domingo, 12 de octubre de 2025

Una flotilla para los radicales

Publicado en El Imparcial, el 11 de octubre de 2025

Han regresado a España, aunque con la excepción de la militante pro-palestina que habría mordido a una funcionaria israelí en tanto que se veía sometida a un examen médico. Vuelven los componentes de la primera flotilla con billete pagado por el contribuyente español, al que nadie le ha preguntado si quería hacerse cargo del gasto. No todos los gobiernos actúan del mismo modo, el portugués ha reclamado a los activistas el gasto incurrido. 


El ciudadano elige a sus representantes parlamentarios y a éstos nadie les ha consultado sobre tal extremo. Lo mismo que tampoco el gobierno ha planteado al parlamento si autorizaba el ridículo que ha hecho el buque “Furor” -contundente nombre digno de causas más nobles- admitiendo también por buena la extensión de las aguas de exclusión israelíes. Por supuesto que el gobierno de Sánchez es capaz de exhibirse como un gallo de pelea, similar a las que nos ofrecen esos lamentables espectáculos que aún se exhiben en las afortunadas -aunque no por eso- islas Canarias, pero no hasta el punto de convertir una representación marítimo-teatral en un casus belli.


Porque las aguas de exclusión territorial decretadas por Israel excederían notablemente de las 12 millas que reconoce el derecho internacional. Y según algunos medios, la flotilla sería detenida y su tripulación hecha presa a unas 42 millas de distancia de la costa de Gaza -el medio británico The Guardian ha llegado a afirmar que la marina de guerra israelí habría realizado su Intervención a 70 millas de la costa.


Ocurre, por lo que parece, que en la práctica el alcance que Israel impone a su zona de exclusión varía según la situación estratégica, de seguridad y legal, por lo que no existe siquiera un “límite fijo” establecido. La seguridad juridica queda, como mínimo, en entredicho.


Y si el derecho internacional no reconoce una extensión de la zona de exclusión tan desmedida como aleatoria, el ridículo que el gobierno ha hecho incurrir a la Marina de Guerra española representada por el “Furor” alcanza -sí no rebasa- los limites de lo inaudito. Porque ya no es la flotilla, es el estado español, a través de uno de sus instrumentos militares navales, el que acepta de facto dicha extensión de las aguas, que, por cierto, ni siquiera son israelíes, ya que serían en todo caso propiedad de una población ocupada, sometida a control y objeto de destrucción por aquéllos.


Pero no, no convenía generar un supuesto de confrontación bélica, que sería poco deseable para nuestros aliados en Europa y en la OTAN, y a la que difícilmente nos seguirían. Pero deberemos reconocer que, en todo caso, la tripulación de la flotilla ha conseguido sus objetivos. Los dos etarras convictos, unidos a una amalgama de radicales, parlamentarios autonómicos, concejales, y algunas figuras mediáticas, como es el caso de Gretha Thumberg o la inefable Ada Colau, han colocado la bandera de Palestina en las aguas, más o menos, internacionales, y también más o menos vecinas a las costas gazaties.


La verbalización radical de Sánchez en el conflicto es posible que le juegue, sin embargo, una mala pasada. El PSOE no caía en las encuestas como consecuencia de su aceptación teórica del discurso de Podemos -primero- y de Sumar -después-, y de la consiguiente canibalización de ese electorado. Pero siempre serán más radicales los radicales extremos que los radicales instrumentales, los que exageran sus declaraciones por razones exclusivamente electorales.


Y así las calles de las ciudades españolas se han llenado de simbología pro-palestina y anti-israelí, los voceros de las mismas ya no militan en el PSOE sino en la extrema izquierda, y el original de los que piden una Palestina desde el río hasta el mar -vale decir, la expulsión total de los judíos- resultan más creíbles para las gentes que los defensores de la idea de los dos estados que convivan en paz y seguridad recíprocas, al cabo, una entelequia en los tiempos que corren.


Como ocurriera con el célebre cuento de Goethe, Pedro Sánchez ha ejercido de aprendiz de brujo, y consigue que una escoba le resuelva por sí sola sus compromisos domésticos. Lo que está ocurriendo es que la escoba se le ha vuelto loca y origina una catástrofe que el brujo amateur no sabe cómo parar, pues desconoce la forma de neutralizar el hechizo.


Determinado a construir muros, a dividir a sus contrarios y a fagocitar a sus extremos, Sánchez está consiguiendo unos objetivos quizás no pretendidos por él, porque debilitarán a escaso plazo a su partido, y harán crecer a los extremos. Y el problema no será -que también- en qué situación dejará al PSOE cuando abandone su puesto, sino cómo quedará el mapa político del pais, cada vez más achatado en el centro y más fortalecido en los extremos.


No le faltan empero aliados para esa operación que deteriorará, hasta el descuartizamiento, de la Constitución de 1978. Porque, en el lado de la derecha, el PP sigue también sin enterarse de que, puestos a elegir, los ciudadanos prefieren siempre el original a la copia. Y si atacamos el fenómeno de la inmigración, poniéndole cortapisas, siempre habrá quien exija el inmediato retorno de los extranjeros a sus países de origen.


Y así, un fenómeno que ya algunos han calificado como propio de una película de Berlanga -aunque se parezca más a una historieta de Mortadelo y Filemón-, como ha sido el espectáculo del “Furor” escoltando a una flotilla de portadores de medicación y alimentos con destino a los necesitados gazatíes, aunque sólo pretendieran poner una simbólica pica en las nuevas aguas de la Flandes ocupada por Israel, pueden transformarse en un movimiento tectónico que proporcione oxígeno a un movimiento radical que parecía exhausto.


Sólo el tiempo dirá si el delicado y complejo acuerdo firmado entre los contendientes, dos años después de los atentados terroristas de Hamás y de la masacre israelí sobre Gaza, activarán o desactivarán más bien el discurso de los radicales, que ya han regresado a España, donde vocean su acostumbrada cantilena de los derechos violados.  El uso del agit prop, al cabo, con el dinero de nuestros impuestos. 


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