miércoles, 24 de diciembre de 2014

Elías Zúñiga (17)


Resultado de lo cual sería que el joven Zúñiga quedaba relegado al puesto 43 de entre 56 candidatos. Dudoso honor, que si no te encuentras entre los 5 o los 10 primeros, es mejor el puesto de cierre de la lista.

Pero Elías aceptaría d buen grado esa posición. Todavía, Mandaremos no era sino una apuesta más o menos apoyada por algunos medios de televisión e impulsada por el estilo eficaz de su principal mentor: pura hojarasca, aunque todos los que la apoyaban apostaban por ella y pensaban que constituía una oportunidad para el futuro de la izquierda española... Perdón, de los pueblos de España, que tampoco en eso el proyecto de Anguiano y los suyos era precisamente nacional.

Por lo tanto, que ninguno de ellos pensaba que el 25 de mayo de 2014 estrenarían escaño en Estrasburgo. No lo pretendían ni lo esperaban. A lo sumo, un bien resultado sería el aldabonazo de su presencia en algunos foros universitarios, alguna prensa digital y alguna emisora de radio local. Y en las redes sociales, por supuesto. Y si conseguían rascar un escaño a la política imperante de la casta se darían por satisfechos.

Pero se empeñarían en ello de todos modos. E irían a por todas, como ellos mismos aseguraban. Y fue un producto creado y mantenido por jóvenes, pero que resultaría atendido por amplias capas de la población. Tocqueville decía que las revoluciones no se producen en el momento álgido de la crisis, sino cuando esta acaba de obtener sus más perversos resultados. Es entonces cuando explota la contenida hasta entonces ira de la población,

Y eso ocurrió con Mandaremos. Los jóvenes que pensaban que la política no iba con ellos, encontraron en esa opción un puerto al que acoger sus desfallecidos navíos; los mayores de 45, sin trabajo ni expectativas de obtenerlo; los castigados padres de familia de la clase media, desencantados con el PSOE... Muchos de ellos depositaron su voto en la papeleta que lucía como anagrama el rostro del joven líder de la formación.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Elías Zúñiga (16)


Era una relación extraña, la que unía a Anguiano y a Zúñiga. Más bien se trataba de la que ligaba al donostiarra con el principal mentor de Mandaremos. Que el hombre sereno y reflexivo no sentía por el vasco ni frío ni calor. En realidad no lo sentía por nadie. Esa mirada penetrante, inteligente, tranquila... pero arrogante también, denotaba la convicción personal de un ser superior, llamado a transformar el mundo, empezando por España, que era lo que mayormente tenía más a mano.

Así que la Complutense sería el escenario de una relación de carácter poco menos que servil. Zúñiga, bebiendo los vientos que respiraba Anguiano, pendiente del menor de sus deseos, aceptando sin discusión cualesquiera de sus tesis; en tanto que Anguiano poco menos que lo despreciaba íntimamente -como quedaba puesto en evidencia en las imágenes televisivas que daban inicio a esta historia- y sólo a veces le dedicaba una sonrisa condescendiente o una palmadita en la espalda que en realidad expresaban más bien cansancio y clausura del encuentro y la conversación que satisfacción o reconocimiento. Gestos que no eran considerados de esa manera, sin embargo, por Zúñiga.

De cualquier manera, el heredero del título al marquesado de Torres Altas resolvía a su líder el asunto aquel de la cuna aristocrática que en todo partido de posibles se estila y no menos en el radicalismo político que en otros pagos. ¿No tenía el PCE a Nicolás Sartorius o el PSOE a Pepote García de la Borbolla? Pues Mandáremos disponía también de su cuota de rancio abolengo.

Lo que no tenía muy claro Anguiano de Zúñiga era esa duda metódica de sí sacarlo o no demasiado. Y es que la propia imagen del muchacho arrojaba la viva contradicción a la que se encontraba sometido, la de saber si era más Zúñiga que González o más González que Zúñiga. Había días en que se decantaba por el viejo prestigio de su casa y miraba de forma despectiva a sus demás congéneres, pero otros también en que le saltaba el ramalazo popular y se acercaba a los orígenes maternos. En realidad, Elías "no estaba contento dentro de su piel", como dicen los franceses.

Y la mejor forma de resolver esta duda la tuvo Anguiano encomendando la confección de la lista al procedimiento asambleario. Cuidando, eso sí que los cinco primeros nombres de la candidatura europea no deparasen excesivas sorpresas. No, no era sólo por Zúñiga. Se trataba de vender al respetable que era la asamblea la que controlaba el partido. Y eso estaba muy bien -se confiaría el líder sólo a sí mismo- con tal de que las verdaderas decisiones las tomara él mismo..

martes, 9 de diciembre de 2014

Elías Zúñiga (15)


Daniel Anguiano era un tipo sereno, tranquilo y, en apariencia, ponderado. Su verbo era reposado, aunque las ideas que desarrollaba fueran incendiarias, radicales y revolucionarias. Pero las pronunciaba con tal calma que parecían como la untura del bálsamo sobre la herida profunda.

Eran sin embargo ideas sencillas: todo el aparato del Estado desplegado para acoger a una sociedad sin esperanza. Una llamada antigua, al cabo, como las de los viejos nacionalismos autoritarios y fascistas, que habían recorrió las naciones sin futuro de la Europa desorientada de principios del siglo pasado. ¿Qué más daba que fueran marxistas o nacional-socialistas? ¿Qué diferencias había entre Hitler y Stalin?

Y en aquella Venezuela que pactaba con la isla de Cuba, Anguiano y Zúñiga establecieron una relación en la que de nuevo el segundo de los dos asumía el papel de discípulo. Anguiano destilaba alguna de sus ideas que Zúñiga compraba como elixir maravilloso de la nueva identidad de la izquierda: la casta, el Estado providencia, el salario máximo y el derecho de autodeterminación de los pueblos... también del vasco.

Era inevitable. Elías Zúñiga concluía su trabajo en Caracas y en ese mismo momento terminaba su relación con Graciela. Estaba claro: revolución y amor para toda la vida eran asuntos bien distintos. Pero si el sexo caribeño ponía su epitafio con su segundo libro ("La revolución bolivariana", sería por supuesto su título), el muchacho se llevaría a Madrid una relación que le daría cuerda personal durante un tiempo. No sería sexo, desde luego, pero los vascos, ya se sabía...

De regreso, la Complutense se abriría ante él con la complacencia de una vieja amante, y esa universidad no era sino el laboratorio de ensayos de las nuevas propuestas revolucionarias que Anguiano estaba dispuesto a desarrollar.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Elías Zúñiga (14)


Pero Elías Zúñiga no conoció a Chavez, lo mismo que tampoco tuvo el gusto de estrechar la mano de Fidel. Aunque sus investigaciones histórico-políticas le conducían al socialismo bolivariano.

Y no fue ahora el patrimonio de Torres Altas quien le pagaba viaje y estancia en la capital venezolana, sino la munificencia desbordante del régimen socialista que regaba con petrobolívares todo lo que se le aproximaba.

Dispuesto, por lo tanto, a realizar su segundo estudio en profundidad de los avances del socialismo moderno, Elías se fue a Caracas.

Allí encontraría el joven donostiarra los abiertos brazos de otra joven revolucionaria, de nombre Graciela. Una joven morena, sensual y ardiente que se avendría a explicarle las excelencias del proyecto del militar golpista devenido en nuevo libertador y que estaría dispuesta además a abrirle otros secretos más comunes de la vida aunque más personales.

Y mientras que ellos retozaban en un camastro de hotel, la población de aquel país comenzaría a experimentar la verdadera faz del socialismo: las colas. Colas para comprar pollo, colas para comprar papel higiénico, colas para el pan y la leche y la sal y el azúcar... Colas para todo.

Pero claro, esa no era la cara del socialismo bolivariano que se aprendía en los brazos de Graciela. Y tampoco se correspondía con las tesis de Anguiano, el futuro líder de de Mandaremos.

Pues que Daniel Anguiano, su coleta y su expresión formal en ristre, andaba por Caracas también. Buscaba fondos para una fundación con la que pretendía exportar el modelo bolivariano a España,

Y entre brazos y abrazos, Elías Zúñiga conoció a Anguiano.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Elias Zuñiga (13)


En ese piso en el que se concentraban al menos tres familias, Arielita, su dulce recuerdo cubano de espléndida mulata, compañera/camarada de ideas... la chica de la que se había enamorado locamente,

¡Vivía con otro hombre!

Era en efecto otra de las familias que cubrían de forma desordenada el piso aquel que más parecía una colmena.

Fue una conversación ridícula. Que Elías Zúñiga no pudo llevar sino con una profunda desazón y una incomodidad manifiesta. No con tristeza, porque el dolor y la desazón  vendrían más tarde, cuando la marea se retiraba de su playa y el muchacho podía hacer el recuento de las Vivencias acontecidas en aquella visita.

A cualquier otro, ese encuentro le habría provocado la decisión de dejar a un lado la revolución, que tan traidora le había sido, y regresar a la tradición histórica de la nobleza familiar, los Torres Altas, por supuesto. Los contactos que tenía esa estirpe le valdrían un pasar razonable para su futuro. Encontraría a otra chica -quizás menos interesante que Arielita, pero al menos más aprensible que la despegada cubana.

 Pero Elías era chico berroqueño y más duro que las piedras. De modo que persistió en la idea de la revolución... Aunque lo de la cubana se disipaba como el humo después del incendio.

Y cuando Dios cierra una puerta parece que abre una ventana. Ahí estaba el nuevo comandante, en este caso, un militar de pura cepa, venezolano, socialista de los nuevos tiempos...

Ahí estaba Chávez.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Elías Zúñiga (12)


De manera que Elías regresaba a Madrid, el recuerdo permanente de Arielita prendido en su corazón. Ordenaría sus papeles y comenzaría a escribir el ditirambo de la juventud de Fidel. En cada elogio buscaba la aceptación de la mulata, en cada párrafo había un llamado a las excelencias que la "revolución" supondría al futuro cubano y del que la joven militante del PC era para él el máximo exponente.

Además escribía largos y ardorosos correos que apenas nadie contestaría. Quizás un acuse corto de recibo con un "mi amor" que Elías creería tenía el mismo sentido que en España.

Presentó su tesis, que en la Complutense tendría buena acogida. No en vano, Cuba, Fidel, el "Che" y la "revolución" constituían siempre elementos punteros de referencia de la casa.

Animado por su éxito universitario y amoscado por la falta de noticias en Cuba, Elías Zúñiga resolvía acercarse a la embajada de ese país armado de sus cuatrocientos veintisiete folios laudatorios del joven Fidel para pedirles que le facilitaran visado para volver a la isla. Previamente había tomado contacto con algunas autoridades del PC cubano y se había asegurado una digna presentación oficial de su trabajo en la sede central de la Asamblea del Pueblo. Tamaño honor, sin embargo, no se vio correspondido por noticia alguna de Arielita, pese a que su acoso en términos de correos electrónicos y llamadas a su supuesto número de móvil el mismo Elías reputaba de agobiantes,

Llegado a Cuba, aunque agotado del viaje, Zúñiga resolvía dirigirse a la casa en que vivía Arielita, que era vivienda para toda su familia, dado el estatus político asumido por la chica. Un piso que no alcanzaría los estándares mínimos de comodidad pedidos por los vecinos de Vallecas, por ejemplo, pero que en la derruida Habana Vieja era todo un lujo.

Llegó, vio y no pudo creer lo que vio.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Elías Zúñiga (11)


Asomarse a la vida de Fidel Castro es asunto interesante. Pero el caso de la juventud del dictador cubano es aún más asombroso. Especialmente en el supuesto de Elías Zúñiga, que descubría en el arrogante líder cubano algunas características que le parecieron familiares, cuando no próximas. La historia de una persona que trataba de forma tesonera de  hacerse un hueco en la política, cualquiera que fuera esta y el rechazo que entre sus propios compañeros de estudios provocaba el que luego fuera el principal adalid de la "revolución" no deja indiferente a nadie que se aproxime a ella.

Pero en el caso de Zúñiga, la juventud de Fidel sería para él, quizás no trasunto de la suya, porque él se veía a sí mismo bastante lejos de la vocación de líder que asumía el cubano, pero en todo caso sí como una especie de hermano mayor en quien pusiera el joven donostiarra todas sus confianzas.

Le llevaría sus buenos dos años el profundizar en la historia de Fidel. También le llevaría a viajar a Cuba, donde el joven Zúñiga no quiso ver el deterioro físico de las ciudades -las desportilladas casas de La Habana cayéndose a pedazos-, pero también el de sus ciudadanos, moralmente vencidos, dispuestos muchos de ellos a venderse al mejor postor. Porque, puesto a mirar hacia otro lado, rechazaría comprender la degradación de las "jineteras" poblando las calles de la vieja ciudad, el acoso -amable, pero pesado- de sus ciudadanos por venderte cualquier tipo de producto -como el tabaco, previamente robado al Estado.

Por supuesto que Elías fue acompañado en aquella grata estancia caribeña por una guapa mulata, miembro del Partido, por supuesto.  De nombre Arielita Cienfuegos. Arielita, haciendo honor a su devastador apellido, entró en la vida del joven donostiarra con una fuerza que todavía le recorre por su tembloroso organismo.

La chica estaba haciendo su carrera política en el partido en la forma usual que se acostumbra en los sistemas antidemocráticos y en los que lo son, también con alguna frecuencia. Cumplía órdenes, eso era todo. Y la joven quizás considerara que entre esas órdenes se incluía la satisfacción integral del muchacho.

Lo malo es que Elías Zúñiga se enamoraría de manera más que bobalicona de Arielita Cienfuegos.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Elías Zúñiga (10)


Y para cualquier revolucionario que se preciara de tal, la cosa consistía en pasar a la acción. Pero en el joven Zúñiga, la reflexión y el estudio antecedía siempre a las fútiles cuestiones de la a menudo ingrata actividad política.

Eso mismo le recomendaba su profesor más caracterizado, Juan (Juanito, para los amigos) Escohotado:

- Ahora que puedes, estudia. Que no sabes si tendrás tiempo para eso el día de mañana...

Y el chico se puso a estudiar de manera tal como el personaje de la película de Zemeckis, Forrest Gump cuando se ponía a correr: que no paraba ni para comer.

Devoraría el joven Zúñiga, en alborotado condumio, los textos de todos los escritores pretéritos, actuales y seguramente futuros del marxismo decadente. Le interesaría asimismo el análisis de las actuaciones pretendidamente revolucionarias de los Castro en Cuba y se asomaría con alguna dedicación -no exenta de morbosidad- a las experiencias justicialistas de Perón y sus seguidores. "América Latina es la esperanza", pensaría el muchacho, después de su particular diagnóstico respecto de las frustrados experiencias europeas de la socialdemocracia y de los frentes populares de entreguerras.

Y siguiendo el consejo de Escohotado, una vez concluidos sus estudios, tomaría plaza de profesor auxiliar y se dedicaría al estudio del "joven Castro y sus referencias prerrevolucionarias", una historia que constituía el paradigma de todos sus anhelos en la cuestión.

martes, 21 de octubre de 2014

Elías Zúñiga (9)


Claro que sus padres no advirtieron excesivos problemas en la conducta de su hijo. Al fin y al cabo ellos mismos se habían conocido en circunstancias parecidas a las que vivía su hijo en aquellos momentos. El que ese fuera ya un pensamiento caduco y antiguo no les ponía sin embargo sobre aviso respecto de las futuras evoluciones del muchacho. Pero no pasaba nada. Con el tiempo se le irían esos planteamientos de la cabeza.

De modo que el chico pasaría por la Universidad con todo tipo de pájaros bulléndole por la imaginación. Cursaría estudios de Sociología y de Filosofía en la Universidad bilbaína de Deusto. Y lo hizo con ahínco y tesón, de modo que obtuvo licenciatura de ambas especialidades sin excesiva dificultad.

En la testuz  del chico anidaban las cáscaras de los huevos de tantas aves silvestres -o por asilvestrar- como el sentido de la justicia, la protección de los más débiles y las teorías sobre la capacidad revolucionaria de la clase obrera. Era cierto que ya para cuando Zúñiga cursara sus estudios todo eso no eran sino ideas viejas con recorrido mínimo: la justicia ya no estaba entre los objetivos de la revolución, toda vez que los sistemas de partido comunista único sólo habían conducido a la escasez del sistema y con ella a la pobreza de la inmensa mayoría y la opulencia irrefrenable de unos pocos; iba de suyo que los débiles, en las ejecuciones de los proyectos marxistas, lo eran más, porque carecían de libertad y, con esa carencia, perdían su capacidad para la reclamación de sus derechos sociales y, lo de la instancia revolucionaria de los obreros, inexistente en buena parte de su historia, había quedado ya suficientemente acreditada como desaparecida en absoluto cuando se producía la mesocráticatización de los trabajadores, con sus jornadas de 8 horas, su mes de vacaciones, piso de propiedad, automóvil y carrera universitaria para sus hijos.

Pero Elías Zúñiga no había hecho otra cosa que introducir en su mollera aflorada y pajareada el vago resquemor que le perseguiría y atormentaría para el resto de su vida: era el símbolo de su madre, vilipendiada y agredida por la familia de su padre, lo que el joven Zúñiga vindicaba en esa su particular relación con los fastos revolucionarios, las guillotinas y los ríos de sangre tintando de rojo las chocolateadas aguas del Urumea,

domingo, 12 de octubre de 2014

Elías Zúñiga (8)


En esa opción que el joven Zúñiga asumía, no dejaba de encontrarse presente el resentimiento que su madre haría anidar en su vástago. No habría fiesta familiar ni ágape social al que la familia de su madre fuera invitada en tan altas estancias como las de los Altas Torres.

De modo que el chico vería crecer en él el espíritu de la contradicción. Una forma de producirse que le llevaba a utilizar el lauburu en forma de medalla o escapulario en su más tierna adolescencia. (Este distintivo, de cuatro cabezas, a la manera de la cruz gamada de los nazis, es una especie de amuleto propio de los abertzales, o nacionalistas vascos radicales). La debilidad de su padre, que no debe ser confundida con el espíritu de la tolerancia, le admitía ese u otros distintivos contrarios a la idea de la política de que siempre había hecho gala esa familia.

Más allá de esos gestos y de una manera tosca de producirse, el chico pasaba desapercibido en el ámbito familiar. Pero es cierto que Elías no carecía de familia materna. Y esta era nacionalista, por más señas, de modo que las actitudes que los. Altas Torres apenas comprendían eran admitidas, cuando no celebradas por los González.

Así que el terreno estaba abonado para el desencuentro gro. Y este llegaría en una conversación familiar en una de las comidas que los AltasTorres celebraban en el domicilio familiar. El marqués había fallecido ya, y con él había desaparecido buena parte de la coherencia que el título desplegaba sobre los miembros de tan egregia familia. La marquesa viuda decidía referirse -como en ella era acostumbrado- a su Villa natal como "San Sebastián". A lo que Elías, muy en usuario de lenguaje moderno, corregiría con un despectivo, "Donosti, abuela".

No faltaría quien hiciera el reproche consiguiente al desconsiderado muchacho. Un reproche que Elías recibía como una especie de enmienda a la totalidad respecto de su actitud.  El abismo entre la opción social e ideológica que estaba asumiendo el chico y la de su contradictor fue tal que desde entonces Elías decidía optar por la posición contraria a la practicada de forma habitual por aquellas ramas su familia. Si esta era española y de derechas, el joven Zúñiga decidía abrazar una posición fronteriza -diría que imposible-  entre el nacionalismo y el no nacionalismo. Y se iría en pos del marxismo, que ayuno de seguidores en aquellas épocas, se diría que le aceptaba con los brazos abiertos.

jueves, 2 de octubre de 2014

Elías Zúñiga (7)


El trabajo que le había buscado su padre -a regañadientes, el chico no le había hecho mayor caso- se localizaba en Burgos, en una empresa de calefactores, donde Juan Carlos Zúñiga actuaría como director comercial.

Todos sus sueños juveniles de un cambio político profundo -¿una revolución?- estallaban al viento como las gavillas de paja que lanzan al aire la gente del campo para que el grano se separe de ella. Su juventud... uncida al carro de una mujer que no quería, a la paternidad de un hijo prematuro para su inmadurez, a un trabajo que no le gustaba.

Y le costaría no poco tiempo resolver su depresión. Pero el tiempo corre y las responsabilidades tiran de uno. Tenía que mantener una familia, una mujer y un hijo que venía de camino. Y se puso a ello.

Hasta aquí hemos acompañado el devenir del padre de Elías Zúñiga. A partir de aquí volveremos a su hijo, después de un largo paréntesis.

Elías nacería en Burgos, por lo tanto. Per accidens, diría el chico más adelante, pues le gustaba mucho eso de ser vasco y  de apellidarse Zúñiga, también. Claro que siempre uniría al apellido paterno el González materno. Y es que Elías se veía inoculado del veneno de María -su madre- dados los feos por ella recibidos a lo largo de su vida matrimonial e infligidos por su familia política.

Porque, en realidad, Elías vivió siempre entre dos aguas. Heredaba de su padre el orgullo de formar parte de estirpe tan notoria como la de Torres Altas, pero no podía olvidar el desencuentro que estos practicaban con la familia de su madre.

Y obligado a optar decidiría por la más débil. Opción que también le acercaría a su padre, ya que la familia de este se había distinguido siempre por su apoyo a los más desfavorecidos de la sociedad. Nadie con hambre en nuestra casa, rezaba la divisa de ese linaje.

Claro que en esos tiempos ya no se trataba de mitigar el hambre física de los menesterosos aparceros, sino de resolver las cuestiones del alma, las metafísicas, de tan largo como sinuoso recorrido como se ha venido demostrando. Pero, para esa cuestión inmaterial, los Zúñiga no eran la más adecuada de las proles. Les venía mejor el espíritu librecambista manchesteriano a su ideología que el proteccionismo paternalista de los tories. Tuvo que llegar la generación del mayo del '68 para que esas cosas de la mente entraran en su consideración. Pero el padre de Juan Carlos siempre consideró que eso se parecía más a una algarada que a un anuncio de cambio de régimen, y todo hay que decirlo,no se equivocaría demasiado.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Juan Luis Barandiaran

Es triste el oficio de redactar la crónica de las ausencias, especialmente cuando estas son definitivas, Juan Luis ya no volverá nunca más. Pero quedará en mí siempre su recuerdo. Ese que, por ejemplo, rescato ahora de las páginas que son todavía borrador de mi crónica "Cabos atados".


"Era en el año 1.982, en aquellas elecciones generales que ganó Felipe González por una mayoría más que absoluta y que supusieron la desaparición de Unión de Centro Democrático, además de una larga etapa del PSOE al frente de los asuntos del Estado..
Yo  esperaba en los últimos días de agosto del verano inmediatamente anterior junto con un amigo en el aeropuerto de Barajas la salida de un vuelo para Bilbao. Habían sido unas excelentes vacaciones visitando por mar las islas de Ibiza y Mallorca y su piel morena oscura lo ponía en clara evidencia.
En la sala de espera de la puerta de embarque con destino a Bilbao, Juan Luis Barandiarán -primo segundo mío- se dirigía a mí con el característico alborozo habitual en su persona.
- ¡Tengo el poder notarial en mi mano! -decía Barandiarán enarbolando un sobre de gran tamaño -. ¡Con esto puedo firmar la coalición!
Ausente de Bilbao durante muchos años, desconocía  yo que mi primo presidiera a un exiguo grupo de personas entre las que se encontraba mi hermana Pilar o el periodista en ciernes Germán Yanke. Pero me impresionó favorablemente Juan Luis. Parecía ungido por el dedo de la diosa Fortuna, todo lo que resultara factible -y lo imposible también- estaba a su alcance: estudios y conexiones en Bruselas, mucho antes de que España soñara con entrar en el espacio político europeo; una mujer espléndida, que era trasunto de la mismísima Jessica Lange en "El cartero siempre llama dos veces" y una respetable fortuna familiar, negocios incluidos. El salto a la política sólo era cuestión de tiempo. Y Juan Luis Barandiarán lo aprovecharía. Y yo no sabía muy bien cómo mi primo se hacía con aquel poder firmado por Antonio Garrigues Walker y que le permitiría suscribir todo tipo de pactos con otras fuerzas políticas en el espacio autonómico vasco.
Nadie lo  sabía, en realidad. Pero me citaba para la tarde siguiente y yo tuve entonces la sensación de que un nuevo mundo se abría ante sus ojos.
Asistiría a la reunión. Por supuesto".

Ese fue el comienzo. Me presenté por eso que llamarían la "sopa de letras" (AP, PDP, PDL y UCD), por el Partido Demócrata Liberal como candidato al Senado por Guipúzcoa.
Ese fue el principio. Y Juan Luis me dio el empujón.
Ahora se ha ido.
Vaya ahora con él mi gratitud y mi recuerdo.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Elías Zúñiga (6)


Decía Manuel Fraga Iribarne que no es lo mismo crearse una posición, después casarse y después tener un hijo; que tener un hijo, después casarse para después hacerse una posición.

El caso de Juan Carlos Zúñiga fue sin embargo el segundo de los relatados en las consideraciones del líder conservador español, de modo que se plantaba el muchacho a explicar el asunto a sus padres.

La marquesa de Torres Altas, como buena parte de las madres en situaciones similares se sentiría doblemente dolida: por una parte pensaba que era una verdadera faena lo que le ocurría a su hijo, porque acababa con su felicidad mucho antes de que esta llegara. La vida, se le ocurría a la buena señora, tiene siempre sus plazos, viene primero la alegría y luego la desgracia. No es ley de vida, sino lo contrario, que todo empiece mal, porque las más de ,as veces concluirá peor.

Pero además, la contrariedad de la marquesa tenía como referencia fundamental el origen social de su nueva familia politica. La chica no sería presentable a los amigos de su hijo, pero tampoco a los de los Torres Altas. ¡Qué horror ocultar semejante pareja a la sociedad de San Sebastián, a la de Madrid o a la de Marbella! Pero así debía ocurrir, por desgracia.

Su marido, sin embargo, como correspondía a tan noble estirpe, razonaría de forma más racional, pretendiendo así conjurar el peligro:

- Puedes reconocer al chico. Te ayudaremos con él. Pero no tienes por qué casarte con ella.

Juan Carlos empero decidía seguir adelante con su proyecto, que sería celebrado con muy poco entusiasmo por la familia. La boda, organizada en un caserío de esos que empezaban a utilizar los jóvenes de la progresía donostiarra no contaría con la presencia de Torres Altas, que pretextaba su ausencia por un negocio de vida o muerte que le debería llevar a Nueva York. Nadie conoció muy bien la naturaleza exacta de ese asunto. Pero algún tiempo después, cuando le flaqueaba a memoria de las fechas, recordaba el marqués los espectáculos que había tenido la oportunidad de ver en aquel Broadway de candilejas empingorotadas.

Pero tuvo que recurrir el marques a contactos y relaciones diversas para encontrar acomodo laboral a su hijo. Después de todo, el niño debía llegar con un pan debajo del brazo -no había más remedio.

martes, 23 de septiembre de 2014

Elías Zúñiga (5)


Llegaba por lo tanto Juan Carlos Zúñiga a San Sebastián, el contacto con su posible nuevo amor perdido entre las confusas explicaciones telefónicas de su madre. Y se aposentaba en su ciudad natal sin solución de continuidad con su actividad anterior. San Sebastián es un pueblo -se podría decir, con perdón de los donostiarras de pro- y todo el mundo se ve a poco que des un par de pasos por la Avenida.

De modo que, muy pronto María González sabría de su presencia y se hacía la encontradiza en el bar que solía acostumbrar su hasta algún tiempo amante.

María estaba un tanto amoscada ante la actitud de su chico. No en vano había creado él una distancia cierta -que no es lo mismo que una cierta distancia- entre los dos: no contestaba ni devolvía sus llamadas telefónicas, no escribía cartas en respuesta a las suyas... Y, para colmo, su amigo íntimo ni siquiera la había acompañado para hacerle más llevadera la ausencia.

De modo que atacaría al joven Zúñiga nada más que le vio con una mezcla típica en la mujer vasca en que la agresividad se combinaba con el victimismo. "Con lo que te quiero... Y me haces esto". Un par de lagrimones y alguna zalamería, que eran gestos que no harían mella a cualquier perdona convencida a dejarlo.

Claro que Juan Carlos Zúñiga era un hombre débil. Y además, su educación le había dejado la clara impronta de la caballerosidad ante todo. De modo que no le pareció bien dejar tirada a la chica. Sentía pena por ella y con ella se fue a tomar unos vinos. Unos vinos... que tendrían su continuidad en el pisito de la parte vieja que aún conservaba Zúñiga donde harían las paces de manera, para Juan Carlos puntual, para María poco menos que definitiva.  

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Elías Zúñiga (4)


Hubo una oportunidad, sin embargo. Juan Carlos abandonaba San Sebastián por una temporada para mejorar su nivel de inglés. Serían tres largos meses en los que su distancia respecto de María le permitiría soltarse de ese intrincado lazo que él mismo había creado y que no veía manera de resolver.

Y con la finalidad además de generar nuevas relaciones a María que secaran definitivamente el pozo de las mantenidas hasta entonces, llegaría incluso a reunirse con un amigo de ambos. Un amigo del que notaba, a María le hacía bastante gracia.

Era -¿cómo no?- en uno d sus bares predilectos de la parte vieja donostiarra. Tomaban un  zurito (algo así como media caña de cerveza) y Juan Carlos le hacía un sucinto resumen de su viaje, para agregar como conclusión:

- En cuanto a María. No me importa si la llamas. Incluso, si quieres costarte con ella. De verdad, no me importa...

Podía haberle ofrecido las llaves de un pisito que había adquirido Juan Carlos Zúñiga en esa misma parte vieja y así completar su no me importa que te vayas a la cama con ella. Estaba claro: quería dejarla.

Y a sus padre se les abría el cielo ante semejante posibilidad. Los Torres Altas no querían ver ni en pintura a aquella María González de modosita presencia, taciturna prestancia y orígenes sociales tan vulgares. Así que, con la ausencia de Juan Carlos, consideraban próxima la resolución del problema y confiaban que el regreso de su hijo se produjera con un nuevo amor o que, sentada definitivamente la cabeza, el chico conociera a otra chica de alcurnia más similar a la suya.

En ese tiempo María guardó ausencia, el amigo de Juan Carlos no llamaría y el paréntesis que abría su viaje se cerraba sin novedades a su llegada.

Sin consecuencias. Que sin embargo una llamada con voz femenina y dicción inglesa preguntaba por el chico en una llamad telefónica. Llamada a la que la Sra. Marquesa, intuyendo que quizás estuviera hablando con su futura nuera, trataba de explicarle en un idioma sólo mejorado por la actual alcaldesa de Madrid, de la manera siguiente:

- He is not here. Juan Carlos is in the boat!

(Donde el boat era más bien el ferry que hacia el trayecto desde Londres a Bilbao.


domingo, 14 de septiembre de 2014

Elías Zúñiga (3)


Pero hete aquí que Juan Carlos Zúñiga se encontraba con María González. Esa chica delgadita, sosita, tímida... que no valía gran cosa y que se movía en los ambientes universitarios de la época. La joven iba de trotsquista, a la sazón. No me pregunten acerca de la organización en concreto en que se encuadraba la joven María. Podía ser la Liga Comunista, aunque seguro que más probable es que estuviera en LCR ETA VI. La chica era abertzale, no lo podía evitar.

Y era fácil, seguramente, para los estándares d la época, en los que aún las mujeres -aun las revolucionarias- no se habían quitado del todo las mojigaterías propias de la época de sus madres, y consideraban que la flor de su virginidad merecía quedar preservado hasta la llegada al altar de su consumación más o menos ligado al hecho matrimonial. Las gentes de ahora no lo entienden, pero aquellos eran los tiempos.

O eso, o que a María le había encandilado aquel muchacho simpático, pero débil, una especie de alfeñique o de castillo de naipes presto q venirse abajo,con el primer soplo de aire. Un chico al,que proteger, con el que una mujer empieza a  ejercer su profesión de madre antes incluso de quedarse embarazada.

Era débil Juan Carlos. Pero no dejaba de tener alguna inteligencia. Formado socialmente en una casa de familia bien de toda,la vida, ínfulas aristocráticas, relaciones con la realeza... Y él, asiduo al club de tenis y al golf, con amigos de su mismo nivel social, era consciente del origen de María. Muy diferente al suyo. Su abuela había sido ama de cría -aña- de los padres de sus amigos los Dorresalvo, una familia también de las antiguas de San Sebastián.

De modo que la chica no era como para ser llevada de acompañante por aquellas soirées en las que cualquiera de las niñas hablaban con acento engolado, arrastrando las erres, lucían palmito y buen gusto en el vestir y se organizaban la vida entre las facultades de Turismo y las recientes playas de Marbella. San Sebastián y su temporada de verano con la familia real habían quedado atrás, las gentes bien de Madrid empezaban a abandonar sus vacaciones en Fuenterrabia y todo aquel mundo de esplendor de cartón-piedra empezaba a esfumarse.

Claro que Juan Carlos nunca quiso volver a sus amigos de antaño. Oculto entre universidades y potes en la parte vieja de San Sebastián, se hacía nuevas relaciones y se olvidaba de las viejas. Y seguía con María. Por los polvos... claro. Y porque no se atrevía a dejarla.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Elías Zúñiga (2)


Cuarenta años atrás, cuando Elías Zúñiga ni siquiera existía, sus padres vivían en San Sebastián.

Eran los tiempos de la Oprobiosa dictadura del general Franco y Juan Carlos, que luego sería su padre, se complicaba la vida muelle de los señoritos donostiarras de entonces, aburridos de jugar al tenis o de practicar el golf, y en lugar de eso se decidía a enrolarse en los movimientos clandestinos de la época. Tenía contactos con el MCE -Movimiento Comunista de Euskadi- y participaba en las reuniones estudiantiles que se organizaban por aquel entonces.

Una historia más, quizás, de las de aquella época. Nadie que quisiera luchar contra el franquismo podía hacerlo sino desde la extrema izquierda. Los grupúsculos liberales eran poco menos que casposas tertulias de café, los socialistas simplemente no existían y los del PCE eran algo así como revisionistas moderados que amenazaban con convertir al país en una especie de capitalismo sin control si proseguían con su estrategia de asumirlo todo.

Ellos no. Querían la democracia, pero querían también la revolución. Y estaban todos de acuerdo en pelear contra Franco. Eso era todo, o una buena parte de sus convicciones. Devoraban los opúsculos de Marx y Engels, algunos pocos se atrevían con "El Capital", se alegraban con las revueltas de mayo del '68 -creyendo que con ellas los estudiantes habían conseguido la legitimidad de convertirse en algo así como una clase revolucionaria-, entraban en desorden a considerar los textos de Marcuse o de Poulantzas -que no llegarían a comprender- y pasaban al otro lado de la frontera a ver películas prohibidas en España y adquirir algún que otro libro o periódico prohibido.  

En suma, que Juan Carlos Zúñiga era un producto clásico de la juventud contestataria de la época. Sus padres, marqueses de Torres Altas a la sazón, observaban con paciente tranquilidad las evoluciones de su hijo. No en vano, Joaquín Zúñiga -padre de Juan Carlos y abuelo de nuestro amigo Elías-  formaba parte del circulo privado del Conde de Barcelona y había tenido que lidiar con algún político de la izquierda exiliado en París, con lo que no podría alzar en demasía la ceja respecto del comportamiento de su vástago. Y sabía además que el izquierdismo era una enfermedad juvenil que curaría el simple paso del tiempo.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Elías Zúñiga (1)


Lo puedes ver en las imágenes que las cadenas de televisión arrojan de manera constante para dar testimonio de la felicidad de su movimiento en la noche electoral. Mandaremos es el nombre del artefacto destructivo de la casta, por lo visto.

Allí estaba. Elías Zúñiga, con sus apenas treintaiocho, que surge de un grupo de jóvenes en desmadejada turba, detrás de su líder, el también joven, telegénico y dotado de sempiterna coleta que es Daniel Anguiano.

Elías es un chico alto -parece, la televisión, ya se sabe, engaña a veces-, desgarbado, moreno, la cara alargada, un tanto torpe... como buen Zúñiga, a su pesar.

A su pesar, digo. Porque él siempre utiliza su primer apellido en unión del segundo, Cardas. Pero no adelantaré acontecimientos.

Elías se acerca al jefe -Anguiano-, pero el jefe le da la espalda. Creamos, más vale, que es porque no lo ha visto. El caso es que no le saluda. Y Elías se queda asombrado por el gesto. Mira a cámara y se tapa los ojos. No, no es que le asuste la presión de los focos. Se trata más bien de un gesto instintivo, habitual en él. Como si toda esta historia le desconcertara bastante. ¿O si? -que preguntaría Rajoy, en su más puro estilo-. ¿O es que le ha deslumbrado la luz y se protege los ojos con la mano? En todo caso queda raro el gesto. Una especie de desprecio del jefe y una mirada a cámara como que te han pillado con el aspaviento del nuevo héroe de la noche electoral. Y tú con esos pelos...

Pero pronto acude otro de los chicos que ha subido como Elías al escenario a salvar la situación. Se encuentra contigo, abre los brazos y se dispone a abrazarte. Es tu tabla de salvación. Al menos nadie pensará que te colaste en esa fiesta, como la chica de Mecano..

No, no podrían pensar en eso. Esa fiesta era también la tuya.

martes, 2 de septiembre de 2014

Nueva narración

La política, grande o pequeña, se escribe a base de pequeñas historias humanas que, reunidas unas con las otras, forman un mosaico que nos conduce a la mejor comprensión de ese mundo. La marración que ofrezco a mis lectores a partir de la próxima entrega y que lleva por título el de su supuesto protagonista, Elías Zúñiga, es la de un joven que engrosa las filas de una nueva formación política que recibió el espaldarazo de muchos electores insatisfechos con el estado se la situación en España el pasado 25 de mayo.

Espero que les interese.

jueves, 14 de agosto de 2014

Mis vacaciones con Aski (y 13)


Confieso también que en muchas ocasiones se nos había ocurrido pedir a sus amos que nos lo dejaran llevar a Madrid. Pero también debo decir que desechábamos enseguida esa posibilidad, Aski es un perro de campo y su hogar está en los prados de Arrechea, allí donde los jardines de los tres vecinos-incluido el de sus amos- se suceden sin solución de continuidad. Allí donde cada uno de los paseos le acercan rastros de piezas de caza, que perseguir nervioso y con una fortaleza que sorprende a quien observe su pequeño tamaño y sus cortas patas. En la ciudad,  y sólo durante  la mayor parte del día, Aski languidecería hasta el abatimiento.y no existe verdad más cierta que la que dice que el cariño -¿por qué no decirlo?- el amor solo quiere que el objeto del mismo sea lo más feliz que pueda resultar posible. Aski no había nacido ni vivido en una ciudad, y no sería feliz en una ciudad.

Vueltos todos a la normalidad de aquella noche de sábado, el teckel parecía tranquilo. El coche en su garaje, sus amigos en la casa y él -como siempre- controlando la situación.

También el desayuno resultaría tranquilo. Y hasta nuestra salida hacia la casa de sus dueños debió parecerle a Aski normal. No en vano, esa era la forma habitual de comportamiento en muchas ocasiones. La felicidad del perro era total y la desmemoria en que viven esos animales le había permitido seguramente olvidar el acarreo de bultos de la tarde anterior.

Pero llegados ya a la case de la que habría de ser su residencia definitiva del otoño-invierno, el teckel ya estaba más confuso. Abríamos la cancela, tocábamos el timbre... ¿Qué pasaba! ¿Qué nos proponíamos?

La entrega, Aski en mis brazos a los de su dueña no pudo resultar tan traumática para el perro como abandonarlo directamente en el jardín.  Además de habernos parecido un gesto sin alma por nuestra parte. Pero no sería menos triste. El perro se me quedó mirando con la tristeza pintada en sus ojos.

El gesto triste por el doble final -nadie termina tampoco alegre sus vacaciones- nos acompañaría durante todo nuestro recorrido. Al regreso a Madrid, Vic llamaba al número de sus nuevas -y antiguas- amigas: el perro -nos informaron- había pasado toda la tarde plantado en el porche de nuestra casa, esperando que volviéramos. Finalmente regresaba a la suya, donde le acogían con todo el cariño.

Esta es una historia que no debería tener conclusión, pero alguna debo ponerle. Justo dos semanas después volvíamos Vic y yo a Arrechea. Y tan pronto como ponía yo un pie en el jardín, la voz no excesiva y una cierta duda -por qué no decirlo- pintada en ella, dije:

- ¡Aski!

Y al cabo dueños segundos, el perro corría a nuestro encuentro con la alegría pintada en el movimiento de su rabo: esos dos días fueron tan alegres como lo habían sido los de finales de agosto.

Y Vic, encantada con el comportamiento del teckel, me decía muy contenta:

- Está visto que no es un perro rencoroso.

Y ciertamente que no lo es.




 

lunes, 11 de agosto de 2014

Mis vacaciones con Aski (12)


La cultura de los perros es algo que se adquiere por la experiencia. Incluso diría que sólo la tenemos quienes los hemos adaptado a nuestra vida doméstica. Los que poseen perros exclusivamente para la caza los tienen por lo general atados y se preocupan poco de ellos. Quizás así sufrirán poco si algún disparo en una partida o los empellones de un jabalí han hecho impacto en ellos. Los perros domésticos son diferentes. Forman parte de nuestra vida habitual, nos interpelan y nos acompañan, nos entienden y se alegran y sufren con nuestras alegrías y nuestras desgracias.
El que fuera alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano, me dijo en una ocasión que los perros siempre te reciben con un cariño inusitado cuando vuelves a casa, incluso aunque te hayas tomado una copa de más, lo que no ocurre frecuentemente con tu mujer -siempre en opinión del ex alcalde, claro.

Fueron unos días encantadores. Movidos, pero encantadores. Porque la habitual rutina de las lecturas vespertinas se veía interrumpida siempre por los ladridos de Aski exigiendo su paseo de la tarde, lo que devenía en mejor forma física para mí aunque menor el tiempo dedicado a la literatura. Y a la escritura (si bien me ha proporcionado este nuevo asunto que comentar a mis pacientes lectores).

Pero llegarían a su fin. Y eso que retrasábamos nuestro regreso a Madrid díalr aquello de pasar hasta el ültimo momento posible.

Claro que había que preparar las maletas para la vuelta. Y las maletas del regreso son siempre más fáciles de organizar que las de la salida. Pero, en todo caso, tuvimos que montar un cierto jaleo de acarreo de bultos que viajaban desde la planta de arriba hasta el garaje. Gestión que Aski observaba con curiosidad no exenta de inquietud. Y toda vez que los enseres, ese sábado por la tarde, se introducían en el coche, el perro aprovechaba la distracción de una puerta que quedaba abierta para introducirse en el vehículo. Y no quería salir de allí por más que se lo pedía en todos los tonos -por supuesto, amables- que se me ocurrían. Al final tuve que sacarlo de allí.

Si esa sola actitud del teckel nos producía una pena extraordinaria, ¿qué no ocurriría cuando la mañana siguiente tuviera,os que devolverlo con sus, sin embargo, amos?

Habíamos decidido la estrategia. No podía esta reducirse a salir en coche y abandonarlo en el jardín, donde su extrañeza y nuestra desazón, al verlo solo, sus ojitos tristes observando el automóvil de sus amigos escapando de manera ignominiosa de su compañía nos habría partido el corazón más aún de lo que podríamos imaginar,además de que nos comportaríamos tan mal como en aquel spot de televisión, un perro observa a sus amos que emprendían el camino de sus vacaciones, en tanto que el pobre animal no sabe muy bien qué es lo que ha pasado en realidad, a la vez que deambula por una gasolinera perdida o por cualquier carretera extraña. La frase del anuncio resonaba en nuestros oídos: Él no lo haría.

miércoles, 6 de agosto de 2014

Mis vacaciones con Aski (11)


Entonces le abres la puerta de la calle y el perro sale al jardín. Pero tampoco en eso es como los demás. Aski se da un corto paseo -no advertirás que levanta su pata para dejar su rastro concentrado de pis nocturno- y volverá al refugio del felpudo, en el calor de una mañana de verano que inunda todos los días esa parte de la casa. Y como está la puerta abierta, entrará de nuevo en diversas ocasiones para ver lo que pasa y para pedir alguna que otra cosa con la que él también pueda desayunar.

Nos habían dicho que Aski desayunaba todos los días en el hotel Erro, donde su cocinero le daba las sobras del día anterior y que constituían el principal, si no el único alimento del perro. Pero tampoco ocurría eso en los primeros días que pasaba Aski con nosotros. Y la comida que le dábamos se reducía a sobras de las nuestras, alguna galleta para perros y jamón de York, que comprábamos con inusitada frecuencia, dada la comprobada capacidad de ingesta por este perro de ese producto. Pero esa no era alimentación adecuada para el teckel, de modo que le compramos un saco de comida para perros. Aceptó la dieta en un primer momento, claro que cuando ya no le dábamos productos más apetitosos. Pero ya el siguiente día, desaparecía Aski de casa para volver al rato, casi despreciando hasta un buen pedazo de jamón: el hotel había vuelto a proveer al perro de su dieta acostumbrada.

Y así irían pasando los días finales de aquel mes de agosto. Un perro feliz y unos amos nuevos encantados con él. En el paseo y en casa. Y unos amos antiguos a quienes la situación no debía parecerles demasiado razonable, pero que se lo tomaban con filosofía, dado que observaban que el perro actuaba impulsado por sus propias convicciones.

- ¡Nunca nos había hecho esto! -exclamaban asombradas. Y era que Aski, perro social donde los haya, había seguido a peregrinos del Camino de Santiago, hasta más allá de 15 kilómetros a contar desde su casa, o se había introducido de manera inadvertida en el asiento trasero de unos turistas que metían sus maletas a la salida del hotel Erro. De modo que habían marcado sus amas un teléfono móvil en la correa del teckel. Pero nunca hasta ahora el cambio de morada se había producido de forma tan evidente.

Empezaría así el final de nuestras vacaciones en una contemplación de nuestra nueva mascota que analizaba cada uno de sus movimientos y actitudes, cuando Aski se encontraba presente, y las recordaba todas, cuando dormía. Tema recurrente de conversación y de preocupación ante la menor de sus circunstancias anómalas. Inquietud que era más habitual en Vic que en mi. Al fin y al cabo, mi mujer nunca había tenido perro y jamás lo volvería a tener, si no fuera este Aski.

domingo, 3 de agosto de 2014

Mis vacaciones con Aski (10)


Y sentía entonces una gran compasión por el perrito. Dormido, con la dificultad del ascenso por los altos escalones para su cuerpecito largo y sus cortas patitas. de modo que lo cogía en mis brazos y lo subía para depositarlo en mi butaca de las siestas -que ya él había convertido en suya.

Vic seguía puntualmente estas evoluciones, admirando el sosiego y la paz con la que Aski se comportaba en aquellos momentos.

Situado ya en su camita, el perro dormía casi toda la noche sin molestia alguna. Sólo quizás, en la primera de las noches que pasaba con nosotros, en ambiente desconocido, se decidía el teckel a despertarnos.

Todos los perros sueñan -diría yo lo mismo que Lawrence en su magistral introducción a su obra Los 7 pilares de la sabiduría-, pero no del mismo modo. Y cuando su sueño se resuelve en cacerías y reyertas contra sus congéneres, los perros ladran en medio de su descanso. Se trata, en general, de un ladrido quedo, casi callado, como cuando gritamos los hombres en sueños, en medio de una pesadilla. Pero Aski no es así, tampoco en eso es un perro más. Aski ladra on fuerza en medio de su profundo sueño. Te diriges hacia él y lo observas. Sigue dormido, concentrado en su cacería o en su reyerta.

Y tampoco te despierta a primera hora de la mañana para que le abras la puerta que da al jardín , para que pueda hacer sus necesidades. Duerme hasta que tú te despiertes o hasta que lo haya hecho tu mujer y haya él decidido que ya ha llegado la hora y que por lo tanto no tienes derecho de dar otra cabezada. Entonces se te queda mirando y se pone a ladrar. No podrás soportarlo. Sólo si te levantas el teckel quedará satisfecho.

lunes, 28 de julio de 2014

Mis vacaciones con Aski (9)


Cuando llegaba la noche, una vez que el perro había perdido todos sus recelos respecto de los moradores de nuestra casa y abrigado el cariño correspondiente, ya no hacia caso de las llamadas de los hijos de su dueña, requiriendo que volviera a su casa. Y como sabían estos de sobra que se encontraba con nosotros, se venían hacia nuestro jardín para recogerlo.

Hubo una noche en la que yo salía de la casa. -yAski detrás de mí, como era natural-  atendiendo las voces de mis vecinos. Había un coche aparcado junto a la entrada, y el perro -sabiendo sin duda que había llegado el momento de abandonarme y sin ninguna ilusión de hacerlo- se escondía debajo del vehículo. Tuve qué sacarlo, cogerlo en mis brazos y entregarlo a su dueño, en tanto que recibía una triste mirada por su parte y, por la mía. Me asaltaba también la desazón por su marcha.

De modo que la noche siguiente serían sus propias dueñas -madre e hija- quienes se acercarían para llevarlo a su casa. Y esa fue una buena oportunidad para los comentarios y el reporte de cariños mutuos y del comportamiento del teckel. Ahora no recuerdo muy bien si esa misma noche recibió Aski permiso para quedarse en casa. Fuera o no en aquel momento, el final de ese mes de agosto, el perro ya no volvió a la que había sido su residencia en los tres años de vida que habían transcurrido por él.

Adquirió pronto la costumbre de acompañarnos al principio de nuestras cenas, obteniendo así la ración de comida que le proporcionábamos: jamón, queso, alguna galleta para perros que él disfrutaba sin reparo alguno. Pero, cuando sonaban las campanadas de las 10 en el reloj de la iglesia, Aski subía las escaleras y se encaminaba hacia nuestra habitación para acostarse en la butaca donde yo acostumbro a echar la siesta: su hora ya había llegado... o, casi.

Porque, no contento con nuestra actitud, y necesitado de compañía, en ocasiones ladraba desde el distribuidor del primer piso, por ver si nos decidíamos, como él, a dar por concluida nuestra jornada.y, ya que no era el caso, finalmente el perro bajaba al salón y se acomodaba en un sofá hasta que, terminada nuestra cena, bajábamos a ver algún programa de televisión. Entonces, el teckel escogía otra butaca o el suelo, hasta que decidíamos que había llegado el momento de recogernos.

miércoles, 23 de julio de 2014

Mis vacaciones con Aski (8)


Y las visitas de Aski se hacían cada vez más frecuentes. Se atrevía con el salón, subía a los sofás y comía jamón York como un descosido. Y pasaba ya, prácticamente , todo el día con nosotros, además del paseo de la mañana.

Mis siestas eran sus siestas. Y, cuando me disponía a abrir mis libros o a trabajar en mi ordenador durante la larde, el perrito acompañaba mi trabajo durante un rato. Pero, a poco de dar las 6 en el reloj de la iglesia, el teckel se ponía a ladrar y a gruñir. A buen entendedor..., ya se sabe:el perrito estaba reclamando su paseo de la tarde.

Se trataba siempre de un paseo más liviano que el matutino. Pero Aski obedecía mis instrucciones y estaba siempre pendiente de mis evoluciones. O casi siempre. Hay un momento en el que le controlas, que es el segundo en el que el teckel duda de sí arremeter o no contra el rebaños de ovejas que pastan en el prado. Sí en ese  segundo le ordenas que no ataque al ganado, te obedecerá. Pero como dejes pasar ese segundo, ya no hay remedio: el instinto se habrá apoderado de él y sólo cuando se sienta íntimamente satisfecho -quince o veinte minutos después- el perro volverá hacia ti y tu obediencia.

Cuando llegaba la noche, una vez que el perro había perdido todos sus recelos respecto de los moradores de nuestra casa y abrigado el cariño correspondiente, ya no hacia caso de las llamadas de los hijos de su dueña, requiriendo que volviera a su casa. Y como sabían estos de sobra que se encontraba con nosotros, se venían hacia nuestro jardín para recogerlo.

Hubo una noche en la que yo salía de la casa. -yAski detrás de mí, como era natural-  atendiendo las voces de mis vecinos. Había un coche aparcado junto a la entrada, y el perro -sabiendo sin duda que había llegado el momento de abandonarme y sin ninguna ilusión de hacerlo- se escondía debajo del vehículo. Tuve qué sacarlo, cogerlo en mis brazos y entregarlo a su dueño, en tanto que recibía una triste mirada. Por su parte y, por la mía. Me asaltaba también la desazón por su marcha.

domingo, 20 de julio de 2014

Mis vacaciones con Aski (7)


Le insistíamos en que se internara en la casa todo lo que quisiera. Pero Aski es un teckel, que es un perro con su propia personalidad. Y las decisiones las toma siempre él mismo, de acuerdo con su conveniencia y su criterio.

Aski acabó entrando en casa. Primero fue un pedacito de jamón York -que él aceptaba como por no despreciar nuestro regalo-. Luego se fue atreviendo con el resto.

Un día llegaría hasta el salón. Tres altos escalones lo separan de la superficie de la entrada. Y el teckel tiene -ya lo hemos advertido- la pata corta y el cuerpo alargado con lo que de manera invariable su tripa debía rozar los peldaños, con el consiguiente disgusto en el perrito. Pero su curiosidad podía sobre la dificultad y Aski se hacía propietario del salón.

Pero no le había de faltar su inconveniente a la gestión. Un reposapiés balanceante -recuerdo de un viaje a Alemania-, situado junto a una de las butacas en las que acostumbro a echar la siesta fue objeto de la atención del perrito. Con la mala fortuna de que el movimiento del artilugio, impulsado por él mismo, le devolvía al duro suelo.

Esa circunstancia le hizo abrigar reparos con respecto al salón, hasta donde no se atrevió a internarse. Otra cosa era el piso de arriba y los misterios que ocultaba. De modo que, con harta y fatigosa escalada, el teckel ascendía esa escalera hasta situarse en esa planta. Por descontado que husmearía en todas las habitaciones. Pero llegaría el momento en el que Aski consideraba oportuno bajar. El inconveniente era que la escalera está bastante abierta y las sensanción del perrito debía ser que en cualquier momento se podía colar entre los barrotes protectores y darse el gran tortazo.

De modo que se puso a gemir. Y los gemidos de Aski son como los lloriqueos de una mujer y las airadas protestas de legiones de niños: enternecen a la vez que preocupan. Así qué lo tuve que coger en mis brazos y así bajarle la escalera hasta que el perrito se encontraba en lugar seguro. Con la autonomía suficiente como para ganar el jardín y llegarse a su casa.

jueves, 17 de julio de 2014

Mis vacaciones con Aski (6)


La mañana siguiente disponía yo de un nuevo instrumento para nuestros paseos: Vic había estado en Pamplona la tarde anterior y allí había comprado una correa de tela. Lo suficientemente cómoda, por lo flexible, para llevarla en el bolsillo del pantalón. Así que cuando llegaba a la casa de mis vecinos, Aski moviendo el rabo y girando en trono a sí mismo en señal de excitación por el apasionante momento que estaba a punto de vivir (los paseos son para él una experiencia inolvidable), el mayor de los hermanos me preguntaba:

- ¿Quieres que te busque una cuerda?

- Gracias -le dije extrayendo el instrumento-. Tengo esta correa.

Y se la puse. Al principio, Aski, apenas si sabia cómo comportarse con este procedimiento de recorrer,la calle. Lo primero que hacia era quedarse quieto, por lo que no tenia más remedio que llevarle con un poco de energía. El perro, entonces, me observaba con atención para conocer mi superior criterio al respecto. Pero no se enfrentaba a ese nuevo obstáculo, ni tiraba hacia delante. Como la correa no era en exceso larga, el teckel caminaba a mi paso durante los escasos 100 metros que nos separaban del lugar en el que le debería soltar.

Pronto Aski se acostumbraba al rito de la correa con una enorme facilidad. Tampoco a la vuelta ponía excesivo inconveniente en que le volviera a sujetar. Y, siempre quedaba el perro en su casa y con sus amos.
 
Pero un día, cuando llegaba yo a mi jardín, me encontraba con el perrito correteando por el jardín. No parecía que el paseo dado le había resultado suficiente, así que pretendía Aski que jugara con él al escondite. Yo me iba hacia él, que me esperaba en apariencia tranquilo, recostado sobre la hierba, y en el momento en que estaba a punto de cogerle, se levantaba y escapaba a gran velocidad, haciendo grandes giros circulares. Y si yo intentaba sorprenderle en alguno de esas enloquecidas carreras, hacia él un quiebro a mi aparente ataque y continuaba su galope tendido.

Los ruidos en el jardín atraían entonces la atención de los moradores de la casa, a quienes divertía la visión del juego. Vic ofrecía entonces a mi nuevo amigo un pedacito de jamón York, que curiosamente el teckel apenas si valoraba. (Debo decir que jamás, hasta entonces, había yo fracasado con este tipo de alimento para cautivar a un perro).

Pero llegaba el día en que el teckel aceptaba la recompensa alimentaria e, incluso, se aventuraba a atravesar la puerta de la casa. Pero solo lo hacia en un principio penetrando un par de metros.

lunes, 14 de julio de 2014

Mis vacaciones com Aski (5)


Bueno, sirvan las primeras pinceladas de esta historia para que les presente ahora el cuadro de agosto de 2013.

Debido a la presencia de algún invitado en la casa, los paseos matutinos  los daba generalmente solo. Quizás la compañía de la música de Leonard Cohen -el poeta místico de los tiempos modernos, la voz grave y los suaves coros femeninos-, en alguna ocasión, servia de entretenimiento a mis salidas por las montañas y los campos de Arrechea, plagados de bosques de hayas.

Y como invariable trayecto, pasaba siempre por delante de la casa donde vive Aski. Precisamente este verano los hijos de su dueña habían empezado a construir un muro de piedra separador respecto de la carretera, sustituyendo un seto que ya ha crecido de forma tanto desproporcionada como desordenada. Interesado en la operativa de esos trabajos, el perrito correteaba por entre sus amos dispuesto a enredar todo lo posible sus agotadoras gestiones. A veces también me dedicaba sus ladridos, que, en el caso de este teckel, nunca son amenazadores sino habitual fórmula de saludo.

Pero un día, Vic y yo nos tropezábamos con su dueña y tras de una de las conversaciones triviales que abundan entre el publico local, en las que se abordan las diferentes cuestiones de salud, familia y asuntos de parecida índole, le pedimos su opinión respecto de la posibilidad de pasear a su perro. Ella, amablemente, no puso ninguna dificultad.

Así que, la mañana siguiente a esa conversación, pasaba yo por delante de la casa donde Aski jugueteaba con el mango de un martillo, tarea que abandonaba para dedicarme su buena ración diaria de ladridos. A los que contesté:

- ¡Hola Aski! ¿Te vienes de paseo?

Evidentemente, el perrito me observó con detenimiento y una aparente desconfianza. Pero no se movió del lugar que ocupaba -un teckel jamás retrocede-, de modo que lo cogí de sus axilas delanteras y me lo llevé en brazos para atravesar la carretera sin peligro para él.

Cuando pensé que nos encontrábamos en un lugar seguro lo solté.

El perro no hizo ademan d volver sobre sus pasos, hacia su casa. En lugar de eso, se puso a correr velozmente hasta ganar el final del pueblo y entrar en uno de los caminos forestales, momento en el que su carrera se hizo aún más intensa y acompañada de unos ladridos que, en un primer momento, consideré que eran expresión de incomodidad, pero que nada más que pude ver cómo se comportaba, me daba cuenta que eran expresión de satisfacción.

Atravesado el puente sobre el río se abren dos caminos -en realidad tres, pero el tercero corresponde a una reparcelación y no importa a los efectos de los que paseamos-, uno a la izquierda y otro a la derecha. Aski derivaba hacia el siniestro, pero yo pretendía avanzar hacia el contrario. Toda vez que el perrito fue consciente de que yo me dirigía hacia allí, desandaba sus pasos y avanzaba por delante de mí, husmeando los terrenos en busca de pistas, marcando los arboles y observando -cada pocos metros- si yo le seguía.

No sé si alguno de mis lectores ha paseado con un perro por el campo. Si lo han hecho espero que me dará.la razón: se trata del mejor complemento para una caminata. Cuando dejas de verlo, te preocupas por su paradero, aunque seas consciente de que en algún momento aparecerá o recuperará tu rastro, no importa lo lejos que se haya ido. Y cuando lo tienes al alcance de tu vista, te distrae su búsqueda se los rastros, la pata alzada se buen cazador, sus galopadas y trotes e, incluso, cuando se reboza en las proximidades de las cacas de algún ganado o se refresca en algún charco de agua marronácea de la que, incluso, bebe... Que todo esto hace Aski.  

A nuestro regreso del paseo, volvía yo a coger a Aski en mis brazos para que así atravesara la carretera con toda la seguridad. Junto a su casa le soltaba, y el perro se ponía a corretear entre sus amos o a buscar algún topo en su jardín o en los jardines vecinos.

miércoles, 9 de julio de 2014

Mis vacaciones con Aski (4)


No debía pasar mucho tiempo hasta que volvíamos a conocer de alguna otra proeza de Aski. La misma tarde, después de volar el helicóptero, nos afanábamos los habitantes de mi casa en obtener una llave que pudiera abrir no sé qué instrumento. Por eso habíamos dejado la puerta del garaje abierta y nos desplazamos hasta un municipio vecino para investigar si en la ferretería del mismo encontrábamos el utensilio.

La búsqueda resultó infructuosa. Así que regresamos a casa. Y lo que vimos nos pareció más que curioso: Aski había abierto la puerta de un armario que contenía utensilios de garaje, había esparcido diversos de los objetos que pudo extraer del mismo por el suelo y se plantaba ante nosotros, con un orgullo desbordante ante su hazaña ante nosotros.

Reconozco que el hecho me hizo bastante gracia, pero Vic simplemente se enamoró de él. La sola expresión encantadora del perrito, feliz por la protección que asumía de nuestros enseres (unos guantes de jardín, una bayeta, algunas tuercas...), le pareció el no va más de la personalidad del teckel.

No fue extraño que, a partir de entonces, cada vez que llegábamos a Arrechea, Vic dirigiera su atenta mirada hacia la casa vecina e, incluso, que lanzara alguna que otra voz pronunciando el nombre del perro.

Pero, las más de las veces, Aski no contestaba. Sintiéndose menospreciada, Vic murmuraba casi para sus adentros:

- Es un perro displicente.

En una ocasión pasamos por la casa de Aski donde nos encontramos con su dueña. Después de entrar en conversación con ella sobre los asuntos humanos, la plática derivaría hacia su perro. En algún momento se nos ocurrió preguntar si le molestaría que lo sacáramos de paseo. Y ella nos dijo que no había problema.

Y la ocasión se produjo. Una mañana, con el coche parado en la rampa de acceso hacia la carretera, el teckel se aproximó a nosotros, nos saludó y, ante la sola mención de la posibilidad de su compañía para dar un paseo, pegó un salto y se metió en el vehículo.

El perro disfrutó del recorrido. Levantaba su pata delantera derecha cuando ponía su atención en algún objeto, seguía los rastros por el campo de una manera más que intensa, pero sin perdernos de vista. Es más, cuando nos encontramos por el camino con una chica que paseaba a otro perro sentí la preocupación de que hubiera algún enfrentamiento entre los dos o que se empeñara Aski en perseguirlo, toda vez que la chica reanudara su paseo con su mascota. Pero nada de eso ocurrió: el teckel se saludó con su amigo -los dos se conocían- y regresó sin problemas a su paseo con nosotros.


domingo, 6 de julio de 2014

Mis vacaciones con Aski (3)


 Nuestras visitas a Arrechea concluían en ese diciembre, por causa del frío, la nieve y la dificultad del accedo por carretera. Pero llegaba la Semana Santa. Y con ella la presencia de un cuñado que quería probar el helicóptero de juguete y con motor que le habían regalado. Habían pasado solamente cuatro meses desde nuestra ultima visita.

Una mañana de aquella primavera, mi cuñado se dispuso a volar el aparato aquel, que hacia un estruendo proporcionado al que los modelos reales realizan. Aun así, aé trataba de un ruido bastante considerable. Lo suficiente como para que el fino oído del vecino perro advirtiera de nuestra presencia y de nuestras gestiones.

Su alegre ladrido nos sobresaltó un poco al principio. Pero el simpático perrito no dedicaba mucho tiempo al saludo: había descubierto que un objeto extraño sobrevolaba por los jardines de su propiedad, Y Aski no estaba dispuesto a admitirlo. De modo que, cuando el aparato se encontraba a una altura relativamente alcanzable para él -poco más de un metro- el perro saltaba con furia para atraparlo. Saltaba bien y bastante alto para su estatura, pero no podía alcanzarlo.

Fue el momento en que el helicóptero -seguramente desestabilizado como consecuencia de una corriente de viento o la impericia del neófito jugador- picó contra el perro y le golpeó en el hocico.

Desconcertado y rabioso, el teckel se escapaba en dirección a su casa.

lunes, 30 de junio de 2014

Mis vacaciones con Aski (2)


Conocí a Aski en el final del otoño hace ya casi 4 años. Él era todavía un cachorro, por lo tanto, pero ya apuntaba maneras.

En Arrechea nieva de verdad. Un ventisquero natural. Situado en la falda de los Pirineos, uno tiene que tener cuidado cuando observa que unos cuantos copos empiezan a caer, desordenados y alegres, desde un cielo gris y plomizo. Es cierro: la nieve te parece simpática en ese momento, pero puedes llegar a maldecirla cuando ha caído con fuerza y te impide hacer solo lo que es normal en tu vida cotidiana.

Era a primeros de diciembre, en ese puente que ya los españoles hemos convertido en tradicional y que unos bautizan como de la Inmaculada y otros de la Constitución. Pensando que no iba a nevar, aconsejé a Vic que aparcara el coche en el garaje (es verdad también que Vic, que tiene una actitud de autentica veneración por su coche, sufre por el frío que este pueda pasar en las noches heladas y no concibe que su Golf, ¡pobre!, duerma en la calle o al raso) de modo que mi consejo seria aceptado de buen grado por mi mujer.

Pero el tiempo no nos daría tregua ese puente. La primera noche caería una fuerte nevada y la escarpada pendiente que comunica el garaje de la carretera amanecía tan inmaculadamente blanca como la superficie del jardín. Quedarían tres días de vacaciones, era cierto, y no resultaba necesario poner en marcha el coche para comprar el pan, por ejemplo. Por lo demás estábamos provistos de suficientes reservas de comestibles y líquidos como para afrontar com suficiente comodidad ese tiempo.

Pero Vic es mujer de recursos y de insistencia insobornable. Cuando una cosa se le pone entre ceja y ceja no hay quien la disuada de sus objetivos. Y lo consigue siempre... o casi siempre (aunque digo lo de casi por dejar alguna posibilidad a la estadística, porque yo nunca he llegado a conocer que esa excepción confirme la regla).      

Después de haberse abierto un cierto camino , aparentemente limpio, en la pendiente, Vic se disponía a poner en marcha el coche. Yo me situaba junto a la entrada a la casa, al borde de la carretera, dispuesto a observar las evoluciones de mi mujer. De pronto, pude observar la figura de un perrito que jugueteaba junto a la parte delantera del vehículo, corriendo grave peligro en el caso de que finalmente pudiera ascender.

Fue cuando grité:

- ¡Sal de ahí!

El perro dirigió una mirada de interés al lugar de donde procedían aquel,as voces y se dispuso a recorrer -no sin cierta dificultad, la capa de hielo era resbalosa- el camino de subida hacia donde yo me encontraba. Hecho lo cual, optaría por situarse justo detrás de mí. Era listo el perro. No quería perder noticia de aquel raro acontecimiento, en un pueblo escondido en sus casas a consecuencia del frío; pero tampoco quería correr riesgos inútiles.

Miré hacia atrás con una sonrisa. Y el perro la correspondió con su expresión de inteligencia: era un cachorro de raza teckell.

jueves, 26 de junio de 2014

Mis vacaciones con Aski (1)


En lo que algunos llaman el norte de Arrechea, Aski es un viejo conocido de todos. Y es que Arrechea es un pueblo largo, aunque pequeño, como todos los pueblos que están construidos a lo largo de una carretera. Y Aski corretea por los prados de esa parte septentrional de Arrechea como Pedro por su casa. Especialmente por la zona que comprende la casa de sus amos, la del chalet contiguo y la del nuestro. Producto de una misma finca, luego segregada, el terreno ha establecido límites con la carretera, pero no entre las respectivas parcelas, por lo que Aski considera que todo ese prado es suyo. Y lo recorre con sus patas cortas, pero agilísimas. Y lo defiende.

Pero también llega Aski hasta el hotel Erro, pasando por los apartamentos -un antiguo edificio, dividido en pequeñas viviendas donde habitan mayormente veraneantes o residentes ocasionales-. Claro que para pasar de su prado al hotel, Aski debe por necesidad sortear algunas vallas divisorias. Claro que no es posible ponerle puertas al campo y Aski siempre encuentra una vía para pasar de un lado a otro.

A Aski le interesa vivamente el hotel Erro, aunque diría más bien que le interesa todo. Pero de una manera especial el referido hotel. Pequeño, vivaz y simpático, Aski se ha hecho amigo del cocinero del establecimiento y este le ofrece todas las mañanas una suculenta ración de riquísimas sobras rescatadas de la cocina.

Quizás por eso, en los tres años de su vida, Aski ha recorrido con más frecuencia el espacio de terreno que media entre su casa y el edificio del Erro. Y es que, campos todos, los que te dan d comer son más importantes que los otros.

domingo, 22 de junio de 2014

Nuevo relato

Algunos piensan que son los amos los que escogen a sus perros, cosa que no dudo. Pero, en ocasiones, son los perros los que escogen a sus amos. Esta es la historia a la que daré comienzo esta semana.
Y les puedo asegurar que, pasado un verano desde que empezó, sigue comportándose igual.
Espero que les gusté.

domingo, 15 de junio de 2014

Conversación en Florencia (y 12)


Ahora es cuando surge la Angélica maternal.

- Cada quien gasta su dinero como le da la gana... Pero bueno, en cuanto a ti, yo te encuentro bien...

- La cuenta atrás empieza con los '70, según pienso -dice Alfonso, como si se refiriera a otra persona- . De modo que, a poco que aguantes, veras cómo desfilo yo primero.

Angélica está apesadumbrada. Quizás a punto de derramar alguna que otra lágrima. Pero se contiene.

- - A lo mejor es que tú y yo nos hemos hecho mucho daño y ahora me lo restriegas todo por la cara...

- Es una curiosa manía la que tienes de ponerlo todo en primera persona del plural... -observaría Alfonso-. No he sido yo el que te ponía verde por las calles de Milán, ni yo el que asaltaba a mi amiga de Madrid y me llevaba a Milán al chico que estaba a su servicio...

- Son historias viejas...

- Si hasta hubo quien me preguntó si el tal Miguel era tu gígoló, que se quería quedar con tu dinero... Me hizo mucha gracia esa ocurrencia...

- ¿Qué fue de él? -pregunta Angélica, como ara cambiar de tema de conversación.

- ¿De Miguel? ¿De verdad que te interesa saberlo?

- Pues sí, la verdad.

- Le volví a ver. Creo que aún no sabía muy bien qué es lo que había ocurrido. Estaba confuso.

- ¿Respecto de mí?

- No te inquietes, querida. Tu nombre ni siquiera salió a colación.

- Ya -acertaría a decir Angélica, como quien no sabe si creerse lo que está oyendo.

Es el momento en que Da Vircunglia retoma el control de la conversación.

- Todo eso lo habría pasado por alto... Pero no así lo que hiciste con mi hija...

- ¿Con tu hija? ¿Qué otra cosa hice sino cuidarla?

- Sabes muy bien lo que hiciste, porque yo también te lo hice ver: interferir en mi paternidad.

- ¿Cómo dices?

- Sí -afirmó con lentitud Da Vircunglia, como para proporcionarse serenidad a sí mismo-. Decidir cosas por mí, sustituirme como padre, hacer de madre de una niña que a no la tenía... Eso fue lo más duro para mí...

- Y, por lo que veo, de eso sí que no me vas a perdonar...

En ese momento fue Alfonso Da Vircunglia el que se abatió en un profundo silencio.

Angélica se levantó de la butaca y desapareció con el vaso de cristal tallado en la cocina. Un momento después Alfonso pudo oír el ruido del agua que caía sobre la pileta de la cocina. Luego no sintió nada más.

Un par de minutos después, volvía Angélica a hacer acto de presencia en el salón. Tenia los ojos enrojecidos.

- Me voy. Gracias por tu tiempo y por la cerveza -dijo ella con una voz nasal.

- No te disgustes más de lo necesario -observó Da Vircunglia con mucha tranquilidad-. Te vas como has venido. En realidad, no tenias ninguna oportunidad.

Angélica cerró la puerta y desapareció.

miércoles, 11 de junio de 2014

Conversación en Florencia (11)


El salón del apartamento florentino contenía en efecto la mesa de trabajo de Alfonso, junto a ella otra mesa y, en la pared, una librería. Todos esos muebles procedentes de la mencionada habitación.

- Seguro que los reconoces -continuó Da Vircunglia en medio de un silencio sepulcral-. Y dije también otra cosa. ¿Te acuerdas?

- No sé -acierta a contestar Angélica con extrañeza.

- Tienes una memoria selectiva para lo que no quieres recordar, desde luego -afirma Alfonso muy tranquilo-. Te dije, y os dije, que no no volvería a beneficiarme de los servicios de la casa y que, a partir de ese momento, siempre que fuera por Milán me alojaría en un hotel.

- ¡Ah, eso!

- Sí, eso. No te diste por enterada y te lo tuve que recordar, lo mismo que ahora...

Angélica está contrariada. Mueve la cabeza hacia el vaso de cerveza que ha quedado vacío.

- Vale. Está bien. ¿Y por qué no dejamos pasar este tema?

- Porque ya no se puede rectificar. Yo ya no pido nada, salvo que no me molestéis. Porque, además, cada nueva información que recibo me saca de mis casillas...

- ¿Por ejemplo?

- Por ejemplo, que a pesar de la fortuna que permitís que derroche, nuestra madre no está bien cuidada...

- ¿Cómo puedes decir eso? -ahora sí le ha salido una expresión indignada.

- Muy fácil. Un día la dejasteis buena parte de la mañana sin oxigeno, estuvo a punto de ahogarse...

- Yo no puedo estar en casa todo el día... -se defiende Angélica.

- No, tú no. Pero con esa millonada, bien podría tener gente a todas horas... Se trata de aplicar bien el dinero. Y sobraría, además, sin que hiciera falta poner a la venta todo lo que le queda de patrimonio.

Ángelica no puede más. Y tira la toalla:

- Está bien. Yo he venido a hacer las paces. Pero tú pareces incapaz de aceptarlo...

Da Vircunglia dirige su mirada hacia el techo. Y repite con gesto de aburrimiento:

- Si te refieres a tu dinero, sinceramente, no creo que lo puedas estirar tanto. Ya te puliste, creo, la herencia de nuestro padre, y no te ha quedado nada de eso... Además que yo soy diabético y no parece que vaya a llegar siquiera a octogenario.

domingo, 8 de junio de 2014

Conversación en Florencia (10)


Pero Alfonso no da su brazo a torcer.

- Tampoco eso se ajusta necesariamente a la realidad. ¿Es que ella administra su patrimonio?

Otra vez silencio. Da Vircunglia se toma unos segundos antes de recapitular.

- No habéis controlado los gastos, habéis vivido de los beneficios de una casa abierta y no os habéis preocupado porque se aporten más ingresos... ¿Es esa una buena gestión?

Finalmente Angélica musita unas palabras que titubean entre el desánimo y la indignación, sin saber encontrar uno u otro tono. Resultan patéticas, por lo tanto:

- ¿No querrás decir que nos hemos quedado con el dinero?

- Eso lo estas diciendo tú -contesta tranquilamente Alfonso-. No lo sé, a mí nadie me ha dado vela en este entierro...

- Será porque no has querido... -responde como una autómata, Angélica.

Da Vircunglia esboza una radiante y triunfal sonrisa.

- ¡Vale! Pues entonces entramos en la segunda...

- La segunda, ¿qué?

Alfonso esperaba la pregunta. La responde siguiendo el hilo de la frase, como si ni siquiera le hubiera interrumpido.

- ... La segunda petición de reunión, por mi parte. Veamos las cuentas y analicemos las posibilidades... Segunda petición, segunda negativa. No hay nada que hablar.. Hubo quien propuso que se pagara por la utilización de la casa, por las comidas, por vivir en ella... Por cierto que no fui yo el que lo dijo... Pero, cuando me referí a ello, ¿qué me contestaste, por correo?

Angélica da un nuevo sorbo a su bebida, que le debe parecer nuevamente repugnante. Es, por lo tanto, un pretexto para no contestar.

- Te lo un diré yo, que cuánto pagaba yo por la habitación que ocupaba en esa casa  antes de desplazarme a Florencia. ¿Sabes? Está todo por escrito. Es lo que pasa con las familias que no quieren reunirse y que prefieren hablar las cosas por correo electrónico, que todo queda registrado... Te dije que ese mismo verano me encargaba de desalojarla. Y eso hice. Aquí la tienes... -dice Da Vircunglia haciendo un gesto teatral con la mano.

miércoles, 4 de junio de 2014

Conversación en Florencia (9)


Angélica esboza una sonrisa que pretende engatusar a Da Vircunglia antes de decir:

- Vale.. Pues ahora piensa en que, después de pagar los impuestos, me han quedado limpios 250.000€. Y que yo no tengo marido, ni hijos...

- Lo siento. Ahora soy yo e que no entiende nada..-Alfonso la observa tan directamente a los ojos que parece como si quisiera escrutar sus intenciones más arcanas.

- Que pienso seguir trabajando y que ese dinero puede quedar para alguien...

- ¡Aquí se desvanece la llamada anterior al amor fraterno! -exclamó Da Vircunglia-. Empezamos entonces con el más simple y comprensible mundo del interés... ¿No?

- Es una oferta que te hago de buena fe.  -afirma Angélica, no sin cierta perplejidad. Viene a decir, ¿es que te sobrar, dinero?

Y Alfonso piensa "en realidad, esta no ha entendido nada". Y dice:

- Bueno. Vamos a ver lo de tu oferta -dice Alfonso como quien calcula las posibilidades de un negocio-. Según creo, tienes un año menos que yo... O sea, 59.... Los 250.000€, a poco que te gastes 1.000€ por semana... Y no es un cálculo exagerado, créeme...

- Bastante menos que eso es lo que gasto...

- Desde luego, desde luego. Contando con que vives de la sopa boba de nuestra madre... Cosa que, por lo visto, no tienes en cuenta...

- Es una afirmación muy poco generosa de tu parte... -dice Angélica disgustada.

- Es una realidad, más que otra cosa. Además, que no estamos aquí para hablar de generosidad...

- Te olvidas de que yo trabajo... -dice Angélica, en un intento desesperado por reivindicarse.

 - ¿En qué? ¿En organizar eventos que ya nadie quiere encargarte? Estamos en crisis, ya vamos para mayores y siempre habrá gente más dinámica que nosotros...

Angélica había caído en un profundo silencio. Da Vircunglia prosigue..

- 250 semanas... Eso te da para 4 años... Quizás 5... Te plantas en los 65, poco más o menos... Ya te has fundido la herencia... ¿Y después qué? ¿Tienes alguna jubilación?

Tampoco contestaría Angélica a esta pregunta. Tiene la mirada perdida, hacia algún lado del suelo del salón.

- No hay jubilación, ni hay dinero... Y el que te podría haber dejado nuestra madre ya os lo habéis gastado entre todos...

- Se lo está gastando ella, en sus necesidades... -apenas ha levantado la vista para responder.

lunes, 26 de mayo de 2014

Conversación en Florencia (8)


- Acabo de recibir la herencia...

- ... Vuelvo a la historia -dijo Da Vircunglia no sin un cierto deje desdeñoso-. La reunión que había pedido se aborta por el menor de los hermanos, que está pensando en que va a recibir un importante pellizco, y que alguna investigación nueva le podría perjudicar.

- Acabo de recibir la herencia -insistió Angélica-. ¿No te alegras?

Ahora Alfonso la mira directamente a los ojos.

- Me resulta indiferente, si quieres que te diga la verdad.

Incapaz de soportar su mirada, Angélica deposita la vista en el fondo del vaso que contiene la cerveza.

-- Porque tú no te has llevado nada... -dice, después de un largo silencio.

- Por supuesto. Porque mi estrategia consistía en que fuéramos todos los hermanos los beneficiados, no una pequeñísima parte... No por eso te reprocho que te hayas quedado con un buen legado, no. Pero yo quería que todos nos viéramos beneficiados.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Conversación en Florencia (7)



- Las cosas como son, si te parece. Hace unos cinco años os pedí una reunión para analizar el caso del tío Luigi. Todas las informaciones que teníamos indicaban que estaba siendo estafado por su secretaria y que en eso podría haber una connivencia entre esta secretaria y su hermano, el tío Francesco...

- Y te equivocaste...

- ¿Porque al final el tío Francesco ha aceptado entregarte un legado del tío Luigi que a lo mejor no te correspondía? Me parece que no te das cuenta de que eso es una jugada maestra, por su parte... Y, pensando en lo justo que es de neuronas el tío Francesco me da que también está detrás de eso la secretaria.

- Dices que no me correspondía... -replicaba Angélica con un gesto de reprobación un tanto teatral.

Ahora era Da Vircunglia el que rechazaba la afirmación con un gesto desdeñoso de su mano.

- Lo digo por lo que tú ya sabes perfectamente. La decisión del tío Luigi era sólo una anotación en un papel. Ni siquiera estaba firmada.

- ¡Ah! ¿Lo dices por eso? -preguntaría ahora Angélica, derrotada, aparentando un femenino desconocimiento de las cosas prácticas, que para nada constituía una característica en ella.

- Por eso lo digo, sí.

Angélica bebió un sorbo de la bebida, hizo el correspondiente mohín de desagrado y paseo su mirada por el salón, como si pudiera desviar la conversación hacia un asunto menos polémico.  No encontró, sin embargo, más que objetos desordenados en un piso de hombre soltero. Y además, ella se encontraba un tanto enfadada ante la actitud de Alfonso, así que se dio un tiempo, el suficiente, para encontrar un pitillo en su bolso y preguntar:

- ¿Te importa si fumo?

Da Vircunglia hizo otro gesto de desdén. Algo así como, "allá tú si quieres arruinar tu vida, no es la mía".

lunes, 12 de mayo de 2014

Conversación en Florencia (6)


- Te queremos. Alfonso. Por si no lo sabes te lo digo...

- Vale. ¡Ahora toca la declaración solemne de amor fraterno! Pero me temo, querida, que hoy no es domingo y además creo que no toca... Aunque te confieso que lo mío no son las liturgias religiosas...

- Todos hemos hecho las cosas mal. Pero esa no es razón suficiente para que nos castiguemos permanentemente...

Da Vircunglia la observa durante unos largos segundos, después niega con la cabeza antes de contestar.

- También es una buena manera de presentar excusas la tuya. Ahora parece que yo he sido el culpable de la ruptura...  Después de todo, era lo que has dicho antes.

- Está bien. Quizás hayamos sido el resto -dice Angélica, que está dispuesta a tragarse todo el orgullo, que hacia tiempo que había perdido, con tal de que Alfonso dé, siquiera un ápice, su brazo a torcer.

- ¿Y qué hay entonces? ¿Acepto unas disculpas que además no me presentan en toda regla y aquí paz y después gloria?

- Se trata de arreglar las cosas. Mamá está preocupada...

- ¡No faltaba más! ¡Seguro que le diréis que me he vuelto raro...!

- No le decimos nada. Te lo aseguro.

- Razón de más para que lo considere así.

- Tienes que volver, Alfonso... Por mamá, pero también por nosotros. Quizás por ti mismo...

Da Vircunglia vuelve a permanecer en silencio durante unos segundos. Su respuesta en este caso es más bien una crónica de los acontecimientos.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Conversación en Florencia (5)


Angélica se sienta y mira con desinterés la televisión. Antes de que pregunte por lo que está viendo -se trata de unas señoritas minifalderas cantando una canción tradicional siciliana-, Alfonso apaga el receptor.

Angélica le observa. Alto, algo torpe de movimientos, quizás un poco más decrépito de lo que correspondería... Pero aún de buen ver. Da un breve sorbo a su bebida y suelta a bocajarro:

- Te quería preguntar: ¿Por qué no vienes nunca a visitarnos a Milán?

Da Vircunglia observa a la mujer. Está nerviosa. Viene a hacer algo cuyas consecuencias no puede prever en su totalidad, quizás tampoco en parte. No sabe cómo hacerlo y lo hace entonces directa, brutalmente.

- Ha durado poco la incógnita -dice por fin Alfonso-. De modo que venias a eso...

- A eso y a saber cómo estás...

- Bien. Estoy bien, como ya te he dicho antes -responde con cansancio teatral-. Pero te voy a contestar a la pregunta que me hacías. No es verdad que no vaya a visitaros. En especial a mamá. Cada vez que voy a Milán, y por razones profesionales no dejo de acudir con frecuencia, la visito.

- Sí. Ya nos lo dice mamá. Pero nosotros no te vemos nunca... -dice ahora Angélica con un mohín de disgusto.

- Porque procuro aparecer por la casa cuando no os encontráis.

Angélica siente de repente sequedad en su boca y da un buen trago a la bebida. Pero la cerveza no es lo suyo y un gesto de asco vuelve a descomponer su figura.

- No sé por qué has roto con nosotros... -dice ahora Angélica, declamando la frase desde una pretendida dignidad ofendida.

- Es una forma de verlo, supongo. Aunque yo no lo diría de esa forma... -contesta Da Vircunglia como quien lee en voz alta la información del tiempo.

- Es lo que pensamos todos los demás...

-  En realidad, esto no creo que es una cuestión de mayoría, como en las elecciones políticas. Más bien pienso que se trata de cualidad que de cantidad.

- No te entiendo.

- Que por más que penséis en un mismo sentido, es más probable que os queráis engañar a vosotros mismos... Veamos -continúa Alfonso ante el silencio atento de Angélica-. ¿A quién no se le han contestado los correos que ha enviado?

- ¿A qué correos te refieres?

-  Está visto que hoy no es tu día, querida. Me refiero a los correos que os he enviado sin respuesta por vuestra parte

- Ya... me tendrás que reconocer que el tono que empleabas en ellos...

Alfonso Da Vircunglia deja pasar un momento antes de contestar.

- No quiero perder mi serenidad -dice por fin-. No me quiero excitar o decir cosas que no debería... Así que te diré que si no te contestan a lo que escribes, eso te puede llegar a molestar... Es todo.

domingo, 4 de mayo de 2014

Conversación en Florencia (4)


- ¿Qué tal estas? -pregunta Angélica. Ella aparenta una gran alegría por el reencuentro, pero ni siquiera sus evidentes dotes de buena actriz consiguen borrar la sombra de inquietud que aflora en sus ojos nerviosos.

- Ya te digo. No estaba haciendo nada. Por la televisión solo dan malas noticias, peores programas y unas películas totalmente ramplonas...

- Te preguntaba por tu salud, más bien. -dice ella, aparentando una especie de gravedad educada.

- Bueno, bien. No me encuentro mal.

- Me alegro de eso -Angélica hace una pausa, y como no recibe comentario adicional, añade:-. Yo también me encuentro bien. -pero su gesto se contrae más aun. Le está reprochando que ni siquiera le pregunte por su salud. Después de todo, la cortesía es lo primero entre la gente educada, piensa.

Da Vircunglia no ha dejado pasar esta circunstancia por alto, pero prefiere no referirse a ella.

Un embarazoso silencio se cierne sobre los dos. En realidad, sobre ella. De pie, en medio del salón de un apartamento desordenado y sin  que la hayan invitado siquiera a sentarse.

- ¿No me ofreces algo? -ahora es más una exigencia que una petición.

- En la nevera debe haber alguna cerveza -contesta vagamente Alfonso, que no parece dispuesto a hacer los honores.

- No me gusta mucho la cerveza. ¿No tendrás una coca-cola light sin cafeína?

- Cerveza y vino tinto. El hotel lo tengo abajo y solo ofrezco bed and breakfast -le informa Alfonso como si lo dijera una grabación. Esto no es un bar, querida, ha venido a decir.

- Está bien. Tomaré una cerveza entonces. ¿Tú quieres algo?

- No te preocupes. Estoy en mi casa. Si quiero algo no tengo más que ir y cogerlo.

Angélica sale del salón con cierta contrariedad, pero sin decir palabra. Al cabo de un par de minutos vuelve con la bebida servida en un elegante vaso de cristal con bordes dorados. Alfonso Da Vircunglia ha encendido la televisión y está haciendo zapping.

- No he encontrado otro vaso -se excusa Angélica, echando una ojeada a la pantalla que va cambiando de canal ante las indiferentes pulsaciones de Alfonso.

- Pues ten cuidado -observa Da Vircunglia después de echar un vistazo-. Es un regalo de la marquesa Di Rimini por las fiestas que le organizaba en su casa, bien pagadas a ella, por supuesto.

lunes, 28 de abril de 2014

Conversación en Florencia (3)


Alfonso Da Vircunglia mueve con pesadez su organismo hasta la puerta. Le crujen todas sus articulaciones y le duelen todos sus huesos. Y la abre, no sin pensar que está actuando de forma un poco confiada. No en vano, el portal ha podido quedar abierto porque sus clientes no hayan cerrado la cancela y algún intruso haya podido colarse hasta su casa.

La luz del descansillo es tenue. Pero Alfonso percibe una forma lejanamente familiar.

Porque no, no se trata en realidad de un intruso. ¿O sí?. Lo que ve es un rostro conocido.

- ¡Angélica! -exclama Da Vircunglia, atónito. Pero luego recupera su habitual actitud de distancia-. ¿Qué te trae por aquí?

- Nada de particular. Pasaba por la piazza y he pensado que seria buena idea visitarte...

El elevado organismo de Alfonso bloquea la entrada a su apartamento. La tal Angélica pregunta:

- ¿Puedo pasar?

- En realidad no estaba haciendo nada... Así que si quieres... -contesta Da Vircunglia franqueándola la entrada.

Angélica es una mujer a la que el paso del tiempo no ha tratado excesivamente bien. Cercana a los 60, debería haberse aceptado algo más en sus volúmenes, aunque la habrían llamado "jamona", sin lugar a dudas. Y no podría soportarlo. Por eso se imponía un régimen de adelgazamiento más que draconiano y las arrugas habían ocupado su rostro como si estas fueran más bien un ejercito de refugiados que no tienen la intención de abandonar el campamento. "Parece mucho más vieja que la última vez que la vi. Hace ahora... ¿Cuántos años?", se pregunta Alfonso, a la vez que se deja caer en el sofá.

No la invita a que tome asiento, así que haciendo acopio de toda la naturalidad de que es capaz, Angélica lo hace en una de las butacas, justo enfrente de Alfonso.

jueves, 24 de abril de 2014

Conversación en Florencia (2)


Pero un día apareció Marina. Una mujer de rompe y rasga a la que cautivó su dinero y su prestigio. Y se quedó con él, administraba su hotelito y -a poco que tuviera el buen sentido del que en absoluto carecía- se quedaría con todo su patrimonio. Después de que él desapareciera, por supuesto.

Pero Marina no es una mujer fácil. Y en esa pugna que mantiene con Alfonso, ahora ha decidido poner tierra de por medio y visitar a sus padres en Buenos Aires.

Hay veces en que Da Vircunglia se acuerda de su hija. La niña de Milán que sufrió un infarto de médula en los últimos días de su embarazo, que vivió en un hospital a lo largo de su vida y que había fallecido hacia sólo cinco años a contar hacia atrás desde la noche florentina de nuestra narración.



Se ha hecho de noche y la vista sobre Florencia desde su apartamento es espectacular. La vieja ciudad medieval iluminada, destacando la cúpula del Duomo o la majestuosa torre della Signoria. "Por esas callejuelas que serpentean allá abajo, deambularán decenas de turistas, dispuestos a asentarse en cualquier ristorante para tomar una pizza o un plato de spaghettis con una botella de vino tinto peleón por lo que les cobrarán una fortuna", piensa Da Vircunglia a la vez que se dibuja en su rostro una sonrisa, él que se conoce todos los lugares de la ciudad a los que es preciso acudir si se quiere tomar una buena comida de la cocina clásica florentina, y por un precio razonable.

Alfonso se queda pensativo en esa noche, instalado en el mirador de su apartamento, contemplando ese paisaje subyugador que un día crearon los hombres y que ni siquiera los hombres fueron capaces de estropear. Le maravilla Florencia. Quizás por eso decidió un día dejar atrás sus orígenes del Milán industrial poblado de personas locas por los negocios, en la que una zafiedad cada vez más insólita se convertía en seña de identidad principal de un pueblo que quizás merecía de más altos designios. Por eso se fue de Milán, por eso, y por esa bella argentina, Marina, a la que llevaba exactamente treinta años y... debía reconocerlo, le había abandonado apenas hacia tres semanas porque no se veía ella cuidando de un hombre tan machista como él. Sin ninguna garantía de futuro, decía.

"Al final, todas las mujeres son iguales", reflexionaba Da Vircunglia. "¿Por qué siempre quieren garantía de algo? ¿Por qué no se entregan sin más si les gustamos? ¿Por qué no son como nosotros?" Y es que Alfonso, por mucho que había conocido a muchas mujeres no conocía a la mujer. "Claro que las que no quieren pedir nada son las peores, porque lo quieren todo. Han tendido sobre ti su red de araña y, cuando has quedado atrapado en ella, ya no te dejan escapar". Otra amarga sonrisa apareció en la comisura de sus labios. "Volverá".

Un poderoso timbrazo suena en la puerta. "¡Qué raro! No esperaba a nadie..."

lunes, 21 de abril de 2014

Conversación en Florencia (1)


Un hotelito en Florencia. Situado a escasos cincuenta metros de la Piazza della Signoria. Su propietario, Alfonso Da Vircunglia, de sesenta años, se encarga de su administración. -es un decir, la tiene confiada a una argentina de muy buen ver- de las cinco habitaciones  y él mismo vive en un apartamento abuhardillado encima del establecimiento hostelero.

Su vida está llegando ya al merecido momento del descanso, después de no pocos vericuetos vitales que le han dejado no pocas marcas. Se siente ya un tanto decrépito en lo físico y bastante desengañado en cuanto a su otrora optimista espíritu.

El gran salón está con frecuencia desordenado, como es habitual en un hombre que vive solo, aunque Da Vircunglia diría que él siempre sabe dónde están sus cosas y que cuando Gelizia, su asistenta meridional, hace su batida semanal, ya no encuentra nada. Le enfada tanto el asunto que ha estado varias veces a punto de despedirla, pero le da pereza buscar a otra, que sea tan barata y que le lleve además el mantenimiento del hotel de modo que -entre la argentina y la siciliana- para Alfonso apenas tenga que quedarle otra ocupación que las relaciones públicas.

Da Vircunglia está prácticamente retirado, por lo tanto. Vivía de una importante agencia de seguros que representaba a la compañía, todavía del Estado, cuya sucursal, de cuatro plantas, se encuentra situada a escasos doscientos metros de la estación de trenes. Ya sin ganas de trabajar, Alfonso vendía su cartera a buen precio y se recluía en su hotel o en su magnífica residencia romana, allá donde naciera el astronauta Armstrong cuando el padre del primer hombre que hollara suelo lunar ejercía de funcionario en la embajada de su país.

Da Vircunglia es un hombre bien parecido. Ciento ochenta centímetros que otrora le dieran una apariencia esbelta, pero que hoy, con una panza abultada producto de sus "razzias" por los establecimientos de cocina tradicional toscana -incursiones hechas de pasta y dulces- se ha tornado levemente oblonga.

Y es diabético, pero apenas si hace ejercicio, lo que le está situando en el borde de un inmediato deterioro orgánico previsible: la vista, los riñones, el corazón... Pero no piensa en eso, prefiere vivir su vida y disfrutar de las cosas. Es su manera de vivir, que muy probablemente condicionará su manera de morir. Pero Alfonso es hombre práctico, y seguro que ya tiene decididas sus postrimerías, seguro que ya ha decidido cómo va a morir.

No ha perdido empero Da Vircunglia su coqueteo permanente con el bello sexo opuesto, reverdecido ahora con la atractiva porteña que le acompaña durante el día y alguna que otra noche. Se le han conocido amantes permanentes y ocasionales a lo largo de su vida, que provocaron no pocas tensiones con su legítima, que no descansarían hasta el fallecimiento de esta, de muerte natural, se supone. Al fin y al cabo, Alfonso podía ponerla de forma repetida los cuernos, pero en eso concluía su maltrato. A cambio, su mujer siempre dispondría de una vida regalada. No, Da Vircunglia no se arrepentía de nada, aunque derramara alguna lágrima que otra en el momento triste en que el enterrador arrojaba las consabidas paladas de tierra sobre la caja de pino en la que se encontraba el cadáver de ella. En cualquier caso, se quedaría solo. Sus escarceos amorosos se convertían en patéticos intentos de avance respecto de jóvenes que se le reían a la cara.
Solamente le quedaría el sexo de pago, y este de modo muy ocasional, la edad y la diabetes habían reducido de forma drástica sus expansivas necesidades de antaño.