miércoles, 21 de diciembre de 2011

Intercambio de solsticios (289)

Muy cerca de la sede del Partido del Progreso, en la calle Sevilla, se encuentra una cafetería de tránsito heterogéneo: Hontanares. Allí se habían citado Brassens y equis en lo que parecía iba a constituir un nuevo capítulo de las historias que el segundo gustaba referir al primero.
Esa tarde-noche del mes de septiembre, cuando el calor del día se iba agotando con el crepúsculo, asentados en sus sillas, ante una mesa reducida, equis pedía una cerveza y Brassens un gin-tonic, presumiendo uno que el encuentro no sería excesivamente largo y otro que no podía resultar corto.
- Quería contarte el último capítulo de la historia de los Jiménez –dijo equis-. Como sabes, habían fracasado en reunirse para tratar del asunto de su tío Juan Carlos de Vicente…
- Bueno. ¡Es una familia que da bastante juego! –exclamó equis.
- Casi todas lo dan, créeme –observó equis-. Bien. Habían transcurrido unos tres meses poco más o menos desde aquellos acontecimientos, cuando por parte de uno de los hermanos de la familia se plantearía una voz de alarma.
- ¿Y qué era eso? –preguntó Brassens.
- Gonzalo Jiménez se había encargado de administrar el patrimonio de su madre desde el fallecimiento de su padre –explicó equis-. Normalmente no daba cuenta del asunto a sus hermanos, por lo que estos colegían que, sin echar las campanas al vuelo, la situación financiera de su madre era razonable como para que la mujer viviera tranquila los últimos años de su vida.
- Pero no lo era tanto –terció Brassens.
- Te lo voy a contar. La mujer tenía en su día un paquete de acciones que habían sido administrados por un banco –empezó equis-. De eso no quedaba nada ya.
- Bueno, por lo menos no había tenido que pulirlos ahora, que la Bolsa está tan raquítica… -observó Brassens.
- Es una manera de verlo –prosiguió equis de manera un tanto cáustica-. Luego disponía de una casa grande en su localidad natal, donde reside. Y le quedaba un piso de dos que tenía originariamente en un municipio cercano y un apartamento en el barrio de Salamanca en Madrid.
- O sea, que ya iba cepillándose todo su patrimonio –dijo Brassens.
- Se habían pulido ya las acciones, efectivamente. y ahora empezaban con los ladrillos… -aceptó equis.
- Bien… te sigo –indicó Brassens, invitando así a que equis continuara con su narración.
- Gonzalo Jiménez escribió un correo electrónico a todos sus hermanos. Su tenor literal era más que perentorio: sólo había dinero para un mes. Si no se vendía el segundo piso que su madre tenía en la localidad vecina ya no podría atender a los gastos necesarios para su subsistencia –resumió equis.
- ¿Y cómo se había podido llegar a eso? –inquirió Brassens.
- La llegada de la camarera con las bebidas interrumpió la posible explicación de equis.

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