miércoles, 24 de diciembre de 2014

Elías Zúñiga (17)


Resultado de lo cual sería que el joven Zúñiga quedaba relegado al puesto 43 de entre 56 candidatos. Dudoso honor, que si no te encuentras entre los 5 o los 10 primeros, es mejor el puesto de cierre de la lista.

Pero Elías aceptaría d buen grado esa posición. Todavía, Mandaremos no era sino una apuesta más o menos apoyada por algunos medios de televisión e impulsada por el estilo eficaz de su principal mentor: pura hojarasca, aunque todos los que la apoyaban apostaban por ella y pensaban que constituía una oportunidad para el futuro de la izquierda española... Perdón, de los pueblos de España, que tampoco en eso el proyecto de Anguiano y los suyos era precisamente nacional.

Por lo tanto, que ninguno de ellos pensaba que el 25 de mayo de 2014 estrenarían escaño en Estrasburgo. No lo pretendían ni lo esperaban. A lo sumo, un bien resultado sería el aldabonazo de su presencia en algunos foros universitarios, alguna prensa digital y alguna emisora de radio local. Y en las redes sociales, por supuesto. Y si conseguían rascar un escaño a la política imperante de la casta se darían por satisfechos.

Pero se empeñarían en ello de todos modos. E irían a por todas, como ellos mismos aseguraban. Y fue un producto creado y mantenido por jóvenes, pero que resultaría atendido por amplias capas de la población. Tocqueville decía que las revoluciones no se producen en el momento álgido de la crisis, sino cuando esta acaba de obtener sus más perversos resultados. Es entonces cuando explota la contenida hasta entonces ira de la población,

Y eso ocurrió con Mandaremos. Los jóvenes que pensaban que la política no iba con ellos, encontraron en esa opción un puerto al que acoger sus desfallecidos navíos; los mayores de 45, sin trabajo ni expectativas de obtenerlo; los castigados padres de familia de la clase media, desencantados con el PSOE... Muchos de ellos depositaron su voto en la papeleta que lucía como anagrama el rostro del joven líder de la formación.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Elías Zúñiga (16)


Era una relación extraña, la que unía a Anguiano y a Zúñiga. Más bien se trataba de la que ligaba al donostiarra con el principal mentor de Mandaremos. Que el hombre sereno y reflexivo no sentía por el vasco ni frío ni calor. En realidad no lo sentía por nadie. Esa mirada penetrante, inteligente, tranquila... pero arrogante también, denotaba la convicción personal de un ser superior, llamado a transformar el mundo, empezando por España, que era lo que mayormente tenía más a mano.

Así que la Complutense sería el escenario de una relación de carácter poco menos que servil. Zúñiga, bebiendo los vientos que respiraba Anguiano, pendiente del menor de sus deseos, aceptando sin discusión cualesquiera de sus tesis; en tanto que Anguiano poco menos que lo despreciaba íntimamente -como quedaba puesto en evidencia en las imágenes televisivas que daban inicio a esta historia- y sólo a veces le dedicaba una sonrisa condescendiente o una palmadita en la espalda que en realidad expresaban más bien cansancio y clausura del encuentro y la conversación que satisfacción o reconocimiento. Gestos que no eran considerados de esa manera, sin embargo, por Zúñiga.

De cualquier manera, el heredero del título al marquesado de Torres Altas resolvía a su líder el asunto aquel de la cuna aristocrática que en todo partido de posibles se estila y no menos en el radicalismo político que en otros pagos. ¿No tenía el PCE a Nicolás Sartorius o el PSOE a Pepote García de la Borbolla? Pues Mandáremos disponía también de su cuota de rancio abolengo.

Lo que no tenía muy claro Anguiano de Zúñiga era esa duda metódica de sí sacarlo o no demasiado. Y es que la propia imagen del muchacho arrojaba la viva contradicción a la que se encontraba sometido, la de saber si era más Zúñiga que González o más González que Zúñiga. Había días en que se decantaba por el viejo prestigio de su casa y miraba de forma despectiva a sus demás congéneres, pero otros también en que le saltaba el ramalazo popular y se acercaba a los orígenes maternos. En realidad, Elías "no estaba contento dentro de su piel", como dicen los franceses.

Y la mejor forma de resolver esta duda la tuvo Anguiano encomendando la confección de la lista al procedimiento asambleario. Cuidando, eso sí que los cinco primeros nombres de la candidatura europea no deparasen excesivas sorpresas. No, no era sólo por Zúñiga. Se trataba de vender al respetable que era la asamblea la que controlaba el partido. Y eso estaba muy bien -se confiaría el líder sólo a sí mismo- con tal de que las verdaderas decisiones las tomara él mismo..

martes, 9 de diciembre de 2014

Elías Zúñiga (15)


Daniel Anguiano era un tipo sereno, tranquilo y, en apariencia, ponderado. Su verbo era reposado, aunque las ideas que desarrollaba fueran incendiarias, radicales y revolucionarias. Pero las pronunciaba con tal calma que parecían como la untura del bálsamo sobre la herida profunda.

Eran sin embargo ideas sencillas: todo el aparato del Estado desplegado para acoger a una sociedad sin esperanza. Una llamada antigua, al cabo, como las de los viejos nacionalismos autoritarios y fascistas, que habían recorrió las naciones sin futuro de la Europa desorientada de principios del siglo pasado. ¿Qué más daba que fueran marxistas o nacional-socialistas? ¿Qué diferencias había entre Hitler y Stalin?

Y en aquella Venezuela que pactaba con la isla de Cuba, Anguiano y Zúñiga establecieron una relación en la que de nuevo el segundo de los dos asumía el papel de discípulo. Anguiano destilaba alguna de sus ideas que Zúñiga compraba como elixir maravilloso de la nueva identidad de la izquierda: la casta, el Estado providencia, el salario máximo y el derecho de autodeterminación de los pueblos... también del vasco.

Era inevitable. Elías Zúñiga concluía su trabajo en Caracas y en ese mismo momento terminaba su relación con Graciela. Estaba claro: revolución y amor para toda la vida eran asuntos bien distintos. Pero si el sexo caribeño ponía su epitafio con su segundo libro ("La revolución bolivariana", sería por supuesto su título), el muchacho se llevaría a Madrid una relación que le daría cuerda personal durante un tiempo. No sería sexo, desde luego, pero los vascos, ya se sabía...

De regreso, la Complutense se abriría ante él con la complacencia de una vieja amante, y esa universidad no era sino el laboratorio de ensayos de las nuevas propuestas revolucionarias que Anguiano estaba dispuesto a desarrollar.