lunes, 19 de diciembre de 2011

Intercambio de solsticios (287)

- ¡Rápido! ¡Tenemos que escondernos! –gritó Vic Suarez nada más que se dio cuenta de cómo les barría aquel haz de luz.
Por mucho que Vic analizaba el estado de la situación con un rápido repaso a la calle, sólo existía el seto por el que a duras penas habían pasado.
- ¡Vamos por aquí! –ordenó.
Jorge Brassens no podía más. Los párpados se le cerraban de agotamiento, la respiración se le hacía penosa e imprescidible, las piernas apenas le sostenían.
Y para colmo el haz de luz les envolvía totalmente. Cualquiera que fuera la condición de los ocupantes de ese coche, era más que evidente que les habían visto.
Vic no se rendía ante la realidad. Para ella, la única evidencia era que la palabra “rendirse” no formaba parte de su vocabulario.
Tomó la mano de su marido con su determinación característica y le condujo de nuevo hacia el seto.
Ya estaban prácticamente junto a ellos cuando media parte del molido organismo de Jorge Brassens estaba ya introducido en el ramaje.
- ¡Alto! –bramó una voz-. ¡Policía de Chamartín!
Vic observó el coche a la vez que empujaba a su marido. Brassens sólo notaba cómo unas puntiagudas ramas le raspaban por todas partes, pero sus “ayes” eran apenas perceptibles.
- ¡Alto o disparo! –exclamó la voz de antes-. ¡No podéis ir muy lejos!
- Tiene razón –musitó Brassens apenas para sus adentros.
Pero Vic ya estaba dentro del seto y le decía:
- Tal y como estamos es mejor que nos escapemos. ¿No crees?
No, Jorge Brassens no creía en nada esa noche de espanto. Pero seguía la recomendación de su mujer.
Sonó un disparo y una rama se partió como deshecha por el impacto de un obús.
- ¡Corre!
Habían llegado a un patio trasero. Seguramente el de su casa, aunque nadie podría asegurarlo en ese momento. Buscaron una salida al otro lado donde un murete se interponía entre ellos.
- No podemos salir por Francisco Goya ni por Rodríguez Pinilla –susurró Vic.
- ¿Por dónde entonces? –preguntó Brassens.
La realidad es que no había “dónde”, no se podía huir.
- Sólo nos queda refugiarnos en alguna casa en que nos protejan…
- Ya. Es cuestión de tiempo que nos descubran.
- ¡Dame otro plan mejor! –protestaría Vic.
Pero lo cierto era que tampoco lo tenía Jorge Brassens.
Salvaron el murete y se encontaron a su derecha con otro patio: se trataba de un edificio que daba a Rodríguez Pinilla y que antes habían optado por no utilizar.

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