miércoles, 30 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (279)

Bilbao, 24 de Enero de 2004.

Querida Lorsen:

Te escribo a mi regreso de Argentina. Poco a poco voy recuperando el tiempo no perdido, pero sí que dedicado a otros asuntos.
Antes de irme tuve un sueño. Estaba en una calle de Bilbao. Caminaba solo. De pronto descubrí que delante marchaba Carmelo López, que saludaba a un amigo y continuaba. Fue entonces cuando le abordé. Se mostraba algo conspicuo, como asombrado de que le hubiera advertido. La conversación transcurrió de la siguiente forma:
- ¡Hombre, Carmelo! ¡Cómo así por aquí! ¿Dando una vuelta?
- Ya ves...
- ¿Y cómo es eso, ahí arriba? ¿Te ves con la gente?
- No. Yo no soy de esos que anda de esa manera. Pero hay quien lo hace.
Entonces era cuando le iba a preguntar por ti. Pero ¡ay! fue el momento en que percibí que me encontraba en un sueño y me desperté.
Es la obsesión por el reencuentro. Para mí en todo lo que tenga que ver con lo que pueda existir más allá de esto carece de significación la idea de Dios, que se convierte solamente en un instrumento para que podamos volvernos a ver. La certeza, por ejemplo, de la muerte de Pilar –luego nos matará a todos- y la necesidad de esa reunión, algún día, de mi familia. Todo eso me persigue y -a veces- me conforta pensando en que es posible, aunque mi sentido de lo probabilidad me dice que no ocurrirá.
Poco antes de llegar a Buenos Aires, según me contó mi hermano Pedro, se armó el escándalo en una quinta que es de la pareja de otra Claudia –allí todo el mundo se llama de esa forma, por lo visto-. Claudia, la nuestra, llegó a romper un espejo de la casa.
La sensación que tengo es que se trata de una familia de clase media y muy italiana, además. En familia se cantan las cuarenta de una manera que yo no entendería para la mía. Luego vuelven a una paz, sólo aparente. A veces se diría que están agazapados para saltar a la yugular a la primera de cambio.
Claro que la cosa no va conmigo... Ni con Pedro, a quien no sé muy bien si admiran o quieren todos utilizar. Y es que la vida en Argentina está muy cara. El dinero ha perdido un tercio de su valor, pero los sueldos siguen donde siempre. Cuando el padre de Claudia me invitó a comer, no queria hacerlo en el restaurante que se nos sugería, por lo caro que era. Después no nos ofrecía ni primer plato ni postre. Y en cuanto al vino... de la casa y una botella para cuatro. Un café y a casa.
Yolanda, la madre de Claudia, estuvo amable, pero no da de sí. Nos contaban que estuvieron –ella y su hermana- en un espectáculo de “stripping” para mujeres. Verdaderamente que no me imagino hacer eso a nadie de nuestras familias, sobre todo de contarlo: esos son siempre vicios privados. Además es una binguera y jugadora peligrosa, de las que no saben cuándo tienen que retirarse. Según me contaba su ex marido esa fue la causa de su ruptura matrimonial. Como ves esta gente lo cuenta todo.
Él, Antonio Verdún, es un hombre curioso. Patético y simpático. Aún trabaja a pesar de sus más de setenta, porque no se puede jubilar. El día en que visitamos la Casa Rosada –sede la presidencia de la República- le dedicó una filípica a la funcionaria que nos la estaba enseñando. Le preguntaba por el Presidente y le decía que ya no se convocaban premios culturales, que a él le hubiera correspondido no sé cuál, y que por eso no tenía jubilación. “Es un tipo listo, ese Kirchner –me dijo-. Si un día platicamos me ofrece seguro la secretaría de cultura”. Sale con una señora muy tranquila que también se llama Claudia –para variar- y que tiene la edad de su hija. Y amenaza, por supuesto –se trata de un vicio nacional- con venirse a España, lugar en que todos sus merecimientos le serán reconocidos.
Nadie cree en Argentina. Todos andan mirándose el ombligo, preguntándose qué cosa son en realidad, pero luego le eligen al presunto corrupto de Menem para la segunda vuelta electoral. De todas formas el país está mejor de lo que pensaba, hay seguridad en las calles y la gente tiene más confianza en el futuro. Por lo visto el presidente actual –el pingüino, porque viene de la Patagonia- es un hombre honrado.
Natalia mi sobrina, a quien no conocía, es una niña ineducada y que no para de hacer travesuras, nadie le dice nada. Alexia, por el contrario, es mucho más Brassens, una chica reposada y silenciosa, pero cuando habla no dice ninguna tontería.
Un día fui al mercado de San Telmo, que es una especie de rastro de antigüedades en Buenos Aires. Allí encontré un crucifijo que me gustó y que estaba muy bien de precio. Le llamé el “Cristo del reencuentro”, también para variar. Lo he colgado de una de las vigas del salón.
Poco después de eso advertía que tenía una llamada de Alfonso Masiá. Se ha muerto Pilar Riera. De vuelta de su funeral, y de un infarto, murió Pato. Creo que es impresionante lo último. Escribí a Cuca unas letras desde el hotel, aunque como no tengo el código postal de su casa es más que posible que no llegue. De todas formas he hablado con ella porque el próximo lunes estaré en Barcelona y cenaré con ellos. La he encontrado relativamente bien. “Hay que seguir”, me dijo. “Ya lo sabes tú”.
He cenado con los urquijos en la delegación de Gobierno. Sólo con ellos y presidiendo la mesa. Carlos ha dicho que quiere que mantengamos la tradición de nuestras comidas de los plenos. Por mí no hay dificultad. Luego, el día de su toma de posesión, me dedicó un “Por mí no quedará”, que a todo el mundo le pasó desapercibido. Es un buen amigo, aunque no tengo duda de que el cargo le hará más difícil frecuentar nuestra amistad, pese a toda su magnífica intención y a que pronto sea yo el padrino de su próxima hija.
He visto a Pilar bien, aunque justamente hoy tenía unas décimas y estaba un poco incómoda. También a tu padre. Y a Bècaud, cuyo clarear de su pelo me lo presenta cada vez más “vecchio”.
Hablando de “vecchios” ya he recogido el cuadro de Bona enmarcado. Efectivamente cabe en nuestro cuarto.
¡Ah, se me olvidaba! En ese espacio mágico que atravesaba nuestro catamarán cuando nos dirigíamos a la isla de los pingüinos, en el canal Beagle, recé un avemaría pensando en vosotras dos –tú y Pilar-. Ya ves, de vez en cuando enciendo una vela a la Virgen de Roncesvalles.

Un beso, guapa.

martes, 29 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (278)

Aprovechando la indudable sorpresa que sentiría su segundo agresor ante el disparo que había abatido al primero, Romerales abrió de golpe la portezuela contigua a su asiento. Ese sujeto en efecto no esperaba que esa fuera su reacción, de modo que cayó en el suelo del garaje.
Haciendo gala de una agilidad insospechada para su envergadura y exceso de peso, Romerales salió de su vehículo a tiempo de evitar que el dolorido atacante se levantara. Para ello le puso el zapato derecho sobre la garganta, produciéndole una inmediata sensación de ahogo.
Aprovechó entonces el responsable de interior de Chamberí para echar un vistazo hacia el otro tipo. No le vio muy bien, porque su propio coche se lo impedía, pero unos gemidos que salían de esa dirección le sugirieron que aquel sujeto no lo estaba pasando demasiado bien.
Romerales apuntó con la pistola al agresor que tenía controlado en el suelo:
- ¡Levántate poco a poco! –le ordenaría- ¡Y ya sabes, si haces algún movimiento sospechoso… te liquido! ¡Y te juro que lo voy a hacer!
Sonó a que lo decía en serio. Así que su atacante, liberado ahora de la agobiante presión del pie de Romerales, se incorporaba lentamente.
El consejero cerró la portezuela de su coche y se puso detrás del sujeto que ya estaba en pie.
- ¡Ahora pon los brazos en el coche y abre bien las piernas! –ordenó.
Situado en esa postura, Romerales cacheó a su agresor. En el bolsillo trasero de su pantalón había una Lugger. La comprobó: tenía el cargador puesto, pero aún no le había quitado el seguro.
“Se creían que soy un objetivo fácil”, pensó el consejero disimulando una sonrisa.
Romerales cogió el brazo izquierdo de aquel sujeto, lo desplazó hacia su espalda y lo levantó, produciéndole un fuerte dolor.
- Ahora vamos a ver qué hace tu amigo –dijo.
Y de esa manera, sirviéndose de aquel tipo como escudo humano, el consejero de Chamberí recorrió a trompicones el reducido espacio que les separaba del otro agresor.
Este yacía en el suelo y de un costado de su cuerpo surgía un reguero de sangre. Romerales le rozó suavemente con el zapato: el tipo volvió a gemir.
- No sé si te importa algo la vida de tu compañero –dijo Romerales al tipo que tenía sujeto-. Pero, si no quieres que termine sus días en este puto garaje, más te vale cantar.
- N-no s-sé nada… sólo habíamos venido a robar –musitó el agresor.
Cristino puso entonces el cañón de su pistola sobre el cráneo de aquel tipo. Y presionó con fuerza.
- ¡Vamos, hombre, que no tenemos todo el tiempo del mundo! ¿A que te mandan los de Chamartín?
El tipo aquel miró un segundo en dirección a su amigo.
- ¿Qué tal estás, Fulgen?
Desde el suelo surgió la voz del supuesto Fulgencio, aunque más parecía que saliera de ultratumba.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (277)

- ¿Y al segunda de las cosas que le dijo Alfonso a Leonardo? –preguntaría Brassens.
- Bien –dijo equis introduciendo nuevamente uno de esos giros parsimoniosos que le eran habituales-. Para contar eso es preciso abrir un nuevo paréntesis.
- Tú dirás –le animó Brassens.
- Alfonso Jiménez era un señor con una cierta trayectoria a sus espaldas –anunció equis mirando hacia el cielo-. El caso es que, en su juventud, le habían ofrecido un puesto de trabajo oficial en Guinea Ecuatorial y él lo había aceptado. En aquella época Alfonso estaba saliendo con una chica… Bueno, te diré que es de esas mujeres bastante mandorrotonas; aunque, según me ha llegado, se trata del único tipo de chica que Alfonso podría tener para seguir con vida en este mundo. Se trata de una persona que, o bien se le ata en corto o es capaz de meterse en los líos más extraños…
- Me estás diciendo que se casaron para luego ir a Guinea –avanzaría Brassens.
- Así fue. Se casaron y se fueron de viaje de novios y de todo lo demás a Africa, para fijar su residencia en Malabo. El caso es que el asunto duró unos cuantos años. No sé –dijo pensativo equis-, cuatro, cinco… lo cierto fue que volvieron enamorados del país y del continente: se hicieron africanistas.
- Ya.
- Andando el tiempo descubrieron que no podían tener hijos. Y ella necesitaba esa experiencia, de modo que se pusieron en la cola para la adopción.
- ¿Y?
- Que quisieron adoptar un niño guineano. Por lo tanto, negro.
- Bueno. Eso ya no es un problema tan grave en España –observó Brassens.
- No te creas eso –aseveró equis-. Todavía hay mucho racista en España. Y en la familia de los Jiménez y los de Vicente no es precisamente un “rara avis”.
- Ya. Lo comprendo, aunque no lo comparto –dijo Brassens.
- Bien. Precisamente, una nieta de Santos de Vicente estaba jugando en un jardín con el muchacho –explicaría equis-. Se supone que los dos niños estaban encantados, pero su madre…
- Prima por lo tanto de Alfonso Jiménez…
- Eso es, y tía segunda del adoptado… -pues esa chica torció el gesto y pidió a su hija que dejara de jugar con el chico, aduciendo no sé qué excusa de poca monta.
- Con lo cual, el tal Alfonso estaría que trinaba contra su prima.
- Te lo puedes imaginar. Estaba esperando devolvérsela algún día…
- Y este podía ser el momento –comentó Brassens.
- Podía serlo, desde luego. Como ocurre muchas veces en la vida, hay ocasiones en las que se combinan las cosas: la oportunidad y la necesidad. Y esta bien podía ser una de ellas –agregaría filosóficamente equis.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Intercambio de slsticios (276)

Bilbao, 27 de diciembre de 2003.

Querida Lorsen:

Te escribo en este último sábado del año, justo el día anterior a que se cumpla el décimo tercer mes desde que te fuiste. Esta mañana he rellenado el vaso de cristal que me regaló mi madre con flores silvestres. Los vecinos que me han sorprendido en el portal me han dicho que eran muy bonitas y olorosas. Verdaderamente que huelen, por las noches hay un aroma inconfundible de perfume natural en el ambiente del hall, allí donde descansas tú.
Pero no era ese el motivo de mis letras. Quería contarte cómo he pasado la Navidad –lo que queda ya no es eso, es otra cosa.
La Navidad es ya para mí la mezcla entre la sonrisa de Pilar y el recuerdo de tu ausencia.
Pero, por empezar por el orden, el principio ha sido ciertamente estresante para mí. Estoy solo. Tenía que hacerlo todo yo. y las colas me ponen frenético, tanto que la sola idea de esperar diez minutos me puede hacer desistir de la tarea. Pero lo terminé todo en la semana anterior, de modo que el resto me resultó más llevadero. Y, por otro lado, he podido tener más tiempo para nuestra hija, a quien calculo que veré, contando con el día de mañana, seis días seguidos en esta Navidad, lo que creo que es muy bonito y que, tanto Pilar como yo mismo, apreciamos y disfrutamos.
El mismo día 24, Fede Albizuri y una hija suya, Inés, que tiene la misma edad que nuestra hija, aunque sea del mes de abril, la visitaron. Pilar estaba un poco nerviosa y en un momento dado se puso a llorar. Pero recuperó su sonrisa en muy poco tiempo. Inés Albizuri ha prometido que la irá a ver muchas veces, porque visita con regularidad a algún niño con cáncer que está en la misma planta.
Esa tarde Pilar quería que apareciera por ahí hacia las ocho. Estaba claro que no estaba dispuesta a esperar tanto como en otros años. Así que para el discurso del Rey ya estaban todos los regalos abiertos. Como es habitiual en ella hizo alguna que otra negativa a que siguiera el discurso de Su Majestad, pero luego no protestó. –No sé si ella misma lo oyó, pero sí que estuvo muy calladita-. Después fue el brindis con las enfermeras. Me tomé dos pinchos –el segundo casi en contra de la voluntad de Pilar, como ocurrió también el año pasado- y me fui a casa. Para las diez de la noche ya estaba viendo una película en la televisión.
El día de Navidad comí en Ercilla con mi madre, mi hermana Teresa –que me regalaba una figura de Tintin y Milú para congraciarse y me llamaba por teléfono para pedirme perdón: le he dicho que hablaremos después de estas fechas-, y mi hermano Jose y Elaine. Todo como casi siempre -desde que tú no estás se come en la cocina y sólo yo me pongo una corbata... ¡Dichosos los tiempos!
Esa tarde estuve con Pilar –unas cuatro horas y media seguidas. No recuerdo haber pasado tanto tiempo seguido con ella-. Y debo reconocer que acabé agotado. El hospital es matador. Pero la niña –aunque tuviera la regla- estuvo muy bien durante casi todo el tiempo. Luego vino Teresa y tu hermano Billy. Vimos una película. Teresa reza con ella el “Jesusito de mi vida...” la misma oración que tú repetías con tu hija. Comprendo que me gustó, pero me devolvió una vez más la inquietud de esa suplantación que hace mi hermana de la condición que sólo tú puedes tener. Nadie, ni siquiera yo mismo, es capaz de suplirte, nadie siquiera debe pretenderlo.
Ayer y hoy también se ha encontrado Pilar bien conmigo. En realidad eso ya no es una noticia. Yo estoy muy tranquilo con ella y la entiendo cada vez mejor. Ya sé que nada de lo que Pilar me diga, nada de lo que yo le comente, puede hacerse prescindiendo del afecto, del amor que nos sentimos. Y hoy, cuando se quejaba nuevamente a causa de la regla, yo no percibía rechazo alguno, sólo el dolor que se expresa, algo así como decían los latinos “erga omnes”.
Para mí supone una verdadera alegría el salir de la UVI con mi hija sonriente, no importa de cómo estuviera cuando yo he entrado. Pilar es ya el único motivo que me ata a Bilbao.
Y eso me lleva a una segunda reflexión. Hace como una semana tuve otro episodio de insomnio –como creo que ya te he contado, ya no tomo somníferos- así que me quedé pensando una buena parte de la noche. Juan Basabe me dijo el otro día que esos momentos están muy bien para pensar. Estoy de acuerdo. Sabes –te lo contaba en mi última carta- que está por resolverse muy pronto la designación del sustituto de Enrique Villar y la impresión que tenía yo esa noche –y hoy aún más, Montse Ramírez, la hermana de pedrojota, me lo confirmaba ayer mismo- es que será Carlos Urquijo. Yo creo que ya no se trata de calentar el banquillo sino de prepararse para salir de aquí. Como me decías últimamente, no cabe confiar en Jaime Mayor. Él no hará nada por mí –tampoco por muchos otros que forman parte de su equipo, debo reconocerlo-, según mi amigo E. G. es un hipócrita, como buen democristiano. No lo sé. El caso es que no puedo esperar nada de él –excepto quizás que me mantenga en un puesto de salida al Parlamento vasco, que por otro lado ya no me estimula demasiado después de cuatro legislaturas.
Mientras viva Pilar, Bilbao es mi referencia. Lo decía Juan Basabe: “Tu patria es Pilar”. “Es verdad”, le contestaba yo. “Y mi única bandera es la sábana que la cubre”, continuaba. –La verdad es que se trata de una licencia poética, sabes que la niña tiene un montón de vestidos-. Lo cierto es que, una vez que Pilar se reúna contigo –nada me gustaría más- yo no aguantaré mucho tiempo en esta villa que resulta cada vez más difícil para mí.
Tu buen amigo Santiago González lo decía en un artículo que publicaba en “El Correo” el pasado 23. Eran las palabras de una compañera de ese mismo periódico que, según me ha contado Chelo Aparicio ha comprado con su marido un hotelito en Asturias.

“Me voy porque no me gusta el país en el que vivo, me encanta el trabajo, vivo en un lugar paradisíaco, pero me siento extraña en las calles, extraña ante tantas personas que no comparten conmigo lo que considero fundamental en una sociedad, que la vida y la libertad de los demás valen igual que las mías. No me gusta la falta de piedad, la insolidaridad y esa ausencia de alma que muestra esta sociedad. No quiero odiar y por eso me voy. Por eso y porque en la vida hay opciones. Yo he elegido una, la de irme”.

Esas mismas palabras bien pudieras haberlas pronunciado tú. Excepto la última afirmación, porque a ti la vida no te daba esa opción, salvo elegir la salida en la forma más dramática posible: la muerte. Anudada a la vida política de tu marido y a la hospitalaria de tu hija, Bilbao –el País Vasco- eran para ti dos especies de trampas consecutivas. O un pozo tan profundo que, cuando llegabas a uno de los fondos, se abría otro más hondo por debajo.
La trampa para mí ya no existe porque Pilar no puede ser una trampa. La trampa es sólo un país envenenado en el que algunos juegan un juego macabro que otros pervierten a su conveniencia. Pero de esa trampa estoy ya liberado psicológicamente y espero que más pronto que tarde físicamente.
No sé lo que será de mí. No sé si segurié o no en esta actividad. Sólo sé que cuando Pilar se vaya yo también saldré de este país. Hasta a los soldados que están en el frente les destinan a la retaguardia. Y yo soy soldado y tengo bastantes heridas de guerra. Y si no existe otro destino para mí escogeré definitivamente la baja militar. Ya estoy cansado, ya no entiendo nada –o lo entiendo casi todo, no sé qué cosa es peor de las dos.
Y, como no estás aquí –y por lo tanto no puedes echarme la bronca- nada más que se vaya prescindiré de la escolta. Una vez sin ella esta vida mía no merece más la pena sin libertad. Los comandos de ETA se encargarían eventualmente de que mi viaje al otro barrio se realice sin dolor.
Mientras dure Pilar intentaré seguir haciendo caja en este jodido país. Alimentando la jubilación. Ahorrando algún dinero.
Ahora bien, nunca sabes qué va a pasar. A lo mejor hasta me entierra a mí, como a ti. ¡Con lo bien que está!
En todo caso, esas son las conclusiones a que he llegado y las navidades que he pasado. El día uno me voy a Argentina con mi hermano Pedro –Buenos Aires y Tierra del Fuego.

Un beso.

P. D. Hoy estoy de versos. Te añado los que he pensado esta noche, en mi insomnio. Están dedicados a ti:

Tú te fuiste
Porque no quisiste
Añadir
Tu sufrimiento al mío.
Pero desde que me dejaste
Sólo me ha quedado
Un gran vacío.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (275)

- Cariño, levántate! ¡Haz el favor!
La imperativa voz de su mujer hizo que Jorge Brassens emergiera con lentitud de su sueño.
- Tienes que despertar. No tenemos tiempo que perder…
- Pero… ¿Qué es lo que pasa? –preguntó Jorge, con ganas de ahuyentar las palabras de Vic para así retornar a su sueño.
- Lo que pasa es que si seguimos un segundo más aquí, nos van a detener y entonces sí que puede pasar algo…
- ¿Y se te ha ocurrido eso de repente?
- No, de repente no. Lo vengo pensando toda la noche y, aunque me doy cuenta de que estás para el arrastre, creo que no hay otra solución.
- ¿Y cómo vamos a escaparnos? ¡No tenemos coche!
- Haremos lo que podamos –declaró con resolución Vic.
Para cuando Jorge Brassens había abierto definitivamente el ojo, su mujer ya había dispuesto su ropa y se la iba colocando. Ella misma estaba ya vestida.
Se trataba de evitar la salida principal, con seguridad vigilada por los hombres de Cardidal. De modo que Vic abrió la puerta de la cocina por donde accedieron al patio de la casa.
- Lo siento, mi amor, pero no hay más remedio que trepar –afirmó Vic.
¿Trepar? No podía haber pronunciado una palabra más terrible. Un sudor frió se sumó al cansancio de Jorge Brassens y una debil protesta asomó a sus labios.
- No sé si voy a poder…
- Vas a poder. Yo te ayudo.
Había un gran arbusto que servía de límite entre esa finca y la contigua. Pero los ramajes no eran excesivamente gruesos, de modo que Vic Suarez tomó una cizalla, que le servía para cortar alguna mala hierba de su jardín, a la vez que tendía a su marido una linterna que proyectaba un poderoso haz de luz.
- Alumbra aquí.
Jorge Brassens observaba la escena con la impresión de que esos acontecimientos tuvieran lugar en el sueño del que apenas si había conseguido despertar. Dio un paso para acercar más la luz a la acción de su mujer y tropezó con las ramas más salientes del arbusto. El contacto le dijo que estaba despierto y que lo que estaba haciendo su mujer iba en serio, como todo lo que ella hacía.
Vic Suarez se esmeró en reducir la altura de esa zona de arbustos. Lo suficiente para que, de un salto, fuera posible entrar en el otro patio.
Dejó la cizalla en el suelo y se abrochó el walkie-talkie a su cintura.
- Es muy fácil –aseveró-. Lo voy a hacer yo ahora para que veas que es así.
- Tú siempre has sido bastante más ágil que yo –protestó Brassens.
Pero Vic ya le estaba tendiendo la mano desde el patio vecino.
- Ven –ordenó más que sugirió.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (274)

- De modo –prosiguió equis-que se despidieron en la puerta de la cafetería. Los dos hermanos Jiménez se dirigieron hacia el garaje en el que Raúl tenía aparcado su coche. Había ofrecido a su hermano acercarle a su casa.
- A lo mejor en ese momento fue cuando Leonardo Jiménez expuso a Raúl su teoría –avanzó Brassens.
- Lo intentó, efectivamente –contestó equis-. Pero Raúl Jiménez era una persona de escasos reflejos y aún estaba abrumado por lo que había visto.
- ¿Y qué dijeron en ese viaje?
- Poca cosa. Raúl se refirió a una anécdota. Por lo visto, la familia de Vicente tenía algún misionero en su amplia nómina. Una vez organizaron una misa en una de sus casas y el cura les debió cantar las cuarenta.
- ¿Ah sí?
- Debió decirles que había una obsesión muy clara en la familia de Vicente, que era la obsesión por el dinero. Y eso no debió gustar demasiado a los allí congregados.
- Supongo que no –aceptó Brassens-. A nadie le gusta que le revelen su lado más oscuro.
- Bien. De modo que resolvieron quedar para otro día. Otra vez en el despacho de Raúl Jiménez.
- Y… ¿qué pasó entonces?
- Que Raúl explicó a su hermano que había hablado con el detective y que le había dicho que era conveniente esperar algún tiempo.
- Supongo que entonces Raúl podría explicar a su hermano lo que pensaba –dijo Brassens.
- Sí. Le vino a decir que había llegado el momento de hacer público lo que habían hecho al conjunto de sus hermanos. Primero lo explicarían y después tendrían una reunión entre todos.
- Era bastante lógico.
- Bien. Por lo tanto Raúl empezó a hacer un juego de fotocopias del informe, una para cada hermano y Leonardo habló con el otro hermano que vivía en esa misma ciudad.
- ¿Y cómo se desarrolló esa conversación?
- Bien. Como era de esperar. Además que el terreno estaba abonado para que tuviera el efecto pretendido.
- ¿Qué quieres decir con eso? –preguntó Brassens.
- Nada en especial. Leonardo explicó con todo lujo de detalles la historia de lo ocurrido. Alfonso, su hermano, le interrumpió para comprender exactamente lo que no entendía en un primer momento. Luego afirmó que le parecía bien que se vieran todos los hermanos para tomar una decisión. Después agregó dos cosas más:
- ¿Y qué dijo? –preguntaría Brassens.
- Lo primero, que a lo mejor habría que contar con algún otro de los hermanos de Vicente, a pesar de la negativa de Salvador y de Francisco. A lo que Leonardo contestó que cabía esa posibilidad, pero que convendría someterla a la decisión de los hermanos.

martes, 22 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (273)

Bilbao, madrugada del 22 al 23 de diciembre de 2003.
Querida Lorsen:

Esta noche no soy capaz de conciliar el sueño. Quizás a causa del día de hoy, que ha sido un tanto agitado en cuanto a sensaciones se refiere. No te lo he contado, pero he insistido en la idea de la Delegación del Gobierno –me dirás que soy de ideas fijas, y es cierto-, ahora que Enrique Villar parece que la va a dejar muy pronto. José Luis Ainsúa, que está de asesor del delegado me ha contado algunas cosas respecto de su sucesor –te diré que el más probable es Carlos Urquijo-. Lo que me ha comentado Ainsúa es que a Villar no le caigo, bien debido a mi comportamiento contigo durante la cena de Navidad del PP de 2001 –la última a la que pudiste asistir- y eso me ha mosqueado. Claro que no he dicho nada a José Luis, pero me ha hecho daño. Y eso que se trata sólo de un torpe paquidermo que me reprocha falta de detalle... No creo que sea necesario insistir más.
Luego, el mismo Carlos Urquijo me ha propuesto que sea el padrino de su futura hija. Me he levantado de la banqueta del restaurant y le he dado un abrazo. “Es lo que más ilusión me podía hacer”, le he dicho.
Y, mientras daba vueltas incesantemente en la cama, pensaba en mi porvenir. Me encontraba en una conversación –ficticia- con Jaime Mayor, en la que este me explicaba que le iban a nombrar –o le habían nombrado ya- delegado a Carlos.
Me parece una decisión muy acertada –contestaba yo a Jaime-. Creo que Carlos reúne las condiciones, además que está en el mejor momento para proyectarse políticamente. Él está de ida, yo más bien de vuelta.
Es más que posible que esta conversación nunca tenga lugar: porque Jaime no considere oportuno ofrecerme ninguna explicación, no porque me haga ya ilusiones respecto del nombramiento.
Pero no deja de ser cierto lo que afirmo con esa frase. Para mí –y creo que definitivamente, a partir de esta noche, y por eso te lo escribo- Bilbao sólo existe en tanto que nuestra hija esté presente. En el momento en que Pilar vuele hacia tus brazos -¡ojalá que os podáis encontrar, eso significaría que yo también podría unirme algún día a vosotras!- yo empezaré mi tiempo de descuento. Si aún soy algún cargo político me mantendré en él hasta que se cumpla el correspondiente mandato. Luego emigraré a nuestras dos casas –Lanzarote en invierno, Burguete en verano-. No me importa demasiado el dinero con que cuente o la edad a la que se produzca todo esto. Lo cierto es que me encuentro un tanto acabado, sin ilusión y sin fuelle para combatir a los extraños y a los propios.
Cuando se vaya Pilar –a lo mejor me voy yo antes- seré libre. Prescindiré de los escoltas –sea cual sea mi circunstancia- y caminaré por las calles libremente, sin tener ningún miedo a los bárbaros etarras –y eso que nadie dice que la banda terminará pronto, aunque todos sabemos que está bastante débil.
Me queda por pensar en mi último testamento, pero no soy capaz de programar todavía tanto las cosas. Por ahora, nuestra hija está bien porque sigue siendo feliz. No quiero ni pensar en el disgusto de su partida.
Es en estos momentos, cuando la Navidad se acerca, surgen los recuerdos de los tiempos maravillsosos que compartimos juntos. Esa Navidad que es hoy para mí una etapa triste y dolorosa, que deseo transcurra cuanto antes, si no fuera porque hay una niña a la que siempre soy capaz –ahora- de devolver la sonrisa.

Te quiero.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (272)

Daba igual. Cardidal no diría una sola palabra en relación con Bachat y lo que le estuvieran haciendo. En todo caso, la de Romerales, era una gestión necesaria de acuerdo con el procedimiento: nadie podía iniciar una acción de represalia antes de ofrecer una oportunidad de explicación al adversario. Al menos eso es lo que creían en Chamberí, en medio de un mundo que se hacía añicos y donde los principios habían dejado de existir en apenas unos meses, aunque se diría que habían transcurrido años.
De modo que lo que correspondía ahora era organizar la parte que él mismo había asumido. Y en esa parte le quedaba la preparación de los vehículos que se debían emplear en la acción.
Encontrar tres 4x4 a las dos y cuarto de la madrugada no era tarea fácil. Pero Romerales empezó sus llamadas: primero al “walkie” del parque móvil, sin éxito. Y eso que teóricamente se había establecido un servicio de guardia. Seguramente que el agente se había dormido.
No tenía tiempo que perder, de modo que Romerales tomó las llaves de su coche y su Smith&Wesson y salió de su despacho. No quedaba ni un alma en el edificio que un día fuera la sede del Partido Popular.
Tomó el ascensor y pulsó la tecla que le conduciría hasta el garaje. Los ascensores de la ahora sede de la Junta de Chamberí no se habían modificado con respecto a los antiguos que tenía el partido de la derecha española; eran estrechos y avanzaban a trompicones, en una metáfora bastante certera de lo que significaba la estrategia de ese partido.
Llegado a la planta que albergaba los automóviles, Romerales pulsaba la tecla que conectaba la luz. De modo vacilante los tubos de neón alumbrarían el conjunto de su superficie. Tampoco en esa planta estaba el vigilante de seguridad, de modo que el responsable de interior de la Junta debió pensar en eso de que “el papel lo aguanta todo”, pero que muchas veces la realidad es muy diferente.
Se llegó a su coche, un Citröen. Abrió la puerta, introdujo el llavín en la cerradura y esperó a que la suspensión de su coche se elevara para emprender la marcha. Fueron sólo unos segundos. Cuando colocó la palanca de cambios en la posición requerida miró hacia atrás en lo que pensaba Romerales que era una simple precaución rutinaria: no había nadie en el garaje. Sin embargo, Cristino crfeyó advertir unas sombras en su espacio visual. No les hizo caso y apretó levemente el pedal del acelerador.
Ocurrió todo muy rápidamente. Las sombras humanas se habían convertido en unos tipos fornidos. Uno de ellos abría la puerta del coche contigua a la suya y el otro intentaba hacer lo mismo con la suya.
Romerales sacó con su mano derecha del bolsillo de su chaqueta el revólver y con la izquierda sujetó con fuerza la puerta que el otro individuo intentaba abrir. Echó una rápida ojeada hacia esa puerta y observó que ese tipo continuaba con su esfuerzo, de modo que hizo fuego sobre su otro agresor.
El impacto de la bala sobre el tipo que ya había casi entrado en el habitáculo de su vehículo hizo que su organismo se desplazara hacia el exterior: un rugido de dolor pudo escucharse antes de que cayera al suelo del garaje.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (271)

- Pues bien –continuaría equis-. Raúl Jiménez quería deir algo antes de que su primo diera cuenta a los hermanos de su decisión. Empezaría manifestando su desconcierto y preocupación ante lo que estaba ocurriendo. “Me he levantado esta noche varias veces para beber agua”, decía. “He dormido muy mal”. Y es que, para Raúl Jiménez, con sólo los datos que se deducían claramente del informe, había bases para presumir un comportamiento delictivo de la secretaria de Juan Carlos de Vicente. “Yo he recibido una educación que no me permite pasar por alto este comportamiento”, dijo Raúl. “De modo que, sea cual sea la decisión que quiera adoptar vuestra rama de los de Vicente –dijo- yo creo que nosotros debemos continuar”. A todo esto, Leonardo, su hermano, cabeceaba de forma afirmativa.
- Está claro –observó Brassens-. Raúl quería justificar su silencio del viernes anterior y ofrecer un punto de vista claro respecto del asunto.
- Así era, por lo que yo también pienso –aceptó equis.
- Luego le correspondería hablar a Salvador, ¿no? –preguntó Brassens.
- Sí –dijo equis-. Te recuerdo que Salvador de Vicente se tomaba siempre su tiempo para expresarse: pretendía seguía sus propias ideas como quien quiere seguir a una lagartija. O sea, se le escapaban y las volvía a encontrar en un hilo discontinuo, del que en ocasiones tiraban sus interlocutores, en este caso su primo Leonardo.
- Ya. Pero bastaría con saber qué dijo –observó Brassens-. O en realidad, cómo lo dijo, porque el resultado de la gestión estaba bastante claro desde la tarde del viernes.
- Así lo veían los dos hermanos Jiménez, en efecto –aseveró equis-. Salvador dijo básicamente dos cosas: la primera, que estaba de acuerdo con su hermano Francisco y que consideraba que su tío Juan Carlos había tomado la decisión que había querido, y que él no iba a llegar más allá; la segunda, que pagaría la parte que le correspondía de la factura del detective. Lo cual satisfizo enormemente a Raúl Jiménez –observó equis con una sonrisa-, que ya veía que le iba a tocar pagar esa parte del recibo, salvo que consiguiera endosársela a sus otros dos hermanos…
- Carmen y Leonardo.
- Eso mismo.
- De modo que se fueron de la cafetería –dijo Brassens.
- No. Todavía no –atajó equis-. Salvador quería explicarles algo.
- ¿Y qué era ello?
- Pues que, aprovechando un viaje a la ciudad natal de los de Vicente había visitado a su tío. Vino a explicar que lo encontró bien, quizás un poco parado. Eso sí, siempre atendido por su hermano Santos y alguno de sus hijos, que llevaban muchas veces la voz cantante –explicó equis.
- Bueno. Algo así había explicado Carmen Jiménez en su día a los dos hermanos… -observó Brassens.
- Sí. En realidad la percepción era la misma –concedió equis.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (269)

Bilbao, 8 de diciembre de 2003.

Querida Lorsen:

Te escribo al final de este fin de semana largo –aunque este año no tanto- que pasábamos siempre en Arrechea, salvo el día en que le comprábamos los regalos de Navidad a Pilar, en Pamplona, y después comíamos por allí.
El viernes pasado, en el Consejo de Ministros, se produjeron una serie de nombramientos de la “Orden del Mérito Constitucional”, con tratamiento de “Excelentísimo Señor”. Entre los galardonados está la Fundación para la Libertad, de la cual soy patrono. Así que me han dado esa medalla. No te oculto que me ha hecho mucha ilusión y que sólo tengo una pena: no poder compartir ese momento contigo. Estoy seguro de que te pondrías a llorar de emoción y a moco tendido, como quizás estés haciendo ahora allá donde te encuentres. Porque estas cosas sólo son bonitas si hay alguien que las festeje contigo.

Un beso.

martes, 15 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (268)

Cristino Romerales era todo un mar de dudas en aquella madrugada. Solo al frente del puente de mando. Las dos y media y se le acumulaban los problemas. No contestaba el cabrón ese de Cardidal de Chamartín; no estaba organizado todavía el asunto de los todo-terrenos y, para colmo de males, se había comprometido con su amigo Jorge Brassens a salvarlo de su media reclusión... o entera.
Pero aún le quedaba toda esa larga noche por delante. Una noche en la que, a lo mejor, podía resolver algo, aunque le daba la impresión de que nadie estaba localizable. En ese Chamberí de 2.013, las comunicaciones eran aún, más que primitivas, antediluvianas. De modo que quizás se tendría que hacer con las direcciones de los objetivos a quienes debería conectar y visitarlos a todos. Al fin y al cabo… tenía toda esa jodida noche por delante.
Sabía Romerales que lo más importante era organizar la acción de los “nuevos geos” sobre la aparente fortaleza en que se había convertido Chamartín, pero también conocía perfectamente que no debía aparentar indiferencia ante la falta de contestación por parte de Cardidal: podrían pensar que efectivamente estaban preparando algo y defenderse de alguna manera; no existe enemigo fácil, reflexionaba.
Así que marcó nuevamente el teléfono rojo. Al otro lado del “talkie” estaba la despachada rubia, a la sazón prima del Consejero de Interior.
- ¿Qué pasa? ¿Es que no podéis dormir esta noche? –preguntó con su habitual cuajo.
- Tampoco tú, por lo que veo –contestó Romerales con la mejor ironía de que disponía.
- ¿Quieres hablar con Leoncio?
- Si se puede…
- Espera…
Fueron unos segundos largos. Pero esta vez no le había dicho que su jefe-primo no estaba cerca: los autores del golpe de estado contra Martos apenas podían haber disfrutado de los oropeles de su acción.
- Díme –sonaría finalmente la voz de Cardidal.
- Espero que seas tú quien me digas algo –sugirió Romerales.
- ¡Ah, bueno! ¿Te refieres a lo de tu amigo, el saharaui este… cómo se llama?
- Supongo que a las alturas de la noche en que nos encontramos lo sabrás mejor que yo… -repuso Romerales.
- No sé muy bien a qué te refieres, Cristino. Lo he preguntado por aquí y me dicen que no saben nada.
- Está bien. Tomo nota –contestó Romerales.
- ¿Y qué quieres decir con eso? –preguntó Cardidal un tanto mosqueado.
- Nada. que tomo nota de que el responsable de interior de la Junta de Chamartín afirma que mi número dos, Sidi Ben Bachat, por si se te ha olvidado su nombre, no está detenido ni retenido en alguna de vuestras comisarías –contestó muy lentamente Romerales, regodeándose en la pronunciación de cada una de estas palabras.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (268)

- ¿Y cuál era la solución que había ideado Leonardo Jiménez para el caso de que esa rama de los de Vicente se descolgara del asunto? –preguntó Brassens, que prefería avanzar más rápidamente en la historia.
- Todo llegará a su tiempo. Te ruego paciencia –contestó equis, con el ademán de ordenado francés que en habitaba en él.
- Bien. Prosigue entonces –le animó Brassens.
- Quedarían los tres en una cafetería del centro, muy cercana al despacho de Raúl Jiménez y de la casa de Salvador de Vicente –empezó equis-. Leonardo, de acuerdo con su costumbre, llegó el primero y se sentó en una de las mesitas que tenía el establecimiento al lado de la barra. He de hacerte la precisión de que Leonardo era un chico bastante conocido, a causa de sus múltiples ocupaciones, y que fue abordado en ese momento por un abogado cordobés que se estaba tomando un “gin-tonic”, para acabar el fin de semana, según le dijo; y le pidió que se uniera al grupo con el que el cordobés se encontraba.
- Supongo que Leonardo se negaría a ello –comentó Brassens.
- Desde luego –aseveró equis-. Aunque le dijo sin embargo que esa copa en su compañía le apetecía bastante más que la gestión familiar que le iba a corresponder.
- ¿Y?
- Nada. El abogado originario de Córdoba se lo quedó mirando con expresión un tanto perpleja, pero no quiso insistir. Pronto llegó Raúl y se sentó junto a su hermano. No les dio apenas tiempo de pedir nada, en muy poco tiempo llegaría Salvador.
- Bien. Se sentaron, encargaron algo y uno de ellos tomaría la palabra –empezó Brassens.
- Bueno –puntualizó equis, observando con expresión grave a su amigo-. Salvador llegó al poco tiempo. Vio dónde se habían instalado sus primos y sugirió que subieran hacia el comedor del local, que se encontraba bastante más tranquilo. Leonardo objetó que en ese lugar no les servirían nada… Aquí hay servicio en todas partes, le contestó Salvador. Así que subieron las escaleras para encontrarse con que no había nadie.
- ¿Cómo empezó la cosa? –preguntó Brassens.
- Encargaron las bebidas y hablaron un poco de las cosas de la salud de los componentes de la familia –informó equis.
- ¿De su tío Juan Carlos de Vicente? –preguntó Brassens.
- No de este no. De otros miembros de la familia. Luego llegaron las bebidas –continuó equis para no ser interrumpido-. Y después de tomar un primer trago fue Raúl quien hizo uso de la palabra. A Leonardo le sorprendió eso. Como te he venido contando, el viernes anterior apenas había dicho nada. Se diría que en esta ocasión se quería desquitar.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (267)

Córdoba, 1 de diciembre de 2.003

Querida Lorsen:
Te escribo desde esta bella ciudad andaluza. Estoy aquí para asistir a una reunión del PP, pero se ha suspendido a última hora por la muerte de siete españoles en Irak, de modo que volveré a Bibao esta tarde.
Pilar, que es una chica encantadora, quería que saliera ayer de Cruces –era domingo- una hora antes de lo normal, para no perder el avión.
Pero el motivo de estas letras es el de contarte los dos sueños en que tú has aparecido esta noche.
En uno, estábamos en un barquito en alta mar, y yo tenía que recoger el ancla, un ancla desproporcionada para el tamaño del barco. Te pedía que la metieras pronto, porque a lo mejor me podía sorprender un tiburón. Pero tú estabas también empapada de agua, y el gesto torcido, como si te doliera algo.
Luego estábamos en una casa nuestra –creo que el apartamento de Lanzarote-. Se había despegado un gancho de la pared del cuarto de baño y yo te lo daba para que lo arreglaras. Era consciente de que irremediablemente te ibas a morir pronto, así que te pedía un abrazo. Me lo dabas sentada. Yo sentía tu olor. De pronto me decías:
No te acerques mucho a mí, porque tengo papel higiénico en el bolsillo...
No importa –contestaba yo, riéndome-. Así es como eres.
Es curioso, guapa. Ayer mismo no sabía muy bien si había llegado ya el momento de concluir con estas cartas. No puedo –porque te sigo queriendo.

Un beso.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (266)

- Bien, estoy bien –respondía Jorge Brassens, cuya voz era aún temblorosa para Romerales, pero que a su propio emisor le parecía ya vigorosa.
Cristino Romerales no esperaba esta llamada. Estaba preparando una estrategia en la que su viejo amigo había pasado a un segundo plano. y eso que el jefe de interior de Chamberí era consciente de que su presidente, Juan Antonio Sánchez, no era más que un tipo engolado y pagado de sí mismo; pero Romerales entendía el servicio público como una especie de milicia: no se trataba de analizar si tu jefe tenía razón en lo que ordenaba, el jefe mandaba y él obedecía.
- Me alegro de oír eso Jorge… después de la paliza que te han dado –declaró Romerales.
- Bueno… no estamos en una hora de grandes delicadezas –dijo Brassens, anunciando con estas palabras su intención de ir al grano.
- Tú dirás –dijo Cristino.
- Bien. Te llamo para decirte que tu obligación es actuar en la forma que debes…
Romerales no supo muy bien qué decir, así que Brassens proseguía.
- … Quiero decir que ya me imagino que habrá pasado muchas veces por tu imaginación la idea de rescatarnos. Pues bien. Eso es precisamente lo que no debes hacer…
- Pero…
Vic Suárez proseguía atenta la conversación de su marido, el gesto torcido.
- No hay pero que valga, Cristino. Lo primero es que preservéis la soberanía de Chamberí, la vida de sus habitantes, la de Bachat… todo eso.
Cristino Romerales podía haberle dicho que esas eran precisamente las instrucciones de su jefe y que no sabía muy bien cómo sosrtearlas y así conseguir la liberación de Bachat y de ellos dos. Pero le pareció excesivamente egoísta para ser comunicado a un amigo como Brassens, de modo que continuaría con el hilo de la conversación.
- ¿Y qué pasará con vosotros?
- No lo sé. De momento no nos están tocando el pelo –comunicaría Brassens-. Ya veremos.
- En todo caso, Jorge, creo que estoy en deuda contigo. No sólo por todo lo que hemos hecho juntos…
- Te insisto, Cristino –le cortó Brassens-. Más allá de ti y de mí, de Vic y de mí mismo, Chamberí se ha convertido en la misma esencia de la libertad, en el único vestigio que nos queda de civilización… y eso no se puede perder.
- Pero te insisto, Jorge, en que por una torpeza de mis propios servicios de seguridad os habéis quedado sin coche.
- Ya. Pero ya nada se puede hacer con eso –observó Brassens.
- Supongo que corregirlo –declaró con gravedad Romerales.
- No se. Supongo que Vic es la única que está de acuerdo contigo –observó Brassens, mirando a su mujer de reojo, a la vez que esbozaba una tímida sonrisa.
- Déjalo de mi cuenta, Jorge.

martes, 8 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (265)

- La filípica –respondía equis con no disimulada afectación-; el discurso; la homilía, si quieres que te lo diga en términos de la iglesia católica.
- Dímelo como quieras, pero haz el favor de decírmelo –respondió Brassens, ya un tanto aburrido de tanto preparativo.
- Creía que te gustaban las historias largas… -reflexionaba en voz alta equis, en un claro ademán de reproche.
- Y me gustan las historias largas, en efecto. Lo que no me gustan son los vericuetos, cuando resultan innecesarios –repuso Brassens, claramente amoscado.
- Está bien –concedió equis, que era consciente de la conveniencia de tener un buen oyente de interlocutor-. Estábamos con lo de la filípica. Había llegado el turno de que Leonardo Jiménez aprovechara el egoísta comentario de su primo Francisco para descalificar ese tipo de actitudes y, de paso, poner a Salvador en su sitio, en el más que probable supuesto de que este quisiera seguir el mismo camino que su hermano.
- ¿Qué tal lo hizo? –preguntó Brassens, a quien volvía a interesar el curso de la historia.
- Fue un buen discurso. Tanto que su primo se quedaría sin palabras –explicó equis, quien se concedía unos segundos antes de proseguir-: Aunque, todo hay que decirlo, Salvador era, ya lo hemos dicho en alguna otra ocasión, un chico un tanto lento de reflejos.
- Bueno. ¿Y qué saldría de todo eso? –preguntó Brassens.
- Poca cosa. Salvador se quedó pensativo. Dijo que él aún no había tomado una decisión al respecto, que lo tendría que pensar y que les pedía un tiempo para meditarla –contestó equis.
- ¿Y?
- Pues que se verían el siguiente domingo. O sea, dos días después –explicó equis-. En realidad, Leonardo Jiménez estaba bastante disgustado ante la reacción de su primo Salvador. De hecho ya daba por segura la desvinculación de esa rama de la familia de la estrategia que su hermano Raúl y él mismo habían emprendido.
- Y le parecía mal. Era como ver la injusticia ante tus propias narices y, como toda respuesta, mirar hacia otro lado –comentó Brassens.
- Eso mismo –concedió equis-. Y lo cierto es que Leonardo Jiménez no era de esos a quienes les gusta perder el tiempo…
- A nadie, supongo.
- Bien, lo admito. Pero Leonardo Jiménez era de esos tipos a quienes se les da relativamente bien eso de pasar página. Con todas las consecuencias, además. De esos que exigen una respuesta clara y, cuando no la tienen, usan eso que los juristas llaman el “silencio negativo”.
- O sea que quedarían dos días después –observó Brassens pensativamente.
- Dos días nada más. Y entre tanto, Leonardo ya había descontado una solución negativa al asunto de la implicación de esa rama de los de Vicente –dijo equis.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (264)

Bilbao, 29 de noviembre de 2003.

Querida Lorsen:

Ya ha pasado el primer año. Me encuentro bien, quizás porque esta ha sido una semana bastante agitada. Te la voy a contar. Después quería hacer un pequeño balance de la situación y de las personas.
Como ya te anticipaba han sido tres los acontecimientos de la semana –por lo menos me lo han parecido a mí, seguro que también a ti-: La presentación de mi última novela, mi investidura como Caballero de la Real Hermandad de San Fernando y tu aniversario –lo digo, está claro, por orden de ocurrencia.
Como hiciste tú en las dos presentaciones de “Sin perder la dignidad”, durante la semana pasado no hice otra cosa sino convocar a la gente. Conseguí confirmar hasta 85 u 87 personas. También estaban los afiliados a la Junta Local de Getxo del PP, los parlamentarios vascos y los miembros de la junta de El Sitio. Pero cuando llamé a Santiago González y me dijo que justamente en el mismo momento él presentaba a un ministro de Quebec, y que lo hacía en el mismo hotel que yo –en el Ercilla- me quedé un tanto acojonado.
Aún más, el domingo, cuando esa tarde además se me hizo particularmente larga y triste –te diré que me di un paseo de media hora y sin escoltas, con la excusa de comprar el pan- me llamaba Juan Basabe para decirme que no iba a presentar la novela. “No es que no me guste –me confesó-. Está bien, aunque hay cosas con las que no estoy de acuerdo. Pero es que me ha entrado una especie de miedo escénico y no soy capaz de enfrentarne a la gente”. La proximidad de este anuncio con la presentación –dos días-, la ausencia de alternativa y, sobre todo, que Juan es un buen tío, le hicieron reconsiderar esa, en principio, tajante decisión: El primer obstáculo importante estaba salvado.
Así que me encaminaba con el nerviosismo correspondiente al martes. Cuando llegó el día todo se convirtió en un jaleo: baile de medios de comunicación, una comida frugal, la retirada de treinta sillas del salón del hotel –habían puesto 85, las mismas que las personas confirmadas, lo cual suponía un serio riesgo.
Pero el acto resultó un éxito. Firmé unos cuantos libros antes del mismo. Hablaron el editor y Juan me hizo unas preguntas y comentarios, de forma que el acto resultó entretenido, además de corto. Después firmé más libros –se vendieron hasta 85, lo cual, según me dijo Juan, está muy bien-. Asistieron más de 100 personas y muchas de ellas se quedaron de pie. Es cierto que la incomodidad de alguna gente resulta paradójicamente uno de los aspectos del éxito. Luego me fui con Jean-Pierre a tomar unos pinchos.
Al día siguiente me iba a Madrid y leía dos entrevistas con foto que me habían publicado en El Correo y en El Mundo del País Vasco.
En cuanto a la investidura he de decir que estuve más solo que la una. Alfonso Zunzunegui me dijo que le habían quitado un quiste de la frente y que el jueves a las 7 –la ceremonia era a las 7’30- le hacían una cura.
No tenía padrino, el sustituto no había venido y me tuvieron que asignar otro. La veste –o capa- me estaba larga y Álvarez del Manzano –el anterior alcalde de Madrid- me la pisaba todo el rato. El caso es que terminó el acto y yo era ya caballero -¿no lo era antes?
La mesa de la cena –de una comida espantosa- estaba formada por los Zunzunegui –Mica, su mujer, es un encanto de señora-, Pedro hermano y Claudia, Antonio hermano, Íñigo Barandiarán y Alfonso Pérez-Maura. Resultó muy simpática.
El viernes me levantaba a las cinco de la mañana para coger el avión. El primer punto del pleno –una moción de censura contra la Consejera de Educación- resultó larguísimo: duró hasta las seis menos veinte –tu misa estaba prevista para las siete- de modo que pensaba que no iba a poder votarlo, y lo cierto que en punto a votaciones ¡no sabes la que se ha armado desde que te fuiste!, aunque creo que ya te he contado alguna cosa.
En la parroquia de San Vicente estaban Jaime Larrínaga, Inés y Fortu, un compañero de partido, una señora que cuidaba a Fernando Gondra –y que visita a mi madre- y dos sobrinas de Jaime. Yo iba con mi madre. Luego entraron tu padre, Enrique, Patricia, Christian y Macarena. También María Antonia Anduiza y Elisa Vallhonrat. Cuando terminó la misa vi a unas amigas de mi madre –entre ellas Pilar Escudero, la madre de los Infante-, Victoria Aznar, Mariví Landín –amiga de Kelly- y Gervasio Pereda –con quien tú y yo tomamos un aperitivo una vez en Las Arenas. Asistió poca gente, pero el acto estuvo muy bien. La iglesia iluminada, el órgano interpretaba alguna canción y Jaime asistido por el párroco. En la homilía, Jaime trufó mi carta con algún inevitable comentario sobre Dios y el reencuentro. En el primero apenas creo, en cuanto al segundo sabes que nada me gustaría más. A la gente parece que le gustó mucho. No he dicho a nadie que una buena parte de lo que dijo se lo había sugerido yo.
Durante esos días me llamaron Kelly Earle, Isabel Lorsen –que estaba en Frías- y mi tía Maite. Un año después son ya muy pocos los que se acuerdan. La vida ha vuelto a la normalidad para todos –casi todos- y los problemas ya son sólo de quienes nos quedamos.
Jaime no quiso cenar con nosotros y se fue con sus sobrinas. Mi madre –que está más que perezosa- tampoco. Así que me fui al López de Haro con mi familia política.
A las doce de la noche dormía profundamente. Había sido un día muy largo después de una larguísima semana.

Empezaré ahora con el balance. Y para eso trataré de hacerlo conmigo, en primer lugar. Creo que una buena parte de lo que te pueda decir ahora ya te lo he venido contando. Han sido muchos días de lágrimas, muchos momentos en los que sientes como si te atravesaran el corazón con un puñal. Ha habido desencuentros con Pilar, finalmente con mi hermana Teresa...
Sé que estoy envejeciendo. Era esa una sensación que apenas sentía cuando tú estabas conmigo. Los años pasaban pero yo no era consciente de eso. Sólo cuando te has ido, cuando he visto la muerte, cuando sé que no la temo, he cobrado la certeza de lo poco que me queda por delante.
Mi espacio es la soledad: muchas horas –especialmente los fines de semana, como ahora- sin compañía, encerrado en mis textos, en mis libros, en mis películas. Voy arrastrando una vida que tiene pocos alicientes para mí. La política es un escenario un tanto insulso –las semanas se repiten una a otra- y absolutamente crispado, además. Es posible que el cambio a Rajoy pueda resultarme algo mejor que la época Jaime –si es que esta última está definitivamente clausurada, cosa de la que no estoy plenamente convencido-. En todo caso, la situación es muy preocupante, y empiezo a pensar que nos encontramos iniciando un punto de no retorno, en el que los nacionalistas puedan finalmente lograr sus objetivos. En ese supuesto, y siempre que Pilar ya no esté, la única salida que me quedaría sería la huida. ¡Si hubieras resistido sólo un par de años más, ahora nos estaríamos preparando para hacerlo juntos!
Me arreglo relativamente. Desayuno y ceno –cuando hago esto último- en casa. Estiro la cama todas las mañanas y friego la vajilla que he usado en la comida anterior. La ropa me la lavan en casa de mi madre y la plancha me la hacen en la tintorería que me recomendaste. Una vez a la semana, los lunes, viene la competente Mari Paz a hacer el apartamento. Nunca estuve contigo por tu labor como ama de casa –aunque tampoco he tenido excesivas quejas-, eso ya lo sabías.
La literatura puede convertirse en una pequeña luz de esperanza. Las primeras críticas que me han hecho del libro han resultado buenas y a lo mejor esto me da pista para un cierto lanzamiento.
Lo más importante ahora es Pilar. Era nuestra hija poco más –debo reconocerlo- que una preocupación racional para mí. Sabes que sólo cuando la veíamos juntos, Pilar hacía buenas migas conmigo –recuerda los versos de Juan Ramón Jiménez del principio -, . Pero ahora creo que se ha superado el problema. Ha sido como si una frontera imperceptible hubiera quedado abolida, y mi hija me quiere, y yo la quiero. Y cada vez más. Ya mis visitas no son forzadas y la luminosidad de su sonrisa es un verdadero soporte para aguantar tantos momentos difíciles.
A partir de este verano he dejado de tomar pastillas para dormir –lo habré hecho sólo en un par de ocasiones- lo que me ha supuesto un alargamiento de los días. Duermo menos, me levanto cuando me despierto –a veces a las seis de la mañana- y tengo las cosas más al día. Además que los fines de semana puedo dedicarlos a trabajar plenamente.
Rafa Balparda –observarás que no te he hablado de él- y yo estamos muy distantes. He llegado a la conclusión de que también en esto tenías razón. Él perseguía algo de mí, y cuando ha visto que no le era útil me ha dejado un tanto tirado. Después de este verano le he visto sólo dos veces, y una de manera fortuita. Eso sí, me llama todos los días y me tiene colgado al teléfono durante media hora de reloj con mucha facilidad -suerte que es él quien paga la factura-. Pero Rafa sabe que no es bueno romper una relación, y aún con la frialdad consiguiente, prefiere tenerme “al corriente” de los acontecimientos.
Lo cierto es que estoy más solo que nunca. Los fines de semana, las tardes pasan con dificultad, por lo largas que se me hacen. Mis amigos están ocupados con sus familias, mi familia tiene pocos alicientes para mí y una vez que Teresa me ha producido tanto daño tampoco como sábados y domingos con ella y mamá: un plato en la cafetería del hospital y el sonido distante de la televisión son ya mi única compañía a partir de las dos menos cuarto.
Soporto bastante bien la soledad. Mejor que la dudosamente agradable compañía del liante de Balparda. Y creo que solas, en realidad, están la mayoría de las personas, aunque no lo adviertan.
Me he planteado muchas preguntas. Principalmente sobre lo que quiero hacer. Pero no creas que tengo demasiadas respuestas. Las mujeres, por ejemplo, lo que mi madre llama “rehacer mi vida”. No lo tengo muy claro. Creo más bien en la idea de la utilidad compartida: el cuidado femenino; que te conduzcan el coche para poder ir tranquilamente a Arrechea; una compañía en los paseos, en las comidas... Poco más. Y luego quieres que sea una chica educada, de tu extracción social, pero abierta a la vez, porque tu vida es ya algo que ni siquiera tú eres capaz de comprender muy bien. Yo creo que aún no estoy maduro para nada de eso, aunque tampoco lo sepa muy bien.
Por lo demás Pilar es un motivo de fijación a Bilbao. A veces pienso que podría organizarme en otro lugar, en Lanzarote, por ejemplo. Pero todo eso resulta imposible mientras Pilar siga ahí. Y ahora estoy convencido que su marcha me haría un daño incalculable.

Pilar es una chica increíble. Un año después de tu partida se encuentra mejor, bastante mejor, que antes. Sus necesidades de respirador han bajado claramente y encuentro que es muy feliz. Te he escrito tantas veces sobre ella que pienso que su balance son estas cortas palabras y todo lo que va escrito arriba.

Creo que tu padre vive ya de espaldas a las cosas. Le encuentro ensimismado. Su sordera desde luego le está fijando a un mundo en el que prácticamente no existe nadie más. Su periódico de todos los días, su visita a Pilar y, sobre todo, la comida. Físicamente está bien, la operación ha pasado ya y se encuentra restablecido. Le veo de vez en cuando, pero a la dificultad de comunicarme con él, se une la dificultad de comprenderle, de lo carca que es. A veces pienso que no ha entendido nada, ni siquiera de su propia vida: una mujer que se le muere, una hija que también, la otra lesbiana y con sida, el otro homosexual... y él se aferra a ese mundo que tal vez nunca llegó siquiera a existir.

Gaby mejoró con tu partida. El hecho de tener más responsabilidades la ha devuelto un cierto tono vital. Pero, no sé, últimamente la he visto un poco peor. Tal vez no sea nada importante.

Enrique y Patricia, y los sobrinos. Hablo poco con ellos, y no recibo muchas noticias. Sólo cuando vienen los dos con Macarena puedo contar con una cena. Enrique viene más, pero según él, tiene siempre compromisos.
He prometido a Patricia que pasaré un fin de semana con ellos, en invierno. La historia de Islantilla no me ha gustado demasiado. Prefiero Arrechea o Lanzarote.
También ellos hacen su vida, tampoco yo figuro excesivamente en ella.

En cuanto a mis hermanos, poco puedo decir. Les veo de ciento en viento, y no sé si es incluso mejor. Los amigos, ya te digo, cada vez sé menos cosas de ellos. Me queda Madrid, y ahí, alguna gente con la que me relaciono fácilmente: Alfonso Pérez-Maura, Eloy García, Alfonso Zunzunegui, José Areilza... Estoy seguro de que ahí tendría un espacio muy grato para desenvolverme, la viudedad y la escolta me han conducido a la soledad y al anacoretismo. De momento los prefiero a la falsedad de la gente.

No me olvido de ti. Hoy he olido varias veces el perfume de las doce rosas rojas que te puse el martes. Siempre habrá una flor cuando se produzcan esas fechas, siempre habrá una vela encendida cuando no se produzcan. Mañana viajo a Córdoba. Me pondré una corbata que no tendrá el negro como única característica. Pero, con luto, o sin él, tú has acampado para siempre en mi vida.

Te quiero.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (263)

Cristino Romerales consultaba su reloj: las dos de la mañana. Toda una noche en la que apenas si podría descabezar un sueño. Y es que aún quedaba mucho trabajo por hacer.
Llamó a su tercero en el rango, aquel conductor saharaui que se regía más por su instinto que por sus ojos, por la capacidad de “oír crecer la hierba” –como el ciego de la “Isla del Tesoro”, de Stevenson. Estaba dormido, pero de la forma en que dormían los soldados en el frente, dispuesto a no perder una décima de segundo en apuntar su fusil contra el objetivo y otra décima de segundo más para disparar.
Estaba dispuesto, por supuesto. Buscaría otra gente, desde luego. Pero Romerales advertía, más de sus silencios que de sus palabras, que sólo cumplía órdenes; que, si por él fuera, lo haría de otra manera… “¡Qué difícil era mandar!”, pensaría entonces Cristino Romerales. Él, a quien le gustaba tener todo preparado. Había organizado y hecho aprobar por la Junta de Distrito un plan de urgencia para casos de crisis como aquella y lo había debido desmontar a la primera de cambio e inventarse una especie de GEO’s a quienes les faltaría incluso la mayor de sus cualidades que era el entrenamiento en esos menesteres.
Todo eran dudas, entonces. Juan Andrés Sánchez podía haberle sustituido en esa dura responsabilidad, pero Sánchez no era sino una especie de figurón, un mascarón de proa que se ponía aparentemente al frente, pero a quien sólo le gustaban los oropeles políticos y no esa otra cara de la moneda que venía a consistir la cruz. Así que se quedaba él solo, en esa difícil perspectiva en la que nada le podía corresponder salvo el fracaso, en el caso de que las cosas resultaran mal, unido a un cese inmediato; el éxito, si así fuera, se lo atribuiría ese petulante de Sánchez, con una pequeña palmadita en la espalda, todo lo más.
Tres todo-terrenos. Eso era cuestión del parque móvil. Habría que quitarles las pegatinas. Lo mejor habría sido tunearlos, al mediocre gusto hortera del Chamartín de Cardidal, que cuando debía salir del traje azul marino de su antigua responsabilidad, caía inevitablemente en el peor de los atuendos posibles. El caso de Sotomenor era todavía más difícil: ni aún en sus momentos más oficiales el Viceconsejero de Interior de Chamartín había vestido correctamente.
¿Tunearlos? ¿Y cómo se hacía eso en aquellos momentos? ¿Dónde se podía encontrar un manitas capaz de convertir esos adustos coches oficiales en vehículos de esos nuevos señores de la guerra en que se habían convertido los agentes del orden de ese barrio?
“Lo mejor es enemigo de lo bueno”, pensaría Romerales para sus adentros. Y marcó el número del responsable de seguridad en el recinto en que se guardaban los vehículos dependientes de su departamento. Pero no hubo contestación. Lo intentaría más tarde.
Una luz parpadeó en el “walkie” de emergencia, el que mantenía comunicación con Jorge y Vic Brassens.
Cristino Romerales torcía el gesto: una noche aún muy corta para la acumulación de broncas que con toda seguridad se le iban a venir encima. Y eso que esta queja sí que iba a tener toda la razón del mundo.
- ¿Eres Jorge? –preguntaría Cristino.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (262)

- Bueno. No te vas a creer lo que le dijo Francisco de Vicente a su hermano Salvador –anunciaría equis con una significativa sonrisa.
- Pero bueno, ¿qué era eso? –preguntaría nuevamente Brassens.
- Pues que no tenía apenas importancia lo de los robos de María, la secretaria del tío Juan Carlos –explicaría por fin equis.
- ¿Qué no la tenía? –protestó Jorge-. ¿De modo que no es importante tener a una secretaria que te lleva casi todos los asuntos, que hayas contratado a su marido en una empresa de la que eres consejero, y que te robe?
Equis asintió y se tomaría su tiempo antes de contestar.
- Yo soy de tu mismo parecer –dijo equis después de su voluntario paréntesis-. Lo mismo que lo eran los hermanos Jiménez, que se miraban atónitos. Cierto es que un poco menos Raúl, a quien esa larga semana de trabajo le tenía poco menos que anulado.
- No lo entiendo –seguía Brassens.
- Hay que explicar que Francisco de Vicente había contraido, tiempo atrás, un matrimonio muy ventajoso con una chica a la que seguramente no adornaban demasiados encantos, pero sí el de que su familia había realizado una transacción extraordinariamente positiva desde el punto de vista económico… -dijo equis.
- ¿Y eso sirve como explicación? –preguntó Brassens.
- Supongo que para él era más que suficiente. En el fondo, en el fondo –dijo pensativo equis- el tío de los Jiménez y de los de Vicente era poco menos que un sujeto al que heredar, poco más. Y existía además una rama de la familia que había obtenido una ventaja en la carrera, que no era ninguna de las dos representadas en aquel momento en aquella oficina.
- Y como Francisco no pensaba en heredar ni tenía gran necesidad de ello… -avanzó Brassens.
- … No quería ni enterarse de lo que se estaba haciendo en esa casa –dijo equis completando la frase.
- O sea, que las instrucciones que había transmitido a su hermano Salvador eran poco menos que lo que se imponía era mirar hacia otro lado… -resumiría Brassens.
- Eso mismo –concluiría también equis.
- ¿Y en qué quedarían?
- Bueno. Supongo que ha quedado claro que la reunión no resultaría grata para ninguno de los tres –refirió equis-: para los Jiménez, porque esperaban otra cosa de la rama de los de Vicente; y para Salvador, porque esperaba desembarazarse del asunto.
- Y del pago por los servicios del detective –agregó Brassens.
- Bien visto –asintió equis.
- Bueno ¿y qué? –inquirió nuevamente Brassens, a quien equis le parecía un tanto exhausto en aquel momento de su narración.
- Sólo quedaba un turno para la filípica –afirmó resuelto equis, quien volvía por un tiempo a su ritmo inicial de explicación.
- ¿La filípica? –preguntó Brassens.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (261)

Bilbao, 22 de noviembre de 2003

Querida Lorsen:

En este momento no estoy cansado, aunque tampoco lo estaba en la madrugada de la última carta. Enfadado, si; dolido, también. Pero una vez que he tomado la decisión que te comunicaba el otro día, y una vez que la estoy llevando a cabo, me pasa como decían en una película que he visto recientemente: “La acción impide la reflexión”, y también –añado yo- evita la depresión.
Antes que nada quiero contarte que Pilar está muy bien. Después de toda la historia del domingo pasado me la encontré triste ayer viernes, que tuve un momento para darle de comer. Había muerto la niña que estaba junto a ella, y a pesar de la discreción del personal nuestra hija se había enterado y lloraba. Claro que, poco después, estaba alegre y me despedía con un beso después de su comida. Para mí te puedes figurar que resulta maravilloso el saber que puedo ser capaz de devolverle la sonrisa –una sonrisa que yo mismo he perdido, y que ella, nuestra hija, me devuelve con su felicidad tantas veces desbordante-. Y hoy me quedaba sentado junto a ella, cogiéndola de la mano y hablando simplemente de las cosas que se me ocurrían.
He empezado hablando de ella, porque es de ella de lo que se trata fundamentalmente. Es ella la vida que me queda. Y la actuación de Teresa, según la idea que me he hecho en los últimos días ha significado tres patadas en el medio del estómago: La primera –la más importante- ha sido a Pilar, al dejarla a los pies de los caballos con esa sugerencia que hacía a la jefa de Cruces –o lo que fuera-; la segunda lo ha sido a tu memoria, nunca se habría atrevido a hacerlo en tu presencia; la tercera, desde luego, a mi condición de padre. Figúrate. Es muy difícil ser padre –madre- en estas condiciones. Dependes siempre de la lealtad de los demás. ¿Quién sabe si tu padre, por ejemplo, o tu hermana, como ha sucedido ahora, usurpan tu condición? ¿Qué puedes hacer? ¿Decirles a las enfermeras que el que manda eres tú? Es ridículo. Tienes que tragar frente a los demás. Por eso mi situación es tan incómoda. Por eso me ha hecho tanto daño.
He hablado con mi hermano Pedro. Lo ha entendido, aunque me ha dicho que seguro que no lo ha hecho con mala intención. ¡Pero es que a veces prefiero a los malos que a los buenos!, le contestaba. Luego con mi madre, a quien he dado un disgusto, pero que también me comprende. Con Jose, que está pasando el fin de semana en Bilbao, que también se ha mostrado comprensivo, dentro de un cierto despiste, por no conocer la realidad del extraño –aunque ya habitual- comportamiento de mi hermana.
Esta mañana he ido a Ercilla a dejar unos libros de mi última novela publicada, la que se llamaba “Sombras. Paisaje gris”, que ha quedado en “Bilbao en gris” y que fue escrita en el Casco Viejo. Me ha abierto Teresa, pero no ha podido mirarme a los ojos. Está avergonzada, pero no parece dispuesta aún a pedirme perdón.
Después de dar de comer a Pilar he almorzado en la cafetería de Cruces, escenario de tantas comidas tuyas y también de los dos. La soledad no me afecta demasiado, aunque recordando el encanto de nuestra hija he estado a un paso de la emoción. Todo en ella es auténtico. Sin embargo, una comida mía en Ercilla hoy sería de “plástico”, como decías tú.
Ya ves que esto se va convirtiendo en una especie de serial. Pero aún así es tu hija, de modo que te lo seguiré narrando a medida que se produzcan los hechos.

Un beso.