martes, 31 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (413)

- Y ya sabes -advertía Bachat a Sotomenor-. Como hagas el menor gesto, estas fuera de juego... Sotomenor no musitaba palabra alguna. Pero, en su interior meditaba la mejor manera de desprenderse de la incomoda captura que ejercía sobre él su homologo. Claro que no era fácil: el saharaui estaba dotado de una considerable envergadura, se le veía ágil -a pesar de todas las contrariedades y privaciones que sin lugar a dudas le habría supuesto la dura vida que había llevado hasta entonces, y que las extremas condiciones de ese 2.013 imponían sobre cualquier sujeto que no se hubiera escapado de la gran urbe para alojarse en los siempre cómodos reductos rurales-. Debería aprovechar un descuido, preparar un plan para cuando llegaran los suyos... hacerles una seña, tal vez. Pero, como era habitual en él, Sotomenor negaría con la cabeza ante esa sola idea. No, esa gente la había tenido que reclutar entre la peor ralea posible. Tipos de aluvión, viejos policías corruptos que se unían a los delincuentes de antaño... Solo se movían por una buena causa: el dinero, el sexo. En todas las demás tareas eran prácticamente nulos. Unos vagos. Bachat observaría el gesto de Sotomenor. - Veo que te queda aún alguna duda -le espetó-. No la tengas. Para el éxito de la causa que representamos, tu muerte seria una buenísima noticia; y yo, ya sabes, soy perfectamente sustituible. Estaba dispuesto a morir matando. Era de esos viejos guerreros que valoraban por encima de todo su condición de componentes de un grupo, su integración a una causa en la que creían por encima de todo, a la que se abandonaban enteramente. "El éxito de la causa", le había dicho. ¿Se podía luchar contra esa clase de gente? Ellos no, Sotomenor y los suyos eran partidarios de otra reflexión: su causa no era la deChamartín, ni la recuperación de la civilidad, tampoco su consecuente abandono de la barbarie. Su causa eran ellos mismos. Y su lema, el mismo que el padre Sieyès, a quien, preguntado qué había hecho durante los largos y turbulentos años de la revolución francesa, respondía con una sonrisa: "J'ai vecu". A una seña de Jacinto Perdomo -Cristino Romerales había resuelto no separarse un solo segundo de Damián Corted- descendían del Porsche todo terreno los tres ocupantes que restaban. Y con un paso relativamente vivo se llegaban a la otrora sede del Partido Popular. - Óyeme, Cristino -le dijo Perdomo, toda vez que los Brassens y Paco de Vicente habían entrado al "hall" de la oficina central de Chamberí-. ¿Crees que este es un lugar seguro para Jorge? - Quizás no -contestó eñ aludido-. Pero da más o menos igual. Si salimos de esta tenemos una oportunidad. De lo contrario, no hay quien nos salve.. ¿No crees? - No lo sé -repuso el militar-. La vida me ha enseñado a limitar los riesgos. Y que estemos todos juntos aquí no deja de ser un riesgo... - ¿Y qué me sugieres? - Llevármelos a casa. - No lo sé. Deben estar al llegar...

lunes, 30 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (412)

A todo esto, si bien la presión respecto de los seguimientos de lo que hacían Paula y su entorno había decrecido, la labor de los detectives no había terminado. Y aunque Raúl cambiaba de detectives, otros habían tomado el relevo. Su objetivo era ahora investigar si el flamante amante de Paula, Pachito, convivía de manera constante con ella. La conclusión de los detectives era clara: todas las mañanas en que se habían apostado en la puerta de su casa Pachito salía de ella recién duchado, planchado y desayunado. Pero no todas las batallas que planteaba Raúlt. Brassens las ganaba, a pesar de que la victoria estaba más de su parte que de la de ella. En su día, le había recomendado Paula que contratara a una amiga como proveedora para alguno de los servicios que el negocio de Raúl requería. La tal amiga se acababa de divorciar y necesitaba dinero. Raúl la emplearía para esos cometidos. Andando el tiempo, la amiga de Paula iniciaba una nueva relación amorosa y su hijo Pablo y Susana Brassens se hacían amigos. Una tarde, cuando se acercaba a recoger a Pablo de la casa de su amiga, acompañada de su novio, aceptaba la invitación de Paula para tomar una copa. Se lo contaba a Raúl con toda la naturalidad. Estas cosas pasan. Tienes que aceptarlo. Y procuraba tranquilizarle con estas palabras: No tienes nada que temer con Pachito. Se le ve que es una buena persona. A Raúl se le subía la indignación a la cabeza, de modo que muy poco después le soltaba un discurso. A lo mejor el problema entre tú y yo es que no tenemos la misma educación. Era un lugar común para Raúl, este de la diferencia de educación. Quizás porque, aburrido de experiencias con mujeres que solo tenían un ligero barniz de comportamiento, todo momento medianamente critico demostraba a propios y extraños el autentico "pelo de la dehesa" que llevaban dentro. Terminó la llamada pensando que ella había comprendido que su relación comercial había concluido, pero tampoco lo daba por seguro. Impuesta por sus inquilinos de la hamburguesería de la exigencia de Raúl, la argentina se personaba en el establecimiento blandiendo una carta firmadapor su abogado, aunque escrita al dictado. Porque, si el documento de Raúl Brassens especificaba que era él quien administraba la sociedad de gananciales -de haberse confiado dicha responsabilidad a Paula, dicha sociedad habría quebrado de forma indefectible a los pocos meses-, la argentina manifestaba que esos eran conceptos de los tiempos pasados, ¡como si la prodigalidad tuviera su tiempo acotado en el devenir de la historia! Pero el escrito de la porteña poco podía contra la certeza del hecho, según el cual, el inmueble pertenecía por igual a los dos y las rentas que este produjera lo eran de ambos por partes iguales.

viernes, 27 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (411)

Según Lorsen, el encuentro de Jacobo Larrea con Pilar es todo un éxito. Este aparece elegantemente vestido y hace un leve ademán de quitarse la chaqueta. En Bilbao se diría que ha caído ya la primavera, después de un duro invierno. Pero se contiene, quizás porque adivine que el gesto no resulta excesivamente correcto. Pilar le anima a ello. Luego hablan en un “euskañol” un tanto especial que hace las delicias de mi hija. Y hablan de Jesús, de la Virgen, de esas cosas que a Pilar no le resultan demasiado gratas, quizás porque asocia las oraciones y los curas con el negro manto de la muerte, de esa siniestra dama que le es tan familiar al cabo, una vez que se ha cernido tantas veces sobre las camas de sus vecinos, algunos, amigos, además. Lo malo –lo bueno, a veces- es que de un hospital siempre se sale. Para morir, para vivir, pocas veces para volver... Y Pilar es una fija a esa cama, en ese lugar en que la han situado. Y ha visto a mucha gente entrar y salir de ahí. Personal de enfermería, médico... Ella les da la entrada, a veces con un susto, con una broma de ellas, como las de los “bisas” en la “mili”. La veteranía es un grado y Pilar es la más veterana entre los veteranos. Lorsen está encantada, seguramente más que su hija. Larrea le dice luego que ahora piensa que Pilar es más lista de lo que creía, que se da cuenta de todo. Y piensa que la comunión podría hacerle mucho bien. Psicológicamente. Lorsen quiere que sea cuanto antes, y fijamos una fecha provisional para la semana próxima. Pero luego sigue la vida, y el funeral por el hijo de Julián nos congrega en la Iglesia de San Pedro, abarrotada. Yo no quepo y escucho las palabras de mi mujer sobre los preparativos de la primera comunión. Julián viste de “sport” en tonos blancos y negros. Me besa en las mejillas y le pregunto que cómo está. Su contestación me impresiona: “Un poco muerto, cuando me enteré de la noticia, otro poco más en el momento de la incineración, ahora otro poco más, mañana...” Y Tere Hermana, compañera y amiga, nos dice que el rito de la incineración ha sido espantoso. Una oración rezada por alguien, una cortina que se cierra, un ruido... y ya está. Lorsen asegura que no quiere eso, en contra de lo que fuera su idea inicial. Y yo pienso que se trata de una página horrible, que no hay buen responso, ni buen fuego, ni buena tierra, ni buen enterrador. Y Julián se irá muriendo todos los días un poco, en el recuerdo de su hijo. Y su sonrisa de siempre, a veces se le quedará travestida en mueca desencajada. Y los demás viviremos, tal vez, siquiera para contar cómo mueren los otros, como morimos nosotros.

jueves, 26 de julio de 2012

Intercambio se solsticios (410)

Se tomaban su tiempo. La verdad era que no querían llegar demasiado pronto, ni siquiera sabían si tenían que llegar. A su regreso, Juan Carlos Sotomenor les tendría reservadas sus nuevas instrucciones. Y lo más probable era que esas ordenes incluyeran un ataque, aunque fuera a la desesperada, a la sede de Chamberí, donde seguramente ya jaría tiempo que les esperaban. Derivaron hacia eñ Paseo de la Castellana, evitando regresar por Serrano hasta encontrarse con Príncipe de Vergara, después Alfonso XIII e inmediatamente conectar con Padre Damián para seguir directo a Agustín de Foxá y de allí a la estación. Lentamente, los dos coches recorrerían un trayecto de apenas diez minutos para convertirlo en todo un viaje de veinte o veinticinco. - ¿Y qué buscamos ahora en Chambero, jefe? -preguntaba el numero dos de la expedición, el que parecía más un homínido que una persona. En realidad, eran ellos los que parecían haber regresado a la etapa anterior al eslabón perdido, entre el hombre de Cromagnon ya el de Neanderthal, quienes mejores posibilidades tenían de sobrevivir: la fuerza bruta había sustituido a la inteligencia, la ferocidad a la astucia. Claro que, combinadas ambas, el tándem se volvía indestructible. - Vamos a Chamberí porque allí es donde se va a producir un enfrentamiento -contestaría Romualdez-. En el caso de que no estén ya en la pelea, claro. Y donde hay ese tipo de acontecimientos, ya te figuras, es donde existen las oportunidades... El homínido se quedaría pensativo durante un largo instante, pata musitar a continuación: - ¿A qué oportunidades te refieres, Celestino? - No lo sabremos hasta que no nos encontremos ahí -contestó este gravemente-. Ni siquiera sabremos hasta entonces si existe o no alguna oportunidad de algo. Derivaron hacia el exterior. Allí, el saharaui se apercibió del amplio aparcamiento en el que apenas unos coches dormitaban en aquella larga noche. Una rápida mirada, suficiente para dar con el lugar preciso. - Nos esconderemos entre los surtidores de la gasolinera -dijo. - El mejor lugar... comentaría Sotomenor con una sardónica sonrisa. - ¿Te parece? -repuso Bachat ufano. - El mejor lugar paa salir vivos si se produce una balacera -completaría Sotomenor su frase remedando un acento sudamericano tan lejano a sus orígenes bilbainos. - Eso es lo que debes evitar, precisamente -le contestó el saharaui. Y el jefe llegó toda vez que la cercanía de su estampa le hacia más visible, los dos coroneles pidieron notar su aspecto congestionado, al que seguía una voz, que si bien contenida, ponía en evidencia un mayúsculo enfado: - ¿Qué está pasandoa aquí? -preguntó Romerales encarándose a Corted. - Nada que no sea seguir el protocolo establecido -aseguró el aludido. - Sabias que yo había ido en busca de Paco de Vicente y de los Brassens.... -le espetó El consejero de interior, observándolo fijamente. Corted no dijo nada, así que Romerales continuaría. - Está bien. Mantendremos el operativo hasta que vengan los de Chamberí. Luego hablaremos de todo esto.

miércoles, 25 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (409)

Pero no todas las iniciativas, probables e improbables, procedían de Paula. Como se ha dicho, Raúl Brassens acudía su casa acompañado de un notario. De la inspección practicada por ambos se deducía que no estaban a la vista los documentos que hacían referencia al primer divorcio de Raúl, que nada tenían que ver con Paula, como es lógico. Eso ya lo sabía Raúl, pero le interesaba que ese dato constara en el acta notarial. No aparecieron tampoco dos relojes: un Cartier de pulsera y un reloj de oro de bolsillo que había pertenecido a su padre y a su abuelo. Llegado el mes de septiembre, el notario requería oficialmente a la argentina a que devolviera documentos y relojes. NPersonada, en tiempo oportuno, la porteña en la notaria señalaba: - Las carpetas han aparecido en el garaje. De modo que los documentos estaban a salvo y, entregados al notario, estarían muy pronto en poder de Raul. En cuanto a los relojes, Paula mentiría una vez mas: - No me acuerdo de ellos. Ya se podían dar por perdidos. No se agotaba en esa la iniciativa de Raúl Brassens y su renovado equipo en el proceso de su separación/divorcio. Se lo decía Jacobo Bono: - Tienes que recuperar lo tuyo. Y era suya la mitad de la renta correspondiente al alquiler del bajo comercial que ahora albergaba a una hamburguesería. De modo que Raúl se dirigió hacia el local con un documento cuya recepción hizo firmar al arrendatario, lo que este hacía sin oponer resistencia alguna. A partir del mes de octubre deberían pagarle unos 900€ por ese concepto. Pero la más importante de sus iniciativas no estaba entre estas. Reunido con sus asesores jurídicos, Raúl Brassens llegaba a una conclusión de gran interés. Pero hagamos un poco de historia. El chalet familiar que adquirían en su día Paula y Raúl en régimen de sociedad de gananciales, procedía en su mayor parte del importe de la venta de un piso que era de titularidad privativa de Raúl. Lo que le dijeron sus asesores era que ese crédito no tenía sentido que se practicara sobre la nueva vivienda, pero sí que se planteara respecto de la sociedad de gananciales. Es decir, que en el momento en que se produjera la ruptura de la sociedad de gananciales, con el divorcio, la sociedad devolvería a Raúl Brassens el importe de la cantidad inicial que aportaba este para la compra del chalet más los intereses anuales del Banco de España. Era, según le dijeron los abogados una demanda que los jueces estimarían favorablemente. Y que dejaría la parte que Paula se llevaría por la operación extraordinariamente reducida”, pensó Raúl.

martes, 24 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (408)

El caso es que yo no sé ya muy bien si quien tiene más ilusión por la primera comunión de Pilar es ella misma o mi mujer. Ese sábado por la tarde la visitamos y afortunadamente aún no ha tomado su merienda. Como de costumbre soy yo quien debe introducírsela a través del receptáculo habitual. Pero la comida –que es natural, como nos previene la enfermera- no pasa, y hay que ayudarla comprimiendo el tubo. Invierto un tiempo bastante largo en la gestión. Una vez que acabo, me advierte Lorsen que hay una persona conocida que me quiere saludar. Se trata de un compañero de la Junta Local del PP de Getxo. Es médico. Tiene un niño que va a cumplir 15 años el próximo lunes y que se está muriendo. Me cuenta la evolución del caso con esas palabras técnicas que utilizan los médicos –tumor, quimioterapia... entre las pocas que conozco-. Mi amigo no puede desprenderse de su condición de padre, pero está animoso en medio de todo, dice que estaba más o menos previsto, que es mejor que Dios se lo lleve cuanto antes, que no sufra... Y entonces, como es habitual en mí, yo no sé decir nada que pueda confortarle desde ese punto de vista. Porque no sé qué cosa es esa de Dios, Yo no lo he visto nunca junto a la cama de mi hija, de mi madre. No he sentido su presencia en los momentos dramáticos que he tenido que atravesar a lo largo de 46 años de brega difícil en esta tierra. Ese Dios que se lleva y trae a la gente como si fuera una especie de grandísimo barquero que atraviesa un caudaloso río y luego se despreocupa de su carga. Lo mismo que no se encuentra nunca para aliviar nuestro dolor, también es posible que no esté en esa otra orilla del río, la del cielo. Y cuando ese otro gran barquero que sí existe de verdad y que se llama la muerte, te deja en la parte negra de tu vida, un profundo agujero fabricado de nada, que es de donde en todo caso venimos. Le doy una palmada a mi amigo y le digo que por lo menos parece que lo está llevando bien. Y le cuento entonces lo que le pasa a Pilar. En ese mismo momento mi hija protesta y su madre avisa a las enfermeras: tiene mal color. Una médico la ausculta y Pilar tiene la tripa hinchada y le duele la parte izquierda. La recetan un jarabe y a lo mejor le practican una solución para provocarle las cacas. Pensamos que se le ha quedado atravesada alguna burbuja de aire y que Pilar, inmóvil como está, no es capaz de expulsarla. Le introducen gran parte del jarabe por la boca, no le cabe en la tripa una sola gota más. Pilar pide un poco de tranquilidad y nosotros salimos del hospital. Según Lorsen es que ya el organismo empieza a fallar por la parte menos pensada. Yo le contesto que posiblemente se trata de otra cosa, la comida estaba muy densa, no pasaba, la burbuja de aire... Quizás esa misma burbuja de quien no quiere ver que estamos viviendo solamente la prórroga -¿la última parte de la prórroga?- en la vida de Pilar. Y sentado ante el ordenador pienso que se están cerrando demasiadas puertas detrás de mí en este año de 2002. Esta de Pilar es una puerta que se cierra de forma irremisible, porque no creo que detrás de esta se abra otra o que mi hija atraviese después el umbral de otra nueva. Y entonces pienso en mi amigo del PP, que seguramente no podrá celebrar el décimo quinto cumpleaños de su hijo, y no sé muy bien si lo que me dice es lo que piensa de verdad. Siento que compraría esa fe allá donde se vendiera, al precio que fuera, como le decía el socialista Prieto a un sacerdote amigo suyo. Esa mañana de domingo Pilar se encontraba mejor, aunque aún no había hecho sus cacas cotidianas, la hinchazón de la tripa se le había reducido. Y estaba relativamente contenta, De pronto aparece Julio, el padre del chico que se está muriendo. Lorsen quiere verle así que yo le sigo. Es un hombretón que parece salido de “Black Hawk derribado”, una vez vendado por todas partes. Luego hablamos con los padres, y ella se pone a llorar: “Quiero que se muera cuanto antes, que no sufra más”, dice. Y es que su mismo hijo se había dado cuenta de la inminencia de su muerte, y el dolor hacía presa en él como un ejército de sanguijuelas que te devoraran por todo tu interior. Y el mismo chico quería morir... cuanto antes. Las madres y los hijos sienten por el mismo poro de la piel, dicen las mismas palabras, lloran al mismo tiempo y de la misma manera... Regresamos junto a la cama de Pilar, mientras que Julio nos informa del accidente de tráfico que le ha costado la vida al hijo de Julián, el segundo de los jefes médicos de la unidad. Ayer mismo trataba a mi hija de su acceso. Hoy ya es un padre más que entierra a su hijo, como Julio, como yo mismo. Lo malo que no ha tenido tiempo para prepararse psicológicamente. El funeral será mañana, en Deusto. Y yo le introduzco la comida a Pilar, que luego habla con su madre y con la madre del chico que se está muriendo, que recupera por un momento la sonrisa. ¡Estos hospitales del mundo en que algunos enfermos sanan las angustias de los sanos, aunque sea porque una sola de sus sonrisas es la demostración palmaria de que la felicidad puede abrirse paso hasta en los lugares más difíciles!

lunes, 23 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (407)

Celestino Romualdez pensó durante un instante su respuesta. - Andando, sí -dijo por fin. No era Romualdez persona de largas explicaciones, quizás por ello exigía una especie de fidelidad inquebrantable. Pero lo cierto es que no tenían demasiadas alternativas. El Lada Niva estaba absolutamente "quemado". ¡Nadie sabia muy bien si incluso ellos mismos habían quedado infectados por el purulento virus que portaba el ocupante de su asiento trasero. La vida valía poco en aquel Madrid de 2.013, pero era todo lo que tenían. Y la única opción era quedarse por los alrededores de esa zona, antaño cubierta por los hombres de Bachat, o acercarse hasta donde había un cierto ambiente, una oportunidad de algo... poder, dinero... que no era otro lugar más que la sede del Distrito de Chamberí. Allí irían. Y caminando, porque tampoco la distancia entre ese punto y este, en el que se encontraban ahora, era excesiva. De modo que una extraña patrulla, ametralladoras en mano, empezaba a desplazarse con toda la celeridad de que era capaz por entre las sombras de aquella madrugada. Bachat abrió el cajón. Allí estaba la pistola, efectivamente. Comprobó que estaba cargada y la empuñó con fuerza. Dejó el cortaplumas en el mismo cajón de donde había extraído el revolver: ya no le haría falta para nada. - Está bien. Ahora vamos a esperarlos -anunció el saharaui. - Como quieras -contestó Sotomenor encogiéndose de hombros. - ¿Dónde me sugieres que nos escondamos? -preguntó Bachat, no sin cierta carga de ingenuidad. - Creía que aquí el que mandabas eras tú -repuso el jefe de la policía de Chamartín. El saharaui acercó el arma hacia la cabeza de su homologo. - Es una pregunta que deberías responder. - No sé -empezó vagamente Sotomenor-. Ellos vendrán aquí directamente... - O sea que es aquí donde no podremos quedarnos. La respuesta fue otro encogimiento de hombros. - Está bien. Vamos a darnos un paseo por aquí, a ver si localizamos un sitio más seguro -anuncio Bachat. Jacinto Perdomo había servido muchos años como militar en el Sahara. Quizás por eso sus ojos se habían habituado a percibir cualquier mínimo detalle aunque reinara en el ambiente la oscuridad más absoluta. Desde lejos pudo percibir una ágil sombra que se movía hacia ellos. - Pues ahí tienes a tu jefe -aseguró a Corted. -¿Qué? - Cristino Romerales. Que acaba de salir del coche y viene hacia nosotros. - ¡Cuidado! -exclamó Corted-. ¡A lo mejor te engañan tus ojos y se trata de uno de los de Sotomenor...! ¡Ti... Pero Perdomo ya tenía un viejo revólver en la mano. - Aquí nadie va a tirar contra nadie, Damián. Tú te vas a quedar quieto hasta que llegue el jefe.

viernes, 20 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (406)

¿Por qué Paula había llamado a un notario?-o decía que lo habia hecho, la argentina faltaba a la verdad con mayor frecuencia que la acataba. Paula tenia por particular costumbre la de responder a Raúl con la misma moneda que este había empleado con ella -una costumbre que también él tenía, aunque sus consejeros conseguían reducir el número de sus contestaciones. Lo cierto era que Paula y Raúl vivían en una permanente querella. Pues bien, en el mes de julio, Raul aparecía en su vivienda -si bien no habitada ahora por él- con un notario amigo, afín de establecer un acta de los bienes gananciales y privativos de especial valor -cuadros, muebles...- La argentina no estaba en casa, pero avisada por Sam aparecía a los pocos minutos. Alterada, Paula calificaeía la visita de “circo”. Claro que, circense como era ella, aparecía con un notario, esta vez totalmente innecesario, para retirar un coche que era suyo -si bien ganancial- y cuyo producto debería por consiguiente dividirse entre ambos. El regreso a Madrid, después de las vacaciones, no quedaría tampoco exento de dificultades. Ese inevitable -para los padres con hijos- capítulo de gastos en libros, uniformes, zapatos, “babys” y otros complementos se cernía como una nueva tormenta sobre la tortuosa relación matrimonial. Corta de presupuesto -a lo que parecía, aun no había vendido el todo-terreno “recogido” en el pueblo catalán-, Paula señalaba a través de Susana otra exigencia de las suyas: 1.000€ a justificar. Raúl ofrecía la alternativa de costumbre -reserva por Paula de todo el material que después él pagaría. Nuevamente la porteña se negaba a eso y -según parece- convencía a Pachito, su amante, para que atendiera ese gasto. Sin embargo nada se dijo al respecto, pues semejante convesión hubiera perjudicado seriamente las aspiraciones de la argentina -cada vez más remotas ya- a percibir una pensión compensatoria. Ese pozo de sorpresas sin fondo que era Paula volvía a manifestarse a los pocos días Y lo hacia, como en ella era costumbre, a través de Susana. A principios de octubre la niña celebraba su cumpleaños y se le había ocurrido -a su madre, lo reconocía Susana- que un buen regalo parpodía ene ración podía consistir en un arreglo de su habitación. Se trataba de una obra, por la que su cuarto se ampliaría, incorporando el espacio del baldón al que este tenía salida. El volumen -e importe- de la obra hizo torcer el gesto a su padre. No era ademas adecuado para un regalo de cumpleaños. - Ya no vivo en esa casa -declaró Raúl-. Así que no voy a hacer ninguna obra. Pero podía existir una razón adicional para que Paula planteara esa posibilidad. No, no se trataba de un beneficio para su hija. Probablemente Paula preendía otra cosa: el hecho de que Juana, su madre, viviera con ella, y fuera una mujer impedida en una casa que no tenia las condiciones requeridas para ella: se trataba de colar el importe de dos obras en una. Raúl Brassens se negaría en redondo. Al principio Susana se enfadó con él, pero pasadas un par de semanas ya se había calmado y volvía a sus bromas de siempre para con su padre.

jueves, 19 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (405)

Y su madre prosigue con las tareas que le inquietan. Vuelve por lo tanto a ocuparse de la primera comunión de Pilar. Para ello habla con don Eugenio. “Tu hija me desprecia”, le dice con una expresión que Lorsen entiende en un primer momento como lastimera. “No es extraño –justifica ella-. A Pilar le hacen un trabajo negativo mucha gente”. “No puedo darle la comunión. Para eso tiene que ser consciente”, dice el cura, con la frivolidad de quien ni siquiera se ha tomado la molestia de hablar con las profesoras de Pilar. Resulta extraña la capacidad de ciertas personas de tomar la medida a otras. “Pilar no es consciente”. Afirma el sacerdote del alzacuellos y clergiman perfecto, con unas gafas de diseño a las que ha superpuesto unos lentes oscuros para cuando da el sol. “Además. Tengo mucho trabajo”, agrega el representante de la iglesia católica. “Se cree que es el ‘Rey del Mambo’”, me explica Lorsen cuando vuelve a casa, cansada, abatida, furiosa. “¡Y es el mismo cura que me decía que Pilar podía comulgar a través del tubito por el que se le introduce la comida, con un poco de vino!” El mismo sacerdote al que le dedicaba un ejemplar de mi libro "“Sin perder la dignidad”, como estratagema para que Pilar aceptara lo que quiere su madre, pero que ha rechazado a este nuevo cuervo de los tiempos actuales que resuelve los niveles de inteligencia de la gente, corriendo como un galgo por entre las camas de los enfermos de Cruces, saludando a las enfermeras del hospital. “Si es que se cree muy ‘guapito’”, insiste Lorsen, con esas gafas que usa”. Pero don Eugenio viene a apartarla con un gesto de su mano. Hay mucho trabajo, mucho enfermo en esta residencia enorme, y él no puede perder el tiempo con una niña a la que jamás podrá comprender, porque a base de conocer los problemas de la gente que sufre, don Eugenio ha perdido sensibilidad -¿la tuvo algún día?- y se le ha vuelto la piel callosa y gruesa, y no le llega nada al interior. “Estoy dispuesta a escribirle al mismo Papa”, me cuenta Lorsen dolida, “para decirle que ha perdido a una creyente más, por culpa de los ministros que tiene su Iglesia”, le dice a una de las profesoras de Pilar, que es de Maruri, un pueblo de Vizcaya, cuyo párroco bien pudiera hacer eso a lo que el “Rey del Mambo” no parece dispuesto. Y Lorsen no sabe muy bien qué hacer, hasta que le recuerdo quién es el párroco de Maruri, Jacobo Larrea, un cura comprometido con las libertades, contra el terrorismo y más que cáustico con el nacionalismo. Un sacerdote que tiene el euskera como primera lengua materna y que destroza el idioma castellano con la gracia de los chistes de vascos. Jacobo que entraría en el hospital y cautivaría a Pilar con un “Zer moduz?” cualquiera. Jacobo está dispuesto a hacerlo. Lorsen está tranquila ya. Y yo participo en un debate en una televisión local, un debate enlatado que se pasará por la noche. Mientras hacemos “zapping” por entre los canales que recibe nuestro aparato, aparece un extraño festejo: el centenario de un programa también local, que no se corresponde con el que buscábamos. Cuando voy a apagar me dice Lorsen: “¡Mira. Es don Eugenio, que está brindando con champán!” Y cuando me fijo en la pantalla observo que hay un cura de los de antes, el clergiman y el alzacuellos, sosteniendo una copa de cava y expresando palabras de agradecimiento por encontrarse en ese programa, rodeado por la gente más heterogénea. “No tienes tiempo para mi hija, y sí para estar en esa fiesta, con tal de salir en la televisión”, le acusa Lorsen con amargura. “Por la televisión o por la radio”, le cuenta luego otra persona. “Porque habla en un programa”. Entonces mi mujer me asegura que se va a enterar del nombre de la emisora, porque quiere dirigirse a ella y contar lo que hace este tipo con sus “feligreses” de Cruces. Yo me sonrío para mis adentros. No sé si lo hará finalmente, a lo mejor se le pasa. Pero es muy capaz de armar una buena.

miércoles, 18 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (404)

- ¿Pero es que te has vuelto loco, Damián? Jacinto Perdomo había conseguido llegar con cierta agilidad, a pesar de sus avanzados años, a la puerta de la sede política de Chamberí, donde la gente de Corted acababa de hacer fuego sobre el todo terreno de Francisco de Vicente. Corted tenía una expresión alucinada. Parecía observar a su compañero de profesión desde la infinita distancia que producen los siglos. ¿Venia este de alguna guerra de las clásicas? ¿De aquellas campañas o asonadas en las que se forjaron los prohombres de la patria, Indívil y Mandonio; Padilla, Bravo y Maldonado; Daoiz y Velarde? A veces parecía que el coronel recibía sus instrucciones del Más Allá y que su único intérprete era él mismo. Jacinto Perdomo debió repetir su pregunta. - He recibido instrucciones de Cristino Romerales, que es el que puede darlas, en el sentido de rechazar una agresión que viene del enemigo... -Sí,. Ya. Se Chamartín -le atajó Perdomo-. Pero el coche sobre el que habéis abierto fuego era el de Paco de Vicente. - ¿Y quién es ese? ¿Se trataba de una pregunta retórica, formulada por quien ya se conocía la respuesta, o era más bien la expresión de ese ser salido-de-no-se-sabía-dónde y que se encargaba de una tarea que él mismo desconocía. ¿O es que Damián Corted quería acabar con los ocupantes del vehículo para después hacerse fuerte en el distrito y provocar una especie de golpe de estado sobre Juan Andrés Sánchez, el presidente de Chamberí, a la manera de lo que ya había funcionado en Chamartín con Cardidal-Sotomenor? -¿A ti qué te pasa? ¿A qué estás jugando? -preguntó Perdomo. - Yo no estoy jugando a nada. Solo he recibido instrucciones. En el interior del Porsche, Vic Suárez, Francisco de Vicente, Cristino Romerales y Jorge Brassens hundían sus organismos en los más profundos recovecos jamás intuidos en ese coche. Habían permanecido un larguísimo lapso de tiempo de quince o veinte segundos en el más absoluto y espeso de los silencios. Un silencio que rompió Cristino. - ¿Estamos todos bien? Uno a uno, los cuestionados fueron reportando afirmativamente. - Bueno, Cristino y Paco, vosotros sois los jefes en esta plaza -afirmaría Jorge Brassens antes de preguntar-: ¿Qué paso debemos dar ahora? - Quedarnos aquí... -insinuó Vic, que intuía ya que esa seria la ultima noche de su vida. - En realidad, aquí el,jefe es... - ... Sí -interrumpía ahora Romerales a De Vicente-. Como ya llevan un rato sin actuar voy a ver qué pasa... Extrajo el arma de su cinturón. Le quitó el seguro. Y salió del coche con una rapidez sorprendente para el volumen de su organismo.

martes, 17 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (403)

“La educación, lo primero”, le había dicho Paula. Y es que, para la argentina, la educación era mas una apariencia de formalidad que de fondo. La educación -pensaba Jorge Brassens- consiste en un interior obtenido a través de generaciones en que los seres humanos vemos cómo se nos imponen limitaciones a nuestro libre albedrío, aunque sólo sea para que así sepamos que no somos los únicos vivientes en el universo. “La libertad de cada uno termina donde empieza la libertad de los demás”, rezaba el viejo axioma liberal. Y no bastaba con la corrección del reconocimiento, con un frío beso o un saludo; porque el saludo, aún distante, equivalía a desear la salud de tu interlocutor. Además, la gente -la gentuza, máas bien- debía saber que sus desmanes recibían su justa correspondencia en los dessires de los demás. Pero la denuncia por malos tratos no terminaba ahí. Aún faltaba la sentencia definitiva y, antes de esta, Susana Brassens debia declarar. Resulta dificil, desde luego, discernir sobre lo que se puede hacer con una niña de 12 años, que vive con su madre y depende por lo tanto de ella, cuando se quiere que sus manifestaciones ante el Juez no te perjudiquen. Paula recurría a la psicóloga que había tratado en su tiempo a la argentina. Esto le pareció a Raúl que era un buen presagio: Rosa -la especialista- era persona de la máxima confianza de Raúl y este esperaba de ella que realizara un buen trabajo de convencimiento en orden a que la declaración de Susana fuera inocua para su padre. Rosa se reunía con la niña, tras de lo cual se ponía en contacto con Raúl. - No hay nada que hacer -le dijo-. Está totalmente dominada por su madre. De modo que Raúl se dedicaría a procurar influir sobre su hija: la llevaba a cenar a sus hamburgueserías preferidas e insistía en provocar el tema de conversacion que se refería a esa confesión judicial. Susana entonces se tapaba los oídos y pedía a su padre que no le volviera a mencionar el asunto. Raúl variaba entonces de táctica -que no de estrategia- y dejaba de referirse a él para centrarse en conceptos mas elevados. - La verdad -le dijo-, es lo que te he inculcado siempre. Tienes que decir la verdad. Susana estaba conforme con el consejo de su padre. Lo que no quedaba muy claro era cómo se aplicaba principio tan evidente a este caso, contando con que quien tenia la responsabilidad de llevarlo a cabo era todavía una niña. Así que Raúl continuaba: Tú crees que viste que empujaba a tu madre. Yo te digo que sólo quería cogerle el móvil. -Y, observando directamente a su hija, concluía-: Tienes que decir que crees que me viste empujarla. Otra tarde, Raúl volvía a la carga, esta vez con otro argumento. Este tenia que ver con su hija y su asistencia por parte de Raúl. Le vino a decir que dependía de su declaración que el fuera a la cárcel y que eso supondría que seguramente no podría cubrir sus necesidades vitales. La sola idea de que su padre se viera obligado a ingresar en prisión y por culpa de ella, debió generar en Susana una enorme preocupación. Además, Raúl le dijo que ella debia actuar siempre en beneficio de sus padres: - Si ves que actuamos mal y eso nos puede ocasionar problemas con la ley -le dijo su padre-, lo debes negar Todo esas consideraciones producían en Susana una doble sensación de inquietud y confusión que se veían acrecentadas por su hermana Diana -procedente del primer matrimonio de Raúl- que le haría las mismas reflexiones que las efectuadas por su padre. Llegaría el día de la declaración de Susana. A decir de la abogada de Raúl, la niña formularía previamente una pregunta a la jueza: - ¿Es verdad que mi padre podría ir a la cárcel? A lo que la magistrada contestaba: - Si no tiene antecedentes penales no irá a la cárcel. Más tranquila entonces, Susana declaró que había visto a su madre caer al suelo de su habitación, empujada por su padre. A pesar de su fracaso, Raúl no llegaría comprender que buena parte de la responsabilidad por lo acaecido la tenía él mismo, y la parte que no correspondía a Raúl era de Paula. Susana había sido solamente la íictima propiciatoria en un desencuentro familiar. Y es que Raúl Brassens había fallado en su táctica en varios aspectos: el primero, porque, con la pretensión de forzar la declaración de su hija, había faltado a la verdad: él no iría a la cárcel; la segunda, porque, en sus manifestaciones, le planteaba algo que pugnaba con las nociones que, tanto ellos mismos -sus padres- como el colegio habían imbuido en ella: que la verdad se encontraba por encima de todo -sólo la vida debía encargarse de poner en evidencia lo relativos que son las más de las veces los valores- y tercero, porque entre la verdad a toda costa y su relativización, Raúl había introducido una auténtica torrentera de confusión muy poco propicia para una mentalidad -siquiera despierta como lo era la suya- de una niña de 12 años. Y como no lo supo ver, Raúl mantendría a partir de ese momento una actitud distante hacia su hija -que ella hacía de manera recíproca respecto de su padre-, repitiendo que su declaración le había producido un serio perjuicio. - Pero yo se lo pregunte a la jueza -respondia Susana en ocasiones- y ella me dijo que no irías a la cárcel. - Pero tendría antecedentes penales -contestaba Raúl entonces-. Y eso me puede hacer perder muchos clientes.

lunes, 16 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (402)

Esta noche, a mi regreso de Madrid, la cosa vuelve al cura aquel, don Eugenio, que Lorsen quería que le suministrara la primera comunión a Pilar. Mi mujer ha hablado con el sacerdote y se encuentra muy decepcionada. “Se cree el Rey del Mambo”, según ella. “Si es que me rechaza”, le ha debido decir el hombre de Dios. Para agregar que Pilar no sería consciente de lo que recibiría, eso sí, sin que para llegar a esa conclusión le haya sido necesario hablar con su profesora. “Este cura es un portento”, digo. Pero además le ha dicho que no tiene tiempo. A Lorsen le falta lo que parece no tener el sacerdote -tiempo- para contárselo a todo el mundo. Lo conseguirá, seguro. Lorsen conseguirá que algún cura le dé a Pilar su primera comunión. “It is love that we are made; In love we disappear”. Quizás era sólo eso, Pilar, lo que tu madre y yo le decíamos a tu médico preferida, a la jefa –o co-jefa- de los médicos que te atienden: que el amor quiere, lo primero de todo, evitar el sufrimiento. Y añado yo ahora, cuando escucho la voz grave del poeta Cohen diciendo esos versos, palabras sin duda que injustas para una buena parte de la humanidad, que no nace precisamente del amor, sino de otras muchas circunstancias humanas, como lo puede ser el egoísmo, la conveniencia, la oportunidad... No, el amor no es la única de las razones para existir, pero es verdad que al menos el poeta y yo mismo estamos de acuerdo en que sí es la razón mayoritaria para que esta cosa maravillosa que es la vida suceda. Es, desde luego, el caso de tu madre y de tu padre, Pilar. Es tu caso. Fuiste hecha en el amor, y en el amor te estás marchando. En ese mismo amor que tú nos das, desde la inconsciencia de tu condición de enferma ¡ay! ya terminal Porque tus sonrisas son ya irrepetibles e impresionantes por su calor, por la sensación que tenemos ya tus padres de que serán las últimas. Lo mismo que tus innumerables gestos de ternura. Ayer me llamaba mamá desde el hospital para que tú me propinaras uno de tus sonoros besos. Y ya no eres una cicatera administradora de caricias, como eras antes, sino que te prodigas en ellas como si supieras, ¡pobre Pilar!, que ya te quedan muy pocas que repartir, muy poca vida para la compañía, para la felicidad entre nosotros. Queremos que termines en amor, no en sufrimiento, ni el sufrimiento exterior ni el interior. Queremos una imagen tuya prendida a tu sonrisa más amplia, aunque resulte una sonrisa excesiva, aunque salgas más guapa en las fotos cuando estás un poco –sólo un poco- más seria. Y me pregunto en estos momentos si se puede ser feliz hasta el final, hasta que tuerzas por un momento el gesto y esa sea la oportunidad para que te adjudiquen una dosis de morfina continuada, que te deje fuera de combate, hasta que todo termine. Supongo que eso será muy difícil, pero sé que lo vamos a intentar. Aunque no nos dé tiempo a verte sonreir conscientemente sabiendo que esa es tu última sonrisa, aunque dejemos en el aire el último de tus infinitos besos, Pilar, quizás porque pensemos, pobres de nosotros, que eso son precisamente tus besos, Pilar, infinitos. ¡Qué equivocados estamos siempre!

viernes, 13 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (401)

- ¿Que qué me pasa? ¡Que estoy bien jodido! ¡Eso es lo que me pasa! -contestó el ocupante del asiento trasero. - Eso estaba bastante claro -repuso Celestino Romualdez con una de sus habituales sonrisas irónicas-. Lo que me gustaría saber es si te han diagnosticado algo. No sé, alguna enfermedad... El aludido respondía transido en un vahído de dolor: - En Chamartín no vemos a los médicos ni en fotografía. - Así estamos desde que empezó a joderse España... -observó filosófico Romualdez. - ¿Y cuándo empezó a joderse, jefe? - Esa es la cosa, Zavalita -siguió Celestino, muy en "Conversación en la Catedral"-. Pero ahora es mejor que nos deje,os de chorreadas y vamos a lo nuestro. - ¿A lo nuestro? - Recapitulemos. Este tío está bien jodido, como él mismo dice. Es posible que tenga la peste o algo así. En las condiciones en que vivimos, con las ratas merodeado por todas partes, no seria de extrañar. - O sea que le pegamos un tiro y nos hacemos con el coche.... - No sé. Déjame que lo piense. En realidad, lo mejor seria prenderle fuego, porque si se trata de la peste, nos podríamos contagiar... A lo mejor ya Lo estamos ya... - ¿Y nosotros qué hacemos? ¿Desplazarnos a pie? - No tenemos tiempo que perder -anunciaría Bachat a su homónimo en la Junta de Chamartín. - Bueno... -repuso Sotomenor, como si la cosa no fuera con él. - ¡Levántate! El responsable de Chamartín accedía a la orden con la parsimonia de un hombre de noventa años. - Ahora dime dónde tenéis las armas. - ¿Armas? ¿Que armas? - Las que tenéis en esta junta. - No lo sé. Yo no estoy al cargo de esas cosas... - Te conozco, cabrón. Y sé que tú lo controlas todo en este puto sitio. - Si tú supieras... Bachat empujó al chamartinense hasta sentarlo nuevamente en su butaca. puso la punta del cortaplumas justo por debajo de la oreja izquierda del jefe de policía y le produjo un hábil corte. Sotomenor no pudo evitar un aullido de dolor. - ¿Escuece, verdad? Pues peor será lo que va a venir después. -Y, acercando su rostro hacia el de Juan Carlos, Sidi recuperaba su expresión de árabe furioso para espetarle: - Tú no sales vivo de aquí. Sotomenor debió realizar en apenas unos segundos un sencillo calculo de supervivencia. El mínimo para responder. - Está bien. Tú ganas. Lo único que tengo aquí es una pistola. - Puede servir -aseguró el saharaui-. ¿Y dónde la tienes? - En este cajón. - ¿Y la llave? - No está puesta.

jueves, 12 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (400)

Pero una vez que llegaban las vacaciones, y después de no pocos tiras y aflojas, Susana admitía pasar diez días con su padre en la localidad catalana en la que su este disponía de una casa de veraneo -es decir, que su madre la permitía ir, en uno de esos correos fogosos, dolientes y combativos que acostumbraba la porteña. La estancia estival produciría un efecto taumatúrgico entre padre e hija. Especialmente en esta última, que pudo comprobar que su universo era más amplio que el siempre reducidísimo mundo de su madre. Tan relajada se encontraba, que el mismo día central de las fiestas de la localidad en que se proyectaban sobre el mar unos fuegos artificiales de gran fama, que los Brassens seguirían desde el barco de un amigo, llamaba Paula a su hija. Esta le hacía el siguiente comentario: - Vamos a ver los fuegos desde el barco de papá. - ¿Queee? -exclamó la argentina, casi al borde del paroxismo. - Es una broma -dijo Susana, para la que su primera afirmación no era otra cosa que un juego de niños. No había sido fácil, sin embargo, que Susana llegara a Barcelona con su padre. Agobiada por ls ausencia de ingresos y refractaria a la contención en sus gastos, Paula escribía uno de sus impertinertes correos conminando a Raúl a que llevara un dinero a su casa para que ella pudiera comprar unoss trajes de baño para su hija. En realidad, una vez más, lo que intentaba la argentina era procurarse de dinero para sus gastos; pedía 1.000€ y no gastaría ni 50 en su hija: a diferencia de lo que practicaba con ella misma, siempre vestía a Susana de baratillo. Raúl pidió por el contrario que Paula seleccionara la ropa de baño y que después él la pagaría, pero ya se sabe que la porteña no era mujer fácil –cuando menos no lo era en aceptar las propuestas de su todavía marido-: los trajes de baño debieron esperar hasta su llegada a la localidad veraniega. Lo cierto era que la situación económica de Paula era todo menos desahogada. Disponía, era cierto, de pocos recursos para tanto gasto. Hagamos un somero repaso de la situación: Paula disponía de unos ingresos fijos de 2.700€ mensuales, a los que debía sumar algo más de 300€ que cobraba su madre por su pensión (respecto de este último extremo haremos algun comentario en su momento). En cuanto se refiere a los gastos, debía descontar los de agua y electricidad, qud Raúl seguia satisrespondiéndoles actos respondiendo a la educación de Susana que se mantenian por el mismo financiador. Los gastos asumidos por la argentina se referían a la comida -y la bebida, la porteña era una notable consumidora de cerveza-, para lo que Paula disponía de una tarjeta del Corte Inglés, con una cobertura de 900€. Debía pagar 3 sueldos, el de Samantha, la ecuatoriana y el de las dos vendedoras de su tienda, a lo que se unía el alquiler de un almacén que le costaba unos 700€. Una ruina, por lo tanto, una verdadera quiebra. Pero una quiebra provocada por ella. Y es que Paula contaba con una principal enemiga: ella misma. O dicho de otro modo, un desastre de administración en un cock-tail en el que se integraban su orgullo, la voluntad de humillar a Raúl y su pésimo talento administrador. Era ella la que provocaba la limitación de recursos para gastos corrientes, al impedir que “Sam” visitara a Raúl en su despacho: las cosas debían hacerse como ella ordenara o no se hacían. Por lo tanto, no se hacían. Era ella la que sometía a su propio negocio a una extraordinaria presión, pagando a dos vendedoras y un almacén que costaba lo que una vivienda. Juana -la madre de Paula- estaba, como ya se ha señalado, ingresada en una residencia cuyo coste asumia Raúl. Concluida su convivencia y en trance de disolución su matrimonio, Brassens resolvía no atender al pago de los correspondientes recibos. Pero Raúl había tramitado de la Comunidad de Madrid la pensión que correspondía a Juana. Y lo hizo con éxito. Pero el pago efectuado por la institución solo abarcaba la cantidad acumulada desde la peticion de la prestación, no desde el momento en que Juana había acreditado su derecho a la misma. Enterada Paula de esta cuestión, resolvía con la seguridad en ella caracteristica: - Como Raúl lo ha hecho bien, que él prepare el recurso. A lo que el aludido contestaría que era mejor que lo gestionara otro abogado. Y claro que Paula queria ese dinero “ganancial” -para él-, “gastancial” -para ella-. Porque la argentina quería conseguir el capital suficiente para vivir con holgura el resto de su vida. Claro que nadie sabía muy bien si ante su derrochadora forma de comportarse, Paula no enterraría ese patrimonio en unos pocos meses. Pero ese “argentino” que le salía a Paula no aceptaba la humillación sufrida por el corte de ingresos al que Raul la había sometido. Eso era para ella un castigo humillante, la gran señora que ya no podía hacer su santa y estrepitosa voluntad, como ella acostumbraba. De modo que decidió pagar a Raúl con la misma moneda. Ya no se trataba sólo de obtener su dinero, tenía que humillarlo. Así que le enviaba correos a diario, insultantes, sarcásticos; volvía en ellos -y con frecuencia- a la acusación de maltratador y le llamaba “patético” a la cara en presencia de su hija. Raúl sentía el impulso de contestar, pero ni Jacobo Bono -su abogado-, ni Jorge -su hermano- se lo permitían; de modo que la frustración debia anidar con fuerza en ella. Porque a Paula le gustaba discutir con su marido, ya que siempre ganaba en la porfía: a una arrabalera no la gana ni un arrabalero, y Raúl pertenecía a una familia cuyo abolengo no era precisamente rancio, pero había sido ennoblecido con grandeza de España por el abuelo del actual Rey y había recibido una esmerada educación: nunca se habían encontrado en el mismo nivel, por consiguiente, y menos aún en aquellos momentos. No había terminado aún la estancia de Raúl en la localidad catalana cuando acaecía un acontecimiento que no podemos dejar de reseñar. Partidos Jorge y Vic de retorno a su pueblo del pirineo navarro, Raúl y Susana estaban invitados a cenar por sus vecinos. Con insistencia demandaba Paula a su hija -en llamada aparentemente producida desde Madrid- que le relatara sus planes para esa noche. - Vamos a casa de Elisa, la de abajo -refirió la niña. A su regreso, por la noche, Raúl no vio nada. Cansado despues de una jornada de playa a la que se unía la opípara cena y el alcohol correspondiente, los Brassens accedían a sus camas y descansaban plácidamente. La mañana siguiente Raúl era despertado por el soniquete de su “black-berry”. Le haíia entrado un correo. No se lo podia creer. Paula le informaba que, amparada por las sombras de la noche y sabedora de que padre e hija cenaban fuera de casa, la argentina habia entrado en el piso, cogido las llaves del vehículo que les servía como medio para desplazarse por aquel pueblo de la costa mediterránea. Y que lo había hecho en compania de un notario. Una breve inspección realizada por Raúl determinaría que la argentina se había llevado también 50€ que él había dejado sobre la encimera de la cocina destinados a la asistenta por horas que había contratado para esas vacaciones. Por suerte, Raúl había tenido la precaución de guardar el resto del dinero a buen recaudo y en lugar diferente al habitual. - Tu madre es una mentirosa -dijo a Susana. Pero de regreso a Madrid, Paula volví a a instrumentalizar a su hija, que justicaba a su madre con las palabras siguientes: Bueno, papá. No es tan grave. Ya sabes: El que se fue a Sevilla...

miércoles, 11 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (399)

Hoy es el día de la familia india –pero sin vaqueros-. A Pilar le pone su madre un vestido plateado de lentejuelas y una tiara de la que surge una pluma: es la princesa india Tigriria como en Peter Pan-; a mí me ha adjudicado un tricornio dieciochesco de color granate y me ha puesto de nombre “Jefe Indio” –ante mi negativa a recibir tratamiento de Rey, y es que Lorsen parece tener en este punto una confusión entre los “indios” de América y los de la India, confusión semejante a la del propio Cristóbal Colón-. En fin, ella misma se coloca una sudadera elástica en la frente de la que también pende una pluma, y a pesar de que tiene preparada una tiara y a que se llama a sí misma “Reina India Anneliria”, Pilar no le deja que se la ponga. A nuestra hija le gustan los disfraces, lo mismo que a su madre, que un buen día consiguió que le disfrazaran el de Peter Pan –precisamente- y andaba todo el día vestida de verde por su casa. En la pizarra que le trajo el Niño Jesús, anunciamos a las visitas de esta tarde –mi madre y mi hermana- el objeto de semejante atuendo. Y yo escribo en ella los nombres de la familia india, pero -como de costumbre- a Lorsen le parece demasiado parca mi expresión, así que ella se afana en ampliarla hasta que no cabe un solo trazo en la pizarra. A Pilar le gusta que le imponga la tiara en sucesivas ocasiones, y que lo haga con una especie de fórmula simbólica, como cuando los papas o cardenales imponen las coronas a los emperadores o reyes. “Yo, gran jefe indio, te impongo, princesa Tigriria, la tiara que simboliza tu condición principesca. Será ella fuente de derechos, pero también de obligaciones. ¿Aceptas tanto unos domo otros?”, le digo con tono teatral, y Pilar, desde su amplísima sonrisa, dice que sí. Yolanda, la encantadora enfermera que la atiende este fin de semana, no para de aliviar sus mucosidades. Preocupada por las noticias que le da su nuera, mi madre visita a su nieta. Por la noche me deja un recado en mi móvil. “Le he dicho que es la niña con la piel de terciopelo”, me dice. “Ha estado encantadora”. Lo está, desde luego. Para evitar que tenga en menor de los sufrimientos le están enchufando todo el oxígeno que la niña necesite. La pelea médica en este caso es una gestión simplemente humana -¿simplemente?-: que la niña no se lo pase mal ni un solo segundo. Viste de rosa. Todos los días no pueden ser días de disfraz, esté o no el carnaval asomado al calendario. Pilar tiene un día cariñoso y por cualquier causa quiere que la besemos y quiere besarnos a su padres. La visita transcurre con toda normalidad y con el ritual previsto por el orden inmutable que ella impone siempre: desvestirla, trasladarla a la cama, cambiarle el “dodoti", aspirarle los mocos (primera vez), darle de comer, aspirarle los mocos (2) y, cansada como está, salimos de la UCI mientras que Pilar no para de besarnos. Ese domingo por la tarde, una vez que he asumido claramente que Pilar se nos está yendo como el agua que se escurre entre nuestras manos, por más esfuerzos que hagamos pir evitarlo, me siento muy triste. Este trabajo tantas veces mecánico de trasladar sobre las teclas y la pantalla del ordenador las cosas más diversas, se me antoja hoy como la misma expresión de mi desgracia. La pantalla y las teclas que trasladan fácilmente al disco duro unos signos, que juntos forman palabras, y unos cuantos más aún ideas, reflexiones, emociones, se convierten ahora en un amplio pañuelo que recoge mis angustias íntimas, mis sollozos quedos. Y me pregunto, sabiendo que no existe respuesta posible: ¿Qué te puede quedar después de dejar a tu hija a un lado de tu camino?, ¿qué cosa puede deparar la vida que sea menos natural que un padre entierre a su hija? ¿Cómo podrér grabar esa sonrisa de Pilar en lo más profundo de tu ser, para que la tuya no se borre jamás, no se convierta en una permanente mueca de abatimiento? Esta tarde de domingo, tardes-de-domingo tan proclives a las depresiones, he descubierto que Pilar me hace mucha falta, que no quiero que se vaya, que no quiero que se muera. Esta tarde he descubierto que este medio-padre que pasea sus desesperanzas por un hospital de Barakaldo, es al cabo un padre entero, al menos en el afecto, en el cariño, en el amor. Que quizás, y a pesar de todas las diferencias que ha tenido con los demás padres -con los padres que conviven con sus hijos-, es un padre como ellos lo son, porque existe una especie de llamada de la sangre, de las entrañas, que reclaman lo que es tuyo, que exigen que no te sea arrebatado. No, no es lo mismo, no puede serlo, que la reivindicación apasionada, urgente, imperiosa, de la madre. Esos nueve meses lo son todo. Pero, sin pretender establecer una competición familiar, entre un padre y una hija se establece casi siempre una relación especial, complementaria, llena de las características que modifican el espacio, la existencia, la comunicación –¿la incomunicación?- entre las generaciones. Padre-entero, medio-padre. Cualquiera que sea la característica de mi condición, asisto muy triste a este desgarro que se me anuncia y que yo asumo con la cabeza aparentemente alta, como parece que resulta habitual en mí. Y quiero estar fuerte, quiero que Lorsen se apoye en mí, que no caiga una vez más en su habitual pozo profundo. Mis lágrimas deberán llorar entonces hacia adentro. En este mundo que me ha tocado vivir -¿vivir?- hay que tapiar muchas veces la expresión de tus sentimientos, no sea que se desboquen en el desorden y sirvan solamente para certificar tu propia debilidad.

martes, 10 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (398)

- Bueno, jefe. ¿Qué hacemos? Juan Carlos Sotomenor apartaba su oreja del móvil y observaba a Bachat, la expresión interrogativa, esperando instrucciones. El saharaui titubeaba. Nuevamente Sotomenor demandaba instrucciones. - Que vengan aquí -susurraría Bachat. - ¿Jefe? ¿Está usted ahí? - Pues nada. Venid hacia la comisaría. - Como usted quiera. - Que vayamos para comisaría -explicó el conductor del Porsxhe. - ¿A comisaría ha dicho? ¡Qué raro! - ¿Qué pasa? ¿Crees que el jefe se va a dejar sorprender? ¡si a este no hay quien le pille! - No te olvides que nos hemos ido de estampida. Y a lo el ñor se han ido todos de allí. - ¿y qué quiees decir con eso? - Que a lo mejor solo están el saharaui ese y el jefe. - ¡El saharaui! ¿Crees que se va a liberar ese tío con la manta de hostias que le hemos dado? - No. Desde luego que no es lo más probable. Pero habrá que andar con cuidado. - Bueno. Y ahora a esperar, supongo -declaró el jefe de policía de Chamartín. - Si. Pero no les vamos a esperar aquí -respondió su interlocutor. Romerales enarbolaría una especie de toalla blanca que había surgido de no se sabia qué parte de su organismo. - Ahora haz destellos -le ordenó a De Vicente. De esta forma se aproximaron a la entrada del aparcamiento de la sede de Chamberí. Una ráfaga de proyectiles que procedían de las más variada gama de armas saludarían su llegada. - ¡Estáis locos! ¡haces el favor de parar esta insensatez! -exclamó una voz que surgía de una calle contigua. - ¿Quien está ahí? -preguntó Damián Corted, una vez que había vuelto el silencio. - Jacinto Perdomo-se identificaría la voz. - ¡ah, Jacinto. Ten cuidado. Vienen a por nosotros. - Que no. Se trata del coche de Paco. Ahí debe venir Cristino con los Brassens - Acércate, pero con cuidado. Si no me equivoco va a volver el jaleo -manifestó Corted.

lunes, 9 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (397)

Era fácil de decir, pero más difícil constituía su ejecución. Por de pronto, Raúl visitaba la que todavía era su casa el siguiente día al de aquella larguísima mañana en el juzgado de maltrato. Se lo dijo a su hija: - Esta tarde me pasaré por casa -explicó a Susana-. Tengo ganas de verte y de darme un baño en la piscina. Claro que no iría solo: Paula era un peligro público y un agente provocador en el espacio privado. Y recurrió a su hermano Jorge, a quien tampoco agradaba la visita en circunstancias semejantes. Allí estaba Samantha, la ecuatoriana que tenía una lengua de doble filo y que bajaba su cabeza ante la llegada de los hermanos. Dejaron la cocina por donde habian entrado y pasaron por el “hall”, donde se encontraba Paula, la expresion atribulada. - Venimos a ver a Susana y a darnos un baño -anunció Raúl. Paula contestó con un ininteligible sonido para saludar a Jorge Brassens. Pero este no contestó. Juana –la aregntina madre de la argentina- estaba en el salón, viendo alguno de los frívolos programas de televisión que eran de su agrado. - Me alegro de verte, Juana -dijo Raúl. - Yo también -contestaría ella con expresión afable. Susana estaba en la piscina y salió de ella para saludarles. Luego Raúl se dio un baño, Jorge no: lo unico que deseaba era salir de ahí cuanto antes. Sentados sobre unos muebles de paja, los tres Brassens iniciaron una conversación irrelevante. A pesar de sus protestas, Paula hizo levantar a su madre de la butaca para instalarla en el jardin, a pocos metros de los Brassens. Enseguida se puso a hablar por su móvil desde la balconada situada inmediatamente por encima de Susana, Raúl y Jorge. - Ha ganado la primera partida -explicó Paula a voz en grito, como por otra parte acostumbraba siempre, a su aparente interlocutor-. Pero el juego no ha terminado aún. Luego se presento en el jardín, vestida solo con un anticuado bikini, dispuesta a darse un baño. Ya dentro de la piscina, Paula se acodaba en la parte de la misma, situada justo enfrente de los Brassens. Les miraba fijamente a los ojos, en una clara actitud de provocación. Jorge observaba de reojo su reloj, con el deseo de que aquel encuentro concluyera lo mas rápido posible. Y así fue: apenas transcurrida la primera hora desde su entrada en la casa, Raúl decretaba una especie de “misión cumplida” y, después de dar un beso a Susana y despedirse de Juana, los dos hermanos se disponían a abandonar la casa. Pero hubo algo más: en el momento en que se encontraban en la cocina, para salir por la puerta de servicio -según era costumbre en aquella vivienda, Paula se encaró con su todavía cuñado: - Jorge -declaró la porteña-. Quiero que sepas que eres bien recibido en esta casa, pero que la educación es lo primero. - Podríamos hablar de muchas cosas -observó con gravedad Jorge Brassens. - Lo primero es la educación -repitió Paula. - Podemos hablar de muchas cosas -insistió a su vez Jorge. - Eso también -dijo finalmente la argentina.

jueves, 5 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (396)

Lorsen me telefonea el día mismo en que nos trasladamos a Bilbao, después de vivir más de un año en casa de mi suegro. Ya me ha advertido que Pilar está muy justa en sus parámetros, o sea, que le tienen que enchufar más oxígeno –un 70%- cuando a partir de 40 ó 45% ya le empieza a machacar el pulmón-. La doctora Hermana le ha dicho que quiere hablar con nosotros. Quedamos para mañana. Ese día damos un beso a Pilar, mientras que Tere Hermana deambula por la UCI y nos dice que en cualquier momento nos llamará. Pilar está muy tranquila y le parece muy bien que tengamos esa entrevista, aunque ella ni siquiera intuye el motivo de la misma. Pilar tiene una verdadera admiración por la responsable de intensivos de pediatría de Cruces. Pronto pasamos al breve despacho que tienen los médicos de ese departamento. En una pared hay unos negativos de rayos x, en la otra un “planning” de actividades. Hermana no es muy expresiva, pero se le nota tensa, casi más que nosotros. “Llevamos mucho tiempo sin hablar”, empieza. Y luego explica que la situación de nuestra hija se está deteriorando por momentos. Tiene más necesidades de ventilación, por cualquier causa le surgen catarros, fiebres, problemas. Han estudiado el asunto y piensan que está claro que se trata de una evolución negativa, no de un mal momento. Es posible que se puedan equivocar, pero piensan que lamentablemente la cosa está yendo claramente mal. Quizás le puedan reducir el oxígeno, pero en todo caso sería una situación ocasional, porque en muy poco tiempo se verán obligados a incrementárselo, quizás a un nivel más alto aún que tenía cuan do se lo redujeron. Lorsen, nerviosa, la interrumpe a veces, el suyo es un parloteo incesante en que le habla de la niña, de mí, de su padre, de Lanzarote, de Arrechea, de la casa nueva de Bilbao, de la vida que tenemos, en tanto que la médico sigue desgranando sus comentarios. Además del efecto agresivo del respirador contra sus pulmones está el problema de su malformación de columna, que le presiona también sobre su aparato respiratorio”, dice. “He... Bueno, hemos pensado –se corrige a sí misma- que cuando llegue el momento no vamos a hacer un esfuerzo extraordinario para mantenerla con vida. “Desde luego”, contestamos al unísono los dos. “La verdad es que han sido 14 años de propina”, dice Lorsen. “Ha sido muy feliz aquí”, le digo yo. Y añado: “Pero que no sufra”. “Dadle toda la morfina que necesite”, es la opinión de Lorsen. Luego la conversación deriva a lo mal que están las cosas en el País Vasco. Tere es una mujer comprometida con las libertades en nuestro país. Esa tarde, instalados en el ático de Bilbao, la voz entrecortada, Lorsen habla con mi hermana Teresa, con mi madre, con su padre, con una amiga... Pero está serena y mantiene el tipo. Nos queda poco ya, seguramente, de este oficio de padres a medias que nos ha correspondido con nuestra hija. Nuestra hija que ya está entrando de una manera bastante definitiva en ese pasillo que a todos nos corresponde un día recorrer: Pilar ha empezado ya con su particular corredor de la muerte. Esa tarde, mientras que yo ordeno los libros en nuestro nuevo ático, recibo una llamada en mi móvil. Es Lorsen, desde la UCI. Normalmente no está autorizado el uso de este tipo de teléfonos: la sala está repleta de aparatos de precisión, que son muy delicados y su funcionamiento pudiera quedar afectado por las ondas de los celulares. Me dice que me va a pasar a Pilar. Entonces yo repito todas las tonterías que acostumbran los padres respecto de sus hijas. “¡Vaya! ¡No sabía que iba a hablar con la niña más guapa del mundo! ¿Qué tal estás, Pilar?” Y al otro lado del auricular escucho los sonoros besos que me envía mi hija. Muy pronto, Lorsen corta la comunicación.

Intercambio de solsticios (395)

- Bien. ¿Y qué es lo que quieres? -preguntó el jefe de la policía de Chamartín. - Aquí el que pregunta soy yo - repuso Bachat-. No sé si te has dado cuenta de tu situación... - El que parece que no se ha dado mucha cuenta eres tú. Estas en un territorio enemigo y en cualquier momento te podemos volver a detener -dijo Sotomenor. Podía tratarse de un farol de aquel bilbaíno que seguramente jugaba sus partidas de mus mientras trasegaba sus correspondientes gin-tonics. ¿Pero quién sabia? - Nos vamos de aquí -anunció Bachat-. ¿Dónde tienes el coche? Una sonrisa malévola fue la primera contestación de Sotomenor. - ¿Mi coche? No está aquí. - No me hagas perder ña paciencia. Nos vamos de aquí y en rú coche. ¿Dónde lo tienes? - Te he dicho que no lo tengo aquí. El amplio organismo de Cristino Romerales se introdujo en el asiento posterior al del conductor del todo terreno. - No tenemos mucho tiempo para salutaciónes -observó directo el responsable de interior de Chamartín-. Hay en marcha una operación para tomar la sede del Consejo de Chamberí. - Los chicos de Sotomenor -avanzó Brassens. - Los mismos - aseveró Romerales-. Nosotros hemos planteado una estrategia de defensa que dirige el coronel Corted. Pero, en vista de que podían resultar daños colaterales, he salido en vuestra busca. - ¡Ahora nos llaman colaterales! -exclamó Vic. - Así es como ha dicho Corted -dijo Romerales con una sonrisa-. Ya sabes, es una forma militar de referirse a las cosas. - Pues no sé si estoy muy de acuerdo con esa forma de expresarse -manifestó ella. - Bueno. ¿Por dónde hay que ir? - preguntó Francisco de Vicente, a quien no le gustaba dejar parado su vehículo en medio de la Castellana unen unas circunstancias pre bélicas. - Por la puerta del garaje. Yo les aviso. - El soniquete del teléfono móvil de Sotomenor empezó a parpadear. - ¿Qué tengo que hacer? - Contesta. Pero no digas que estoy aquí -le ordenó el saharaui-. Y...antes, pon el teléfono en abierto, para que pueda oír la conversación. Sotomenor hizo un vago gesto con la cabeza y pulsó la tecla de respuesta. - ¿Qué pasa? - pregunto. - Que la operación está abortada, jefe. - ¿Y eso? - Es que nos hemos encontrado con un imprevisto a la altura de la embajada de Estados Unidos nos ha sorprendido una barricada y nos han atizado una buena andanada de disparos. - ¿Habéis tenido bajas? - Su coche no, jefe... - Te estaba preguntando por bajas humanas -dijo Sotomenor, la expresión contrariada. - Los del Lada. Aunque el que iba detrás parece que ya iba fino. - ¿Qué le pasaba? - Según decía su compañero, vomitaba sangre. - Ya - contestó Sotomenor, a la vez que pensaba en la epidemia de peste que desde sanidad estaban pronosticando.

miércoles, 4 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (394)

¿Y Susana? La hija del matrimonio era una niña de unos 12 años, normal, adaptada e inteligente. Y lo era de tal forma que, conocedora de los prontos con que acostumbraba producirse su madre, prefería seguirle la corriente. Y de hecho se lo aconsejaba a Raúl en todas sus discusiones conyugales: “Papá, es mejor que no discutas con ella”. Pero la separación provocaba en ella un a modo de segunda -o tercera- piel, era esta la del temor respecto de su madre. Carente ya del dique de contención que suponía su padre, Susana se convertía en depositaria de todos los enfados maternos que ella procuraba evitar con el simple procedimiento de aliarse a Paula. Pero cuando el flujo económico dejó de fluir con la liberalidad acostumbrada, Paula utilizaba a su hija para que influyera sobre su padre a fin de que Raúl satisficiera todos los gastos -los superfluos, los ordinarios y los extraordinarios- que acaeciín en la unidad familiar, lo que Susana hacía sin dudar, no fuera que la reacción de su madre la pusiera en un estado de mayor aflicción. No satisfecha Paula con la infidelidad que producía, apelaba ella a uno de los peores vicios que algunas mujeres utilizan en esta etapa de la vida española que se caracteriza por el buenismo y la exagerada protección de la mujer, que no de la igualdad en las relaciones entre los sexos. La consecuencia de esto es que la denuncia por maltrato se convierte, no en una fórmula para intimidar al agresor sino en un atajo para conseguir un mejor resultado económico en la disolución de la sociedad de gananciales. Porque ese era el objetivo de Paula: convertir una discusión conyugal en un maltrato. Y es que Paula creía que la aparición de su marido, esposado, demacrado y sin afeitar, en una mañana de sábado en el juzgado correspondiente constituiría una humillación. Pero no ocurrió de ese modo. Raúl había cambiado de abogado precisamente el día anterior y, en ese nuevo despacho, se incluía una penalista. Cuando Raúl recibía la llamada de la policía citándole en comisaría, una cierta solidaridad masculina hacía decir al agente: - Si viene usted le tengo que meter en el calabozo. De modo que Raúl desaparecía, se citaba con la penalista para el día siguiente y se acostaba -intranquilo- pero en su propia cama. Ese sábado, Raúl se presentó sereno en el juzgado. Se había puesto una camisa nueva, muy diferente a esas aburridas que le compraba Paula, y se puso a leer la denuncia de su mujer; que, en realidad, eran dos, porque había que añadir a esta la de la chica de servicio, la ecuatoriana Samantha. Una declaración, esta última, que había sido doble, porque -presionada por Paula- había vuelto Sam a comisaría para radicalizar tono y contenido de sus afirmaciones. Raúl no dio crédito a lo que leyó. El personaje que las dos mujeres reflejaban en sus manifestaciones era a Raúl lo que Mr. Hyde al doctor Jeckyll en la célebre novela de Stevenson: una especie de salvaje insaciable que golpea a las mujeres y zarandea a los niños. Apareció Paula en la puerta del juzgado, nerviosa ante la incomparecencia de su abogado. Llegaría este finalmente a bordo de un ruidoso y viejo ciclomotor: era de oficio. Después de analizar con su abogada la estrategia de su defensa, Raúl pasó ante su mujer sin dedicarle atención alguna y se situó junto a la sala de juicios. Con el rabillo del ojo advirtió la presencia de Samantha: las dos mujeres conjuradas en su contra. Cuando llegó su turno de declarar, Paula avanzaría con decisión y la cabeza alta; minutos después, volvía a aparecer La porteña, la cabeza gacha y el gesto contrariado, se diría que llorosa. Entre esos dos momentos, el abogado de la argentina pidió a la representante de Raúl una negociacion previa: la retirada de la demanda contra el pago de una pensión y de la residencia de Juana. Estaba claro: no se estaba en presencia de una denuncia de maltrato en sentido estricto, sino de una táctica por parte de Paula que tenía por objeto el de obtener ingresos adicionales, mientras se sustanciara el caso principal; y de situar en el peor de los estados la causa de su marido en el procedimiento de divorcio y de reparto de la sociedad de gananciales. La abogada de Raúl ni siquiera consultó con su cliente: se negó en redondo. Embargado por una sensación de abatimiento, Raúl hizo una declaración aceptable. No fue la mejor intervención ante un tribunal que se recuerde, pero Raúl conseguía colocar buena parte de los argumentos preparados para su defensa. La juez dictaba a continuación el correspondiente auto: no establecía medidas cautelares -alejamiento, pensión compensatoria...-. Venía decir su señoría que se trataba de una disputa conyugal que mas bien debería sustanciarse en el ámbito civil: una victoria sin paliativos. A punto de salir del juzgado, la penalista comentó a su cliente que la declaración de la argentina había resultado confusa, lacrimógena y que le había llevado poco menos que a reconocer que sus móviles eran económicos. Paula debió abandonar el recinto herida en su amor propio, un amor, el que sentía por ella misma que alcanzaba proporciones estratosféricas. Era también insólito el caso de la ecuatoriana. Samantha había sido contratada dos veces por su jefa -lo que suponía que había sido despedida una vez-. La causa de la decisión por la que Paula prescindía de sus servicios era muy sencilla: sentía celos por lo que Paula consideraba una relación demasiado estrecha entre su doméstica y su marido. La razón por la que había sido readmitida era más difícil de explicar: pertenecía al ámbito privado de una personalidad cuasi-clínica. Una vez puesta en evidencia la eficacia de su equipo de abogados y saldada con éxito la primera escaramuza, Raúl se reunía con su principal abogado, Jacobo Bono. Era este un extremeño cuya familia parecía surgir de generaciones de lucha por la supervivencia. De aspecto rudo, vestía aquel verano camisa de manga corta con el cuello cerrado por una aparatosa pajarita. Bono no necesitaba remangarse por lo tanto para soltar su filípica del día a Raúl. Era muy importante –decía el abogado- revertir la situación, volver a su casa, establecer una relación privilegiada con su hija, continuar con el goteo económico... Tienes que recuperar el terreno perdido -concluyó.

martes, 3 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (393)

Está en la cama. La preparan para llevarla a su silla. Me recibe con la más amplia de sus sonrisas, pero tan pronto la sientan, tuerce el gesto y se me pone de morros. Pilar me está reprochando que el jueves pasado le prometimos –su madre y yo- que iríamos a visitarla, pero estábamos viendo un apartamento –nos estamos mudando de casa. Al otro lado de la sala, un padre se afana con una niña, a la que habla en euskera y español, alternativamente. “Lorsen”, que se sabe estas actitudes suyas, le ha comprado con una regalo de los “todo a cien”. Es sábado por la tarde. El catarro que sufre Pilar obliga a las enfermeras a quitarle los mocos de una manera casi permanente. La niña está incómoda, así que Lorsen le sugiere que salgamos su padre y ella un momento y que volvamos después, para darle un tiempo a su recuperación. En realidad, mi mujer me lleva rápidamente a una máquina dispensadora de bebidas calientes donde se toma un vaso de cacao. Cuando volvemos a la UCI, una señora me pregunta por los padres de José María, y me pide que salga alguno. Una vez en la sala, pregunto por ellos. Está su madre que sale. Pero José María –Jose- no para de pedir la presencia de su madre, de modo que Pilar le obliga a Lorsen a buscarla, cosa que esta hace. Jose es un niño de Cantabria, un “morrosko” de dos años que bien podría tener seis y que ha sufrido unas graves quemaduras. Concluido su café, regresa su madre. Pilar se queda más tranquila. A consecuencia de una discusión familiar, una tía de Pilar, que se había comprometido a visitar a mi hija todas las semanas, deja de hacerlo. La niña escucha atenta las explicaciones de su madre, a quien su profesora le ha requerido a que le figa algo. “Tu tía Juli, se ha ido una temporada a Madrid. Así que de momento no va a venir, le cuenta Lorsen. ¿Por qué siempre pagan los más débiles las estupideces de la gente? Pilar está encantadora, aunque sus necesidades de oxígeno son bastante elevadas y las enfermeras le aspiran constantemente sus mocos. Pero ella dice a todo que sí: que le pongamos colonia, que le peinemos, que le demos de comer –tarea que corresponde a su padre, auxiliado por su madre, que se ha vestido de princesa, para dar contento a Pilar y a ella misma, sin duda. Víctor, el padre del niño quemado de Cantabria oye a Lorsen referirse a los cachorros que “Lota” –la perra de mi cuñada Gaby- acaba de tener. Cuenta que son hijos de Bècaud nuestro perro, que es un “fox terrier”. Víctor saca una foto de su perra, que es idéntica que el nuestro, sólo que con el rabo cortado y supongo que con pedigrí. Mi mujer sigue haciendo campaña publicitaria entre las enfermeras de la UCI, tratando de encajar algunos de los cachorros de Lota. Pero hoy no está teniendo ningún éxito. Cuando Lorsen y yo visitamos a los socialistas en Cruces, por causa del atentado contra el militantes de juventudes, le digo al consejero Inclán que tiene a una inquilina emparentada conmigo en ese hospital. Él contesta “¡Si ya la conozcoa! Yo he estado aquí muchos años”. Después visitamos a Pilar. La encuentro muy tranquila, muy sonriente. Lorsen le dice que tiene que rezar por el chico que acaba de entrar en Cruces –el socialista- y Pilar contesta afirmativamente.

domingo, 1 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (392)

Se trataba de un amplio despacho con una sala de reuniones anexa. Detrás de la mesa principal había un tipo despatarrado en su asiento. (El sillón se articulaba a conveniencia del usuario, y en ese caso se había ampliado hasta llegar a la posición horizontal). Sobre esa mesa, Bachat pudo ver un cortaplumas. Ágil como el viento del desierto, el saharaui cogió el abrecartas y se lo puso al sujeto aquel justo a la altura de su cuello. Observándole con una ferocidad extraña en él, Bachat le ordenó: - ¡Incorpórate, pero no intentes nada! El tipo aquel abrió pesadamente los ojos y lo que pudo ver le espantó no poco: un tipo alto, barbudo, la expresión acre y la cara desfigurada aún como consecuencia de las torturas recibidas. -¿P-pero quién eres? -preguntó. - Eso es lo que me gustaría saber a mí de ti -repuso el saharaui en su batahola de palabras arrastradas en español que resultaba tan complicado de entender-. Pero antes, obedece. Incorpórate lentamente. Así lo hizo el aludido, sin intentar para ello ningún movimiento defensivo. No conocía muy bien la capacidad dañina del cortaplumas que enarbolaba aquel sujeto, pero advertía perfectamente la frialdad de su hoja en el cuello, por donde empezaba a sudar copiosamente además de sentir por momentos una poderosa taquicardia. - Tú eres el saharaui -declaró cuando había concluido su operación y el respaldo de su sillón había regresado a su primitiva posición vertical. - Y tú eres Juan Carlos Sotomenor -declaró a su vez el saharaui con una amplia sonrisa. Una forma humana surgía de entre las sombras de la noche y se situaba en medio de la calzada por donde iba a pasar a-toda-velocidad el Porsche todo terreno de Francisco de Vicente. -¿¡Has visto, Paco!? -exclamó casi espantada Vic Suárez. -¡Pero,si es Cristino! -gritaron, ahora al unísono las tres gargantas. - Yo creo que es lo más prudente -dijo el que llevaba el Vittara-. ¿Pero no seria mejor que llamáramos? - ¡Bah! Estarán dormidos -dijo el conductor del Porsche de Sotomenor. - Mira tío -le espetaría su interlocutor-. La cosa está más clara que el agua. Tenemos que elegir entre dos miedos: el miedo al cabreo del jefe o el miedo a que nos frían los de Chamberi, una vez que además el operativo se ha reducido de esta manera. - Te ha salido redonda la frase, macho -contestaría el del Porsche-. Está bien.. Me has convencido. Vamos a llamar. - ¿Y qué es lo que me ofreces? -preguntaba el enfermo que se sentaba en la parte trasera del vehículo después de lanzar ña expectoración sobre su ya más que colorado pañuelo. - ¡Está escupiendo sangre! -exclamó el tipo con maneras de orangután al oído de Romualdez. - No me he vuelto sordo -dijo este con su característico tono de cabreo habitual. Y dirigiéndose al ocupante del vehículo preguntó. - ¿Me puedes explicar lo que te pasa?