viernes, 20 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (406)

¿Por qué Paula había llamado a un notario?-o decía que lo habia hecho, la argentina faltaba a la verdad con mayor frecuencia que la acataba. Paula tenia por particular costumbre la de responder a Raúl con la misma moneda que este había empleado con ella -una costumbre que también él tenía, aunque sus consejeros conseguían reducir el número de sus contestaciones. Lo cierto era que Paula y Raúl vivían en una permanente querella. Pues bien, en el mes de julio, Raul aparecía en su vivienda -si bien no habitada ahora por él- con un notario amigo, afín de establecer un acta de los bienes gananciales y privativos de especial valor -cuadros, muebles...- La argentina no estaba en casa, pero avisada por Sam aparecía a los pocos minutos. Alterada, Paula calificaeía la visita de “circo”. Claro que, circense como era ella, aparecía con un notario, esta vez totalmente innecesario, para retirar un coche que era suyo -si bien ganancial- y cuyo producto debería por consiguiente dividirse entre ambos. El regreso a Madrid, después de las vacaciones, no quedaría tampoco exento de dificultades. Ese inevitable -para los padres con hijos- capítulo de gastos en libros, uniformes, zapatos, “babys” y otros complementos se cernía como una nueva tormenta sobre la tortuosa relación matrimonial. Corta de presupuesto -a lo que parecía, aun no había vendido el todo-terreno “recogido” en el pueblo catalán-, Paula señalaba a través de Susana otra exigencia de las suyas: 1.000€ a justificar. Raúl ofrecía la alternativa de costumbre -reserva por Paula de todo el material que después él pagaría. Nuevamente la porteña se negaba a eso y -según parece- convencía a Pachito, su amante, para que atendiera ese gasto. Sin embargo nada se dijo al respecto, pues semejante convesión hubiera perjudicado seriamente las aspiraciones de la argentina -cada vez más remotas ya- a percibir una pensión compensatoria. Ese pozo de sorpresas sin fondo que era Paula volvía a manifestarse a los pocos días Y lo hacia, como en ella era costumbre, a través de Susana. A principios de octubre la niña celebraba su cumpleaños y se le había ocurrido -a su madre, lo reconocía Susana- que un buen regalo parpodía ene ración podía consistir en un arreglo de su habitación. Se trataba de una obra, por la que su cuarto se ampliaría, incorporando el espacio del baldón al que este tenía salida. El volumen -e importe- de la obra hizo torcer el gesto a su padre. No era ademas adecuado para un regalo de cumpleaños. - Ya no vivo en esa casa -declaró Raúl-. Así que no voy a hacer ninguna obra. Pero podía existir una razón adicional para que Paula planteara esa posibilidad. No, no se trataba de un beneficio para su hija. Probablemente Paula preendía otra cosa: el hecho de que Juana, su madre, viviera con ella, y fuera una mujer impedida en una casa que no tenia las condiciones requeridas para ella: se trataba de colar el importe de dos obras en una. Raúl Brassens se negaría en redondo. Al principio Susana se enfadó con él, pero pasadas un par de semanas ya se había calmado y volvía a sus bromas de siempre para con su padre.

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