domingo, 31 de mayo de 2009

Jueves, 14

Ese jueves matutino tomaba un taxi con la intención de dirigirme al salón de actos del ICO -justo detrás del Congreso de los Diputados-, lugar en el que el Real Instituto Elcano me había invitado a participar para presentar el programa de UPyD al Parlamento Europeo. El taxista dirigió su dedo hacia la radio. El locutor indicaba que una manifestación de los sindicatos mantendría clausurado el centro de Madrid.
- Le acercaré todo lo que pueda -me dijo el conductor.
Pero no era mucho lo que podía, y después de ponerme en contacto con la responsable del Instituto, ordené al taxista que me llevara a la boca de Metro más próxima y conectada directamente con la estación Banco.
Aún así, habían transcurrido más de 30 minutos desde la hora prevista para mi conferencia cuando emergía desde la salida del suburbano en medio de una oleada de banderas. La Unión Europea no está actuando contra la crisis, proclaman ellos. ¿Y nuestro Gobierno?, me pregunto.
Para cuando llego una buena parte de los que habían acudido a escucharme ya se han marchado. Quedan los incondicionales, supongo.
El director me explica que el día anterior ha estado allí Jaime Mayor, y el recuerdo se aviva con los momentos agridulces que vivimos juntos en algunos tiempos.
Gil Carlos Rodríguez me presenta rápidamente y yo destierro mi idea previa de leer los folios que tengo preparados. De modo que me excuso y explico el programa de UPyD. Las personas que me preguntan a continuación no formulan cuestiones complicadas, así que no puedo evocar la anécdota de Albert Einstein, pero se la cuento a ustedes ahora.
Dicen que Einstein recorría los Estados Unidos explicando su teoría de la relatividad, conducido por su chófer. Un día, bromista, el mecánico le dijo al sabio: "Profesor, de tanto oírle a usted la misma conferencia me la he llegado a aprender de memoria y estoy seguro de que la podría repetir". Más bromista aún, le dijo Einstein: "Pues mire, como resulta que en el pueblo al que vamos ahora no me conoce nadie, será usted el que dé la conferencia". Así lo hizo el chófer y con éxito, aparentemente. Llegó el turno de las preguntas y hubo alguien que planteó una cuestión para la que el conductor no tenía respuesta. Muy rápido, este dijo: "Verdaderamente que me ha hecho usted una pregunta muy fácil, tan fácil que se la podría contestar mi propio chófer", y apuntó con su dedo a la butaca en que se sentaba Einstein.
A la salida del acto saludo al Ministro Plenipotenciario José Miguel Muro que me felicita por mi intervención y me sumerjo entre los restos de la manifestación que ahora corea eslóganes de viejos recuerdos de la izquierda: Salvador Allende, por ejemplo.
Llego al restaurante "El Capataz" -nuestra segunda sede nacional- y me sumo a la comida del equipo de UPyD. Después saldremos hacia Valladolid. Carlos Martínez Gorriarán es optimista a pesar de su prudencia y causticidad habituales.
En Valladolid nos esperan algunos miembros de la coordinadora con quienes compartimos un refresco.
Distribuimos el periódico y esperamos a Rosa, que llega envuelta en una marea de periodistas, simpatizantes y curiosos. Todavía le queda alguna entrevista antes de que subamos al estrado.
Ya arriba, el viento de la plaza es frío y nos regala trazos de humedad procedentes de la vecina fuente.
Tanto el candidato local como yo somos breves. Rosa me dice que demasiado. "Qué poco", son sus palabras.
Y luego habla ella. Su lenguaje es directo, sin concesiones ni tapujos. La gente la entiende y en ocasiones corta sus frases con aplausos.
El turno de preguntas lo asume ella casi por entero. Yo remato una cuestión que le formulan sobre derechos de los autónomos, mientras que le van cubriendo a Rosa con chales que la resguarden del frío.
Llega el momento del final. "Nos vamos, porque entre otras cosas a Valladolid no ha llegado el verano", dice.
Una emisora digital me hace un corte y me voy con la gente de UPyD a tomar un vino de Ribera con el que entrar en calor.
Para las 12 de la noche ya estoy en Madrid, repasando con la cabeza la actividad del día siguiente.

domingo, 24 de mayo de 2009

Martes, 12 de Mayo: una agitada jornada

Dedico las primeras horas del día a diversas gestiones personales y después me dirijo al centro de Madrid. Después de mucho tiempo, en la fiesta de Polonia, me encontraba con Joan Puigvert, viejo amigo a quien conocí hace tiempo en la casa de Bruselas de otro amigo, José Félix Merladet. Ese día comía con el primero de ellos.
La cita se producía en un restaurante de comida casera -lo cual es de agradecer- y a 2 pasos del hotel Wellington, donde me esperaba para tomar un café mi amigo Salvador Extremiana.
Joan es hombre experto en cuestiones europeas y ahora se ha especializado en los países del Este que se han incorporado recientemente a la Unión. Hablamos del Tratado de Lisboa, de la Comisión y del Parlamento europeo. Y de José Félix, cuyas coordenadas recupera Puigvert por mi mediación.
Salvador Extremiana se sitúa a medio camino entre el asombro y el acuerdo respecto de mi atuendo veraniego. "Unos dicen que hasta el 40 de mayo no te quites el sayo, pero mi padre decía que para San Isidro había que ponerse de verano", explica.
Hablamos de Mario Fernánez -recientemente designado presidente de la BBK- y mi recuerdo vuela a mi época estudiantl en la Universidad de Deusto, donde Fernández, antes de resultar promovido a Vice-Lehendakari por Garaicoechea, impartía clases de Derecho Mercantil.
"Mario hará la fusión de las cajas", explica Extremiana y abunda luego en las características del personaje.
Le preocupa a Salvador la actitud que está manteniendo el PNV ante el cambio de gobierno en el País Vasco. "Yo, que soy ´pata negra´ del nacionalismo -asegura-, creo que los nacionalistas deberían ser los primeros en respetar al Lehendakari de nuestro gobierno".
Para Extremiana, Europa está viviendo un momento de refundación. "Ahora hay que repensar Europa de otra manera a como lo hicieron Monnet y De Gasperi", dice y le parece que esa manera es la federal. Nuestra coincidencia es total.
Apenas tengo el tiempo de hacer una gestión personal cuando me meto en un taxi para dirigirme al Círculo de Bellas Artes, a la puerta del cual me espera Javier Perote: esa tarde hablaremos de algo vergonzoso, la situación del Sahara.
Allí nos encootramos con el Ministro de Urbanismo de la RASD, el delegado de la República Saharaui en la Comunidad de Madrid, las mujeres saharauis, los representantes del Western Sahara Ressources Watch y a Carlos Rey, admirable organizador del acto.
Se suceden intervenciones y preguntas en un salón prácticamente abarrotado de gente. Al final, Carlos me da la palabra y formulo mi primer compromiso electoral: en el caso de salir elegido eurodiputado visitaré los territorios liberados dek Sahara sin pasar por Marruecos, porque eso supondría aceptar una soberanía que no reconocemos.
La noche se va cerrando sobre Madrid cuando amablemente Carlos Rey me devuelve a la tranquilidad de hogar que es mi apartamento.

sábado, 23 de mayo de 2009

Domingo, 10 de Mayo... y estamos en Madrid

Era un día en que el sol y la sombra se alternaban con el viento y la lluvia.
Llegaba a Alcorcón después de alguna vuelta y allí abajo, en el ágora de un parque, rodeado por unas gradas -como si se tratara de un circo romano- observé que se estaba montando el escenario de UPyD, con la asombrosa levedad de recursos que nos caracteriza.
Mikel Buesa y yo teníamos que intervenir en el "mitin interactivo" que va a ser esquema general de nuestro partido en estas elecciones.
Un grupo de curiosos nos observa, la mayoría afiliados y simpatizantes de UPyD. Luego se sumará algún otro –lo supongo, en función de algunas de sus intervenciones.
Mikel me pide que introduzca el acto. AsI que después de la presentación del coordinador del CEL local, hago una sucinta exposición del programa.
Provocadas unas, improvisadas las otras, se suceden las preguntas. Europa está en el fondo, pero hay otras cuestiones: la crisis, las pensiones, el aborto, la educación,,,
Se ha parado el viento -el sol ha desaparecido hace tiempo- y en la azotea de mi cabeza comienzo a percibir las primeras gotas de agua.
Todos nos dirigimos a nuestros coches en tanto que los organizadores del acto desmontan con rapidez el "kit" que nos ha servido de altavoz para dirigirnos a los ciudadanos.
La lluvia arrecia. Y yo pienso que si las 12 es una hora muy temprana en domingo, ese agua primaveral y desconcertante hubiera acabado irremisiblemente con el acto.

Después de una celebración familiar. La cita de la tarde es Villalba. Se ha organizado en tiempo "récord" un acto en un hotel de la localidad.
En en el salón de actos alguien abre una ventana para que se oree el local. Un gaitero toca su instrumento y recuerdo la promesa -cumplida- de Fraga de inundar de estos ejecutantes la plaza del Obradoiro en el caso de salir elegido.
El aforo se va llenando, lenta y razonablemente.
Presenta el acto nuestro candidato Alfonso Sopeña. Luego interviene Mikel Buesa y cierro yo mismo. Hay un buen nivel de preguntas y en ellas se nota el perfil mayoritario del sector de la educación en nuestro partido.
Un domingo pre-electoral y 2 actos. La rueda empieza a girar...

miércoles, 20 de mayo de 2009

Intercambio de solsticios (14)

Vivía como pegada a él en sus sueños, como si no aceptara que Jorge Brassens hubiera finalmente rehecho su vida después de 7 años y quizás 5 o más años en los que ella simplemente no había estado porque no podía estar.
¡Qué diferentes eran esas noches con aquellas en que se dormía rogándole a la noche que le trajera -siquiera como una brisa moméntanea- su imagen, su palabra! Pero esos dioses que mandan en la oscuridad nocturna se lo negaban todo, y cuando sus sueños se poblaban de fantasmas de sus amigos muertos y él les preguntaba por ella, se desvanecían al punto, como tragados por un recodo de la calle.
Y estaba como una lapa, junto a él, como si esas 8 horas de su sueño tomara ella su particular revancha nocturna, decretando un espacio del día -la noche- en el que su reino no sería contestado por nadie.
Aún así, no había reproches por su parte. Aparecía en sus sueños con la naturalidad con la que tu pareja surge en el dintel de la puerta del salón, dispuesta a reanudar un diálogo cualquiera, deseosa de comentar los sucesos del día.
Se lo decía en las semanas previas a su marcha: "Me marcharé pronto de aquí. Tú eres guapito de modo que te casarás".
¿Cómo podría entonces reprocharle nada?
Pero Jorge Brassens empezaba a incomodarse con una relación que no controlaba y que lo convertía en una especie de sultán con harén -siquiera exiguo- de 2 mujeres.
Y se lo dijo: le pidió que desapareciera de sus sueños. Le explicó que su caminar errante había concluido lejos, bastante lejos, de aquel piccolo mondo antico del que hablaba Antón Menchaca en sus Cenizas del esplendor. Lejos, bastante lejos, de aquel Neguri que se miraba al ombligo, casaba a sus hijos con sus hijos y no dejaba de frecuentar los mismos lugares.
Porque en Madrid -continuaba Brassens- los grupos sociales pueden yuxtaponerse, existe el golf de Puerta de Hierro y la Asociación de la Grandeza -de España, se entiende-. Pero discurren todos por las mismas calles y hasta es posible que puedan tomar café en los mismos bares. Es esa citta aperta de Fellini, donde los duques se dan la mano con los burgueses y donde la marea pluriforme u homogénea -según se vea- de la clase media avanza con la viscosidad y la consistencia de una inmensa mancha de aceite que lo invade todo. Aquí caben todas las clases sociales y todos los españoles -incluso los que no lo quieren ser- y los extranjeros -incluidos los que quisieran ser españoles. Y es aquí -concluyó Jorge Brassens- donde soy feliz.
Y ella le escuchaba con atención, no le interrumpía como acostumbraba a lo largo de los casi 20 años que vivieron juntos. Pero no fue una aceptación lo que se produjo por su parte. Debió tomárselo como un castigo limitado en el tiempo y que sólo se le permite a quienes recuerdan la dulzura de un antiguo amor. Porque muy pronto ella reaparecería. Y él tuvo que conformarse con su presencia. Al fin y al cabo, esas apariciones estaban ya exentas del dramatismo de aquella larga década.
Al fin y al cabo él no controlaba sus sueños.

domingo, 17 de mayo de 2009

Un poco de túnel del tiempo

Apenas regresado de Palencia, ese martes de Madrid me esperaba para una invitación a comer doblemente peculiar: primero, porque se trataba de reencontrarme con los componentes de la antigua dirección de la Unión y el Fénix, entidad aseguradora de la que yo mismo fuera Subdirector para Vizcaya en los ´80 y Director Regional en el País Vasco en los primeros ´90. Es peculiar eso de verse de nuevo, pero lo es más si te "invitan" siempre que pagues tu comida. Era lógico: después de todo se trataba del ágape que todos los meses reúne a los antiguos "fenicios".
Comía yo en un restaurante del centro de Madrid con ese liberal y asociado a UPyD que es Félix Ortiz, cuando a la salida una persona me interpelaba de la siguiente manera:
- ¿Eres Fernando Maura?
Uno no cree que su conocimiento público sea notorio, pero a veces te llevas sorpresas. Así que mi afirmación debió resultar algo dubitativa, más en cuanto a mi interlocutor que en lo relativo a la condición de mi persona, como es lógico
- Yo soy Marcial Cosme -aseguraría este.
Cuando le estrechaba la mano un torrente de sensaciones se apoderaba de mí. Era el recuerdo de las inspecciones que practicaba la entidad de seguros a sus agentes representantes -"o dinero o recibos", anunciaban amenazadores los auditores situados a pie de oficina. Recuerdo que recibíamos el aviso de aquellos controles con verdadero pánico. Eran esos los tiempos de transición entre la contabilidad manual y los nuevos y mastodónticos ordenadores que requerían de aire acondicionado para su conservación, y nuestra desorganizada oficina -que un amigo describía como la de "la conjura de los estúpidos", con una nonagenaria Miss Trixie emergiendo de un montón de papeles- no daba para detectar todos los recibos emitidos por la casa matriz.
Pero es sabido que la mente humana selecciona los recuerdos positivos y difumina los negativos, de modo que la aparición de Cosme me resultaría más que agradable. Después de todo, Marcial ha sido siempre una persona encantadora.
Cosme me introdujo entonces en un reservado del restaurante. Allí estaba Rafael Nieto, que velara por la Suubdirección de Vizcaya después del asesinato por ETA de Enrique Aresti; Eduardo Carriles, ex-Ministro de Economía con Adolfo Suárez y Director General de la entidad; Miguel Angel de Gregorio, Director de Inversiones... Alguno más que ahora no recuerdo y el actual presidente de los "antiguos fenicios#, su director comercial Enrique Marco, que fuera también presidente de la comisión de automóviles de las aseguradoras y víctima de un paradójico, por lo tanto, accidente de coche... Era como ingresar en el túnel del tiempo, unos 30 años atrás y encontrarte con muchas de las personas que formaban parte de tu vida, para lo bueno y... lo menos bueno.
De modo que la comida programada para 2 meses después -la siguiente la decliné por causa de un temprano Consejo de Dirección de UPyD- resultaría gratísima.
Hablamos de política -¡cómo no!-. Recordamos los viejos tiempos y nos referimos a los viejos amigos y conocidos -Rafael Nieto se demostró como una inacabable fuente de datos e informaciones personales,
Había otro tema dominante: Mario Conde y la “gestión” que este hizo en Banesto y el Fénix, Mapfre y Rafa Nadal –“Mapfre no hay más que una”- y que existe un cierto retorno al mundo dee los agentes generales: “No entendieron el sistema de las subdirecciones”, dice con un rictus de amargura Enrique Marco.
Y mi salida del restaurante se producía con una amable reiteración a que participe en esas comidas... Siempre que pague mi menú, por supuesto: que con "fenicios" anda el juego.

jueves, 14 de mayo de 2009

José Luis Ainsúa

Mis viajes pre-electorales me conducían ese día a Palencia. Se trataba de un compromiso largamente formulado con José Luis, pero ampliamente desatendido, no diría bien si dijera que por mí, sino por mis circunstancias. En 2.008, y con motivo de las elecciones generales del mes de marzo, le prometía a mi amigo mi presencia en un mitin en su ciudad, pero el estado de salud de mi hija -tantas veces preocupante a causa de su grave enfermedad- se había deteriorado de tal manera que resolví dejar en suspenso mi actividad electoral para acercarme a la cama de Pilar hasta que le sobrevino la muerte.
Pero esta oportunidad no era ya la de los negros nubarrones que se resuelven en el drama definitivo. Palencia volvía a situarse en mi mapa particular y José Luis Ainsúa en su referente personal, así que cuando mi amigo me pedía en Valladolid una fecha para mi visita lo arreglamos en un instante.
José Luis es persona conocida -y querida- en Palencia. La gente le para en la calle para preguntarle por detalles de la reconstrucción de las casas afectadas por la explosión de gas, y él está en ellos y discute lo mismo de aspectos arquitectónicos como más tarde de la Política Agraria Común.
Conocí a José Luis Ainsúa en el Parlamento vasco. Él formaba parte de Ezker Batua -Izquierda Unida- y yo del PP. Ainsúa procedía de Comisiones Obreras y del PC, y no de los movimientos cristianos de base -como era el caso de Madrazo-. Un amigo de reciente reencuentro me decía que los orígenes cristianos dotan de un lastre perpetuo a los comportamientos de quienes los asumen. ¡Vaya usted a saber!
Confieso que mi primera relación con José Luis se produjo desde una desconfianza basada en el recelo, una actitud que -por cierto- resultaba confirmada por el comportamiento del personaje: él daba la impresión de erigirse en el representante máximo de la verdad residente en la izquierda, en tanto que yo ejercía la ominosa tarea de representar a la derecha.
Ayuno de interesados en asumir las responsabilidades parlamentarias en materia social, el grupo popular me asignaba la función de ponente para algún debate monográfico sobre el asunto. Ahí crucé duelo con José Luis y del mismo surgirían los ecos de la batalla de las palabras. Ainsúa era hombre de incesante intervención -no recuerdo una sola ocasión en que el Presidente del Parlamento no tuviera que amonestarle por su incontinencia verbal- en tanto que a mí me iba más la precisión del papel y el ajuste del discurso al tiempo atribuido previamente.
José Luis tampoco se contenía en la presentación de iniciativas, muchas de ellas basadas en experiencias personales que luego él trataba de generalizar con fortuna desigual. En mi caso, eran los documentos los que me ofrecían la oportunidad de mostrar mi inquietud respecto de las cosas que ocurrían.
Confrontados en el ruedo cotidiano de los plenos parlamentarios, la idea del acuerdo entre nosotros -siquiera titubeante en su inicio- empezaba a ver la luz. Y no resultaba infrecuente que EB y PP votaran las mismas propuestas, y que ante este insólito acontecimiento los restantes grupos de la cámara unieran sus acuerdos a los nuestros. Eso sí, luego el Gobierno vasco hacía invariable caso omiso a las iniciativas aprobadas.
Un día José Luis me invitaba a comer por su aniversario. Y yo le decía a mi mujer que concurriría una amplia representación sin lugar a dudas. Pero cuando observaba que las masas celebrantes éramos sólo 4 me convencí de que Ainsúa valoraba ya muy ampliamente mi amistad.
La vida nos ha llevado a los 2 por muy diferentes derroteros. Él en Palencia, reencontrando una vida que ahora tiene más que ver con las catástrofes que crea a veces la mano del hombre que con los problemas causados por los políticos -un redivivo Diógenes debería aplicar bien el candil para localizar un político que aporte soluciones-; yo en Madrid, reconstruyendo mi vida entera desde sus cimientos. Pero cuando paseo por Palencia junto con la figura rechoncha y menuda de José Luis Ainsúa, se me hace la impresión de que él y yo vamos, como Sancho y don Quijote, por los campos castellanos y que, de vez en cuando, nos da por asaltar gigantes que la gente bienpensante cree que son sólo molinos de viento.

martes, 12 de mayo de 2009

Portugal y Rumanía

Esa mañana del fin de abril, Madrid amanecía en un ambiente equidistante entre el frío y el calor, entre el viento y la calma, entre la amenaza de lluvia y el reino del sol. Y mis paseos por lasembajadas me llevaban hasta Portugal
Sobre la mesa de Alvaro de Mendonça -el embajador- el Manifiesto de UPyD que nuestra activa secretaria del Grupo de trabajo Internacional le había remitido. El embajador es un tipo profesional, lo ha leído y me formulapreguntas sobre nuestras propuestas.
Le sorprendo cuando le digo que a los electores de nuestro país les gusta llevar las papeletas de votación desde casa. "En Portugal -me explica- el ciudadano llega al colegio electoral, se identifica ante el presidente, este le entrega una papeleta en la que figuran todos los candidatos -listas abiertas-, el elector se introduce en la cabina, marca sus preferencias, las introduce en un sobre y vota.
Sus preguntas abarcan durante una hora la situación política -nacional y del País Vasco-, la economía y´´la pregunta que nunca nadie deja de formular: en el caso de resultar elegidos, ¿en qué grupo se situarán ustedes?
Le comento que conocí, no hace mucho, de la mano de un común amigo -el catedrático de la Universidad de Vigo Eloy García- al candidato número 1 por el Partido Socialista de Portugal, Vital Moreira. El embajador me explica que se trata de un independiente, que es profesor de Derecho Administrativo y Constitucional y que fue profesor suyo cuando Moreira era un joven docente.
A punto de despedirnos, Mendonça agradece repetidas veces mi visita: "Soy un embajador muy reciente -me dice-. Entregué las cartas credenciales en septiembre y todavía me estoy enterando de las cosas de aquí. El presidente Zapatero me dijo que, a los parámetros de izquierda-derecha, había que añadir en el caso de España, los de las regiones nacionalistas y las que no lo son". Ya es tarde, pero la reflexión del presidente daría para un jugoso comentario.
"Nosotros somos un país pequñno, 3,000.000 de habitantes, pero homogéneo".
Y la suerte que tienen, pienso a la vez que desciendo por las escaleras de la embajada.

Y Rumanía en el chalet de la calle de Alfonso XIII es la embajada que representa los intereses de unos 800´000 ciudadanos que viven y trabajan en nuestro país. Un comentario de la prensa asegura que el salario mínimo en la república del este es inferior a las coberturas de desempleo que se pagan entre nosotros. No se irán muchos, asegura la noticia.
Pero Marta Ligor que es la embajadora de Rumanía confirma que ellos prevén un flujo migratorio de regreso. Aunque hay rumanos que ya han decidido quedarse. Y yo recuerdo -y le digo que eso ocurrió también cuando España enviaba trabajadores a la Europa más desarrollada: muchos volverían, pero otros tantos se quedaron en esos países.
- Me preocupa la reacción que se ha producido en los Astilleros de Bilbao -agrega la embajadora. Y otra vez recorren mi imaginación aquellos tiempos en que era portavoz del PP en materia de industria en el Parlamento vasco y debía trabajar por la viabilidad de esa empresa que iba camino de su centenario. La Naval tuvo su origen -según afirmaba el libro que me regaló su entonces director Bernabé Unda, creo que flamante Consejero de Industria- en las leyes que se aprobaran en el "gobierno largo" de Maura en favor de la construcción de buques. Una empresa que en los últimos tiempos ha debido sortear dificultades sin número.
Así que las actitudes que defienden un neo-nacionalismo proteccionista cierran un círculo de malas prácticas. Ayer eran los seguidores de Sabino Arana quienes rechazaban la llegada de otros ciudadanos procedentes de nuestro sur a trabajar entre ellos -los llamaban "maketos"-: hoy son los descendientes de estos quienes rechazan la mano de obra que viene de nuestro este, al fin y al cabo, Unión Europea, somos todos, nosotros y ellos.

viernes, 8 de mayo de 2009

Encuentro en la "isla bonita"

Esta tarde del abril feneciente en que Madrid se abre a la primavera nuestro coordinador para la campaña electoral, Antonio Salvador, nos citaba a comer con varios componentes del exilio cubano.
Salvador -quizás impuesto del relativo aire de clandestinidad derivada de la condición de nuestros interlocutores- prefería para la cita la inhóspita incomodidad del portal de la calle Orense que la propia sede o el comedor de un restaurante.
Allí estaba Elvira, una exiliada de hablar rápido y acento cubano. Perdido. Nos explica la vida y los milagros de lo que ocurre en la isla, mientras que la gente sale de la casa, dispuesta a reponer fuerzas en los establecimientos de hostelería contiguos.
Estas situaciones de espera incesante en las que nadie parece tener que explicarse me ponen de los nervios, así que pregunto:
- ¿A quién esperamos?
- A Eduardo González -contesta Elvira con su acostumbrada velocidad-. Pero ya está aquí -agrega.
Y en efecto, vestido del azul marino habitual de abogado en ejercicio, Eduardo nos espera en la calle.
Caminamos juntos hasta el restaurante "El Capataz- que ya se ha convertido en segunda sede de UPyD.
Sobran 2 puestos en la mesa, 2 representantes de la oposición cubana no han podido venir. González nos ofrece seguridades de su participación en el acto que vamos a promover.
Le digo a Eduardo que me hace mucha ilusión ese contacto.
- Mi bisabuelo -le digo- fue Ministro de Ultramar a finales del siglo XIX y propuso un "status" de autonomía para la isla. Cuando murió en 1.925 el parlamento cubano guardaría un minuto de silencio en su memoria, lo cual constituía un hecho insólito respecto de un gobernante de la antigua metrópoli.
- ¿Eres Maura de los Maura? -pregunta entonces Elvira.
Le contesto que sí, aunque la pregunta es de esas que sólo tiene una respuesta posible. Ella hace entonces una exposición de familiares que se entrecruzan y resuelve que somos eso que algunos llaman contra-parientes.
Eduardo toma la palabra cuando Elvira concentra su atención en el arroz a banda que se enfría en su plato. Nos habla del ejército cubano y de la impostura militar de los antiguos revolucionarios cubanos.
- Fue un argentino el que le propuso a Ernesto que se pusiera el título de comandante -explica Gonz.alez-. "Podés llamaros comandante, che", le dijeron. Y el se puso el "che" como si se tratara de un galardón.
El padre de nuestro interlocutor es un alto miembro del Ejército cubano que esquiva los comentarios políticos en sus conversaciones telefónicas.
Eduardo habla de los Castro, de sus diferentes padres y de la condición de hijo natural de Fidel…
- Perdió todas las elecciones a las que se presentaba -asegura Eduardo-. Para ganar sólo le quedaba hacer la revolución.
Nos dice que la oposición cubana sólo pide elecciones libres. Y que si las gana Raúl, pues que muy bien. Nos cuenta de sus malas relacionees con la embajada y el consulado, del férreo control oficial de la comunicación y de los intentos que harán para abortar nuestro acto.
- El PP quiso hacer algo en Cantabria, pero desistió -asegura Eduardo.
Y yo le digo que esa es la mejor manera de motivarnos a su organización, mientras circulan por mi retina los actos de "Basta Ya!" que propios y ajenos nos conminaban a abandonar.
Y resuena también en mis oídos el "Por mí no quedará", que un cansado don Antonio Maura pronunciara antes de hacerse cargo de aquellos gobiernos que don Alfonso XIII le encargara presidir cuando la deriva de nuestro país era ya la de una confrontación irreversible, como el político de la Restauración había pronosticado mucho tiempo antes.
Y "la isla bonita", hoy como ayer, sigue exigiendo libertad y políticas -y políticos- comprometidas.

martes, 5 de mayo de 2009

¡Devuélvame la llave!

- No hay ningún problema -me dijo-. Son seiscientas cincuenta pesetas.
Tenía una mirada indiferente, podría decirse que incluso servicial. Se encontraba en el local de seguridad, a pocos metros de la entrada. Era un recinto oscuro y una máquina de reproducir llaves dominaba la estancia. El sujeto se parecía más a un antiguo orfebre que a un común llavista.
Por un momento estuve a punto de extraer la cartera de mi bolsillo. Después de todo no era demasiado el dinero que me pedía. Una llave para el servicio de seguridad, la otra para mí. Pero, una sombra de duda se deslizó por mi imaginación. Seiscientas cincuenta pesetas, sólo seiscientas cincuenta. Y, de repente, empezó a parecerme un exceso. Quizás no se tratara siquiera del dinero. Pensaba en todo lo que habíamos llegado a ser bajo la omnipresente tutela de los escoltas. “Hoy salimos a las 9’50… Recorreremos la calle Ledesma… Dejaremos el coche en el garaje… ¡Espere!… ¡Dése prisa!” Y, ahora, me pedían una llave más, de mi coche, cuando Juan, mi escolta, disponía ya de la suya. Era inútil exigir la justificación. Siempre acudirían a los manuales de protección personal que constituían para ellos algo semejante al Evangelio para un cristiano.
Así que, después de dar unos pasos por la reducida primera parte de ese recinto, bajo la mirada siempre indiferente de ese sujeto, que se afanaba en torcer aquella barra de acero incandescente, me resolví a reclamar la presencia de la responsable inmediata del Departamento. La conocía de verla a la entrada de la sede, al otro lado de la ventanilla, contigua al “hall”. Era alta, rubia y vestía con un cierto descuido, unos pantalones de rombos que le quedaban holgados, una blusa de azul claro y una chaqueta barata, de un color más oscuro, aunque indefinible. Su cuello se veía rodeado de una cadena, a cuyo extremo colgaba una pequeña cruz de oro.
Estaba bien. Quizás, en otra ocasión me hubiera gustado pasar un distraído momento con ella; pero ya había abandonado tiempo atrás cualquier perspectiva de algún lío con una miembro de los servicios de seguridad. Habría cometido un error. En teoría se encontraban a nuestra disposición, eran casi como empleados nuestros. Además que nuestra posición de representantes teóricos de las posiciones conservadoras nos alejaban presumiblemente del filtreo con mujeres distintas de las oficiales.
En todo caso gozaba de la protección del sueño. Esa calidez de las horas, de los minutos próximos al despertar, te permiten una cierta osadía, la posibilidad de hacer tuyas las cosas que la realidad convierte en casi imposibles.
Pero, una corriente de exasperación, de rabia incontenible, superaba cualquier posibilidad de acercamiento hacia aquella mujer. Miraba, sin embargo, sus labios, bien pintados; su melena, rubia, con vetas, que se repuntaba levemente al descansar sobre su cuello; sus ojos claros, enmarcados por unas perfectas pestañas.
A veces, la belleza sólo envuelve un espacio de distancia, pensé. Un bonito envoltorio que conserva un contenido de maldad. Y ella era una de las responsables de seguridad, de esa organización que había hecho despojos de mi libertad, de esos viles sujetos que me exigían seiscientas cincuenta pesetas por hacer una copia más de la llave de mi coche.
- Me dicen que tengo que pagar ese dinero por hacer una copia de la llave -le explicaba, casi a gritos-, o que, de lo contrario, se quedan con el original.
Y, de repente, me daba cuenta que así les entregaría un reducto más, más…, de mi libertad. Que así me quedaría sin la última oportunidad que apenas tenía de poner algún kilómetro respecto de ese paisaje urbano que los terroristas habían repintado en negro. La entrega de esa llave me hacía un poco más prisionero de ellos.
De modo que, mientras hablaba, le señalaba con el dedo. Casi sentía el suave tejido de su blusa o el áspero lienzo de su chaqueta.
Y ella callaba.
¿Tengo yo que pagar seiscientas cincuenta pesetas por una copia de mi llave? ¿porque ustedes consideran que la seguridad recomienda eso? ¡Pues, muy bien. Paguen ustedes la copia!
Después de todo… ¿Qué les importaba? ¿Qué suponían seiscientas cincuenta pesetas para ellos que facturaban cientos de millones, miles de millones, al año, al partido, por el servicio que nos prestaban?
Y ella callaba. Y me observaba con una media sonrisa entre sus labios. Seguro que pensaba que mi actitud resultaba desproporcionada. A lo mejor que estaba loco.
Y cada vez que le gritaba más, yo creía que ella me iba a pedir que hablara con su superior inmediato. Por eso que así, posiblemente se me pasaría el enfado.
- No hay ningún problema -afirmó, cuando me había dado yo un pequeño respiro a mis expansiones-. Nosotros correremos con el coste.