Fue un día deeste maravilloso otoño madrileño que por fortuna aún disfrutamos. Nos citaban en la Universidad Carlos III a los de internacional de UPyD para que habláramos del Sahara y de Cuba. Carlos Rey se reservaba para sí la primera de las intervenciones, en tanto que a mí me correspondía la segunda.
El lunes por la tarde me telefoneaba Carlos:
- Te voy a pasar el teléfono de Pilar, la organizadora –me dijo-. A mí me ha ido muy bien, pero lo de Cuba me parece que es cuestión más difícil.
Así que me puse en contacto con Pilar, que me contestaba entre susurros desde la biblioteca universitaria.
- Ven preparado –me anunciaba-. Creo que puede haber follón…
- ¿Nos van a lanzar huevos? –pregunté.
Uno ha toreado en foros de muy diferente tipo y se supone que debe estar preparado a todo evento. De hecho he lidiado con asambleas proclives al radicalismo batasuno en debates sobre la exclusión social, por ejemplo, donde una cita del Canciller Bismarck –“las leyes son como las salchichas, nunca hay que estar en su proceso de producción”- me llevaba literalmente a las calderas de Pedro Botero creadas esta vez por los adláteres del abertzalismo más duro. Pero, todo hay que decirlo, hay cosas a las que uno no se acaba de acostumbrar.
De modo que escogí para esa mañana la vestimenta más vieja y disponible para la inmediata basura y me acerqué al edificio 15 del citado centro universitario.
En el bar me encontré con Adolfo y Normando, dos ex presos de conciencia cubanos con quienes voy a compartir el panel. Intercambié opiniones con Adolfo sobre la actitud de la Unión Europea respecto de la posición común hacia Cuba mientras que nos tomamos un café.
Concluidos los prolegómenos nos dirigimos al aula. Un grupo de jóvenes –unos 50- se van acomodando en tanto que nosotros nos vamos sentando.
Adrián –otro joven estudiante que oficia de moderador- me presenta en primer lugar y empiezo a hablar. Digo que cualquier acto a favor de la democracia y de las ampliación de las libertades civiles supone una afirmación de la civilización contra la barbarie. Después me refiero al reciente viaje a Cuba que una delegación de nuestro partido, presidida por Rosa Díez, realizaba la pasada primavera. Hablo de los distintos disidentes con los que nos entrevistamos en la isla y digo que cada uno de esos casos es un drama humano, como sin duda nos ilustrarán los posteriores intervinientes. El moderador me toca la figurada campana –“te quedan dos minutos”, me recuerda- y digo que la reciente actitud de los 27 en la posible revisión de la posición común es producto de un reparto de cromos: Francia nos apoya en nuestro apoyo a los hermanos dictadores siempre que nosotros le secundemos en su apoyo al Rey teocrático de Marruecos que acaba de asesinar a un chico saharaui de 14 años. Y termino diciendo que si la Alta Representante en Política Exterior de la Unión Europea, Catherine Ashton, va a sondear la estrategia del gobierno cubano respecto de la evolución de los derechos humanos en la isla, sería bueno que pidiera también su opinión a la disidencia de ese país.
Toman a continuación la palabra Adolfo y Normando. El primero lo hace con exquisita prudencia, el segundo introduce casos concretos de torturas que él ha podido conocer a lo largo de su estancia en la cárcel –más de 100 días él mismo en una celda de castigo por negarse a llevar el uniforme carcelario- y otras tantas que ahora no podría repetir por no violentar innecesariamente a mis lectores.
Concluidas las intervenciones –que los asistentes aplauden-, Adrián nos invita a bajar del estrado para compartir el turno correspondiente al coloquio. El primero en preguntar no formula una cuestión, sino unas 20, en lo que no es más que un alegato contra las supuestas exageraciones de la disidencia cubana. “Me parece una demagogia explicar tan concretamente los casos de tortura”, afirma –y yo pienso que quizás quería decir que pueda resultar morboso dicho comentario-. “Dicen ustedes que Cuba es un régimen socialista, cuando emiten por televisión dibujos animados de Disney, que son de lo más capitalista que existe”. añade. “La ONU dice cosas diferentes de lo que han dicho ustedes”, continúa. “La libertad de expresión en Cuba –que según su Constitución se debe enmarcar en el respeto a la revolución socialista- es lo mismo que en España: debe sujetarse al Estado de Derecho”, declara. “Tampoco en España hay libertad de partidos: sólo hay uno, el PSOE-PP”… y otras afirmaciones de parecido tenor.
Adolfo hace gala de una educación que le confirma como un gran dialéctico. Le anima a seguir investigando sobre Cuba profundizando en esas mismas fuentes y va contestando puntualmente a sus preguntas. El muchacho no parece tan proclive a escuchar a Adolfo como este a aquel y algunos pedimos que le respete.
Terminada la respuesta el joven se despide alegando determinadas urgencias lectivas y hay dos chicas que apoyan expresamente a los presos de conciencia.
Toma la palabra otro muchacho que critica a Normando por haber descrito la situación límite de la economía cubana que obliga a muchas chicas –y chicos- a ejercer la prostitución. Dice que tiene ascendencia cubana y que se niega a reconocer que se trate de un hecho generalizado. Normando y Adolfo explican que no es un hecho común a todos los jóvenes, pero que efectivamente y por desgracia hay muchas familias que incluso se enorgullecen de esta circunstancia ya que les permite llegar al fin de cada día e incluso a quienes ejercen esta condición abrir sus perspectivas vitales a través –quizás- de una amistad que concluya en matrimonio con algún cliente.
Preguntan por el embargo deparado por la ley Helms-Burton y por el embargo de la Unión Europea. Debo matizar que no la posición común no determina tal embargo, sino que supone una congelación de las ayudas económicas de la Unión respecto de un tercer país como es Cuba hasta tanto que allí no se haga un esfuerzo por avanzar hacia las libertades civiles. No hay embargo –añado- porque no existe límite alguno a la circulación de mercancías y capitales por parte de la Unión.
Se habla de la Constitución cubana, y ahí existe también un despiste cierto entre alguno de los asistentes. “En Cuba se ha vivido con la Constitución de los años ’40 en plena vigencia de la revolución”, afirma uno. “No digas eso –contesta Adolfo-. Castro gobernaba desde la tribuna. No tenía ninguna norma que sujetara su voluntad. –Y luego agrega-: lamentablemente tampoco después de que se aprobara la Constitución.
Ya han dado casi las dos de la tarde. Tengo una comida concertada en el centro, de modo que me despido.
Sorprende observar cómo, 51 años después, aún subsiste la estética de una revolución que ha conducido a su pueblo a la mayor degradación moral y económica de su historia. Y cómo esa dudosa belleza del régimen castrista se reconoce en los jóvenes de hoy que hacen de la libertad un ejercicio cotidiano de sus vidas.
Pero al menos no nos han lanzado huevos.
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2 comentarios:
Es curioso que viviendo en libertad no se valore ésa libertad y se continue elogiando una dictadura cruel como algo bonito y envidiable.
La cuestión de Cuba es una de las más tristes y desazonantes que puedan tratarse. Es a la vez sencilla y compleja. La complejidad está sobre todo en los mecanismos mentales y sentimentales que permiten que las más burdas mentiras sean tenidas por verdades y perduren contra las evidencias más enormes, año trás año. También es complejo explicar como las ideologías que apelan a los sentimientos (el comunismo que todo lo hace por amor al pueblo y amor a la igualdad entre los seres humanos) consiguen mantener en la irracionalidad a masas enteras de gente, pese a los crímenes y atrocidades que han protagonizado y que son conocidos. Junto a esos mecanismos difíciles de desmontar, pues sólo se consigue con machacona paciencia - con la dialéctica del disidente que evocas en tu artículo- o sometiendo al recalcitrante al mismo tratamiento, tenemos la parte sencilla: el ínfimo nivel de la universidad española, el nulo conocimiento de la historia de Cuba -una provincia de España en realidad- la incultura, y la total incapacidad de razonar de una manera lógica y ordenadada, pues no se busca, en general conocer la verdad, sino defender prejuicios sentimentales. Por eso las sociedades libres son tan dificiles de construir y se van por la borda tan facilmente. Un saludo, Alcides.
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