miércoles, 31 de octubre de 2012

Cecilia entre dos mares (9). La primera cita (I)

- ¡Óiganme, Astondo -Iturregui se encontraba algo molesto después de su última conversación. - Le llama la señorita Cecilia Llosa. - ¡Ah, sí! Páseme. Unos segundos más tarde, el auricular le acercaba algo que se parecía a la voz de Cecilia. - ¡Hola! -saludó ella. - Buenos días. ¿Cómo está usted? -contestó con su característica seriedad Iturregui. - Bieeen -dijo ella, arrastrando la "e", como acostumbran los sudamericanos-. Y usted, ¿cómo se encuentra? - Muy bien, gracias. - Le llamaba para agradécerle la publicación de mi poema en su diario. La voz de la poetisa peruana era muy alegre. Iturregui se recostó en su cómodo asiento de cuero. - Ya le dije que lo publicaría. - Sí. Pero o pensaba que lo iba a hacer tan rápidamente. - Bueno... Una vez que se ha tomado la decisión, no parece que tenga demasiado sentido esperar. Se produjo entonces un momento de silencio. Ambos sabían que se encontraban, sin embargo, al otro lado del aparato. Cecilia lo rompió. - Tengo que decirle una cosa. - Pues usted dirá. - Que tenía razón usted ayer. Iturregui pensó rápidamente. "¿Será...? "Sí, será con seguridad lo que le dije acerca del reto", pero prefirió no referirse a eso. - No sé muy bien a qué se refiere usted. - ¿Se acuerda que me citó usted la palabra "reto"? - Desde luego. Pero debo decirle que no fue más que una salida de tono por mi parte. - No. No fue ninguna salida de tono. Tenía usted toda la razón -la voz de la Llosa adquiría el matiz de una terca insistencia. - Pero le digo... - No. Yo estaba enfadada, pero no con usted. Había leído unos versos a los postres en una comida con personas notables y pensaba que iban a gustar. De verdad, Iturregui. Creía que mis ideas podían sintonizar con la gente de esta ciudad. Alguien me había dicho que eran ustedes emprendedores, orgullosos. Que les divertía el riesgo, que no les asustaba el tamaño de sus empresas.. Y luego estaba lo del Bilbao liberal, y y pensé enseguida que eran ustedes también liberales en cuanto a mentalidad. Luego apareció usted, prácticamente la única persona que se acercó a felicitarme. - También estaba Urdaneta. - Sí, Urdaneta. ¿Pero qué otra cosa podía hacer Urdaneta? ¡No se iba a marchar cuando era él el anfitrión! - Ya. - Vino usted a felicitarme. Y luego me propuso colaborar en su diario. Y creo que quise hacerle pagar a usted lo que me pareció una descortesía de sus amigos. Ciertamente tenía usted razón: le propuse un reto. Iturregui dudó unos segundos antes de contestar. - Eso mismo pensé ayer, cuando me extendió usted ñas cuartillas de su poema. Vi que había en usted una expresión... ¿Me permitiría una libertad? - Se la permito. - Una expresión... ¿Cómo la llamaría? Desafiante. ¿Acepta usted este término? - Desde luego. Era lo mismo que le estaba diciendo. - Pues bien. Eso era lo que pensé al principio. Pero después... Me di cuenta de que tenía razón usted. Al fin y al cabo, si quiere este señor publicarme algún poema. ¿Pues qué otro podría ser sino el que acabo de leer? -al decir esto, Iturregui impostó la voz de forma teatral. Al otro lado del auricular, Cecilia reía la ocurrencia. - Pone usted un razonamiento lógico donde no hubo sino un enfado -aseguró esta divertida-. Si yo hubiera querido colaborar de verdad con su diario lo habría hecho de otra manera. Le habría regalado, por ejemplo, algún libro de poemas para que lo leyeran en su periódico y seleccionaran el que les pareciera. - Bien. Ha sido como ha sido. No importa. Pero... -Iturregui quiso entonces dar un paso más- Lo del regalo queda pendiente. - ¿Qué regalo? ¡Ah! ¡El libro! Por supuesto. Eso cuando usted quiera. - Pues nos citamos cuando a usted le parezca. Por ejemplo... -Iturregui consultó a una gran agenda de tapa de cartón que tenía sobre su mesa- Mañana. Y podría ser una buena idea que conociera usted la tertulia cultural por definición que tiene Bilbao: la del Lion D'Or. - Advierto en sus palabras una especie de no disimilado orgullo. ¿Qué hay en esa tertulia? - Pues algo de lo que le estaba diciendo. Ahí encontrará usted lo que buscaba. Quizás en el almuerzo de la Bilbaina hubiera más industriales y hombres de empresa que otra cosa. Pero, en Bilbao, existen también escritores, gentes con gran cultura, señorita -Iturregui, más que decía, declamaba. - Si le parece bien. A las cuatro y media en la cafetería del Lion D'Or, que está en la Gran Vía. A unos cinco minutos de donde usted vive. Pero le mando un automóvil. No faltaría más. - Es usted muy amable. Pero me parece que preferiría llegar dando un paseo. Hasta mañana entonces. Cecilia no le había proporcionado el más mínimo resquicio para insistir.

lunes, 29 de octubre de 2012

Cecilia entre dos mares (8). El poema de Cecilia (VIII)

¡Se llamaba Cecilia! Claro. Ni Evangelina ni nada de eso. Cecilia Llosa. Y allí estaba su nombre en grandes letras en el diario, en su diario, "El Porvenir de Bilbao", del catorce de septiembre de 1926. Cecilia Llosa y su poema al amor... La voz de Astondo, su apoderado, le devolvió al mundo real. - Don Miguel. Le llama el señor San José. "Está claro: a este no le ha gustado ni pizca que haya publicado el poema", pensó. - Iturregui. Supongo que sabrá usted para qué le llamo. - No sé. Si usted no me lo dice... - Pues verá. He visto hoy en su periódico los versos de la poetisa peruana esa. .. - Ya. - ... Como bien sabe usted yo soy accionista del periódico. No tan importante como lo es usted, desde luego, pero en fin, dispongo de un paquete de acciones de "El Porvenir..." - Hmm. La cortedad de la respuesta de Iturregui debió sorprender no poco a San José, quien continuaría: - Pues como ya creo que le dije ayer, me pareció un poema impresentable, Iturregui, además de bastante malo. Y a mucha gente más le debió parecer lo mismo, porque se marcharon casi a la francesa de la Bilbaina. Iturregui no consideró necesario contestar aquellas palabras. - ¿No ,e dice usted nada? -preguntaría su interlocutor. - Bien. En realidad, estaba esperando a que concluyera usted. - De acuerdo. Le escucho. - Yo creo, San José, que todo lo que se publica en un periódico no tiene por fuerza que gustar al conjunto de sus accionistas. Y no me refiero con eso a las noticias, que deben reflejar con la máxima fidelidad posible lo acaecido. Lo digo especialmente en relación con las colaboraciones; estas son responsabilidad de sus firmantes, no mía, ni del diario... - ¿Pero no me dirá usted...? - ... Perdone que continúe, San José -Iturregui se expresaba con un tono de voz firme y alto-. Yo creo que la señorita Cecilia Llosa es una escritora reconocida en Perú. Ha sido invitada por la Asociación de la Prensa de Bilbao a una comida, y pienso que ha resultado injustamente tratada, yo diría incluso que ultrajada, por unos señores que no entienden nada de un concepto que yo definiría como la libertad de creación artística. - Mire usted. Yo no dudo que se trate de una poetisa reconocida. Pero, por lo menos, podía usted haberla pedido un poema diferente. Vamos, eso de "las sotanas que recogen el polvo de la calle..." - Está bien, San José. Este era el poema de la señorita Llosa. Era el que ella había escogido. Era el que quería que yo publicara... Nada más -Iturregui percibió un agradable cosquilleo en el estómago: se sentía íntimamente reconfortado por la defensa que estaba haciendo de Cecilia-. Nada más, salvo otra cosa, San José. - ¿Quë cosa? - Que a mí sí que me ha gustado el poema. - Ya veo que no nos ponemos de acuerdo, Iturregui. Pero querría preguntarle su opinión sobre un asunto. - Usted dirá. - ¿No le parece que el contenido de esos versos es atentatorio a la moral católica? - Pues mire usted, San José. Yo no soy de esos que van siempre con el anteojo puesto en busca del pecado que puede existir en la largura de las faldas o en el tamaño del sombrero eclesiástico. Como le decía, se trata de una creación artística, firmada por una poetisa reconocida y a la que entiendo, además, que debo desagraviar. - Está bien, Iturregui. Parece claro que no estamos de acuerdo. En todo caso, quería ponerle de manifiesto mi opinión. - Esa ha quedado clara, San José. Y le agradezco su llamada. - Está bien. Buenos días Iturregui.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Cecilia entre dos mares (7). El poema de Cecilia (VII)

¿Había muerto su amor? O, mejor ¿había vivido alguna vez? De pronto fue consciente de un montón de papeles, anudado por una gruesa goma de color marrón. El informe del Duque de Miranda. Una inversión de gran importancia. Y era que el desarrollo de la industria exigía electricidad. Y las casas, todo pedía electricidad. Y el proyecto pretendía una solución de envergadura, de continuidad para esa necesidad del futuro, del presente. "JUSTIFICACIÓN DEL PROYECTO", anunciaba la primera pagina. Iturriaga se perdía entre los párrafos escritos con términos prácticos por el Duque. El Duque... o Luis Araquistain, que recibía uno de esos títulos "siderúrgicos" que repartía Don Alfonso XIII entre las gentes de Bilbao, como si fuera el monarca el sorteador de la tómbola en la Semana Grande. Buen amigo, Araquistain. Seguramente que su proyecto estaría bien concebido: papel de ingeniero, papel irreprochable. Todo muy bien ajustado, muy racional. Las palabras justas, los hombres necesarios, los socios más útiles para todos: mi tío, mi primo, el pariente de mi mujer... No importaba, al fin y al cabo, Bilbao se proyectaba en una gran familia de personas conocidas. Y, hasta donde no llegaba el parentesco, llegaban la política o los negocios. Bilbao, un "bocho" en el que todos se reconocían. ¡Pobre Begoña! Tan lejana, tan distante de él. Iturregui, genuino producto del Bilbao triunfante. Liberal y español, por lo tanto, por los cuatro costados. No podía soportar al bizkaitarrismo y sus afanes por ruralizar Vizcaya. Hombre de empresa, pero también persona preocupada por la cultura, por la prensa. Iturregui, elegante, se compraba todos los años dos pares de zapatos de Villarejo, hechos a medida. O se hacia traer los magníficos paños de Londres, para que su sastre se los cortara en Bilbao, con toda tranquilidad; la camisa almidonada; los gemelos de nácar con las siglas del "Spprting", o de oro, o de brillantes; la corbata de seda, del club Marítimo o de la Sociedad Bilbaina, azul marino, casi siempre o el abrigo de "cashmere" o de pelo de camello, tan necesarios para aquel frío otoño de 1926. Cuarenta y cinco años y en plenitud de facultades. Sus negocios subían como la espuma en aquel Bilbao del lujo, de las residencias construidas al estilo inglés, de los grandes potentados, de los capitanes de industria. Fundador, junto a otros socios, de la principal industria de la siderurgia vizcaína. Con intereses también en los negocios navieros. Y, en su inquietud política y cultural, resultaba asiduo además a las tertulias que se celebraban en el Lyon D'Or y había contribuido a la creación del diario "El Porvenir de Bilbao", del que era su principal accionista y, por lo tanto, su presidente. Y lo había hecho, quizás, porque le había parecido necesario que hubiera en la Villa un medio de prensa para la defensa de las ideas monárquicas, contra la intransigencia del socialismo, los pacatos planteamientos de los carlistas o el inmenso error de las teorías bizkaitarras. Lo había dicho aquella señorita de... ¿Arequipa? "El amor muere..." ¿Y dónde estaba el suyo? ¿En qué lugar se había perdido desde los tiempos de un noviazgo celosamente protegido por el aña "seca" de Begoña, transformada en "carabina"? Los paseos por las Siete Calles o por el Arenal. Él, ya con treinta y cinco años y deseoso de encontrar una salida a su soltería, de formar un hogar, cuando empezaba a abordar los negocios en la empresa de su padre. Y la gente le decía que ya era hora de que se "echara" una novia y se casase... Begoña, en el contacto fortuito de la calle. No sabían cómo bien cómo lo hicieron pero, de pronto, se habían arreglado. Y ya estaba ella escogiendo el ajuar en compañía de su madre. Y él, preguntándose por la marca de reloj suizo que le regalarían en la pedida y por la sortija que se encargaría traer de París para pedir a su futura mujer. Se casarían en Begoña, en la basílica, en el mes de mayo, como una flor más de la que los curas le hacían firmar todos los días de ese mes. "Madre, yo te ofrezco esta flor..."Y esa flor eran ella y él en aquella tarde de primavera, bajo el suave discurrir del "siri-miri" de Bilbao. Un viaje de novios al volante del Hispano Suiza, de su padre, que luego él se compraría otro; conociendo París, Iturregui, con los ojos muy abiertos Begoña, tapándoselos las más de las veces. Y Mónaco, Italia... Se perdían por aquellas maravillosas calles de Florencia, donde la belleza te sorprende y te envuelve en su exuberancia; Venecia, con sus canales y los gondoleros cantando sus canciones al amor bajo sus noches estrelladas... ¿Fue de verdad el amor o solo una figuración? La verdad es que nadie resulta experto en el amor, al menos Iturregui no lo era. Él tenía urgencia en casarse y Begoña no podía quedarse para vestir santos; o para ingresar, a destiempo, que para todo existe su tiempo, en una orden religiosa. Begoña era una buena solución para él, porque anudaba otras relaciones comerciales, negocios y más negocios en los que podría entrar de la mano de su suegro. De sus nuevos tíos. El Bilbao de siempre, el Bilbao "chiquito" en el que todos se conocían y se ligaban en un mareo interminable de bodas,parentescos e industrias. Nadie es experto en amor. No hay quien controle los efectos de esa extraña sensación. Quizás lo suyo con Begoña no fuera una historia de amor. Pudiera ser que en aquella relación solo existiera cariño, afecto... Ese "te quiero" que podía llegar a ser entrañable, pero que no contenía dentro de sí ni una sola gota de pasión. Y ahora aparecía esta extraña... ¿Evangelina? No, no se llamaba así, la peruana esa que le extendía con firmeza sus versos provocadores. Esa morena de ojos profundos, misteriosos, contradictorios. Era un reto. Le estaba escuchando, segura de sí misma. Firme, en su habitación del hotel Carlton: "Ya que ha dicho que le gustó mi poema... que lo publique, que tenga esa valentía. De lo contrario no merece la pena: si no me lo publica no le vuelvo a ver nunca más". ¡No la vería nunca más! Si no publicaba su poema, adiós Evangelina, o como se llamara. Lo tuvo muy claro entonces. - Astondo. Haga el favor de hacer llegar a la redacción de "El porvenir..." este poema. Que lo publiquen en un faldón en la ultima pagina. Además, otra cosa, Astondo, quiero que salga mañana mismo. Sí, mañana. Aunque tengan que levantar la edición.

lunes, 22 de octubre de 2012

Cecilia entre dos mares (6). El poema de Cecilia (VI)

- Astondo. ¿Tiene usted a mano la carpeta que me ha enviado el duque de Miranda? - Desde luego, don Miguel. Iturregui tamborileaba con sus dedos, nervioso, sobre su mesa de cuero verde de su escritorio de madera noble, con sus abridores dorados, mientras esperaba a que su apoderado le trajera los papeles de la sociedad eléctrica. ¿Cómo se llamaba? ¿Evangelina? No. Era otro su nombre... En cualquier caso, la peruana aquella, le había parecido una mujer interesante, muy interesante. Conservaba su poema en el bolsillo. Y, sin darse apenas cuenta, se encontró leyendo el texto: "Muere el cariño, derrotado en la rutina..." Era cierto. El amor se iba, o se va lo que tú mismo te figurabas que un día fue amor... ¿Qué más da? Ilusión o realidad, crees que durará toda la vida. ¿Pero, cuánto tarda en caer todo el espejismo? Begoña, su mujer,; la mujer santa de las congregaciones de caridad; la dueña del recato y la prudencia; la mujer que cerraba los ojos y apretaba con fuerza manos y dientes, como si encerrara entre las primeras un rosario, cada vez que le hacía el amor. Begoña, misa diaria, confesión mensual, con sacerdote jesuita, por supuesto. Begoña Tellechea, buena familia de Bilbao, de toda la vida, sietecallera, cuando las Siete Calles eran el origen de la Villa, que luego se determinó a cruzar la ría e hizo su Ensanche, y se fue, Begoña, a la Gran Vía, y que terminaría, si alguien no ponía remedio a eso, en Neguri, que era el nuevo punto de reunión de las gentes pudientes de Bilbao. "El amor muere, porque rodó muere...", decía esa poetisa deñ Perú. Begoña, cuarenta y dos años de forzoso caminar hacia la iglesia; Begoña, tan asidua como inconsciente a las juntas contra la "trata de blancas; reuniones de señoras bien para luchar contra la introducción de las jóvenes en el oficio más viejo del mundo... ¡Pobres! Nadie les había dicho todavía que los ingresos de sus presupuestos tenían por origen, precisamente, el negocio de la prostitución, el dinero con que algunas sobretasas gravaban esa sórdida industria. Begoña Tellechea, que no sabia nada de la vida, que paseaba por la calle, infeliz, casi con la boca abierta, que nunca había sabido nada de economía, ni siquiera de la doméstica, de una cuenta, más allá de pagar al servicio o de escuchar las sugerencias para el menú de la cocinera, para luego decir, invariablemente, que estaba bien, que pusiera lo que quisiera. Begoña, ¡Pobre Begoña! Santa y buena madre de cuatro hijos, dos chicos y dos chicas,, a quienes besaba a las diez de la noche antes de que cenaran los mayores, bien repeinaditos y con su colonia fresca de Heno de Pravia; sus cuatro hijos: Miguel, como su padre, el mayor; Ignacio, como el fundador de la Compañía de Jesús -¡cómo le gustaría a su mujer que acabara haciéndose misionero, jesuita, ¡por supuesto!-; Begoña, la tercera, como su madre, consciente y responsable y Mercedes, la pequeña, la "prefe", que lo conseguía todo solo con sus ojos, con esa resplandeciente expresión, con el clamor de su risa que alejaba de él cualquier pretensión de negativa.

viernes, 19 de octubre de 2012

Cecilia entre dos mares (5). El poema de Cecilia (V)

Uno de esos momentos de pesadísimo silencio se hizo entonces entre los dos. Cecilia lo salvó con una sonora carcajada. Iturregui, entre divertido y curioso, preguntó: - ¿De qué se ríe usted, señorita? - Por nada, por nada. Es que...no sé muy bien cómo decírselo. La curiosidad de Iturregui crecía por momentos. - ¿Qué cosa? Dígalo usted, que yo... -Iturregui estaba a punto de decir algo así como "yo no me como a nadie", pero esa expresión evidentemente le pareció poco correcta-. Yo... yo... -Y se quedó sin una frase acertada que pronunciar. - Nada, nada. Cosas mías... -dijo Cecilia rápidamente, salvando otra vez la situación-. ¿Me ha dicho usted a qué se dedicaba? La poetisa haia cambiado de tema. Iturregui era de esos hombres que insisten hasta el final, porque quieren racionalizarlo todo, y de esa manera conocer las causas de todas las situaciones; por lo que se desconcertó un tanto pero, unos segundos después, contestó: - Pues mire usted. Yo he venido aquí en mi calidad de presidente del periódico "El Porvenir de Bilbao". - ¡Ah! Es muy interesante. ¿Y es un diario que tenga alguna especialización? Iturregui pensó unos segundos antes de contestar. No sabia muy bien por qué, pero resultaba evidente que esa mujer le parecía muy interesante, así que había que intentar crear la oportunidad de un futuro contacto. - En realidad no. Se trata de un medio de comunicación general. Pero, por si quiere usted saberlo, a veces publicamos colaboraciones literarias. - Ya... La peruana se hacia de rogar. - Y, entre ellas, a l mejor podríamos publicar alguna cosa suya... -avanzó, con media sonrisa, Iturregui. - Creo que es usted un valiente. Después de lo que ha pasado aquí... -Cecilia paseaba su mirada por un comedor que ya estaba prácticamente vacío-. Y le prevengo a usted -la peruana había bajado el tono de voz, a la vez que colocaba de forma graciosa su mano sobre el brazo del industrial- que mis otros poemas pueden ser aún peores. "Verdaderamente que aquella era una mujer de armas tomar", pensó entonces Iturregui-. Y, de pronto, se encontró con que había perdido su habitual seguridad. Fue entonces cuando dijo: - ¿Peores aún? Pues entonces... Bueno, o es que... En fin. Su poema, ya le he dicho que es bueno, y es valiente. Yo supongo que los restantes tendrán una calidad semejante. Finalmente, Iturregui había recuperado su habitual resolución. Cecilia sonreía abiertamente ante el episodio de confusión padecido por aquel hombre, pero prefirió no hacer ningún comentario al respecto. - Está bien. ¿Le parece que hablemos sobre alguna posible colaboración? - Sí. Si usted quiere, le dejo mi poema. Está publicado y dispongo de algunos ejemplares más. Cecilia apretaba la boca mientras le extendía las cuartillas que apenas unos minutos antes habían producido la indignación general. "¡Vaya mujer! Es bastante osada", pensó Iturregui. - Señorita. Disculpe usted mi atrevimiento -dijo entonces- ¿Me está usted retando? - ¿Un reto? ¿Cómo? ¡No entiendo nada! Usted me ha dicho que le ha gustado mi poema. Ya me ha vuelto a repetir que le ha gustado mucho. Le parece que es "lindo". Yo se lo,doy para que lo publique, ya que le gustó tanto. ¿Dónde ve usted el reto? Iturregui se sintió entonces absolutamente derrotado. - Tiene usted toda la razón. Veré cuándo me lo pueden publicar... - Yo no le culpo si ustedes no lo publican. Aquí no ha gustado y lo más probable es que tampoco guste a sus lectores. - No lo sé. Lo único que sé es que lo voy a publicar -decía, preocupado a la vez que convencido, el industrial-. En fin, tengo unos papeles que me esperan, señorita. Pero puedo dejarla donde usted quiera. Por cierto, ¿seria admisible que le pregunte dónde se aloja usted? - En el hotel Carlton. Pero no voy hacia allí ahora. El señor Urdaneta me ha pedido que le acompañe a conocer su diario. Pero le agradezco su buena intención. - Está bien. Entonces nos despedimos. Encantado de conocerla señorita, señorita... Disculpe -Iturregui no recordaba su nombre. - Cecilia Llosa. Yo también he tenido mucho gusto en conocerle -dijo la poetisa arequipeña tendiéndole su mano derecha.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Cecilia entre dos mares (4). El poema de Cecilia (IV)

No se despedían. A muchos comensales les bastaba un gesto rápido de la mamo en dirección a Urdaneta, para abandonar un local en el que había tenido lugar un almuerzo de tan tormentoso final. El presidente de la asociación recogía, con su pañuelo, las ingentes gotas de sudor que surcaban su frente.su gruesa papada, toda su cabeza en suma. A todo esto, Cecilia Llosa, permanecía sentada, la boca más prieta que cerrada y la expresión distante, como una diosa antigua, ajena a lo que estaba ocurriendo. No se lo pensó dos veces. Atravesando, casi de un par de zancadas, la distancia que le separaba de ella, Iturregui se plantó ante la Llosa. -Urdaneta. ¿Seria usted tan amable de presentarme a esta encantadora señorita? Cecilia abandono, siquiera por un instante su lejanía oceánica, para devolverle su sonrisa. Solo entonces fue cuando Iturregui pudo comprobar cómo era en realidad la peruana. Su carita india, que incluso pudiera parecer oriental a causa de unos ojos algo rasgados o del dibujo suave de dos líneas que tendían a unirse en la barbilla. Unos anchos pómulos y una interesante cicatriz, que señalaba el tercio inferior del lado derecho de su rostro y que concluía en el lado derecho de su boca, reforzaban la inicial impresión del carácter asiático de la joven. Una naricita recta, que apuntaba hacia un final algo respingón. Una gran pelambrera negra en la que descansaban, unos sobre otros, como si fueran de materias distintas, sus brillantes cabellos. Y sus ojos; unos ojos profundos, oscuros; a la vez próximos y lejanos, al tiempo alegres y taciturnos, que te envolvían de tal forma que parecían, alternativamente, tanto suyos como de su interlocutor. Pero todas las dudas que escondían sus ojos se resolvían en su expresión, una sonrisa desparramada en el marco de unos labios que emergían rectilíneos, que descubrían una perfecta y blanquísima hilera de dientes; una sonrisa que se prolongaba hacia el suave color rosado de sus encías, que provocaba un simpático arraigamiento de su naricita y que resolvía, si alguno quedara todavía, cualquier interrogante proyectado por sus ojos misteriosos. -Claro, claro. No faltaba más -dijo, medio excusándose Urdaneta, intentando sacudirse la intranquilidad que padecía-. Señorita Cecilia Llosa. Tengo el agrado de presentarle a don Miguel Irurregui. -Hola -dijo solamente la peruana, tendiendo una mano de largos dedos. Iturregui acercó una silla hacia la poetisa. -¿Me permite? -Claro -contestó ella, dibujando una de sus más encantadoras sonrisas. - Verdaderamente, creo que ha estado usted colosal -aseveraba Iturregui, en tanto que la Llosa observaba, con atención, el cuidado atuendo del industrial-. Su poesía parece algo así como un desafío valiente para las conciencias dormidas. Me ha encantado. Mientras hablaba, la mano derecha de Iturregui, con sus finos dedos entreabiertos, rubricaba sus palabras. - No parece que el resto de los comensales esté muy de acuerdo con usted -aseguró Cecilia, algo,taciturna-. Por eso es más de agradecer lo que me dice. -Y después, en un gracioso mohín, pedía ella una suerte de halago compensatorio-: ¿De verdad que le ha gustado? - Ya le digo que sí -aseguraba con firmeza Iturregui-. Y en cuanto a lo que piensen otros, yo no le daría importancia, señorita. Si,tiene usted la oportunidad de conocer esta Villa, esta ciudad, ya verá que existe otro tipo de gente, otras formas de sensibilidad más tolerantes de las que se han producido en este momento. - Lo,que pasa es que siento como si hubiera venido aquí a romper el orden establecido. Como si todos ustedes mantuvieran unas posiciones inmutables y yo me estuviera encargando de denunciarlas -dijo Cecilia volviendo a recogerse en un rictus de tristeza. - Señorita. Nada de eso es así. Usted ha recitado un poema sobre la libertad que existe en el amor -le procuraba animar Iturregui-. Y esa es una gran verdad. Lo que pasa es que existen todavía gentes que no están dispuestas a admitirla. - Le agradezco su opinión, señor Iturregui -dio ella dulcemente-. Me hace bien además lo que usted me dice. Casi le diría que me reconforta. - Nada, nada. Eso está claro. Y, si le sirve a usted de algo, le pido a usted disculpas por la incorrección de una buena parte de mis colegas... - ¡Pero eso es demasiado! -le cortó Cecilia-. ¿Cómo se va a disculpar por algo de lo que no es usted responsable? -Señorita -dijo con énfasis Iturregui-. Esto es Bilbao, es España. Yo soy, aunque usted no me conozca, un caballero español. Usted es una ciudadana del Perú que ha sido injustamente agredida por un grupo de personas entre las que me encuentro. Por eso le pido disculpas. ¿No le parece lógico? - No me lo parece, pero se lo agradezco aún más -contestó resuelta.

lunes, 15 de octubre de 2012

Cecilia entre dos mares (3). El poema de Cecilia (III)

Un rumor de comentarios saludó el último verso de la poetisa arequipeña. "No es posible lo que oigo..." protestaba, a unos pocos metros de Iturregui, San José. Algún otro asentía, dibujando una mueca de disgusto en su rostro... La Llosa dirigió una mirada firme hacia los presentes, para proseguir inmediatamente después. "Pero el amor llega, vuelve, nace, tantas veces. Detrás de una sonrisa, En la mano que sujeta una flor, En la voz firme que te envuelve. Viene el amor. Te transporta, te rodea, te hace suya. Porque el amor es el río de la vida, No se sabe cuándo nace, Pero si nace, nunca se va". Cecilia Llosa dejó sus cuartillas sobre el mantel blanco de la engalanada mesa y dirigió una sonrisa hacia la concurrencia. Algunos tímidos aplausos contestaron sus versos, pero eran tan tímidos que no pudieron contener el ruido de los agitados rumores que invadían aquel salón privado del club bilbaino. San José se levantaba de su silla, rezongando: "Porque se trata de una mujer, que si no le diría yo un par de cosas..." "Tiene usted razón -añadía Inchaurtieta, columnista de "Noticias del Norte"- los versos que ha leído esta señorita constituyen un atentado a los principios de la moralidad..." "¿Y a la iglesia, qué es eso de la sotanas y-no-sé-qué-del-polvo-de-la-calle?", decía con disgusto Arrosgoiti, conspicuo tradicionalista.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Cecilia entre dos mares (2). El poema de Cecilia (II)

- Señorita Cecilia Llosa, que es casi embajadora del Perú, y de esa ciudad orgullosa de serlo, que es Arequipa, señores... -La voz de Santiago Urdaneta sonaba clara entre el humo de los cigarros y el entrechocar de las copas de "champagne" procedente de las botellas de "Cliquot" que servían los camareros, uniformados siempre com su característico calzón corto-. Me corresponde el honor, y lo hago con plena satisfacción personal, en mi condición de presidente de la Asociacion de la Prensa de Bilbao, de dar la bienvenida a nuestra Villa a tan importante representante de las letras peruanas e hispanoamericanas. Efectivamente, la señorita Llosa viene a Bilbao precedida por una intensa fama... -Urdaneta se plantó unos lentes redondos que llevaba en el bolsillo exterior de su chaqueta, para mejor leer-. "Premio ciudad de Arequipa 1923; "Premio Mariano Melgar 1925"; ha publicado doce libros de poemas, en los que ha glosado la vida urbana de su ciudad, el ingrato discurrir de las gentes indias que habitan esa Cordillera Occidental, en Coropuna,o en las laderas del Misti o del Pichu Pichu. La señorita Llosa viene de un Perú que dirigef con mano firme, desde hace siete años, el señor Leguía, lo mismo que en España ocurre ahora con don Miguel Primo de Rivera. Pero la embajada de la señorita Llosa no trae un mensaje de política, sino de amistad; no tiene intereses comerciales que defender, sino palabras de amistad, de amor... Por todas esas cosas, por Perú, por España, por Arequipa, por Bilbao, y por la encantadora señorita Llosa, levanto, señores, mi copa. Una gran ovación saludó el brindis del presidente del diario decano de Bilbao. La homenajeada, con una radiante sonrisa, chocaba su copa de "champagne" con las de los señores más próximos a esta. Iturregui, sentado a así diez metros se distancia de ella, apenas podía advertir más que una carita redonda y unas maneras aparentemente muy suaves. Casi nadie dejaba de brindar con la poetisa, y quien más quien menos se acercaba hacia la mesa presidencial. "Verdaderamente, Iturregui, categorizó San José, importante naviero-, tiene unas facciones muy indias, pero es una señora de bandera... ¿No le ha visto usted de cerca?" "Pues todavía no", contestó e aludido. "Pero ya me la presentará Urdaneta". "Señores... -Cecilia Llosa se levantó de su silla, sosteniendo unos papeles entre sus manos-. Quisiera que mis primeras palabras fueran de agradecimiento a todos ustedes por la amabilísima acogida que me han dispensado... -La poetisa hablaba en un tono tan suave, tan bajo, que todos los asistentes debían mantener un profundo silencio para escucharla-. Ha dicho bien su presidente que mi embajada no es política, es solo una embajada de palabras y voces. Y como yo escribo algo mejor que hablo, prefiero decírselo a ustedes con un poema. Fue entonces cuando la Llosa aplicó su interés en las cuartillas de papel que mantenía en su mano, y recitó con una voz muy tranquila, muy pausada: "El amor es el río de la vida, Es la corriente que fluye, El huracán que azota. No se sabe cuándo nace, Pero si nace... No hay quien pueda sus aguas canalizar, O sus vientos, irredentos, calmar. El amor muere, porque todo muere, Muere el amor que tiene nombres, Como mueren las cosas de los hombres. Muere el cariño, derrotado en la rutina... Lo que hoy hacemos, Lo que ayer hicimos, Lo de siempre. Muere el amor que construimos. Pero, para protegerlo, le ponemos murallas papeles, anillos y hasta hijos. Nada vale, entonces, querer levantar La casa que se nos cae De vieja que está. Ni las sotanas que recogen el polvo de la calle, Y nos dicen: "Es ya tarde para otra oportunidad".

lunes, 8 de octubre de 2012

Cecilia entre dos mares (1). El poema de Cecilia (I)

- Hágame el favor, Astondo -dijo Iturregui, mientras le tendía un pedazo de papel sepia repleto de tachaduras y borrones-. Páseme esta carta a limpio, que la firmaré por la tarde. - Muy bien, don Miguel -respondió el escribiente, recogiendo el escrito. Iturregui se dirigió hacia la puerta en la que una placa de latón dorada decía "PRIVADO", detrás de la cual se encontraba su lavabo particular. Introducido en este, después de cerrar y de girar el interruptor de la luz hacia la derecha, se lavó cuidadosamente las manos y destapó el frasco de su habitual colonia habitual, Alvarez Gómez, administrándose una moderada dosis en los escasos pelos que le caían por la frente y en su cuidada barba. Luego, dio un paso hacia atrás para comprobar su aspecto: corbata de seda bien anudada; un magnifico traje gris oscuro de la sastrería inglesa, hecho de paño importado desde Inglaterra; zapatos a la medida, de Villarejo... Todo perfecto. Consultó su reloj: las dos menos cinco minutos. Justo el tiempo para atravesar el puente de la Estación y llegar hasta el edificio de la Sociedad Bilbaina, donde tendría lugar el almuerzo. Era un día lluvioso, de clásico "sirimiri", en aquel otoño de 1926. Así que se protegió con el impermeable, comprado por él en Londres la pasada primavera, se armó de su paraguas y salió a la calle. Santiago Urdaneta, propietario del periódico "Noticias del Norte", había organizado un almuerzo en honor de una tal señorita Llosa, poetisa peruana que estaba de paso por Bilbao, para dar a conocer su obra, varias veces premiada en su país de origen. Iturregui avanzaba pesadamente, pensando en que más le habría valido carecer de este compromiso. Al fin y al cabo, siempre hay gente dispuesta a asistir a los convites, y él tenía una preocupación aún no resuelta: uno de sus socios le apremiaba a que entrara en la constitución de una sociedad eléctrica, y se lo estaba pensando. Tenía todos los papeles sobre la mesa de su despacho y le faltaba tiempo para hacer sus números. "Iturregui. No quisiera que se quedara usted fuera de este proyecto", le insistía Miranda, el duque, "Tome usted pronto su decisión". No, a él no le interesaba mucho el asunto del almuerzo, pero en su condición de principal accionista de "El porvenir de Bilbao" no debía quedar ausente de ese acto.

jueves, 4 de octubre de 2012

Intercambio de solsticios (despedida)

En le día de ayer publiqué la última entrada de mi historia "Intercambio de solsticios". A lo largo de estos "posts" he procurado contar las circunstancias acaecidas a Jorge Brassens a lo largo de tres etapas de su vida: el pasado, el presente y el futuro -que a lo mejor llega si todos nos volvemos definitivamente locos, y vamos por ese camino. Quiero agradecer a todos los que me hayan seguido durante todo -o una parte al menos de- este recorrido por su amabilidad y su cariño. A partir de mañana, si no hay impedimentos de última hora, tengo previsto dar comienzo al relato de una narración que llevará por título "Cecilia entre dos mares" y que cuenta una historia de amor imaginada en el Bilbao del año 1926. Espero que os guste. Un saludo muy cordial.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Intercambio de solsticios (458)

Anoche. Esta mañana Anoche, sin sueño, pensaba en el descuento. Nueve días, en la noche serena de Arrechea. Tumbado en la cama, forrado de pastillas Para auto infligirme un coma definitivo. Una pipa con haschís sobre la mesilla -Junto a una imagen de la Virgen de Roncesvalles Que un día puso Lorsen allí para invocar Su protección-, en la cadena de música La voz ronca de Lepnard Cohen: "Now I great You from the other side, From sorrow and dispair, For the heart with no companion, For the soul without a King". Los fantasmas de ellas dos Haciéndome compañía y el recuerdo De tu nombre en lo imposible De un amor que no supo crear el amor. Hay dos cartas sobre la mesa de mi despacho, Una dirigida a ti, la otra a mi hermano Raúl. En la tuya te pido que no te hagas culpable De mi muerte, me has querido todo lo posible, Aunque no tanto como para que, en adelante Yo formara parte de alguien, de ti. En algún lugar del "hall" de tu casa, Hay un ramo de dos docenas de rosas Rojas con una tarjeta que pone mi nombre, Y en la bandeja que tienes para las cartas Esa carta con mi membrete, manuscrita, En la que te digo que me voy, porque no tengo Referencias y que tú leerás cuando me haya ido Las maletas sin deshacer, a tu regreso. No he sido capaz de renacer de nuevo, Le digo a mi hermano, las alas del Ave Fénix Están demasiado cargadas para volar Y le pesan los impactos de los disparos De muertes, amenazas, soledades... Esta mañana, se hace evidente la razón, Por entre las tenues luces de Madrid En inestable primavera, ¿responsabilidad O miedo a no saber hacer el ridículo? Nadie vuelve de la muerte, dijo alguien. Salvo los suicidas incompetentes, añado. Así que resuelvo añadir hojas a mi calendario, Hasta que regreses de tu viaje transoceánico, O quizás esperar a que pase este verano Y saber si progreso en ti o me disuelvo Lentamente en una amistad sin esperanzas. Para dormir sin dormir en otra ocasión, Poniéndole fecha a mi final, en esa escena Tumbado sobre mi cama de Arrechea. Los fantasmas de ellas dos Haciéndome compañía y el recuerdo De tu nombre, en lo imposible De un amor que no supo crear el amor. Madrid, mayo de 2.008

martes, 2 de octubre de 2012

Intercambio de solsticios (457)

De lo que se trata ahora es saber qué debe hacer España en su futuro inmediato. Y, desde luego, su acción no debería quedar presidida por lo que otros hagan en nuestro favor. "España no puede esperar nada que no haya de venir de ella misma", decía don Antonio Maura en un discurso que pronunciara en el Congreso de los Diputados el pasado siglo. Y nos guste o no, ya se confirmen los pronósticos más catastrofistas o los más benévolos, solo si nos merecemos nosotros mismos el resultado que podamos obtener seremos conscientes de hasta qué punto el éxito o el fracaso ha dependido de nuestros ciudadanos y nuestros gobernantes. España hizo una transición que muchos comentaristas han reputado de modélica. Sin embargo, no toda ella merecería el mismo calificativo. En el debe de nuestra transición se encuentra el célebre Titulo VIII de nuestra Constitución que ha derivado, más de treinta y cinco años después, en una emulación permanente de unas autonomías respecto de otras y la duplicación, triplicación y hasta cuadruplicación de las mismas competencias entre las diferentes administraciones. Algún economista ha considerado que este sobrecoste alcanzaría la cifra de 120.000 millones € todos los años. Es urgente e importante poner fin a esta sangría económica que se sitúa en el origen de todos nuestros males. Una sangría que el partido de gobierno en España podría acometer con sus amplias mayorías en las diversas instituciones de nuestro Pais. Un partido mayoritario que podría pactar con una oposición débil de liderazgo, con alternativas difusas y sin ideas. ¿Cabe sin embargo esperar eso de nuestros políticos? Una grandeza de semejante tono resultaría improbable en la hora presente. El liderazgo en el partido que gobierna no está ni se le espera. Rajoy ha hecho de su presidencia de partido -u de gobierno, por ende- el resultado de una amalgama sin fin de pactos con sus barones territoriales y locales que no le permitiría a la postre la modificación de este montaje abusivo y exagerado. ¡Ni siquiera seria capaz el presidente de desmontar la estructura de las diputaciones provinciales, que solo tendría sentido en una España centralizada como la del régimen anterior! Y el partido de la oposición tampoco tiene otra pretensión en su horizonte inmediato sino la de recuperar algún día el terreno perdido. Y otros partidos, creados o por crear, van recogiendo el relevo de los que parecen haberse decidido por la inacción. Pero ese nuevo mapa político no se proyecta tampoco en el horizonte inmediato unas encuestas más serias nos hablan de un incremento de la abstención más que del refugio de ,os electores en otras siglas. En otros tiempos, quien impulsara la transición, contaba con el prestigio y una cierta reserva de legitimidad -si ien estrechada enormemente por la Constitución- para plantear nuevas iniciativas en el terreno del futuro. Hoy ya ni siquiera parece posible que desde esa alta institución quede reserva pata la actuación. Pero si alguna queda, seria la Corona la que debería implicaras nuevamente en su solución. "¡Por España, todo por España!", exclamó don Juan de Borbón antes de rendir pleitesía a su augusto hijo. Todo por España, en su hora más incierta.

lunes, 1 de octubre de 2012

Intercambio de solsticios (456)

Anoche Anoche tuve la desgracia onírica, En mi desconcertado vagar peripatético, De soñar acerca de la idea verídica Que tienes de este ser en estado crítico. Una mirada compasiva por lo patético, Otra equidistante por lo clásico. No sabes qué decir de mi ser metódico, Y no te convence mi deterioro físico. Admiras, sí, mis productos estilísticos, El vivir de ilusiones -si esa es mi mística-, O la cadencia de mis llamadas hóspitas -A saber si por lo recurrentes, insólitas! Y me puse a soñar un sueño críptico, Plagado de tus gestos ríspidos, Rodeado de tus desprecios míticos, Que bordean tus temblores coléricos. Y me levanto en despertar horrísono, Y me debato en la duda gélida De si te he provocado un dolor íntimo O me ves como un ser fantasmático.. Noches ¡ay! de desgracias oníricas, Precursoras de mañanas límpidas, Porque, por la noche, al teléfono, Dirás algo que me pondrá romántico. Sitges, mayo de 2.008