lunes, 11 de julio de 2011

Intercambio de solsticios (210)

Bilbao, 20 de septiembre de 2003.

Querida Lorsen:

Desde mi última carta no han pasado demasiadas cosas, pero quiero recuperar el contacto epistolar contigo al menos cada cierto tiempo.
Como sábado que es hoy, he ido por la mañana a visitar a Pilar. La niña –siempre lo será, para mí- estaba un tanto cansada por el bullir de las enfermeras y los médicos, ante los ingresos que se han producido. -Por cierto, en la calle pasa una manifestación que pide la “independencia”: parece que las cosas no cambian nunca por aquí, como siempre me decías). La silla que le han arreglado se ha vuelto a descomponer cuando una enfermera ha intentado tumbarla.
Mis visitas a Pilar son como monedas lanzadas al aire. No era demasiado consciente de ello, pero es verdad que nuestra hija está atravesando el período de la adolescencia, que es siempre el más difícil para ella misma y para sus padres, ya que para afirmarse a sí misma tiene que destruir el icono de lo que somos nosotros, su padre, yo, en este caso. Y no sé muy bien qué hacer para combatir esa actitud.
Cené ayer con tu padre. Le operan el jueves de la hernia. Está esperanzado. Piensa que, una vez que se recupere, podrá pasear como antes. No le he dicho que la medicina está avanzando mucho hasta que se demuestra lo contrario: Y tu caso lo demuestra de manera bastante precisa.
Hasta este jueves por la noche en que volví de Madrid, tenías nueve rosas rojas como conmemoración de nuestro décimo noveno aniversario de boda. Las flores ya estaban secas, así que las he retirado y, en su lugar, he encendido una vela.
No hace falta que te diga que sigues presente en mis pensamientos, en toda mi vida, y que te ruego que, allá donde te encuentres, sigas ayudándome a acertar en este mundo tan hostil en que se ha convertido mi vida sin tus consejos, sin tu cariño, sin tu apoyo.

Un beso.

No hay comentarios: