lunes, 16 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (402)

Esta noche, a mi regreso de Madrid, la cosa vuelve al cura aquel, don Eugenio, que Lorsen quería que le suministrara la primera comunión a Pilar. Mi mujer ha hablado con el sacerdote y se encuentra muy decepcionada. “Se cree el Rey del Mambo”, según ella. “Si es que me rechaza”, le ha debido decir el hombre de Dios. Para agregar que Pilar no sería consciente de lo que recibiría, eso sí, sin que para llegar a esa conclusión le haya sido necesario hablar con su profesora. “Este cura es un portento”, digo. Pero además le ha dicho que no tiene tiempo. A Lorsen le falta lo que parece no tener el sacerdote -tiempo- para contárselo a todo el mundo. Lo conseguirá, seguro. Lorsen conseguirá que algún cura le dé a Pilar su primera comunión. “It is love that we are made; In love we disappear”. Quizás era sólo eso, Pilar, lo que tu madre y yo le decíamos a tu médico preferida, a la jefa –o co-jefa- de los médicos que te atienden: que el amor quiere, lo primero de todo, evitar el sufrimiento. Y añado yo ahora, cuando escucho la voz grave del poeta Cohen diciendo esos versos, palabras sin duda que injustas para una buena parte de la humanidad, que no nace precisamente del amor, sino de otras muchas circunstancias humanas, como lo puede ser el egoísmo, la conveniencia, la oportunidad... No, el amor no es la única de las razones para existir, pero es verdad que al menos el poeta y yo mismo estamos de acuerdo en que sí es la razón mayoritaria para que esta cosa maravillosa que es la vida suceda. Es, desde luego, el caso de tu madre y de tu padre, Pilar. Es tu caso. Fuiste hecha en el amor, y en el amor te estás marchando. En ese mismo amor que tú nos das, desde la inconsciencia de tu condición de enferma ¡ay! ya terminal Porque tus sonrisas son ya irrepetibles e impresionantes por su calor, por la sensación que tenemos ya tus padres de que serán las últimas. Lo mismo que tus innumerables gestos de ternura. Ayer me llamaba mamá desde el hospital para que tú me propinaras uno de tus sonoros besos. Y ya no eres una cicatera administradora de caricias, como eras antes, sino que te prodigas en ellas como si supieras, ¡pobre Pilar!, que ya te quedan muy pocas que repartir, muy poca vida para la compañía, para la felicidad entre nosotros. Queremos que termines en amor, no en sufrimiento, ni el sufrimiento exterior ni el interior. Queremos una imagen tuya prendida a tu sonrisa más amplia, aunque resulte una sonrisa excesiva, aunque salgas más guapa en las fotos cuando estás un poco –sólo un poco- más seria. Y me pregunto en estos momentos si se puede ser feliz hasta el final, hasta que tuerzas por un momento el gesto y esa sea la oportunidad para que te adjudiquen una dosis de morfina continuada, que te deje fuera de combate, hasta que todo termine. Supongo que eso será muy difícil, pero sé que lo vamos a intentar. Aunque no nos dé tiempo a verte sonreir conscientemente sabiendo que esa es tu última sonrisa, aunque dejemos en el aire el último de tus infinitos besos, Pilar, quizás porque pensemos, pobres de nosotros, que eso son precisamente tus besos, Pilar, infinitos. ¡Qué equivocados estamos siempre!

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