lunes, 9 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (397)

Era fácil de decir, pero más difícil constituía su ejecución. Por de pronto, Raúl visitaba la que todavía era su casa el siguiente día al de aquella larguísima mañana en el juzgado de maltrato. Se lo dijo a su hija: - Esta tarde me pasaré por casa -explicó a Susana-. Tengo ganas de verte y de darme un baño en la piscina. Claro que no iría solo: Paula era un peligro público y un agente provocador en el espacio privado. Y recurrió a su hermano Jorge, a quien tampoco agradaba la visita en circunstancias semejantes. Allí estaba Samantha, la ecuatoriana que tenía una lengua de doble filo y que bajaba su cabeza ante la llegada de los hermanos. Dejaron la cocina por donde habian entrado y pasaron por el “hall”, donde se encontraba Paula, la expresion atribulada. - Venimos a ver a Susana y a darnos un baño -anunció Raúl. Paula contestó con un ininteligible sonido para saludar a Jorge Brassens. Pero este no contestó. Juana –la aregntina madre de la argentina- estaba en el salón, viendo alguno de los frívolos programas de televisión que eran de su agrado. - Me alegro de verte, Juana -dijo Raúl. - Yo también -contestaría ella con expresión afable. Susana estaba en la piscina y salió de ella para saludarles. Luego Raúl se dio un baño, Jorge no: lo unico que deseaba era salir de ahí cuanto antes. Sentados sobre unos muebles de paja, los tres Brassens iniciaron una conversación irrelevante. A pesar de sus protestas, Paula hizo levantar a su madre de la butaca para instalarla en el jardin, a pocos metros de los Brassens. Enseguida se puso a hablar por su móvil desde la balconada situada inmediatamente por encima de Susana, Raúl y Jorge. - Ha ganado la primera partida -explicó Paula a voz en grito, como por otra parte acostumbraba siempre, a su aparente interlocutor-. Pero el juego no ha terminado aún. Luego se presento en el jardín, vestida solo con un anticuado bikini, dispuesta a darse un baño. Ya dentro de la piscina, Paula se acodaba en la parte de la misma, situada justo enfrente de los Brassens. Les miraba fijamente a los ojos, en una clara actitud de provocación. Jorge observaba de reojo su reloj, con el deseo de que aquel encuentro concluyera lo mas rápido posible. Y así fue: apenas transcurrida la primera hora desde su entrada en la casa, Raúl decretaba una especie de “misión cumplida” y, después de dar un beso a Susana y despedirse de Juana, los dos hermanos se disponían a abandonar la casa. Pero hubo algo más: en el momento en que se encontraban en la cocina, para salir por la puerta de servicio -según era costumbre en aquella vivienda, Paula se encaró con su todavía cuñado: - Jorge -declaró la porteña-. Quiero que sepas que eres bien recibido en esta casa, pero que la educación es lo primero. - Podríamos hablar de muchas cosas -observó con gravedad Jorge Brassens. - Lo primero es la educación -repitió Paula. - Podemos hablar de muchas cosas -insistió a su vez Jorge. - Eso también -dijo finalmente la argentina.

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