martes, 7 de febrero de 2012

Intercambio de solsticios (320)

Habían llegado. Finalmente el matrimonio Brassens –dos personas que parecían más bien un homenaje al desfallecimiento humano- se encontraban frente a la puerta de una casa del Paseo de la Habana.
Vic pulsaría el timbre del portero automático. La respuesta no se producía, así que tuvo que llamar al menos dos veces más.
Una cascada voz que parecía surgir de la ultratumba contestó de manera tan breve como nerviosa:
- ¿Quién es?
- Anabel. Soy Vic.
- ¿Vic? ¡Qué raro, tú por aquí!
- Vengo con Jorge. Estamos en apuros. Abre, por favor –susurró, más que dijo, la mujer de Brassens.
Esta vez contestó el soniquete del dispositivo de apertura del portal.
Subieron por las escaleras: el ascensor se encontraba definitivamente fuera de servicio. Jorge Brassens no sabría explicar nunca cómo consiguió llegar a ese cuarto piso.
Anabel Rojo había entornado la puerta. Frente a ella, unos segundos después, el matrimonio Brassens.
- Está agotado –resumía Vic-. ¿Puedes dejarle que se siente?
Sin pronunciar una palabra, Anabel abría la puerta que conducía al salón de su casa. Dando unos tumbos que hicieron peligrar la restante decoración de la casa, Jorge se desplomaría literalmente sobre el sofá.
- ¡Pobre! ¡Le han dado una paliza de muerte esta mañana! –dijo Vic dirigiendo su mirada hacia el organismo exhausto de su marido.
- Tengo aún un poco de whisky y una lata y media de Coca-cola Light… ¿Quieres un poco? –propuso Anabel.
- Bueno. Sólo mojar los labios –asintió Vic-. Esta noche está siendo muy larga.
En tanto que Anabel preparaba las bebidas, Vic encendía un pitillo.
- Y luego me explicas lo que ha pasado… Es un tanto raro verte por aquí –dijo Anabel.
Vic dio un par de bocanadas a su cigarrillo antes de contestar.
- Sí. Han pasado ya un par de años que no nos vemos…
- Por eso.
Anabel Rojo ya se había sentado, encendido su cigarrillo y bebido un amplio sorbo de su combinado.
- ¿Sabes algo de tus hijos? –preguntó Vic.
- Nada. es desesperante –contestaría Anabel haciendo un gesto dramático.
- Y ahora, ni siquiera podríamos intentarlo con nuestra policía… -observó Vic.
- Algunas veces llego a creer que se los han llevado ellos…
- ¿Pero para qué?
- No sé, Vic. Cuando dejo de hacer cosas me pongo en lo peor.

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