jueves, 2 de febrero de 2012

Intercambio de solsticios (318)

Lanzarote, 3 de septiembre de 2005.

Querida Lorsen:

Bien sabes que la reducida cadencia de mis cartas nada tiene que ver con la comunicación que mantengo contigo, que es permanente. En realidad, vengo a pensar que estas cartas constituyen más bien una especie de actas notariales en que se fijan episodios de tu ausencia. Precisamente, de lo que quería escribirte hoy es acerca de tu presencia en mi vida cotidiana.
Pero lo haré a través de episodios concretos, más allá de las filosofías que son las conclusiones generales que producen esos hechos.
Empezaba este verano de 2005. Yo volvía de Florencia –por cierto, no pude ver a Bona, su teléfono no contestaba- y me esperaba una petición de cita de mis hermanas para hablar de Pilar. Hablé con ellas. Me decían que, precisamente durante mi ausencia en Italia, habían conectado con un antiguo compañero mío en el colegio que es especialista en llevar casos de gente discapacitada. Una chica dependiente de este podía encargarse de visitar a Pilar. Y es que mi hermano Raúl se casaba, por fin, con Paula, después de un largo proceso de divorcio, y durante los días en que viajábamos a Sitges para asistir a la boda, Pilar carecería de visita familiar. Sin cortarse un pelo le habían presentado a nuestra hija a mi ex compañero de estudios y a su pupila. Te puedes imaginar cómo me puse. Luego hablé con ese chico, que me dijo que esas visitas vendrían a costar –Seguridad Social incluída- 350.000 de las pesetas antiguas al mes –por diez horas semanales, una ganga.
Mi amigo Jean Pierre, a través de su hija Paula, que está estudiando enfermería, me daba la solución para esta necesidad, con un desembolso bastante más reducido. Yo les había dicho a mis hermanas que lo que Pilar necesitaba, en todo caso, eran visitas, no una técnica diplomada para nada. Claro que Pilar prefería a la otra, siempre ha sido así nuestra hija.
Noté, sin embargo esa aparición estratégica tuya que se hace presente en estos momentos difícles para mí. Inés Obieta me llamaba para hablarme de Pilar. Me hizo un diagnóstico muy similar al que yo había hecho y se ofreció para que tuviéramos una reunión en la que suavizar el asunto. Según ella –y según yo mismo-, Pilar estaba llegando a la obsesión con el asunto de las visitas, producida en primer término por mis hermanas y asumida por ella de tal manera que se proyecta ahora sobre Carmen y Eugenia como una obsesión que es ya suya. O sea que, en pocas palabras, nos estábamos volviendo todos locos.
Y eso que, una vez que Paula Gómez empezaba a visitar a Pilar, tanto Eugenia como Carmen estaban allí. De modo que ni siquiera era necesaria semejante fórmula -hubiera bastado con tres o cuatro días.
En todo caso, para desagobiar el asunto recurriré al voluntariado en tiempo normal –Fede Albízuri, con el grupo de amigas de sus hijas: sabes de la eficacia del Opus y la Cruz Roja, a través de una cuñada de Jean Pierre.
Luego fui a Sitges. Durante mis paseos por la playa llegué a la conclusión de que debía cambiar de población costera para mis vacaciones. La proximidad con la familia a la que quiero –mi hermano Raúl, quizás la única referencia que me queda en este sentido.
Sobre este particular escribí un poema que me gustaría transcribir:

REMAIN

Siento como si me cubrieran
Brochazos de aire,
Una fina capa blancagris
Sobre mi cabeza.
Me libero por el aire
Para decirte
Otra vez
Para preguntarte
Más bien
¿Por qué?
Pero algo me dice
Que empiezo a desconfiar
De las mujeres

Altas y bajas
Tontas y listas
De clases altas-medias de todos los segmentos-clases populares
Gordas y delgadas
Tetas altas y bajas
Pechugonas y fláccidas
Tristes y alegres

Desconfío de ellas
Porque después de ti
Se impone el fracaso
Y las hay que me piden
Lo que no les puedo entregar
Y a veces soy yo quien demanda
Lo que no me pueden dar.

Después de ti
Suenan mis “sonidos del silencio” particulares.
Hay una permanencia en los luchadores
Como me pasa a mí también.
Por lo que he resuelto,
-Aunque provisionalmente-
Que voy a hacer solo el camino
O en compañía de alguna chica alegre
Y pensaré en ti
Que cuando te fuiste
Empezaron tus recuerdos
Mis añoranzas
Por eso dije que no te encontrabas
En estos –aquéllos- momentos
-Cuando se casaba tu amigo
Y tu cuñado-
Que no te encontrabas ya
Porque quería decir que sí
Que estabas
En esos momentos
Aunque ya te hayas ido
Mucho antes
-Es evidente que mucha gente no me entendió-.
Doy por terminada esta fase
Ya no voy a obsesionarme
No voy a pretender
Buscar en las mujeres
Hechuras de mi personalidad
Si llega algo
Bien
Si no
También
Y me voy de Lanzarote
Para encontrarme con mi hermano
Al cabo
La familia que me queda
Quizás porque huyo de ti
Para encontrarme otra vez contigo
Como siguiendo el camino gris
De la pólvora
De los fuegos de artificio
Un camino que
¡Ay!
Me podría llevar a ti
Quizás demasiado rápidamente.

Cumplió Pilar sus años –18- con la felicidad que acostumbra y me fui para Lanzarote. Pensaba en alquilar el apartamento para pagar con ese importe la hipoteca de Sitges. Pero me esperaban ahí, como escondidos permanentemente entre las rendijas de la casa, tus recuerdos como fantasmas que se hacían presentes nada más que abría las ventanas, recorría la playa que paseábamos juntos y se sentaban junto a mi en los restauranes donde comíamos juntos. Así que me fui hacia una inmobiliaria para preguntar por el mercado de venta. Al volver a casa, esa noche, se presentaba el propietario –figúrate, desde octubre de 2001 no lo habíamos conocido- para pedir mi consentimiento para realizar alguna mejora en la vivienda. Tú te hacías presente otra vez para hacerme la vida más fácil, para subrayar con tu consentimiento las decisiones que tú crees que son correctas –lo mismo que me ayudas a encontrar mi lugar en los casos en que he metido la pata, que han sido algunos.
Así que te escribo para decirte no sólo que me acuerdo de ti, lo que es más que obvio, sino que sé que no te has ido. Recuerdo que te decía que no me dejaras nunca. Y me decías que no. Luego te reprochaba que te hubieras marchado. Ahora debo rectificar una vez más: estás aquí, me ayudas, me acompañas. Te siento –quizás un poco lejos- pero estás, como bullendo allí donde te encuentres, inquieta todo el rato para que las cosas me vayan bien, a mí, a Pilar, hasta que llegue el momento en que también nosotros tengamos que partir. ¿Nos encontraremos entonces? No consigo ¡ay!, creerlo, pero nada me gustaría más.
Y también esa presencia me tranquiliza en relación con las mujeres, como si ya no hiciera falta cubrir una ausencia que, en realidad, no lo es tanto. O que simplemente no lo es ya.

Un beso.

2 comentarios:

Antonio Valcárcel dijo...

Estimado Fernando:

Perfecta prosa y poesía en tus escritos y en especial en este.

Un saludo, como siempre de un amigo.

Antonio Valcárcel dijo...
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