martes, 23 de septiembre de 2014

Elías Zúñiga (5)


Llegaba por lo tanto Juan Carlos Zúñiga a San Sebastián, el contacto con su posible nuevo amor perdido entre las confusas explicaciones telefónicas de su madre. Y se aposentaba en su ciudad natal sin solución de continuidad con su actividad anterior. San Sebastián es un pueblo -se podría decir, con perdón de los donostiarras de pro- y todo el mundo se ve a poco que des un par de pasos por la Avenida.

De modo que, muy pronto María González sabría de su presencia y se hacía la encontradiza en el bar que solía acostumbrar su hasta algún tiempo amante.

María estaba un tanto amoscada ante la actitud de su chico. No en vano había creado él una distancia cierta -que no es lo mismo que una cierta distancia- entre los dos: no contestaba ni devolvía sus llamadas telefónicas, no escribía cartas en respuesta a las suyas... Y, para colmo, su amigo íntimo ni siquiera la había acompañado para hacerle más llevadera la ausencia.

De modo que atacaría al joven Zúñiga nada más que le vio con una mezcla típica en la mujer vasca en que la agresividad se combinaba con el victimismo. "Con lo que te quiero... Y me haces esto". Un par de lagrimones y alguna zalamería, que eran gestos que no harían mella a cualquier perdona convencida a dejarlo.

Claro que Juan Carlos Zúñiga era un hombre débil. Y además, su educación le había dejado la clara impronta de la caballerosidad ante todo. De modo que no le pareció bien dejar tirada a la chica. Sentía pena por ella y con ella se fue a tomar unos vinos. Unos vinos... que tendrían su continuidad en el pisito de la parte vieja que aún conservaba Zúñiga donde harían las paces de manera, para Juan Carlos puntual, para María poco menos que definitiva.  

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