Escribo estas líneas literalmente sobrecogido. Quienes siguen este blog habrán podido observar cómo en el distendido espacio de un hotel de Argel, gente convocada por la RASD y el Polisario pasamos un fin de semana discutiendo sobre el futuro de los habitantes y de la misma tierra saharaui. ¿Se trataba de un oficio vano, de una elucubración para seres desocupados?
Quien así piense no ha tenido seguramente la oportunidad de observar las jaimas quemadas en ese campamento situado apenas a quince kilómetros de El Aaiun –de impronunciable nombre-. ¿Y quién no ha visto esos vídeos tomados por aficionados españoles con las cámaras que llevan en sus móviles?
Quien crea que el conflicto del Sahara es cosa pasada y materia de otro tiempo es que no ha oído que el régimen marroquí está violentando a los moradores de las casas de la capital de la antigua colonia española y a sus propiedades, con tal de que se trate de saharauis, de activistas españoles. ¿Y quién no ha oído hablar de todo eso?
Quien crea quelos sentimientos vejados por 35 años de una población se ha hecho sin el concurso de los sucesivos gobiernos de España –unos más que otros, desde luego- podrá observar el caos del campamento de El Aaiun con el estupor de los bienpensantes o la indiferencia de los egoístas ante ese tipo de hechos respecto de los que constatamos que no nos afectan.
Escribo estas líneas como un corresponsal de guerra –son palabras de Javier Perote- que sabe que nunca podrá acabar su crónica, el horror se sucede al desatino y este solo precede a un nuevo horror. El horror tiene nombre y apellidos: Mohamed VI y su monarquía teocrática; el desatino también los tiene: un gobierno español que cuenta con gente como Trinidad Jiménez, que huye a Latinoamérica cuando los policías marroquíes arrasan una ciudad de tiendas de 20.000 personas, y como Ramón Jáuregui, que despacha el asunto como un tema que afecta al núcleo de soberanía marroquí y que no puede sino lamentar –como hacen los batasunos respecto de su propia gente de ETA cuando se produce un atentado de la banda asesina-. Y todo eso cuando la prensa más adicta al régimen socialista afirma que la Ministra ya lo sabía todo: se lo había contado su homónimo marroquí.
Y cuando escribo estas líneas siento una inmensa, profunda, infinita tristeza de español huérfano de una mínima dignidad en su representación política. Me siento vendido por un gobierno que ejercía de campeón de los derechos humanos y que mira a otro lado cuando se conculcan. Me siento vejado, abandonado, humillado como los saharauis que huyen despavoridos de su campamento o que tienen que observar desde una antigua serenidad -tan difícil como magnífica- cómo saquean sus casas ahora quienes han saqueado sus vidas durante 3 décadas y media, y con la complacencia de quienes han pactado con ellos.
Y es hora de que diga ya lo que quizás no sea políticamente correcto, pero me da igual. Que diga que se puede trazar un paralelismo entre el terrorismo de los etarras y el terrorismo de las autoridades marroquíes, y entre la complacencia de quienes no se sienten implicados por la barbarie asesina –es decir el supuestamente democrático nacionalismo- y el gobierno español.
Y afirmo que cuando luchábamos desde ¡Basta Ya! o desde el Parlamento vasco contra Ibarretxe y su comparsa sabíamos que nos asistía la razón y la fuerza de los dèbiles. Y que cuando luchamos contra la desvergüenza de los políticos que nos gobiernan, se llamen Zapatero, Jiménez, Jáuregui o el no menos recalcitrante pro-marroquí que es Gustavo Arístegui, lo hacemos en nombre de una causa justa, de unos ciudadanos en busca de ciudad, de unos patriotas en busca de patria. Y que esa lucha por su libertad es al cabo una lucha por nuestra libertad, porque la libertad, como la dignidad, es indivisble.
Y porque, en este corazón de las tinieblas que puedo ver por la televisión en que unos y otros, marroquíes y autoridades españolas, están convirtiendo ahora El Aaiun, como llevan haciéndolo durante 35 años con todo el Sahara, hay que luchar por acabar con todos ellos. Nos sobran. Nos han sobrado demasiado tiempo.
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1 comentario:
Sabes una cosa, ni nos respetan ni nos tienen en cuenta, en una situación asi en la que nuestra vida no vale nada preferimos luchar y no morir como corderos.
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