miércoles, 16 de abril de 2008

"L'avocato"

Es sabido que a los italianos les gusta la prosopeya y el desmedido uso de los títulos, no sólo de los nobiliarios, tambén de los académicos. Este mismo lunes los electores de ese país ponían al "Cavaliere" Berlusconi otra vez al frente de su gobierno, las menciones a los "dottore" lo son a menudo sin necesidad de acreditar el título y -según me dicen- yo mismo sigo siendo "onorévole" a pesar de que mi dimisión como parlamentario vasco data del mes de noviembre del pasado año.
Pero hoy quiero hablarles del "avocato" Alfonso de Virgilis, amigo desde los ya remotos tiempos de finales de los '80 cuando accedí a la presidencia del comité internacional de la organización mundial de mediadores de seguros y a su consejo de dirección. Alfonso de Virgilis era presidente de su comisión de agentes.
Nos conocimos en Washington DC, en un intercambio de experiencias con los agentes de la PIA -"Producers Insurance Agents"-. Recuerdo que se trató de una incómoda estancia porque mi equipaje se perdió en el aeropuerto John F. Kennedy y no lo pude rescatar hasta el cuarto día que pasé en la capital federal. Estuve a pubto de perder la ropa, por lo tanto, pero a cambio gané un amigo.
Alfonso de Virgilis es un organizador nato. Le recuerdo montando el congreso del BIPAR -así se llama esa organización de mediadores- en Roma, donde la magnífica cena de gala que clausuraba el evento se celebraba en un antiguo "palazzo" propiedad de una aristócrata italiana venida a menos. Las paredes del magnífico edificio, pintadas de color ocre, estaban descascarillándose, pero la casa conservaba su viejo esplendor.
Fue en Roma -¿o en Washington?- cuando Alfonso de Virgilis me sugería que organizara una reunión de la comisión de agentes en Bilbao, cosa que hice gracias a la inestimable ayuda de Anneli, mi mujer.
Cuando los designios de la vida me llevaron de los seguros a la política, aunque debo reconocer que desde que tuve uso de razón -si lo he contraido alguna vez- siempre he mantenido una relación apasionada con este último mundo, Alfonso de Virgilis me invitaría a ser "relattore" de una conferencia sobre el peso de los agentes en el futuro de los seguros. Yo me encontraba en esa época en plena campaña electoral así que le tuve que endosar la intervención al entonces director del periódico "El Mundo" en San Sebastián, Carlos Echeberri, con un papel que le preparaba a Carlos hurtándole horas al sueño cuando concluían los actos de la jornada.
Alfonso de Virgilis dejaría su agencia de Roma para ocuparse de la que la compañía oficial INA tiene en Florencia, junto a ls estación de trenes. Y en ese nuevo destino "l'avocato" dio en organizar los premios "Galileo" que tienen lugar en alguno de los innumerables "palazzos" o museos que pueblan la ciudad del Arno. Anneli tenía una relativamente larga -e intensa- relación con Florencia, a través de nuestra amiga Bona Baraldi -escultora, pintora, profesora de arte y escritora- que nos recibía en la "Torriccella", una casona preciosa que se elevaba sobre una colina, en plena campiña toscana, situada en una zona de viñedos y que establecía la frontera entre el "chianti classico" y el "gallo nero".
Alfonso de Virgilis nos invitaba a asistir a esas cenas que por diversos motivos no pudimos aceptar. Así que no fue hasta el año 2.003 cuando -ya viudo- me integraría en ese rito anual. Una de esas cenas está recogida en mi relato "Una velada en Florencia" que próximamente les ofreceré a ustedes.
El pasado sábado por la mañana me llamaba Alfonso de Virgilis. Estaba en Madrid, ultimando algún detalle del premio "Galileo" de la edición de este año. Nos citamos en el "hall" del hotel Villarreal, donde se hospedaba. Apareció allí en compañía de Malena Zing, una porteña de pasaporte italiano que había servido de asistente en el Parlamento Europeo al dirigente radical Marco Panella, primo de Alfonso de Virgilis -sobre las relaciones familiares de los italianos también se pueden escribir muchas cosas.
Alfonso de Virgilis desconocía la noticia del fallecimiento de Pilar y tampoco sabía de mi dimisión como parlamentario vasco y mi nueva adscripción a UPyD. Pero Malena Zing -con nombre de tango- quería tomar parte en nuestra organización desde sus experiencias con los radicales italianos.
En el inevitable Círculo de las Bellas Artes tomamos un largo café trenzado de recuerdos y de nombres. Hablamos de las elecciones italianas y del previsible triunfo de Berlusconi -Malena Zing me decía que Walter Veltroni, el líder del Partido Demócrata, no podía renovar nada, con más de 30 años a sus espaldas contando las mismas cosas.
Alfonso de Virgilis enviudó el pasado año y ya sus estridentes risas de hace 2 décadas han quedado definitivamente atrás, sofocadas por una sonrisa condescendiente. Malena Zing dice de él que no para con tal de no pensar, y yo tengo la certeza de que tiene la misma actitud que la mía hace bastante tiempo, una actitud que -en mi caso- quiere ahora ceder espacio a la serenidad.
Malena Zing abandona el café y yo acompaño a Alfonso de Virgilis hacia su hotel. Él me coge del brazo y camina con algún titubeo, la vista perdida en un horizonte hecho de casas de Madrid. Sólo una llamada de su hijo Antonio le devuelve a la realidad de su condición de padre de ese hijo cuya cara quedó desfigurada a consecuencia de unas quemaduras cuando aún era un niño. Recuerdo esa triste historia de la expresión que le dirigía a Antonio una dama veneciana con ocasión de unos carnavales en la ciudad de los canales:
- ¡Quítate la máscara, que me das miedo!
Apenas acaba su larga conversación Alfonso de Virgilis me abraza y me recuerda en su particular "spagnolo":
- Recuerda. Chi vediamo el 25 de junio.
Adiós, Alfonso. Y buena suerte.

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