forma airada.
Pasaban más de 15 minutos cuando Jorge Brassens se dirigía a Miguel, urgiéndole a reemprender el viaje.
Ya en el coche, Miguel continuaba la interrumpida conversación con su compañero. Primero en voz baja, casi cuchicheando. Pero muy pronto, muy cerca del grito.
- No puedo más. Este va a acabar conmigo.
Jorge Brassens volvió de su pensamiento ensimismado a la realidad.
- ¿Qué pasa? -preguntó- ¿quién es "este"?
- Este, Juan Carlos -contestaría Miguel.
- ¿Y qué le pasa?
- Nada. Que dice "este señor" que no quiere poner a la disposición de la empresa su carné de conducir... Y me carga con todo el trabajo.
- No entiendo -observaría Brassens-. ¿Para ser escolta no se exige el carné de conducir?
- Claro -contestó Miguel ante el mutismo del otro escolta.
- ¿Y por qué no lo usa usted en el trabajo, Juan Carlos?
- Porque no lo quiero poner a la disposición de la empresa -fue toda su respuesta.
- Pues no entiendo nada -concluyó.
- Y hay más, don Jorge -siguió Miguel.
- ¿Qué cosa?
- Pues que me ha amenazado de muerte -informó Miguel.
Jorge Brassens volvió a hundirse en sus cavilaciones. ¡En qué lío se estaba metiendo!
Por de pronto había que tomar una decisión: esos viajes debían acabar hasta nueva orden.
Hubo juicio y Juan Carlos quedaría absuelto por falta de pruebas.
Pero la empresa, sorda ante los constantes requerimientos de Miguel, les mantuvo mucho tiempo juntos en el mismo servicio. De todo eso le hablaría su antiguo escolta a Jorge Brassens, que seguía sin entender nada de aquella historia.

jueves, 16 de julio de 2009

Intercambio de solsticios (22)

Cuando abrió los ojos hacia aquella calurosa mañana de verano advirtió con claridad que la vejez se había colado en su habitación y que no le abandonaría en adelante. Se encontraba mal, y eso que las náuseas, las vomitonas y la cagalera más implacable –ya sólo devolvía saliva y defecaba agua- habían desaparecido, pero a cambio le quedaba una sensación de espantoso cansancio y debilidad. Era como si uno de esos pesados armarios cargados de enseres domésticos descansara sobre él y le aplastara hasta las más hondas profundidades de la tierra.
- "Estás viejo" –se dijo con una voz apenas perceptible por el oído. Su mirada se fijó en el gota a gota que se elevaba desde el costado izquierdo de su cama, en lo que le parecía entonces una enorme construcción arquitectónica.
Le daba repugnancia. “La vejez es producto del asco”, pensó. La repulsión que a una persona limpia, hasta el extremo además, impoluta, un pincel, Santiago Ayastuy, el hombre más elegante de Pradoluengo, el más altildado, el más finchado, el más guapo... Y de repente, por causa de alguna bacteria desordenada y alocada, verse reducido a una condición tan nauseabunda, hasta el punto de que ya no le quedaban fuerzas ni para levantarse de la cama y evacuaba sus babas sobre la magnífica alfombra persa que se situaba del lado derecho de su amplio lecho.
“Es un asco ser viejo, hacerse pis de forma descontrolada; oler mal, oler a viejo. Y es duro, además, darse cuenta de que te has vuelto viejo así, tan de repente, porque esa mañana de agosto te ha sorprendido con esa señora, la cara surcada de arrugas y el cuerpo reumático y achacoso, tan cerca de ti que ya no te va a dejar jamás, un heraldo ¡ay! precursor de la muerte. Es el final de una vida, ¿el principio de otra? Eso creía Santiago Ayastuy, al menos eso quería creer.
“Se hace uno viejo, de repente, porque no ha tenido hijos”, concluyó de manera provisional, como mera hipótesis a ser confirmada por sus consideraciones posteriores. Los hijos crecen, y te van poniendo en tu lugar. Un día dejan de cogerte de la mano, por vergüenza, y enseguida te presentan a su novia –o novio-, te ves en la iglesia, y sin darte apenas cuenta ya hay unos chiquillos que corretean por el salón de tu casa, destrozan alguna que otra pieza de la antigua cristalería y amenazan con quitarte de en medio el carísimo jarrón chino de-no-sé-qué-dinastía que sin embargo nunca te llegó a gustar”.
“Los hijos crecen y tú decreces, junto con tus fuerzas menguantes”, murmuró otra vez. Ya no se aferran a tus explicaciones como si fueran la única de las verdades de la vida y critican tus opiniones, empiezan a adquirir su propia experiencia a fuerza de errores, mientras que tú les observas con benevolencia, “ya me dirás, ya me dirás...”, consideras a la vez que ellos se comen el mundo poco antes de que el mundo se los trague a ellos, eso sí, incluídas todas las críticas que te han hecho y a veces tanto te han dolido. Eso era al menos lo que pensaba Santiago Ayastuy que eran los hijos, eso le habían contado.
“Y si no tienes hijos pero sí que tienes salud, todo es juventud”. Sonaba a “slogan” que poco menos que evocaba los poderes del Santo Grial. Y cuando la salud se batía en retirada entre vómitos y cacas, ¡qué horror!, su juventud se parecía al fenómeno de Dorian Gray, que te describía la realidad sólo con darte una vuelta por el desván.
Así que los saraos y las fiestas se alejaban de su vida, la ilusión de la compañía, las señoras guapas y elegantes, sólo le quedaba un lugar para su recuerdo, importante sí, pero con el regusto dulceamargo que tiene el pasado.
“Ahora no. Entonces era tiempo, entonces era cuando tenía que haberse casado. Ahora estaba ya viejo, sólo era un deshecho”. Y con la vejez era la enfermedad la que se instalaba en su organismo, una especie de malestar permanente, y la desilusión. Ya no le divertiría viajar, salvo para distraer la monotonía de su vida, ni comprar o encargar ropa, salvo para recomponer las piezas descompuestas de su vestuario, y eso que a Santiago Ayastuy no le faltaba el dinero, era la fortuna más importante de Pradoluengo, un patrimonio que sólo para administrarlo le llevaba su tiempo, por lo menos, algún rato dedicado a matar su aburrimiento.
Y con todas esas cosas era la soledad la que entraba por su ventana con el calor de la mañana. Ya la conocía de antes, pero nunca hasta ahora había sido consciente de sus perversos efectos, del daño que era capaz de infligirle. Hasta esa misma mañana había combatido la soledad con la ayuda de su juventud, de su salud, de su ilusión... de su dinero. Viejo, enfermo, desilusionado y solo, los cuatro jinetes del apocalipsis de su actualidad personal.
Ya sólo le quedaba sacar una silla al porche de su casa y esperar a que pasara por ella, a recogerle, una vieja señora, ahora amiga suya, que se vestía con un sudario que le cubría la cara y que empuñaba con su mano derecha una amenazadora guadaña. ¿Amenazadora? Quizás antes. Ahora que la vejez había entrado por su ventana... ya no, ya ni siquiera le tenía miedo a esa visita.

miércoles, 15 de julio de 2009

Intercambio de solsticios (21)

Chamartín, 15 de febrero de 2.013

Querida Natalia,

Hace ya mucho tiempo que no he tenido oportunidad de hablar contigo. Este, que se había convertido en el siglo de la comunicación, ha cambiado totalmente de signo desde que la crisis se desbocó y no hubo quien le pusiera freno. Ya no existen compañías de teléfonos, no hay fax, correos electrónicos ni Internet y el servicio oficial de Correos ha desaparecido. Por eso no sé muy bien si te llegará esta carta, la lleva consigo mi primo Iñigo Herrerías que ha conseguido -no sé cómo- unos bidones de gasolina para viajar a Bilbao. Tampoco sé muy bien si conseguirá Iñigo sortear las partidas de maleantes que se dice asolan las carreteras -aunque me consta que va armado- ni si le permitirán avanzar los socavones de la carretera -debidos a la ausencia de mantenimiento y a su mal uso a base de barricadas incendiarias en cualquiera de sus tramos-. Y tampoco conozco muy bien cómo están las cosas por Bilbao, si existe la ciudad o se ha convertido en diversas Repúblicas -una al menos por barrio, y en tu caso la de Abando-, si sigues viviendo allí o en Castro y si Castro es Castro o se ha organizado de otra manera. Son muchos, demasiados condicionales.
Todavía recuerdo la última vez que hablamos. Fue en el mes de enero de 2.009, en el día de tu cumpleaños -o el día anterior, porque creo que me anticipé-. Me decías que te marchabas a vivir a Castro y que cuidabas de una señora mayor. Meses después se me iba el móvil con los pantalones a una lavadora y toda su información se había hecho agua.
4 años después el mundo ha cambiado mucho. No ha sido necesaria la Tercera Guerra Mundial -quizás porque los gobiernos sentían terror unos de otros- pero tengo la sensación de que lo que está ocurriendo es bastante peor. Han desaparecido los institutos de estadística, ya sé que había quien los despreciaba -Disraeli decía que había 3 clases de mentiras: las mentiras, las mentiras jodidas y las estadísticas- pero medían algunas tendencias y adjudicaban proporciones. Y lo hacían hasta que los periódicos de papel dejaron de pagar a sus proveedores y estos se iban a la quiebra con sus clientes, lo mismo que los digitales y las radios y las televisiones. Por un tiempo seguirían viviendo las públicas, pero eso fue pan para hoy...
No sé cuántas muertes se han producido desde que la crisis quedaba fuera de control, pero es seguro que han alcanzado a cientos de millones de personas en todo el mundo. El hambre, la falta de asistencia sanitaria, los asesinatos a consecuencia de delitos comunes...
Y todo ocurría con mucha facilidad, por lo menos eso creo. Hubo un momento, quizás cuestión de semanas, en que centenares de miles empresas dejaron simplemente de existir; sus trabajadores se encontraban las fábricas y los centros de trabajo cerrados. Y eran millones de personas los que ya no tenían dinero para pagar las hipotecas. Y los bancos no sabían qué hacer con tanto ladrillo y sus clientes retiraban sus efectivos cuando aún estaban allí y al final cerraban también. Las demandas se apelotonaban en los juzgados y las denuncias inundaban las comisarías de policía. Cuando las coberturas del paro cesaron -por el paso del tiempo o por la falta de dinero- y las ayudas sociales también y no se pagaban tampoco las pensiones, la gente, exasperada, entraba en los parlamentos y en las sedes de los gobiernos y lo devastaba todo. Era como habíamos visto en Argentina con el "corralito"..Cayeron los gobiernos en tanto que las oposiciones se combatían a sí mismas. Hubo quien se aprovecharía de la circunstancia y ocuparía esos despachos, pero eran los mismos políticos de la "vieja política" travestidos en alborotadores y sabían cómo gobernar dando la espalda a la gente y a sus problemas, pero quizás por eso no consiguieron la confianza de los ciudadanos y, sin dinero ni ideas, para cuando se producía la segunda embestida popular ya habían huido todos.
Entonces llegó la anarquía. Ya no había ley, porque no había quién mandara ni quién la pudiera imponer. Yo siempre he pensado que los españoles no llevamos la ley dentro de nosotros, como les ocurre a los ingleses o a los suecos, que aquí somos más bien dados al refrán que dice "hecha la ley, hecha la trampa", así que quienes dejaban de pagar sus hipotecas se compraban una pistola en ese mercado negro que lo invadía todo y volvían, ahora como "ocupas", a sus primitivas casas.
Y para mantener el orden se organizaban, primero en manzanas de calles, luego en barrios, como ahora.
En este de Chamartín, Natalia, se ha formado un Comité de Distrito que trata de coordinar todos los servicios, la defensa del barrio, el primero, con los voluntarios que se han prestado a ello y el "sheriff" que hemos designado a propuesta de los vecinos; cobramos un dinero -que en realidad lo constituyen horas de trabajo o cosas, con los euros hace tiempo que no se hace nada- y con ello atendemos a las necesidades básicas de la gente de Chamartín; administramos justicia valiéndonos, un poco del sentido común, otro poco de algún Código Penal o Civil y funcionamos por el procedimiento que se llamaba antes de "Concejo Abierto" y que hoy bautizamos como "Asamblea de Vecinos", aunque ya hay quien piensa que sería mejor dividir el barrio en 5 o más departamentos y asociarse por arriba o de elegir a unos regidores o concejales para que dirijan los asuntos comunes. Hay que decir que -por lo menos en nuestro caso- existe un procedimiento democrático, en otros sitios los que mandan son una especie de "señores de la guerra", jefecillos de las mafias locales que imponen su poder mediante el terror.
Por suerte este era un barrio acomodado y nos faltan médicos para curar a los enfermos, profesores para dar clases, ni gente emprendedora para organizar negocios. Pero tenemos que exportar esa mano de obra cualificada para importar alimentos y horas de trabajo para tareas de limpieza, enfermería y otras. Hay hasta algún ingeniero que ha ideado una pequeña central eléctrica que nos proporciona luz en algunas horas del día y con eso tenemos para calentar el agua que también vamos consiguiendo a través de un depósito-depuradora elevado, construido sobre el nivel de las viviendas.
Aquí somos casi todos de aluvión, como ha ocurrido en el Madrid de los últimos tiempos. Por eso me viene preocupando mucho que se desarrollen también aquí las viejas prácticas que se manifestaban en otros pagos: y me refiero a las tribales. Y ya hay quien empieza a decir que los de Chamartín somos mejores que los demás y unas cuantas chorradas de ese estilo. Tenemos fronteras y aduanas con los barrios limítrofes, hay quien apuesta por crear realidades políticas, sociales y humanas más amplias y quienes optan por otro tipo de fórmulas: lamentablemente, todavía vivimos lo ajeno más como un peligro que como una oportunidad..
Poco a poco vamos organizando también el ocio: Hay ya un equipo de fútbol y un grupo de teatro que representa a los clásicos -Lope, Valle o García Lorca- y obritas para los niños, un poco de Zarzuela y para de contar. Entra -o se cultiva por aquí, lo desconozco- tabaco, hachís -y supongo que alguna droga más fuerte-, se destila algún alcohol o se compra y la gente mayor puede encontrar consuelo en algún aprendiz de cura que ha salido de las catacumbas después de que todo parecía el cumplimiento del nefasto designio bíblico del Apocalipsis final. Y, para la gente que padece trastornos psicológicos existen psiquiatras. Lo que tenemos son pocas medicinas y mucha gente se nos muere en los hospitales que muchas veces se dirían desolados. Estamos trabajando en todo eso.
Como ves yo intento echar una mano en el Consejo de Distrito, donde ninguno de nosotros trabaja a tiempo completo. El ambiente es bueno pero el trabajo es agotador, porque está casi todo por hacer. En ocasiones esto parece el paisaje después de la más devastadora de las batallas.
Bueno, Natalia. Espero que las cosas vayan mejor por allí. Si tienes alguna oportunidad escríbeme todo lo largo que puedas, contándome lo que pasa en ese lugar que ya hace algún tiempo me vio nacer.
Y, como siempre, te deseo todo lo mejor.

Un beso,

martes, 14 de julio de 2009

Intercambio de solsticios (20)

Se trataba de un matrimonio peculiar. Él -Eduardo Bereciartua- había recibido una educación exquisita de la que no cabía exceptiar sus estudios de Derecho en la Universidad de Deusto, si bien resueltos a trompicones.
Cuando nació alguien podría haber pensado que su vida se vería ayudada por los favorables auspicios de una buena estrella. Y no le faltaría razón: se quedaba en hijo único y en único heredero de un tío con fortuna cuyo único sobrino era Eduardo Bereciartua.
Claro que el chico valía más bien poco -la rueda de la fortuna acostumbra a repartir sus dones-. Lo decía en voz baja la madre de Jorge Brassens. "Eduardo no es muy listo. Se parece a su padre".
Su padre. Juan Bereciartua era un trasunto de coronel del Ejército británico –alto y garboso, con un recortado bigotillo que le flanqueaba sus finas narices. Tenía además cierta afición a la bebida -lo cual no dejaba de ser bastante británico, por cierto- y su trayectoria profesional se circunscribió a un cargo institucional que le permitía algún devaneo con el círculo privado de don Juan de Borbón, que el régimen del general Franco le toleraba: ni Juan Bereciartua era un agitador peligroso, ni el viejo general era un anti monárquico furibundo, al fin y al cabo restauraría esta institución.
Pero los tiempos cambiaban en España y una buena educación -unida a un aceptable apellido- no bastaban para conseguir y mantener un sueldo estable de por vida. Pero Eduardo Bereciartua se veía llevado por la estela de sus herencias, de su educación correcta y de una aceptable planta. Después de algunos encuentros con el alcohol y de diversos noviazgos con chicas dotadas de buenos modales y mejor posición, daba en casarse con la señorita Icíar Aguirre, de inmejorable familia, aunque tuviera 2 contraindicaciones: era hija de primos que habían engendrado numerosa prole. Eso sí, la joven podía presumir de posibles ya que disponía de algún que otro tío con fortuna acreditada al que heredar en cuanto estirara la pata.
Pero disponía Icíar Aguirre de una tercera pega: se trataba de una manirrota que fundía todos los recursos que se encontraran a su alcance.
Daría comienzo su particular afán depredatorio con la fortuna de su padre, fallecido como consecuencia de un pavoroso accidente. Pulía Icíar el buen paquete de acciones que heredaba de este de una empresa de comunicaciones de prometedor futuro. Acometía con el producto de esa desinversión una mejora de su flota de automóviles y la compra de una casa de campo -piscina incluida- en el suroeste francés. Eso además de otros consumos innecesarios y sin el aporte de ingreso adicional alguno.
Claro que... "Quita y no pon..." el montón se reducía de manera progresiva. El matrimonio Bereciartua-Aguirre debía vender el chalé francés, su piso en Neguri y trasladarse con su hijo a la casa de su madre, que acababa de enviudar.
Fue esa la última vez que Jorge Brassens tuvo la oportunidad de ver a su tía. Y podía decir que jamás había visto tan descuidada a señora de tan rigurosa prestancia: el pelo cano, allá donde del viejo tinte de peluquería no había quedado noticia; el jersey repleto de bolitas y los zapatos sucios... Y junto A tía y sobrino se advertía el incesante acarreo de cuadros y enseres de valor que acometía Iciar Aguirre con pasmosa indiferencia respecto de los posibles sentimientos de su suegra. Actuaban los Bereciartua como el responsable de un globo aerostátic.o: vendían todo lo vendible con tal de seguir subsistiendo, lo mismo que aquel echaba lastre para remontar el vuelo. Claro que la madre de Eduardo Bereciartua encontraba refugio en constantes y ciertas ausencias emntales que ahorraban en ella innecesarios sufrimientos.
A la muerte de su madre, Eduardo Bereciartua vendía el piso y se iba de alquiler a una casa más modesta. Esos fueron los peores tiempos para el matrimonio: las malas lenguas aseguraron que Iciar Aguirre, presa de un ataque de locura, había prendido fuego a un contenedor contiguo a su vivienda; en tanto que Eduardo Bereciartua desarrollaba una enfermedad que a poco si le deja aparcado para siempre.
El Dios de la Obra -en que militaban ambos- protege a sus siervos, de modo que les venía de nuevo a ver la fortuna, esta vez en la forma de un tío de Iciar Aguirre que finalmente abandonaba este ingrato mundo dejando atrás una buena estela de bonos, tierras, acciones, bienes raíces y obligaciones. Eran los tiempos gloriosos en que todo subía de precio y nadie estaba dispuesto a apretarse el cinturón. Menos aún los Bereciartua que se veían tocados por el éxito económico: compraron el chalé que un día perteneciera a un hermano de Jorge Brassens y que había correspondido a su ex en concepto de separación de la sociedad de gananciales. Pero lo hicieron sin comentarlo siquiera a su primo. Llevados por su afán de gasto construyeron allí una piscina -la comunitaria les obligaba poco menos que a una promiscuidad poco deseable con "parvenus" de bien pertrechadas chequeras pero carentes de distinción social.
Una mañana de invierno, en larguísima conversación telefónica, Iciar Aguirre le contaba esa historia a un atónito Jorge Brassens.
- Estoy forrada. Tengo un Porsche en el Puerto de Santa María y la casa de tu hermano...
Apenas habían pasado 2 años cuando Eduardo Bereciartua telefoneaba a Jorge Brassens pidiéndole el teléfono de su hermano: le quería ofrecer en venta precisamente el que había sido su chalé. FIN.

lunes, 13 de julio de 2009

Intercambio de solsticios (19)

Bilbao, 24 de diciembre de 2002.

Querida Lorsen:

Quizás esta carta de hoy me salga algo desordenada, pero estoy seguro de que comprenderás muy bien las circunstancias.
En el desayuno he vuelto a llorar. Esta noche me he impuesto cenar con nuestra hija y me está costando mucho esta decisión. Pilar sabe que ya no estás, pero se está aferrando como a un clavo ardiendo a la idea de que en cualquier momento tu figura pueda asomar por la puerta y darle un beso y contarle mil historias y pasearse inquieta por la UCI, hablando con las enfermeras o los médicos , y dándole de comer o cenar y...
Al cabo, las lágrimas constituyen una especie de válvula de escape por donde fluyen los sentimientos. Y es mejor llorar cuando se está sólo que armar la “pantojada” –como tú decías- como si fueras una plañidera. Pero mis lágrimas de hoy no han conseguido despejar totalmente el camino: Todavía existe un peso fuerte que me empuja hacia abajo, que me hunde en mis pensamientos de la noche de Navidad, que compara este día con otros tantos veinticuatros de diciembre vividos contigo. Y me siento muy triste. Y ahora, cuando te escribo estas líneas se me nubla la vista y es posible que tenga que dejar el ordenador en cualquier momento. Seguiría otro día. Por eso no te preocupes, guapa.
La historia me lleva al uno de diciembre. Un domingo en el que como hoy desayuné llorando. Tenía que ver a Pilar y contarle algo de lo que te había pasado. No podía aceptar que a cualquier persona del hospital se le escapara la noticia.
Para eso quería estar buena parte de la mañana con ella, de modo que hacia las diez y media u once menos cuarto ya me encontraba en Cruces. Era tan temprano que la niña ni siquiera estaba preparada –las enfermeras tenían mucho trabajo ese día-. De modo que tuve que esperar.
Pilar estaba en su silla. Me acerque a ella con la mejor de mis sonrisas. Ella también parecía estar contenta. Yo acerqué una silla y me puse del lado derecho, como habitualmente. Le cogí de la mano y le dije:
- Pilar, guapa. Mamá está muy enfermita...
Pero tu hija movió fuertemente la cabeza en señal de negación.
... Pero nos va a ayudar mucho, aunque se encuentre un poco lejos. ¿Verdad?
Pilar seguía haciendo que no. Se empezó a poner nerviosa y, en seguida, miraba hacia el reloj en clara indicación de que me marchara. Se dice que los mensajeros que traen malas noticias no son casi nunca bien recibidos: Ese era mi caso, entonces.
Por cierto, no faltó una enfermera que me dio el pésame en medio de esta escena. Siempre hay gente que carece del más mínimo sentido de la oportunidad.
Pero yo estaba dispuesto a pasarme toda la mañana con ella. Así que le propuse:
- Bien, Pilar. Si quieres me voy. Pero solamente un momento. El tiempo justo de ir al cuarto de baño...
Y eso no le pareció demasiado mal a la niña.
Cuando salí del lavabo estaba “Iseko” Carmen esperándome. Hablamos de ti, de la niña... Y me dijo que ya había cumplido que no había que insistir. Yo estaba de acuerdo.
Cuando regresé a la UCI alguien había puesto el CD de “había una vez un circo...” que tatareamos los dos, aunque a mí maldita la gracia que me hacía el “¡hola, don Pepito!”
Pilar se ha escapado de la noticia, pero la noticia está ahí, y la tiene muy presente.
Cuando me despedí de ella, le dije:
- Nos acordaremos mucho de mamá, ¿verdad?
Pero ella volvió a negar de forma imperativa.
El siguiente fin de semana –tres días seguidos de fiesta por la Constitución-Rodrigo Barturen y yo nos fuimos a Arrechea y Pilar tuvo un episodio de taquicardia. Le dieron un valium y se durmió plácidamente. El día siguiente ya estaba bien.
Yo no sé, Lorsen, qué percepción podría tener nuestra hija de tu muerte. Por más que lo pienso no sería capaz de ponerme en su lugar. Nunca ha convivido con nosotros, como una hija normal. Somos sus padres, aunque de una manera peculiar. Pero sí sé que ella te quería muchísimo, y que no admite que te hayas ido, que no vuelvas a aparecer por la puerta cualquier día, cuando tu correspondiente “catarro” te haya dejado tranquila y con fuerzas.
Y yo no voy a alimentar la esperanza del reencuentro, más allá de las creencias religiosas que tú intentaste imbuir en ella y que Pilar tiene gracias a tu terquedad vasco-teutónica.
Ahora le dan un antibiótico todos los días. Según mi hermana lo que pasa es que todos los niños están igual. Pero yo sé que no es así.
Lo único que sé es que está bien cuidada, bien atendida y que la quieren mucho. Y que cualquier necesidad médica o afectiva tendrá una inmediata respuesta en esa planta poblada de mujeres y hombres encantadores.
Por de pronto yo me quedaré los fines de semana en Bilbao, salvo que exista algún puente o alguna fiesta que me permita pasarlo en Arrechea. Ahora lo primero es Pilar. Ella es mi familia. Y aunque me cueste una barbaridad, esta noche la pasaré con ella, recordando para mis adentros todas esas noches de nochebuena que tan especialmente construías tú para los dos, y, en particular, para mí.
Pero eso forma parte de otro relato, guapa. Aunque esta carta haya sido un tanto desordenada, seguramente es la que tocaba hoy.
Mañana, quizás pasado, volveré sobre las fechas correspondientes y, a su debido tiempo, te contaré la historia de esta noche.

Hoy más que nunca te recuerdo y te mando el mayor de mis besos. Si estás en algún sitio y puedes brindar por la Navidad y por todo lo bueno que nos ha pasado, también haz algo porque la suerte y el ánimo no me abandone del todo. Yo también brindaré por ti.

viernes, 10 de julio de 2009

Intercambio de solsticios (18)

Vic Suarez se había dejado llevar de una instrucción alocada, en apariencia insólita si se tenía en cuenta su personalidad que contaba con un sexto sentido quizás no excesivamente habitual en las mujeres: una racionalidad a prueba de bomba. Claro que, si se la conocía más, cualquiera habría dicho que lo que lo que le gustaba a Vic Suarez era el control de las situaciones. De todas. Y esta era, por lo menos, una manera evidente de dirigir un asunto. Con peligro de muerte incluido, por supuesto. Pero cualquier otra imaginable alternativa podría contener los mismos riesgos pero ninguna de las posibles defensas.
Y allí estaban los 2. En la mitad de una carretera cuyo firme hacía ya demasiado tiempo que no merecía esa calificación. Apenas a 20 metros de distancia del 4x4 que antes circulaba delante de ellos.
Sin retirar todavía la toalla que lo cubría, Jorge Brassens amartilló su revólver.
Vic Suarez sentía todo el vértigo de la montaña rusa más sofisticada que un parque de atracciones pudiera albergar. Y sólo tenía clara una idea: ellos no se iban a apartar. Y los veía en toda su zafiedad de pelos sucios, barbas descuidadas y gorduras antiestéticas. Eran 3 y podían tener cualquier edad entre los 20 y los 30. Vestían chupas de cuero con adornos metálicos que refulgían al sol y se tocaban las greñas con sombreros de visera negra que, estaba claro: pretendían una apariencia de militares de suburbio.
Pero la expresión de sus 3 perseguidores era ahora de estupefacción. El conductor tenía bien abiertos los ojos y por su frente asomaba el brillo tenue de alguna gota de sudor. Sus 2 acompañantes se llevaban las manos a la cabeza y abrían la boca profiriendo gritos ahogados por las cerradas ventanillas y el ruido del potente motor.
En una décima de segundo, Jorge Brassens pulsó el automatismo de la ventanilla y apuntó hacia el vehículo contrario.
En contra de sus más íngimas convicciones de apenas 2 décimas de segundo, Vic Suarez estaba a punto de doblar el volante a su izquierda en el momento preciso en que el 4x4 ejecutaba precisamente este movimiento. Vic Suarez mantuvo entonces con firmeza la dirección de su Volkswagen Golf.
Por el espejo retrovisor pudo ver cómo, llevado de la brusquedad de su maniobra, el 4x4 daba 3 vueltas de campana y quedaba volcado de lado en lo que quizás un día fuera un campo de siembra y hoy no era más que un erial.
Muy rápidamente, Vic Suarez frenó en seco. Dio la vuelta y reemprendió la marcha con toda la rapidez que resultaba compatible con la seguridad.
Unas fracciones de segundo les habían permitido ver lo que apenas hubieran intuído en otro momento. Más aún: habían contemplado pasar la vida entera como dicen que les ocurre a los que están a punto de morir.
No exento de tensión, su regreso a Chamartín se producía sin mayores sobresaltos.

jueves, 9 de julio de 2009

Intercambio de solsticios (17)

Era como si Jorge Brassens iniciara una nueva vida, después de tantas otras que había vivido y que le dejaban como un barco a la deriva una vez que concluía la tormenta, el maderamen desarbolado y los marineros zurciendo velas, calafateando las junturas y reparando las grietas.
Pero había alguna diferencia en esta nueva vida que le correspondía vivir a partir de ahora: que se parecía bastante a la anterior, sólo que desaparecía de ella la ilusión de un nuevo proyecto profesional que a él le había motivado desde tiempo atrás. Por ejemplo, desde que Gonzalo Yunque le dijera, en la casa situada a las afueras de Bruselas de su común amigo Julio Felipe Mordelón: "Serías un buen euro-diputado".
La otra diferencia era de mayor importancia. Se lo recordaba su prima Adelaida en el día siguiente al que le presentaba él a Vic y Jorge Brassens lo sabía: "Lo más importante de la vida es el amor".
Porque Jorge Brassens lo sabía muy bien. Había pasado casi 7 años de soledad, primero, en aquel oscuro apartamento en el que se esfumaban los últimos destellos en la vida de su mujer. Una soledad que, sin embargo, venía de muy lejos: en una enfermedad que ella heredaba de su madre y que la trastornaría durante muchos iempo. Una soledad que continuaba en un piso soleado, pero no menos cerrado y sin apenas recursos de comunicación con el exterior. Una soledad que se mitigaba en las visitas y los cuidados de su hija. "Visitar a tu hija, siempre en un hospital. No es posible acostumbrarse a eso", repetía.
Pero esa vida reducida, esa vida que es la mitad -o un cuarto- si se considera que su condición de político amenazado le obligaba a vivir en la compañia cuasi constante de 2 escoltas. Esa vida que sólo servía para la admiración de tantos y la conmiseración de él mismo -¡qué poco útil es el sufrimiento!-, concluía con Vic. En su cariño, su implicación y su compromiso. Vic vivía la relación de pareja de una manera muy especial. No se trataba para ella de un asunto menor, de un "arreglo" -como decía él-. Era otra cosa. Era el amor, del que tanto se habla y que mucha gente no ha conseguido sentir jamás.
Por eso -y con toda seguridad- ese barco, siquiera duramente dañado por una tormenta, encontraba segura deriva en muy pocos días.
Porque Jorge Brassens sabía muy bien que su destino tenía nombre de mujer y el mejor de los puertos estaba en los abiertos brazos de Vic Suárez.

martes, 7 de julio de 2009

Intercambio de solsticios (16)

Miraba hacia el exterior, mi organismo en descanso, y pudo contemplar la representación de la muerte, de mi muerte, en este caso. Era un hombre, vestido con ropas claras, como de explorador en una selva: quizás unas botas de caña alta, unos pantalones caquis -tal vez blancos-; que se sentaba sobre una tabla alargada, a horcajadas: era yo mismo, aunque no me veía la cara. Estaba abrazado a una mujer que tenía la misma postura que yo, pero dispuesta hacia mí, y de cuyos rasgos apenas puedo decir nada, situada ella en el fondo de la imagen apenas era sino una figura imperceptible. Absolutamente inmóviles, los dos formábamos el aspecto de una estatua.
Luego me encontraba con mi mujer, y al tratar de recomponer mi personaje, parecía como si estuviera fabricado de un material tan delicado que se iba en la bañera en pedacitos semejantes a un barro seco, que se fuese descascarillando, formando al contacto con el agua un líquido marrón oscuro, con el que se iban también pedazos de mi organismo, de mi vida.
El terror se apoderaba de mí, porque yo era a la vez mi figura estatuaria y el ser que contemplaba la escena, y me preguntaba si fuera posible que en algún momento de la destrucción de mi propia figura -de la mujer no había quedado nada ya en esa escena- mi propia persona desapareciera con ella. O si pudiera yo llegar a tener el aspecto de un ser disminuido, sin estómago, como si me hubiera sido rebanada una parte de mi organismo (aparato digestivo, sexual y el inicio de mis extremidades, en ese caso), de la misma manera como una persona puede usar de la goma de borrar y eliminar groseramente una parte del dibujo.

lunes, 6 de julio de 2009

Intercambio de solsticios (15)

Les estaban esperando. A ellos o a cualquier otro incauto vehículo que se atreviera a circular por un paraje deshabitado como aquel y cuando las luces del día mudaban sus claros ropajes en vestidos oscuros de rigurosa noche.
La verdad era que se habían demorado por más tiempo del que preveían cuando se decidieron a emprender esa excursión que ahora podía tener un final no previsto por ellos. Les habían podido las caricias y los recuerdos de aquella primera vez en que contemplaban el lago y se hacían cábalas sobre su amor. ¿Fue en el segundo o el tercero de los 8 días de oro?, en todo caso, en el viejo y renqueante ordenador personal que ya nadie arreglaría existía un fichero en el que Jorge Brassens le contaba a Vic Suarez la historia del arranque de su amor; les había podido el calor de aquella tarde y la distancia con el barrio-ciudad de Chamartín, donde lo único que funcionaba razonablemente bien eran los comités de autodefensa.
¡Y lo bien que les hubieran venido ahora esas fuerzas para-policiales!
La imagen del todo-terreno se agrandaba cada vez más en el reducido espacio del espejo retrovisor. El coche de quienes les seguían estaba acortando distancias. Era lógico, pese a la pericia de Vic, el estado de la carretera se podía considerar poco menos que calamitoso; los baches y desniveles del terreno amenazaban con tragarse el Volkswagen que ella conducía y -para más inri- la mezcla de la gasolina que usaban como combustible era más que pobre en octanaje. Sus perseguidores, en cambio, podían adaptarse con facilidad a las dificultades del terreno: los 4x4 estaban hechos para aquellos tiempos de crisis, aunque su gasto de gasolina fuera exagerado; daba igual, casi siempre los usaban forajidos, verdaderos expertos del trueque en el mercado negro o en el atraco sin contemplaciones.
- No sé qué hacer -mascullaría Vic-. Se nos están aproximando.
Jorge Brassens sujetó con fuerza el Smith&Wesson que ocultaba debajo de su toalla de baño, sintiendo muy pronto que ese gesto tenía una extraña condición de inutilidad.
- ¿Cuántos son? -preguntó él.
- Creo que el coche va lleno -contestó ella-. Pero no saben cuántos somos.
En efecto, el coche de Vic Suarez tenía las lunas posteriores tintadas. Cuando lo compró, de segunda mano, alguien le dijo que podían resultar útiles para el caso de robo de algún objeto depositado en la parte de atrás. Y para este supuesto también, aunque ella nunca lo hubiera imaginado.
Les cegaban las luces largas que tenía puestas el todo-terreno y el Volkswagen amenazaba con quedarse tragado en el abismo de cualquier socavón. Vic Suarez no sabía si eso era mejor que el inmediato encuentro con aquellos sujetos.
- N-no sé qué hacer, Jorge -tartamudeaba ella.
Él se la quedó mirando. Nunca se dirigía a él utilizando su nombre de pila. Estaba aterrorizada.
- ¡Dí algo!
- Da media vuelta y haz como que les vas a embestir -explico Jorge Brassens con la misma naturalidad del que se toma un tinto de verano en cualquier lugar del Mediterráneo y en plena canícula.
Vic Suarez observó a su novio durante una fracción de segundo,
- ¡Agárrate! -exclamó,

domingo, 5 de julio de 2009

Ana, de Mallorca

Esa mañana calurosa del principio del verano en Madrid, me encuentro sentado ante el ordenador cuando suena el teléfono móvil. Es un número fijo cuyas primeras cifras no me dicen nada. Pero no es un número oculto, la persona que me llama no se esconde. Así que contesto.
- ¿Dígame?
- ¿Hablo con don Fernando Maura?
Es una voz femenina, respetuosa, pero carece de la untuosidad de las vendedoras de "tele-marketing", lo que acentúa mi curiosidad.
- Sí, soy yo.
- Buenos días. Soy Ana V... Tengo su teléfono de una vez que lo puso usted en su blog...
Pienso que cada vez hay más gente que me trata de usted, y que mi edad ya va estableciendo distancia entre mi persona y el resto de la gente. A veces animo a mi interlocutor a que me tutee. En este caso la dejo proseguir, aunque resulta evidente que esta "Ana V..." debe conocer bastantes cosas de mí, ya que dispone de mi teléfono desde hace bastante más de un año.
- ... Le llamo porque estoy en el PP y quería afiliarme a UPyD. Y como usted también estuvo en el Partido Popular... Me gustaría saber qué tengo que hacer.
- Bueno. Lo primero es darle la enhorabuena por la decisión que va a tomar -le digo.
- La tengo tomada ya. Desde el famoso "Pacto de Progreso" el PP ya no me dice nada.
- ¿Y es usted cargo público en alguna institución? -le pregunto.
- No. Soy abogada. En el pepé he colaborado en Nuevas Generaciones. Nada más.
- Bien. Pues bastaría con que remita una carta a la Junta Local del PP en la que esté afiliada pidiendo causar baja en el partido. Para mayor seguridad lo puede hacer por correo certificado y con acuse de recibo. Luego se puede afiliar a UPyD. Si quiere le puedo poner en contacto...
- Ya he hablado con el señor Calbarro.
"Me iba a referir precisamente a Juan Luis Calbarro", pienso.
- Pues yo creo que basta con eso. Si hubiera tenido usted un cargo público debería haber dimitido previamente y quizás hacer una declaración. Pero en su caso no es necesario.
- Está bien. Le agradezco su atención.
- No faltaba más. Tiene ya mi teléfono para lo que quiera.
Nos despedimos. Y pienso en las "Anas V..." de toda España que están abandonando de forma callada a esos viejos y esclerotizados partidos para intentar trabajar por la ilusión de un futuro sin lastres de componendas o de intereses creados.

jueves, 2 de julio de 2009

Los diputados no dan la cara

Muy poco después de que concluyeran las elecciones europeas, me sorprendía una noticia que colgaba de una página de un diario digital. Según afirmaba, en la sede central del PSOE había resquemor contra algunos de sus diputados nacionales que no habían querido "dar la cara" en favor de la lista que presentaba su partido. Semejante actitud -siempre según el periódico digital- se justificaría en la crisis y en la singular manera de abordarla por parte del Gobierno.
Este comentario no se quiere referir a la causa del aludido comportamiento -la crisis- sino a ese conjunto de diputados que habrían desertado de sus obligaciones en horas críticas como son las que estamos atravesando.
Vaya también por delante una salvedad; este no podría ser un comentario exculpatorio de quienes no están dispuestos a explicar las cosas cuando las cosas van mal, porque cuando van bien generalmente se explican por sí mismas -además que generalmente no se encuentra detrás de su buena marcha el particular talento de político alguno-. Hay quienes pensamos que los seres humanos deben mantener -y a cualquier precio- su dignidad, esa característica que debiera acompañarnos hasta la tumba, aunque no deja de ser cierto que en algunos supuestos queda esta virtud abandonada en las cunetas de los caminos.
Dicho lo cual no deberíamos olvidar la escasa consideración que el sistema político español concede a sus diputados. No me refiero desde luego a los emolunentos y prestaciones por ellos recibidas, sino a la capacidad de intervención política de nuestros diputados en las decisiones que nos afectan.
Cualquiera que haya seguido los momentos de una votación en el Congreso de los Diputados observará como los desiertos escaños durante el debate, se nutren de los diputados llegados en avalancha y procedentes de despachos, bares y situaciones aledañas diversas. En uno de los bancos situados en la primera fila, uno de los diputados levanta su mano de la que emergen uno, 2 ó 3 dedos y que significan que el voto del diputado debe ser favorable, contrario o de abstención. Disciplinadamente los diputados se aplican en pulsar la tecla correspondiente, de modo que las luces del resultado provocan un cromatismo cuasi perfecto en la pantalla que representa el hemiciclo: los diputados han votado, y han votado "bien".
Claro que no deja de ser notable el automatismo que esa actividad comporta. Sólo uno o 2 -3 a lo sumo- parlamentarios de cada grupo -por más numeroso que este sea- acostumbran a estar al corriente del sentido del voto en cuestión: el interviniente -que como "Juan Palomo" se lo guisa y se lo come todo-, el responsable de su área -en el caso de que no lo sea él mismo- y el diputado del dedo en ristre.
No puede extrañar entonces que a los diputados en España se les seleccione exclusivamente por la confianza, no por su inteligencia o su adecuación a las funciones que les sean encomendadas; menos aún por el grado de cercanía a sus representados, que las más de las veces ni siquiera los conocen. ¿Cuántos diputados cuentan verdaderamente en los grupos mayoritarios -es decir, cuántos trabajan? ¿Un 10% del total? ¿No será mucho decir?
Los diputados españoles tienen por lo tanto la característica de auténticos autómatas. Consuélense, sin embargo: no somos los únicos. Así que no resulta extraño que Berlusconi reclute sus candidatas al euro-parlamento entre las que mi padre calificaba burlonamente como "chicas guapas" o que -tiempo atrás- publicara anuncios en la prensa y pasara a los diputados del que sería su grupo por una empresa de selección de personal: por lo visto, da lo mismo elegir diputados que "velinas".
Por eso nuestros diputados no se sienten involucrados en las decisiones que adopta nuestro Gobierno para salir de la crisis. Otra cosa es que las critiquen: eso sería poco menos que morder la mano de quienes les dan de comer. Por eso, su respuesta consiste en no dar la cara.
Existen otros sistemas, por supuesto. El del Reino Unido, por ejemplo, en el que, con todas sus imperfecciones, los diputados deciden si soportan o no al "Premier"; ese sistema en el que Sir Winston Churchill pudo empezar su carrera política como conservador, continuar como liberal y concluirla nuevamente entre los "tories", y sin tener que abandonar el escaño: él mismo lo había ganado en una única circunscripción y lo mantenía conservando todos los días el favor de sus electores. Y existe también el sistema de las listas abiertas, que contribuyen del mismo modo a sustituir las manifiestamente mejorables democracias de partidos por las menos imperfectas democracias de ciudadanos. Pero ninguno de estos se parece al sistema español. Todavía.

miércoles, 1 de julio de 2009

Querida Carla

nos conocimos -va a hacer ya- unos 3 veranos, en la boda de un sobrino mío. Desde entonces, Mallorca y Madrid han sido lugares de contacto de los que conservo siempre muy gratos recuerdos.
De vez en cuando escribes un comentario en mi "blog", por lo que creo -más bien sé- que eres asidua lectora del mismo.
En la última ocasión en que he visto tu entrada pensé en contestarte directamente, pero enseguida llegué a la conclusión de que el asunto que tú suscitabas tenía la suficiente importancia como para merecer una referencia única en el "blog".
Dices -vienes a decir- que observas una tendencia entre la gente de UPyD en considerar a los 2 partidos mayoritarios como si fueran uno solo. Como a continuación afirmas -según ya me constaba- que tu partido es el PP, parece que tal consideración te duele, o te preocupa.
El asunto en cuestión no puede -en mi opinión- abordarse desde un solo punto de vista: eso sería simplificar en exceso las cosas.
Por lo tanto, habría que distinguir:
En primer lugar, PSOE y PP son los grandes partidos políticos en organización y en votos a nivel nacional -observa que no digo "nacionales" por lo que afirmaré después-. Se presentan el uno como alternativa del otro y vienen alternándose en el poder desde que Aznar sustituyó a González en 1.996. Han consolidado su presencia en las diferentes Comunidades Autónomas a las que han convertido en la práctica en feudos propios -Andalucía para el PSOE, Castilla-León para el PP...
¿Son de verdad alternativa, el uno respecto del otro?
1. Parece claro que, en materia económica, no parece que el PP haría uso de las políticas del presidente Zapatero de extensión del PER a todo el país, y realizaría una política más rigurosa -"sensata", suele repetir Rajoy- que la del PSOE, en la medida en que una extensión del déficit sin límites y que se emplee solamente en subsidios es una locura. El déficit debe ser pagado con deuda pública, esta la deberemos abonar en el futuro y -entre tanto- los inversores que compren títulos del Estado no comprarán otros activos, de modo que se frenará la inversión privada mientras que la pública se irá en gastos consuntivos.
(Además, España está pidiendo a gritos un cambio de modelo productivo, y que viene determinado por una apuesta por las Nuevas Tecnologías. Un cambio que este Gobierno no parece dispuesto a acometer, instalado como se encuentra en esperar a que "pase la crisis". ¡Como si esta crisis pudiera "pasar" sin más, sin que el Gobierno tuviera que adoptar decisión estratégica alguna!)
Claro que tampoco advierto una alternativa diferente a esa política económica por parte del principal partido de la oposición, que parece -a su vez- instalado en la idea de que sea la misma crisis la que les devuelva el poder.
Falta generosidad en ambos partidos: la altura de miras de quienes no son conscientes de la importancia que tiene la política para resolver los problemas de los ciudadanos, esa misma carencia que determina que la política se resume en que gobiernen unos o los otros, como si esto sólo fuera una cuestión de equipos de fútbol, con sus "hinchadas" peleándose sin solución de continuidad.
2. Me dirás, Carla, que en lo relativo a la moral -por situar el asunto de la interrupción voluntaria del embarazo- ambos partidos mantienen posturas diferentes. Parece evidente. Sin embargo te haré una precisión: la ley actualmente vigente –que, por cierto, se cumple en unas partes de España y en otras no- no fue consensuada entre el PSOE y el PP: fue impulsada por aquel partido y aceptada por el otro -recuerda que, cuando Aznar dispuso de mayoría absoluta en el ano 2.000 no la modificó: ¿sería que temía perder las elecciones si llevaba esa propuesta al programa electoral?
3. en lo que se refiere a la corrupción, no creo que los ciudadanos españoles puedan tomar ejemplo de ninguno de los 2 partidos. Parece que nos encontremos en una especie de carrera por saber quién de los 2 está más corrompido. Y la gestión de Rajoy en el “caso Gürtel-Bárcenas” creo que es un buen ejemplo de cómo no hacer las cosas.
4. En lo que a política de alianzas se refiere, la posición del PSOE está clara: pactar con quien sea -Esquerra Republicana de Cataluña, por ejemplo- con tal de conseguir el poder. La del PP ha resultado más errática: desde el Aznar que -en privado- hablaba catalán en 1.996 y pactaba con el PNV de Arzallus e Ibarretxe, hasta el que -desde su mayoría absoluta de 2.000- negaba el pan y la sal a nacionalistas catalanes y vascos. El primer Rajoy -2.004-2.008- seguiría esta última política, el segundo -2.008 en adelante- ha vuelto a cultivar a los nacionalistas para que sus votos le lleven al poder.
Esta no es una cuestión ociosa, Carla. El desarrollo de la España de las autonomías ha conducido a la fragmentación de nuestro país en 17 "islas" prácticamente independientes. Es verdad que este proceso se ha agudizado desde la presidencia de Zapatero, multiplicando innecesariamente y sin respaldo ciudadano la modificación de los Estatutos de Autonomía. Pero también es cierto que a este proceso ha contribuido también el PP, que rechazaba en Cataluña lo que aceptaba en Andalucía o la Comunidad valenciana. Lo cierto es que tenemos 17 sistemas educativos diferentes, 17 organizaciones sanitarias distintas, 17 políticas industriales que tiran cada una en interés propio y en contra del común... No existe unidad de mercado, cuando la Unión Europea la reclama para los 27 países que la componen. Y todo esto es sólo un ejemplo.
A mí me parece claro que España necesita -por lo menos- un tercer partido, estrictamente nacional, con el que el PSOE o el PP puedan pactar. Esa fuerza política -que va camino de llegar a serlo UPyD- es percibida por los 2 grandes partidos como una amenaza, cuando en realidad se trata de una oportunidad. Mi experiencia a lo largo de la reciente campaña electoral: tanto el PP como el PSOE nos han aplicado su particular "ley de la mordaza", no sólo en cuanto a los medios de comunicación controlados por los poderes públicos nacionales o autonómicos, sino también en lo que se refiere a los medios privados en que estos tienen notables influencias -en este último supuesto resulta notoria la actitud de ABC, que ha marginado a nuestro partido en tanto que ha proporcionado alas al "Libertas" de Durán y Ciudadanos, que pese a su apoyo y al de otros conspicuos medios de la derecha, ha obtenido el magro resultado de 25.000 votos.
5. Junto a todas estas reflexiones y precisamente debido a esta situación de estancamiento político, es preciso abrir este país a la regeneración democrática: que España deje de ser una democracia de partidos y llegue a ser una democracia de ciudadanos, que estos elijan en listas abiertas a sus representantes; que el voto de un español de Madrid valga lo mismo que el de Avila; que exista una verdadera separación de poderes... El PSOE de Alfonso Guerra puso en marcha ese modelo de democracia de partidos, el PP de la mayoría absoluta de Aznar lo consolidaría cuando no tuvo el coraje de reformar el sistema.
Y -por ahora- 6. Conclusión. Mi bisabuelo decía que España era una "confederación de cacicatos". Hoy son 17 cacicatos -o baronías- que en cada Comunidad Autónoma se multiplican por el guarismo que corresponda y que lo integran municipios, empresas, "lobbies", confesiones religiosas y otros grupos de interés.
Nos parecemos a esa España de la Restauración borbónica que no quiso dejar de ser liberal para convertirse en democrática, a una España que en su desintegración retrocede cada vez más hacia los pretéritos siglos medievales y se distancia a pasos forzados de los retos que demanda el siglo XXI.
Esa fragmentación de nuestro país exige de una respuesta que se encuentre al nivel del desafío ante el que nos encontramos. De modo que UPyD, en la medida en que cada vez está más solo en la defensa de "lo que nos une" -frase que hemos incorporado a nuestro "logo"-, va también avanzando en convertirse en la alternativa.
Espero, Carla, no haber resultado pesado, aunque sí que haya sido un tantp largo. En todo caso te agradezco la oportunidad que me has proporcionado de explicarme sobre los problemas -y las soluciones- que creo tiene este país.
Un abrazo,