lunes, 24 de abril de 2023

La semana del adiós

Dicen que las cigüeñas emigran en verano y regresan a zonas más cálidas cuando retorna el frío, pero se asegura también que el cambio climático ha mudado sus costumbres y ya no les hace falta volar hacia espacios en los que las temperaturas son más agradables. Ocurría que, en la mañana del último día de nuestra estancia en Arrechea, percibimos al menos tres aves de estas características posadas sobre las delgadas ramas de los álamos que hacen límite del terreno con el río. Es sorprendente cómo pueden sujetarse, incluso integrarse en el paisaje, como si constituyeran parte del árbol, componiendo una gruesa corona, una especie de campana en el ábside de un árbol que ya está muerto, pero que sigue en pie, desafiando nieves, tormentas y lluvias. Nieve… primaveral, sí, porque, al cabo de dos o tres días, Ignacio me enviaba unas fotos en las que los campos de Arrechea habían quedado blancos otra vez.


Decía el título de este comentario que era la semana del adiós. En efecto, la semana de procesiones y vacaciones de 2023 nos ha dejado el saldo negativo de dos personajes menos en nuestro escenario español, tan repleto de histriones y de gentes que ‘okupan’ -con “k”-, sin merecimiento alguno, las luces de nuestra Bohemia esperpéntica. Se han ido Josep Piqué y Fernando Sánchez Dragó.


Conocí a Piqué cuando él era Ministro de Industria y yo era portavoz de esa misma área en el Parlamento Vasco. Recuerdo mi primer contacto con quien después he tenido el honor de coincidir en muchas ocasiones. Siempre reflexivo, atento a las palabras de su interlocutor, mesurado en la expresión y moderado en los contenidos… resultaba difícil no obtener de una conversación con él un principio de acuerdo, una propuesta de acción compartida.


Ministro portavoz y responsable más tarde de la política exterior española, llevaría luego Pique esa misma actitud a su tierra natal, Cataluña, con la difícil misión de coordinar al catalanismo que se decía moderado con el PP de aquella región. Pero UDC no era lo que parecía -o no nos parecía lo que era-, además que las raíces del nacionalismo, divisivo y excluyente, ya habían arraigado mucho tiempo antes en esa parte de España, y la polarización correspondiente constituía su expresión más definida. Piqué fracasó entonces, y allí quedaron el enfrentamiento y el odio… Quizás en esas mismas épocas, me ocurrió que, invitado por la Fundación Sabino Arana a un debate, tuve la infeliz idea de referirme a un supuesto “nacionalismo moderado”, en contraste con el radical y violento de los terroristas; uno de mis interlocutores, con gesto airado, repuso: ¡“Nosotros no somos  ‘nacionalistas moderados’, somos ‘nacionalistas democráticos’!” Y así nos va…


Dedicado después a la labor profesional, Piqué no olvidaría su vocación política y su contribución a hacer sociedad civil en esta España tan necesitada de una ciudadanía exigente con una clase política cada día más polarizada y remisa, por lo tanto, a tejer los grandes consensos que requiere el siglo que avanza a trompicones, y en el que todo se consume tan deprisa que apenas nadie se preocupa de definir estrategias… ¡qué decir, por lo tanto, de implementarlas!


Sería entonces cuando recuperé mi relación con Piqué, quien tuvo la deferencia de dedicar una tertulia al Foro LVL de política exterior que dirijo, y a intervenir en un debate junto a la también exministra de Exteriores, Arancha González Laya, que ese mismo foro organizó con la Universidad Francisco de Vitoria.


Josep Piqué era un hombre exquisito en sus maneras. Su adiós es muy triste en la doble perspectiva de referente político y humano. No nacen hombres así todos los días y, cuando se van, perdemos todos una parte muy importante de lo mejor que somos, una pérdida que sólo su recuerdo y su ejemplo podrán reducir.


Y el adiós se repite también con ese hombre iconoclasta, contradictorio y -a fuer de libérrimo- libre, que fue Fernando Sánchez Dragó. No tuve con el autor de “Gárgoris y Habidis” nada más que una breve conversación telefónica, que la amistad compartida por ambos con Alfreda Melgar propiciaría. Yo quería conocer la posibilidad de desarrollar junto a Fernando alguna estrategia respecto al contencioso del Sáhara, que discurre imparable hacia el abismo, en el que se precipitan todas las causas perdidas sin excepción. Era en mi tiempo de responsable internacional de Ciudadanos y de portavoz de ese grupo parlamentario en la correspondiente comisión. Habría que recordar que el escritor preguntaba en el inicio de su libro-entrevista al líder de Vox, Santiago Abascal, respecto de su opinión sobre la antigua colonia española.


Dragó quería saber si Cs estaría dispuesto a financiar una película sobre el asunto. Quizás se pareciera ésa a la consideración que me hizo mi primo Joaquín Romero Maura (“las víctimas del País Vasco merecen una película de argumento, algo así como fue ‘Éxodo’ para la causa de los judíos”, me confesaba Joaquín). Y uno se podía imaginar a algún trasunto de Paul Newman en el papel de un juez, policía o político, de los que actuaron con decisión donde otros recurrían al silencio claudicante cuando no a la colaboración vergonzosa.


El proyecto de Romero Maura y la idea de Sánchez Dragó quedaron -como tantas otras cosas- en el aire nebuloso de los que nadie podrá ya rescatarlos. Ni Joaquín pudo darle continuidad ni yo quise plantear a Rivera la un tanto descabellada proposición de mi tocayo. Un partido no es una productora de cine, por mucho que la política en nuestro país no ejerce en demasía la virtud de restringir su actividad al ámbito que le es propio.


En todo caso se ha ido. Como las cigüeñas que estaban sujetas a la delgada rama del álamo del jardín. Veía cómo batían sus alas antes de volar hacia tierras más cálidas que las del Pirineo navarro. Descansen en paz.


martes, 11 de abril de 2023

Como su madre

 Dicen -con una razón acreditada por los fundamentos de la genética y la sucesión de las familias- que los hijos se parecen a sus padres; más aún se puede comprobar que entre aquéllos, las hijas padrean y los hijos madrean.

Esa misma conclusión obtenía yo de la ráfaga que sacudía nuestra casa de Arrechea, toda vez que Ignacio hacía su presencia en ella. Y no ocurría que el parecido con “Espe” -su madre- tuviera que ver con su apariencia física, porque la contundente figura del hijo apenas sí cabía en el hueco que dejaba la puerta de la calle al abrirse, muy a diferencia del tamaño menudo de su madre. Otra cosa sucedía cuando, sentado en una de las butacas del salón, empezaba a hablar; ocurría entonces que un rumor lejano evocaba la presencia de ella, muchos años atrás, cuando se presentaba como una ráfaga de viento del verano tardío -o del incipiente otoño- y me pedía un ejemplar de mi novela “Veraneantes”, basada de alguna manera en ese pueblo navarro y en los incursionistas foráneos veraniegos que lo poblaban en aquellos tiempos en los que la placidez inalterable del paisaje de hayas y de pinos, los paseos al borde de unos arroyos que transportan los ecos de la Pastoral de Beethoven y las montañas que se parecen a la huida de la familia Trapp cantando melodiosamente su “Climb Every Mountain” cuando se escapaban del yugo de los ocupantes, se unían a los cencerros de los caballos de raza Arrechea pastando en sus praderas.

Ignacio es, desde luego, hijo de “Espe”; y constituye, por eso, parte de una estirpe que emite frescura y honradez, atributos singulares en estos tiempos de impostura y de imagen vacua que nos acosan y confunden. Es el debate, por ejemplo, que plantea los límites de la Inteligencia Artificial y su aplicación al desconcierto que producen las imposibles imágenes de Pablo Iglesias marchando como camarada de fatigas junto a Alberto Núñez Feijóo. Claro que cosas más improbables han ocurrido en la historia para que la IA nos confunda más que los cambios que, sólo por poner un ejemplo, pudo tener a lo largo de su vida el francés Fouché, que ejerció una notable influencia política en épocas tan dispares como la de la Revolución, el Imperio de Napoleón y la Restauración borbónica.

Es bueno tropezar en la vida con la gente que es “auténtica”, que está fabricada de metales nobles y no de derivados que, si bien resultan muy útiles, no dejan de ser espurios, como los plásticos; entre otras cosas porque siempre se puede reconvertir el hierro en chatarra y reintegrarlo al proceso de producción, en tanto que una simple bolsa de las que ahora nos venden en los supermercados puede tardar una media de 150 años en desaparecer.

La vida que me relataba “Espe” tenía esas características que la hacían especial, como ella misma lo es. Hasta tal punto que había sido personaje indirecto de una historia que se refiere a la existencia de una entidad bancaria que llegó a ser la primera del país, y que en ella “Espe” figuraba como consejera y paño de lágrimas del primer ejecutivo de esa casa. Y eso sólo por citar uno de los acontecimientos que había rxperimentado.

Tiempo después, mi propia vida me dio la vuelta en el ámbito familiar, con lo que me afinqué en Madrid, donde la gran ciudad permite contemplar en perspectiva la progresiva tendencia localista que se abate sobre las ciudades de tamaño intermedio, en esta España de las autonomías tan nutrida en clases políticas y en reclamaciones de identidades como ayuna en el sentido estricto de la convivencia y del respeto al diferente. Y en Madrid redescubrí a “Espe” que ya empezaba a batirse en retirada de la existencia propia, refugiada casi en sus recuerdos de lugares y personas cercanas; y en esos recuerdos la sola mención de Arrechea era para ella motivo de especial satisfacción: recuperada entonces la sonrisa, suspiraba con fuerza y me hablaba de cosas que muchas veces los dos reconocíamos. Hubo, algún tiempo más tarde, una llamada de “Espe”, en plena sesión de control en el Congreso de los Diputados, en la que pude percibir que su retirada de la vida real y del reconocimiento de la gente se empezaba a producir definitivamente.

Pero ella -a decir de Ignacio, su hijo- sigue pensando en Arrechea como los Caballeros de la Mesa Redonda evocaban su Camelot. Vuelve a ella -me dice- la sonrisa, e intuyo el suspiro y la nostalgia de los tiempos que fueron y en los que fuimos felices -o así pensamos que lo fuimos.

Se marcharía Ignacio de casa dejando la cena que le ofrecíamos para más adelante, con la discreción a que se sentía obligado, y se iba con él un pedacito de “Espe”. Una señora que exhalaba un golpe de aire fresco en las tardes de verano; esa señora que -según me contaba mi madre- se plantaba en la Villa en la que pasábamos nuestras vacaciones con la excusa de probar la tortilla de patatas que allí se preparaba. “Está muy buena”, decía “Espe”. Y puedo confirmar que decía la verdad.