lunes, 31 de octubre de 2011

Intercambio de solsticios (260)

Le aplicarían esa especie de linterna en su misma sien. Con una sonrisa sardónica -¿quién en su sano juicio podría decir que el mal no existe?- uno de sus verdugos apretaba una especie de botón de color rojo; el mando que, en una linterna, arrojaría luz sobre el recinto objeto de su iluminación. En lugar de ello, Bachat sintió una descarga eléctrica de proporciones nunca imaginadas. Alguna vez el saharaui había podido experimentar el desagradable episodio de la descarga que se produce cuando tocas algún cable mal protegido, cuando este conecta con otro y cuando la red está enchufada. Pero eso se parecía muy poco a lo que le pasaba por la cabeza en aquellos momentos.
Duró una eternidad. La tortura se demora tanto en el tiempo en que se produce como en el tiempo en que se recuerda, pero el saharaui no sabía muy bien todavía si –como consecuencia de aquella agresión- él se quedaría allí, tendido en medio de una fría sala, contemplando esa imagen de una bañera en la que se le había sometido a una de las vejaciones más fuertes de su vida: una imagen que se pegaría a su retina en el momento final, cuando entregara su vida al Dios de los creyentes, con la esperanza de un más allá definitivamente grato y salvador. No más sufrimiento; ni para su pueblo del Sahara; ni para ese pueblo importado que se llamaba Chamberí; ni para él mismo, al cabo un mero testigo presencial y activo de una época.
Pudo con él la descarga y su mente aturdida le llevaba a ese mundo nuevo; en una especie de viaje que era iniciático y terminal, a la vez. Se iba de esa mierda de vida, por fin. Los verdugos le hacían el mayor de los favores, quizás lo que nadie desea salvo en momentos muy concretos, terminados los cuales, uno se aferra a lo que hay, a la existencia que tiene, como un balón de oxígeno para quien no puede respirar, como una tabla salvavidas para quien está a punto de hundirse: la vida, como única referencia.
Y al otro lado del túnel negro de su nueva realidad, observaba Bachat la figura de su madre, envuelta en el darrah típico de su país. Le extendía una mano curiosamente juvenil, y su sonrisa afectuosa no se producía en una cara avejentada por las arrugas. Fathma, esa mujer que tuvo seis hijos, y a la que se les murieron tres. Fathma, que les contaba las viejas historias de su pueblo, en las tiendas que se elevaban en los atardeceres y se desmontaban cuando surgía una nube que les advertí que por allí, en el norte o en el este, existía la mera posibilidad del agua. Fathma, mujer y madre, alegre y feliz, como él mismo se sentía en aquéllos momentos. Fathma, una especie de Virgen María de los musulmanes, rediviva, en aquella tierra en la que ya no existiría nunca más la fe o la esperanza… y ¿qué decir de la caridad?
Le echaron un balde de agua, pero Bachat no fue consciente de ello. Quizás notaba que la imagen de su madre se desvanecía por momentos y él la llamaba, porque quería seguir con ella por todo el resto de su vida, una nueva vida que se le presentaba ya como definitiva e interminable.
Un segundo balde de agua le devolvía a una cierta consciencia.
Percibía los gritos de sus verdugos el acarreo de agua que extraían de la inmunda bañera, el alboroto, el nerviosismo.
- ¡Rápido! ¡Se nos está yendo! ¡La tenemos clara con los jefes!

jueves, 27 de octubre de 2011

Intercambio de solsticios (259)

- Leonardo Jiménez observaría a su hermano Raúl fijamente. Le venía a preguntar si este quería completar la información que su común primo tenía ante sus ojos, aunque no la estuviera precisamente examinando –explicó equis-. Pero Raúl estaba demasiado cansado después de una semana de intenso trabajo como para poder dedicar al asunto un comentario más. Vio esa actitud en sus ojos y continuó con la explicación.
- Bien, ¿qué le dijo?
- Para Leonardo, estaba claro que la tal María, la secretaria de Juan Carlos de Vicente, no era una mosquita muerta, en realidad. Los bienes que habían sido descubiertos por el detective a través de la oportuna consulta del Registro Mercantil así lo demostraban: el matrimonio, y la madre de María, habían hecho una fortuna relativa a la protectora sombra del millonario.
- ¿Y qué dijo de su hermano Santos?
- Poca cosa: que la relación entre ambos era de una confianza perfecta, confianza que venía acreditada por la sociedad de la que Santos era Administrador Único y que administraba una parte de alguna importancia del patrimonio de Juan Carlos…
- Lo cual, unido a las circunstancias personales de Juan Carlos, producía una sensación más que extraña… -observaría Brassens.
- Más que extraña, bastante normal: había bases más que suficientes para pensar que se estaban aprovechando de él.
- Y por lo tanto… ¿explicó Leonardo a su primo Salvador cuál era el siguiente paso que estaban pensando dar? –preguntaría Brassens.
- Sí –contestó resuelto equis-. El detective pensaba por experiencia que el asunto tenía una cola más larga, y que se debería extender la investigación al patrimonio de Santos de Vicente.
- ¿Y qué dijo su primo?
- Salvador se explicaría muy lenta y parsimoniosamente. Primero dijo que quería leer el documento. A lo que sus primos, los Jiménez, dijeron que lo entendían perfectamente.
- Estaba dando largas –opinó Brassens.
- Las estaba dando, obviamente. Pero no había más remedio que aceptar esa posibilidad –dijo equis-. Luego se extendió en la duda de saber cómo se testaba en el territorio en el que vivía su tío…
- ¡Está claro! ¡Eso era lo único que le interesaba!
- Más o menos –repuso equis-. Y a eso sí que contestó Raúl, que salía por un momento de su mutismo casi absoluto. Les explicó que existía una cierta libertad de testar en ese lugar, amparándose en leyes vigentes muy antiguas.
- Con lo que si Salvador tenía poco interés en el asunto, a partir de ese dato lo tendría menor.
- Ciertamente. Luego se extendió en las consideraciones que le había hecho su hermano Francisco para que las transmitiera a los dos primos.
- ¿Y cuáles eran? –preguntó Brassens.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Inercambio de solsticios (258)

Bilbao, 18 de noviembre de 2003.

Querida Lorsen:

Te escribo a la una y media de la madrugada. Sabes que en invierno me acuesto a las once y así lo he hecho también esta noche, pero no me podía dormir. He terminado de preparar las enmiendas a los presupuestos del Gobierno Vasco –lo mismo que hacía, el año pasado, cuando te marchaste la mañana del 28-. El caso es que estoy triste, pero mi pena de hoy está fabricada de un material distinto a las otras: no destila lágrimas, sólo es una preocupación ante algo que puede venir antes de lo que pensaba últimamente.
Te lo explico a continuación.
El domingo pasado –hoy navego insomne entre el lunes y el martes- fui a comer con el tíoJuan Carlos de Vicente. Nos había convidado a los comensales habituales en Ercilla los fines de semana -mamá, Teresa y yo-. Pero mamá estaba acatarrada y... perezosa, como le ocurre últimamente.
En la sobremesa, no sé muy bien cómo fue, a Teresa se le ocurrió decir que había tenido una conversación con una de las jefas del hospital de Cruces, y que le había dicho que le podrían enviar a Pilar al hospital de San Juan de Dios, en Santurce, que era más alegre que el de Górliz.
- Es una posibilidad –parece que contestó la doctora.
Te puedes imaginar cómo salté.
- Estamos en familia –contesté sin disimular mi enfado-. De modo que te hago la observación de que eso no lo debes decidir tú, sino su padre...
- Hay que dar la cara –replicó Teresa-. Es inútil esconder la cabeza. Este asunto se planteará algún día y hay que estar preparados para eso.
Cuando estábamos en el portal la volví a afear su actitud.
- Yo soy su padre. Y soy yo quien debe decir o no esas cosas. Además que no estoy de acuerdo. El asunto no se ha planteado todavía y que lo hagamos nosotros es un error.
- Cuando vayan a tomar la decisión hablarán contigo –fue lo único que se le ocurrió decir a mi hermana.
- Está bien. Como vuelvas a hacer alguna cosa de estas estoy dispuesto a romper mis relaciones contigo –fueron mis últimas palabras antes de escaparme de ahí, sin siquiera advertir si habían o no llegado los escoltas.
Creo, mi sol, que esta vez Teresa ha llegado demasiado lejos. Ya no se trata de comprar unos preservativos para evitar embarazos indeseados a sus sobrinas. Se parece más bien a ese reo de asesinato a quien un jurado de cualquier Estado norteamericano que tiene aprobada la pena de muerte, a quien le pregunta el juez, antes de que se retire el jurado a deliberar, si quiere decir alguna cosa. Y este se levanta de su asiento y dice muy serio:
- Miren ustedes, señores del jurado. En el fondo yo prefiero que me metan en la cámara de gas antes que en la silla eléctrica...
Siempre hemos pensado -tú y yo, algún otro no parece que demasiado- que un cambio de hospital podría matar a nuestra hija. Y bien sabes que no se trata sólo del viaje, con ser este bastante peligroso. Porque Pilar vive por el cariño que recibe –y también por el que da-. Y ese cariño no sólo se lo proporcionamos su familia y sus amigos, es el afecto permanente de sus “tías”, las enfermeras que la cuidan y a quienes ella conoce de sobra; de los médicos que la atienden; de los celadores; las mujeres de la limpieza... de todo ese mundo que es su mundo, al que ella está atada como una lapa.
Y Teresa les entrega la niña –mi hija- sin encomendarse a nadie, sin preguntarme a mí si estaba de acuerdo con eso. Cualquier día me llamarán a un frío despacho para decirme que ya ha llegado el momento y que hasta la familia ha sugerido que se lleven a Pilar a Santurce.
Y Teresa se iba hacia su coche moviendo la cabeza, como afirmando que a pesar de todo ella era la que tenía razón.
Estoy muy dolido, Lorsen. Después de que te fueras este es seguramente el mayor disgusto que he tenido en todo este año.
Yo, que no he podido tener una mujer con la que hacerme viejo, también me están arrebatando a mi hija. Y debo, por lo visto, contemplar la escena del viaje de mi hija a ese nuevo hospital, cruzado de brazos.
¿Es que le parece que Pilar es tal estorbo que es mejor que se muera? Sé que no es así, pero a veces parece que lo fuera.
Lorsen. Cuando pasen todas estas fechas, con el lío que significan las Navidades, los presupuestos, un debate monográfico que tengo que llevar... creo que te voy a hacer caso una vez más: Hablaré con I. O. y le propondré que acepte el nombramiento de tutora de nuestra hija, y si así ocurriera, modificaré mi testamento.
Es posible que, ni aún así, pueda Pilar sobrevivirme. Pero estoy convencido de que aprobarías esta decisión. Sé que es grave, sé que significa una ruptura familiar, pero hay cosas que no se pueden hacer de ninguna de las ;maneras, existen fronteras que el sentido común no permite franquear y Teresa las ha pasado olímpicamente.
Creo que al menos esa decisión la va a entender perfectamente.
Por otro lado voy a hablar con mis hermanos para explicarles lo ocurrido. También con mi madre, desde luego. Hay asuntos que deben decirse con claridad. No voy a actuar de una manera atropellada. Espero conservar la serenidad y que al menos tu recuerdo me ayude a hacerlo.
Me despido, todavía sin sueño, pensando ahora que a lo mejor muy pronto me corresponderá enterrar a la segunda chica de mi vida. Nada me gustaría más que ya que no ha podido correr en su vida, ni siquiera andar, pudiera Pilar volar hacia tus brazos, ya que los míos cuentan tan poco; ya que hay gente que se entromete hasta tal punto en mi vida, en mis responsabilidades, que una vez que ya no servía como marido –al fin y al cabo eso mismo me viniste a decir con tu partida-, tampoco como padre, por lo visto.. ¿Y qué coño me queda, entonces? ¿Para qué estoy en este puto mundo?
Hoy comía con Juan Antonio Gangoiti. Le confesaba que no me importaba demasiado “entregar la cuchara” –es lo que se dice ahora para referirse al momento final de la vida, o para hablar de la muerte sin nombrarla, que es costumbre muy española.
A veces mi nostalgia de ti llega a convertirse en envidia por tu situación actual.

Si estás en algún sitio, guapa, ayúdame a llevar esto de la mejor manera posible. Tú siempre nos has querido a Pilar y a mí.

martes, 25 de octubre de 2011

Intercambio de solsticios (257)

El sonido del “walkie” sobresaltó a Vic Suárez. Antes de contestar consultó su reloj: la una cuarenta y cinco. Pero apenas había podido conciliar el sueño; por el contrario, su marido estaba profundamente dormido.
- ¿Sí? –dijo Vic con un imperceptible tono de voz.
- Soy Cristino, Vic. Ya sé que te llamo a una hora poco conveniente, pero te quería contar algo…
- Claro, claro, Cristino. Tú dirás.
- Mira. Te puedo hablar poco, aunque creo que este sistema es seguro: la frecuencia desde la que hablamos es casi imposible que esté intervenida por la gente de Cardidal.
- Yo no me fiaría demasiado –objetó Vic.
- Bueno. Vamos a poner en marcha una operación de rescate…
- ¿De nosotros?
- No. De Bachat, por el momento. Luego iremos a lo vuestro.
- Pues yo me temo lo peor. En cuanto os llevéis a Bachat, si lo conseguís, vendrán a por Jorge.
Un silencio se adueñó de la línea de comunicación: Cristino sabía que Vic tenía razón.
- Se trata de que os acerquéis a la frontera con Chamberí –dijo Romerales por fin.
- ¿Con qué medios? Bachat me dijo que dejara mi coche en vuestra zona.
Otro silencio. “La ha cagado, otra vez la ha cagado este Bachat”, pensaría el responsable de interior de Chamberí.
- Además que debemos estar totalmente vigilados. No sé. Este es un apartamento interior, por lo que no puedo ver nada. Pero deben estar ahí afuera.
- Bueno. Confía en mí Vic. Voy a ver qué se me ocurre…

La comunicación se cortaba definitivamente. Vic observó con atención a su marido: su respiración pausada y la paliza que había recibido le habían inducido a un profundo sueño.
Le daba mucha pena. Pero se trataba de una urgencia.
- Tienes que despertarte cariño –dijo Vic empujándole suavemente.
Jorge Brassens emergía de su letargo con un movimiento repentino que ponía en evidencia el susto que le acompañaba en su imprevisto despertar.
Vic le impuso de la llamada de su amigo.
Brassens permaneció callado durante unos eternos segundos. Finalmente dijo:
- Tendrían que hacer lo de Jacobo Martos cuando liberaron a Ortega Lara: que tenían muy claro que esa misma noche los etarras habían soltado a Cosme Delclaux…
Vic no entendía muy bien las palabras de su marido. Le sonaban los dos nombres: estaban vinculados a viejas historias del terrorismo de ETA que Jorge conocía muy bien, pero que ella sólo había seguido a través de los medios de comunicación.
- ¿Me podrías poner con Cristino?
Eso sí. Eso lo sabía hacer perfectamente.

lunes, 24 de octubre de 2011

Intercambio de solsticios (256)

- La cita la habían montado para el siguiente viernes por la tarde –explicaría equis-. En la oficina de Raúl Jiménez. Generalmente los trabajadores abandonaban el local hacia las seis o las siete, de modo que convocaban a Salvador y a Francisco de Vicente a las siete y media.
- Se retrasaban. Y los viernes, quien más quien menos, tiene algún compromiso para cenar o tomar una copa –continuaría equis ante el silencio de su interlocutor-. De modo que Leonardo llamaría a su primo. No contestaba. Molesto, Leonardo ya pensaba en establecer un límite a la espera.
- Yo no tengo prisa. No he quedado con nadie –dijo Raúl.
- Ya. Pero son más de las ocho y hemos quedado a las siete y media –repuso Leonardo, a quien le sacaba de quicio que la gente fuera impuntual.
El soniquete del teléfono móvil de Leonardo le volvía a la realidad –continuaba equis-. ¡Por fin! Era su primo.
- ¿Me puedes recordar la dirección de la oficina de tu hermano? –preguntaría este.
- Se había retrasado –comentó Brassens.
- Lo hacía casi siempre –explicó equis-. No es que fuera impuntual por - determinación; es que era bastante lento, aunque él nunca lo reconocería. Leonardo se la dio y esperaron a que llegara.
- Se sentaron en la mesa de la sala de reuniones. Junto a una copia del informe del detective que ya hemos comentado –explicó equis-. Debo decirte que Raúl estaba un tanto disipado, él lo atribuía a una dura semana de trabajo. ¿Quién lo sabría? –se preguntó a sí mismo como si ocultara alguna información de interés colateral.
Brassens no hizo el menor comentario, así que equis prosiguió:
- Leonardo preguntó a su primo por si estaban o no esperando a Francisco, el hermano de aquel. Pero Salvador de Vicente le contestó que no vendría.
- ¿Le representas tú, entonces? –preguntaría Leonardo.
- De alguna manera –contestó de forma algo evasiva Salvador.
- Está bien –repuso Leonardo-. ¿Quieres introducir el asunto? –pidió a su hermano.
- Bien. Te supongo al corriente del asunto –empezó Raúl, de forma lenta.
Salvador de Vicente asintió.
- Como sabes, hemos contratado a un detective para que analice los pasos de María, la secretaria del tío Juan Carlos…
- ¿Habéis hecho eso?
- Con tu autorización –intervino con firmeza Leonardo.
Salvador le observó de manera extraña. Como si estuviera rescatando de su memoria algún dato que le permitiera recordar la veracidad que había en la afirmación de su primo.
- Me dijiste: “lo que hagáis, bien hecho está” –aseveró igual de rotundo Leonardo.
- Supongo que eso nada tenía que ver con lo del detective –se defendió Salvador.
- Sí. Porque te lo comenté. En tu casa.
Salvador era buen chico. No iba a quitar la razón a Leonardo, aunque parecía estar claro que no le convenía demasiado la situación –explicaría equis.

viernes, 21 de octubre de 2011

Intercambio de solsticios (255)

Bilbao, 15 de noviembre de 2003.

Querida Lorsen:

Se acerca el día de tu aniversario. Por lo tanto he empezado las gestiones correspondientes. Como ya te dije he hablado con el párroco de San Vicente, que por cierto dedica todos los días la misa por ti y por mí –le he pedido que lo haga también por Eugenia, ya sabes, todo lo que vaya para el convento está bien-. Luego he hablado con Jaime Larrínaga que se ha mostrado más que dispuesto a celebrarla. Vendrá de Madrid –donde pasa una especie de año sabático- para dirigir esa reunión.
Me pedía Jaime que le hiciera llegar alguna reflexión sobre lo que debería decir en la misa, desde mi punto de vista, así que me puse a redactar una carta que le he enviado ya. Espero que te guste.

Bilbao, 12 de noviembre de 2003

Sr. Don Jaime Larrínaga

Querido Jaime:

Como me habías pedido, te envío por este medio una pequeña reflexión sobre lo que me gustaría que dijeras el próximo 28, con ocasión del aniversario de Lorsen. Prefiero hacerlo por escrito: las palabras, dichas en voz alta, todavía me resultan difíciles, y estoy convencido de que no llegaría a expresar plenamente lo que quiero decir.
Lorsen valoraba especialmente la idea de la familia. Tanto su tradición alemana como la española –a la vez que vasca- han tenido siempre en cuenta esa idea. Y ella contribuyó, como madre y como mujer, a crear una familia donde las circunstancias nos habían dividido en espacios separados y en momentos difíciles como los vividos por las personas a las que no dejan ser libres.
Y esa familia era Lorsen , era Pilar, yo mismo. Pero a mí me gustaría que reflejaras en nuestra hija esa idea. Pilar fue un afán fundamental en su cariño a lo largo de los quince años y medio que convivió Lorsen con nuestra hija. Una niña que fue y sigue siéndolo –esperamos que por muchos años- algo tan importante como lo es una sonrisa luminosa. La manera en que Pilar vive sus limitaciones resulta, ante todo, la expresión de un ejemplo: ¿Cómo vamos, Jaime, a estar tristes después de salir de ese hospital, después de visitar aPilar?
Y eso ha sido obra del afecto de mucha gente. También de la personalidad de Pilar, desde luego. Y en ese terreno jugó un papel esencial Lorsen. Tengo alguna foto, Jaime, en la que aparecen madre e hija: Nadie sabría muy bien decir quién está más contenta de las dos, en el cruce de sus miradas, en esa corriente de cariño que se desborda entre las dos mujeres de mi familia.
Ahora que Lorsen nos ha dejado queda Pilar, que es su madre en su personalidad, en su decisión, en su voluntad de ser feliz. Su alegría que nos inunda a todos los que la vamos a ver.
Porque en esa habitación de Cruces, que es escenario habitual de tantas emociones encontradas, está la persona, símbolo como nadie, de que la injusticia que tantas veces significa la existencia humana –la vida que Lorsen tuvo, la de tantos otros- tiene también esa faceta admirable de la ilusión y la esperanza: la de una niña de grandes ojos oscuros que abren un inmenso claro entre las nubes que algunas veces traen de la mano la lluvia que contienen nuestras lágrimas.

Espero que estas letras te hayan resultado útiles.

Un abrazo muy fuerte y hasta el 28 o hasta cuando quieras.

Ni que decir tiene que cuando redactaba el último párrafo de la carta y cuando lo releía no paraba de llorar. También cuando, mientras desayunaba, pensaba en qué decirle a Jaime y en lo solo que me estoy sintiendo. Sé que son cosas pasajeras, pero la tristeza no es un mal que se pueda compensar con la alegría, va dejando surcos en la cara, en el corazón. Y por donde ha pasado ya las cosas no vuelven a ser como eran antes. Quizás sólo un pequeño remedo de lo que fueron, una impostación que te permita hacer como si existiera verdaderamente la alegría, pero la plenitud de ella, siquiera sus registros más importantes son ya inalcanzables, como les sucede a los cantantes que aún siguen subiendo al escenario cuando han cumplido sus añitos: conservan algunas de sus cualidades, pero ya no pueden obtener los registros de su plenitud. Esa que fue mi juventud alegre quedó definitivamente atrás, se marchó contigo.
Definitivamente presento mi novela “Bilbao en gris” –cuyo título original era “Sombras, paisaje gris”- el 25 de este mes. Lo hará Juan Bas. Te recuerdo mucho ahora que empiezo a organizar el acto: Esas llamadas con las que conseguías atraer a tanta gente al Ercilla o a la Casa de América, en Madrid. Yo lo haré mucho peor, así que he rebajado el nivel de mis pretensiones, aunque estoy convencido de desbordarlas.
Esa semana se ha convertido en una suerte de fin de ciclo: la presentación de la novela, mi ordenación como Caballero de la Orden de San Fernando y tu aniversario –dicho sea por orden correlativo-. Entre medias de todo, para variar, un pleno del Parlamento en el que me habrán adjudicado alguna cuestión.
La vida sigue. Pilar está fenomenal. Hoy la he enseñado los dos pañuelos que he comprado para Inés Obieta y María Acha en el Gucci de Florencia. Su criterio era idéntico al mío.
Tu padre está ya viejo pero aparentemente recuperado de su operación. Parece que irá a Madrid a pasar la Navidad con tu hermano. Gaby estaba en la cama las dos veces que he aparecido por ahí esta semana. Tengo la sensación de que también tu aniversario le está jugando alguna mala pasada.
Como ves, estás más presente que nunca.

Un beso.

jueves, 20 de octubre de 2011

Intercambio de solsticios (254)

Bilbao, 8 de noviembre de 2003.

Querida Lorsen:

Este pasado lunes tuve un poco de fiebre. La noche del domingo al lunes la pasé fatal. Tenía unas ganas enormes de devolver, hasta que lo hice. De camino hacia el cuarto de baño me tuve que tragar mi propia vomitona para no manchar la casa. Contigo no lo habría hecho. La sensación de asco me duró toda la noche. Por la mañana carecía de fuerzas para cualquier tarea, así que me quedé dormitando en el apartamento.
La enfermedad, también la física, conduce a la depresión. Te quedas pensando en la muerte, en ese célebre puente de cristal plateado que te conduce al más allá. Al final de ese pasaje están las personas que te han querido, las que te acogen hospitalariamente para enseñarte las costumbres del lugar en el que a partir de ese momento vas a residir. Estás tú, por supuesto, la persona que más me ha querido en este mundo; está mi abuela Eugenia... Pensaba en todo eso, y lloraba, porque quería que fuera ya ese momento. También pensaba en la muerte de Pilar, y me veía interviniendo en su funeral: “Querida niña. Tú que no podías correr, ni siquiera andar, ahora vuelas hacia los brazos de tu madre...” Y volvía a llorar, como estoy a punto de hacer ahora mismo.
Me he repuesto. Hace un par de días me llamaba mi primo Alfonso Zunzunegui para comunicarme que el próximo 27 de noviembre se produce la ordenación de caballeros de la Orden de San Fernando, a la que asistirá el ex alcalde de Madrid Álvarez del Manzano. ¿Te acuerdas de él, de aquella cena que organizó Jaime Mayor, en homenaje a Isabel O’Shea? Una cena en la que te sentaron junto a José María Aznar cuando este ni siquiera era presidente del Gobierno...
No te oculto que ese nombramiento produce para mí sentimientos encontrados, pero he pensado en ti, y en el profundísimo disgusto que sentiste porque yo no fuera el pasado año. Creo –lo he pensado siempre- que esa fue la razán más inmediata de tu partida –la más lejana, la más fuerte, quizás, lo fuera tu idea clara de no salir de tu situación, de la imposibilidad de ello, de la tristeza que te proporcionaba convivir día a día con tu propia depresión-. Voy a ir. Es sólo un día antes de tu aniversario, pero estoy convencido de tu apoyo, siquiera tan lejano, tan distante.
Sí. Se acercan esas fechas duras de que me hablaba Pilar Aresti cuando la felicitaba por su santo. Esos días en que tu ausencia se nota más que nunca cuando se acaba este primer año de separación. Nunca, desde que nos conocimos hemos vivido más tiempo distantes. Nunca te he echado más de menos, y te sigo echando.
Esta mañana me he encontrado con tu padre en Cruces. Parece que está mejor. La que se encuentra colosal es nuestra hija, de la que me he enamorado definitivamente. Hoy me ha hecho prometerla que sacaré una foto a Bècaud cuando vaya a ver a tu padre –ahora le gustaría ver al perro, tu padre le ha dicho que es suyo y que lo guarda por eso-, me ha ofrecido la mejor de sus sonrisas cuando le he preguntado por la persona que cenará con ella el 24 de diciembre y me ha pedido que me vaya cuando el reloj de la UCI estaba dando las dos menos cuarto y aún no habían llegado los celadores para llevarla a la cama. Pilar sigue siendo mi único asidero a la vida, mi única alegría.
Pero tú continúas en tu puesto en el pedestal de mi cariño del que nadie te podrá despojar.

lunes, 17 de octubre de 2011

Intercambio de solsticios (253)

- Hola, Juan Andrés… supongo que no te pillo bien, perdona.
Cristino Romerales se deshacía en disculpas: un momento antes había consultado su reloj; la una y treinta y cinco, una hora muy tardía para llamar a alguien, pero la ocasión lo exigía.
- Supongo que habrá alguna razón para despertar a un ciudadano honrado a estas horas de la madrugada… -se quejó Juan Antonio Sánchez a su consejero con una voz ronca y aturdida.
- Creo que la hay, presidente.
Sánchez dejo pasar unos segundos: no quería enfadarse y sí que Romerales explicara la cuestión de una vez.
- Creo, Juan Antonio que Jacinto Perdomo tenía razón.
- ¿Y qué decía Jacinto? –preguntó Sánchez sin salir de su medio enojo.
- Después de la reunión de esta tarde tuve una charla con él. Me vino a decir que la estratega bélica no era la más adecuada.
- Eso mismo pensaba yo. Pero me convencisteis de lo contrario –aseguró el presidente de Chamberí.
- Bueno. Estoy pensando en otra posibilidad algo menos cruenta…
- Tú dirás.
- Formar una especie de grupo de GEOs y rescatar a Bachat.
- ¿Los tienes? ¿Tienes a ese grupo? –Sánchez procuraba encontrar entre los resquicios de su mente, dormida aún, la información que esta aún le negaba.
- No. Nunca lo hemos tenido.
- ¿Entonces?
- He hablado con Damián Corted, que es también coronel retirado, y está buscando gente con la que hacerlo.
- Bueno. Tampoco me parece mala idea. Pero si sale mal… ya sabes.
- Sí. Yo asumo toda la responsabilidad –aseguró Romerales dignamente.
- No quería decir eso, realmente –contestó Sánchez-. La idea es que los miembros del comando han actuado “motu proprio”.
- Nadie se lo va a creer.
- Me da igual, Cristino. Esa será la versión oficial.
- Entonces, ¿estamos de acuerdo?
- Lo estamos.
- ¿No habría que convocar al Consejo?
- ¿Estás loco? ¿a estas horas? ¡No hay quien se ponga al teléfono!
-“salvo este gilipollas que te está hablando”, pensó Sánchez para sus adentros.
- Estamos en una situación de crisis, presidente.
- Da igual. Entre la guerra y una acción limitada estamos escogiendo la más débil de las opciones. Yo asumo la responsabilidad.
“De la manera en que lo haces, por supuesto”, pensó Romerales para sí.
- Está bien, Juan Antonio –convino Romerales-. Habría que hacer otra cosa, presidente.
- ¿Cuál?
- Rescatar a Jorge Brassens y a su esposa.
- Después y si da tiempo. La prioridad es nuestra gente.
- Está bien, presidente. Y… otra cosa… ¿pudiste hablar con Márquez?
- El presidente de Chamartín no se puso al teléfono.
En realidad, hacía algún tiempo que el poder en ese distrito había psado a otras manos…

jueves, 13 de octubre de 2011

Intercambio de solsticios (252)

- Lo que tenemos entre manos es lo siguiente –prosiguió de forma ceremoniosa equis:
- Cinco propiedades, libres de cargas, de las que son propietarios el matrimonio y la madre de María, la secretaria de Juan Carlos de Vicente…
- Además de una plaza de garaje –observaría Brassens.
- Además de eso –concedía equis-. Un matrimonio del que, el marido gana unos 1.200 euros; la mujer no sabemos lo que pueda ganar; la sociedad para la que ella trabaja tiene por administrador único a Santos, hermano del que pone la pasta y su domicilio es el que, anteriormente a trasladarse a la casa de su hermano, tenía Santos.
- Nada –observó Brassens.
- Nada o parte de un todo –declaró equis un tanto malhumorado-. Con eso desde luego no había base para meterles en el trullo, pero sí lo había para proseguir la investigación.
- Del patrimonio de Santos… -avanzaría Brassens dubitativo.
- ¡Eso es! –exclamó equis-. Eso mismo pensaron los hermanos Jiménez.
Bien –asintió Brassens-. Y el siguiente paso sería…
- Dímelo tú –sugirió equis.
- Supongo que hablar con su primo Salvador de Vicente –avanzó Brassens.
- También aciertas en este caso –concedió equis-. Lo que pasa es que los hermanos Jiménez querían que esa otra parte de la familia estuviera más impuesta del asunto… ¡Vamos!, que no se tratara de un tema en el que solamente supiera él.
- No se fiaban.
- No totalmente, desde luego –dijo equis-. Querían que Paco, o Francisco, el hermano mayor de esa rama de la familia estuviera presente.
- Ya…
- Francisco es un tipo algo distanciado del resto de su familia. Está casado con una chica cuya familia vendió su negocio y se hizo con una considerable fortuna. Él tampoco es que gane mal, pero bueno, se trata de un profesional…
- ¿Y?
- Que su familia no le tiene una simpatía enorme. Vamos que, entre la envidia y la tendencia que el dinero les daba al distanciamiento, hacían un poco rancho aparte.
- Bueno. ¿Convocaron a los dos? –preguntó Brassens.
- Sí. A través de Salvador –dijo equis.
- ¿Y qué le pareció a Salvador?
- Bien. ¿Qué iba a decir?
- Cualquier cosa. No sé, que él representaba a la familia…
- No, para nada. Salvador era buena gente. Haría la gestión.

martes, 11 de octubre de 2011

Intercambio de solsticios (251)

Con el aturdimiento consiguiente causado por los dos o tres gin tonics que se había administrado, al que se unía la contrariedad producto de ese verdadero “coitus interruptus”, apenas iniciado en el garito de la estación de Chamartín, Leoncio Cardidal se dirigía a su despacho acompañado de su número dos, Juan Carlos Sotomenor, que no paraba de sermonearle:
- Está claro. La culpa de todo esto la tiene Jorge Brassens…
- ¿Tú crees? –preguntaba un Consejero de Interior casi borrado de aquel mapa.
- ¡Vamos! ¡Ese tío me tiene una manía que no puede con ella desde que lo echamos del PP!
- ¿Lo echamos? –vacilaba Cardidal.
- Tú no, desde luego. Tú estabas a lo de la energía y a tus juergas. Eso lo hicimos desde el partido de Vizcaya…
- Bueno… pero ahora la cosa se había recentrado algo…
- En absoluto se había recentrado. Ha tenido que venir ese gilipollas de Jacobo Martos a jugar con la idea esa de la democracia cristiana, que todos somos buenos y que ese tío fue útil en sus buenos tiempos…
- ¿Brassens?
- ¿Quién si no? Todos unos inútiles. Empezando por Martos y acabando por la puta esa de la gabonesa.
- ¿Es puta?
- ¿Te vas a caer ahora del guindo? ¡Si trabajaba a dos pasos de la calle Montera!
- Sí. Lo recuerdo vagamente, lo que pasa es que ahora estoy un poco espeso…
Juan Carlos Sotomenor contempló largamente a su amigo y nominal jefe.
- ¿Y qué vamos a hacer? ¿Le detenemos? –inquirió Cardidal.
- ¿A Brassens? ¿Quieres que nos demos de bruces con toda la policía de Chamberí?
- ¿De Chamberí?
- Son íntimos amigos, Romerales y Brassens, de cuando este era el responsable de internacional del Partido del Progreso y de Chamberí era el que llevaba las cosas del Sahara…
- Entonces no hay nada que hacer –dijo dubitativo Cardidal.
- Sí. Hay que saber que puede cantar el Bachat ese…
- ¿Ha dicho algo?
- De momento nada. Es un tipo duro. Le hemos dado una paliza, le hemos hecho lo de la bañera y luego una descarga de electro-shock… como si no fuera con él.
- ¿Se te ocurre alguna idea?
- De momento hay que ganar tiempo. A lo mejor canta… o se nos queda en la sala de interrogatorios. A mí tanto me da.
- ¿Y si no canta? ¿Y si se nos muere?
- Déjame un momento, que me lo estoy pensando.
Llegaron al despacho del Consejero de Interior. Una mujer rubia, ya entrada en años, que a la sazón estaba casada con un primo de Cardidal, les recibía despachada.
- ¡Oye! ¡Que ha llamado varias veces ese fulano, Romerales. Dice que quiere hablar contigo –espetó a Cardidal.

viernes, 7 de octubre de 2011

Intercambio de solsticios (250)

Leonardo Jiménez observaría –continuaba equis- que su hermano Raúl había agregado al informe del detective un papel que este había obtenido procedente de Internet. Este se refería a la sociedad empleadora de la secretaria de Juan Carlos de Vicente en los siguientes términos:
- En una determinada fecha del año ’91, se producía la “adaptación de Sociedad. Revocación Administrador”. Aquí –señalaba equis- aparecía el nombre de la esposa ya fallecida de Juan Carlos, base de la fortuna de este. “Nombramiento de Administrador único, Santos de Vicente”. El hermanísimo –añadía equis con un gesto sarcástico-. Y no bastaba con eso –decía equis-. También se producía el cambio de domicilio social de la empresa. Precisamente el correspondiente al propio Santos.
Con la misma fecha de inscripción del documento anterior, el registro daba cuenta del nombramiento como apoderado de Juan Carlos de Vicente.
- Esto no me parece extraño –diría Leonardo a su hermano, quien atento a sus trabajos profesionales le observaba con un gesto que no expresaba ninguna sensación.
- Pues a mí tampoco –dijo a equis a su vez Brassens.
- Continúa leyendo -respondía equis con una amplia sonrisa.
Pocos meses después aparecía una nueva inscripción en el registro. Se trataba de una importante ampliación de capital por la que la sociedad pasaba de unos 50 millones de pesetas. a casi 300 millones.
Nueve años después el registro informaba de la reelección como administrador único de la sociedad de Santos de Vicente.
Me dirás que eso tampoco es extraño –declaró equis.
Desde luego. Eso sólo significa que la confianza entre el hermano mayor y el menor subsiste. Y eso parece que estaba claro de la historia que me has contado hasta ahora.
- Sigue leyendo –repuso con gravedad equis.
Año y medio después, ya en el año 2.003, el registro daba noticia de la ampliación del objeto social, que a partir de ese momento incorporaría la “prestación de servicios de asesoramiento”.
Un tanto aburrido por lo que consideraba una sucesión de asientos que apenas suponían nada, Jorge Brassens seguía leyendo.
Alguna información, siempre procedente del registro, situaba el capital social de la empresa –y desembolsado- en más de cuatro millones de euros, cifra bastante mayor que los 300 millones de pesetas que aparecían en la última información.
- ¿Y esto es todo? –preguntaría Brassens.
- Es la misma pregunta que, por lo visto, formularía Leonardo Jiménez –contestaría equis.
- Aquí no veo más.
- Bien. Recapitulemos lo que había entre manos –dijo equis con el gesto serio.

jueves, 6 de octubre de 2011

Intercambio de solsticios (249)

Bilbao, 2 de noviembre de 2003.

Querida Lorsen:

He escrito un “e-mail” para Bona, que se lo pasaré esta semana. Como de costumbre te lo transcribo a continuación:

Bilbao, 1 de noviembre de 2003.

Querida Bona:

A mi regreso de Florencia no quiero que pase mucho tiempo sin ponerte unas letras de agradecimiento por tu atención y cariño en estos pasados días.
Afrontaba este viaje con una cierta preocupación. Nunca sabes lo que te pueden deparar los sentimientos, el momento del reencuentro con los amigos que fueron de los dos, o –peor aún- esas horas de soledad en el hotel, antes de dormir, si lo consigues. Porque los sentimientos, por definición, no son algo que tú puedas dominar, no se controlan como los pensamientos racionales, porque no existe un Descartes que pueda poner esas cosas de la vida –al cabo, las más importantes- bajo tu dominio.
Pero, en todo caso, si eso se produjera, nadie puede ser responsable. El dolor acecha siempre en el momento en que más desprevenido te encuentras, quizás porque conoce que sólo puede atacar cuando somos presas fáciles para él.
Florencia ha sido esta vez para mí el espacio de un gratísimo reencuentro, el lugar en que he recuperado la oportunidad de renovar una amistad que siempre se ha mantenido en el tiempo pero que conviene cultivar siempre también. Y ha sido un punto en el que el recuerdo no se ha visto anegado en lágrimas sino en sonrisas y abrazos. Un recuerdo, por lo tanto, que empieza a ser algo dulce.
Díle a tu hermana Brunella que, a pesar de sus consejos, procuro ir a la cama con el culo templado –caliente tampoco- y que le agradezco muchísimo esa comida tan simpática y magnífica que me proporcionó. A Luciano le puedes decir que ya estoy en Bilbao –pronunciado con un leve acento en la “o” - para lo que quiera.
Gracias por todo, y arrivederci, hasta que tengamos la oportunidad de vernos de nuevo.

PS. Dicen que a un torero español –llamado “El Guerra”, desplazado de su Sevilla natal a Santiago de Compostela –en el otro rincón de España- para torear, le dijeron a su llegada:
- Maestro. Aún tiene usted algunas horas para descansar, porque Sevilla está muy lejos...
Pero el diestro andaluz le cortó muy rápido:
- Sevilla está en su sitio. Lo que está lejos es esto.
No puedo decir lo mismo que el torero. Florencia está desde luego donde debe estar. Lo que está claro es que Bilbao dista lo mismo de Florencia que esta de Bilbao.
Estoy convencido de que volveré a Florencia... o a Siena, que tampoco es mal sitio. Pero también creo que hay cosas que ver en Bilbao.

Un beso.

Por otra parte te diré que, a mi regreso de Italia, he encontrado a Pilar muy bien. Especialmente encantadora conmigo –aunque sigue haciéndome esas pequeñas trastadas en forma de tomaduras de pelo –de lo contrario no sería ella-. Como le decía a Juan Basabe, creo que estoy descubriendo a mi hija y ella a mí, y siento que la idea de familia, de padre e hija y del amor entre nosotros se va abriendo paso a pesar de todas las dificultades con que se ha encontrado –quizás a causa de estas mismas.
Por cierto, Juan Basabe se ha separado definitivamente. Lo ha hecho de mutuo acuerdo y de forma civilizada, aunque siempre existen pequeñas cuestiones de mal tono.
No he visto a tu padre, pero todavía no se encuentra demasiado bien. Esta semana, cuando vaya a dejar a Bècaud, espero verle.
Ha muerto la madre de Alfonso Gortázar, tu profesor, amigo y vecino nuestro en el Casco Viejo. Me he despistado –no adrede, desde luego- y no he podido ir al funeral –a esa hora estaba visitando a Pilar-. Le he llamado a Inés Obieta para decirle que siento no haber estado presente. Como ves, ese espacio en el que me gustaría que estuvieras –aunque me cuesta creer que exista- y que se llama cielo se va poblando cada vez más de moradores.
He perdido la apuesta que hicimos en casa de Inés aquellas navidades: El Príncipe Felipe se casará con una presentadora de televisión, asturiana y de clase media. Pagaré la cena, con un doble pesar.

Un beso.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Intercambio de solsticios (248)

Damián Corted mantuvo un pensativo silencio que a Cristino Romerales pareció toda una eternidad.
- ¿Quieres un poco más de whisky? –le ofreció.
- No –contestó categóricamente el coronel-. No se trata de emborracharse. Al menos no ahora mismo.
El Consejero de Interior se arrellenó cómodamente en su asiento, con la intención de no perturbar el desarrollo de los pensamientos de su interlocutor.
- Tengo dos preguntas que hacerte –declaró finalmente Corted.
- Tú dirás –repuso animadamente Romerales.
- La primera es si cuentas con algunos efectivos que podrían engrosar esta misión.
Cristino Romerales pensó en seguida en el número dos de Bachat, aquel soldado de la guerra saharaui-marroquí que se guiaba por las estrellas en las noches del desierto.
- Podría tener alguno –dijo por fin.
- ¿Cuántos? –preguntó de forma apremiante el coronel.
- Quizás cuatro, todo lo más cinco.
- ¿De plena confianza?
- Nunca se sabe, pero supongo que sí.
- Bastarán. Yo también cuento con otros tantos. Se dedican a sus cosas, pero supongo que se podrían recuperar para esta misión.
- Fenomenal. ¿Y la segunda pregunta?
- ¿Para cuándo hace falta poner en marcha la operación?
- Para mañana mismo.
- Está bien. lo suponía. Pero tendría que ser por la noche.
- ¿Y le vamos a tener a Bachat todo el día de mañana en manos de esos cabrones? Lo van a despedazar. Y eso, con tal de que no diga nada… -Romerales se incorporó de manera brusca de su asiento-. No, tendrá que ser mañana por la mañana.
Damián Corted era un coronel. En la reserva, pero un militar en todo caso. Aún sentado irguió su cuerpo y contestó:
- Se hará lo que se pueda.
- Gracias, coronel –respondió Romerales-. ¿Para cuándo volvemos a hablar?
- Muy pronto. Tú ten a tu gente aquí mismo y avísame. ¿Tienes algún “walkie talkie”?
- Ahora te lo doy.
- Bien. y ten dispuestos tres vehículos todo-terreno camuflados. O sea, sin distintivos.
- Eso está hecho.
- Supongo que tendrás algún plano razonablemente creíble de Chamartín.
- ¿De la estación? Claro. ¿Lo quieres ahora?
- No. Ahora se trata de que tú y yo despertemos a nuestra gente. Luego lo analizaremos.
- Vale.
- Y otra cosa. Necesito que me facilites dinero para la operación. Esta gente no se va a mover sólo por amor a la causa…
- Lo suponía. No te preocupes. Tenemos nuestro propio “fondo de reptiles”. Ya discutiremos la cantidad.

martes, 4 de octubre de 2011

Intercambio de solsticios (247)

El epígrafe que hacía referencia a las sociedades de las que todavía era Consejero Juan Carlos de Vicente resultaba simplemente estimable. Pero el informe comprendía también el histórico de los puestos de responsabilidad que dicho señor había tenido en los tiempos en que laboralmente había sido útil, y ese listado era sencillamente impresionante.

Llegados a ese punto, el documento del detective formulaba un resumen, en el que se podía leer:

“De las indagaciones efectuadas se desprende que el patrimonio inmobiliario de don Juan Carlos de Vicente es bastante amplio y que las fincas de las que es titular no han sido grabadas (sic) con hipotecas (tan sólo una, que tiene titularidad compartida), no constan en ellas usufructos, algún tipo de cesión o carga.
‘ En cuanto al patrimonio de su hermano Santos, todo parece indicar que sería amplio, básicamente por las propiedades que aporta su esposa, quien tiene muchas fincas rústicas fuera de la provincia en que reside don Santos.
‘ Sí nos sorprende que quien hace las funciones de secretaria, según nos informó nuestro cliente, dña. María (…) y su esposo (…), tengan también varias viviendas sin que sobre ellas conste hipoteca alguna.
‘ Igualmente se observa que en los casos en los que es propietario el citado (aquí figura el nombre del marido de María) de forma compartida, lo es para su sociedad conyugal, mientras su esposa lo es a título privativo, compartiendo una finca comprada recientemente entre este y su suegra (aquí figura el nombre de esta última).
‘ Creemos que habría que investigar a fondo la solvencia de estas tres personas, con el fin de comprobar si tienen capacidad económica suficiente para adquirir estas viviendas sin hipoteca, teniendo en cuenta sus ingresos”.

Y aquí concluía el informe.