miércoles, 27 de julio de 2011

Intercambio de solsticios (219)

Bilbao, 8 de octubre 2.003.

Querida Lorsen:

Te pongo estas letras para darte, como de costumbre, un pequeño parte de las cosas que van pasando en tu ausencia.
Ha muerto la madre de Fortu, a la que llamábais Greta Garbo. Fui al funeral que se celebró en la iglesia de San Ignacio. Apenas estaba llena, lo cual me hizo pensar en lo cortos que nos hemos vuelto los seres humanos en cuanto al afecto.
La semana pasada volví a soñar contigo. Estábamos en el comedor de nuestra casa de Arrechea cuando sonó el timbre. Eran las hijas de Charo que venían a recibir instrucciones para cuidar a Bècaud. Entonces tú te levantaste para hablar con ellas y yo también para esperar de pie a que acabaras de atenderlas. Quería darte un abrazo para que no te fueras después, para que vieras que te quería. Pero, en ese mismo momento, ya era consciente de tu marcha definitiva. El sueño –o la sensación que de él conservo- duró sólo unos instantes, pero fueron suficientes para reconfortarme. Ponía de manifiesto la existencia de una realidad: Que tú no has muerto definitivamente mientras vivamos los que te quisimos.
El viernes pasado tuve una cena con Mónica Oriol, Alejandro Aznar y Carlos Franco. Era la segunda vez que veía a los dos primeros después de la ocasión en que cené con ellos y los Ortiz de Urbina. Estuvieron muy simpáticos.
Y este lunes he cenado con tu padre. Le encuentro bastante bien, aunque tiene un mes de reposo. Sólo puede verle a Pilar cuando va a Cruces a hacerse una cura, así que nuestra hija quiere que su convalecencia termine cuanto antes.
Bona Baraldi ha recibido la noticia de tu marcha. Recibió la carta que le envíe por correo, pero su contestación se la devolvieron por “ausente” –es posible que la enviara al Casco Viejo-. Tengo previsto ir a Florencia –una delegación de la Comisión de Industria del Parlamento va a visitar la Feria de Muestras de Milán-. Antes de salir la llamaré por si nos podemos ver. Es casi seguro que mi reencuentro con ella, con Florencia, va a resultar un asunto difícil, pero estoy firmemente convencido de no dejarme vencer por la parte más amarga que contienen los recuerdos. Las ciudades seguirán ahí cuando nosotros nos vayamos, y mientras aún hoy las recorramos conservan nuestros pasos, nuestras voces, nuestras alegrías… lo mismo que los pequeños frascos contienen los perfumes. Y sólo basta con abrirlos para que nos dispensen toda la fragancia que nos devuelve el recuerdo de una mañana, de una tarde: Que siempre será tu recuerdo. –Comprendo que el final de esta carta me ha salido bastante proustiano, con perdón de Marcel.

Un beso.

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