jueves, 24 de abril de 2014

Conversación en Florencia (2)


Pero un día apareció Marina. Una mujer de rompe y rasga a la que cautivó su dinero y su prestigio. Y se quedó con él, administraba su hotelito y -a poco que tuviera el buen sentido del que en absoluto carecía- se quedaría con todo su patrimonio. Después de que él desapareciera, por supuesto.

Pero Marina no es una mujer fácil. Y en esa pugna que mantiene con Alfonso, ahora ha decidido poner tierra de por medio y visitar a sus padres en Buenos Aires.

Hay veces en que Da Vircunglia se acuerda de su hija. La niña de Milán que sufrió un infarto de médula en los últimos días de su embarazo, que vivió en un hospital a lo largo de su vida y que había fallecido hacia sólo cinco años a contar hacia atrás desde la noche florentina de nuestra narración.



Se ha hecho de noche y la vista sobre Florencia desde su apartamento es espectacular. La vieja ciudad medieval iluminada, destacando la cúpula del Duomo o la majestuosa torre della Signoria. "Por esas callejuelas que serpentean allá abajo, deambularán decenas de turistas, dispuestos a asentarse en cualquier ristorante para tomar una pizza o un plato de spaghettis con una botella de vino tinto peleón por lo que les cobrarán una fortuna", piensa Da Vircunglia a la vez que se dibuja en su rostro una sonrisa, él que se conoce todos los lugares de la ciudad a los que es preciso acudir si se quiere tomar una buena comida de la cocina clásica florentina, y por un precio razonable.

Alfonso se queda pensativo en esa noche, instalado en el mirador de su apartamento, contemplando ese paisaje subyugador que un día crearon los hombres y que ni siquiera los hombres fueron capaces de estropear. Le maravilla Florencia. Quizás por eso decidió un día dejar atrás sus orígenes del Milán industrial poblado de personas locas por los negocios, en la que una zafiedad cada vez más insólita se convertía en seña de identidad principal de un pueblo que quizás merecía de más altos designios. Por eso se fue de Milán, por eso, y por esa bella argentina, Marina, a la que llevaba exactamente treinta años y... debía reconocerlo, le había abandonado apenas hacia tres semanas porque no se veía ella cuidando de un hombre tan machista como él. Sin ninguna garantía de futuro, decía.

"Al final, todas las mujeres son iguales", reflexionaba Da Vircunglia. "¿Por qué siempre quieren garantía de algo? ¿Por qué no se entregan sin más si les gustamos? ¿Por qué no son como nosotros?" Y es que Alfonso, por mucho que había conocido a muchas mujeres no conocía a la mujer. "Claro que las que no quieren pedir nada son las peores, porque lo quieren todo. Han tendido sobre ti su red de araña y, cuando has quedado atrapado en ella, ya no te dejan escapar". Otra amarga sonrisa apareció en la comisura de sus labios. "Volverá".

Un poderoso timbrazo suena en la puerta. "¡Qué raro! No esperaba a nadie..."

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