martes, 26 de julio de 2011

Intercambio de solsticios (218)

Ausente de la realidad, aislado en su despacho; la expresión abatida y seria, habría que decir que enfurruñada, como si más que su definitiva muerte política estuviera experimentando una condena al ostracismo derivada de sus opiniones que resultaban inconvenientes para el gobierno de su distrito, Jacobo Martos dibujaba alguna forma geométrica en un papel a la vez que pensaba en cómo podía haberse llegado a tal punto.
Y ponía entonces a Leoncio Cardidal –lo mismo que a Juan Carlos Sotomenor, su segundo- en la diana de sus preocupaciones. ¿Qué pretendían estos tipos?, aquellos muchachos a los que Brassens y él mismo rescataban de un bufete de abogados a punto de ser cerrado y les ponían en el camino de la política, que para ellos era nada más que la ambición personal del poder y la oportunidad de hacerse ricos. Pero debían querer algo más que todo eso, debía existir una estrategia, aun no evidente, que estaban dispuestos a a proseguir: una estrategia que habría que denunciar. Porque, en realidad, lo que ellos estaban haciendo era una ruptura con todo lo que había existido hasta entonces, habían hecho del engaño su referencia básica, como un atajo necesario para lograr cualesquiera que fueran sus objetivos: aislar a Chamartín del resto, hasta dinamitarlo por dentro, si es que podían. Para él –y para otros-, por el contrario, Chamartín era el principio de una cadena que les llevaría a recuperar la idea de Madrid, que era la base para reconquistar la posibilidad de una España libre y democrática. Chamartín, como una especie de Covadonga: el inicio de la reconquista civilizadora frente al caos.
En otros tiempos habría dicho que el tándem Cardidal-Sotomenor actuaba en contra de la tendencia de los tiempos, pero es que nadie sabía muy bien hacia dónde se dirigían entonces los tiempos. Aunque a Jacobo Martos le gustaría que se recuperasen buena parte de los valores tradicionales: la familia clásica, esa que iba de los abuelos a los nietos, unidos todos por la misma religión católica. Todo lo que se iba desmoronando en estos años de hierro y sangre y fuego y pesadilla.
De lo que quizás no fuera consciente Martos era del cambio radical que se había operado en su persona desde aquellos tiempos del País Vasco, en los que con la modestia -¿aparente?- que ganaba a tantos de sus oyentes, el político guipuzcoano definía sus pronósticos y sus diagnósticos con la misma expresión:
- Tengo la sensación…
Pero ahora, la había sustituido por otra que Jorge Brassens había llegado a escuchar de Martos en una entrevista televisiva, allá por el año 2.011:
- Mi contribución política a esta España consiste en decir la verdad…
De modo que Martos se instalaba lisa y llanamente en la prepotencia absoluta. No otra cosa significa encontrarse en la posesión de la verdad. Y, si para otros mortales, la vida perfila los colores en el gris, lejos de los blanco o negro totales de la juventud, para el actual presidente –aún nominal- de la Junta de Distrito de Chamartín la evolución se producía del revés, pasaba de las “sensaciones” a las “verdades. Y quien definía las certezas era él, desde luego, una especie de “deus ex machina” a cuyas expresiones e ideas poco menos que se las debía prestar pleitesía.
Y así, hoy, Cardidal y Sotomenor –quizás unidos a ese díscolo de todos los tiempos que era Santiago Matritense-, se parecían a ese triunvirato del antiguo mal que eran Zapatero, Rubalcaba y Blanco… precisamente quienes diseñaron esa profecía funesta en que se había convertido la peor de las Españas posibles y que se podría llamar sin ningún género de dudas la no España.

No hay comentarios: