jueves, 22 de diciembre de 2011

Intercambio de solsticios (290)

- No tenemos noticia de ellos…
La mirada de Juan Carlos Sotomenor se clavaba sobre Leoncio Cardidal. Este le observó con expresión anonadada. El segundo responsable del Departamento del Interior de Chamartín supo que, detrás de ese gesto, lo que venía después era un reproche; así que dijo:
- Bueno. En todo caso eso les tendrá ocupados, al menor por un tiempo.
- Por un tiempo… -musitó Cardidal, poco menos qye agotado-. ¿Y cuál será nuestro siguiente paso?
- Hay un plan B –anunció Sotomenor, como si de repente se le hubiera iluminado la imaginación-. Habrá que poner en marcha a nuestra gente.
- ¿En marcha? –preguntó el Consejero.
- Sí –contestó el jefe de la policía mirando despectivamente hacia la nada-. Tienen que ir a la frontera con Chamberí.
- ¿Quiénes? –preguntó Cardidal.
- Los efectivos que tengamos –contestó Sotomenor.
- ¿Y cuántos tenemos? –preguntó el Consejero, que deambulaba entre la vigilia y el sueño.
- No sé –explicó vagamente el jefe de policía-: están los de Bachat y los de Brassens… no creo que nadie más, por el momento.
- ¿Y no se podría movilizar a otros? –preguntó Cardidal.
- No tenemos previsto un plan de emergencia. –dijo Sotomenor mirando directamente a los ojos de su jefe-. Hemos tenido que resolver tantos problemas…
Era un reproche en toda regla, pero el responsable de interior persistió en sus consideraciones.
- Los dos objetivos, Bachat y Brassens, eran prioritarios. Tú mismo lo dijiste –se quejó Cardidal.
- Brassens no es un peligro. Aunque se pase al enemigo –dijo Sotomenor.
- Creo que sí. Es un tío que siempre nos ha dado el coñazo. Y además nos serviría de moneda de canje, llegado el caso –reflexionó el responsable de interior en un curioso rasgo de lucidez.
- Ahora lo que se impone es entrar en Chamberí y darles un buen susto –anunció Sotomenor sin referirse a las palabras de su jefe.
- No sé, no sé.
- Déjame hacer.
El silencio de Cardidal era expresivo de que efectivamente le dejaría hacer.
- Y, en relación con el otro caso, me voy a enterar de lo que está pasando… -dijo Sotomenor poniéndose manos a la obra.

Valiéndose del concurso del otro asaltante, Cristino Romerales había conducido al herido a su despacho y lo tendía sobre la alfombra de esparto que en ese suelo servía de modesta decoración.
Tendría que esperar a que llegara Francisco de Vicente. Pero, entretanto…

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