lunes, 12 de diciembre de 2011

Intercambio de solsticios (282)

Bilbao, 15 de febrero de 2004.

Querida Lorsen:

Te pongo estas letras después de una semana que ha resultado particularmente positiva para mí.
Empezaba todo con un sueño de esos que me devuelven la tranquilidad de tu presencia. Son sueños, ¡ay!, que se resuelven demasiado rápidamente, apenas duran unos segundos, pero en ellos estás viva, como resultaría normal.
Era una estancia muy amplia, muy clara. En el suelo había dispuestas unas velas bajas y anchas, que estaban encendidas. Tú y yo en el centro, rodeados de esas velas. Te hacía ver la necesidad de que tuvieras suficiente material para organizar una exposición. No creo que te diera tiempo a contestar, antes de que ese jodido sexto sentido que me aproxima a la realidad me advirtiera del momento irreal en que vivía.
Este pasado lunes estaba citado en La Moncloa para recibir la Medalla del Mérito Constitucional, junto con otros representantes de movimientos por la libertad del País Vasco. Cuando se lo contaba a Pilar, el domingo anterior, le preguntaba:
- ¿Sabes a quien se lo voy a dedicar?
- ... Pilar... –me contestaba en su particular forma de expresarse.
Sí. A Pilar ... Y a otra persona que está ahí arriba –le dije mirando hacia el techo de la UCI- y nos espera.
- ... Mamá...
Paso al acto. Fue el centro de la política nacional esa mañana. Aznar, Rajoy, Rodríguez Zapatero, el Presidente del Tribunal Constitucional, el Defensor del Pueblo, ministros, presidentes de Comunidades Autónomas...
Éramos del orden de sesenta personas los que recibíamos la medalla a título individual, además de las instituciones a quienes se les concedía la placa colectiva. Nos habían sentado por riguroso orden alfabético en una sala del Palacio de la Moncloa, decorada con magníficas alfombras y cuadros modernos. Frente a nosotros el Presidente Aznar y el Vicepresidente Arenas. Cuando leían nuestro nombre nos acercábamos hasta ellos.
Llegó mi turno, Aznar me cogió del brazo –de una forma sorprendentemente efusiva para él- y me preguntó qué tal estaba. Me entregó un estuche que contenía la medalla y la insignia. Plata de ley con el escudo contitucional. Arenas nos daba el título acreditativo de la orden, firmado personalmente por Su Majestad.
Después, en representación de los homenajeados, contestó Vidal de Nicolás. Breve y bien. Cerró el acto Aznar, breve e institucional.
Dieron después una copa en la que tuve la oportunidad de hablar unos segundos con el Presidente. Se le ve relajado. Ya ha terminado prácticamente su mandato y tiene la tranquilidad de haber cumplido con su deber.
Queda hecho, guapísima, lo que le prometí a nuestra hija: Dedicarte esa condecoración. Álvaro Chapa me decía a mi regreso:
- ¡Qué pena que no haya podido estar Lorsen!
Había interpretado exactamente mis pensamientos. Seguro que estarás ahí arriba disimulando un lagrimón.
Anoche y hoy estaba pensando en lo que debía hacer con mi hermana Carmen. Aún no he podido hablar con ella. Canceló una cita conmigo hace tres semanas y sigo esperando que suene el teléfono. Así que tendré que actuar. Entre esa tendencia que tiene ella de suplantar a los padres y la cobardía de no dar la cara, este asunto se está prolongando más de lo conveniente. Cuando dé comienzo la campaña electoral –los últimos días de febrero- hablaré con Teresa Hermana y le explicaré lo que hay.
Muchas veces quienes más deberían ayudarme me plantean más preocupaciones.
Por cierto, cené con Alfonso y Cuca. Tu amiga estaba relativamente bien, para lo que esperaba. La vida le está haciendo a Alfonso recuperar el espacio que nunca tuvo –o había perdido- en el corazón de su mujer, como tú me decías, como casi siempre, acertadamente. Les he invitado a Lanzarote, pero creo que yo mismo no iré. De momento sólo tengo vuelo con escala en Madrid. Tendría que dejar a Bécaud en Bilbao. Creo que me iré a Arrechea.

Un beso.

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