domingo, 1 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (392)

Se trataba de un amplio despacho con una sala de reuniones anexa. Detrás de la mesa principal había un tipo despatarrado en su asiento. (El sillón se articulaba a conveniencia del usuario, y en ese caso se había ampliado hasta llegar a la posición horizontal). Sobre esa mesa, Bachat pudo ver un cortaplumas. Ágil como el viento del desierto, el saharaui cogió el abrecartas y se lo puso al sujeto aquel justo a la altura de su cuello. Observándole con una ferocidad extraña en él, Bachat le ordenó: - ¡Incorpórate, pero no intentes nada! El tipo aquel abrió pesadamente los ojos y lo que pudo ver le espantó no poco: un tipo alto, barbudo, la expresión acre y la cara desfigurada aún como consecuencia de las torturas recibidas. -¿P-pero quién eres? -preguntó. - Eso es lo que me gustaría saber a mí de ti -repuso el saharaui en su batahola de palabras arrastradas en español que resultaba tan complicado de entender-. Pero antes, obedece. Incorpórate lentamente. Así lo hizo el aludido, sin intentar para ello ningún movimiento defensivo. No conocía muy bien la capacidad dañina del cortaplumas que enarbolaba aquel sujeto, pero advertía perfectamente la frialdad de su hoja en el cuello, por donde empezaba a sudar copiosamente además de sentir por momentos una poderosa taquicardia. - Tú eres el saharaui -declaró cuando había concluido su operación y el respaldo de su sillón había regresado a su primitiva posición vertical. - Y tú eres Juan Carlos Sotomenor -declaró a su vez el saharaui con una amplia sonrisa. Una forma humana surgía de entre las sombras de la noche y se situaba en medio de la calzada por donde iba a pasar a-toda-velocidad el Porsche todo terreno de Francisco de Vicente. -¿¡Has visto, Paco!? -exclamó casi espantada Vic Suárez. -¡Pero,si es Cristino! -gritaron, ahora al unísono las tres gargantas. - Yo creo que es lo más prudente -dijo el que llevaba el Vittara-. ¿Pero no seria mejor que llamáramos? - ¡Bah! Estarán dormidos -dijo el conductor del Porsche de Sotomenor. - Mira tío -le espetaría su interlocutor-. La cosa está más clara que el agua. Tenemos que elegir entre dos miedos: el miedo al cabreo del jefe o el miedo a que nos frían los de Chamberi, una vez que además el operativo se ha reducido de esta manera. - Te ha salido redonda la frase, macho -contestaría el del Porsche-. Está bien.. Me has convencido. Vamos a llamar. - ¿Y qué es lo que me ofreces? -preguntaba el enfermo que se sentaba en la parte trasera del vehículo después de lanzar ña expectoración sobre su ya más que colorado pañuelo. - ¡Está escupiendo sangre! -exclamó el tipo con maneras de orangután al oído de Romualdez. - No me he vuelto sordo -dijo este con su característico tono de cabreo habitual. Y dirigiéndose al ocupante del vehículo preguntó. - ¿Me puedes explicar lo que te pasa?

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