martes, 13 de diciembre de 2011

Intercambio de solsticios (283)

- Sí. Era ese, Sotomenor –aceptó el sujeto.
- Está bien –asintió Romerales-. Vamos a ver lo que podemos hacer con tu amigo.
El responsable de interior del distrito de Chamberí introdujo al atacante en su vehículo, afín de tenerlo controlado. El otro, lanzaba pequeños gemidos, como expresión de su debilitada resistencia y de la mínima esperanza que disponía de salir de aquel trance.
Estaban en manos de Romerales. Se habían internado en territorio prohibido y habían perdido.
Romerales marcó el número del responsable de sanidad de la junta. Ya era muy tarde, pero los médicos siempre deben estar a disposición de un paciente que requiera de sus servicios.
Era una voz dormida la que respondía al otro lado del “walkie”
- ¿Francisco?
- ¿Eres Cristino?
No podía tratarse de otro. Cuando te llamaban a las tres de la madrugada, en esos tiempos difíciles, sólo podía tratarse de un policía… lo del lechero había que dejarlo para otra época.
- Sí. Te llamaba para decirte que me han agredido. Aquí, en el garaje de Génova. Me he defendido y he herido a uno de mis atacantes.
- ¿Y tú? ¿Estás bien? –preguntó el tal Francisco.
- Yo sí. El que no sé si tiene mucho tiempo por delante es ese tío –dijo Romerales, que observaba de reojo al tipo aquel, tumbado sobre un charco de sangre.
- En realidad, como sabes, yo soy traumatólogo –observó lenta y pesadamente el doctor-. Lo que son los chapistas para los coches… pero si quieres puedo acudir…
- ¿No tienes algún contacto que pueda solucionar el problema?
- ¿A estas horas? Me temo que no –contestó el responsable de sanidad-. Pero, te insisto. Voy para allá. Aunque…
- Tú dirás.
- Te recomiendo que le hagas un torniquete. No sea que la cosa se ponga peor.
- En realidad, no tengo ni idea de dónde le he pegado el tiro…
- Por el hilo sale el ovillo –respondió lacónicamente el médico.
- Ya…
En el fondo, lo que le sentaba mal a Romerales era actuar sobre la herida. La sola visión de la sangre tendía a marearle.
- Y luego trata de subirlo a tu oficina. Allí le haremos lo que podamos.
Romerales cerró la llamada con más con un gruñido que con una despedida.

Vic Suarez dirigía su mirada, alternativamente, hacia el lado derecho e izquierdo de la calle. En dirección a Paseo de la Habana no se veía a nadie. Pero un haz de luz procedente de un coche la cegó a su derecha.

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