domingo, 26 de octubre de 2025

El legado de Pedro Sánchez

(Publicado en El Imparcial, el 25 de octubre de 2025)


El que fuera hasta en siete ocasiones presidente del Consejo de Ministros italiano, Giulio Andreotti, visitaría nuestro país en los años 90. Preguntado acerca de la manera que teníamos de gestionar las cosas públicas , el sabio democristiano repuso lacónico: “Manca finezza”.


La misma ausencia de finura que tendrían quienes desalojaron a Pedro Sánchez de la secretaría general del PSOE, al no intuir que, a un hombre joven y ambicioso, había que proporcionarle un premio de consolación, por ejemplo, en alguna institución internacional bien retribuida, y no dejarle marchar a , bordo de su Peugeot a la reconquista de las agrupaciones socialistas. Por supuesto que fina, lo que se dice fina, no sería la estrategia seguida por el propio Sánchez en el referido comité federal, pero habrá que convenir que un desaguisado no tapa a otro, por lo mismo que una urna oculta detrás de una cortina no impide encontrar una salida personal a un enemigo en ciernes, precisamente para que no se convierta en eso.


Y así empezaría buena parte de nuestra historia reciente. Nuestro hombre recuperaría el cetro socialista, y obtendría la corona presidencial, moción de censura mediante, con el apoyo de todo lo que era, bien apuesta revolucionaria, bien práctica favorable a una desintegración de España, “ma non troppo”, no fuera que, de tan despojado que dejaran el invento no les quedara nada más que llevarse a la boca.


Vino más tarde una de las promesas incumplidas del sanchismo, ésa del insomnio que le produciría gobernar con Podemos. Un compromiso que transgredía el presidente haciendo Vicepresidente a Iglesias y a su partido socio de gobierno. Comprobaría entonces el líder del partido emergente las juiciosas palabras que pronunciaba el chileno Salvador Allende cuando, en el año 1970, fue nombrado presidente de aquella República por una exigua mayoría: “Tenemos el gobierno, pero no el poder”. Iglesias entraría en el gobierno, pero nunca conseguiría el poder, enredado en los vericuetos de la enjundiosa administración española, que sólo los socialistas comprendían, entre otras cosas porque eran ellos los que la habían creado.


Sánchez no dejaría gobernar a los de Iglesias, pero se apoderaría de la semántica de su discurso posmoderno. Donde aún quedaba algún rescoldo de unidad, levantaría muros; donde permanecían ciertas brasas  de socialdemocracia no apagadas por Zapatero, establecía un discurso social-populista, que ha culminado haciendo referentes de su ideología al Petro colombiano, al Lula brasileño y al chileno Boric; donde disponía de votantes de centro-izquierda, ahora capta las voluntades de los más radicales, con el dudoso resultado, para una posible renovación de su gobierno, de laminar electoralmente a su socio.


Eso en lo que se refiere a la geografía partidaria nacional, porque en cuanto a la nacionalista sólo la cautivaría Sánchez a base de promesas de un troceamiento del país en una perspectiva confederal. En ésta, los soberanistas catalanes aspiran a continuar en la estela fiscal de sus homónimos vascos, dejando patas arriba los preceptos constitucionales que declaran la igualdad de los españoles y amenaza dejar a nuestras cuentas públicas en un erial, sólo susceptible de recibir subvenciones europeas y financiación externa vía deuda pública.


En este mermado paisaje político nacional, en el que no se atisban apenas árboles ni bosque, de tan yermo como se encuentra, nos queda, impávida y solemne, aunque solitaria, la figura de un Rey cada vez más arrinconado, más zaherido por los que un día le fueron leales, como si en este extraño juego de coaliciones de la España actual, se unieran las derechas más clásicas con las ultras, y todas éstas integradas con las izquierdas en transición al populismo, y las extremas izquierdas siempre republicanas. A los primeros, en el ámbito de la derecha, habría que preguntarles -acaso- por las ventajas que aportaría a España una tercera república. 


El legado de Sánchez no es, sin embargo, la división de la política española entre unos y otros, porque ese proceso ya estaba instalado entre nosotros desde antiguo; tampoco por la colonización de las instituciones, porque esa práctica ya la ejercían, mejor o peor los PP y PSOE de otros tiempos; ni siquiera la entrega de la agenda a los nacionalistas, (¿recuerdan ustedes el pacto Aznar-Pujol del Mayestic?)… No, el legado de Sánchez es una vuelta de tuerca más, la más grave producida hasta ahora, en un desarrollo contradictorio con el espíritu constitucional, emprendido por los dos grandes partidos con la impagable -pero satisfecha como deuda política- ayuda de los nacionalistas.


Y es cierto que la ley de amnistía, a decir de muchos expertos independientes, es abiertamente inconstitucional, y sólo se entiende como un trueque -gobierno por retorno victorioso del fugado Puigdemont-, que el Fiscal General del Estado no debería seguir en su puesto; que la instrumentación de todas las instituciones al solo interés del gobierno y su presidente han alcanzado un nivel que se acerca al paroxismo, que un gobierno que no es capaz de presentar un proyecto de presupuestos en toda la legislatura -llevamos ya tres incumplimientos constitucionales sucesivos- debería convocar elecciones…


Cuestiones aparte lo son el inaudito acoso al poder judicial o el desprecio al Parlamento, pero ya se repartían el gobierno de los jueces y la composición del Tribunal Constitucional, entre el PP y el PSOE. Y no fue Sánchez el primero en inundar de decretos-leyes a la Cámara.


Y desde luego que el legado de Sánchez no es tampoco su acción social, tantas veces declarativa y apoyada sobre una administración declinante e ineficaz; ni su acción exterior, que sólo puede leerse en clave interior, no desde luego para mejor defender los intereses de España en el ámbito internacional; ni en el europeo y su defensa, desmarcándonos de manera olímpica de los consensos que se producen…


Nada de todo lo relatado podría considerarse como una novedad, por lo tanto. Lo que de verdad es original, y constituye el legado de Sánchez es su obsesión por el poder, sin limites, desde el altanero desprecio de sus contradictores, dentro y fuera de su partido, y de los mandatos constitucionales, de lo que, más allá de lo que dicen las leyes y aun en su contra, del espíritu inmanente del estado de derecho.


El legado de Sánchez es una palada de tierra más -acaso la más importante-  sobre un sistema que un día quisimos creer que nos haría más libres, más prósperos y mejores.











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