lunes, 14 de abril de 2008

Tipos con suerte que no sufren presbicia

(Introduzco en mi blog el artículo que tan amablemente me dedicaba Arcadi Espada en el diario "El Mundo" del 13 de abril)

Fernando Maura tiene 52 años, una hija que acaba de morir y una mujer que murió, y vive desde 1996 con escolta permanente por la amenaza de ETA. Acabábamos de hablar de su vida en una pecera del Círculo Ecuestre de Barcelona, y cuando nos despedimos en la calle comprobé durante un rato cómo se alejaba, solo, flaco y ágil, en busca de un tren, un hombre entero, es decir, un poco de esa hierba que crece entre los adoquines. La hija de Maura nació en 1987, y fue la niña que siempre quiso tener y apenas tuvo, dice el padre en una de las entradas de su blog (www.blogdefernandomaura.blogspot.com): «Ahora recuerdo el día en que nació. Una mañana de finales de agosto de 1987, después de la temporada de fiestas de Bilbao. Anneli y yo pensábamos asistir puntualmente a los toros y, después, a la acostumbrada cita del hotel Ercilla, donde compartiríamos un aperitivo con los amigos, antes también de la consabida cena con quien correspondiera esa noche, y de las copas que nos conducirían inevitablemente a la discoteca Bocaccio, del siempre divertido e inevitable hotel de la calle de Ercilla, donde bailaríamos unas sevillanas que no sabíamos muy bien».
Antes de todo ello fueron a ver al ginecólogo, para la última ecografía. El médico observó que algo no iba bien, mandó el ingreso clínico y la cesárea programada... Aquí Maura incrusta en su recuerdo escrito dos detalles desestructurantes, porque además de político (ex diputado del Partido Popular y ahora promotor de Unión, Progreso y Democracia en el País Vasco) ejerce de escritor, y los detalles desestructurantes dan rango: «Lo cierto es que me hizo acompañarla a la iglesia getxotarra de Las Mercedes, donde un viejísimo y sordísimo don Julio -más conocido por el vecindario como don Julito, a causa de su tamaño y vivacidad- le preguntaba cosas como «¿quién es ese César?» -por lo de la cesárea- y le comentaba que «pobre chica» -por mi mujer-, «¡con lo bien que salen por el otro sitio!». Mientras Maura esperaba el final del parto, la enfermera salió y le comunicó que la madre estaba bien, pero que la niña no respiraba.
Sin embargo, respiró. A pesar de que el cordón umbilical la asfixió, logró respirar y venir a la vida, aunque víctima de un infarto medular y tetrapléjica para siempre. Fue ingresada en la UCI del hospital de Cruces, allí ha pasado sus 20 años y allí ha muerto. Un caso único en el mundo. Cuando Maura me explicó que la niña, a la que pusieron el nombre de Pilar, había pasado su vida en un lugar como ese, se me ocurrieron, asimismo, cosas desestructurantes, porque ya sabes que yo también soy escritor y aspiro al rango. Pensé que allí le habría venido la regla (que fue también lo primero que pensé en el caso de la niña austriaca Natascha Kampusch y su inexplicable secuestro) y pensé otras muchas cosas singularmente absurdas hasta que me incorporé y le hice un pregunta a Maura que aún me parece pertinente.
«¿Qué idea tenía ella del mundo?», eso le pregunté, y el padre me respondió que una vez tuvieron que mostrarle en un mapa el Perú, porque era del Perú un niñito transitoriamente enfermo en la UCI, y, naturalmente, eso costó mucho de razonárselo, porque el Perú no cabía en la UCI y la niña enferma no podía tocarlo. («Pilar se preocupaba mucho por la situación de los niños que aparecían por la unidad, especialmente en los casos de tratamientos más prolongados. Se sentía como si ella fuera una especie de privilegiada anfitriona que recibía a esos niños, les amparaba y les cuidaba. Sus padres y esos niños la quieren mucho y preguntan siempre por ella»).
Sin embargo, en cuanto acabó de explicar el pormenor del Perú, Maura sacó de su carterilla el carné de identidad de la niña y me lo ofreció con mirada insistente, quizá para que yo comprobara que la niña había existido, fue, y en efecto, ahí estaba la foto de su cara, enferma pero dotada de una humanidad indiscutible e incluso vivaz, y por detrás estaban sus datos, como los de cualquiera, hija de padre y madre, aunque con la dirección de una casa que nunca supo, como el Perú. Y aún remató Maura, informándome que, por dos veces en sus 20 años, sus cuidadores la sacaron al exterior, concretamente a la terraza del hospital, una operación muy incómoda y peligrosa por sus dificultades de respiración, e intuí que me lo decía por si necesitaba que el viento de Cruces me diera también fe de vida de aquellos dos instantes de Pilar.
Hace seis años Maura se quedó sin su esposa, Anneli Lipperheide. Sufría depresiones y murió. El viudo mantiene también en este caso un envidiable equilibrio. Es cierto que Pilar era una gran causa para abatirse y morir. Pero no olvida citar que la madre de Anneli murió de lo mismo, sin pena comparable. Lipperheide es un apellido de transición y periódicos: ETA secuestró al tío de Anneli y sólo lo liberó tras pronto pago. La violencia rodea a Maura.
En sus comentadas desestructuraciones del día del parto, escribía: «Anneli se fue hasta la clínica de San Sebastián en Deusto, donde unos 50 años antes había muerto mi abuelo, después de haber recibido en su cuerpo buena parte de los dos cargadores que le vaciara un pobre loco nacionalista vasco». Maura tiene un libro donde narra su experiencia como diputado vasco. Un libro de amigos y compañeros muertos. Hay un momento en que evoca a la niña Pilar viendo la televisión, que la veía poco, las noticias de la televisión, concretamente, y la noticia de un atentado terrorista, y el escritor hace pensar a la niña que acaso su padre esté un día debajo de esa sábana blanca, pero es demasiado obvio que es el padre el que, debajo de la sábana, está pensando en sí mismo. La niña Pilar murió el 2 de marzo, porque ni el respirador ni sus pulmones dieron más de sí. Lo último que hizo Maura en la habitación de la clínica fue acercar su cara a la de la niña muerta y decirle al oído: «Chiquitina, dale un beso a mamá». Maura debe de creer en Dios y en el sentido. Soy de los que piensan que Dios no es bueno.
Reconozco que no sabemos cómo sería un mundo sin Dios. Tal vez un mundo sin Dios sea algo tan necesario e inconcebible como un mundo sin mentiras. Contra Dios, siempre, al modo escéptico: sin esperanza, con convencimiento. El caso de Maura es otro. Dispone que su mujer y su hija se han encontrado y que él los acompañará cuando cierre los ojos, cansado. Y entonces se reunirán los tres, esa frase. Pero no creo que lo que le aguante en pie sea, específicamente, la bengala de Dios. Más bien creo en otra cosa. Esto que surge cuando me explica sus problemas oculares: «Pero, en fin, nada importante, porque al fin y al cabo yo la vida la uso de cerca». Es decir, una implacable acomodación al medio.
Hasta que se pierda de mi vista todavía habrá de cruzar un par de calles y sortear los coches del atasco crepuscular de la ciudad. Ahí va, decidido, casi brioso. Un rato antes, y acabando la conversación, confesaba con mala conciencia que a los 52 años se sentía libre y renacido. Sonreía, y añadió con una ironía mascada: «Con toda la vida por delante». Cruza, camina. Va entre tumbas. No olvido, y él tampoco debe de olvidarlo, que de vez en cuando, en lo que le quede de camino, habrá de volver la cabeza para comprobar que nadie viene a matarlo. Es sabido que el tipo de asesinos que podrían acecharle no tiene nunca nada personal con sus víctimas y que serían capaces de dispararle a la propia muerte. Piensa, amigo, en lo realmente extraordinario: que aún vuelva la cabeza. Sigue con salud.

9 comentarios:

Peter dijo...

Genial, verdaderamente genial

Magnolia dijo...

Hola Fernando¡¡¡

Te admiro de verdad que te admiro¡¡

sigue escribiendo en tu blog...por favor¡¡¡

Saludos

UNAMUNO dijo...

Hola Fernando,
Al igual que Magnolia, sigue escribiendo...por favor!!
Una vez mas, gracias.

Algunos pájaros errantes dijo...

@Queridos "blog followers". Desde luego que sí. Os amenazo con seguir con este blog, siempre que sienta que hay alguien en el otro lado. Abrazos a todos.

Peter dijo...

Creo que jamas amenaza alguna provoco tanta alegria en el amenazado como esta me provoca.
Mientras pueda estate seguro que estare aqui.
Un abrazo Fernando

El Perdíu dijo...

Qué decir. Sólo, todo mi respeto hacia usted.

Gorka Cuatro dijo...

Hacía tiempo que no leía algo tan hermoso y tan real. Conozco a Fernando y tengo que decir que es de esas personas a las que es difícil no querer y admirar. Su valor, su honradez, sus exquisitas formas, su cultura y un montón de detalles humanos más hacen de Fernando Maura una persona entrañable.Para mi es un gran Ciudadano y una mejor Persona.
Y además de Bilbao.

Sirena Varada dijo...

Supongo que habrán muchas personas que, asombradas y emocionadas, al leer esta entrada se hayan quedado sin palabras y optado por no decir nada. Y es verdad que, como dice un proverbio, es mejor no hablar si lo que vas a decir no es más hermoso que el silencio; pero aun así me resisto a marcharme sin expresar mi más sincera admiración por el protagonista de esta historia y reconocer que he recibido una lección tan valiosa, que habrá momentos en que querré volver para recordarla.

Miguel de Pamplona dijo...

Estimado Fernando:
Hoy nos es imposible ir a la rueda de prensa, pero desde la coordinadora de Navarra te mandamos un mensaje de solidaridad y animo