jueves, 27 de mayo de 2010

Encuentros cubanos (y 12)

Antonio Salvador ha ido a recoger un CD que le ha pasado Oswaldo Payá y se reúne con nosotros en un “paladar” –restaurante típico cubano-. Nosotros tomamos un taxi y el conductor nos habla de la importancia que tiene que los países cambien de gobernantes, el caudillismo es institución tradicional en Latinoamérica y la gente tiene muy claro que los mandatos tienen que reducirse a dos. Mayka graba la charla y le impresiona lo que se nos dice.
La comida se desarrolla en un ambiente muy grato, en un comedor al aire libre, protegido del calor por una celosía y con el aire movido por la palas de los ventiladores.
Mayka recoge nuestras opiniones en su vídeo. Yo digo que el viaje ha rozado la perfección, que ha ido siempre a más y que hemos dado y recibido, por partes iguales, calor, cariño, solidaridad…
Regresamos al hotel Rosa ha negociado una estancia más larga que nos permita una ducha antes del viaje. Cuando me encuentro en el cuarto de baño me sorprende una llamada. Un coche me espera en la entrada del hotel y no se trata –me advierten- del autobús de la agencia. Digo que tengo previsto desplazarme al aeropuerto por mi cuenta y mi interlocutor no insiste. Intuyo que también en esa llamada puede existir una cierta trampa –o una trampa cierta.
Con nuestros equipajes nos vamos al aeropuerto José Martí. Recogemos nuestras tarjetas de embarque y compramos la visa aeroportuaria. Nos queda el paso final por la policía. Mayka, Antonio y yo superamos sin problemas la garita oficial. Situados ya junto al control de metales esperamos a Rosa, que se retrasa. Mayka quiere llamarla, pero yo le digo que no lo haga. Al poco rato llega nuestra portavoz. También ella ha pasado sin problemas.
Hay una larga espera en el aeropuerto que amenizamos con agua y noticias frescas de la que está cayendo en España. La bolsa cae, la deuda española se coloca con dificultad y el euro sufre turbulencias. Carlos Martínez Gorriarán nos ha sugerido que nos quedemos en Cuba.
Pero la isla va quedando lejos de nosotros en la distancia geográfica, en tanto que nuestros corazones laten ahora con el ritmo del Caribe y sueñan con regresar a la isla cuando nuestros amigos nos puedan invitar a una Cuba libre en la que quepan ya todos los cubanos, sin rejas interiores ni exteriores.
Pero para que llegue ese día es preciso que juguemos un papel. Junto con ellos, los disidentes con nombres propios y los anónimos, y en su apoyo , los españoles demócratas tenemos algo que decir.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Encuentros cubanos (11)

La reunión con las “Damas de blanco” era una largamente esperada cita para nosotros. Intentada desde el teléfono y la misma búsqueda de la casa, las coordenadas noeran correctas. Pero insistimos en verlas y esa mañana del mismo día de nuestra salida de la isla tendría por fin lugar. A las 11 y media.
Junto a la transitada calle de vehículos de los años ’50, la calzada destartalada y las aceras inseguras, se encuentra la casa. Nos reciben vestidas de blanco y nos hablan con un discurso aprendido desde sus siete años de lucha, que es ya un lenguaje depurado de la gente que ha vivido siempre diciendo las mismas cosas. El cansancio que produce la represión se dibuja en sus gestos, se hace presente en sus expresiones. Pero hay todavía –y estoy seguro que por mucho tiempo más- la frescura unida a la fuerza que sólo producen las convicciones verdaderas.
Son la evidencia más concreta, por la más íntima, de lo que está pasando en Cuba. Encarnan la realidad de la persecución dominical de todas las semanas de quienes se creen y ejercen de dueños de la isla. Los que las insultan y las provocan, los que artificialmente organizan manifestaciones que se dicen espontáneas para avergonzarles su actitud, que surge de las mismas entrañas de la dignidad.
Este domingo, la misa fue oficiada por el Arzobispo, y este domingo no hubo contra-manifestación de los acólitos del régimen. Alguien puso en relación este hecho con nuestra visita. ¿Quién sabe? Puertas entreabiertas o entrecerradas, la libertad siempre encuentra su hueco para colarse.
Hay una base de práctica religiosa en su forma de protesta. Y le preguntan a Rosa si ella es practicante. “Soy agnóstica”, viene ella a responder. Pero a renglón seguido se refiere a su primo, que es Arzobispo de Pamplona y que reza todos los días por ella. “Sigue así –le dice ella-. Que no me vendrá mal”. En broma le digo después que era tal la simpatía con que nos habían recibido que si Rosa les hubiera dicho que era católica la habrían hecho presidente honoraria de la organización en ese mismo momento.
Ha sido un movimiento improvisado y que se ha ido haciendo a sí mismo. Desde el primer día, la primera manifestación, la audiencia en el Parlamento cubano… Siete años en blanco, proclamando su protesta, pidiendo soluciones.
Nos hablan de las cárceles, de la comida y de las condiciones de vida, de la suciedad y del carácter de los funcionarios de prisiones. En 400 penales las cosas varían mucho de unos a otros. Nos dicen que muchas de las condenas, aún a plazo, lo son en realidad a cadena perpetua, dada la edad de los presos. Pero nos piden algo muy sencillo: que les enviemos cartas. Y buscamos el lema de la campaña: “Tu carta para un preso”. Lo organizaremos a nuestro regreso.
También hay una especie de retorno del “Gran Hermano”, el de Orwell de 1.984, el que vigilaba a los hombres y reescribía el pasado en función de lo ocurrido. Esa policía que requisaba las fotos de la familia, como si pudieran adueñarse del recuerdo de toda una vida. Ladrones de imágenes, la vida se vive también en el tiempo pasado y ellos lo saben y actúan con una crueldad desmedida sobre esos pequeños fragmentos de existencia.
Y esa conversación se desarrolla en medio de una suerte de patio andaluz en el que se ha convertido el recibidor de esa casa, donde las señoras hablan y se extrañan por mi silencio. Pero yo pienso en lo que se da y se recibe en las visitas. Y mi imaginación vuela hacia un hospital de Bilbao en el que visitaba a una niña, pensando quizás en lo que le ofrecía yo en cuanto a compañía y cariño, aunque siempre salía de allí sabiendo que yo mismo había recibido mucho más de lo que le había dado. Esa niña, mi hija, me recuerda ahora a las “Damas de Blanco”, esas señoras con letras gigantescas que te sorprenden cuando te dicen: “No saben lo felices que nos hacen”.
Y sales a la calle contagiado del aire freco que has recibido. Seres libres, ellas y nosotros, a las primeras les falta sólo terminar la construcción de un espacio abierto en su alrededor. Porque están en ello.

martes, 25 de mayo de 2010

Encuentros cubanos (10)

Esa mañana de miércoles el comienzo de nuestra actividad consiste en una rueda de prensa que damos a los medios españoles acreditados en La Habana.
La cosa tiene su aquel. Mayka reserva una zona del “halll” del hotel a contrapié de los clientes que toman su café. En cuanto los camareros descubren que habrá cámaras y periodistas los gestos se tuercen y parece como si funcionara una especie de auto-censura que nos vuelve a recordar la de otros tiempos y lugares. Finalmente Mayka conversa con el gerente del hotel –un canario inteligente- que facilita la gestión como producto de una actividad periodística en el marco de una feria turística.
Los medios se sitúan en torno a una mesa donde nos sirven los cafés. Rosa empieza destacando la nula receptividad que tiene la embajada española para con los disidentes. El corresponsal de El País ataja su comentario negando la mayor:
- Eso no es verdad –dice-. Hay un número dos o tres de la embajada que tiene como responsabilidad el contacto con ellos, que por cierto están a todas horas en la embajada.
Rosa repite su discurso, pero el periodista repite el suyo.
- No voy a entrar en debate contigo –asegura aquella cortante-. Eso es lo que me han dicho.
El corresponsal de La Vanguardia pregunta sobre la forma en que hemos entrado en la isla. “Comprando un billete en una agencia de viajes”, decimos. “Por lo tanto tenéis visado de turistas”, colige. “¿Sabéis lo que os puede pasar si habéis usado esa visa para algo diferente de lo que está previsto?”, sentencia. No damos crédito. Ante nuestro desconcierto el periodista declara:
- Bien. Es así como está la ley por aquí.
Y yo me pregunto qué clase de ley existe realmente en Cuba, cuando todo está sujeto a revisión e interpretación por el Estado. Pero no digo nada.
El corresponsal de El Mundo está interesado en nuestros contactos. Insiste en si nos hemos entrevistado o tenemos el propósito de hacerlo con las autoridades cubanas. Nos cita el caso de Centella –Secretario General del PC de España, que está en Cuba manteniendo contactos con el régimen-. Como le decimos que nosotros hemos venido a loque hemos venido, nos plantea la necesidad del diálogo.
- No hay diálogo entre democracia y dictadura –contesta Rosa-. Porque no existe término medio entre las dos cosas.
Mauricio –el corresponsal de El País- toma el relevo en la pregunta:
- Rosa, ¿tú has viajado a China?
Nuestra portavoz le contesta afirmativamente, lo hizo en la época en que ella era Consejera de Comercio del Gobierno vasco.
- ¿Y te has entrevistado allí con los disidentes? –pregunta.
Rosa no pierde los estribos, pero está visiblemente contrariada. Le dice que hay bastante diferencia entre la capacidad de influir que tiene España en Cuba que la que dispone en China.
No acaban aquí la larga serie de despropósitos. Mauricio vuelve a la carga:
- ¿Qué opinión tienes sobre el embargo practicado contra Cuba?
Rosa no contesta. Dice que lo que ha querido decir ya lo ha dicho, pero el periodista insiste sin cesar.
Concluye la rueda de prensa. Rosa se dedica a la corresponsal de EFE en tanto que el periodista de El País se va murmurando alguna frase poco amable.
Recuerdo entonces las palabras de Elizardo Sánchez cuando nos decía que en Cuba, el prsonal de las embajadas, periódicos y empresas debería cambiar con frecuencia. Y es que todo aquel que lleve algún tiempo en la isla tiene alguna grabación comprometedora, algo con lo que ese régimen le pueda presionar.

Encuentros cubanos (9)

La ducha –ya que no daba tiempo para un baño en la magnífica piscina del hotel- operaba sobre nuestros organismos exhaustos por el viaje y el calor un efecto balsámico.
Reunidos en el “hall” del hotel, tomamos un taxi a continuación.
Recorríamos las calles de La Habana para reunirnos otra vez con Oswaldo Payá, Ofelia –su mujer- y sus encantadores hijos. La cita con las Damas de Blanco ya se había concertado para el siguiente día y una rueda de prensa matutina en el hotel constituían nuestra agenda del último día de nuestra estancia en la isla. Citas, kilómetros, calor… iban arrojando sobre nosotros paladas de cansancio, así que Rosa nos proponía:
- ¿Qué os parece si le decimos al taxista que nos vuelva a recoger a las 11 y media?
Nos parecía bien, así que esa fue la decisión y el taxista estuvo conforme.
La casa de los Payá despedía el cálido ambiente de la amistad. Viejos conocidos ya, las palabras brotaban con naturalidad y los comentarios ya eran de todos. No sólo de Oswaldo o de una Ofelia que –ingeniero de caminos- opinaba brevemente: sus hijos –ella especialmente, una joven encantadora- intervenían junto con nosotros en un diálogo tan español como el que se habría producido en Madrid, por ejemplo.
Le pregunté a Oswaldo sobre su opinión acerca del preso Guillermo Fariñas, en huelga de hambre desde hacía 80 (?) días y del que Dagoberto Valdés nos acababa de contar que se encontraba al borde de la muerte. Payá tiene un gesto de humanidad que es notable, aunque todo resulta tan admirable en esa persona que las calificaciones resultan siempre insuficientes. Nos dice que él es amigo de Fariñas, que se ha tomado cervezas con él en esa misma casa donde nos encontramos ahora y que le ha pedido que deje la huelga. Hay una extraña actitud por parte de otra gente –se refiere a “los de Miami”- que esperan la muerte de Fariñas y tienen organizados ya los actos de repulsa. Otra vez, el profundo abismo que separa a esos dos mundos: los de dentro y los de fuera. Y yo recuerdo aquellas proclamas que oíamos en casa de mis padres cuando conectábamos “Radio París”, en su programa en español, y que hacía el PSOE en el exilio llamando prácticamente a la revolución contra un régimen muerto. Esas palabras sonaban con la estridencia que tienen los objetos metálicos que chocan entre sí; eran extemporáneas, irreales, vanas. Y es que el exilio produce un extremismo que no se corresponde con la vida cotidiana de la gente, porque la distancia ha construido un mundo tan diferente el uno del otro que se dirían irreconciliables. El régimen de Franco murió con él en la cama, y nadie estaba antes de eso para organizar la revolución. ¿Quién sabe cómo se hará todo en Cuba? Pero nuestros amigos de la isla piensan más en la transición que en la revuelta.
Y esta noche que es mágica en tantos sentidos auténticos de la palabra, es la noche de la humanidad. De ese joven Payá a quien le pasó una bicicleta enemiga por encima de la cabeza y le dejaba sin sentido, ese chico que enseguida deberá afrontar el servicio militar, lejos ya del protector amparo de la casa paterna; de esa joven que sólo recibía la visa para salir de Cuba el mismo día en que despegaba su avión. Era la noche de la verdad de las cosas, la noche tibia en que las flores entreabiertas sólo en la tarde de nuestra llegada desplegaban al aire toda la belleza de la cercanía que reside en el afecto.
El aperitivo se hizo largo entre cubas libres y palabras compartidas. Sólo a las 11 y 10 pasábamos a la cocina, donde una suculenta cena típica nos esperaba. Pensábamos en el taxi, pero no vino. Y ya pasaban de las 12 cuando lo pedíamos al hotel. Pero este tampoco llegaba, de modo que los Payá nos volvían a alojar en su camioneta para acercarnos a nuestra casa. Felizmente para ellos el vehículo público hacía retumbar sus faros en la noche cerrada.
Muy pocas veces en mi vida he querido más que en esta que el adiós sea de verdad un hasta luego.

lunes, 24 de mayo de 2010

Encuentros cubanos (8)

Reemprendemos el regreso a La Habana. Esta vez las curvas que nos llevaron a Viñales han desaparecido de forma mágica y en su lugar por delante de nosotros aparece la autovía.
Sólo ha transcurrido una media hora de recorrido cuando un policía desde la carretera ordena a nuestro conductor que se detenga. Después de hablar un momento con el agente, el taxista nos pregunta:
- ¿Llevan ustedes los pasaportes?
Contestamos afirmativamente y se los damos. El policía, que está uniformado de negro, desaparece en una garita con ellos.
Hay treinta infinitos minutos de duda en la larga espera: ¿Se tratará de un control fortuito? ¿Los sabuesos del servicio de inteligencia habrán pasado el aviso y estos pretenden hacernos una “recomendación”? En todo caso el trámite es largo –todas las burocracias de los regímenes totalitarios resultan lentas y desesperantes- y una acción directamente represiva exigiría una acción más expeditiva. Pero –estoy seguro- ninguno de nosotros, a pesar del discreto silencio que producimos, sabe muy bien lo que va a pasar.
- En todo caso –me dice Rosa antes de salir del taxi a estirar las piernas y respirar una bocanada de aire, el conductor ha desconectado el motor y con él el sistema de refrigeración-, tú no te pongas en huelga de hambre.
- No te preocupes –contesto.
Transcurridos esos largos treinta minutos el agente nos devuelve nuestra documentación y nos pide disculpas por las molestias. Asunto concluido.
Pero ahora hemos incurrido en un segundo retraso. Al error de Viñales, que nos ha costado hora y media, se le añade el tiempo de la detención. Así que llamo a Oswaldo Payá para que nos espere hasta las 9,30. Cenamos en su casa y nos citaba a partir de las 6. Sólo queremos tomar una ducha y cambiarnos de ropa.
El disidente cubano corta la comunicación de mi llamada. Insisto. La voz de Payá suena ahora distante y grave. Recibe mi información y asiente. Luego me pone un mensaje:

“La noche es joven a las 9,30 y vosotros sois nuestros amigos y les esperamos hasta que ‘jeguen’ (sic). Vengan sin cenar. Abrazos. Ofelia y Oswaldo”.

viernes, 21 de mayo de 2010

Encuentros cubanos (7)

Para acceder a la casa donde nos reciben hay que subir una escalera exterior. En ella se encuentra el ayudante de Dagoberto, Toledo, y su mujer. Nos reunimos formando un círculo en un amplio “hall” de fresco suelo de baldosas. Se conectan los ventiladores, sólo así el calor es soportable. Para trabajar, Dagoberto dispone de aire acondicionado en su despacho-habitación. Debe existir siempre un espacio para respirar en ese ambiente incandescente que es la isla en los meses centrales que transcurren desde la primavera al otoño.
Los sonidos de la calle ahoga nuestras voces. Hay ruido a camiones destartalados que tropiezan en baches que quizás sean tan antiguos como la “revolución” o esos coches de motores cien veces reparados y que amenazan con quedar definitivamente parados sus motores exhaustos después de rodar cientos de miles de kilómetros en ese museo del coche de los años ’50 en que se han convertido muchas de las calles de Cuba.
Valdés se refiere a la costumbre española que consiste en no explicar quién va a acudir a tu casa hasta que se presenta la visita.
- Reynaldo me ha dicho que ustedes son muy importantes. Pero todo el mundo que recibimos es muy importante para nosotros –declara.
- Rosa nos va presentando. Concluye diciendo:
- - Yo soy Rosa Díez.
Dagoberto Valdés sonríe. No sabe si alguno de esos vehículos cercanos al fenecimiento ha velado las palabras de nuestra portavoz.
- Perdona, ¿quién dices que eres? –pregunta avanzando su cuerpo hacia su interlocutora.
- Rosa Díez –repite ella.
Y ahora Dagoberto parece como si saliera de un extraño ensimismamiento. Casi se incorpora para saludarla de nuevo.
- ¡Rosa Díez! –exclama-. ¡Si me hubieran preguntado a qué líder político español me hubiera gustado conocer habría dicho inmediatamente: Rosa Díez! ¡Y estás en mi casa!
Celebramos la franca sorpresa de Valdés. Y la conversación prosigue en los mismos términos que las otras. Hay un largo rosario de soledad, abandono, de tristeza ante la actitud de esa España oficial, gubernamental, zapaterista… respecto de sus problemas.
- Moratinos no es el responsable de esa política –asegura Rosa-: Él hará siempre lo que le diga su presidente.
Valdés gestiona un movimiento civil en Pinar del Río que organiza tertulias similares a los “cine-forums” de nuestra juventud. El motivo de los últimos es el análisis de la historia de nuestra transición política, en la voz de Victoria Prego. Rosa nos habla de la periodista y de su actual estado de salud. Los CDs se los ha proporcionado la Fundación Hispano-Cubana.
- ¿No se podrían quedar a la tertulia de esta tarde? –nos pide, más que nos pregunta Valdés. Pero ese minutado riguroso que tiene nuestra estancia en la isla nos lo impide: esa noche estamos invitados a cenar en la casa de Oswaldo Payá.
Nos ofrecen refrescos y bocadillos y la conversación se demora en el tiempo que parece detenido en esa calurosa tarde del interior cubano. Antonio Salvador comprueba que ha llegado la hora de la cita con el taxista. Así que nos hacemos la foto de rigor y luego Rosa empieza a dedicar uno de los libros que ha traído de España Antonio Salvador, de Fernando Savater, quizás.
Dagoberto quiere decirme algo:
- Usted también es conocido aquí –señala ante mi sorpresa-. Debe tener algo que ver con el político don Antonio Maura…
Se lo confirmo y él me recuerda –segunda sorpresa- el abortado intento de Estatuto de Autonomía para Cuba que redactó mi bisabuelo cuando fuera Ministro de Ultramar antes de la pérdida de las últimas colonias.
- Fue un error de los políticos de aquel tiempo –me confía Valdés, que quiere conocer más cosas de aquel proyecto. Yo le prometo interesarme por el asunto a través de la Fundación Antonio Maura en la persona de mi sobrino-amigo Alfonso Pérez-Maura.
- Cuando murió Maura, en el año ’25, el Parlamento cubano guardaría un minuto de silencio en su memoria –le digo.
Lee Dagoberto Valdés en voz alta la dedicatoria de Rosa, en la que termina afirmando que la lucha por la libertad es un compromiso de la actual generación, para que nuestros hijos no tengan que vivir algo parecido. A medida que va pronunciando las palabras, Dagoberto se emociona. Las últimas quedan entrecortadas y vacilantes. Para disimular su llanto, Valdés se abraza a Rosa.
Nos agradece la visita. Nunca sabré si damos más de lo que recibimos, pienso entonces. ¡Pero es que estamos recibiendo tanto!
Y Dagoberto nos acompaña hacia el taxi, el espíritu limpio del hombre que subsiste gracias a la solidaridad, porque el régimen ha puesto su vida en estado de sitio, despojándole de todo recurso económico.
En efecto, es buena gente. Muy buena gente.

jueves, 20 de mayo de 2010

Encuentros cubanos (6)

Elizardo Sánchez nos despide en la puerta de su casa y nos señala la dirección de un bar cercano. Aún no ha llegado el taxi y nos vamos hacia el establecimiento. En realidad damos un paseo, charlamos, mientras Rosa habla por teléfono. Regresamos a la puerta de la casa del disidente cubano. Ahí aparca el taxi. Su conductor nos confirma que no ha conseguido reparar la avería y el vehículo es un horno. Volvemos al hotel, donde Antonio Salvador negocia de nuevo –la tercera- un transporte para Viñales.
- Prepárense para las curvas del final –nos amenaza el nuevo taxista, que es un tipo agradable.
Sabemos por nuestro conductor que los taxistas reciben un sueldo fijo y que subsisten a través de las trampas que pueden hacer en recorridos cortos con turistas. Este viaje no le reportará beneficio alguno, asegura.
Una vez que abandonamos la autovía –aceptable, aunque jalonada de algún que otro bache- enfilamos los puertos que nos llevan a Viñales. Las revueltas me recuerdan a la tortuosa carretera que me conduce a mi querido pueblo navarro de Burguete. Hay un coche de los años 50 que expulsa un humo más negro que la conciencia de los Castro –si la tuvieran-. Antonio le saca una foto. El taxista lo sortea.
Son ya las 3 de la tarde –hora de la cita- cuando llegamos a Viñales. Pero no advertimos ninguna estación de autobuses y paramos junto a una gasolinera. Antonio llama a Dagoberto Valdés.
- Habíamos quedado en Pinar del Río –declara Salvador en voz baja, consciente del fiasco.
Volvemos a la carretera de las curvas y retomamos el camino correcto. Pinar del Río nos recibe a las 4 y media y la estación de autobuses está junto a la cárcel -¿o simplemente se le parece?-. En esta isla cerrada, las alambradas siempre están presentes, no importa tanto que sean interiores o exteriores.
Dagoberto Valdés se nos presenta en un espacio de sombra que buscamos para respirar. Fuera del aire acondicionado el calor es extraordinario. El líder civil es un hombre ancho –que no gordo- y afable. Durante su recorrido a pie hasta la casa la gente le para, le saluda, cariñosamente. Un hombre le propone acercarle en coche a alguna parte.
- Es un catedrático jubilado –nos explica Valdés-. Como no le llega con la pensión se las arregla con su viejo coche.
Y Rosa, que camina junto a Dagoberto, me susurra al oído:
- Parece un buen tío.
Y lo es.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Encuentros cubanos (5)

La mañana del martes decido desayunar más fuerte de lo habitual. En mis platos caben los huevos fritos que preparan al momento, “croissants”, ensalada de frutas y dos o tres tazas de café. Estamos citados a comer en Viñales con Dagoberto Valdés y no sé muy bien lo que la cosa dará de sí.
La hora del encuentro con el resto del grupo es a las 10 de la mañana en el “hall” del hotel y desde allí nos dirigimos a los taxis que están aparcados en la puerta. Pero no aparece el taxista con el que Antonio Salvador había negociado ese viaje, de modo que es preciso reemprender el trato con otro chófer.
La primera gestión del día es la de todo buen turista que viaja a Cuba: comprar unos puros. El nuevo taxista nos recomienda una tienda diferente de la que teníamos prevista y hacia ella vamos.
Confiados como estamos, hablamos con toda tranquilidad de las cosas y Mayka nos lee los correos que recibe en su móvil acerca de los comentarios que la prensa va publicando sobre nuestra estancia.
A la llegada a la tienda, el conductor nos pregunta:
- ¿Son ustedes enemigos de Fidel? Porque si es así yo tengo que saberlo.
La pregunta nos deja sin respuesta. En ese régimen donde el Estado es propietario de los vehículos que transportan a los clientes, no es extraño que sus chóferes sean miembros del Partido Comunista o al menos informadores del mismo. Habrá que tener cuidado.
Hacemos la compra y regresamos al vehículo. La próxima cita se llama Elizardo Sánchez, el defensor de los derechos humanos que grabó la intervención que fuera reproducida en el Congreso de UPyD de Noviembre.
La mano del conductor se sitúa sobre la salida de ventilación mientras que en el coche progresa la sensación de calor. Un momento después llega la confirmación.
- No funciona el aire –declara el taxista.
Así no se puede hacer un viaje de unas dos horas, de modo que se compromete a intentar arreglar la (¿avería?) o a dejarnos en el hotel para negociar de nuevo –la tercera- el transporte.
La casa de Elizardo se sitúa en un bonito barrio de las afueras de La Habana. Una valla separa la calle de la casa, a la que se accede a través de un modesto jardín.
Elizardo Sánchez es un tipo robusto, de estatura intermedia, madura edad y que luce una barba entrecana. Entramos en una sala que se podría definir como “multi-usos” –hay en ella hasta una nevera-, pero nos introduce enseguida en su despacho donde un refrescante y sonoro aire acondicionado hace más grato el ambiente. “De mayo a octubre no se puede trabajar de otra manera”, nos dice.
Elizardo empieza por asombrarse ante nuestra entrada en la isla. “Tengan ustedes por seguro que saben de su presencia aquí desde el minuto primero”, advierte.
Sobre su pared hay dos mapas de Cuba. A la derecha de donde nos sentamos –frente a nuestro interlocutor- se representa la situación carcelaria en la isla antes de la “revolución”: apenas hay cárceles. A su izquierda está representada la actualidad de los presidios en Cuba: tiene más agujeros que un queso de gruyère, 400 establecimientos penitenciarios.
“Un uno por ciento de la población está preso. Y doscientos de ellos lo son de conciencia”, asegura.
Viejo militante comunista, ahora disidente defensor de los derechos humanos Elizardo Sánchez nos habla de la penuria económica que se vive en Cuba: “¿Saben por qué motivo vino Juan Pablo II aquí?: para conocer de primera mano el milagro de cómo los cubanos pueden llegar a final de mes”, se contesta a sí mismo, en tanto que todos celebramos su chiste.
Encima de su mesa de trabajo advertimos unas fotocopias del diario “El País” de Madrid. “Me las hacen llegar desde la embajada de Noruega”, dice. De la embajada española tampoco tiene noticia este disidente cubano que nos habla de la necesidad que tienen de cualquier libro, periódico, revista que no haga propaganda del régimen. Leen con avidez periódicos españoles de fechas atrás y Rosa siente no haber podido llevarle algún libro, alguna prensa desde España. Surge entonces la posibilidad de poner en marcha una campaña por la cual los turistas españoles que quieran apoyar la causa de la libertad de Cuba lleven en su equipaje paquetes de libros con destino a estos combatientes por la democracia.
También Elizardo Sánchez advierte que hay una sensación de cambio de tiempo, que el régimen no da más de sí. Hombre irónico, vuelve sobre esa especie que quienes conocimos el franquismo también padecimos: “No, no creo que Fidel sea inmortal”, asegura. Claro que nuestro compañero de partido y de grupo de trabajo, el profesor Rafael Calduch, me habla a nuestro regreso de una antigua pariente del mismo origen y que fallecía a los… ¡108 años! Y que sólo perdería la cabeza unos tres meses antes.
Previamente a la foto de rigor, Elizardo me pide una tarjeta de visita: “Le molestaré –dice- con peticiones para que las publiquen en su página web”. Y hay un reconocimiento de gratitud ante nuestra visita que emociona. Nosotros, que venimos aquí a expresar nuestra admiración y nuestro apoyo, y a escuchar en sus palabras la expresión de sus problemas, vamos siendo conscientes de la importancia que tiene para ellos, personas políticamente aisladas y marginadas, desconectadas muchas veces de la relación con sus semejantes, la visita de otros, la sola presencia que les conforta y les llena de ánimo, porque un día ellos también vivirán en libertad y podrán construir la democracia.

lunes, 17 de mayo de 2010

Encuentros cubanos (4)

Nuestra próxima cita se llama Yoani Sánchez, la “bloggera” a quien precede una enorme fama. Premio Ortega y Gasset, no la dejaron salir de la isla para recibirlo, Yoani pertenece a una nueva generación de disidentes cubanos. Y como les ocurre a muchoss jóvenes, su sentido de la heterodoxia les granjea una cierta desconfianza por parte de algunos de los mayores. Confieso que es la persona que me producía mayor curiosidad respecto de las que podría conocer a lo largo de este viaje en que las piezas van encanjando con la máxima regularidad.
El taxista pregunta si la dirección que le damos corresponde a un edificio de la televisión oficial. Se trata de una masa de cemento marronáceo, de construcción que sigue los parámetros de los arquitectos soviéticos, una casa-hormiguero, con múltiples apartamentos y una decena y media de pisos. Rosa se extraña ante la referencia del taxista, y no sea que se trate de una encerrona pide que se le llame a Yoani. Esta contesta que estamos bien ubicados y que nos está esperando “el rubio Reinaldo”.
Se llama Reinaldo, en efecto, y se apellida Escobar, y es la pareja de la “bloggera”, pero su moreno es tal que nos hace sonreír la ocurrencia de la mujer que vamos a conocer.
Se forma una extraña cola junto al ascensor compuesta por una decena de personas. El edificio tiene dos elevadores, pero uno está en revisión. “No, no está estropeado –matiza Reinaldo-. Está en mantenimiento”. Y nos dice que él podría arreglar un asecensor, pero que no se quiere meter en asuntos que luego le podrían costar caros. En esta Cuba del ingenio –y no del azucarero solamente- todo el mundo opera en ese extraño mundo que se sitúa entre lo prohibido y lo que no se controla a nivel oficial, y no porque no lo quieran sino simplemente porque no son capaces de vigilarlo todo.
Subimos al final y todavía debemos ascender –esta vez a pie- un piso. Al final de la escalera está el apartamento de Yoani, que fuera ocupado por un periodista de la televisión, aunque después de varios cambios de titular pasaría a manos de la pareja. Corretea por la casa un perro que nos olisquea antes de descansar: le debemos parecer buena gente. Las vistas desde el décimotercer piso son excelentes y la pareja ha reorganizado su breve espacio haciéndolo más habitable y acogedor.
Nos sentamos junto a una mesa que se sitúa en el “hall”-salón-comedor, donde Yoani nos sirve su prometido café, que contrasta de modo poderoso con el “agua-chirri” a que esta mañana nos ha sometido el hotel en el que nos hospedamos.
Yoani empieza a explicarnos su opinión acerca de la situación política cubana. Para ella, el régimen de los Castro no tiene nada nuevo que ofrecer a la población. El sistema económico está profundamente deteriorado y nadie espera que las cosas cambien a mejor. Sólo les queda la represión porque no “venden” más que falta de esperanza y de perspectivas.
En este contexto, ella cree vivamente en la importancia de las nuevas tecnologías, que las autoridades cubanas no podrán controlar en el medio plazo. Es verdad que tienen sometido Internet a su acecho, que dificultan los correos electrónicos… pero la utilidad de los móviles es evidente y estos se han convertido en un instrumento de lucha.
Nos cuenta de las dificultades para emitir sus comentarios en su “blog”, de cómo le impedían el acceso a un hotel donde podía conectarse a la red y de cómo lo hizo tocada con una estridente peluca de la que se desprendía una vez dentro del establecimiento. (A propósito, Yoani tiene una larga cabellera negra que convierte en trenza con habilidad antes de liberarla de nuevo en diversas ocasiones a lo largo de la entrevista).
Ella no pertenece a ningún partido. Cree que de esa manera puede mantener su independencia. La capacidad de escribir lo que le parezca oportuno en sus comentarios. Pero su compromiso con la democracia es inequívoco. Nos cuenta la forma en que consiguió el testimonio de la madre de Zapata o la increíble historla de la grabación de 17 minutos de su detención, cuando pasaba por la calle a firmar en el libro de condolencias por el fallecido. Yoani dejó su móvil en posición de grabado y obtuvo ese documento que seguramente algún día podamos colgar en la página web de UPyD: es realmente impresionante.
La independencia personal que proporciona el “blog” llevó a ese piso décimotercero de esa casa-colmena en la Habana a un personaje querido de la escena periodística vasca que es Santiago González. Rosa refería la historia de ese personaje que prefirió también evitar intromisiones en su “blog”.
Se quejan –Yoani y Reinaldo- de esa metonimia que sugiere que “Cuba ha sido condenada por la violación de los derechos humanos”, por ejemplo. Y es que ellos son también Cuba, pero no son el régimen. Es importante no caer en la tentación de ese “secuestro gramatical” que nos sugieren nuestros interlocutores.
Nos conto Yoani que habían puesto en marcha una academia para las nuevas tecnologías, que en ella estudiaban conceptos jurídicos, de historia y de cultura, además de las técnicas correspondientes.
Esta mujer que es el “crack” de la nueva generación, rebelde y rupturista con los viejos modos de hacer política, de disentir, de apostar por la democracia desde parámetros diferentes a los convencionales; que tiene la osadía de comunicarse con el Presidente Obama y que recibe el testimonio de la respuesta redactada por el mismo Presidente de los Estados Unidos y que se pone al mundo –especialmente al de los Castro- por montera, tiene un rincón para su “ego” personal donde nos hacemos una foto. Y nos anuncia que “tenemos que ver a otro presidenciable, Dagoberto Valdés”. Convenimos en hacerlo mañana mismo, después de visitar a Elizardo Sánchez.
Piden un taxi para que nos acerque al hotel. Y en esta mujer aliada con lo nuevo, el sistema de comunicación con su pareja, que ha recibido al conductor en la calle, se hace a voz en grito desde la terraza de su apartamento. Paradojas de la vida…
Con la cena de esa noche podemos tomar un par de riquísimos “daiquiris” antes de retirarnos –unos- al hotel, y en tanto que –otros- seguían disfrutando de la noche cubana… por poco tiempo, que el siguiente día nos esperaba con todas sus nuevas e importantes expectativas.

jueves, 13 de mayo de 2010

Encuentros cubanos (3)

Esa mañana, apenas el reloj anuncia que han dado las siete mi organismo renuncia al sueño. Hemos quedado a las 10, pero no puedo dormir por más tiempo.
Son las siete y media cuando bajo a la enorme sala del “buffet” para desayunar. Antonio Salvador me hace una señal desde un extremo.
Hay una gran abundancia de cosas, dispuestas en una larga serie de mesas circulares. El desayuno es opíparo. El día de ayer ha sido muy largo y el de hoy promete un desarrollo interesante también.
Descanso un rato y bajo otra vez al “lobby”. Ahí está Rosa Díez. Salimos hacia la bellísima piscina del hotel –“la mejor de La Habana”, según nos dirá su director días después-. Rosa llama al embajador de España y le habla, correcta aunque firme. El máximo representante de la legación diplomática española en la isla nos ha invitado a almorzar o a cenar.
- No creo que nos sea posible –le dice-. Tenemos una agenda muy apretada.
“En realidad sólo era para advertirle de nuestra presencia”, nos dirá ella.
Salimos en taxi hacia La Habana Vieja. Ese lunes las calles del centro histórico de la capital de Cuba constituyen un hervidero de personas.
Alineados ordenadamente junto a los asientos del parque que atravesamos, unos carritos de limpieza y las señoras que los atienden, más dispuestas a la conversación que a su tarea.
- El gobierno hace como que les paga y ellas hacen como que trabajan –dice Rosa.
Se suceden las llamadas desde España. A las de Carlos Martínez Gorriarán y Fran Jerez de ayer se suman otras durante la mañana: Carlos Herrera, por ejemplo, que asegura una entrevista con Rosa a nuestro regreso. Yo hablo con nuestro compañero de partido y del grupo de trabajo internacional Carlos Rey, con la cubana Elena Larrínaga y con un periodista de “ABC”. Los dos primeros se muestran encantados de que hayamos conseguido entrar, el tercero asegura:
- Veremos el tiempo que os van a dejar estar allí.
El calor es implacable y buscamos las zonas de sombra. Recorremos las calles donde alguna señora nos pide bolígrafos, suenan –muy bien, por cierto- las improvisadas orquestas callejeras, observamos los deteriorados y espectaculares edificios de la vieja ciudad –algunos en reconsrucción- y nos ofrecen todo tipo de productos. Entre ellos, el periódico “Gramma” que Antonio Salvador adquiere por un motivo que no se me alcanza. No le prestamos atención a sus páginas, pero en ellas se anuncia la presencia en la isla del secretario general del Partido Comunista de España, José Luis Centella, que se encuentra en Cuba con motivo de la celebración de los actos conmemorativos del primero de mayo: el responsable político no hablará con representantes de la disidencia, prefiere dedicar toda su atención a las autoridades cubanas.
No encontramos ningún local con aire acondicionado, así que nos refugiamos del calor en un establecimiento que dispone de mesitas situadas en los balcones. La orquesta del bar ameniza nuestros “mojitos” –“sin” para Rosa y Mayka, con alcohol para Antonio y para mí-. Un dibujante de caricaturas sorprende un gesto de mi persona y me la ofrece. Salvador insiste que “a mí no”, razón de más para que esa sea la frase que encabeza la suya.
Un paseo adicional y “La bodeguita de enmedio” está repleta. A pesar de su copioso desayuno –he visto “beans” en su plato repleto de esta mañana- Antonio Salvador sugiere que nos vayamos a comer. Hemos reservado a las dos, pero nos encaminamos hacia allá.
El restaurante dispone de aire acondicionado. Se trata de un establecimiento regido por un cocinero español que Carlos Herrera le ha recomendado a Rosa. Ensalada y atún –espectacular, este último-. Tomamos café y una macedonia de frutas en la terraza exterior. Mayka comprueba los correos que se van sucediendo y nos los comenta.
Aún disponemos de un rato de descanso en el hotel antes de dirigirnos a nuestra siguiente cita. Un destartalado Lada de producción soviética, cuya puerta trasera izquierda no se abre –nos ocurrirá varias veces con ese tipo de coches- y que suena a hoja de lata cuando se cierra, nos conduce a nuestra residencia para esos días.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Encuentros cubanos (2)

Después de cambiar dinero -los "pesos convertibles" han sustituido a las divisas internacionales- tomamos un taxi.
Ese domingo por la tarde, la carretera aparece limpia y relativamente cuidada. La temperatura exterior supera los 30º y la humedad va generando en nuestros organismos una cobertura pegajosa de sudor que sólo se desprenderá de nosotros en los locales que disponen de aire acondicionado.
El hotel Melia Habana nos recibe con su colosalismo de siempre. Nada ha cambiado, salvo algún rasgo de deterioro en las numeraciones de las puertas de las habitaciones. La sola ausencia de reformas nos advierte que también el turismo está aquí en baja forma.
Hay un mensaje de bienvenida de Oswaldo Payá en mi móvil. Dice:
“Bienvenidos Rosa, Fernando y Antonio. Nuestra casa es vuestra casa. Dejen equipaje en el hotel y vengan a casa esta noche. ¡Qué alegría hermanos tenerles con nosotros! (Luego daba la dirección y firmaba:) Oswaldo y Ofelia”.
. Dudamos de si pedirle que se desplazara al hotel, pero después de hablar con él me dice que prefiere que tengamos una "conversación tranquila" en su casa. Me temo que la plática resulte interminable, pero vamos hacia allá.
Los aledaños de la residencia del portavoz del "Proyecto Varela" están sembrados de grupos de niños y jóvenes que se retiran despreocupadamente cuando nuestro taxi les sortea.
Después de algún titubeo llegamos a la casa. Payá nos recibe en camisa de cuadros de manga corta y pantalones marrones. Su aire de familia es inconfundible: fuerte, algo grueso –se tapa la barriga cuando llega el momento de la foto- y reposado.
El salón de su casa se confunde con el "hall" de entrada. Suelo de baldosas. Alguien conecta un ventilador y el pesado aire de la noche se mueve.
Nos sirven un refresco y tomamos asiento. Junto a Ofelia y Oswaldo van apareciendo sus hijos que seguirán discretamente la conversación y... un perro que Rosa nos dirá que está tuerto.
Oswaldo Payá se sienta en una mecedora y conversa con ceremonia de santón de la disidencia cubana. Sus frases son largas y sus reflexiones constituyen todo un tratado de la experiencia humana de una persona que lleva más de cuatro décadas luchando por la libertad de Cuba.
Recuerda su primer encuentro con Rosa, que tuvo lugar en la ocasión de la entrega del premio Sajarov. Después describe la situación que se vive en la isla. Algo parece flotar en el ambiente: la sensación del cambio. La enfermedad de Fidel, la ausencia de legitimidad y carisma de Raúl, una economía que ya no garantiza ni siquiera lo imprescindible... Y en medio de todo esto el ominoso crimen de Orlando Zapata.
Es un caso paradigmático el de Zapata. Un "negro" -los negros no tienen derecho a la disidencia, porque la revolución los hizo personas, nos dirá Payá que es la reflexión xenófoba del régimen-. Zapata era un activista y por eso fue detenido, preso y torturado. Su huelga de hambre era sólo una expresión de su dignidad personal antes de la extenuación final.
Zapata era un dinamizador del Proyecto Varela. Una iniciativa que trató de explotar las contradicciones del sistema, pretendiendo la convocatoria de un referendum dentro del marco legal que condujera al país a un régimen de libertades. Consiguieron unas 20.000 firmas, hecho insólito en un país totalitario.
El movimiento no se ha convertido aún en partido, pero su portavoz es una de las personas más emblemáticas de la disidencia cubana. Premio Sajarov del Parlamento Europeo 2002 y nominado para el Nobel de la Paz de este mismo año -"cuando te señalan te protegen", dirá Rosa Díez recordando una afortunada frase de otra premiada- Oswaldo Payá se encuentra confrontado a dos líneas opositoras que se retroalimentan mutuamente: el régimen de los Castro y los de Miami. Y ellos creen que es posible una tercera vía que pueda integrar a todos los cubanos, un camino de reconciliación y que analiza la transición española como modelo a seguir. Los cubanos no quieren que se caiga lo que ya tienen: la educación, la sanidad... No quieren perder sus casas. Y sabe que, cuando se ponga en marcha el camino hacia la democracia serán muchos los que se apunten a él, incluso desde los aledaños del régimen. ¿Estaremos preparados?, se pregunta -nos pregunta Payá-. "No os preocupéis -asegura Rosa-. En España nos pasó lo mismo. Ni siquiera sabíamos votar. Pero había un acuerdo muy profundo de construir la democracia. Cuando llegue el momento sabréis cómo hacerlo".
Las palabras de Rosa producen un efecto balsámico en nuestro interlocutor. Y es que están solos, sus conversaciones telefónicas controladas, el acceso a sus correos electrónicos limitado cuando no prohibido. Esa cárcel en que los Castro han convertido la isla les hace intuir -como en la caverna de Platón- que las sombras tienen la forma real de monstruos espantosos. Pero, con serlo, con la práctica que los verdugos hacen de la crueldad, de la delación, del chantaje, del terror... saben que, a pesar de todo, pueden caer lo mismo que se desmorona un castillo de naipes.
Pero el camino es difícil en esa monarquía social-fascista que pasa de Castro a Castro sin solución de continuidad. A muy pocos metros de la casa de Oswaldo Payá unos acólitos del régimen pusieron un cartel que decía:
"En la ciudad sitiada la disidencia es un crimen".
Sólo quince días después colocaron debajo de la frase el nombre de su autor: San Ignacio de Loyola.
Orquestadas y jaleadas por el régimen, las manifestaciones se han sucedido a la puerta de su casa, pero los Payá resisten. Y Rosa dice la cita de Albert Camus, que la acompañó a lo largo de los años de hierro y lágrimas en nuestro País Vasco natal y que repetirá a lo largo de nuestra estancia en la isla: "De los resistentes será la victoria".
"¿Y de la embajada de España que hay?", preguntamos. Oswaldo Payá puede decirnos algo de Carlos Alonso Zaldivar, pero nada sobre el actual embajador. España, el país hermano, no está ni se le espera en esta isla aislada, cerrada y triste de los cubanos que luchan por su libertad.
Son ya las doce de la noche cuando la furgoneta de Oswaldo nos acerca al hotel recorriendo las desiertas calles de la Habana húmeda, calurosa y somnolienta. Hay un olor a gasolina de pésima combustión que se cuela en el recinto de ese coche.
Cuando apago la luz de mi habitación en España son las seis y media de la mañana.

martes, 11 de mayo de 2010

Encuentros cubanos (1)

De camino a la terminal 1 del aeropuerto de Barajas, Victoria me preguntaba:
- ¿Tienes miedo?
- No -contesté-. Pero no sé muy bien qué va a pasar.
Se trataba de un viaje complicado. Rosa se había comprometido a visitar el Sahara y Cuba a lo largo del primer semestre de este mismo año. Eran dos países -solamente reconocido por un reducido grupo de naciones, el primero- en los que España tiene contraidas responsabilidades históricas y su capacidad de influencia sobre terceros podría resultar decisiva.
Del primero de los viajes ya he dado cuenta en estas páginas. El segundo comienza su relato ahora mismo.
La duda resultaba algo así como metódica. ¿Qué hacer? ¿Dar un carácter oficial al viaje, advirtiendo de nuestras intenciones de visitar a la disidencia cubana tanto a las autoridades españolas como a las cubanas o colarnos sin avisar?
Nuestros amigos cubanos exiliados en Madrid nos recomendaron que informáramos previamente de nuestras intenciones. ¿Quién sabe? A lo mejor podíamos pasar. Y se lo dije a Rosa. En un primer momento ella resolvía dar cuenta al Ministerio de Exteriores español de nuestras intenciones.
Pero días después cambiaba de opinión. No diríamos nada. Quizás de esa manera podríamos pasar desapercibidos.
La fijación de la agenda era otro asunto de no menor importancia. Los teléfonos y los correos electrónicos de nuestros contactos están sometidos a permanente vigilancia. ¿Estableceríamos desde Madrid horarios y visitas? También nos recomendaban hacerlo así, siquiera de manera vaga. Pero tampoco atendimos ese consejo. Prisioneros en su isla, los disidentes no podían sallir de ella. Y cualquiera de nuestras llamadas podía poner sobre aviso al régimen opresor.
De modo que cuando nos íbamos reuniendo ante el mostrador de facturación de Air Europa, la delegación encabezada por Rosa y compuesta por Mayka Paniagua, Antonio Salvador y yo mismo, nos encontrábamos ante el viaje más conscientemente desorganizado de nuestras vidas. Eso sí, desenganchados del paquete turístico a última hora, disponíamos de nuestras tarjetas de embarque.
Ramón me decía la tarde anterior que Rosa tenía la intención de facturar. Pero a su llegada al aeropuerto nos diría lo contrario:
- Quiero mantener bajo control mi equipaje por lo que pueda pasar -declaró.
Fue entonces cuando pensé que ella abrigaba serias dudas respecto de su admisión en la isla. En todo caso, si la embarcaban en un avión de vuelta, la consigna era que continuáramos con la agenda el resto.
Las 10 largas horas de vuelo pasarían para mí entre lecturas varias. Mayka se decía confrontada a los espacios cerrados y apenas disfrutaría del viaje. Para Rosa fue el precio de la fama: un viajero la reconocía y entraba en una larga conversación con ella, luego aparecía su hija. Yo pensaba entonces en el incidente del Primer Ministro Brown con una electora recalcitrante. Pero Rosa mantiene la sangre fría. Cuando ha cumplido -más que con creces- con el protocolo y la educación emprende un paseo por el pasillo. A su regreso nos cuenta que la ha abordado un presunto disidente cubano, pero que ella no se fiaba.
A la llegada al aeropuerto José Martí, recojo mi equipaje que he debido colocar a una decena de asientos detrás de mi butaca. Frente al control de entrada al país Antonio Salvador me hace una señal. Me acerco al grupo. Rosa está ya con la funcionaria. Nada raro. Al poco suenan los muelles que aprieta la militar cubana para confirmar el sello de entrada en el país. Rosa pasa. Y Mayka. Y Antonio. Sólo te piden que mires a la cámara. Te hacen una foto y te ponen la estampilla. Ha resultado muy sencillo.

lunes, 10 de mayo de 2010

¿Está escrito? (y 16)

Jueves, 4

Me despierta el móvil. Creo que es el despertador y lo paro. Consulto el reloj. Son las 8,40 y resulta que tenía previsto levantarme a las 9. No era el despertador, por lo tanto. Estoy aturdido –estaba profudamente dormido-. Suena el móvil de nuevo. Contesto.
Se trata de Cristina Argüelles, del Consulado de España. Resulta que le está llamando el comisario de policía en el aeropuerto de Argel y le dice que Jesús Prieto no ha preguntado por él ni ha reclamado la cámara.
Tengo un mal presentimiento: ¿Será que se ha perdido en Argel o en el aeropuerto? Y dudo entonces si fue una buena decisión la de dividir el grupo. Después de todo, nuestros vuelos salían en horarios distintos y eso nos permitía alguna hora adicional de sueño a los que volábamos sobre las 2 de la tarde.
No tengo el móvil de Jesús. Así que llamo a Carlos, que se despierta supongo que recordando a toda mi familia por entero. Me dice finalmente que intentará localizar a Jesús.
Así lo hace y me llama. Al parecer el contacto se ha producido ya. Le llamo a la señorita Argüelles y se lo cuento.
(A mi regreso a Madrid, me dirá Jesús que el que no se había presentado era el comisario, pero que “alguien” le había facilitado la cámara. Todo venía a ser una segunda edición de nuestra larga negociación al principio de nuestro viaje, cuando las autoridades de la aduana no quisieron darse por enteradas de nuestros argumentos. Esta mañana tocaba la revancha).
La ducha del hotel cae sobre mí como el agua de manantial se le ofrece a un sediento. “Podría haber aguantado diez minutos de reloj debajo”, le digo después a Carlos.
Bajo a desayunar. En el “buffet” hay de todo, con tal de que no te importe esperar. Argelia impone un ritmo lento a todas las cosas.
Aún tenemos tiempo antes del “check out” y nos sentamos a una mesa los tres restantes miembros de la delegación. Les comento mi cuestión provisional, al que figura en el encabezamiento de esta historia. Y les digo que a veces me da la sensación de que los saharauis se han conformado con la gestión de la escasez. Acostumbrados a vivir con lo básico, no le piden mucho más a las cosas. Han elaborado un Estado rudimentario y en ocasiones se diría que se han conformado con esa situación. ¿Han perdido la ambición política? Desde luego que no, en el sentido de que si las negociaciones diplomáticas les permitieran la celebración de un referendum y, a partir de este, la recuperación del resto de su Estado, todos en el Polisario se enorgullecerían. Pero creo que lo fían demasiado a una sola carta.
Pero nos tenemos que movilizar de nuevo. Regresamos a nuestras habitaciones y hacemos el “check out”. Subimos a la “navette” y llegamos al aeropuerto. Son las 11,15 de la mañana.
Comienza el interminable caos de la burocracia aeroportuaria argelina: escáneres, cacheos, papeles, control de pasaportes… especialmente larga resulta la cola ante la policía que te pone el sello en el pasaporte. Por encima de la media hora. La gente se exaspera y hay quien se cree con motivos para eximirse del pesado trámite –mujeres, padres con niños…- e intenta colarse. Resulta insólito. Una señora me pide en inglés que la deje pasar y yo le contesto en español que no la entiendo. Empiezo a estar harto de esa actitud que hasta por tres veces determinadas personas pretenden realizar.
Una vez superados todos los controles, compramos alguna cosa en el “duty free”. De esa forma podremos gastar la moneda argelina no utilizada durante el viaje. Pero no nos la aceptan. Es curioso que en territorio nacional argelino no acepten la moneda de su propio país. Afortundamente hay otras tiendas en el aeropuerto en que se puede usar ese dinero. Alguna cerámica que nunca habría comprado se integra en mi equipaje.
Queda aún un cacheo y una inspección manual de mi bolsa de viaje antes de entrar en el avión. El vuelo sale puntual y aterriza en Madrid a su hora prevista.