Publicado en La Voz de Lázaro, el 28 de septiembre de 2025
A medida que el ejército israelí avanza en su destrucción en Gaza, y bombardea Irán, Siria, Qatar… su prestigio cede posiciones en la esfera internacional. Su principal aliado, los Estados Unidos comienza a resentirse del apoyo que le presta. Según una encuesta del semanario británico The Economist, un 43% de su población no duda en calificar la respuesta israelí sobre la franja de genocidio, y aunque el retroceso en los sondeos resulta más sensible entre los demócratas, también hace mella en los republicanos. La Unión Europea se replantea el acuerdo comercial con Israel, y en la presente Asamblea General de las Naciones Unidas algunos significativos países reconocerán al estado de Palestina (un reconocimiento, sin embargo, que no deja de ser un desiderátum, con un territorio dividido, destruido en Gaza y agujereado como un queso de gruyère por los asentamientos israelíes en Cisjordania).
Partía el pueblo judío del prestigio que procedía del intento de su desaparición a través del holocausto nazi -un genocidio incontestable en términos históricos, politicos y jurídicos-. Pretendería y conseguiría un territorio en el que vivir, precisamente el de su historia -algunos políticos en otras épocas aventuraron la posibilidad de instalarlos en Kenia, en el entonces protectorado británico-. En el territorio de sus ancestros compraron terrenos, y una vez situados dieron comienzo a la expulsión de los palestinos originariamente instalados de ése que era su hogar. Toda vez que se producía la creación del estado de Israel, en el año 1948, se acometía la llamada Nakba -o catástrofe- que producía el desplazamiento de más de 700.000 moradores de sus emplazamientos.
Israel era “el pueblo elegido” por Dios, lo que cancelaba ab initio cualquier formulación igualitaria de las aprobadas por las declaraciones de derechos humanos y aún de las constituciones democráticas. Un supremacismo de los tiempos clásicos que exigía por pura lógica la existencia de un pueblo subordinado, que reaccionaba en ocasiones y al que convenía contener cuando no castigar. Los palestinos carecían de derechos, y cuando disponían de ellos, se encontraban siempre preteridos por los de los israelíes.
Por supuesto que desde ese ámbito de la historia-el palestino- se cometieron errores. El principal consistiría en el rechazo a la creación de un estado palestino en diversas ocasiones a lo largo de este periodo histórico.
Progresivamente, Israel iría construyendo y consolidando una democracia, basada en el cumplimiento de unos elevados estándares de calidad -de los que han derivado, por cierto, las tres causas abiertas contra su primer ministro Netanyiahu-. Una democracia singularmente abierta para la población de origen judío, que otorga igualdad formal a los ciudadanos de una y otra procedencia, pero que establece en la práctica un conjunto de cautelas que cancelan esa pretendida igualdad (ley del estado nacional de 2018, acceso a la vivienda; servicios públicos, seguridad…)
Paralelamente, los palestinos se iban dotando de una institucionalidad defectuosa, corrupta -Cisjordania-, radical y también corrupta -Gaza-, convirtiendo a sus residentes en unos pobladores dependientes del mandato de dos ordenes de sujeción, la procedente de la omnipresencia israelí y la de las autoridades más próximas y de su presunta misma condición.
Israel era un aliado principal para Occidente. En especial para los Estados Unidos. La única democracia en esas difíciles tierras en las que la carencia de regímenes que hubieran construido auténticos sistemas basados en el estado de derecho, convertía a la ley en un mero producto de la voluntad del dictador y a la inseguridad juridica en un corolario de esa situación. Israel era una dique en el que estallaban todas esas autocracias, y que no sólo aguantaba, sino que reaccionaba con eficacia y virulencia a los ataques a los que se veía sometido.
Muchos años de vejaciones crearon un victimismo con el que han convivido las gentes de Palestina, soportando a la aristocracia gerontocrática de la ANP (Autoridad Nacional Palestina) o al fundamentalismo terrorista de Hamás. Años en los que Israel avanzaba en el escenario internacional, con la suscripción de los acuerdos de Abraham, de 2020, por la mediación de los Estados Unidos, a los que se sumarían los Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, y más tarde Sudán y Marruecos. Además, el reguero de estos acuerdos amenazaba a extenderse a la poderosa Arabia Saudí. El margen de actuación de Palestina era cada vez más reducido, lo que ponía de relieve la incapacidad diplomática de la ANP y la endogamia narcisista de Hamás y de sus socios en Siria o en Irán.
En orden a revertir esta dinámica, en apariencia imparable, se dirigía la acción terrorista de Hamás, del 7 de octubre de 2023, una bárbara actuación perfectamente diseñada que provocaría la muerte de 1.200 personas, el secuestro de 240 rehenes y el desprestigio de los siempre valorados servicios secretos israelíes.
Acosado por los casos de corrupción que se cernían en su contra y con una coalición de que oscila entre la derecha y la extrema derecha, Netanyahu pondría en marcha una respuesta que el paso del tiempo ha demostrado convertirse, como mínimo, en desproporcionada, y como máximo en una operación de limpieza étnica (me niego a calificarla de genocidio hasta que un tribunal independiente así lo asevere). El periódico Nature ha estimado en 84.000 las víctimas palestinas hasta enero de este año. La devastación del paisaje urbano de Gaza se sirve a diario en los medios de comunicación.
Forzoso resulta considerar, llegado este punto, que no resulta aceptable responsabilizar al conjunto del pueblo de Israel de la conducta de sus dirigentes. Tampoco el pueblo de Palestina lo fue del atentado de 2023. Las víctimas de uno y otro lado alinean las desgracias de los despropósitos de sus dirigentes.
Asociada a esa respuesta se encuentra el deterioro de la imagen internacional de Israel, su prestigio por los suelos y el repudio de amplios sectores de la población. Cada vez tienen más dificultad los suscribientes de la bondad per se de todas las acciones israelíes para abrirse paso en la estimación de sus seguidores.
Pero no faltan pescadores en estas aguas revueltas. Y si el acoso judicial lleva al primer ministro israelí a una huida hacia delante, la actuación de los jueces españoles contra la familia y los amigos politicos de Sánchez ha conducido a éste a enarbolar de manera incontenida la bandera palestina.
Punto de no retorno ha sido, en este último caso, la insólita actuación del gobierno español respecto de la cancelación de la ultima etapa de la Vuelta Ciclista y de los actos de su celebración. No queda más que decir sino que la garantía del orden público no constituye una opción de los gobiernos, sino su obligación. Y que el desprestigio de España en lo que se refiere a la organizacion de eventos deportivos públicos ha quedado ya registrada por las asociaciones internacionales. Una vez más, el gobierno contra España.
¿Logrará revertir Israel las desaforadas actuaciones emprendidas por el gobierno de Netanyahu? Sólo un cambio de timón en la política de ese país y muchos años de buena política y diplomacia lo conseguirán. La pregunta a formular, sin embargo, es si la población israelí es consciente de la situación en la que se encuentra en la opinión internacional.
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