domingo, 20 de julio de 2014

Mis vacaciones con Aski (7)


Le insistíamos en que se internara en la casa todo lo que quisiera. Pero Aski es un teckel, que es un perro con su propia personalidad. Y las decisiones las toma siempre él mismo, de acuerdo con su conveniencia y su criterio.

Aski acabó entrando en casa. Primero fue un pedacito de jamón York -que él aceptaba como por no despreciar nuestro regalo-. Luego se fue atreviendo con el resto.

Un día llegaría hasta el salón. Tres altos escalones lo separan de la superficie de la entrada. Y el teckel tiene -ya lo hemos advertido- la pata corta y el cuerpo alargado con lo que de manera invariable su tripa debía rozar los peldaños, con el consiguiente disgusto en el perrito. Pero su curiosidad podía sobre la dificultad y Aski se hacía propietario del salón.

Pero no le había de faltar su inconveniente a la gestión. Un reposapiés balanceante -recuerdo de un viaje a Alemania-, situado junto a una de las butacas en las que acostumbro a echar la siesta fue objeto de la atención del perrito. Con la mala fortuna de que el movimiento del artilugio, impulsado por él mismo, le devolvía al duro suelo.

Esa circunstancia le hizo abrigar reparos con respecto al salón, hasta donde no se atrevió a internarse. Otra cosa era el piso de arriba y los misterios que ocultaba. De modo que, con harta y fatigosa escalada, el teckel ascendía esa escalera hasta situarse en esa planta. Por descontado que husmearía en todas las habitaciones. Pero llegaría el momento en el que Aski consideraba oportuno bajar. El inconveniente era que la escalera está bastante abierta y las sensanción del perrito debía ser que en cualquier momento se podía colar entre los barrotes protectores y darse el gran tortazo.

De modo que se puso a gemir. Y los gemidos de Aski son como los lloriqueos de una mujer y las airadas protestas de legiones de niños: enternecen a la vez que preocupan. Así qué lo tuve que coger en mis brazos y así bajarle la escalera hasta que el perrito se encontraba en lugar seguro. Con la autonomía suficiente como para ganar el jardín y llegarse a su casa.

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