Publicado por La Voz de Lázaro, el 21 de octubre de 3025
Había seguido la estela potente de María Corina Machado desde hacía algún tiempo. Ocurría en la época en la que era yo responsable de política exterior de aquel partido que fue UPyD y que desaparecía víctima de la incorrecta lectura que hizo su principal dirigente de la evolución más probable de los acontecimientos. Venezuela se encontraba inmersa en un tránsito hacia la autocracia -todavía en los tiempos de Hugo Chavez- culminada ahora, aunque no parecía irreversible, pero sí probable, entonces. Por mi despacho de la calle de Cedaceros asomaban la cabeza algunos opositores venezolanos que ya nos advertían del acoso quë apenas empezaban a sufrir.
Conocí brevemente a Machado a la conclusión de un acto que tuvo lugar en la Casa de América, cuando aún su conocimiento no se encontraba generalizado entre las gentes. Debo decir que pocos líderes políticos me habían impresionado como ella, y es que el paso de los años me ha curado de las figuraciones furtivas de los líderes politicos de quita y pon, y ha devuelto a lo que sólo eran espejismos a su verdadera y fungible condición humana. No, esta mujer es diferente, pensaría yo entonces.
La diferencia en Maria Corina era -y es- que todo en ella expresa veracidad. Rara posibilidad, hoy en día, cuando estamos acostumbrados a observar a políticos insulsos que repiten los textos que les han escrito otros, y que se asemejan a actores de reparto para una representación teatral en una feria de pueblo; o aún de peor condición, porque se encuentran tan pegados al papel que ni siquiera han estudiado los gestos que pudieran añadir a su exordio barato algún sentido, leyendo como si fueran papagayos.
Y la verdad de Corina procede de la profundidad de sus convicciones. Surge de la conciencia de un pueblo desahuciado de su condición ciudadana, obligado a exiliarse para recuperar la libertad del trabajo para vivir, sometido a la miseria... pero un pueblo que ha encarado la penuria desde la dignidad de unas personas que están dispuestas a empezar desde cero, a replantear sus vidas desde el principio, desde lo más bajo de la escala social, en ocasiones.
Como ellos, como esos venezolanos cuyos acentos ya somos capaces de advertir entre los diversos de esa comunidad latina, María Corina es una mujer valiente. Exiliada en el interior de su país no ha optado por el exilio exterior. Y sigue allí, en su Venezuela, convocando con su sola presencia, siquiera oculta, la dignidad, la resistencia de sus gentes. Luchando para que la misma verdad que ella proclama se instale en el palacio de Miraflores, llevando la dignidad democrática al gobierno y apartando de él a los usurpadores.
En noviembre de 2015 presionaría yo en el Parlamento Europeo para que una reducida delegación exploratoria visitara con el fin de evaluar la situación general del país, previa a las elecciones legislativas que ganaría la oposicion y que el régimen pretendió abolir, montando un simulacro de cámara alternativa. Después de deshacer mi maleta me reuní con mi compañero, el popular Pablo Mato -el jefe de la delegación, el socialista Ramón Jauregui, aún no había llegado a Venezuela-, convocado con urgencia por él a una sala del hotel. Conocedora de nuestra presencia, María Corina Machado quería ofrecernos su testimonio acerca del momento que atravesaba su pais. Sería nuestra primera reunión en aquel viaje.
Y allí estaba, fuerte, enérgica, valiente. Llamando a las cosas por el nombre que de verdad tienen las cosas. Desposeída de su condición de diputada e impedida a concurrir a esas elecciones, nos explicaría Machado que Venezuela estaba al borde del colapso social —«ponen sellos en los brazos de las gentes que hacen colas, hasta a los niños», nos diría.
Le preocupaba también la posibilidad de un pucherazo electoral —a través del procedimiento de la modificación de circunscripciones y del movimiento de votantes abstencionistas-. Nos diría que la campaña se presentaba enormemente desequilibrada, que se volcaban todos los recursos en poder del Estado a favor de las candidaturas favorables al régimen. No podrían en consecuencia ser consideradas libres, justas y transparentes.
En la prolongada serie de irregularidades figuraba -proseguía María Corina- la arbitraria modificación del registro electoral. Y nos refería el anómalo -desde el punto de vista democrático - funcionamiento de las mesas de votación. El 6 de diciembre -fecha de las elecciones legislativas- habría colegios en los que la oposicion no estaría presente, lo que supondría una victoria ya descontada de las candidaturas del régimen.
Y nos describía María Corina el procedimiento que utilizaría el sistema.
En la entrada, un militar o miembro de la Milicia Bolivariana —esto último en abierta contradicción con la ley— ejercería el control de acceso. Junto a esta persona, el elector debería pasar un segundo control: la «estación de identificación», con indicación de su mesa de voto; donde habría no menos de seis personas (desde el operador de la máquina al presidente, pasando por la representación política correspondiente al gobierno), los opositores sólo podían disponer de uno, dos agentes electorales, como máximo.
Describiría la recientemente galardonada, los diversos procedimientos para el fraude: retraso en la apertura del centro electoral, problemas técnicos con las máquinas, intimidación a electores, entre otros.
A pesar de todas las estratagemas urdidas por el régimen bolivariano, la coalición opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD) obtuvo el 56,21% de los votos y consiguió 112 diputados de los 167 totales.
Pero al régimen, entonces y ahora, no le preocupan los resultados que arrojan las urnas, salvando la voluntad de los electores las irregularidades amontonadas durante el proceso. En aquella ocasión ideaba un parlamento alternativo. En las últimas presidenciales, también de manera zafia, simplemente ha decidido que las ha ganado, sin presentar las actas que lo acrediten.
Lo cierto era que, con la excepción de la inolvidable visita que al final de nuestra estancia caraqueña, giramos al alcalde, Antonio Ledezma, en situación entonces de prisión domiciliaria, con sólo las explicaciones de esta mujer admirable nos habría bastado para redactar nuestro informe.
Ha recibido María Corina Machado el Premio Nobel de la paz. Un premio para el pueblo venezolano, sí. Pero un premio que si alguien lo merece es ella misma.
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