lunes, 30 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (412)

A todo esto, si bien la presión respecto de los seguimientos de lo que hacían Paula y su entorno había decrecido, la labor de los detectives no había terminado. Y aunque Raúl cambiaba de detectives, otros habían tomado el relevo. Su objetivo era ahora investigar si el flamante amante de Paula, Pachito, convivía de manera constante con ella. La conclusión de los detectives era clara: todas las mañanas en que se habían apostado en la puerta de su casa Pachito salía de ella recién duchado, planchado y desayunado. Pero no todas las batallas que planteaba Raúlt. Brassens las ganaba, a pesar de que la victoria estaba más de su parte que de la de ella. En su día, le había recomendado Paula que contratara a una amiga como proveedora para alguno de los servicios que el negocio de Raúl requería. La tal amiga se acababa de divorciar y necesitaba dinero. Raúl la emplearía para esos cometidos. Andando el tiempo, la amiga de Paula iniciaba una nueva relación amorosa y su hijo Pablo y Susana Brassens se hacían amigos. Una tarde, cuando se acercaba a recoger a Pablo de la casa de su amiga, acompañada de su novio, aceptaba la invitación de Paula para tomar una copa. Se lo contaba a Raúl con toda la naturalidad. Estas cosas pasan. Tienes que aceptarlo. Y procuraba tranquilizarle con estas palabras: No tienes nada que temer con Pachito. Se le ve que es una buena persona. A Raúl se le subía la indignación a la cabeza, de modo que muy poco después le soltaba un discurso. A lo mejor el problema entre tú y yo es que no tenemos la misma educación. Era un lugar común para Raúl, este de la diferencia de educación. Quizás porque, aburrido de experiencias con mujeres que solo tenían un ligero barniz de comportamiento, todo momento medianamente critico demostraba a propios y extraños el autentico "pelo de la dehesa" que llevaban dentro. Terminó la llamada pensando que ella había comprendido que su relación comercial había concluido, pero tampoco lo daba por seguro. Impuesta por sus inquilinos de la hamburguesería de la exigencia de Raúl, la argentina se personaba en el establecimiento blandiendo una carta firmadapor su abogado, aunque escrita al dictado. Porque, si el documento de Raúl Brassens especificaba que era él quien administraba la sociedad de gananciales -de haberse confiado dicha responsabilidad a Paula, dicha sociedad habría quebrado de forma indefectible a los pocos meses-, la argentina manifestaba que esos eran conceptos de los tiempos pasados, ¡como si la prodigalidad tuviera su tiempo acotado en el devenir de la historia! Pero el escrito de la porteña poco podía contra la certeza del hecho, según el cual, el inmueble pertenecía por igual a los dos y las rentas que este produjera lo eran de ambos por partes iguales.

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