lunes, 14 de julio de 2014

Mis vacaciones com Aski (5)


Bueno, sirvan las primeras pinceladas de esta historia para que les presente ahora el cuadro de agosto de 2013.

Debido a la presencia de algún invitado en la casa, los paseos matutinos  los daba generalmente solo. Quizás la compañía de la música de Leonard Cohen -el poeta místico de los tiempos modernos, la voz grave y los suaves coros femeninos-, en alguna ocasión, servia de entretenimiento a mis salidas por las montañas y los campos de Arrechea, plagados de bosques de hayas.

Y como invariable trayecto, pasaba siempre por delante de la casa donde vive Aski. Precisamente este verano los hijos de su dueña habían empezado a construir un muro de piedra separador respecto de la carretera, sustituyendo un seto que ya ha crecido de forma tanto desproporcionada como desordenada. Interesado en la operativa de esos trabajos, el perrito correteaba por entre sus amos dispuesto a enredar todo lo posible sus agotadoras gestiones. A veces también me dedicaba sus ladridos, que, en el caso de este teckel, nunca son amenazadores sino habitual fórmula de saludo.

Pero un día, Vic y yo nos tropezábamos con su dueña y tras de una de las conversaciones triviales que abundan entre el publico local, en las que se abordan las diferentes cuestiones de salud, familia y asuntos de parecida índole, le pedimos su opinión respecto de la posibilidad de pasear a su perro. Ella, amablemente, no puso ninguna dificultad.

Así que, la mañana siguiente a esa conversación, pasaba yo por delante de la casa donde Aski jugueteaba con el mango de un martillo, tarea que abandonaba para dedicarme su buena ración diaria de ladridos. A los que contesté:

- ¡Hola Aski! ¿Te vienes de paseo?

Evidentemente, el perrito me observó con detenimiento y una aparente desconfianza. Pero no se movió del lugar que ocupaba -un teckel jamás retrocede-, de modo que lo cogí de sus axilas delanteras y me lo llevé en brazos para atravesar la carretera sin peligro para él.

Cuando pensé que nos encontrábamos en un lugar seguro lo solté.

El perro no hizo ademan d volver sobre sus pasos, hacia su casa. En lugar de eso, se puso a correr velozmente hasta ganar el final del pueblo y entrar en uno de los caminos forestales, momento en el que su carrera se hizo aún más intensa y acompañada de unos ladridos que, en un primer momento, consideré que eran expresión de incomodidad, pero que nada más que pude ver cómo se comportaba, me daba cuenta que eran expresión de satisfacción.

Atravesado el puente sobre el río se abren dos caminos -en realidad tres, pero el tercero corresponde a una reparcelación y no importa a los efectos de los que paseamos-, uno a la izquierda y otro a la derecha. Aski derivaba hacia el siniestro, pero yo pretendía avanzar hacia el contrario. Toda vez que el perrito fue consciente de que yo me dirigía hacia allí, desandaba sus pasos y avanzaba por delante de mí, husmeando los terrenos en busca de pistas, marcando los arboles y observando -cada pocos metros- si yo le seguía.

No sé si alguno de mis lectores ha paseado con un perro por el campo. Si lo han hecho espero que me dará.la razón: se trata del mejor complemento para una caminata. Cuando dejas de verlo, te preocupas por su paradero, aunque seas consciente de que en algún momento aparecerá o recuperará tu rastro, no importa lo lejos que se haya ido. Y cuando lo tienes al alcance de tu vista, te distrae su búsqueda se los rastros, la pata alzada se buen cazador, sus galopadas y trotes e, incluso, cuando se reboza en las proximidades de las cacas de algún ganado o se refresca en algún charco de agua marronácea de la que, incluso, bebe... Que todo esto hace Aski.  

A nuestro regreso del paseo, volvía yo a coger a Aski en mis brazos para que así atravesara la carretera con toda la seguridad. Junto a su casa le soltaba, y el perro se ponía a corretear entre sus amos o a buscar algún topo en su jardín o en los jardines vecinos.

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